Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Antonio Aberastain:

Aquí Félix Luna consigna la profunda alegría del rencuentro con el camarada amado: amigo, compañero, conmilitón, coprovinciano, hermano casi. Repasa la acción y pasión compartida en su tierra y en el exilio. El Zonda, el aborrecimiento por las tiranías, la fe en el progreso de la patria, la pobreza, la humildad, el mérito. Quizá no acierta cuando imputa a Sarmiento la apaciguada confesión de envidia por haber perdido el lugar del beneficio en la beca para continuar su educación en el Colegio de Ciencias Morales en Buenos Aires. El normalista sabía ya de ausencias y del nombrar o recordar cotidiano de los que dejan un vacío en nuestra alma.

Se pliega con mayor convencimiento, al sentimiento de total generosidad y admiración que ha rescatado en los “Recuerdos de Provincia”, donde relata que a pesar de los propios éxitos estudiantiles, hiciéronle sombra niños altamente dotados de brillante inteligencia y mayor contracción al estudio que él mismo, Saturnino Salas, Indalecio Corínez, Fidel Torres, Pedro Lima, Eufemio Sánchez, y entre ellos, Antonino Aberastáin; pobre como él pero dotado de talentos distinguidos y una moralidad de costumbres que lo ha hecho ejemplar siempre.

Félix Luna narra, mediante la dramaticidad del diálogo, la injusta y cruel inmolación del amigo, señala los presuntos culpables tras la mano ejecutora, la reacción de Sarmiento, entonces ministro en la gobernación de Mitre. Sabemos de su renuncia al cargo y la airada reacción contra la confederación y contra Juan Saá, de la iracundia de sus artículos en la Tribuna, del homenaje de una biografía de su amigo: "He debido a este hombre, bueno hasta la médula, enérgico sin parecerlo, humilde hasta anularse, la estimación de mí mismo, por las muestras que me prodigaba"… "Nunca amé a nadie como amé a Aberastain, hombre alguno ha dejado más hondas huellas en mi corazón de respeto y aprecio".


Juan Bautista Alberdi:

Es lamentable comprobar como, en este caso, dos enamorados de la Patria no lograron aunar sus esfuerzos encaminados a un mismo fin. Las Ciento y Una y las Cartas Quillotanas son un ejemplo claro del desafuero. Apenas sirven para una visión benevolente de las caracteropatías exaltadas, la competencia, los celos o la envidia. Permitieron esos dislates términos e imprecaciones tales como simulador, templador de pianos, compositor venal de minués, mal abogado, periodista de alquiler, enteco, camorrista, saltimbanqui, abate de los modales, afeminado conejo, miedoso, eunuco, y actitudes innobles como desconocer méritos y retribuciones. Más angustiante todavía porque no era la consabida dificultad de consenso de la pluralidad política, de lo que allí se trataba. Uno proveía a la Nación de la columna vertebral de la organización constitucional; el otro de las bases de la educación popular. ¡Cuánto pudieron haber hecho juntos!

Ambos se desilusionaron con los años. La civilización no parecía tal ni deseosa de construir un espacio común. Alberdi escribe en “El crimen de la guerra”

“No hay que equivocarse…las cosas son dirigidas desde Europa por hombres de Estado consumados en el arte de estas maniobras. Toda esta campaña trasatlántica forma parte de la caza de tronos en que está empeñada la familia de Orleans. La caza comprende los tronos de Francia, España y Brasil.”


Y Sarmiento, a su vez asiente las palabras de Possse:
“No son lo gauchos brutos e ignorantes los inventores de los crímenes políticos, son los doctores ilustrados que no reparan en medios con tal de llegar más rápido a sus fines.”
Y reafirma:
“Toda su respetabilidad la deben a la procreación espontánea de los toros alzados en sus estancias.”

Alberdi y Sarmiento morirán divorciados de la oligarquía argentina.


Nazario Benavides:

Recorre un escalofrío por la piel cuando asistimos al enfrentamiento del presuntamente malo con el presuntamente bueno y consideramos los argumentos de ambos. Horrible la escena de los reclamos, las justificaciones, la indiferencia, el odio, la venganza y las hipocresías.

La evaluación que hicieron del crimen quedó registrada en L'Union Etrangère, único periódico francés que entonces aparecía en Buenos Aires, que publicó las siguientes citas extraídas del diario La Tribuna redactado por Juan Carlos Gómez.:

“¡El pueblo de San Juan ha sido el primer pueblo argentino que ha tenido el coraje de quebrar a un caudillo! (...)”


“Un pueblo ha dado ya el ejemplo de quitar la vida a su tirano (...)”
“El pueblo acude a la cárcel y hace justicia por sí mismo, fusilando a Benavides y arrojando su cadáver después a la plaza pública, para ejemplo y escarnio de los tiranos.”
“San Juan ha dado el primer puntapié al edificio de cartón.”
“¡Adelante! que el porvenir es de los libres.”
“La provincia de San Juan y su gobierno se han elevado a una gran altura con el desenlace de la tentativa de Benavides.”
“Esperamos que pronto nos llegue la noticia de que igual suerte ha tenido el degollador de Vences, el verdugo de millares de porteños…”
“La época de los caudillos ha desaparecido en las márgenes del Plata y pronto no soportará en su suelo a ninguno de ellos ¡Con Benavides han empezado los pueblos de ahora; con Urquiza, concluirán los pueblos de hoy!
¡Muy Bien!”
“Acabemos, y que sean públicos los sentimientos de cada uno.”

Todo el episodio sirvió para avivar más las hostilidades, pues además de la apología del crimen, los notables porteños llegaron al extremo de indicar la conveniencia de que a Urquiza le sucediera lo mismo.

“¿Se acuerda don Parra de lo que me dijo Usted una vez?: “No se manche con mi sangre. Cuando no pueda aguantarme más destiérreme a Chile”… eso fue lo que hice don Domingo…

El Señor Parra acababa de hacer unas sugerencias para la conmemoración del centenario de Francisco Narciso Laprida, su compañero de exilio en otros tiempos, deslizaba allí la recomendación que la señora Benavides pusiese el retrato más grande que tenga del general a quien San Juan, por su moderación, debía que no se derramara sangre en su gobierno.

Ya desde su exilio en Chile, había escrito:

"Benavides es un hombre frío; a eso debe San Juan haber sido menos ajado que los otros pueblos. Tiene un excelente corazón, es tolerante, la envidia hace poca mella en su espíritu, es paciente y tenaz".

Salvador María del Carril le escribió en 1852 una carta elogiosa que concluía:

"… usted en aquella época infausta, estancó la sangre que había corrido a torrentes y dio asilo generoso a los oprimidos sin amparo".

El estudiante cerró el libro con aflicción, era como un puño que le apretaba y restaba el aliento para continuar. ¿Si fue Benavides un hombre artero y calculador o un caudillo manso, si perdonó a sus enemigos y hasta a Sarmiento en sus escaramuzas juveniles…? Félix Luna compone un cierre tardío de comprensión y elogio. He allí el efecto de las palabras tansmutadas en razones de ética y piedad, por acciones merecedoras de alguna gratitud o de un poco menos de rencor. Son sólo fantasmas los que dialogan en los coloquios que pergeña… y le faltaba al estudiante repasar una larga serie de otros diálogos ficticios. De pronto se le ocurrió, quizá a modo de compensación de aquella sanguínea bravura de las pasiones combativas, que el libro carecía de un capítulo: aquél que vinculara a Sarmiento, no con hombres o mujeres en los cuales desperdigar los pro y los contra, sino en la mansedumbre con los animales que había amado: el gato de angora que lo acompañaba mientras trabajaba, los perros ingleses, la chuña zancuda que ocupaba dueña la silla derecha de su escritorio, el loro que gruñía como él y al cual le rascaba la cabeza, los horneros, los cardenales que habían hecho nido en su ventana en a casa de gobierno, los gorriones con los que había poblado el país durante su presidencia.

Tuvo entonces un recuerdo:

Por aquella época una circunstancia particular complicaba el currículo de los normalistas. El ministro en cuestión había modificado sucesivamente la duración del magisterio que de cuatro años había pasado a cinco para luego llevarlo a seis y al fin volver a acortarlo a cinco. Los ensayos continuarían con el tiempo y todavía hoy no parece alcanzarse un diseño definitivo. Lo cierto es que ese año dos cursos recibían sus títulos cumplidos los dos planes simultáneos.

