Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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rativos. Se dice que había cien mil soldados en pie de guerra contra Sila el día que desembarcó, y después se debieron reunir hasta el doble.SITUACIÓN CRÍTICA DE SILA. SU MODERACIÓNContra estas fuerzas, Sila no podía poner en el otro platillo de la balanza nada más que sus cinco legiones, o sea, apenas unos cuarenta mil hombres entre los que ya estaban los pocos refuerzos que había podido recoger en Macedonia y en el Peloponeso. Pero este ejército se había desligado por completo de la política durante los siete años de cruda guerra en Italia, en Grecia y en Asia: era completamente de su general, quien cerraba los ojos a todos los excesos del soldado, ya fuesen de lujuria, bestialidad, y aun asesinato de sus oficiales. En efecto, no le exigía nada más que ser valiente y fiel, y le ofrecía a cambio fabulosas recompensas. Tenía por Sila esa adhesión entusiasta tanto más poderosa en el militar, cuanto que ordinariamente nace de las pasiones más nobles y más vulgares reunidas en un mismo pecho. Los silanos se juraron espontáneamente sostenerse los unos a los otros, según el uso del soldado roma'no, y espontáneamente también cada cual entregó sus ahorros a su general para contribuir a los gastos de la guerra. Pero por imponente que fuese aquel ejército compacto frente a las masas enemigas, Sila sabía que no podía vencer a Italia con cinco legiones, por poca unidad que hubiese en la resistencia. Sin duda, nada era más fácil que abatir el partido popular y a sus miserables autócratas, pero al lado de este partido veía levantarse y hacer causa común con él al inmenso ejército de los que odiaban el terror de una restauración oligárquica, y a todos los nuevos ciudadanos. Aquí estaban incluidos tanto aquellos a quienes la Ley Julia había disuadido de entrar en la insurrección italiana, como quienes con su le­vantamiento habían colocado poco antes a Roma a dos pasos de la ruina. Veía y apreciaba claramente la situación, y sabía librarse de la cólera ciega y del tenaz egoísmo que eran la llaga de la mayoría de su partido. Ni el incendio del edificio del Estado, ni el asesinato de sus amigos, ni la destrucción de sus casas, ni su familia expulsada y errante, nada le había hecho abandonar su puesto antes de tiempo, antes de haber vencido al enemigo de la patria y preservado la frontera del Imperio. En la actualidad, al poner mano en los asuntos de Italia lo hacía con el mismo338

VJ 0*SJ,i .,/.' CINAYSILAsentido patriótico y la misma moderación prudente. Hizo lo que pudo por calmar a los moderados y a los ciudadanos nuevos, y para impedir la re­producción, con el nombre de guerra civil, de la mucho más peligrosa ira de los antiguos ciudadanos y de los aliados itálicos. Su primer mensaje al Senado no había pedido más que derecho y justicia, y expresamente había rechazado el pensamiento de un nuevo terror. Consecuente consigo mismo, ofrecía el perdón a todo el que se desligase de los revolucionarios e hizo que sus soldados prometiesen, jurando uno por uno, que tratarían a los italianos como a compatriotas y amigos. Por el contrario, luego de haber garantizado con las seguridades más positivas a los nuevos ciuda­danos el mantenimiento de sus derechos políticos, Carbón quiso reclamar rehenes a todas las ciudades. Sin embargo, se indignaron y el Senado mismo censuró al cónsul. Respecto de Sila, la gran dificultad consistía en que en aquellos tiempos sin fe y sin ley, aun no poniendo en duda la lealtad de sus intenciones, los ciudadanos tenían sus fundamentos como para dudar de que pudiese obtener que la mayoría del Senado cumpliese lo ofrecido después de la victoria.SILA DESEMBARCA EN ITALIA. LO REFUERZAN SUS PARTIDARIOS Y NUMEROSOS TRÁNSFUGAS. POMPEYOEn la primavera del año 671, Sila desembarcó en Brindisi con sus legiones. Ante esta noticia, el Senado declaró que la patria estaba en peligro y confirió a los cónsules poderes ilimitados. Pero los jefes del partido, incapaces e ineptos, no