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IMAGEN Y ORIGEN:
EL LENGUAJE DE OTRA HISTORIA
PAULA KUFFER
Niemand
zeugt für den
Zeugen
“Aschenglorie”
Paul Celan
“La historia de los oprimidos es una historia discontinua mientras
que la continuidad es la de los opresores.”
1
Partiendo de esta pre-
misa, Benjamin desenmascara la falsa continuidad postulada por el
historicismo para proponer otra escritura de la historia. La imagen
dialéctica se erige como momento de ruptura de la continuidad,
poniendo en obra el verdadero objeto histórico. Ésta no debe en-
tenderse en términos de visión sino de lectura, puesto que su lugar
es el lenguaje: emerge del trabajo de construcción de citas. Es en
la lectura de esa imagen donde se articulan la verdad y el conoci-
miento, una articulación que está más allá de la síntesis, una lectura
que implica un momento de peligro, pues interrumpe el tiempo.
Esta constelación entre lo que ha sido y el ahora se presenta como
origen, un concepto que a esta luz se revela profundamente históri-
co, porque, paradójicamente, la restauración del origen no se puede
cumplir por un pretendido retorno, sino únicamente por un nuevo
lazo entre pasado y presente. No es un comienzo sin rastros de la
historia, sino la figura temporal de su redención.
1. Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, Rolf Tiedemann y Hermann Schwep-
penhäuser (eds.), Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1972, p. 1244.
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La idea de la continuidad histórica se revela como una ilu-
sión alimentada por la mitología de los vencedores, a fin de borrar
toda huella de la historia de los vencidos. Las rupturas del discurso
histórico, los vaivenes y las revueltas de los oprimidos, la tradición
oculta de los excluidos y de los olvidados son, sin embargo, los
que dan testimonio en nombre de todas las víctimas de la historia.
Se podría decir que la reflexión fundamental de Benjamin versa
sobre el tiempo, pues cada concepción de la historia va siempre
acompañada de una determinada experiencia del tiempo que está
implícita en ella, que la condiciona y que precisamente se trata de
esclarecer. Del mismo modo, cada cultura es ante todo una expe-
riencia concreta del tiempo y no es posible una nueva cultura sin
una modificación de esa experiencia. Por lo tanto, la tarea original
de una auténtica transformación ya no es simplemente “cambiar el
mundo” sino también y sobre todo “cambiar el tiempo”.
2
La re-
presentación vulgar del tiempo, como un continuum puntual y ho-
mogéneo, se ha convertido en la brecha oculta a través de la cual
la ideología se introdujo en la ciudadela del materialismo histórico,
tal y como Benjamin denuncia: “el materialismo histórico tiene que
abandonar el componente épico de la historia. Arranca violenta-
mente la época de la sólida continuidad de la historia. Pero también
hace estallar la homogeneidad de la época. La carga con ecrasita,
esto es, con presente”.
3
La memoria de los vencidos es la que revela
la verdad misma de la historia, pues está consagrada a no olvidar
nada, ni el reino de los poderosos del que es víctima, ni la tradición
de las víctimas que tiene como función perpetuar. El pensamiento
de Benjamin roza aquí una aporía (que subyace desde el principio
en el pensamiento judío) que consigue no obstante evitar y quizá
incluso superar.
4
Si la historia de los oprimidos es esencialmente
discontinua, ¿cómo relatarla sin imponerle a pesar suyo el esquema
de la continuidad temporal? Benjamin escribe en una nota prepara-
toria de las tesis acerca de esta “aporía fundamental”: “Si queremos
enfrentar la tradición como discontinuidad del pasado con la histo-
ria como continuidad de los acontecimientos, ¿cómo podemos afir-
mar al mismo tiempo que la misión de la historia es apoderarse de
la tradición de los oprimidos?”.
5
Esta objeción se dirige sobre todo
a la historiografía marxista que, para Benjamin, siempre amena-
za con transformar la historia trágica del proletariado oprimido y
sus vanas tentativas revolucionarias en una epopeya victoriosa. Pero
también se dirige a la tentación apologética, en cuyo nombre las
víctimas de la historia corren el riesgo de congelar su propio pasado
en forma de herencia destinada, no a ser reactualizada en las luchas
del presente, sino a convertirse en un simple objeto de conmemo-
ración. Cuando la historia asume la memoria de los vencidos, toma
de la tradición sus rasgos más específicos: su carácter no lineal, sus
rupturas y sus intermitencias, es decir, la presencia en ella de una
negatividad radical. Por oposición a la racionalidad histórica, basa-
da en la ficción de un flujo temporal homogéneo y continuo que
va vinculando los instantes que se suceden, la tradición –transmi-
sión de una generación a otra de una memoria colectiva– implica,
como su condición misma, la ruptura temporal, la fractura entre
las épocas, el vacío que se abre entre los padres y los hijos. Si para
Benjamin la tradición es el vehículo de la auténtica conciencia his-
tórica, es porque está basada en la realidad de la muerte.
6
A dife-
rencia de la duración bergsoniana, flujo de positividad pura en el
2. Giorgio Agamben, Infancia e historia, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2001,
p. 131.
3. Walter Benjamin, Libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2004, p. 476.
4. Stéphan Mosès, El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Scholem, Madrid,
Cátedra, 1997, p. 133.
5. Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, op. cit., p. 1236.
6. José Manuel Cuesta Abad, Juegos de duelo, Madrid, Abada, 2004.
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