Sobre las últimas semanas el desborde estudiantil se expresaba sin exageración pero ocurrió que en medio del celo directivo por contenerlo, la conducta de dos compañeros trenzados en un juego de manos más que en una disputa, fue sorprendida por la autoridad máxima que aplicó el castigo de una suspensión. La medida se complicaba por ausentismo previo u otras cuestiones menores que en definitiva ponían a estos grandulones en la situación de perder el año. Esto significaba no compartir con sus condiscípulos la satisfacción de haber egresado, y el agravante de reincorporarse el año siguiente con el nuevo plan de cinco años y la pérdida del derecho del ingreso a la Facultad sin examen previo, que era una de las ganancias del de seis.

Indudablemente, más allá de la falta cometida, el director había actuado impulsivamente pero estaba aferrado a su decisión.

Apersonado al resto del curso para justificar la severidad de la medida se encontró, como era de esperar, con la reacción del aula a favor de los compañeros quiénes, con el debido respeto que inspiraba su persona pedían la reconsideración de su medida. Como en su fuero interno lo deseaba pero a la vez no quería mostrar signos de error o debilidad, permitió que el grupo le diera una salida argumentando una razón suficiente o temperamento para cambiar su fallo. A cada propuesta oponía una razón lógica y moral que las anulaba.

El normalista tomó su turno y comenzó más o menos con estas palabras:
“En la Historia de San Michele cuenta Axel Munthe que cuando tuvo que comparecer ante el Juicio Final los pecados de su vida le cerraban las puertas del cielo, pero entonces, a punto de ser expulsado, como testimonio del gran amor que había sentido por las criaturas, se posó un pájaro sobre su hombro y gorjeó apagando el enojo del Creador”

El normalista explicó seguidamente que había sido el compañero de prácticas docentes de los dos muchachos sentenciados y testigo de las evaluaciones y que en los cuadernos de crítica de su maestro estaba escrito “…la docencia argentina puede estar tranquila mientras existan maestros así…”

Y concluyó:

“Señor ¿No es esta nota como el pájaro en el hombro de Axel Munthe?”


Había una lágrima en los ojos del adusto Director. Sin preocuparse en disimularla preguntó a su vez: “¿Qué carrera vas a seguir?”

El normalista no estaba seguro todavía, sabía que quería ser simplemente maestro, pero respondió “Abogado”, quizá para refirmar en la circunstancia el sentido de justicia.



Holmberg, testigo
Eduardo Ladislao Holmberg ha conocido a Domingo Faustino Valentín Sarmiento, bastándole las dos o tres veces que hablara con él para considerarlo un hombre extraordinario,
-…es más, si las veces hubieran sido tres o cuatro, con gusto me atrevería a decir “uno de mis amigos más extraordinarios”.

No había leído todas sus obras porque aún no estaban impresas, sí “Recuerdos de Provincia” y artículos de la prensa diaria, pero de ocurrir, afirmaba que comenzaría a leerlas en su totalidad y desde el principio. Tal fue el estupor de su encuentro, a los veinticinco años, al concluir la lectura de Facundo.


-… Si yo hubiese escrito este libro, rompería la pluma, y él sería el pedestal de mí gloria"
El estudiante opinaba que habiendo asistido Ladislao Holmberg a seis de sus discursos, uno con motivo de la bendición de la bandera, otro al inaugurar la estatua de Belgrano, el tercero en 1880 en la Escuela Normal de Varones de la Capital, el cuarto en la de mujeres para recomendar el estudio de la caligra­fía, el quinto en el Coliseo al presentar su programa de candidato a la presidencia y el sexto en honor de Darwin, y conociendo muchas anécdotas transmitidas por su padre Eduardo Venceslao Holmberg, que acompañó a Sarmiento en 1831 durante su emigración a Chile, y por Bartolito Mitre, como le llamara familiarmente, así como por otros hombres de su generación, bien podría informarle sobre él.
-Hábleme de Sarmiento, Holmberg, Ud. que lo ha conocido.
A poco de indagar Holmberg le revela que cree haber constatado en Sarmiento tres odios implacables
-A España, al señor Rosas, y a la ignorancia. Aunque el viejo tenía sus veleidades aristocráticas vinculadas con España, mencionaba de vez en cuando sus afinidades sanguíneas con los moros. “Sí, pues; yo tengo sangre árabe por los Albarracìn" decía: “no se les puede perdonar que expulsaran a los moros, que representaban allí el progreso, el saber, la cultura social”, etc., etc. Un día viaja por España, y, dice algo así como "el África empieza en los Pirineos."
-¿Cómo interpretar esta ocurrencia?
- Pues se trataba de hispanofobia. Un tal Villergas lo vilipendió en un articulo de la época satirizando "Sarmienticidio” o “a mal Sar­miento buena podadera”. Quién sabe cuántas generaciones de americanización no habían apagado en Sarmiento lo que de moro podía quedar en su sangre de Albarracín, aunque diluida ya en la de los "de Oro" y otros apellidos ilustres de linaje hispano.

El normalista recogería luego palabras en tal sentido, de las cuales había hecho durante su presidencia explícita posición. Fue en el discurso de la inauguración de la exposición de Córdoba:

“¡No eran moros los expulsos! Eran españoles que de padres a hijos venían habitando durante ocho siglos, el rico suelo de Bética, como eran descendientes de Cántabros, de Celtiberos y Godos los otros españoles que los expulsaron. La historia consigna a veces epítetos calumniosos con que se disfrazan las iniquidades de una época, y son conservados por las generaciones cómplices o simpáticas al delito. Hubieron Gueux (mendigos) en Holanda, Sanz-culottes en Francia, y salvajes unitarios entre nosotros, como hubieron en España moros y judaizantes ¿Sabéis lo que estos réprobos eran? La parte mas adelantada de la sociedad, en su país y en su época. El fanatismo es la ignorancia armada y asustadiza, pretendiendo detener el progreso, que es el soplo divino, el espíritu de Dios que marcha sobre las aguas.”
De su encuentro con Unamuno el normalista retendría que, si en efecto Sarmiento hablaba mal de España, “lo hacía en español, como los españoles lo hacen, maldiciendo de su tradición las mismas cosas que de ella maldicen los españoles y de la misma manera que la maldicen.”
“Su censura no era la censura que suele que suele ser la de los extranjeros, que ni penetran en nuestro espíritu ni aprecian nuestras virtudes ni nuestros vicios; su censura era la de un hombre de poderosísima inteligencia que sentía en sí mismo lo que en nosotros veía, que penetraba con amor fraternal en nuestro espíritu.”

Ahora, Holmberg agregaba una reflexión sobre la cuestión de los odios, que paralelamente le hizo reconsiderar sus personales ínfulas e intentos de dramaturgo.


-Si se pretendiese hacer figurar a Sarmiento como per­sonaje de novela, es evidente que resultaría una personalidad más subjetiva que desenvuelta en la circunstancialidad de la trama.
Y continuaba diciendo, ajeno a sus escrúpulos:
“No le hablen de España. Cuando se trata de sus odios, se lleva todo por delante.”

El normalista interroga:

-¿Y por el señor Rosas?
-Aquí el odio es de patriota. Esta es la tierra de Belgrano, que donaba sus sueldos de Ge­neral para fundar escuelas; la tierra de Moreno, que se levantaba por sus arengas patrióticas al pináculo de la elocuencia; la tierra de Rivadavia... y tantos otros ingenios que trazaron el blasón de la patria Argentina y ennoblecieron a tal punto su nombre que la acción demoledora de Sarmiento contra la tiranía fue grande precisamente porque tenía algo grande que defender. Rosas era simple­mente un bárbaro; “la sangre azul que co­rre por sus venas”, decía, es "porque debe haber comido añil".

El diálogo discurre y el estudiante capta cierta fluctuación en el decir del señor Holmberg al involucrar las familias y amistades entrelazadas de tal manera, que el recuerdo de los períodos sangrientos que atravesaran, le evocan desacuerdos, discordias ex­tinguidas, cosas que quisiera soslayar. Vaya a saber cuántos detalles y opiniones secretas se comparten en la intimidad que no se revelan. Sarmiento ha escrito con el furor con que solía hacerlo, sus odios se llevaron todo por delante; los servidores de la tiranía des­filan en sus letras enmascarados, horribles, monstruosos, desfigurados, sin que Holmberg pueda precisar su distancia con la verdad. Él también está comprometido por sus historias familiares; agazapado está el tema de Benavides y los prisioneros de Angaco, donde los suyos fueron bien tratados; compiten estos hechos con su acuerdo y admiración por Sarmiento. Se intuye el peso.




