El orden natural y la ley natural



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en cuanto a los preceptos secundarios o en la aplicación del principio a
los casos particulares, debido a los malos consejos, a la concupiscencia
de la carne, o bien a costumbres depravadas y hábitos corrompidos49.
Por eso, es un grave error (muy común últimamente) hacer depender
la existencia y el conocimiento de la ley natural del consenso
que exista sobre ella, poniendo de esta manera, el carro delante de los
caballos. Al respecto dice Hans Küng: “Claro está que en el nuevo paradigma
la política no se ha vuelto más fácil, sino que sigue siendo –
aunque sin violencia– ‘el arte de lo posible’. Si queremos que funcione,
no puede fundarse en un pluralismo arbitrario ‘posmoderno’. Más bien
presupone un consenso social con respecto a determinados valores,
derechos y deberes fundamentales; consenso social básico que debe
ser compartido por todos los grupos sociales, por creyentes y no creyentes,
por los miembros de las diferentes naciones, religiones, filosofías
y concepciones del mundo. En otras palabras: este consenso
social, que un sistema democrático no debe imponer sino presuponer,
no consiste en un sistema ético común. Consiste en un núcleo común
que incluye valores y normas, derechos y deberes elementales; una ac-
49 Cfr. Santo Tomás de Aquino, S. Th. 1-2, Q. 94, artículo 6.
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titud ética común, es decir, un ethos –manera de comportarse– de la
humanidad. Una ética global que no es una nueva ideología o ‘superestructura’,
sino que enlaza entre sí los recursos religioso-filosóficos
comunes ya existentes de la humanidad, sin imponerlos por ley desde
fuera sino interiorizándolos de manera consciente”50.
En realidad, no es la ley natural la que se funda o depende del consenso,
sino que es el consenso el que debe fundarse y depender de la ley
natural, pues solo puede haber consenso entre seres racionales y libres,
o sea, que tienen una determinada naturaleza (racional) y por ende una
determinada ley. En otras palabras, es bueno que exista consenso que
reconozca ciertos bienes o valores básicos, pero estos bienes o valores
existen y valen, no por el consenso que podamos tener sobre ellos, sino
por naturaleza (per se), y los podemos conocer (como ya vimos) por la
ley natural. Por el contrario, el consenso solo, sin fundamento alguno
no puede constituirse en la base o sostén de todo el orden social, pues no
es, ni puede ser por sí mismo, una justificación objetiva común y firme
donde se pueda apelar, sino, que en el mejor de los casos, solo se trata
de un punto de referencia intersubjetivo, relativo y variable, que no reúne
las condiciones para ser considerado un verdadero fundamento.
Este problema o confusión, es el que en otro contexto, y salvando
la distancias, le critica Habermas a Rawls cuando sostiene que en
la fundamentación de sus famosos principios de justicia, confunde la
cuestión de la justificación racional de los mismos a través de un contrato
hipotético, con los de su aceptación efectiva en un consenso
real51. En efecto, desde el mismo consensualismo, Habermas distingue
el aspecto cognitivo de los principios obtenidos por un consenso
puramente procedimental y formal por un lado, del aspecto
motivacional en donde en la aceptación de cada uno, de hecho aparece
el influjo de las distintas tradiciones religiosas, culturales y filosóficas
por el otro52. Algo parecido sucede en este caso, pues desconocer
50 Hans Küng, “Por una ética global”, Revista Cias, Buenos Aires, abril 2004,
año LIII, nº 531, pág. 126.
51 Jürgen Habermas y John Rawls, Debate sobre el liberalismo político, Barcelona,
Paidós, 2000, pág. 43.
52 Jürgens Habermas, “Las bases morales prepolíticas del Estado Liberal”. Debate
con Jürgen Habermas, Academia de Baviera, enero 2004, publicado por La Nación,
14 de mayo de 2005.
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la ley natural porque no hay consenso sobre ella, es confundir su justificación
racional en la evidencia per se nota de sus principios (como
ya vimos), con la aceptación efectiva de la misma en el juicio de conciencia
de todos y cada uno de los hombres, que justamente nos permite
distinguir la conciencia recta y verdadera de la conciencia
errada.
Al respecto cito las palabras de Juan Pablo II a los participantes
en la sesión plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe del
6 de febrero de 2004: “Otro tema importante y urgente que quisiera
presentar a vuestra atención es el de la ley moral natural. Esta ley
pertenece al gran patrimonio de la sabiduría humana, que la Revelación,
con su luz, ha contribuido a purificar y desarrollar ulteriormente.
