Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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De la guerra
El 11 de octubre de 1858 el señor Parra, al ser nombrado director de Historia, expresaba para ese evento en el Ateneo de La Plata, entre otros párrafos de su Memoria:
El Paraguay es otra monografía de una porción de la especie humana, y el filósofo, el historiador, el humanista hallarán en su estudio luces que no han alcanzado a dar pequeñas sociedades como la de Pítchaim, de hijos de cristianos nacidos en una isla y secuestradas setenta años de todo contacto con la raza humana, con el comercio y la civilización. El Paraguay con las misiones jesuíticas, con el doctor Francia remedo de Felipe II, con sus monopolios, su aislamiento, sus tradiciones y pueblo guaraní, sus tiranías sin modelo, será un romance extraño, que nadie querrá creer que es historia de un ensayo de tradiciones atrasadas. El rey Busiris, las castas sacerdotales de la India, la clausura de la China, la autocracia de la Rusia, han encontrado una segunda edición en el Paraguay, sin condiciones, sin protesta, como si fuesen sólo cosas un poco olvidadas que es fácil hacer recordar a la especie humana. Lo más curioso del Paraguay es que la colonia española y jesuítica hasta 1810, al ruido de la revolución cierra sus ojos a la luz y sus puertas al comercio, a la libertad al contacto con el siglo. El Paraguay es un pedazo antiguo, que pudiera exhibirse en las exposiciones universales.”
Por la fecha de este evento, el Paraguay contaba con unos 600.000 habitantes y desde la independencia sólo gobernaron el doctor Francia y el mariscal Carlos Antonio López. Posteriormente a su muerte en 1862, asumió un tercero, su hijo Francisco Solano López. Su idea del poder fue más allá de las formas paternalistas y dictatoriales de los primeros, artífices de una sociedad disciplinada y productiva.

Los antecedentes de la guerra del Paraguay incluyen, entre otros factores, conflictos internos en Uruguay entre el Partido Colorado y el Partido Blanco que culminaron en el año 1863 con la invasión del General Venancio Flores, probablemente en acuerdo con Mitre para derrocar al gobierno "blanco" del presidente Bernardo Berro y que generaron la injerencia del Imperio del Brasil y la ambición de Francisco Solano López. La familia López simpatizaba con los federales y aborrecían a los liberales porteños, de la misma manera lo eran con el partido Blanco de Oribe y contra el colorado Flores. El Brasil jugaba entre ellos con sus tendencias expansionistas en la frontera del Río Grande, pero el Paraguay ni con el imperio, ni con el Uruguay, ni con la Confederación, estaba interesado en resolver pacíficamente los asuntos de límites y sí dirimirlos incrementando su potencia militar para.

El revisionismo histórico señala otros móviles vinculados a la injerencia de Gran Bretaña por el desarrollo independiente que había logrado el Paraguay, evolucionando como un severo obstáculo a su expansionismo colonial. El normalista tropieza con el estudio de León Pomer que con pretendida objetividad argumenta sobre esta guerra innecesaria. En sus escritos económicos, también Alberdi dice:
"Los ingleses que pasan por ser inteligentes en la colocación de sus capitales, no hallaron mejor que prestarles a los gobiernos del Plata, para servir a las empresas de civilización por las cuales fueron despoblados y arrasados el Paraguay y Entre Ríos, los dos iniciadores de los cambios europeístas. Ahora mismo ese empréstito, de los más altamente cotizados en Londres, es el que se transformó en las ruinas y cementerios que pueblan el antes animado y floreciente Paraguay"
Antes de iniciarse la guerra del Paraguay, un grupo de unos cuarenta paraguayos formaron una comisión autodenominada de “Legionarios de la Libertad “y se exiliaron en Buenos Aires para pedir al gobierno de Mitre y del Brasil, que liberen su patria del “Tirano. Se publicaron diatribas en la prensa liberal de “El Nacional” y “La Nación”. Pensaron que, como pronosticó Mitre, la guerra duraría tres meses.

El 12 de noviembre de 1864, López inició su ofensiva contra Brasil enviando un ejército para invadir el Mato Grosso, aislado del resto del Imperio. Con este propósito hizo un pedido de libre paso por territorio argentino, negándoselo el ministro Elizalde "pues entonces el territorio neutral argentino vendría a ser teatro de la guerra". Al mismo tiempo, fuerzas aliadas de Uruguay y Brasil realizaron un asalto a Paysandú que fue resistido durante un mes.

El 15 de abril de 1865 el Paraguay se apodera de dos buques argentinos no armados en el puerto de Corrientes, el “Gualeguay” y el “25 de Mayo”, y sin declaración de guerra previa sus fuerzas ocupan la provincia avanzando hacia el sur a lo largo del Paraná. La declaración llega luego en estos términos:
“Queda declarada la guerra al actual gobierno argentino hasta que dé las garantías y satisfacciones debidas a los derechos, honra y dignidad paraguayos y a su gobierno”
El 1 de mayo, Argentina, Brasil y Uruguay firman un tratado que estipula la declaración de la guerra hasta el derrocamiento del gobierno paraguayo. La misma se extenderá hasta 1870.