  • Si Sarmiento hubiera leído El Príncipe de Macchiavello habría podido proceder de otro modo. Pero la nobleza y lealtad de sus impulsiones jamás le habrían permitido proceder con las sutilezas del florentino. Su genio y su talento se fun­dían con extraño consorcio...



  • Holmberg descontaba que, cuando la realidad tocaba los odios de Sarmiento, reaccionaba con la ceguedad de un impulsivo. Falto de algo femenino o delicadeza en su cerebro, de pequeñez relativa para contener y archivar el caudal inmenso de las ad­quisiciones de la observación, pronto a exteriorizarlas, a dejarlas plasmadas y actuantes en sus escritos. Pero en descargo, añadía: No era el egoísmo, sino el orgullo para los que no ven en la aparición nueva el dedo de Dios. En este terreno, muchas veces se confunde el hombre inspirado con el loco; pero el loco no deja en pos de sí nada estable. El extravío de la razón no ha tenido hasta hoy ninguna influencia en la marcha del género hu­mano...



Ricardo Rojas coincide con Holmberg.
-Domingo Faustino Sarmiento nunca veló su vida, y la dejó documentada hasta en sus más íntimos estados del alma, no por cálculos sobre la posteridad, sino por ingenua y a veces imprudente necesidad de confesión.

Pero el diálogo con Holmberg no alcanza todavía a disipar las dudas.


-¿En cuánto a la ignorancia?
- La ignorancia, para él, era el atraso, la barbarie, el fanatismo, la inquisición. El cintillo colorado y las plazas de toros; la mazorca y la expulsión de los moros de España. Es necesario que los pueblos se inunden de libros, que aprendan a leer para conocer sus derechos escritos, y... mil otras cosas.
- Hubo un proyecto escultórico de representarlo sentado, rodeado de niños…
- Sí, una concepción ingenua, una simple repetición de Cristo. "¡De­jad a los niños venir a mí!" A los niños, porque son inocentes, porque su alma es pura, porque pueden recibir la palabra del Sublime Maestro sin alambicarla en el laberinto de la Retórica y de la Dialéctica, y fijarse allí como una luz divina, para reflejarse más tarde, como un incendio, cuando brille por el espejo de Pablo…

Sarmiento, ¡Jamás! : “Enseñad a esos ni­ños porque son unos asnos, no porque son inocentes, sino porque son un peligro para el porvenir de la patria. Esos niños serán mañana hombres y pueden fomentar en esta tierra el triunfo de España, de Rosas, de la ignorancia.”


Holmberg es un científico y como tal sabe que la manera científica de afirmar proviene de la experiencia. Cuando los célebres ornitólogos Audubon ó Wilson aseveran que tales pájaros construyen de éste o de aquel modo su nido, lo dicen porque así lo vieron al vivir con ellos la vida íntima de los bosques o de las llanuras, escondidos por largas horas o interminables días entre los pajonales y las matas.
-Concebido  como él mismo lo recordaba, en los momentos álgidos de la Revolución de Mayo de 1810, nacido en febrero de 1811, ha podido conocer personalmente y tratar a casi todos los próceres de la Independencia y seguirlos paso a paso en las evoluciones de una política que, si tuvo siempre y en todos el ideal definido de una libertad más ó menos nebulosa, no siempre se despojó de las tinieblas circunyacentes para realizar el concepto de la República. Y ese trato continuo, ese cam­biar de ideas con aquellos hombres, le constituía en archivo ambulante de todas las grandezas y nimiedades que agitaron sus corazones, formándole así un caudal propio, una crónica si se quiere, de la Historia Nacional viva en su recuerdo, co­mo lo estaban los hechos vivos en su me­moria. “Yo lo sé" no quiere decir en su modo íntimo de expresarse que él quiere imponer su afirmación como un código, sino que, como testigo presencial o casi presencial de los acontecimientos, ofrece a la convicción que debe formarse el testimonio de su honradez y de su dignidad.
-Le llamaban "Don Yo". Para mí no era la expresión de un egoísmo vulgar, sino la exteriorización de convic­ciones fundadas en la tenacidad de la observación y de las improntas de su carácter.

Hace apenas doce años que Sarmiento ha muerto y existen por lo tanto en la República más de doscien­tas mil personas que le han visto, que le han seguido con la mirada, en el teatro, por las calles y paseos, codeándose con los transeúntes y deteniéndose en las vi­drieras para contemplar y reírse de sus ca­ricaturas de general Bum-bum en el Mosquito, con las que, dicen, ha empapelado un aposento de su casa.


Si Holmberg ha recordado las seis ocasiones en que asistió a las alocuciones o discursos de Sarmiento puede esperarse que tome puntos de partida reales al exponer su descripción, satisfaciendo la curiosidad del normalista con su testimonio sobre un asunto que a Holmberg le ha preocupado.
-¿Cómo debiera ser su estatua?
-Leía con una corrección y una gracia dignas de la superioridad de su espíritu, y si las inflexiones del tema le obligaban a hacer un movimiento con la mano, era tan medido, tan justo, tan psicológica­mente tranquilo, que el que no le hubiese conocido habría pensado que era de mími­ca estudiada.

¿Que es un impulsivo, un apasionado, de "una energía feroz"?: Sí; pero en las regiones de la mente. ¿Que tiene tres odios? Pero ésos no le desfiguran el rostro, ni le quitan el apetito ni el sueño. ¿Que tiene tres ideales? Pero ninguno de ellos le hunde los ojos.¿Que al día siguiente de hacerse cargo de la presidencia corre a un empleado alrededor de su mesa y le administra una insinuación de suela porque le ha dicho una insolencia? Eso está bien para el Ge­neral Bum-bum fuera de la vista de las multitudes.

Sarmiento, orador parlamentario ó di­dáctico, al desempeñar funciones diplomáticas, escritor, general, en sociedad, en el paseo, en todas partes donde el público puede observarle, es un caballero correc­tísimo. El no arrastra a las multitudes porque no es orador de barricadas; no pone fuego en la voz, romanticismo en la palabra, fu­rores en el brazo, ni adopta actitudes estatuarias, porque todo su fuego, su ro­manticismo, sus furores y sus actitudes están en su pensamiento. El habla a la Razón, que es su diosa, porque debe ser ella la que inspire los anhelos de libertad, de progreso y de saber. No se dirige a sentimentales, ni a fanáticos; no sabe, incendiar los cerebros con el volcán de sus frases porque no necesita de locos que corten la cabeza de sus reyes; no adopta miradas napoleónicas porque él es Gene­ral a su manera. Su acción, por más re­volucionaria que haya sido en contra de cualquier tiranía, ha sido la acción del pensamiento, ariete constante de sus ba­tallas. Y por lo tanto, la actitud que debiera te­ner su estatua, es una actitud serena, com­pletamente clásica.


La demanda y la defensa - Uno
Si como le respondiera al entonces Director de la Escuela Normal, el alumno hubiese llegado a ser abogado, forzado a hacerse cargo de la defensa del controvertido Domingo Faustino Sarmiento, ¿cómo se las arreglaría frente a las reconvenciones por tantas declaraciones suyas?

Enunció claramente el sanjuanino “lo escrito permanece”… y no se cuidó de ello. Piensa el normalista que argumentar una defensa sería rebajar la voluntad polémica y el espíritu ferozmente combativo de Sarmiento. De intentarlo, se corre el peligro de descender al formato de un perfil que le es ajeno, menor, fallido, incorrecto: reducirlo a la imagen de un exaltado que se expresó bajo influjos patológicos o presiones extraordinarias, tal vez atendibles, pero que significaron perder el criterio ético. Grueso error la necesidad de instrumentar una defensa. La realidad es que, desde la vehemencia natural de su carácter y convicciones, sus dichos y escritos fueron por él asumidos y categorizan la seguridad en sí mismo y en sus actitudes.


