Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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ETRURIA OCUPADA POR LOS SILANOS. ATACAN ROMALOS SAMNITAS Y LOS DEMÓCRATAS. BATALLA DE LA PUERTACOLINA. DEGÜELLO DE LOS PRISIONEROSLas tropas distraídas hasta ahora en el norte de Italia quedaban al fin libres para venir contra Etruria, último país donde los demócratas sostenían todavía la campaña. Carbón estaba en su campamento de Clusium; al saber la fatal nueva, se desanimó por completo. Y, aunque todavía estaba a la cabeza de un poderoso ejército, huyó secretamente de su tienda y fue a embarcarse para África. Sus soldados, abandonados, siguieron unos su ejemplo y se marcharon a su casa; los demás fueron destruidos por Pompeyo. Carrinas reunió algunos restos con los cuales fue a unirse al ejército aliado de Preneste. Aquí continuaban las cosas en el mismo estado, pero se aproximaba la catástrofe final. El refuerzo llevado por Carrinas no era tan numeroso que Sila pudiese temer en sus posiciones, pues además ya se aproximaba la vanguardia de las tropas de la oligarquía que habían abandonado la Etruria por no tener nada que hacer ya en ella. En pocos días los samnitas y los demócratas iban a quedar encerrados en un círculo de hierro. Fue entonces cuando los jefes decidieron dejar Preneste y arrojarse sobre Roma, que solo distaba una larga jornada. Militarmente la pérdida era evidente. Si tomaban esta dirección, dejaban en poder de Sila la vía Latina, que era su único punto de retirada; y si tomaban Roma, iban a quedar encerrados en la gran ciudad, que era poco a propósito para la defensa. Rodeados por los ejércitos de Mételo y de Sila, dos veces más grandes que el suyo, no tardarían en ser exterminados. Pero, lejos de pensar en su salvación, no pensaron más que en su venganza: marchar sobre Roma era un último placer para el furor de los revolucionarios y para la desesperación del pueblo sabélico. Poncio de Telesia manifestaba a los suyos todo lo que pensaba cuando les decía: "Para concluir con los lobos de la libertad italiana, es necesario destruir el bosque donde se refugian". Nunca Roma había corrido un peligro tan grande. El 1° de noviembre del año 672 desembocaron por la vía Latina Poncio, Lamponio, Carrinas y Damasipo, y acamparon a un cuarto de milla de la puerta Colina. La jornada iba a reproducir la de los galos del 20 de julio del año 365 (de Roma) o a anticipar la de los vándalos del 15 de junio del año 455 de la era cristiana. Habían llegado ya los tiempos en que no era una empresa temeraria348