supieron prever nada, y la llegada de Sila vino a sorprenderlos, después de que hacía un año que lo estaban esperando. El ejército permaneció estacionado en Ariminum y los puertos quedaron desguarnecidos: en todo el litoral del sudoeste no había un solo soldado. Por tanto, ¿qué podía suceder? Brindisi, la importante plaza de Brindisi, poblada de ciudadanos nuevos, fue la primera que abrió sus puertas sin resistencia al general de la oligarquía; toda la Mesapia y toda la Apulia siguieron su ejemplo. El ejército de Sila atravesó estas regiones como país amigo y observando la más severa disciplina, según el juramento pres­tado. De todas partes acudían a su campamento los restos del partido de los optimates. Quinto Mételo abandonó los montañosos desfiladeros de la Liguria adonde había ido a refugiarse desde África, y en calidad de colega339

de Sila volvió a desempeñar las funciones de procónsul que se le habían conferido en el año 667, y de las que lo había desposeído la revolución. También Marco Craso acudió desde África con algunos hombres arma­dos. Pero, por regla general, los optimates se presentaban en calidad de emigrados ilustres con muchas pretensiones y con pocas ganas de pelear, y tuvieron que oír el enérgico lenguaje de Sila contra todos aquellos nobles holgazanes que aspiraban a que se los salvase a ellos por interés de la República, pero que no hubieran permitido que se armase ni siquiera a uno de sus esclavos. Otros tránsfugas más importantes se presentaron en el campamento, procedentes del de los demócratas. Citaremos al ilustre y astuto Lucio Filipo, el único consular de algún mérito que pactó con el gobierno revolucionario y ocupó durante este tiempo algunas funciones públicas. Sila le hizo una excelente acogida, y le dio la honrosa y fácil misión de recobrar la Cerdeña. Recibió también a Quinto Lucrecio Ofela y a otros buenos oficiales, a quienes confió inmediatamente determina­dos puestos en sus filas. Aún hay más, hasta Publio Cetego, uno de los senadores desterrados por él después de los motines sulpicianos, obtuvo ahora su perdón y un empleo en el ejército. Pero lo que proporcionó a Sila una ventaja mucho más importante que todas estas adhesiones individuales fue la que le procuró el hijo de Estrabón, el joven Gneo Pompeyo (me refiero a la sumisión del Picenum). Al igual que su padre, no tenía estrechos lazos con la oligarquía y así había reconocido al gobierno de la revolución y ocupado un puesto en el ejército de Ciña. Sin embargo, no se olvidó la conducta de Estrabón, ni la guerra que había hecho a los revolucionarios, y se hizo sufrir grandes apuros a su hijo, quien se vio amenazado hasta de la pérdida de su gran fortuna, a con­secuencia de una demanda de restitución del botín de Asculum, botín que, con razón o sin ella, se había acusado a Estrabón de haber malver­sado. Una condena de esta naturaleza lo hubiese arruinado por completo, pero fue impedida por la intervención protectora del cónsul Carbón, mucho más que por la elocuencia del consular Lucio Filipo y del joven Lucio Hortensio. Desde entonces, un odio profundo se apoderó del corazón de Pompeyo. A la nueva del desembarco de Sila, corrió al Picenum, donde era un gran propietario y tenía grandes relaciones en las ciudades a partir del mando de su padre y después de la guerra social. Levantó en Osimo la bandera de la facción de los optimates. Todo el país, habitado en su mayor parte por ciudadanos antiguos, se puso a sus ór340

