El orden natural y la ley natural



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EL ORDEN NATURAL Y LA LEY NATURAL:
SU CONOCIMIENTO Y RECONOCIMIENTO
DANIEL HERRERA

La perspectiva de la presente ponencia es filosófica. Sin perjuicio


de ello, dado que se trata de un tópico “fronterizo” entre la teología,
la filosofía y las ciencias, me referiré circunstancialmente a las
otras perspectivas. Pero en este caso, las reflexiones no serán personales,
sino que me limitaré a indicar la pertinente teoría científica
o doctrina teológica y/o citar el pensamiento de algún autor al
respecto.
La ponencia tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera
se refiere al orden natural, mientras que la segunda aborda
propiamente la ley natural. Si bien se trata de nociones íntimamente
relacionadas, no son iguales, pues mientras que la ley natural –si
bien con fundamento metafísico– se refiere a la dimensión moral; el
orden natural es mucho más amplio, pues incluye el orden físico y
biológico regulado por las leyes naturales. Por su parte el orden
moral –y también político y jurídico– regido por la ley natural (que
forma parte del orden natural), a su vez es completado y complementado,
por un lado en el orden sobrenatural, por la gracia que supone
y sana la naturaleza ordenándola a su fin último trascendente, o sea,
Dios, y por el otro lado, en el orden humano cultural, por las leyes
positivas que ordenan al bien común político, que por otra parte,
para ser auténtico bien común, no puede ir en contra, sino que por
el contrario está subordinado al Bien común trascendente, o Bien
comunísimo que se identifica con Dios mismo como principio y fin
de todo lo que existe.
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I. El orden natural
La realidad no es un caos. En la naturaleza hay un orden. En
otras palabras, existe una disposición por la cual cada cosa ocupa el
lugar que le corresponde y cumple con la función que le es propia. Esta
es una afirmación compartida tanto por el pensamiento mítico y filosófico
antiguo, como el teológico y filosófico cristiano posterior, e incluso
por el científico moderno. En consecuencia, constituye un buen
punto de partida para nuestra ponencia.
I.1. El pensamiento mítico y filosófico antiguo
“Al principio fue el Caos, luego la tierra con su ancho pecho ... y
Eros ... y luego todo lo demás” dice Hesíodo1. Al hablar de principio,
no se refiere tanto al inicio cronológico, sino más bien al principio
ontológico u origen de las cosas, no al tiempo inicial sino primordial
como decía Mircea Eliade en Mito y Realidad2. Dicho de otro modo, al
no poder explicar la realidad de una manera lógica o filosófica, todas
las religiones y el pensamiento antiguo recurre a la figura poética
teogónica que al decir de Jaeger nunca pierde contacto con el orden
natural del mundo3.
En suma, el cosmos, el universo, es divinizado, es dios. No un dios
trascendente y mucho menos personal como va a ser en el judeocristianismo,
sino más bien un dios inmanente e impersonal identificado
con las fuerzas naturales divinizadas y representadas antropomorficamente
en los diversos dioses del politeísmo pagano. Como afirma
Caturelli: “Con la ausencia de la idea de Creación o comienzo absoluto
por un acto libre de Dios, se hacen presentes casi todos los principales
mitos arcaicos: retorno cíclico, cronos al comienzo, con el que,
desde la eternidad, existe la ley de la Necesidad: la genealogía por
rigurosas parejas de todos los dioses que recuerda las divinas generaciones
de los gnósticos. Y como veremos, aunque el logos haya ido
depurándose del mito, este proceso jamás eliminó del todo al mito que
1 Hesíodo, Teogonía, 116.
2 Cfr. Mircea Eliade, Mito y Realidad, Barcelona, Labor, 1968, pág. 12.
3 Werner Jaeger, La teología de los primeros filosofos griegos, México DF, Fondo
de Cultura Económica, 1980, pág. 19.
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se mantuvo como elemento pre filosófico y no filosófico a lo largo de la
filosofía Griega”4.
En otras palabras, ni el Ser inmutable de Parménides; ni el Logos
que rige la realidad cambiante de Heraclito, que reaparece en el estoicismo
y en Cicerón; ni la idea de bien de Platón, como fundamento
de la participación eidética en los seres materiales; ni el acto puro de
Aristóteles como principio inmutable del movimiento circular y eterno
del mundo, logran romper definitivamente la caparazón del universo
y alcanzar el fundamento último, ultísimo del cosmos o del
orden natural.