“Antes de todo, en todas las transacciones de la vida pública y privada, quiero ser yo, siempre yo, tal como la naturaleza me ha hecho, y no deformado por las presiones exteriores.”
¿Por qué entonces protegerlo de sí? La necesidad de escribir, actuar, publicar es en él toda una, culminando en la envergadura de un hombre de Estado que se mueve a la luz del día. ¿Con qué finalidad componer un amparo para quién a su vez declara con absoluto ímpetu acometedor?
“... Un poco de polvo en los vestidos y alguna vez las manos un poco sucias, he aquí lo que estos chicos pueden echarnos en cara, pero se las lava uno para volver a principiar de nuevo.”
Sin embargo allí andaría el defensor comprometido, trastornándose en el examen de los párrafos que destacan sus detractores.
"Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer". (Discurso en el Senado de Buenos Aires, 13 de Septiembre de 1859)
Podría intentarse que ésta fuera una elocución sarcástica y brutal, en el contexto de un debate. Pero hay otros testimonios que hacen ostensibles actitudes discriminatorias:
"Tengo odio a la barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas". (En Buenos Aires, 1853; Carta a Mitre del 24 de Septiembre 1861; en EEUU., 1865)
"Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara (Diputados y Senadores) ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota" (Discurso de 1866)
Existe sin duda violencia extrema y exclusión en lo que Sarmiento dice. Con alguna indulgencia pudiera explicarse como exaltación por lo que realmente fuera el leitmotiv de su política: la inexcusable falta de educación como medio para el cambio y la inevitable lucha contra la oposición inculta, pervertida o ignorante.

Eduardo Galeano lo caracterizó con un perfil agro-exportador dependiente del mercado mundial, con ausencia de un proyecto industrial, atribuyéndole la mente más capaz y más perversa de esa postura, que vio “ en la montonera campesina no más que el signo de la barbarie, el atraso y la ignorancia, el anacronismo de las campañas pastoriles frente a la civilización que la ciudad encarnaba: el poncho y el chiripá contra la levita, la lanza y el cuchillo contra la tropa de línea, el analfabetismo contra la escuela”



Empero, su gran adversario polemista Juan Bautista Alberdi en “Bases…” escribió
“A Europa debemos todo lo bueno que poseemos, incluso nuestra raza, mucho mejor y más noble que las indígenas. Si ya es europea en lo que vale, deberá serlo para siempre en el futuro”
Y también:
“Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de vuestras masas populares, por todas las transformaciones del sistema de educación; en cien años no haréis de él un obrero inglés…”
Sarmiento nos ha dejado párrafos en honor al gauchaje:
“Cuánto no habrá contribuido a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol mejor que ellos. Es un bárbaro, y sin embargo, honrado, inteligente y susceptible de abrazar con pasión la defensa de una idea. Los sentimientos de honor no le son extraños, y el deseo de fama como valiente, es la preocupación que a cada momento le hace desnudar el cuchillo para vengar la menor ofensa.
“De estos gauchos formó San Martín un regimiento a la europea, añadiendo a las dotes del equitador mas osado del mundo, la disciplina y la táctica severa de la caballería del imperio. El regimiento de granaderos a caballo, ha producido diecinueve generales, y otros tantos oficiales superiores de menor graduación. Principió á servir en 1814 en San Lorenzo, en el Río de la Plata, terminando en Ayacucho, en el Perú, con la guerra de América, la serie de sus campañas, en las que se calcula que ha atravesado como 4,000 leguas lineales. Ciento veintiséis hombres de ese cuerpo volvieron a Buenos Aires en 1826, y depusieron sus sables, como trofeos de guerra, en la Sala de Armas.”
“Vengo de recorrer Europa, admirar sus monumentos, de postrarme ante su ciencia, asombrado todavía del prodigio de sus artes, pero he visto sus millones de campesinos, proletarios y artesanos viles, degradados, indignos de ser contados entre los hombres.”
“El hombre de la plebe de los demás países toma el cuchillo para matar y mata; el gaucho para pelear y hiere solamente. La riña se traba sólo por la gloria del vencimiento…”
“Porque así es el gaucho: mata porque le mandan sus caudillos matar, y no roba, porque no se lo mandan Si queréis averiguar cómo no se sublevan estos hombres y no se desencadenan contra el que no les da nada en cambio de su sangre y su valor, preguntadle a Juan Manuel de Rosas los prodigios que pueden hacerse con el terror…”
“Se cambió su crueldad alquilona en miseria de verdugo.”
“El Presidente de la República será el caudillo de los guachos convertidos en pacíficos ciudadanos.”
En otros párrafos explicita el sentido de la pasión que arde en sus protestas y se declara inocente frente a cargos.
“Esta tormenta la ha provocado mi afán de educar al pueblo de la campaña. A los hijos de los gauchos. Yo... Yo que nunca les hice derramar su sangre generosa para servir a mis ambiciones; yo que nunca los adulé para explotar su ignorancia, soy aquí el defensor de su porvenir. Y los otros, los que se llenan la boca con la palabra gaucho, me apostrofan, se ríen de mí, me llaman loco y le niegan al gaucho no sólo la educación sino hasta la tierra y el producto justo de su trabajo.”
No puede ignorarse que Sarmiento se subleva contra el salvajismo; el contraste dialéctico basado en las categorías de civilización y barbarie no satisfacía su síntesis con la idea del progreso. Uno de los dos términos, civilización o barbarie, debía triunfar a expensas del otro.
“¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado". "El Progreso", 27/09/1844, "El Nacional", 19/05/1887, 25/11/1876 y 08/02/1879.
Para elaborar un descargo sirve pensar que el odio al indio era un sentimiento general cuando los malones asolaban las fronteras; podría hacerse referencia a las despiadadas campañas emprendidas por Martín Rodríguez, Manuel Rosas, Julio Argentino Roca; pero no eximen las comparaciones. Contemporáneamente la evolución de la conciencia se orienta a la preservación social y cultural de las comunidades indígenas, la defensa de su patrimonio y sus tradiciones, el mejoramiento de sus condiciones económicas, su efectiva participación en el proceso de desarrollo nacional y su acceso a un régimen jurídico que les garantice la propiedad de la tierra y otros recursos productivos en igualdad de derechos con los demás ciudadanos. No obstante, aún hoy, esta moción es mal cumplida y los descendientes de indígenas sufren inermes, contando apenas con alguna mísera compasión.
“Del sentimiento íntimo de San Juan salió hace quince años esta frase que dio vuelta al mundo: civilización o barbarie, el Alfa y el Omega de nuestras luchas”.
“¡Ay de los pueblos que no marchan! ¡Si sólo se quedaran atrás! Tres siglos han bastado para que sean borrados del catálogo de las naciones los huarpes. ¡Ay, de vosotros, colonos españoles rezagados! Menos tiempo se necesita para que hayáis descendido de provincia confederada a aldea, de aldea a pago, de pago a bosque inhabitado. ... El paso que sigue es la oscuridad, ¡y desaparecen en seguida los pueblos, sin que se sepa a dónde ni cuándo se fueron!”
“Me figuro a los primeros colonos de San Juan en corto número en los primeros años, careciendo de todas las comodidades de la vida, bajo un cielo abrasador y establecidos sobre un suelo árido y rebelde, que no da fruto si no se lo arranca el arado, descontentos de su pobre conquista, ellos que habían visto los tesoros acumularse por los incas, inquietos por ir adelante, y descubrir esa tierra inmensa que deja, desde las faldas orientales de los Andes, presumir un horizonte sin límites. Las indicaciones dudosas de algún huarpe, acaso de las minas de Hualilán o de la Carolina, reunían en corrillos a los conquistadores condenados a abrir acequias para regar la tierra, con aquellas manos avezadas sólo a manejar el mosquete y la lanza. ¡Labradores en América! Valiera más no haber dejado la alegre Andalucía, sus olivares inmensos y sus viñedos.”
“Del hornero; esa avecilla que construyendo más sólidos edificios que Semiramis en Babilonia, de la misma arcilla, ha dejado atrás a los indios, con sus toldos de cuero.”
“La Pampa es tabla rasa; hay que escribir sobre ella árboles.”
Sarmiento esperaba que se ganaran tierras a los indios para auténticos colonos, y no para la oligarquía. Sabía de otros Estados en que la gente que combatió fue coherente para con el trabajo comunitario, laboriosa, esforzada, plena de iniciativa, condiciones que de alguna manera justificaban su contienda contra el indio. De allí también su prédica contra la abulia que culmina en una dependencia crónica. En el far west norteamericano lucharon contra los indios principalmente granjeros, que junto con sus familias avanzaban en búsqueda de nuevas tierras expandiendo la frontera. La fuerza militar comportó una asistencia relativa. En cambio, fue preponderante en la Argentina y sirvió a la riqueza de unos pocos. Entre 1876 y 1903, se informa el normalista, el estado vendió unas 42 millones de hectáreas de las tierras del Sur a unos 1800 estancieros y especuladores, hecho denunciado por Sarmiento en 1885, y con lo cual proponía:
“… traer los antecedentes y el origen de la expedición al Río Negro, a fin de fundar la crítica que haré a su tiempo de la expedición que ha tornádose en un crimen…derrochando toda la tierra detienen la colonización.”
“El espectáculo del rápido desarrollo de éste antes far west y ahora centro de los Estados Unidos me enferma al compararlo con nuestro atraso en iguales circunstancias y al atesorar todas las útiles nociones que voy ni energías suficientes para aplicarlas al desarrollo de mi país”
Detractores han tratado de empañar su palabra de honor:
"Si miento lo hago como don de familia, con la naturalidad y la sencillez de la verdad" (Carta a M. R. García, 18/10/1868)
“Yo me ocupo poco de la opinión de los demás y siempre soy el mejor testigo que puede citarse contra mí mismo… Debiera ser más prudente, pero en punto de prudencia me sucede lo que a los grandes pecadores que dejan para la hora de la muerte la enmienda… Estoy solo, no represento a nadie, eso que puede parecer síntoma de fortaleza es hoy mi máxima debilidad…. He amado mucho, he amado a mi madre y he amado a mi patria y muchos de mis pecados me serán perdonados.”
Asume aquí en forma displicente una ingenuidad adrede, tal vez fatigado contra los improperios.
De su Facundo se señala inexactitudes y excesos como signos de mendacidad. Frente a ello se arroga el auto- reconocimiento de sus contradichos respecto a su producción literaria y la confesión de deformación de los hechos.
"Cada página revela la precipitación con que ha sido escrito" (Rec. de Pcia.). "Sin documentos a la mano y ejecutado con propósitos de acción inmediata" (Carta a V. Alsina, 7/4/1851).
"Los muchos errores que contiene son una de las causas de su popularidad" (La Crónica, 26/12/1853).
"Lleno de inexactitudes, a designio a veces" (Carta a Paz, 22/12/1845).
En definitiva, piensa el normalista, que no era contra Facundo, ya fallecido entonces, hacia quien disparaba sus dardos e imprecaciones, sino contra Rosas, el real enemigo. De Facundo Quiroga real, no escoge Sarmiento las versiones disponibles más desfavorables, actitud que le reprochará en sus memorias el general Lamadrid, hasta el punto de suponer que en lugar de vilipendiarlo, ensalzó al caudillo como a un héroe. Ernesto Sábato dirá que Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un libro bárbaro, el alter ego de Sarmiento de jacket.