VI OM1. CIÑA Y SILAintentar un golpe de mano sobre Roma; además, no faltaban a los agresores inteligencias y amigos en la ciudad. Un destacamento de voluntarios que salió de los muros, y que en su mayor parte eran jóvenes de familias distinguidas, se dispersó como menuda paja ante el hura­cán de los numerosos batallones del enemigo. No quedaba más esperanza de salvación que Sila. En efecto, al saber de la marcha de los aliados con dirección a Roma, se puso inmediatamente en movimiento para ir a proteger la ciudad. El pueblo se reanimó cuando a la mañana siguiente llegaron Balbo y los primeros caballeros. Al mediodía apareció el mismo Sila con el grueso de su ejército, al que colocó inmediatamente en orden de batalla delante de la puerta Colina (no lejos de la puerta Pía), cerca del templo de la Venus ericina. Sus oficiales lo conjuraban a no empeñar la batalla con soldados fatigados por una marcha forzada; pero él, temiendo por Roma los posibles sucesos de la noche, dio la señal del com­bate. La lucha fue empeñada y sangrienta. El ala izquierda, mandada por él mismo, retrocedió hasta el pie del muro de la ciudad, y fue necesario cerrar las puertas. Ya los fugitivos anunciaban a Ofelo que la batalla estaba perdida; pero Marco Craso, más afortunado, había rechazado con el ala derecha al enemigo, y al perseguirlo hasta Antemna dio lugar a que el ala izquierda se organizase y marchase de nuevo contra los aliados, una hora antes de que el sol se pusiese. Se luchó con igual valor durante toda la noche y la mañana siguiente, hasta que una división de tres mil hombres del ejército de los demócratas volvió sus armas contra los suyos. Esta traición acabó el combate; Roma se había salvado. Como no tenía retirada posible, el ejército insurrecto fue completamente aniquilado. Los prisioneros, en número de tres mil a cuatro mil, entre ellos Damasipo, Carrinas y Poncio, que había caído herido en manos de los legionarios, al tercer día fueron conducidos a la Villa publica del Campo de Marte, y allí fueron acuchillados todos por orden de Sila. Desde el inmediato templo de Belona, donde estaba reunido el Senado que el general había convocado, se oía el ruido de las espadas y los la­mentos de las víctimas. ¡Ejecución horrible e injustificada! Sin embargo, es verdad que los hombres que estaban sufriendo aquel suplicio se habían arrojado como bandidos sobre la ciudad de Roma, y, si el tiempo se lo hubiese permitido, todo lo habrían llevado a sangre y fuego.349

LOS SITIOS. PRENESTE, NORBA Y ÑOLALa guerra tocaba a su fin. l reconocer las cabezas de Carrinas y demás oficiales revolucionarios arrojadas por encima de los muros, la guar­nición de Preneste se rindió, pues esto les daba a conocer el éxito de la batalla de Roma. El cónsul Cayo Mario y el hijo de Poncio, que estaban al mando de la ciudad, habían intentado huir; pero como no lo consiguie­ron se mataron el uno al otro. La muchedumbre se dejó guiar, y Cétego la animaba, con la esperanza de obtener gracia delante del vencedor. Pero había pasado el tiempo de la gracia. Hasta el último instante Sila había perdonado a todo al que a él se había acercado; pero, después de su victoria, se mostró inflexible con los jefes o con las ciudades que no habían querido ceder. En Preneste había doce mil prisioneros: las mujeres, los niños, la mayor parte de los romanos y algunos prenestinos obtuvieron su libertad; pero los antiguos senadores de Roma, casi todo el pueblo de la ciudad, y todos los samnitas fueron desarmados y pasados por las armas. Preneste luego fue entregada al más horroroso saqueo. Después de tales rigores, las ciudades que luchaban no tenían más remedio que oponer una resistencia desesperada. En Norba, donde Emilio Dépido penetró por traición, los habitantes incendiaron sus casas y se mataron unos a otros, quitando así a sus verdugos el placer de la venganza y el botín. En la baja Italia ya había caído Ñapóles, y Capua tenía abiertas sus puertas. Sin embargo los samnitas no evacuaron Ñola hasta el año 674. En su retirada, perdieron al último de los grandes y famosos jefes de la insu­rrección, a Cayo Papio Mutilo, cónsul en el año 664, tan lleno de espe­ranzas. Rechazado por su mujer, en cuya casa entró disfrazado para hallar en ella un último asilo, se arrojó sobre su espada en Teanum, delante de la puerta de su misma casa.VOLATERRARespecto del Samnium, el dictador había declarado que Roma no reposaría mientras subsistiese el pueblo samnita, y que era necesario que desapareciese su nombre de la faz de la tierra. Y así como en Roma y en Preneste los cuerpos de los cautivos asesinados acreditaban que su palabra era una realidad, así lo veremos emprender en persona una35<>