Bartolomé Mitre instaló su cuartel general en Concordia; Flores quedó al mando de las fuerzas uruguayas, de una división argentina y otra brasileña, y Osorio, brasileño de las terrestres de su país. La Triple Alianza acordaba que se respetaría la independencia y la integridad del territorio del Paraguay, ya que las acciones no eran contra el pueblo sino contra la política y el poder de López.

El 17 de agosto se libra combate en Yatay y los paraguayos abandonan el territorio argentino. En abril de 1866 Mitre invade el Paraguay y obtiene las victorias en Estero Bellaco y Tuyutí, Yatayty Corá, Boquerón, Palmar, y Curuzú hasta llegar el 22 de setiembre de 1866 al combate de Curupayty, donde las fuerzas aliadas sufrieron un fuerte revés.

La guerra con el Paraguay ocasionó contrastes por la oposición interna a Mitre, como las sublevaciones en Basualdo y Toledo de tropas reunidas por Urquiza. Las levas forzadas ocasionaron nuevos descontentos y provocaron motines y deserciones, que culminaron con la “rebelión de los colorados” en 1866, por parte de los caudillos federales de Mendoza, donde Juan de Dios Videla, extendiéndose rápidamente a San Luis con Felipe y Juan Saá, y a Catamarca con Felipe Varela y su influencia en Salta y Jujuy.

Este último era estanciero en Guandacol y coronel de la Nación con despachos firmados por Urquiza. De la pluma de José María Rosa:
“Varela era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura”.
A la muerte del Chacho se había exiliado en Chile donde presenció el bombardeo de Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez, incriminó a Mitre de antiamericanismo por no asistir a Chile ni al Perú e informado de la impopularidad de la Triple Alianza, se había lanzado a la batalla. Dio orden de vender su estancia, con el producto de la venta compró armas y reunió a unos cuantos federales exiliados con los que armó unos batallones incorporando una banda de musicantes para elevarles los ánimos con sus sones. Cruzó con todos ellos la cordillera al tiempo que la noticia de Curupayti sacudía el país, y a mediados de enero instaló en San Juan, su centro de operaciones.

Lanzó su proclama en diciembre de 1866 con las consignas en sus banderas:


“¡Federación o Muerte! ¡Viva la Unión Americana! ¡Viva el ilustre Capitán General Urquiza! ¡Abajo los negreros traidores a la Patria!"
.."¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por las fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupaytí. Nuestra Nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.
¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste situación que atravesamos!”

“¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la Patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lagrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!”

“Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la Unión con las demás repúblicas americanas.
¡Compatriotas! Al campo de la lid os invita a recoger los laureles del triunfo o de la muerte, vuestro jefe y amigo.”
Los triunfos de los rebeldes en Luján de Cuyo y Rinconada del Pocito obligaron al gobierno nacional sacar tres mil hombres del frente paraguayo. Juan Saá y sus aliados ranqueles pudieron ser así derrotados en San Ignacio por José Miguel Arredondo el 1º de abril de 1867. Manuel y Antonino Taboada se dirigieron hacia La Rioja con dos mil hombres reclutados en Santiago del Estero y Tucumán para salirle al paso a Varela. Este a su vez, decidió hacerles frente. Mandó recados a Taboada sugiriéndole combatir fuera de la ciudad para evitar daños civiles. La batalla se desarrolló en el Pozo de Vargas, único manantial de la zona riojana. Retirándose al fin Varela al monte ante el avance de Paunero. Continuará la acción convertida en una táctica de guerrilla, hostigando a las fuerzas de sus adversarios durante meses por contar con su mejor conocimiento del terreno.

Tras el fusilamiento del caudillo riojano Aurelio Salazar, conductor también de montoneras, Felipe Varela se lanzó nuevamente a la guerra durante la Navidad de 1868. Al fin, las "picas y lanzas" de Valera no fueron suficientes contra el equipamiento militar más moderno y potencia de fuego de Mitre. La revolución fue vencida; Varela perdió la batalla de Salinas, Pastos Grandes, contra Pedro Corvalán, el 12 de enero de 1869 cerrándose con su derrota el último capítulo de la lucha contra el sistema mitrista. Enfermo de tisis y carente de apoyo, Varela volvió a refugiarse en Chile. El gobierno transandino, poco amigo de dar albergue a un insurrecto reincidente, lo mantuvo brevemente en observación antes de permitirle asentarse en Copiapó. El 4 de junio de 1870, en Ñantoco, la enfermedad acabó con su vida. El gobierno catamarqueño repatrió sus restos, pese a la oposición del Ejecutivo nacional que entonces encabezaba el Señor Parra.