Aberastain, quien reuniera a su pedido documentación, le pide que se fije en once puntos fundamentados; recomendándole a la vez, que dada la importancia del asunto, domine su impaciencia y prepare el ensayo con tranquilidad.


“1º Nada valiente de hombre a hombre; 2º nada generoso como enemigo, al contrario, traidor con ellos; 3º nada generoso en materia de interés, ni con sus amigos, al contrario, avaro hasta la suciedad. A nadie le ha dado fortuna; 4º nada equitativo en su trato público o privado con los demás; siempre injusto, egoísta y dominante; 5º impúdico y cínico en sus amores, brutal, bestial con sus queridas; 6º enemigo del trabajo, nunca trabajó ni en la paz ni en la guerra, quiero decir, nunca trabajó personalmente; 7º enemigo de todo arreglo con el gobierno; quiero decir, jamás se le ocurrió dar un decreto, hacer el menor reglamento; 8º no fue afable con los gauchos o con la plebe, como Rosas; 9º trató siempre a su país con más rigor que a los extraños; 10º no tenía amor a la gloria, no deseaba que su nombre se oyese fuera de la República ni que nadie fuese más que él; quería sólo dominar tiránicamente en el lugar donde estaba para satisfacer sus pasiones de tigre; 11º jamás, cuando pudo, dio un paso para la organización de la República,”
Sarmiento no moderó su urgencia en publicar, como le aconsejara su amigo, y produjo aunque precipitado, un relato matizado y menos sombrío. En cambio fue implacable contra Rosas. Muchos abrazaron esta causa; Sarmiento se diferencia por la energía y la constancia de quien defiende su razón de ser, convencido de que su destino y visión del futuro de la patria están indisolublemente entrelazados.

Sí su ferocidad contra Rosas:


... falso, corazón helado, espíritu calculador... Tirano sin rival hoy en la tierra,...... una aberración, una monstruosidad... legislador de esta civilización tártara... el tirano... el lobezno que se está criando aún...... el caníbal de Buenos Aires... las miradas suspicaces del tirano... el azote del verdugo... otros execraban aquel monstruo sediento de sangre y de crímenes,... el despotismo de Rosas... tirano semibárbaro.... Degüella, castra, descuartiza a sus enemigos para acabar de un solo golpe... el execrable Nerón, el tirano brutal.... la sangre derramada ahogue al tirano... Rosas con sus atrocidades... ese monstruo,... los bandidos, desde Facundo hasta Rosas... este genio maldito... el monstruo... horrible monstruo... del execrable tirano... sus mismas brutalidades y su desenfreno... un forajido, un furioso, o un loco frenético... este furibundo… (Extractos de Facundo)
También importa el consejo dado Ramos Mexía:
"Jovencito: no tome como oro de buena ley todo lo que he escrito contra Rosas"

Y hasta dejó escrito:


“El unitario tipo marcha derecho, la cabeza alta; no da vuelta aunque sienta desplomarse un edificio, habla con arrogancia... tiene ideas fijas, invariables, y a la víspera de una batalla, se ocupará todavía, de discutir en toda forma un reglamento o de establecer una nueva formalidad legal: porque las fórmulas legales son el culto exterior que rinde a sus ídolos”
De los abundantes estudios sobre Rosas y Quiroga, entre los que se destacan el testimonio del general Tomás Iriarte y las conclusiones del Dr. Peña y Lillo, resulta que los dos hombres se igualan por su crueldad; los dos desconocieron la piedad y la sangre, para ellos nada significaban. Rosas hacía morir por principios que consideraba legales o por razones de estado. Sus muertos servían para imponer el terror y hacer de su persona una figura sagrada y poderosa. De Quiroga, las confiscaciones y saqueos sobre pueblos empobrecidos y hambrientos eran inhumanos, espantosos e inolvidables. Quiroga no atacaba a Rosas porque le temía y sabía que sus fuerzas serían insuficientes. Rosas a, su vez, sabía que Quiroga era su potencial enemigo y rival y esperaba con paciencia, pero sí con seguridad, la ocasión oportuna de exterminarlo.

Lo opuesto entre ellos era su política. Quienes las diferencian, señalan que Rosas respondía a una política provincialista, anti argentina y anti nacional, que invocaba el nombre de la nación exclusivamente para defender sus intereses locales: fundamentalmente, el tesoro que representaba la aduana, la más rica de América, haciendo suyo a Buenos Aires y oponiéndose a que las provincias lo compartieran.

Quiroga estaba más cerca del ideal de Mayo: formar un Congreso y dictar una Constitución, lo que habría significado la organización definitiva. Unitario por convencimiento y federal por conveniencia.

Quizá no sean tantos ni tan graves los errores de Sarmiento en su Facundo. Era Quiroga prodigio de crueldades, pero requiere de otras perspectivas para un juicio documentado, como la de los Lillo, que confirme lo que es real de la leyenda: a Rosas como enemigo de la unidad nacional y a Quiroga, como hombre bárbaro que luchó por logarla.

Más allá de todo esto Facundo proponía la entrada al Progreso como una idealizada complementación de la economía y la cultura europea, como si alguna vez pudiera alcanzarse una marcha conjunta e igualitaria de la transformación americana neocolonialista con la de las naciones pos imperialistas.