VI OJMS;.' CIÑA Y SILAcampaña de devastación, apoderarse de Esernia, y convertir en desierto aquel país floreciente y poblado que no volverá a levantarse jamás. Por entonces, Tuder (Todi, cerca del Tíber) también era tomada por asalto por Marco Craso. En Etruria, Populonium se defendió por más tiempo, y lo mismo hizo la inexpugnable Volaterra, donde se habían rearmado los restos de la antigua facción para conformar unas tres legiones. El sitio duró dos años, primero dirigido por el mismo Sila y después por el ex pretor Cayo Carbón, hermano del cónsul demócrata. Solo en el curso del tercer año, después de la batalla de la puerta Colina (año 675), es cuando capituló la guarnición con el acuerdo del vencedor de garantizar a todos sus vidas. Pero en este siglo espantoso, donde no había derecho de guerra ni disciplina militar, los soldados gritaron traición y apedrearon a sus generales por ser demasiado compasivos. Una división de caballería, enviada por el gobierno de Roma, alcanzó en el camino a los desgraciados defensores de la ciudad y los acuchilló. El ejército victorioso fue acantonado en toda Italia: se puso una guar­nición fuerte en todas las plazas poco seguras, y la mano de hierro de los oficiales silanos ahogó poco a poco los últimos alientos de la opo­sición nacional o revolucionaria.

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LAS PROVINCIASAún quedaba mucho que hacer en las provincias. Si bien la Cerdeña había sido arrebatada por Lucio Filipo al pretor de la revolución, Quinto Antonio, y la Galia transalpina no oponía más que una resistencia in­significante o casi nula; en Sicilia, en España y en África aparecía aún pujante la causa de la facción destruida en Italia. En Sicilia dominaba Marco Perpena, que era un hombre seguro. Quinto Sertorio había sabido atraerse a los provincianos de la citerior y había unido al ejército a los romanos residentes en España; con lo cual había cerrado desde un prin­cipio los pasos de los Pirineos. Así, había mostrado que era hombre que sabría desempeñar cualquier misión que se le confiase, así como también que era el único hombre práctico y hábil entre los jefes incapaces del ejército democrático. En África, al llevar hasta el exceso las tenden­cias revolucionarias, el pretor Adriano había comenzado por emancipar a los esclavos. Los mercaderes romanos de Utica se sublevaron, lo351

sorprendieron en su morada oficial y lo quemaron en ella con toda su gente (año 672). Sin embargo, la provincia continuó siendo adicta a la facción democrática, y se apoderó del mando el joven Gneo Domicio Ahenobarbo, oficial enérgico y yerno de Ciña. La propaganda revolu­cionaria hizo muchos prosélitos en los reinos clientes de Numidia y Mauritania. Allí, los reyes legítimos Hiempsal II, hijo de Gauda, y Bogud, hijo de Boceo, estaban de parte de Sila; pero el primero fue arrojado del trono por Hiarbas, pretendiente democrático, con la ayuda de los partidarios de Ciña. Por lo demás, disensiones semejantes se agitaban en el reino mauritano. Carbón, el cónsul fugitivo, había ido a parar a Kosira (Pantellaria), entre África y Sicilia, sin saber si debía buscar asilo en Egipto, o intentar renovar la lucha en alguna de las provincias que habían permanecido fieles.ESPAÑA. SE EMBARCA SERTORIOSila envió a España como pretores a Cayo Annio y a Valerio Placeo, uno a la provincia ulterior y el otro a la del Ebro. Se les dispensó la difícil empresa de forzar el paso de los Pirineos, pues, como el general que Sertorio había puesto al frente de aquel cuerpo de ejército había sido asesinado por uno de sus oficiales, sus tropas se habían desbandado. Demasiado débil para defenderse, Sertorio reunió a los pocos soldados que tenía a la mano y se embarcó en Cartago. ¿A dónde se dirigía? Ni él mismo lo sabía. Quizás a la costa de África o a las islas Canarias; en realidad a cualquier parte con tal que se pusiese fuera del alcance del brazo de Sila. España se sometió sin dificultad a los delegados del dictador (hacia el año 673), y Flacco sostuvo algunos combates afortunados con los celtas, cuyo país tuvo que atravesar, y después con los celtíberos de la península (año 674).SICILIA. ÁFRICAGneo Pompeyo fue enviado a Sicilia en calidad de propretor. Al ver Perpena que se dirigía allí con ciento veinte buques y seis legiones, evacuó inmediatamente la isla. El propretor mandó una escuadra a Kosira para352