La figura de Varela, como tantas otras de la época, resulta fuertemente controvertida; los partidarios de la facción liberal lo han considerado un salvaje sanguinario, una versión que se ha consagrado en el texto de la zamba “La Felipe Varela”, de José Ríos, que reza:
“ Galopa en el horizonte,

tras muerte y polvareda;

porque Felipe Varela

matando llega y se va.”


     Los historiadores argentinos modernos suelen considerar a Varela un líder político, el último del grupo de Artigas, Ramírez, Quiroga, Chacho Peñaloza, quienes se opusieron a que la organización política de la Nación se hiciera desde la Capital.

Para José María Rosa, Curupaytí fue una derrota argentina donde la sangre derramada era de hermanos y aliados. Afirma que casi todos se alegraron de la derrota mitrista y algunos aplaudieron francamente el triunfo del Paraguay.

En Curupaytí había encontrado la muerte Dominguito Sarmiento. Incorporado a los Guardias Nacionales con el mismo grado alcanzado en 1861 en el Cuerpo Escolta, que intervino en la campaña contra el Chacho cuando acompañó a su padre a San Juan. En campaña pasó al 12 de Infantería e intervino en varios combates lo que le mereció tres condecoraciones. La correspondencia que se conserva entre él y su madre Benita silencian el nombre de Parra que en esos tiempos se encontraba en Estados Unidos. Sus misivas simulan o demuestran una confianza desmesurada sobre el triunfo final pese al mentís de la realidad, y manifiestan una verdadera valentía sin odios ni resentimientos, donde las acciones de valor aseguran el enaltecimiento, el honor y dignidad de sí mismo. Respecto a la madre, un sacrificio económico total para satisfacer los deseos y la exquisita o maniática pulcritud del vestir del hijo, a cambio de no perder su rol posesivo y protector. Escribe Dominguito:
“Querida vieja:”

“La guerra es un juego de azar, puede la fortuna sonreír o abandonar al que se expone al plomo enemigo. Si las visiones, que nadie llama y que ellas solas vienen a adormecer las duras fatigas, dan la seguridad en la vida que ellas pintan; si halagadores presentimientos que atraen para más adelante; si la ambición de un destino brillante, que yo me forjo, son bastantes para dar tranquilidad al ánimo serenado por la santa misión de defender a la patria, yo tengo fe en mí, fe firme y perpetua en mi camino. ¿Qué es la fe? No puedo explicármelo, pero me basta. Mas si lo que tengo por presentimientos son ilusiones a desvanecerse ante la metralla de Curupaytí o de Humaitá, no sientas mi pérdida hasta el punto de sucumbir bajo la pesadumbre del dolor. Morir por su patria, es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará; y nunca más digna fue una mujer, que cuando con estoica resignación envía a la batalla al hijo de sus entrañas. Las madres argentinas transmitirán a las generaciones, el legado de la abnegación y del sacrificio. Pero dejemos aquí estas líneas, que un exceso de cariño me hace suponer las letras póstumas que te dirijo.

Septiembre 22 de 1866. Son las 10. Las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón. ¡Salud mi madre!”
Muere en ese día en acción de guerra, desangrado por una metralla en el tendón de Aquiles. Sus restos fueron traídos a Buenos Aires en el buque Susan Bearn y reposan en el cementerio de la Recoleta.

El señor Parra expresa su dolor en correspondencia a Mary Mann:


“¡Ha muerto mi hijo! En la guerra ha muerto mi hijo, de un balazo en un pie, por donde se desangró antes de recibir auxilios.

Había nacido con las dotes del corazón y la inteligencia y yo lo había dirigido desde los primeros pasos. Enseñele a leer sin molestia, de edad de tres años y medio, al calor de la chimenea, escribiendo con un carbón las palabras, en un libro en blanco que todavía existe.

Allí está escrito de su mano y con carbón la palabra Sarmiento, para mostrarme que ya entendía.

A los dieciocho años estaba en correspondencia con ventura de la Vega. A los veintiuno ha muerto, combatiendo como un héroe. Como es necesario recibía grados en la Universidad y terminaba sus estudios este año, esperaba eso para traerlo a mi lado. La muerte lo ha arrebatado como una linda flor que se quiebra por su tallo.

Tengo que conformarme, ya estoy resignado, aunque el recuerdo de sus gracias infantiles, sus juegos conmigo me haga llorar más que la idea de su trágica y sangrienta muerte. No puedo recordarlo sino alegre y riéndose y esto me hace sufrir más.”
En Buenos Aires, mientras tanto, se divide el liberalismo y la facción autonomista liderada por Adolfo Alsina gana el control del gobierno.

1867, el coronel Lucio V. Mansilla, con la colaboración de Aurelia Vélez Sarsfield lanza la candidatura del Señor Parra a la presidencia de la república. Su hija Faustina enviuda.

El 2 de febrero de 1968 falleció en la ciudad de Buenos Aires el vicepresidente, coronel Marcos Paz, en ejercicio de la presidencia, lo que obligó a Mitre abandonar el frente para reanudar su cargo presidencial. La lucha continuó hasta que los aliados lograron la rendición de la fortísima posición paraguayana de Humaitá el 5 de agosto de 1868, seguida de la decisiva victoria de Itaibaté o Lomas Valentinas el 27 de diciembre de 1869.