De su malquerencia con los caudillos abundan en Sarmiento expresiones que alcanzan a Artigas y Urquiza:

"Artigas es un bandido, un tártaro terrorista. Jefe de bandoleros, salteador, contrabandista, endurecido en la rapiña, incivil, extraño a todo sentimiento de patriotismo, famoso vándalo, ignorante, rudo, monstruo, sediento de pillaje, sucio y sangriento ídolo con chiripá. Ese salvaje animal que enchalecaba hombres con cuero fresco lleva por séquito inseparable el degüello y la devastación". Obras Completas, tomo 17, págs. 87 y 92; tomo 15, págs. 348 y 349 y tomo 38, pág. 280.

"No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca. El es la única nube negra que queda en el horizonte". (Carta a Mitre, dic. 1861).

"Urquiza es el verdugo vendido a Rosas. Su historia es negra y salpicada de sangre. Un reguero de sangre señala su camino. Después de despoblar la tierra con sus atrocidades, la despuebla con sus rapiñas. Suscita secuaces donde quiera haya un bárbaro. Es un escuerzo, un viejo montonero, un ambicioso, un cacique y soldado desvergonzado, un padrillo inmundo, un gaucho mazorquero e insolente: monstruo de carnicerías humanas". (Tomo 17, p. 93 y 121 y Tomo 49, p. 295)

El rechazo de Sarmiento a toda forma de caudillismo va más allá de lo que hoy debiera ser una justipreciación razonable.


“El caudillo que en las revueltas llega a elevarse, posee sin contradicción, y sin que sus secuaces duden de ello, el poder amplio y terrible que sólo se encuentra en los pueblos asiáticos. El caudillo argentino es un Mahoma que pudiera a su antojo cambiar la religión dominante y forjar una nueva.
Frente a la concreción decepcionante de sus proyectos inmigratorios, de los que tanto había esperado, se manifestaron una vez más las expresiones segregacionistas. Su visión sobre la consolidación de la Nación implicaba garantías de instrucción en la representación gubernamental y otros conceptos no satisfechos por el mero poblar, como la cesión de las tierras a extranjeros probos y experimentados, reclamando la articulación imprescindible de educación, esfuerzos e iniciativas, que eran sus grandes ideales, junto al esperado compromiso y gratitud por la Nación acogedora.
“Estamos en plena corriente de inmigración y es la empresa del día evitar que degenere en peligro para la integridad y soberanía nacionales.”
“¿Somos nación? Nación sin amalgama de materiales, sin ajuste ni cimiento. ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello.”

“¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta de la inmigración europea, que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos?”


“Hay en América muchos pueblos que estén, como el argentino, llamados por lo pronto a recibir población europea, que desborda como el líquido en un vaso… Es imposible formar república con estos extranjeros que no reconocen Nación, dependencia, ni patria, pues ni la lengua la aceptan.”
Y a fuer de ser más preciso:
“...La condición social de los hombres depende muchas veces de circunstancias ajenas a su voluntad. Un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos; pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación, hayan, por la educación recibida en su infancia, preparádose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados. El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual, de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que las posean. La dignidad del Estado, la gloria de una nación no puede ya cifrarse, pues, sino en la dignidad de condición de sus súbditos; y esta dignidad no puede obtenerse sino elevando el carácter moral, desarrollando la inteligencia y predisponiéndola a la acción ordenada y legítima de todas las facultades del hombre.”
Con la constitución de 1853 comienza el gran fomento a la inmigración y colonización con el objeto de poblar el país y producir una revolución en la producción agrícola, para lo cual era necesario que el inmigrante tuviera acceso a la propiedad de la tierra, lo que importaba por lógica consecuencia un cambio total en la política agraria. Pero el sistema de distribución de la tierra y el derecho del titular de la misma, sancionado en 1869, no contribuyó a la solución del problema. Ni aún Avellaneda en materia inmigratoria pudo adoptar disposiciones básicas y trascendentes o evitar abusos.

Son interminables las expresiones de su aspiración y convicción del valor de la educación igualitaria como esencial para el hombre.


“Todos los problemas son problemas de educación.”
“Hoy todos los hombres deben ser igualmente educados.”
“Son las escuelas la base de la civilización. … Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela. … Es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos.”

“¿Por qué no se ha destinado una vigésima parte de los millones que devora una guerra fratricida y de exterminio, a fomentar la educación del pueblo y fomentar su ventura?”


“Hacer de toda la República una escuela.”
“El lento progreso de las sociedades humanas ha creado en estos últimos tiempos una institución desconocida a los siglos pasados: la instrucción pública, que tiene por objeto preparar las nuevas generaciones en masa para el uso de la inteligencia individual (...) es un derecho que hoy ya no pertenece a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a la condición del hombre.”
 “Hice la guerra a la barbarie y a los caudillos en nombre de ideas sanas y realizables, y, llamado a ejecutar mi programa, si bien todas las promesas no fueron cumplidas, avancé sobre todo lo conocido hasta aquí en esta parte de América. …  He labrado, pues, como las orugas, mi tosco capullo, y sin llegar a ser mariposa, me sobreviviré para ver que el hilo que depuse sería utilizado por los que me siguen.”
“Desde aquella época me lancé a la lectura de cuanto libro pudo caer en mis manos, sin orden, sin otra guía que el acaso que me los prestaba, o las noticias que adquiría de su existencia en las escasas bibliotecas de San Juan.”
Hay hombres que a pesar de su instrucción no han superado sus ambiciones materiales, egoísmos y molicie; por eso en algún momento sus diatribas caen también sobre los universitarios que exhiben aquellos vicios.
"Si algo habría de hacer por el interés público sería tratar de contener el desarrollo de las universidades... En las ciudades argentinas se han acumulado jóvenes que salen de las universidades y se han visto en todas las perturbaciones electorales... Son jóvenes que necesitan coligarse en algo porque se han inutilizado para el comercio y la industria. La apelación de ´Doctor´ contribuye a pervertirles el juicio... El proyecto de anexar colegios nacionales a la universidad es ruinoso y malo, pues contribuirá a perturbar las cabezas de los estudiantes secundarios e inutilizarlas para la vida real que no es la de las universidades ni de los doctores. La educación universitaria no interesa a la nación ni interesa a la comunidad del país... Generalmente en todo el mundo las universidades son realmente libres. Nada tiene que ver ni el estado ni nadie con las universidades" (Senado Nacional, 27/7/1878 y 19/9/1878)
Admitiendo en Sarmiento un residuo de resentimiento por no haber tenido la oportunidad de estudios universitarios y ser humillado por esa circunstancia, a despecho de su saber, fundamenta en otros párrafos sus críticas:
“Habría más humildad y estudio si no hubiera todas esas ilusiones de Universidad y de cosas con que se engaña al público y se engañan a sí mismos, para ahorrarse la molestia de trabajar y estudiar toda la vida que es lo que se necesita para saber algo.”

“Es la perversidad de los estudios que se hacen, el influjo de los gramáticos, el respeto de los admirables modelos, el temor a infringir las reglas, lo que tiene agarrotada la imaginación, lo que hace desperdiciar bellas disposiciones y alientos generosos. No hay espontaneidad, hay una cárcel cuya puerta está guardada por el inflexible culteranismo, que da sin piedad de culatazos al infeliz que no se le presenta en toda forma. Pero cambiad los estudios y en lugar de ocuparnos de las formas, de la fuerza de las palabras, de lo redondeado de las frases, de lo que dijo Cervantes o Fray Luis de León, adquirid ideas, de do quiera que vengan, nutrid vuestro espíritu con el pensamiento de los grandes luminares de la época y cuando sintáis que vuestro pensamiento a su vez se despierta echad miradas observadoras sobre vuestra patria, sobre el pueblo, las costumbres, las instituciones, las necesidades actuales, y en seguida escribid con amor, con corazón lo que se os alcance, lo que se os antoje, que eso será bueno en el fondo aunque la forma sea incorrecta, será apasionado aunque a veces sea inexacto, agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie pero, bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará.”

“Aspirar a que termine sólo con la vida el continuo aprendizaje, que constituye la esencia del hombre civilizado.
Sobre religión se le reprocha frases como las siguientes:
"Franklin en moral avanza sobre la moral misma de Jesucristo" (1/1/1886).