La ley natural, de por sí accesible a toda criatura racional, indica
las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. Sobre la
base de esta ley se puede construir una plataforma de valores compartidos,
en torno a los cuales es posible mantener un diálogo constructivo
con todos los hombres de buena voluntad y, más en general,
con la sociedad secular. Hoy, como consecuencia de la crisis de la metafísica,
en muchos ambientes ya no se reconoce una verdad inscripta
en el corazón de toda persona humana. Así, por una parte, se difunde
entre los creyentes una moral de índole fideísta y, por otra, falta una
referencia objetiva a las legislaciones, que a menudo se basan sólo en
el consenso social, de modo que es cada vez más difícil llegar a un fundamento
ético común a toda la humanidad. En las cartas encíclicas
Veritatis Splendor y Fides et ratio quise ofrecer elementos útiles para
redescubrir, entre otras cosas, la idea de la ley moral natural. Por desgracia,
no parece que estas enseñanzas hayan sido aceptadas hasta
ahora en la medida deseada, y la compleja problemática requiere ulteriores
profundizaciones. Por tanto, os invito a promover oportunas
iniciativas con la finalidad de contribuir a una renovación constructiva
de la doctrina sobre la ley moral natural, buscando también convergencias
con representantes de las diversas confesiones, religiones
y culturas”53.
Quizás siglos secularismo, de subjetivismo e individualismo nos
lleva a un contradictorio relativismo absoluto (donde lo único absolu-
53 Juan Pablo II, Discurso ante la sesión plenaria de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, 6 de febrero de 2004.
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to es que todo es relativo), que niega la existencia misma de la verdad
objetiva y absoluta, sustituyéndola por “verdades” subjetivas e individuales
relativas, introduciéndonos en la situación de confusión (cual
nueva Babel) en la que nos encontramos hoy. Situación que es imputable
tanto al fracaso de la razón todopoderosa e instrumental de la
modernidad, como a la incapacidad del “pensamiento débil” posmoderno,
pero igualmente instrumental y funcional, que al decir de
Vattimo no reconoce ningún Grund fundamento, ninguna verdad última,
sino solo aperturas históricas54, o como afirma Lyotard renuncia
a los “metarelatos”, como explicación última de la realidad55.
Frente a este panorama es pertinente recordar el llamado realizado
por Juan Pablo II en Fides et ratio n° 83: “Solo deseo afirmar que
la realidad y la verdad trascienden lo fáctico y lo empírico y reivindicar
la capacidad que tiene el hombre de conocer esta dimensión trascendente
y metafísica de manera verdadera y cierta, aunque
imperfecta y analógica. En este sentido, la metafísica no se ha de considerar
como alternativa a la antropología, ya que la metafísica permite
precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad de la
persona por su condición espiritual. La persona, en particular, es el
ámbito privilegiado para el encuentro con el ser y, por lo tanto, con la
reflexión metafísica...Un gran reto que tenemos al final de este
milenio es el de saber realizar el paso, tan necesario, como urgente,
del fenómeno al fundamento”56.
Y justamente desde esta reivindicación y reafirmación metafísica
hay que buscar –como dice Juan Pablo II en el discurso a la Sagrada
Congregación recientemente citado– un dialogo auténtico y fecundo,
tanto intercultural (pues todas las culturas que se precien de ser
autenticas se apoyan en la naturaleza humana y en esta dimensión
metafísica), como interreligioso (pues también, las grandes religiones
reconocen en los aspectos esenciales –los primeros principios– esta verdad
fundamental de la ley natural). Ahora bien, ¿esto quiere decir que
todas las culturas y todas las respuestas son iguales en verdad? ¿en el
54 Cfr. Gianni Vattimo, El fin de la modernidad, Barcelona, Gedisa, 1986, pág.
154.
55 Cfr. Jean Francois Lyotard, La posmodernidad, Barcelona, Gedisa, 1999,
pág. 31.
56 Juan Pablo II, Fides et Ratio, nº 83.
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orden religioso significa que todas las religiones son caminos alternativos
para la salvación?’ La respuesta a estos interrogantes es no.