Esto no quiere decir que no se reconozca las semillas de verdad
que podemos encontrar en ellas y que las elaboraciones superiores de
la filosofía antigua no constituyan una superación del espíritu humano,
que incluso el cristianismo rescata y recrea dándole una dimensión
nueva, como sucede con la noción de participación platónica, o de
acto y potencia aristotélico, en el pensamiento de San Agustín y Santo
Tomás entre otros, o de la ley natural estoico ciceroniana que San
Pablo toma dándole un sentido nuevo que la ubica en orden a la economía
de salvación, que luego siguen los Padres y Doctores de la Iglesia,
entre los que también se encuentran el obispo de Hipona y el Aquinate.
Pero estas semillas de verdad y el orden natural del universo todo, solo
alcanzan su plenitud con el cristianismo a partir del fundamento final
en un Dios personal, trascendente y a la vez encarnado, que solo
se logra con la concepción de creación y redención cristiana.
I.2. El pensamiento teológico y filosófico cristiano
“En el principio Dios creo el cielo y la tierra”5. Estas son las primeras
palabras de las sagradas escrituras, que podemos interpretar
conjuntamente con las primeras del prólogo joanico: “En el principio
era el Verbo (Logos-Palabra), y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era
Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por Él y sin Él
no se hizo nada de cuanto existe (...) y el Verbo se hizo carne y habitó
4 Alberto Caturelli, La metafísica cristiana en el pensamiento occidental, Buenos
Aires, Ediciones del Cruzamiento, 1983, pág. 12.
5 Génesis, 1.
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entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del
Padre como Hijo único lleno de gracia y de verdad”6.
Ahora bien, la sagrada escritura no es un libro científico que pretenda
explicar como es el proceso que da origen y desarrollo al universo,
ni un tratado filosófico que busque desde la sola razón
encontrar el fundamento natural o mas bien, naturalista del orden
natural de las cosas. Por el contrario, se trata de un texto revelado,
que en este caso reafirma una verdad metafísica fundamental: Que
Dios es el que Es (como se le revela a Moisés cuando le pregunta cual
es su nombre) y que todo lo que existe, existe por Dios y para Dios, en
tanto depende en su ser y en su perfección de la obra creadora y redentora
de Dios: del separado y al mismo tiempo Dios con nosotros.
Al respecto y sin perjuicio que obviamente la creación es un concepto
central de toda la patrística y escolástica, es en Santo Tomás de
Aquino (al que Pieper llama con toda justicia Thomas a creatore),
donde alcanza su expresión más acabada. Ahora bien, para él, la creación
no se refiere tanto a la noción de comienzo, o inicio en el tiempo
(que también considera) que no podemos demostrar apodicticamente,
sino solo por fe7. Sino más bien, a la participación metafísica, que explica
la esencial dependencia de los entes creados respecto del Ser
increado. La creación misma se entiende como esta relación trascendental
y constitutiva de dependencia en el orden del ser.
Por eso Santo Tomás luego de distinguir la materia como potencia,
de la forma como acto, realiza una nueva distinción entre la esencia
(compuesta de materia y forma en el caso de los seres materiales)
como potencia y su acto de ser como actus essendi. Ahora bien, Dios
es el único Ser en el cual el acto de Ser (esse) se identifica con su esencia
por el cual es el ipsum esse subsistens, pues “en las substancias
compuestas de materia y forma, hay una doble composición de acto y
potencia: la primera, de la misma substancia, que está compuesta de
materia y forma; la segunda, de la substancia ya compuesta y del ser,
la cual puede también llamarse composición de ‘lo que es’ y ‘ser’ o de
‘lo que es’ y ‘por lo que es’ la substancia”8.
6 San Juan, 1-14.
7 Cfr. S.Tomás de Aquino, S.Th. 1 q. 46 a. 2.
8 S.Tomás de Aquino, C.G. II, 54.
141
Por tanto señala que si nos ponemos desde la perspectiva de lo
creado (que es nuestra perspectiva) la creación es algo real en la cosa
creada, a modo de relación solamente, pues como Dios crea las cosas
ex nihilo, o sea sin movimiento o mutación, no queda en ellas más que
la relación real al Creador como principio de su ser9. En consecuencia,
el orden natural sería nada más, pero al mismo tiempo, nada
menos, que un orden creado, o sea, un orden en las cosas que existen,
tanto en su ser (acto) como en su esencia (potencia), en virtud a la
relación de dependencia radical que tienen respecto a su Creador: “la
creación no es en cambio, sino la dependencia misma del ente creado
respecto de su principio”10.