CIÑA Y SILAque se apoderase de los oficiales marianistas que se habían refugiado en aquella isla. Marco Bruto y sus compañeros fueron ajusticiados allí mismo; pero en cuanto a Carbón, el antiguo cónsul, Pompeyo había ordenado que lo condujesen a Lilibea. Había olvidado ya el auxilio que este le había prestado en otros tiempos peligrosos (pág. 341), y quiso entregarlo él mismo al verdugo. Pasó de Sicilia a África con fuerzas considerables, y rechazó y dispersó en poco tiempo el ejército, ya bas­tante numeroso, que habían reunido Hiarbas y Ahenobarbo. Sin querer tomar todavía el título de imperator que se le había conferido, dio la señal de atacar el campamento, y terminó con ellos en aquel mismo día. Ahenobarbo murió en la batalla, y Hiarbas se vio atacado por segunda vez en Bulla (Begié) por Pompeyo, con la ayuda de Bogud, y allí murió. Así Hiempsal recobró el trono de sus antepasados. Una gran algarada contra los habitantes del desierto para que reconociesen la autoridad de Hiempsal, y que dio por resultado reducir a cierto número de tribus gétulas cuya libertad había reconocido Mario, devolvió al nombre romano su poder y su lustre. Cuarenta días después de su llegada a la costa de África, Pompeyo había terminado su misión. El Senado le ordenó que licenciara su ejército, lo cual equivalía a negarle el triunfo. Según la tradición, no tenía derecho a él pues había mandado solo de un modo extraordinario. El general murmuró por lo bajo y sus soldados por todo lo alto: hubo un momento en que se temió que el ejército de África se insurreccionase contra el Senado, y que Sila tuviera que marchar contra su yerno. Finalmente aquel cedió, y el joven capitán pudo vanagloriar­se de ser el primer romano que había obtenido los honores del triunfo (12 de marzo de 675) antes de haber entrado en el Senado. Al regreso de esta expedición, fecunda en hazañas fáciles, oyó que lo saludaban con "el afortunado dictador (felix)", y, quizá con cierta ironía, con el sobre­nombre de "Grande".ORIENTE. NUEVAS COMPLICACIONES CON MITRIDATES SEGUNDA PAZ. TOMA DE MITELENEDespués de la partida de Sila, en la primavera del año 671, en Oriente no habían reposado las armas. La restauración del antiguo estado de cosas y la sujeción necesaria de algunas ciudades asiáticas costaron muchos y353