Para entonces el señor Parra ha sido designado Presidente de la Nación Argentina.

Durante su regreso de Estados Unidos ha redactado "Diario de viaje" que ilustró con dibujos propios. En Río fue recibido por el emperador Pedro II y El 12 de octubre de 1968 asumió el cargo al que había llegado a pesar de no tener partido.

Adolfo Alsina, jefe de los autonomistas porteños, tras haber sido Gobernador de Buenos Aires, es su vicepresidente. Posteriormente Alsina será ministro de Guerra de Avellaneda quien a su vez fue ministro de Instrucción Pública de Sarmiento durante cinco años. Dalmacio Vélez Sarsfield lo será del Interior. Este último redactó por encargo de Mitre el Código Civil que entró en vigencia en 1871.

Caída la fortaleza de Humaitá en manos aliadas en julio de 1968 y consolidado el triunfo en Itaibaté en octubre de 1869 las tropas de Brasil se apoderan de Caraguatí. López se esconde en la selva, pero encerrado por la caballería en Cerro Corral, es muerto el 1 de marzo de 1870, junto al vicepresidente Francisco Sánchez, el ministro Luis Caminos y otros que rehusaron presentar rendición.

Las fuerzas tomaron Asunción y los aliados se reunieron en Buenos Aires para coincidir en el tratado de paz y la cuestión de límites. El señor Parra declaró que la victoria no daba derechos sin discusión con el gobierno que existiera en el Paraguay, así como con los tratados que se celebraran. Esa actitud disgustó al gobierno de Brasil que estuvo a punto de romper relaciones con la Argentina. Surge la polémica con Mitre sobre esta cuestión de los derechos del vencedor. Pero es precisamente la misión encomendada a Mitre en Río de Janeiro, por Sarmiento y Tejedor, la que resuelve en forma amistosa las relaciones con Brasil.

En Asunción se instaló el gobierno provisional de Cirilo Rivarola.

La población de Paraguay al comenzar la guerra era de 800.000 habitantes. La mortandad alcanzó 666.00 individuos, tercera parte de la población; que se redujo a 94.000 sobrevivientes : hombres 1,75 %, mujeres 22,50 % un 5,75 % . Es decir, la conflagración ocasionó un exterminio del 99% de la población masculina mayor de 10 años.

Escribió Alberdi que “la América no conoce la historia del Paraguay sino contada por sus rivales”.

Difícil para el normalista digerir esa matanza genocida, en la cual los nombres de Mitre y el señor Parra están implicados con sus acciones y parlamentos. El revisionismos histórico culpa como causas esenciales a los intereses británicos, que no podían permitir que el progreso independiente del Paraguay hiciera caer con su ejemplo al sistema colonial imperante en América del Sur; culpa a la ambición brasileña y a la ceguera Argentina.

“El dictador Francia habría gobernado con mano dura el Paraguay. Expropió las propiedades rurales y se la dio a los campesinos, y formó las `estancias de la patria` donde los paraguayos trabajaban en comunidad, obteniendo el beneficio de su propio trabajo. Persiguió y suprimió todo tipo de comercio especulativo y el gobierno mismo exportaba o negociaba la producción. No había ricos, especuladores, oligarcas ni financistas. El robo era castigado con la muerte y según testigos extranjeros se podía andar de noche por la campaña con dinero, sin peligro alguno. La riqueza era de los paraguayos. Los productos del país abarrotaban los depósitos y se exportaba cuero, tabaco, yerba, etc. “
“Muerto Francia, lo sucede Carlos Antonio López, un abogado que además de seguir la política de Francia, se preocupo en modernizar el Paraguay. No importaba artículos suntuosos, y los que necesitaba los canjeaba por productos del país, que transportaba en sus propios barcos. Tenía una flota fluvial y de ultramar de veinte vapores y cincuenta veleros, para llevar a Europa su producción, incluido el primer vapor fabricado en América. En vez de “importar capitales”, importaba los técnicos que necesitaba el Paraguay, y el estado hizo ferrocarriles, telégrafos, anales de riego, fundición de hierro, fabricación de sus armas y hasta de la pólvora que necesitaba. A la muerte de Carlos Antonio, lo sucede su hijo Francisco Solano López, educado en Europa donde actuó además en representación de su patria, siendo luego, durante el gobierno de su padre, general del ejercito.”

“Había más de 400 escuelas. En Paraguay “no hay niño que no sepa leer y escribir...” diría el estadounidense Hopkins en 1845. En Paraguay no había analfabetos, y durante la guerra en los frentes de batalla había un carro destinado a imprenta, donde se imprimían boletines de informes que eran muy difundidos entre la tropa. Ante las necesidad de la guerra, en el mismo frente de batalla se fabricaba el papel y la tinta, y se publicaron varios periódicos de amplia difusión, en castellano y guaraní, con informe de las tropas y hasta humoradas sobre el ejército aliado. La ley de patentes de invención elogiada en el mundo (menos por nuestros genios liberales), nuevos métodos de producción, incentivo al ingreso de técnicos. El gobierno becaba en Europa y Estados Unidos sus futuros técnicos e ingenieros.”