CIÑA Y SILAdenes, y así también lo hicieron las milicias jóvenes que habían servido con él bajo el mando de su padre. No tenía más que veintitrés años, pero era un soldado tan bravo como capitán inteligente; muchas veces se lo había visto en las cargas de caballería ir a la cabeza de las secciones y precipitarse espada en mano en medio de las filas enemigas. El cuerpo de los voluntarios picentinos aumentó rápidamente, y en poco tiempo se formaron tres legiones. Desde Roma se enviaron contra él algunas di­visiones a las órdenes de Clelio, de Cayo Albio Carrinas y de Lucio Junio Bruto Damasipo.3 Sin embargo, el general improvisado supo sacar partido de las divisiones existentes entre ellos; de esta forma se les escapó, o los batió aisladamente, y finalmente pudo efectuar su unión con el ejército de Sila, probablemente en Apulia. Sila lo saludó con el título de imperaior, título perteneciente solo al general, al colega colocado no bajo sus órdenes, sino a su lado; lo colmó de honores, y le tuvo más consideraciones que a todos sus ilustres clientes, con la marcada intención de dar una lección, indirecta pero ruda, a la pusilanimidad de su propio partido.SILA EN CAMPANIA CONTRA NORBANO Y ESCIPIÓNVICTORIA SOBRE NORBANO AL PIE DEL TIFATA. SE PASAA SILA EL EJÉRCITO DE ESCIPIÓNLa adhesión de Pompeyo les había llevado un gran apoyo moral y un refuerzo material, de forma tal que Sila y Mételo abandonaron la Apu­lia y se trasladaron a Campania por el país de los samnitas, siempre en estado de insurrección. Ya se encontraba allí el enemigo con su principal cuerpo de ejército; parecía que se acercaba el día decisivo. El ejército del cónsul Norbano estaba situado junto a Capua, donde se estaba fundando la nueva colonia con todo el aparato democrático, en tanto el segundo ejército avanzaba también por la vía Apia. Pero Sila había alcanzado a Norbano antes de que se uniesen ambos ejércitos. Un último ensayo de arreglo solo había dado por consecuencia un atentado contra la persona de su enviado. Sus soldados, exasperados, se arrojaron inmediatamente sobre Norbano. Se precipitaron desde lo alto del monte Tifata y dispersaron al primer choque al enemigo, situado en la llanura. Norbano Se refugió con el resto de sus tropas en la plaza de Capua, colonizada revolucionariamente, y en Ñapóles, ciudad recientemente admitida al

derecho cívico de Roma. También allí fue bloqueado. Las tropas de Sila, inquietas hasta entonces por su pequeño número frente a las masas enemigas, habían adquirido con la victoria el sentimiento de su supe­rioridad militar. Sin pararse a sitiar los restos del ejército derrotado, Sila se contentó con cercar las ciudades donde se habían refugiado, y avanzó enseguida por la vía Apia hasta Teanum, donde se encontraba Escipión. También a él le ofreció la paz, y creo que de buena fe, antes de venir a las manos. Como Escipión se vio más débil, la aceptó y se concluyó la tregua. La entrevista de los dos generales, ambos pertene­cientes a familias nobles, de educación y costumbres elegantes, y antiguos colegas en el Senado, se verificó entre Cales y Teanum. Se entendieron pronto sobre los puntos de detalle, y ya Escipión había mandado un mensaje a Capua, solicitando el acuerdo de su colega, cuando he aquí que de repente se reúnen los soldados de ambos campamentos. Los silanos, enriquecidos con el oro que les había distribuido su general, hicieron comprender con la copa en la mano a los reclutas poco belicosos de Escipión que más valía tenerlos por camaradas que por enemigos. En vano Sertorio le dice al cónsul que es necesario poner coto a aquella intimidación. Entre tanto, el acuerdo que parecía ser ya un hecho*no pudo verificarse, y Escipión denunció el armisticio. Sila sostuvo que la denuncia era tardía, y que el convenio era perfecto, y en el mismo instante, con el pretexto de que su general rompía injustificademente el armisticio, se pasaron los soldados en masa a las filas del enemigo. La escena terminó con un abrazo universal que presenciaron los oficiales del ejército de la revolución, de buena o mala gana. Sila intimó al cónsul a dimitir su cargo, a la vez que le ofrecía a él y a su estado mayor una escolta de caballería para marcharse a donde quisieran. Pero apenas se vio libre, Escipión volvió a tomar las insignias de cónsul y se puso a reclutar gente, sin hacer nada que valiese la pena. Sila y Mételo establecieron sus cuarteles de invierno en Campania, y ante el fracaso de una segunda tentativa de arre­glo con Norbano, continuaron todo este tiempo bloqueando Capua.ARMAMENTOS POR AMBAS PARTESLa primera campaña había hecho a Sila dueño de Apulia, del Picenum y de Campania. Uno de los ejércitos consulares había desaparecido y el342