jsangrientos combates. Lucio Lúculo, por ejemplo, se vio obligado a sitiar la ciudad de Mitelene después de haber agotado todos los medios de persuasión, y sin que una primera victoria en campo raso pusiese fin a la obstinada resistencia de sus habitantes. Al mismo tiempo surgieron nuevas complicaciones entre Mitrídates y el pretor de Asia Lucio Murena. Después de la paz Mitrídates se había ocupado en restablecer su auto­ridad algo quebrantada en las provincias septentrionales. Primero había pacificado la Cólquida dándole por gobernador a su enérgico hijo Mitrídates, y luego había preparado una expedición a su reino del Bosforo. Arquelao, que continuaba refugiado al lado de Murena, sostenía que aquellos armamentos iban dirigidos contra Roma; y, con el pretexto de que el rey retenía indebidamente en su poder algunos distritos de Capadocia, Murena penetró con sus soldados en Comana (hoy el Bostan) y violó las fronteras del Ponto. Mitrídates se quejó primero ante el romano, y después ante el Senado, pues no había atendido su queja. Se presentaron los enviados de Sila y reconvinieron al pretor; pero este no hizo caso de su reprensión, pasó el Halis y entró en el territorio de Ponto. Entonces Mitrídates resolvió rechazar la fuerza con la fuerza, y encargó a Gordios, su general, que hiciese frente a los romarios hasta que pudiese llegar el rey con un ejército numeroso y exterminar al agresor. Este plan tuvo buen éxito. Murena fue vencido y tuvo que pasar la frontera después de haber sufrido grandes pérdidas. Volvió a Frigia y las guarniciones romanas fueron expulsadas de toda la Capadocia. A pesar de su descalabro, se atrevió a atribuirse la victoria y a usurpar el título de imperator, pero la ruda lección que acababa de sufrir y las órdenes de Sila lo hicieron permanecer en adelante tranquilo. Se renovó el tratado de paz entre Roma y Mitrídates (año 673). Durante esta loca invasión se había prolongado el sitio de Mitelene, como es natural, y solo se entregó la plaza al sucesor de Murena después de un largo bloqueo por mar y por tierra, en el que la escuadra de Bitinia hizo a los romanos grandes servicios (año 675).PAZ GENERALPor fin se restableció la calma después de diez años de revolución y de insurrección en Oriente y Occidente: el Estado romano había reconquis354

CIÑA Y SILAtado la unidad en el gobierno, y la paz en el interior y en el exterior. Al día siguiente de las terribles convulsiones de la última crisis, se encontraba ya un gran beneficio en la tranquilidad. ¿Podrá obtener más el mundo romano? ¿La mano poderosa que acababa de conseguir y llevar a feliz término la obra difícil de conseguir la victoria sobre el enemigo, sabrá también obtener la más difícil aún, la de encauzar la revolución? ¿Podrá, por el más admirable de los milagros, restablecer sobre sólidas bases el orden social y político vacilante?,E1 porvenir se encargará de decirlo.355

X LA CONSTITUCIÓN DE SILA LA RESTAURACIÓN SILA DUEÑO ABSOLUTO DE ROMA

el momento en que se libraba la primera gran batalla entre romanos contra romanos, en la noche del 6 de julio del año 671, el templo venerable que habían levantado los reyes, que había consagrado la libertad naciente, y que habían perdonado por espacio de cinco siglos las más tremendas tormentas, es decir, el templo del Júpiter capitolino, fue destruido por un incendio. ¡Imagen real y síntoma significativo de la decadencia de la constitución! También esta se hallaba ruinosa y pedía a voces la mano de un nuevo arquitecto. Es verdad que la Revolución estaba vencida, pero se necesitaba mucho para que el antiguo régimen resucitase por sí mismo después de la victoria. Tomada en conjunto, la aristocracia creía que ahora que los dos cónsules revolucionarios estaban muertos bastaba proceder a las elecciones complementarias y después dejar al Senado el cuidado de proveer, por un lado, las recompensas debidas al ejército y el castigo merecido por los culpables, y por otro, las medidas destinadas a prevenir la reproducción de tales excesos. Pero Sila, que había reunido por el momento en su mano todos los poderes, juzgaba mejor las cosas y a las personas. En los mejores tiempos de Roma, jamás la aristocracia, grande en todos sus actos y limitada en su espíritu, había elevado sus miradas más allá del restablecimiento y conservación de las formas tradicionales. ¿Cómo una corporación tardía y complicada en sus procedimientos habría podido emprender con bastante energía y guiar bien una vasta reforma política? Y en la actualidad, cuando las últimas tempestades habían arrebatado a todos los grandes personajes, ¿cómo exigirle la fuerza y la inteligencia que era necesario desplegar para ello? ¿Qué prueba más grande de la absoluta inutilidad de los aristócratas de pura sangre, y de la convicción de Sila sobre este punto, que verlo elegir a todos sus instrumentos, a excepción de su cuñado Quinto Mételo, en el antiguo partido moderado o entre los tránsfugas del partido357