Ahora bien, a partir del nominalismo y de Descartes que separa
la realidad en dos ordenes: res cogitans como realidad espiritual y res
extensa como realidad material, se rompe para un sector del pensamiento
la magistral síntesis de la realidad metafísica elaborada por
el aquinate, derivándose a partir de allí, del racionalismo al idealismo
respecto a la res cogitans y desde el empirismo nominalista al más
crudo positivismo para la res extensa.
I.3. El pensamiento científico moderno
Cuando en 1926 Heisemberg formula en física el principio de incertidumbre,
que establece que cuanto con mayor precisión se trate
de medir la posición de una partícula, con menor exactitud se podrá
medir su velocidad y viceversa., fue el principio del fin para el modelo
determinista y positivista de Laplace, que sostenía que podemos predecir
con exactitud todo lo que sucedería en el universo (incluido el
comportamiento humano) si podemos conocer el estado completo del
mismo (con sus leyes) en un instante del tiempo11. Al respecto dice
Ratzinger: “Impresiona lo que ha sostenido Heisemberg en las conversaciones
con sus amigos: otro proceso corría paralelo a la configuración
de la Física moderna: la evasión de un positivismo, que el físico
se imponía, y por el que le estaba prohibido plantearse la cuestión de
9 S. Tomás de Aquino, S.Th. 1 q.45 a. 3.
10 S. Tomás de Aquino, CG. II, 18.
11 Stephen W. Hawkings, Historia del Tiempo, Buenos Aires, Crítica, 1988,
pág. 83.
142
Dios. Heisemberg demuestra como el mismo conocimiento de lo real
y de su profundidad forzó a preguntarse por el orden que lo sostenía”
12.
Desde lo macrocósmico hasta lo microcósmico. O sea, desde el
origen mismo del universo, de las galaxias y estrellas hasta las partículas
y subpartículas que constituyen todo lo real. Desde la materia
inerte hasta el ser viviente. El cosmos, el universo, en fin, la realidad
(material) en su conjunto conforma un orden, que en su configuración
interna es jerárquico, donde lo físico-químico se ordena a lo biológico
y lo biológico a lo humano como se refleja en el principio antrópico
propuesto por Dicke en 1961 y Carter en 1974 y pacíficamente aceptado
por la física actual.
Ahora bien, un orden requiere de un ordenador, lo que lleva –como
decía Heisemberg– a la cuestión de Dios como creador y ordenador del
universo. En este sentido, podemos entender la famosa expresión de
Einstein de que Dios no juega a los dados (cualquiera sea la idea de
Dios que manejara), lo que refleja el problema de que sin Dios es incomprensible
que el mundo sea comprensible13. Cuestión que se encuentra
en el límite o frontera de la ciencia (en el sentido moderno del
término), con la metafísica y la teología, y que exige un permanente
diálogo entre las tres perspectivas, que no es más que una parte del
diálogo entre la razón (filosófica y científica) y la Fe (sobre la que se
apoya la Teología).
Por ejemplo, en Cosmología el modelo del big bang es aceptado
mayoritariamente. En el mismo se establece que el universo conforma
un orden evolutivo a partir de una gran explosión inicial de un
átomo infinitamente denso (big bang). Esta explosión constituye una
singularidad donde no se verifican las leyes de la física (como sucede
también con los agujeros negros), por lo que no puedo conocer lo que
sucedió antes del big bang (y en el big bang mismo), y que incluso de
haber sucedido algo no tendría consecuencias después de él. Esto es
así porque en el big bang se inicia el espacio-tiempo que configura las
dimensiones del universo, por lo que es impensable hablar de un tiempo
antes del tiempo.
12 Joseph Ratzinger, “El Dios de Jesucristo”, Salamanca, Ediciones Sígueme,
1979, pág. 38.
13 Albert Einstein, The Journal of the Franklin Institute, 1936, vol. 221, n. 3.
143
A partir de allí, se inicia un proceso líneal que suele llamarse “la
flecha del tiempo” y por el cual el universo se expande en todas direcciones
hasta que alcance un punto en que como consecuencia de la
fuerza gravitatoria comience a contraerse hasta una implosión final
(big crunch), aunque no todos coinciden en este final.
Esta teoría (del big bang) cuya primera formulación científica y
matemática es la de Gamow en 1948, sin embargo se inspira en la hipótesis
del Primeval Atom infinitamente denso de Lemaitre (sacerdote
católico –1894/1966– que fuera presidente de la Pontificia Academia de
Ciencias), quien a partir de la termodinámica se proponía combinar el
II principio, o sea la degradación de la materia (aumento de la entropía)
con la reciente física de las partículas subatómicas, para explicar la
expansión del universo14. Ahora bien, el descubrimiento de partículas
subatómicas (hoy observadas a través de los aceleradores de partículas)
permite comprobar el equilibrio de la materia existente en el universo
que gira en torno de las cuatro fuerzas fundamentales de la
naturaleza que regulan su orden: nuclear fuerte, nuclear débil, electromagnética
y gravitatoria, combinadas con los dos principios de la termodinámica
para los sistemas cerrados, a saber, la conservación de la
energía y su degradación (aumento de la entropía)15.