"Los frailes y monjas se apoderaron de la educación para embrutecer a nuestros niños... Ignorantes por principios, fanáticos que matan la civilización; emigrantes confabulados y recua de mujeres: basura de Europa, son la filoxera y el cardo negro de la pampa, hierba dañina que es preciso extirpar" (feb. 1883


Sarmiento involucra al sentimiento religioso en tanto su reprobación por el régimen educativo en manos de educadores no laicos. Ajenas a la cuestión educativa hay expresiones de su teísmo, que si bien corresponden a un tiempo anterior son válidas de su fe o al menos de la emoción frente al milagro de la creación:
“Si cuando me paseo en el campo, subo a una eminencia y miro a mi alrededor mi vista se dilata a lo lejos descubriendo a todos lados valles y colinas, llanos y montañas: aquí y allí se ofrecen a mis ojos aldeas e iglesias, con sus campanarios que se elevan en punta; estas aldeas, estos templos han sido construidos por los hombres.

Pero, ¿cuál es la mano que ha formado las montañas, las colinas, los valles y los llanos? ¿Han podido crearse ellos mismos? Ciertamente que no. ¿Quién es, pues, el que los ha creado?

Por encima de la tierra se extiende un grande espacio que llamamos cielo: allí es donde el sol sube de un lado y baja por el otro durante el día, allí es donde la luna e innumerables estrellas se muestran en la noche.

¡Qué bello espectáculo nos ofrece el cielo por la mañana cuando se levanta el sol!

¡Qué espléndido se muestra en una bella noche, cuando brillan las estrellas, y la luna esparce su suave claridad! Ninguna luz puede encenderse por sí misma: ¿y quién, pues, ha encendido en los cielos estas magníficas antorchas? ¿Quién ha creado el sol, la luna y las estrellas?

El que ha creado el cielo, el sol, la luna y las estrellas; el que ha formado la tierra con sus montañas, sus colinas, sus valles y sus llanos; el que ha depositado en el seno de la tierra la semilla de los árboles, de los arbustos, de las flores y de las yerbas; aquél que ha reglado el orden admirable en virtud del cual el sol y la lluvia hacen crecer todas las plantas, este ser bienhechor y poderoso es Dios, hacia el cual mis padres levantan sus manos, y á quien dirigen sus ruegos.”


O también:

“Mirando el cielo a través del húmedo infierno siento lo sublime.”

“Partiendo de la falda de Los Andes nevados, he recorrido, la tierra y remontado todas las pequeñas eminencias de mi patria… Al descender de la más elevada, me encuentra el viajero, amasando el barro informe con que Dios hizo al mundo, para labrarme tierra y mi última morada.”
Está también la cuestión masónica que abarca a tantos próceres y motivaba en los años escolares la pregunta del alumno a su maestra, difícil para ella de responder: “¿Señorita, San Martín era masón?”
El 29 de setiembre de 1868, días antes de ocupar la presidencia de la República, el señor Parra asistió a un banquete de homenaje ofrecido por la masonería argentina a cuya Gran Logia pertenecía. En su discurso, ante ese auditorio específico, se expresó como a continuación se transcribe:
“Hermanos:

Al manifestar mi profunda gratitud por el sentimiento que nos reúne aquí hoy día para darme pública muestra de simpatía, me creo en el deber de expresar francamente mi respeto y mi admiración a los vínculos que nos reúnen a todos en una sociedad de hermanos.

Llamado por el voto de los pueblos a desempeñar la primera magistratura de una República que es por mayoría del culto católico, necesito tranquilizar a los timoratos que ven en nuestra institución una amenaza a las creencias religiosas.

Si la masonería ha sido instituida para destruir el culto católico, desde ahora declaro que no soy masón.

Declaro además que, habiendo sido elevado a los más altos grados conjuntamente con mis hermanos, los generales Mitre y Urquiza, por el voto unánime del Consejo de Venerables Hermanos, si tales designios se ocultan aún a los más altos grados de la Masonería, esta es la ocasión de manifestar que, o hemos sido engañados miserablemente, o no existen tales designios ni tales propósitos. Y yo afirmo solemnemente que no existen, porque no han podido existir, porque los desmiente la composición misma de esta grande, y universal confraternidad.

Hay millones de masones protestantes, y si el designio de la Institución fuera el atacar las creencias religiosas, esos millones de protestantes estarían conspirando contra el protestantismo y a favor, por tanto, del catolicismo, de

cuya comunidad están separados.

No debo disimular que S. S. el Sumo Pontífice se ha pronunciado en contra de estas sociedades. Con el debido respeto a las opiniones del Jefe de la Iglesia, debo hacer ciertas salvedades para tranquilizar los espíritus.

Hay muchos puntos que no son de dogma en los que, sin dejar de ser apostólicos romanos, los pueblos y los gobiernos cristianos pueden diferir de opiniones con la Santa Sede. Dictaré algunos.

En el famoso "Syllabus", S. S. declaró que no reconocía como doctrina sana ni principio legítimo la "soberanía popular". Bien. Si hemos de aceptar esta doctrina papal, nosotros pertenecemos de derecho a la corona de España.

Pero tranquilizaos. Podemos ser cristianos y muy católicos, teniendo por base de nuestro gobierno la soberanía popular.

El "Syllabus" se declara abiertamente contra la libertad de la conciencia y la libertad del pensamiento humano. Pero el que redactó el "Syllabus" se guardó muy bien de excomulgar de la comunidad católica a las naciones cuyas instituciones están fundadas sobre la libertad del pensamiento humano por miedo de quedarse solo en el mundo con el "Syllabus" en la mano.

Por lo que a nosotros respecta tenemos por fortuna el Patronato de las Iglesias de América que hace al Jefe del Estado tutor, curador y defensor de los cristianos que están bajo el imperio de nuestras leyes, contra toda imposición que no está de acuerdo con nuestras instituciones.

El presidente de la República Argentina debe ser por la Constitución católico, apostólico, romano, como el rey de la Inglaterra debe ser protestante, cristiano, anglicano.

Este requisito impone a ambos gobiernos sostener el culto respectivo y proceder lealmente para favorecerlo en todos sus legítimos objetos. Este será un deber, y lo llenaré cumplidamente.

Un hombre público no lleva al Gobierno sus propias y privadas convicciones para hacerlas ley y reglas del Estado; monseñor Guizot, ministro de un rey católico, era protestante, adicto como el que más a su propia creencia, pero fiel expresión de las leyes de una nación católica. Mas este deber no va hasta desfavorecer, contrariar, perseguir otras convicciones.

La libertad de conciencia es, no sólo declarada piedra angular de nuestra Constitución, sino que es una de las más grandes conquistas de la especie humana. Digo más; la grande conquista por excelencia, pues de ella emana la emancipación del pensamiento que ha sometido las leyes de la creación al dominio del hombre.

Hay más todavía. El gobierno civil se ha instituido para asegurar el libre desarrollo de las facultades humanas, para dar tiempo a que la razón pública

se desenvuelva y corrija sus errores a fin de que la utopía de hoy sea la realidad de mañana. Si por tanto hay una minoría de población, y digo así, un

solo hombre que difiera honrada y sinceramente del sentimiento de la mayoría, el derecho lo protege, con tal que no pretenda violar las leyes, sino modificarlas modificando la opinión de los encargados constitucionalmente de hacerlas, pues, para ese fin, para la protección de su pensamiento, se ha construido el edificio de la Constitución.

La reina Isabel de España prestando oído el visionario Colón contra el sabio parecer de la humanidad entera de entonces, mostró por accidente lo que la libertad del pensamiento ha repetido mil veces después sin necesidad de mendigar el favor de una reina. El siglo presente, merced a la libertad del pensamiento, es un Colón colosal, múltiple, eterno, inmortal.

El vapor, el cable submarino, el gobierno republicano -transformando el mundo en horas, porque años es ya mucho-, son la obra de Colones que no llaman la atención porque son vulgares, plebeyos, el pan de cada día de nuestro siglo.

Ya que he nombrado el cable que es la más maravillosa aplicación de la electricidad, para poner en contacto a todas las naciones de la tierra, ¿qué decir de esta otra electricidad moral que liga a la parte más selecta de la humanidad, la "masonería"?

Yo no he necesitado más en mis largos viajes que apretar la mano a un desconocido, sea príncipe, pastor, obrero, soldado; y si su corazón responde al contacto eléctrico, en el acto he visto iluminarse su semblante y transformarse

en amigo el extranjero.

