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PARA INICIAR: ¿QUÉ ES, PUES, EL MUSEO MODERNO?
Con ánimo polémico probemos plantear una respuesta: el museo
es una configuración. Una conjunción de lo heterogéneo. Cosas,
saberes de la experiencia prácticos y discursivos, personajes inéditos
o, en realidad, en vías de transformación, en una elaborada presenta-
ción al sentido colectivo e individual del público. Por lo mismo, res-
ponde a varios preceptos: es una unión permanentemente acechada
por la heteronomía, por las varias leyes de lo que ahí se conjuga.
No es una unión pasiva; es por el contrario una actividad modélica;
es decir, imitable persuasiva o autoritaria, que une las fuerzas de
producción y de recepción. ¿Haríamos bien llamándole
constelación?
¿Podemos
utilizar, sin
reservas, el vocabulario benjaminiano?
Hoy ha regresado, no sin una dosis de cambio, el discurso as-
trológico descrito, en su emergencia durante los años ochenta, por
algunos sociólogos como la marca de la condición posmoderna de
nuestra era. No discutiremos aquí la imprudencia de caracterizar
como posmodernidad una serie de marcas de lo cotidiano y lo es-
tructural que no forman sistema. Recordaremos, eso sí, a Benjamin
quien escribió: “la constelación estelar expresa una unidad caracte-
rística, por lo que la índole de los planetas individuales se reconoce
de acuerdo a sus respectivos efectos sobre la constelación”.
1
Tras-
puesta a la figura del museo, la palabra
constelación permite pensar
que el carácter de cada elemento se evidencia en su efecto sobre la
totalidad, la cual no es sino la relación con los públicos. Entendere-
mos que el público es una invención moderna que conforma con el
museo mismo una totalidad incontrolable. El museo se puede admi-
nistrar, pero, afortunadamente, no se puede predecir su efecto sobre
la producción del sentido y su fuerza de resistencia. En todo ello ha-
bita el azar, aunque el propio museo se presente como un aparato sin
residuos, sin resquicios de sentido o de sensibilidad. Pero el residuo
ahí está
y se llama por venir, devenir otro, transformación, variación.
El museo se despliega ante la mirada del espectador de manera
ejemplar. Por ende es considerado un modelo factible, no sólo posi-
ble, de exhibición. En otro sentido más técnico, más epistemológico,
si cabe decir, se le estima como paradigma de una verdad depen-
diente de la fuerza de persuasión de lo exhibido. En la didáctica
filosófica es habitual que el maestro se procure un buen ejemplo
de lo que teóricamente expone, con el fin de ser bien entendido y
comprendido. La persuasión obtenida por el ejemplo depende de
su cercanía empírica entendida como evidente de suyo. Y la ver-
dad depende del hecho sin significado de estar ahí, ante los ojos. Se
muestra que el nombrar une lo nombrado exterior con la palabra
que lo nombra, conjuntando la proposición y el gesto que indi-
ca la mesa presente tras la cual el maestro se acomoda, o bien los
pupitres, la ventana, la puerta y el salón mismo con sus ocupantes.
Lo apropiado del ejemplo se sostiene por el gesto que une, aquí y
ahora, el discurso con una mirada que se hace descansar sobre una
cosa específica: “Esta ventana… este pupitre… este salón de clase”.
Todo lo enunciado está ahí, a la mano, al alcance del dedo que seña-
la y de las miradas cautivadas de la audiencia; tan cercano, simple
y sencillo como el
gesto magistral en su confirmación de la realidad y
certidumbre de la teoría a la que es convocado a ilustrar. Esta es-
tratagema suasoria siempre funciona y tranquiliza: el orden de las
cosas y el orden de las razones pueden vincularse directamente. La
institución del museo es, similarmente, la máquina que se muestra
a sí misma como ejemplo de la certidumbre del orden de la mira-
da, de la atención al detalle y a la vez,
en general,
2
de la posibilidad
1. Walter Benjamin, Para una crítica
de la violencia, Madrid, Taurus, 1991, p. 86.
2. Sin duda, cada época tiene su museo. Sin embargo, en el texto nos conformaremos
con describir generalidades. Dipesh Chakrabarty, “Una pequeña historia de los
estudios subalternos...”,
op. cit., p. 31.
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