La teoría tiene además una base empírica en las observaciones
de Hubble en 1929 sobre la fuga o alejamiento de las galaxias (que
confirma las predicciones de Friedmann en tanto corrige la teoría de
la relatividad de Einstein) y el efecto Dopler por el cual se comprueba
que la luz de las estrellas que se alejan de nosotros tienen un corrimiento
al rojo en el espectro16. También es compatible con la teoría
de la relatividad general de Einstein, que aunque cuando la concibió,
lo hizo desde de un modelo estático, a partir de 1931 adhiere al modelo
expansivo. Es compatible también con los posteriores estudios de
Penrose y Hawking de 1970 (aunque este último luego abandona la
idea para adherir a un modelo de universo sin inicio absoluto)17.
14 Cfr. Juan José Sanguinetti, El origen del universo, Buenos Aires, Educa, 1994,
pág. 136.
15 Idem ant., pág.176. En el mismo sentido, Stephen W. Hawking, op.cit. pág.
101 y ss.
16 Cfr. Stephen W. Hawking, op.cit. pág. 61 y ss.
17 Idem ant., pág. 78.
144
La teoría del big bang rivalizó con la teoría estacionaria del universo
por el cual a través de un método teórico deductivo (sin base
empírica) rechaza la hipótesis del instante original y propone lo que
llama el principio cosmológico perfecto según el cual el universo se
presenta siempre igual en el tiempo, a cualquier observador en cualquier
época. Esta teoría es formulada por Bondi y Gold en 1948 y
adoptada por Hoyle en 1950. En realidad cualquiera de los dos modelos
son compatibles con la noción de creación divina18, aunque en la
práctica se asoció la teoría estática a concepciones materialistas,
mientras que la del big bang se la consideró más afin a un inicio absoluto
del tiempo a partir de la creación divina. De hecho, Pio XII en
una alocución ante la Pontificia Academia de Ciencias el 28 de noviembre
de 195119, señaló la compatibilidad entre el modelo del big
bang y la doctrina de la Creación.
Ahora bien, a partir de la década del ochenta del siglo pasado el
modelo standard es puesto a prueba por la aparición de nuevas teorías,
especialmente las cosmologías cuánticas e inflacionarias (Guth,
Linde) que plantea la posibilidad de distintos universos (universos
madre y universos bebé) e incluso de un metauniverso; un cosmos sin
inicio singular (Hartle-Hawking); el origen espontáneo del cosmos
(Tryon); el modelo de auto-creación cuántica del cosmos (Vilenkin); el
nacimiento fluctuante del cosmos (Princeton J.R. Gott y Zeldovich)20
o el tiempo que precede al universo o a nuestro tiempo (Prigogine-
Stengers)21. En definitiva, corresponde a la ciencia dirimir la cuestión,
para lo que quizás tenga que afrontar el desafío de elaborar una teoría
unificada de la Física, que una la relatividad general con la mecánica
cuántica y permita conocer los fenómenos tanto a gran escala
(macrocósmica) como a pequeña escala (microcósmica)22, aunque nunca
alcance la certeza absoluta en virtud al principio de incertidumbre
de Heisemberg, lo que constituye un límite o frontera respecto al problema
metafísico de base que no es de su competencia resolver.
18 Cfr. Juan José Sanguinetti, op. cit., pág. 147.
19 Acta Apostolicae Sedis, 44, 1952, págs. 31-43.
20 Cfr. Juan José Sanguinetti, op. cit., pág. 263 y ss.
21 Cfr. Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, Entre el tiempo y la eternidad, Buenos
Aires, Alianza Editorial, 1992.
22 Cfr. Stephen W. Hawking, op.cit., pág. 79.
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Por su parte en biología parece imponerse el modelo evolucionista,
que sostiene que todos los seres corpóreos se han ido transformando
a partir de un origen común, y que como principales
exponentes tiene a Lamarck (forzada adaptación del organismo al
medio, que se trasmite hereditariamente), Darwin (la espontánea
selección natural del más apto en la lucha por la supervivencia);
Simpson (elabora una teoría sintética en la cual las mutaciones son
producidas por el azar junto con la selección natural); Teilhard de
Chardin (las mutaciones son resultado de un azar dirigido –¿por
Dios?– a través de la ley de la complejificación hasta llegar al espíritu
o conciencia en el punto Omega de la evolución natural); Monod (las
mutaciones genéticas son producidas por el azar); Gould (las especies
surgen de la ramificación de la especie progenitora y sería fruto de un
cambio basado en la acumulación de características genéticas potenciales
que irrumpen brusca y periódicamente por azar –equilibrio interrumpido–)
23.