democrático? Tales fueron Lucio Placeo, Lucio Filipo, Quinto Ofelia, Gneo Pompeyo y otros. No es que él no deseara el restablecimiento del régimen antiguo o de la antigua constitución tanto como los más fogosos emigrados; pero, si bien es cierto que no veía las dificultades inmensas de la obra de la restauración en toda su extensión, por lo menos tenía más conciencia de ellas que su partido. Consideraba como indispensable, por una parte, hacer ciertas concesiones, en las que iría tan lejos como fuese posible sin atacar en su esencia a la oligarquía, y, por otra, establecer un sistema enérgico, represivo y preventivo a la vez. Sabía que el Senado, tal como estaba compuesto, rechazaría o mutilaría todas las concesiones hechas o por hacer, y que no usaría los medios parlamentarios sino para minar el nuevo edificio. Ya después de la revolución sulpiciana, había cortado por lo sano a derecha e izquierda sin tomar consejo de nadie más que de sí mismo. En la actualidad, bajo la presión de otras dificultades mucho más arduas, había ya tomado el partido de verificar la restauración de la oligarquía por sí solo, sin el concurso de los oligarcas, y aun a pesar suyo. Ahora bien, siendo otras veces cónsul, y en la actualidad como simple procónsul, no tenía más que un poder puramente militar. Y en realidad, para ser dueño de imponer su reforma a amigos y a enemigos necesitaba un poder extraordinario en el que vinieran a concentrarse, lo más sólidamente posible, todos los atributos inherentes a las formas constitucionales. En una comunicación al Senado hizo saber a este alto cuerpo que le parecía necesario que se confiase la reorganización política del país a un solo hombre, con poderes absolutos e ilimitados, y que él se juzgaba apto para desempeñar aquella misión. Por importuna que semejante proposición pareciese a muchos, en las circunstancias que atravesaban tenían que acatarla como una orden superior. En este sentido, por decisión del Senado, su príncipe, el interrey Lucio Valerio Flacco, depositario interino de la autoridad suprema, presentó una moción a los comicios concebida en estos términos: que todos los actos que Lucio Cornelio Sila hubiese ejecutado siendo cónsul o procónsul quedaban ratificados respecto del pasado; que, en el porvenir, tendría derecho de disponer en primera y última instancia de la vida y de los bienes de los ciudadanos así como del dominio público; de extender, si lo juzga­ba conveniente, las fronteras de Roma, las de Italia y las del Estado romano; de disolver o fundar ciudades en Italia; de decidir severamente la suerte de las provincias y de los Estados dependientes; de conferir el358