CIÑA Y SILAotro se había refugiado dentro de los muros de una plaza después de| derrotado. Obligadas a elegir entre dos señores, todas las ciudades italianasentraban en negociaciones con él, y pedían al general de la oligarquía,I por tratados separados y en buena forma, la garantía de los derechospolíticos que les había otorgado la facción contraria. Sila iba entretenién1; dolas en su esperanza y les mostraba en perspectiva la destrucción deli; gobierno y su entrada en Roma en la próxima campaña.Pero la revolución parecía sacar nuevas fuerzas de su desesperación. Se dio el consulado a dos de los jefes más tenaces, a Carbón y a Mario el Joven. Este no tenía más que veinte años, y su nombramiento era an­ticonstitucional; pero ¿qué importa? ¿Habían de cuidarse ahora de la constitución? Quinto Sertorio se permitió en esta ocasión, como en otras tantas, críticas importunas; así que fue enviado a reclutar gente a Etruria, y desde allí a su provincia de España. Para llenar las arcas del Tesoro fundió los vasos de oro y plata que había en los templos de Roma. De ellos debieron sacarse valores enormes, porque después de muchos meses de guerra aún quedaban en las cajas catorce mil libras de oro y seis mil de plata. Se hicieron nuevos armamentos en la parte de Italia que, de buen grado o por la fuerza, continuaba perteneciendo a la revolución. De Etruria, donde eran numerosas las ciudades recientemente admitidas al derecho cívico, y de las orillas del Po llegaban refuerzos considerables de tropas. Al llamamiento del hijo, los veteranos de Mario vinieron en masa a colocarse bajo sus banderas. Pero en el Samnium y en algunas regiones de Lucania fue donde se prepararon con más ardor ¡para la lucha contra Sila; y no porque los pueblos de estas regiones sintiesen el menor apego al gobierno revolucionario, sino porque sabían perfectamente la suerte que les esperaba con Sila y con la restauración. Su independencia actual, tolerada por la debilidad del gobierno, iba a •correr nuevos peligros. Más valía pelear contra Sila; y en esta lucha reapareció otra vez el viejo antagonismo de los sabelios contra los latinos. La guerra se hizo nacional entre el Lacio y el Samnium, ni más ni menos que en el siglo V. La cuestión no era la mayor o menor suma de derechos políticos; eran los antiguos odios de pueblo a pueblo que se agitaban para exterminar a su adversario. Los combates revistieron un carácter muy diferente del que hasta ahora habían tenido: nada de acomodamientos mi de cuartel dado o recibido; la persecución se llevó hasta sus últimos i dimites. De este modo, la campaña del año 672 comenzó por ambas partes343

con batallones reforzados y con mucho más ardor. La revolución había quemado sus naves, y a propuesta de Carbón los comicios condenaron a todos los senadores residentes en el campamento de Sila. Este se calló: sus adversarios habían pronunciado su propia sentencia.SILA EN EL LACIO CONTRA MARIO EL JOVEN. VICTORIA ; DEL PUERTO SAGRADO. NUEVAS PROSCRIPCIONES EN ROMAEl ejército de los optimates se dividió en dos cuerpos. El procónsul Mételo intentó penetrar en la alta Italia, apoyado en la insurrección del Picenum, mientras que Sila marchó directamente sobre Roma. Carbón fue al encuentro de Mételo, y Mario se reservó atacar en el Lacio el cuerpo principal. Caminando Sila por la vía Latina, encontró al enemigo en Signia. Este retrocedió hasta el lugar llamado Puerto Sagrado (Sacriportus), entre esta ciudad y Preneste, que era la principal plaza de armas de los marianistas, y se dispuso para el combate. El ejército de Mario constaba de cuarenta mil hombres; y si bien la feroz bravura de su jefe lo hacía digno hijo de su padre, no tenía a sus órdenes las aguerridas huestes que el otro Mario había conducido a los combates. Por otra parte, por su juventud e inexperiencia tampoco podía compararse con el viejo capitán. Sus soldados no tardaron en replegarse, y acabó de decidir la batalla la traición de una