Sin embargo, recientemente “un grupo de 67 científicos de diferentes
países —Israel, Italia, Alemania y España— dirigidos por
miembros del Instituto Nacional de Salud (NIH) y el Instituto de Investigaciones
sobre el Genoma Humano (NHGRI) de los Estados Unidos
consiguió elaborar el borrador más completo de la secuencia del
genoma del chimpancé. La investigación se publica en el último número
de la revista británica Nature. Al comparar ambos genomas se
identificaron varias regiones en el genoma humano que llevan las
marcas de una fuerte selección natural, pero se descubrió que en las
secuencias correspondientes al chimpancé no existen. Lo importante
es que esta secuencia da una idea de la magnitud de los cambios de
los genomas del chimpancé y el humano. Hasta ahora se creía que la
diferencia entre los genes de los humanos y los del chimpancé era del
1,2%. Pero en el estudio se notó que los cambios llegan a tener diferencias
del 3% en regiones genéticas muy especiales, que conservan
ambas especies”24.
Por tanto, sin perjuicio de su gran aceptación, todavía existen
muchos interrogantes y problemas no resueltos, como ser el origen de
23 Cfr. Florencio José Arnaudo, Creación y evolucionismo, Buenos Aires, Educa,
1999.
24 Diario Clarín, 1º de septiembre de 2005.
146
la vida a partir de la materia inerte, o el origen del pensamiento a
partir de la vida irracional, dado que ambos hechos refieren a una
discontinuidad metafísica que configura más que un paso cuantitativo
en una escala ascendente, un verdadero salto cualitativo en el orden
metafísico.
La aparición del evolucionismo dió origen a una gran polémica.
Especialmente por la influencia de sus versiones materialistas, se lo
consideró como el enemigo numero uno del creacionismo. En realidad,
no puede oponerse per se creación y evolución. La verdadera oposición
no es entre creacionismo y evolucionimo, pues se trata de niveles
epistemológicos distintos (teológico y metafísico el primero, científico
el segundo) y por tanto responden a preguntas distintas25. La verdadera
oposición es entre creación y eternidad del mundo por un lado y
entre evolucionismo y fijismo (que sostiene que los seres naturales
siempre han sido como son hoy, p. ej. Linneo) por el otro. Respecto a
la primera disyuntiva ya la tratamos. Por su parte sobre la segunda
podemos decir que ambas (evolucionismo y fijismo) pueden ser compatibles
con la doctrina de la creación en tanto y en cuanto no contradigan
lo esencial de la misma. Por lo tanto la inclinación por una u
otra es una cuestión científica sujeta a la comprobación empírica.
Por eso respecto de la evolución, ya San Agustín hablaba de las
razones seminales puestas por Dios en el acto creador, Pío XII en
Humani Generis la consideró una hipótesis seria que exigía ser investigada
y Juan Pablo II en un mensaje a los miembros de la Academia
Pontificia de Ciencias del 22 de octubre de 1996, manifestó que “hoy,
casi medio siglo después de la publicación de la encíclica, nuevos conocimientos
llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que
una hipótesis ... Existen también lecturas materialistas y reduccionistas
al igual que lecturas espiritualistas. Aquí el juicio compete
25 Joseph Ratzinger, Creación y pecado, Pamplona, Eunsa, 1992, pág. 75: “No
podemos decir: Creación o Evolución; la manera correcta de plantear el problema debe
ser: Creación y Evolución, pues ambas responden a preguntas distintas. La historia
del barro y del aliento de Dios, que hemos oído antes, no nos cuenta cómo se origina
el hombre. Nos relata que es él, su origen más íntimo, nos clarifica el proyecto que
hay detrás de él. Y a la inversa, la teoría de la evolución trata de conocer y describir
períodos biológicos. Pero con ello no puede aclarar el origen del ‘proyecto’ hombre, su
origen íntimo ni su propia esencia. Nos encontramos, pues ante dos preguntas que
en la misma medida se complementan y que no se excluyen mutuamente” .
147
propiamente a la filosofía y luego a la Teología (...) las teorías de la

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