Remonta el estudiante estas páginas y se sorprende frente a documentos donde Bartolomé Mitre expresa su reconocimiento a Solano López del engrandecimiento del pueblo a su cabeza, con condiciones mucho más favorables que el suyo propio, de la naturaleza tranquila y laboriosa de su gente, en contraste con las regiones impetuosas de su patria, agregando estos términos enjundiosos:
“… y es como lo ha dicho muy bien un periódico inglés de esta ciudad, V.E. es el "Leopoldo de estas regiones", cuyos vapores suben y bajan los ríos superiores enarbolando la bandera pacífica del comercio, y cuya posición será más alta y respetable, cuanto más se normalice ese modo de ser entre estos países.”
¿Realmente el que escribía esto estaba preparando la trama que llevaría al genocidio casi completo de aquella población?

Horrible también, para su mayor desconcierto, la carta del señor Parra a Mitre, de 1872:


"Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse."

Un presidente sin partido
…El joven normalista se preguntaba: ¿… cómo sin partido y sin dinero había logrado triunfar y ser elegido para presidir los destinos de la Nación? Faustina, su propia hija le había pedido que no aceptara ser candidato, a lo que él le respondiera:
“Es preciso que te armes de coraje como tu padre, que acepta la vida como nos viene sin creerse con derecho a una felicidad en la tierra que nos ha sido negada. ¿Por qué serás más feliz que tu patria? ¡Acabemos, pues, con las lágrimas!

Iré donde mis compatriotas me llamen, no a gozar honores sino a poner el hombro en el edificio que se desploma. A trabajar humilde y valientemente, como el pobre sanjuanino cuando él vio amenazada de tragarse la ciudad. Sé mi hija en eso, en sufrir, en trabajar, en esperar tú otra vida más allá del sepulcro; yo en esperar en la justicia de la posteridad, que es el cielo de los hombres públicos.”


Su candidatura se había gestado a principio de 1867 cuando a instancias de Lucio V. Mansilla, el ejército, tras el cansancio ciudadano por la guerra con el Paraguay, el desprestigio del gobierno de Mitre y debilitamiento del federalismo de Urquiza, propuso al señor Parra como presidente. Mitre le escribió a José María Gutiérrez que mantendría la prescindencia e imparcialidad en la elección, condenando a la vez las candidaturas de Urquiza y Alberdi por reaccionarias, yaun a Alsina, sustentado por una liga de gobernadores sin apoyo popular. La candidatura del señor Parra fue apoyada también por el periódico La Tribuna, de los hermanos Héctor y Mariano Varela.

Sí, Parra había entendido que fijarse en él, -un provinciano firme y con ascendiente, que era a la vez un arquetipo genuino de Pavón aunque ausente del país y sin partido- obedecía a la esperanza de buscar un ideal de gobierno y trabajo, cuya atribución a su persona, era merecida. Su programa residía en veinte años de vida, hechos y escritos -en la prensa, la escuela y el ejército- prometiéndose a sí mismo, por su madre y Dominguito, que levantaría la piedra y la subiría hasta la montaña. Estaba persuadido que tantos años de estudio, viajes, experiencia. Enriquecido por el espectáculo de otras naciones, le habían enseñado mucho y lo capacitaban para asumir la Presidencia.

No obstante el normalista aturdido en la contemplación del prócer, conocedor de acontecimientos que sobrevendrían, se preguntó si habría de estar al final de ese mandato entre aquellos imberbes que lo apostrofaron, silbaron, burlado, interrumpiéndole el paso, haciéndolo pasar como por una carrera de baqueta, gritándole en la cara “chancha renga”, “loco”, “asesino”, “canalla”…

El 12 de octubre de 1868 el señor Parra había prestado juramento entre apretujones y desaires de los acólitos de Mitre, de los cuales esperaba fueran sus defensores. De su apellido, quitando las letras “m-i-t-r-e” , que correspondían al de su antiguo camarada, sus rivales componían la palabra “asno”. A la postre no fueron sólo polémicas o mofas lo que cosecharía a través de su período de gobierno, sino insultos despiadados.

El normalista intenta comprender su gestión.