Al respecto dice el Cardenal Ratzinger: “Antes de tratar de llegar
a alguna conclusión, quisiera transitar brevemente por la senda
en la que acabo de adentrarme. A mi entender, hoy la
interculturalidad es una dimensión imprescindible de la discusión en
torno de cuestiones fundamentales de la naturaleza humana, que no
puede dirimirse únicamente dentro del cristianismo ni de la tradición
racionalista occidental. Es cierto que ambos se consideran, desde su
propia perspectiva, fenómenos universales, y lo son quizá también de
iure (de derecho); pero de facto (de hecho) tienen que reconocer que
sólo son aceptados en partes de la humanidad, y sólo para esas partes
de la humanidad resultan comprensibles. Con todo, el número de
las culturas en competencia es en realidad mucho más limitado de lo
que podría parecer (...) yo hablaría de la necesidad de una relación correlativa
entre razón y fe, razón y religión, que están llamadas a depurarse
y redimirse recíprocamente, que se necesitan mutuamente y
que deben reconocerlo frente al otro. Esta regla básica debe concretarse
en la práctica dentro del contexto intercultural de nuestro presente.
Sin duda, los dos grandes agentes de esa relación correlativa
son la fe cristiana y la racionalidad secular occidental. Esto puede y
debe afirmarse sin caer en un equivocado eurocentrismo. Ambos determinan
la situación mundial en una medida mayor que las demás
fuerzas culturales. Pero eso no significa que las otras culturas puedan
dejarse de lado como una especie de quantité négligeable”57.
En cuanto a la racionalidad secular, podemos decir que lo que tiene
de unidad y universalidad le viene de la deformación de una verdad
cristiana, de la pretendida sustitución del Logos divino
trascendente por la Ratio humana autónoma e inmanente reeditando
el pecado del hombre adámico que pretende ser Dios, robando el “fuego
sagrado” del “bien” y del “mal”, de la “vida” y la “muerte”, cuan
nuevo Prometeo, desconociendo que solamente nos divinizamos por
herencia y no por usurpación (por la redención de Cristo nos hacemos
hijos de Dios).
57 Joseph Ratzinger, “Las bases morales prepolíticas del Estado Liberal”. Debate
con Jürgen Habermas, Academia de Baviera, enero 2004, publicado por La Nación,
14 de mayo de 2005.
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Por su parte respecto a la fe cristiana, si bien de hecho, la Iglesia
Católica no es universalmente reconocida, pues hay un pluralismo
religioso de facto; de derecho es universal y es la única Iglesia que de
iure constituye camino auténtico de salvación58, porque es la única
que descubre el misterio profundo del hombre que solamente se esclarece
en el misterio del verbo encarnado59. Donde el orden natural
como orden creado se extiende en un orden de la gracia que sana (el
desorden producido por la “ley” de la concupiscencia o pecado,
inscripta en nuestra naturaleza caída y que Santo Tomás llamaba la
“ley” de Fomes) y eleva a un orden sobrenatural que es el único y verdadero
fundamento, incluso del propio orden natural, pues como dice
Chestertón: “Quitad lo sobrenatural y solo quedará lo que no es natural”.
Por eso la ley moral natural se extiende y plenifica en la ley del
Espíritu, por la cual en lenguaje paulino dejamos el hombre viejo somático
para transformarnos en un hombre nuevo pneumático. Así el
hombre solo se realiza en Cristo, o sea, la antropología se extiende y
se entiende en y desde la Cristología.
III. Conclusión
De esta manera se rompe –como dice Mons. Zecca– el falso dilema
del iluminismo: o Dios o el hombre60, pues solo podemos entender
el misterio del hombre y de su naturaleza, en tanto lo consideremos
como ser creado y redimido por Dios. Sartre por la vía de la negación,
sin quererlo lo confirma, al sostener que no hay esencia, ni naturaleza
humana, porque no existe Dios para concebirla61. En el mismo sentido
Dostoiewsky en “los hermanos Karamasov dice : “Todo está
permitido si Dios no existe”62. Y esto es verdad, pero también es verdad
(como dice Santo Tomás), que Dios existe, o más bien ES, luego
hay esencia, hay naturaleza, hay verdad y hay ley. En última instan-
58 Cfr. Dominus Iesus, nº 4 y 22.
59 Cfr. Gaudium et Spes, nº 22.
60 Alfredo Zecca y otros, Recrear el humanismo cristiano, Buenos Aires, San Pablo,
2005, pág. 26.
61 Cfr. El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires, Ediciones del 80,
pág. 16.
62 F. Dostoiewsky, Les fréres Karamasov, Paris, Baudelaire, 1965, p. 279.
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cia, el problema que enfrenta el hombre actual (ustedes y yo), es la
búsqueda de un fundamento, o en el paradójico absolutismo del
relativismo que lleva a la disolución y a la nada o en el único fundamento
absoluto de todo lo que existe, de lo que el hombre es y de lo
que debe ser: Dios (Creador y Redentor) que por el contrario nos lleva
a la vida verdadera
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