¿Habrá de decirse, como algunos piensan, que está asociación fue útil en la Edad Media para defenderse contra las tiranías, y superflua hoy que la libertad garante todas las aspiraciones legítimas? Pero aún quedan dividiendo

a los hombres la tiranía de las lenguas diversas que le impiden comunicarse, la tiranía de las creencias diversas que los extrañan entre sí, la tiranía de las

nacionalidades que los agrupan en campos hostiles, la tiranía de las opiniones

y de los partidos que los hacen pueblos distintos en un mismo pueblo; y mientras tanto, en Inglaterra o en Entre Ríos, a un protestante o a un cuákero,

al francés o al italiano, al unitario o al federal, no se necesita más que aventurar un apretón de manos para hacerse tolerar si no creemos lo que él cree; hacer al menos que no nos ahorque si no somos del mismo partido. ¿Es mala una institución semejante?

Y veamos sus efectos en nuestra vida íntima. ¿Es falso el dinero que los masones mandaron a Mendoza en auxilio de los que escaparon del temblor? ¿Son ineficaces sus esfuerzos, sus caridades, para remediar cuanta dolencia, cuanta miseria aflige a los desvalidos? ¿No merecen ni gratitud ni estimación estos socorros? Y sin embargo el Evangelio ha establecido expresamente lo contrario en la sublime parábola del Samaritano.

El Samaritano si no era el protestante del judaísmo, convendrá nuestros detractores, porque nosotros no lo aceptamos nunca, que los masones son los samaritanos del Evangelio, de quien por su caridad, era según la palabra de Jesús, el prójimo la humanidad. Estos son los beneficios exteriores de la masonería.

Los que ha producido moderando las pasiones, atenuando los odios civiles y religiosos, son inmensos. Ella ha enseñado a ejercer la caridad que estaba prescripta por el Divino Maestro, pero limitada a función sacerdotal. La masonería en esto realizaba el espíritu y el fundamento del cristianismo: "ama al prójimo como a ti mismo".

Los masones profesan el amor del prójimo sin distinción de nacionalidad, de creencias y de gobierno, y practican lo que profesan en toda ocasión y lugar.

Hechas estas manifestaciones para que no se crea que disimulo mis creencias, tengo el deber de anunciar a mis hermanos que de hoy en adelante me considero desligado de toda práctica o sujeción a estas sociedades.

Llamado a desempeñar altas funciones públicas, ningún reato personal ha de desviarme de los deberes que me son impuestos; simple ciudadano volveré un día a ayudaros en vuestras filantrópicas tareas, esperando desde ahora que por los beneficios hechos habréis de continuar conquistando la estimación pública, y por vuestra abstención de tomar como corporación parte en las cuestiones políticas o religiosas que ocurriesen, lograréis disipar las preocupaciones de los que por no conocer vuestros estatutos, no os consideren como el más firme apoyo de los buenos gobiernos, el más saludable ejemplo de la práctica de las virtudes cristianas y los más caritativos amigos del que sufre."


Del valor y virtud de ser mujer y de sus maestras extranjeras, preferidas a los hombres en la misión educativa, introduce estos pasajes:
“La madre es el maestro de creación divina para enseñar la moral, como el sacerdote es el catequista de institución canónica. Cuando la madre, llamándose ignorante, se empeña en echar sobre los hombros del Maestro de Escuela la tarea que Dios le impuso, con la carga de los hijos, entonces se torna en la Furia antigua que con una tea incendiaria iba azuzando rencores en el ánimo de los hombres, para asociarlos á su propia falta, que desquicia el orden social.”
“Puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de la mujer… De la educación de las mujeres depende la suerte de los Estados; la civilización se detiene a las puertas del hogar doméstico cuando ellas no están preparadas para recibirla.”
Sobre el socialismo, naciente en las postrimerías del Siglo, se señala críticamente:
"Las huelgas son invenciones de los ociosos que buscan motivos de alarmar. El socialismo las usó como instrumento de perturbación; pero el socialismo es una necedad en América". (El Nacional, 14/9/1878).
Con respecto a esta imputación, pueden ser válidas las siguientes consideraciones:
Recién en los 70 arranca la prédica socialista y anarquista y en el 77 se organiza el primer sindicato, la Unión Tipográfica. Sarmiento no consideraba el salario como expresión de una lucha de clases, estimaba inexistentes las disidencias entre ricos y pobres que agitaba otras sociedades, en las cuales no había tenido más solución que reducir la jornada de horas de trabajo como protección de la salud. Las huelgas eran disentimientos entre obreros y patrones que terminaban con un arreglo y la vuelta al orden natural de las cosas. La idea de una perturbación inútil era sincera en Sarmiento.

Las cuestiones sociales no le hacen perder la fe en el progreso y que las fábricas puedan ser un instrumento de bienestar y mejoramiento de las condiciones del hombre. De allí, en esta cuestión, la simpleza de su ideario:


“El buen salario, la comida abundante, el buen vestir y la libertad educan a un adulto como la escuela a un niño.”
“No es rico el que tiene plata, sino el que produce y sabe gozar del fruto de su trabajo.”
El alborozo con que visita cada fábrica dice de su absoluta confianza en la promoción de las condiciones de vida y la inanidad de las protestas.
“Hubimos de llegar a fin y el espectáculo que nos ofreció el establecimiento es para levantar el corazón y confiar a la industria moderna la dirección de las sociedades, como los griegos lo intentaron con el cultivo de la belleza, como el cristianismo con los preceptos morales, que en dieciocho siglos hicieron poca mella en el mundo, hasta que la mejora material de la condición del individuo y las libertades políticas han venido en nuestro tiempo a prestarle su auxilio.

Razona el normalista el sentido de las huelgas docentes que reflejan al maestro como un empleado o gremialista que subordina la misión y fe en la educación a su salario, repitiendo acaso la leyenda del “flautista de Hamelin”, aquél que estafado en la paga tras extirpar las ratas de la ciudad, concluye vengativamente arrastrando con su extraña música a los niños y encerrándolos en una cueva sin que se los encuentren jamás o quizá arrojándolos a las mismas aguas del Weser, expulsados como ratas.

Desde su condición de exiliado de cuando su patria estaba bajo el poder de Rosas, aliado y respetado por el gobierno chileno, se le inculpa por expresiones como las siguientes:
"Los argentinos residentes en Chile pierden desde hoy su nacionalidad. Chile es nuestra Patria querida. Para Chile debemos vivir. En esta nueva afección deben ahogarse todas las antiguas afecciones nacionales" (El Progreso, 11/10/1843).
"Fui chileno, señores, os consta a todos" (5/4/1884).
Sin embargo nunca aceptó la ciudadanía chilena que le ofreciera aún el presidente de aquella Nación.

Sobre la Patagonia austral


: "He contribuido con mis escritos aconsejando con tesón al gobierno chileno a dar aquel paso... El gobierno argentino, engañado por una falsa gloria, provoca una cuestión ociosa que no merece cambiar dos notas, Para Buenos Aires tal posesión es inútil. Magallanes pertenece a Chile y quizá toda la Patagonia... No se me ocurre después de mis demostraciones, cómo se atreve el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus derechos. Ni sombra ni pretexto de controversia les queda". (El Progreso 11 al 28 de Nov. 1842 y La Crónica 11/3 y 4/8/1849).
"Es una guerra desértica, frígida e inútil. No vale la pena gastar un barril de pólvora en su defensa. ¿Por qué obstinarse en llevar adelante una ocupación nominal?" (1868; 30/5/1881 y El Nacional, 19/7/1878)
En la conferencia sobre Darwin Sarmiento hará una alusión sobre estos escritos:
Pudiera decir, señores, que me era familiar el nombre de Darwin desde hace cuarenta años, cuando embarcado en la Beagle que mandaba Fitz Roy, visitó el extremo Sur del Continente, pues conocí el buque y su tripulación y desde luego el Viaje de un Naturalista que hube de citar no pocas veces hablando del Estrecho. Recordaréis que nunca me mostré muy celoso de nuestras posesiones australes, porque no las creía dignas de quemar un barril de pólvora en su defensa, reprobando se montase con fantásticas descripciones la imaginación de estos pueblos que esperan todavía hallar el
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