En 1869 el señor Parra ha ordenado el primer censo nacional:


El país estaba poblado por 1.737.200 habitantes, de los cuales el 28% se concentraba en la provincia de Buenos Aires. “Casi las 4/5 partes de la población adulta era analfabeta. 1.356.000 habitantes no sabían escribir ni leer. Había distritos donde era necesario recorrer más de una legua para hallar una persona capaz de escribir cartas con una letra legible. Sólo 82.170 niños en edad escolar recibían instrucción mientras 331.286 continuaban en la ignorancia. A nadie se le había ocurrido la idea de alfabetizar a los adultos. Los inmigrantes adultos tampoco sabían leer. "Estamos" se lee en el censo "apenas un poco más poblados que la Siberia en Asia, que la Nueva Guinea en África (¡sic!), países casi inhospitalarios. Con relación al territorio absoluto somos la nación más despoblada de América". Se lee también "El jornalerismo abocado a la incertidumbre del trabajo deficiente, se hace pronto un peligro. Detrás de semejante situación está el descontento, el hambre, los incentivos del vicio, protestas y amenazas sordas y permanentes contra el orden y la ley".
Era evidente que hasta 1868 no había en el país suficiente cantidad de escuelas primarias y el número de adultos analfabetos era elevado. Pocos eran los colegios de segunda enseñanza y las dos únicas universidades, embrionarias. Se contaba con médicos y abogados pero no con ingenieros, mecánicos y físicos, y naturalistas, químicos y geógrafos. Indigente la expresión artística y burda la generalidad periodística.

Este estado de cosas era el fruto del primitivismo, intolerancia, barbarie, ignorancia, miseria que había primado en siglos de coloniaje y décadas de anarquía. La apropiación del suelo correspondía a pocas familias que vivían de la renta sin inquietudes valederas de progreso, mientras que el resto se las arreglaba como podía.

Pero de esos períodos de gestación, confiaba al normalista, algo valioso tendría que haber sobrevivido del ideario de hombres probos, de sus facetas nobles e idealistas, del amor al suelo nativo, de esperanza y fe. El respeto a sus mayores era patrimonio de su juventud y santa ingenuidad. Entre ellos estaba el señor Parra que había concretado la aspiración de regir los destinos del País, y con él los que bregaron por la libertad igualdad, paz y justicia, trabajo y progreso, emancipados del poder extranjero, organizados institucionalmente.

El programa compartido con su ministro de educación Nicolás Avellaneda, de 31 años, hijo de Marco Avellaneda, apodado el “Mártir de Metán” decapitado en 1841, desarrolló una enorme obra de educación popular, creando escuelas primarias, proveyendo útiles, subvenciones, impresión y traducción de libros, fundando bibliotecas, desarrollando escuelas de agricultura, gabinetes de física y laboratorios, cursos nocturnos para adultos, inspecciones de colegios, un instituto para sordomudos, las cátedras de instrucción cívica y taquigrafía, escuelas de telegrafistas, convenios de canje de libros con Chile, Venezuela, Colombia y Estados Unidos. Telégrafos hasta Chile, Brasil y Paraguay. Contratos para la ejecución de ferrocarriles. . “Educar al soberano” sería su slogan. Esto a través de numerosas leyes por él proyectadas y redactadas contra la oposición que tuvo en el Congreso y las dificultades originadas en la guerra del Paraguay y sublevaciones interiores

Crea en 1870 la primera Escuela Normal de Paraná cuya dirección se confía a un pedagogo estadounidense egresado de Harvard. En 1873, le toca a la Escuela Normal de Tucumán. Parra contrata 65 maestras norteamericanas para incrementar la enseñanza primaria. Instala colegios nacionales en San Luis, Jujuy, Santiago del Estero, Rosario y Corrientes. Amplía el plan de estudios secundarios de cinco a seis años. Se instituye la enseñanza profesional y práctica de la agronomía con un curso preparatorio y cuatro superiores. En San Juan y Catamarca se crean cursos de ingenieros en minas y museos de mineralogía. Dispondrá la creación de la Facultad de Ciencias Exactas en Buenos Aires y de la Academia de Ciencias Naturales de Córdoba. Crea el Colegio Militar de la Nación.

Serán gestores de escuelas nocturnas para obreros y escuelas ambulantes.

En cuanto a las relaciones políticas internas de la presidencia del señor Parra fueron en gran parte consecuencia de su propósito de instaurar un gobierno fuerte, de autoridad, que impusiese respeto y acatamiento; intenciones que habían sido expuestas con claridad en sus declaraciones iníciales de su mandato:
“La Constitución ha hecho del presidente el jefe único de la administración y puedo en consecuencia anunciaros de un modo solemne –puesto que se trata de actos exclusivamente míos- que la moralidad administrativa será completa durante el período de mi gobierno.”

… “no me arredran las dificultades de la tarea aunque no me es desconocido cuánto están destinados a sufrir en su honor y en su reposo los que están llamados a desempeñar las arduas tareas del gobierno. Una mayoría me ha traído al poder sin que lo haya solicitado; y tengo por lo tanto derecho para pedirle, al sentarme en la dura silla que me ha deparado, que se mantenga unida y que no eche en adelante sobre mí solo las responsabilidades de su propio gobierno.”…


Al asumir la presidencia la guerra con el Paraguay seguía su curso y diezmaba la población. Malones indígenas asediaban las fronteras.

