modificado muy poco y que forman un solo género; pero este género,
aunque muy aislado, ocupará todavía su propia posición intermedia. La
representación de los grupos, tal como se da en el cuadro, sobre una su-
perficie plana es demasiado simple. Las ramas tendrían que haber diver-
gido en todas direcciones. Si los nombres de los grupos hubiesen sido es-
critos simplemente en serie lineal, la representación habría sido todavía
menos natural, y evidentemente es imposible representar en una serie o
en una superficie plana las afinidades que descubrimos en la naturaleza
entre los seres del mismo grupo. Así, pues, el sistema natural es genealó-
gico en su ordenación, como un árbol genealógico; pero la cantidad de
modificación que han experimentado los diferentes grupos no pueden
expresarse distribuyéndolos en los que se llaman géneros, sublanzilias,
familias, secciones, órdenes y clases.
Valdría la pena de explicar este modo de considerar esta clasificación
tomando el caso de las lenguas. Si poseyésemos una genealogía perfecta
de la Humanidad, el árbol genealógico de las razas humanas nos daría la
mejor clasificación de las diferentes lenguas que hoy se hablan en todo el
mundo, y si hubiesen de incluirse todas las lenguas muertas y todos los
dialectos intermedios que lentamente cambian, este ordenamiento sería
el único posible. Sin embargo, podría ser que algunas lenguas antiguas
se hubiesen alterado muy poco y hubiesen dado origen a un corto núme-
ro de lenguas vivas, mientras que otras se hubiesen alterado mucho, de-
bido a la difusión, aislamiento y grado de civilización de las diferentes
razas codescendientes, y de este modo hubiesen dado origen a muchos
nuevos dialectos y lenguas. Los diversos grados de diferencia entre las
lenguas de un mismo tronco tendrían que expresarse mediante grupos
subordinados a otros grupos; pero la distribución propia, y aun la única
posible, sería siempre la genealógica, y ésta sería rigurosamente natural,
porque enlazaría todas las lenguas vivas y muertas mediante sus mayo-
res afinidades y daría la filiación y origen de cada lengua.
En confirmación de esta opinión echamos una ojeada a la clasificación
de las variedades que se sabe o se cree que descienden de una sola espec-
ie. Las variedades se agrupan dentro de las especies y las subvariedades
dentro de las variedades, y en algunos casos, como en el de la paloma
doméstica, en otros varios grados de diferencia. Al clasificar las especies,
se siguen casi las mismas reglas. Los autores han insistido acerca de la
necesidad de agrupar las variedades según un sistema natural, en lugar
de hacerlo según un sistema artificial; estamos prevenidos, por ejemplo,
para no clasificar juntas dos variedades de ananaes, simplemente porque
su fruto, a pesar de ser la parte más importante, ocurra que sea casi
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idéntico. Nadie coloca juntos el colinabo y el nabo de Suecia, aun cuando
sus raíces gruesas y comestibles sean tan parecidas. Una parte, cualquie-
ra que sea, que se ve que es muy constante se emplea para clasificar las
variedades; así, el gran agricultor Marshall dice que los cuernos son úti-
les para este fin en el ganado vacuno porque son menos variables que la
forma o el color del cuerpo, etc., mientras que en los carneros los cuernos
son menos útiles para este objeto, por ser menos constantes. Al clasificar
las variedades observo que, si tuviésemos una genealogía verdadera, la
clasificación genealógica sería universalmente preferida, y ésta se ha in-
tentado en algunos casos: podemos estar seguros de que -haya habido
poca o mucha modificación- el principio de la herencia tiene que mante-
ner juntas las formas que sean afines en el mayor número de puntos. En
las palomas volteadoras, aun cuando algunas de las subvariedades difie-
ren en el importante carácter de la longitud del pico, sin embargo, todas
están unidas por tener la costumbre de dar volteretas; pero la raza de ca-
ra corta ha perdido esta costumbre por completo o casi por completo; a
pesar de lo cual, sin reparar en este punto, estas volteadoras se conser-
van en el mismo grupo, por ser consanguíneas y parecidas por otros
conceptos.
Por lo que se refiere a las especies en estado natural, todos los natura-
listas han introducido de hecho la descendencia en sus clasificaciones;
pues en el grado inferior, el de la especie, incluyen los dos sexos, y todo
naturalista sabe lo enormemente que difieren éstos a veces en caracteres
importantisimos; apenas puede enunciarse un solo carácter común a los
machos adultos y a los hermafroditas de ciertos cirrípedos y, sin embar-
go, nadie sueña en separarlos. Tan luego como se supo que las tres for-
mas de orquídea Monachanthus, Myanthus y Catasetum, que anterior-
mente se habían considerado como tres géneros distintos, eran produci-
das a veces en una misma planta, fueron consideradas inmediatamente
como variedades, y actualmente he podido demostrar que son las formas
masculina, femenina y hermafrodita de la misma especie. El naturalista
incluye dentro de una especie los diferentes estados larvales de un mis-
mo individuo, por mucho que puedan diferir entre sí y del individuo
adulto, lo mismo que las llamadas generaciones alternantes de Steens-
trup, que sólo en un sentido técnico pueden ser considerados como el
mismo individuo. El naturalista incluye en la especie los monstruos y las
variedades, no por su semejanza parcial con la forma madre, sino porque
descienden de ella.
Como el criterio de descendencia ha sido universalmente empleado al
clasificar juntos los individuos de una misma especie, aun cuando los
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