•/: LA CONSTITUCIÓN DE SILAimperium en lugar del pueblo; de nombrar procónsules y propretores, y decretar las leyes nuevas que interesasen al porvenir de la República. Pertenecería también a él solo declarar, cuando ya creyese haber cum­plido su misión, en qué época quería dimitir sus poderes extraordinarios, y, por último, juzgar si durante su función convenía proveer las altas magistraturas o, por el contrario, dejarlas vacantes. No hay que decir que la moción fue aprobada por unanimidad (noviembre de 672). Fue entonces cuando hizo su entrada en Roma el nuevo señor que se había dado al Estado. Mientras no había sido más que simple procónsul, Sila había procurado no pasar los muros. Dio a su nuevo cargo el nombre de dic­tadura, que había caído en desuso desde los tiempos de la guerra de Aníbal (volumen II, libro tercero, pág. 372). Sin contar la cantidad de hombres armados que lo seguían constantemente, se hizo preceder por lictores en doble número del que había tenido el dictador en los tiempos antiguos.1 De hecho, esta nueva dictadura "con la misión de decretar las leyes y organizar la República", como decía su título, no tenía nada en común con la antigua función, limitada en cuanto a su duración y sus poderes, que no excluía la apelación al pueblo ni anulaba la magistratura regular. Se parecía más bien al decenvirato del tiempo de las Doce Tablas, cuyos funcionarios, revestidos de poderes excepcionales y absolutos, habían ocupado el lugar de todas las magistraturas ordinarias y permanecían funcionando durante un tiempo ilimitado en realidad. Mejor dicho, la dictadura de Sila, con el aparato de sus poderes absolutos conferidos por el voto popular indivisamente y sin término fijo, solo tenía su tipo en la antigua monarquía, fundada también en el consentimiento volun­tario del pueblo, que prometía obediencia al ciudadano que él había elegido. Entre los mismos contemporáneos Sila encontró quien lo justificase: un rey, se decía, vale más que una mala ley (Satius est uti regibus quam malis legibus). En efecto, el título actual se eligió para indicar que así como la antigua dictadura había sido la sustitución de la monarquía, con numerosas restricciones; la nueva era la monarquía, pero con todos sus poderes. ¡Resultado extraño! Sila venía a parar al mismo punto que Cayo Graco, pero luego de haber recorrido un camino enteramente opuesto. También ahora el partido conservador plagiaba a sus adversa­rios: el protector de la constitución oligárquica se convertía en tirano para alejar la tiranía que amenazaba constantemente. ¡Qué derrotas en esta victoria de la oligarquía!359

EJECUCIONESSila no había deseado ni buscado el oficio cruel y difícil de restaurador, pero al tener que optar entre dejarlo a hombres enteramente incapaces, o tomarlo por su cuenta, puso manos a la obra con una inflexible energía y sin escrúpulos. Él era inclinado al perdón por su naturaleza. Teniendo un temperamento sanguíneo, se encolerizaba de un modo temible, y había que guardarse de que volviera hacia uno sus ojos inyectados. Sin em­bargo, Sila no sintió nunca aquella sed crónica de venganza que abra­saba a Mario en su vejez. Después de la revolución del año 666 había mostrado una dulzura relativa. La segunda revolución, culpable de tantas atrocidades y de tantas injurias hacia su persona, no había trastornado su equilibrio moral. En el momento mismo en que el verdugo arrastraba por las calles de Roma los cadáveres de sus amigos, quiso salvar a Fimbria, que todavía estaba ensangrentado con sus asesinatos; y cuando este se quitó la vida, mandó hacerle honrosos funerales. Al desembarcar en Italia ofreció formalmente el perdón y el olvido: ninguno de los que vinieron a él fue rechazado. Una vez que la fortuna favoreció definitivamente sus armas, quiso entrar en negociaciones con Lucio Escipión. El partido revolucionario fue el que las quebrantó, y momentos antes de su ruina comenzaron de nuevo las más odiosas matanzas, incluso llegaron a con­certarse con el antiguo enemigo de la patria para destruir Roma. La medida estaba ya colmada.Apenas tomó la dirección de los negocios públicos, Sila, en virtud de los poderes que se le habían confiado, declaró enemigos públicos y fuera de la ley a todos los funcionarios civiles y militares que persistieron en defender la revolución después del tratado perfecto y, según él, legalmente concluido con Escipión, y a todos los ciudadanos que se señalaron por el ardor de su celo revolucionario. Al que matase a uno de estos hombres no solo se le aseguraba la impunidad, como al verdugo, sino que se le prometía una recompensa de doce mil dineros. Con las penas más severas se prohibió prestar auxilio a los condenados, aun a sus parientes más próximos. Sus bienes fueron confiscados por el Estado y declarados botín de guerra, y sus hijos y sus nietos fueron excluidos de los honores políticos (cursus honorum). Pero, si pertenecían al orden senatorial, permanecían con las cargas anexas a los senadores. Estas últimas disposiciones se aplicaban también a los bienes y a la posteridad de los hombres muertos360


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