En Corrientes el conflicto fue con el gobierno urquicista y el levantamiento del general Cáceres apoyado por López Jordán; medió exitosamente Dalmacio Vélez Sarsfield, logrando un acercamiento entre el presidente y Urquiza.

En San Juan, intervino la provincia por serios problemas legislativos, conflicto en el cual Mitre tomó posición contraria al gobierno. Se proclamó la ley marcial, y un gobernador, Valentín Videla, apareció misteriosamente asesinado.

En Salta hubo intervención con el pretexto de terminar con la rebelión de Felipe Varela y la finalidad de anular el mando de un coronel mitrista, para lo cual fue delegado el mayor Julio A. Roca.

En Jujuy hubo un movimiento revolucionario, entre otras revueltas, de las cuales fue la de más graves consecuencias las rebeliones de Ricardo López Jordán que con la adhesión de los entrerrianos defendían su autonomía.

El señor Parra, como comandante de las Fuerzas Armadas, desplegó tropas utilizando el ferrocarril para su concentración, utilizó las primeras ametralladoras, y utilizó su verba, el arma favorita, Tales tareas no le impidieron desarrollar la acción educativa propuestas, para lo cual contó con el brazo ejecutor de Nicolás Avellaneda.

1870 es el año de la visita a Urquiza en Entre Ríos, en su Palacio San José. Poco después el caudillo entrerriano será asesinado junto a sus hijos Justo y Waldino, acusado por los federales más fanáticos de traidor por venderse a los porteños. El Señor Parra no deja la muerte impune y enfrenta al responsable la rebelión, López Jordán cuya primera parte de la lucha finaliza con la batalla de Ñaembé, en enero de 1871 conducida por un general mitrista. El caudillo fue finalmente vencido en 1876 en Alcaracito. Jordán fue muerto por Aurelio Casas en Buenos Aires, vengando la muerte de su padre y el asesinato de Urquiza.

En enero de 1871 se inician los casos de la epidemia de Fiebre Amarilla que causará 14.000 muertos, más del diez por ciento de la población de la ciudad. Página oscura en la vida del señor Parra acusado de imprevisión y cobardía y que en contraste promueve, la mayor popularidad de Bartolomé Mitre. Parra viaja a Córdoba donde realiza la Exposición Nacional e Inaugura el 24 de octubre el Observatorio Astronómico. Distinto fue en la emergencia el proceder de otros, como el del Doctor en Leyes José Roque Pérez, quién al asumir la presidencia de la comisión popular de lucha contra la fiebre amarilla, redactó y firmó su testamento procediendo a recorrer los lugares más flagelados y pereciendo al fin víctima de su abnegación y amor al prójimo.

En el caso del señor Parra pudiera servir indagar en su ayer una raíz del miedo que justificara cobardía:

De los hermanos del señor Parra hay un nombre silenciado pese a los prolíficos escritos que dejó a su paso: Honorio, fallecido cuando Parra tenía siete años. Manuel Gálvez lo menciona al pasar; Parra, nunca, aunque debe haber sido compañero de juegos y estudios en la Escuela de la Patria. Silenciar su recuerdo entre millones de palabras escritas sugiere una inconfesada reticencia si no una resistencia más profunda, ligada a fantasías sobre la muerte y sus fantasmas. Expurgar candelillas, duendes, ánimas y dudas fue una labor para la cual no estuvo solo. De la importancia de este proceso habla su recuerdo de aquel don José que lo educó en años de su infancia.