de sus divisiones, que en lo más recio de la pelea se pasó al enemigo. Más de la mitad de los marianistas fueron muertos o hechos prisioneros; y el resto, que no pudo resistirse ni ganar el otro lado del Tíber, entró a duras penas en la fortaleza vecina. En cuanto a Roma, abandonada y sin provisiones, estaba irremisiblemente perdida. Mario ordenó al pretor Damasipo, que mandaba en ella, que evacuase la ciudad, pero que antes asesinase a todos los hombres del partido contrario, que hasta entonces habían sido perdonados. La atroz proscrip­ción, por la que el hijo superaba al padre, fue inmediatamente consumada. Damasipo convocó al Senado bajo un pretexto cualquiera, y cayeron todos los proscriptos, unos en la curia y otros afuera, en la huida. A pesar de toda la sangre vertida en los últimos años, los asesinos todavía pudieron ejercer su oficio sobre más de un hombre ilustre. Así murieron el ex edil Publio Antistio, suegro de Gneo Pompeyo, y el ex pretor Cayo Carbón, hijo del amigo y después adversario de Cayo Graco. Ambos344

CIÑA Y SILAhabían sido, después del fin trágico de otros personajes más elocuentes, los dos abogados que más gustaban en el Forum, que desde ahora quedó casi desierto. Citemos también al consular Lucio Domicio, y sobre todo al venerable Quinto Escévola, el gran pontífice, que había escapado poco tiempo atrás al puñal de Fimbria, y que en esta convulsión final de la revolución marianista enrojeció con su sangre las losas del templo de Vesta, confiado a su custodia. La muchedumbre muda y espantada vio arrastrar por las calles y arrojar al río los cadáveres de estas últimas víctimas del terrorismo.SITIO DE PRENESTE: TOMA DE ROMALas tropas de Mario se habían replegado desordenamente a las fortalezas vecinas de Norba y de Preneste; y él mismo, con su caja militar y la mayor parte de los fugitivos, se había refugiado en esta última plaza. Sila repitió la operación del año precedente delante de Capua, y dejó sitiando a Preneste a uno de sus más bravos oficiales, a Quinto Ofela, con orden de cerrar la plaza con una fuerte línea de circunvalación sin gastar sus fuerzas en dar asaltos a las murallas. En lo que a él respecta, hizo que sus tropas avanzasen por diversos puntos y ocupó Roma sin resistencia. El enemigo la había abandonado así como los demás puntos comarcanos. Apenas si tuvo tiempo de calmar con un discurso la alarma del pueblo y prescribir el arreglo de las cosas más indispensables, pues partió inmediatamente para Etruria con el fin de reunirse allí con Mételo y arrojar de la Italia del Norte a sus adversarios.LUCHA DE MÉTELO CONTRA CARBÓNEN LA ALTA ITALIA. CARBÓN ATACADO POR TRES LADOSEN ETRURIA. COMBATES ALREDEDOR DE PRENESTEEntre tanto Mételo había tenido un encuentro con Carrinas, lugarteniente Ge Carbón, cerca del Esino (entre Ancona y Sinigaglia), lugar que sepa­raba al Picenum del país galo, y lo había derrotado. Pero como el mismo Carbón había llegado con su ejército, que era superior en número, no había podido pasar adelante. Por su parte Carbón, inquieto por sus345

comunicaciones, a la nueva del combate de Sacriportus había retrocedido hasta la calzada Flaminia, con la idea de apoyarse en Ariminum, su punto de unión. Desde allí se guardaban a la vez los pasos del Apenino y el valle del Po. En su movimiento de retirada, sin embargo, su enemigo le arrebató muchas divisiones: Sena Gálica cayó en poder de Pompeyo, y la retaguardia fue dispersada por una brillante carga de caballería. No por esto Carbón dejó de conseguir su objeto. El consular Norbano tomó entonces el mando en la región del Po, y Carbón pasó a Etruria. Pero Sila llegaba entonces allí con sus legiones victoriosas, y, lo que cambiaba todavía más el aspecto de las cosas, hacia aquel punto convergían tres ejércitos para darse la mano: el de la Galia, el de Umbría y el de Roma. Además, Mételo pasó con la escuadra por delante de Ariminum, se di­rigió sobre Rávena y fue a colocarse en Favencia, en la línea que va de Ariminum al Po, y desde allí destacó hacia Placencia una división mandada por Marco Lúculo, cuestor de Sila y hermano de su almirante en tiempos de la guerra de Mitrídates. El joven Pompeyo y Craso, su rival, también penetraron en la Umbría desde el Picenum, por los desfiladeros de las montañas, y llegaron a Espoleta, donde derrotaron a Carrinas y lo en­cerraron en la plaza. Pero durante una noche lluviosa Carrinas se escapó y fue a reunirse con su general en jefe, aun cuando había perdido mucha gente. Por último, Sila marchó desde Roma sobre la Etruria, dividiendo su ejército en dos cuerpos. Uno marchó por la costa y batió las tropas que encontró en Saturnia; el otro, conducido por Sila, fue contra Carbón, y encontró y batió a la caballería española en el valle del Clanis. Otra batalla más importante se empeñó entre los dos ejércitos mandados en persona por Carbón y Sila en el país de Clusium. La victoria quedó indecisa o, mejor dicho, la obtuvo Carbón, puesto que detuvo la marcha triunfante de su adversario. También en las inmediaciones de Roma parece que la suerte había cambiado en favor de los revolucionarios. Aquí es quizá donde va a reconcentrarse ahora la fuerza de la guerra. Mientras que el partido oligárquico había acumulado sus fuerzas en Etruria, la democracia se había esforzado por levantar el bloqueo de Preneste. Hasta el pretor de Sicilia, Marco Perpena, vino en socorro de la plaza; sin embargo, parece que no pudo llegar hasta sus muros. No fue más afortunada una considerable división destacada del ejército de Carbón, bajo las órdenes de Marcio. Sorprendida por un destacamento Silano, situado en Espoleta, batida y desmoralizada, se dispersó por completo.346

CIÑA Y SILAUna parte de ella volvió a unirse con Carbón, otra se refugió en Ariminum, y el resto desertó. Pero he aquí que llegan de la Italia del Sur grandes refuerzos. Los samnitas, conducidos por Poncio de Telesia, y los lucanios, por su viejo y hábil general Marco Lamponio, se abrieron camino a través de todos los obstáculos. Pasaron por Campania, donde Capua continuaba todavía resistiéndose, tomaron de la guarnición de la ciudad un desta­camento mandado por Gutta, y se presentaron delante de Preneste siendo unos setenta mil hombres. Sila volvió inmediatamente al Lacio, dejando previamente una división que hiciese frente a Carbón y lo detuviese. Tomó después posiciones en los desfiladeros delante de Preneste,4 y cerró el paso al ejército auxiliar. En vano los defensores de la plaza intenta­ron romper las líneas de Ofela; y en vano los aliados quisieron desalojar a Sila. Ambos permanecieron inquebrantables en sus posiciones, aun después de haber llegado Damasipo, enviado por Carbón para reforzar a los italianos del sur.TRIUNFO DE LOS SILANOS EN LA ALTA ITALIAPero mientras la guerra era encarnizada, y la victoria era insegura en Etruria y en el Lacio, en el Po se había librado un combate decisivo. Aquí, el general demócrata Cayo Norbano había llevado siempre ventajas sobre su enemigo, atacando con fuerzas superiores a Marco Lúculo, lugarte­niente de Mételo, y obligándolo a encerrarse en Plasencia. Por último fue al encuentro de Mételo y lo halló en Favencia, pero cometió la falta de atacarlo por la tarde, a pesar de la fatiga de sus soldados, agobiados por una larga marcha. En consecuencia, fue completamente derrotado y disuelto su ejército, del cual volvieron apenas mil hombres a Etruria. Ante esta nueva Lúculo salió de Plasencia y se arrojó sobre las tropas colocadas aún en Fidencia (entre Plasencia y Parma). Los soldados lucanios de Albinovano desertaron en masa, pero como su jefe quería que olvidasen que había vacilado en ser traidor, hizo asesinar a los oficiales revolucio­narios en un banquete al que los había invitado. A raíz de esto los demás se apresuraron a hacer la paz. Como consecuencia de estos prósperos sucesos, cayeron en poder de Mételo Ariminum, la caja militar y las Provisiones del enemigo. Norvano se embarcó y huyó a Rodas, y todo el país entre los Alpes y el Apenino se sometió a los optimates.347


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