“Estábamos una noche solos ambos en nuestra solitaria habitación de San Francisco del Monte, y había velándose en la vecina iglesia el cadáver de una mujer hidrópica. "Anda, Domingo, me dijo, y tráeme de la sacristía el misal, que necesito ver un spelbus que hay, contra lo que dice Nebrija". Tenía yo que entrar por la puerta de la iglesia, dejar atrás el ataúd rodeado de velas, tomarle en el cañón oscuro del edificio, y entrar en la sacristía. Estuve sudando a mares en la puerta gran rato, avanzando un paso y retrocediendo, hasta que desenvolviéndose el miedo que se estimula a sí mismo y multiplica sus fuerzas, yo renuncié a entrar, y me volvía, cola entre las piernas, a confesarle a mi tío que tenía miedo a los difuntos; iba resuelto como un balandrón puesto a prueba a pasar por la vergüenza de humillarme hasta merecer el desprecio cuando por una ventanilla vi la cara plácida, tranquila de mi tío que dejaba deslizar lentamente el humo de una reciente fumada del cigarro. Al ver esta fisonomía noble me creí un vil, y volviendo mis pasos entré en la iglesia, dejé atrás al difunto, y en alas del sentimiento del honor, que no ya del miedo, tomé a tientas el libro y salí levantándolo alto, como si dijera ya a mi maestro: he aquí la prueba de que no tengo miedo. De regreso, empero, parecíame de lejos que no había espacio suficiente para pasar sin exponerme a que el difunto me echase garra de las piernas. Esta seria reflexión me conturbó un momento, y describiendo en torno suyo un círculo, vuelto el cuerpo y los ojos hacia él, rozando la espalda contra la muralla, marchando de lado, después para atrás por no perderlo de vista hasta tomar la puerta, yo salí de aquella aventura sano y salvo, y mi tío recibió el libro, y buscó en él y halló el caso. Pero él ignoró toda su vida las peripecias que habían agitado mi espíritu en seis minutos. Yo había sido vil, grande, heroico y miedoso, y pasado por un infierno, por no sentirme indigno de su aprecio.”
Se dice que tanto la felicidad como el terror están vinculados con experiencias infantiles. Así fuese el deseo o el espanto, la hipótesis involucra la persistencia del pasado. Acaso el señor Parra no quería morir; rechazaba sin excusas la suerte de su hermano Honorio, estar tan cerca de los difuntos como para que ellos le agarrasen por las piernas. Quedarse durante la epidemia habrá sido para él sencillamente un suicidio, nadie recogería el sentido sacrificial de una oblación de sí. La fiebre era una “peste”, como lo había sido la guerra heredada que tuvo que soportar y que despoblara la nación hermana y aniquilase a su conductor, Francisco Solano López. Guerra de la cual sus despojos trajeron el cólera y luego la fiebre. Un interludio insuperable para todo lo que se proponía hacer después que la tragedia concluyera; miedo sí, pavor de no vivir su destino de reconstrucción y grandeza. Su apego a la vida pudo haber sido más fuerte que todas las angustias del mundo, y el eludir el aniquilamiento del cuerpo la única forma de preservar la tarea de su espíritu a brindar a los vivos. Así como para otros, la solidaridad en el morir, sería la compasión y esperanza de otra vida a merecer.

Aquí se enredaban las reflexiones del normalista, tratando de sublimar una decisión que no fuese miedo y justipreciar al mismo tiempo, el sentido de la ofrenda de sí de otros, reconociendo también la pertinaz maledicencia que ensombrece las acciones del gobernante. Se detuvo al fin, discurriendo, en el homenaje que el señor Parra deparara a uno de los mártires eminentes de la peste, de quien sería cronista de su fama póstuma: el Dr. Francisco Xavier Muñiz:


“Si al doctor Muñiz le hubiera sido dado en vida elegir su género de muerte, no habría muerto de otro modo.”

“La salud del Dr. Muñiz venia quebrantada más que por los años por achaques contraídos en tan dilatados servicios. Había ido con su familia a pasar el verano en Morón, cuando estalló la fiebre amarilla en la ciudad de Buenos Aires en 1871. Como siempre, quiso esta vez dar ejemplo de abnegación, y abandonando su retiro voló a tomar su puesto de combate, a luchar con la epidemia brazo a brazo hasta caer vencido por ella para siempre.

Así se extinguió aquella existencia fecunda y generosa. Si al Dr. Muñiz le hubiera sido dado en vida elegir su género de muerte, no habría muerto de otro

modo. Como el soldado en la batalla, él murió como médico al pie de la bandera, de la caridad y fiel a los deberes que rigieron siempre los actos de su vida: fue un mártir de su profesión.

La Municipalidad de Buenos Aires mandó grabar su nombre en el monumento que elevó en el Cementerio del Sud a los médicos que murieron luchando con tan aciaga epidemia.

La Facultad de Medicina acordó colocar su retrato al óleo en el salón de grados, donde hoy se ostenta.

Concluía el Dr. Muñiz la biografía de su maestro el Canónigo Dr. Banegas observando: “que la vida es la muerte a pesar de su origen divino, ya en nuestro planeta, ya en todos los sistemas que constituyen el Universo”. Sabía que siendo él “un soplo, un grano imperceptible, no podía resistir por más tiempo a las causas de destrucción que instantáneamente le impelían hacia el dominio de la muerte.”

Cumplióse pues con él mismo la ley de la naturaleza, “la ley que ordena que al río de la vida nadie eche el ancla de salvación.” Sonó la hora final en el reloj del destino, y su eco repercutido en la materia, se tradujo en la sonrisa del justo, en la calma de la buena conciencia.”

Fue un cántico de gloria, para él que vivió para su patria, para la humanidad doliente, y para la ciencia, y cuya fe en la piedad divina le permitió creer, y esperar que al desatarse de su ropaje terrenal, volaría su espíritu a unirse eternalmente con su Creador”.

Esta debió ser su oración de moribundo ya que debía conservarla escrita en su corazón, tal como la había concebido y sentido para entregar a la posteridad la

memoria de su maestro y amigo.

Los diarios de la época mencionan esta pérdida sensible, y La Nación Argentina bajo el epígrafe “Tributo de la ciencia” nos ha conservado con las lamentaciones públicas algunos detalles del trance final.

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El anciano Dr. Muñiz, que llevaba sus canas a los campamentos y andaba con sus manos ya trémulas las heridas del campo de batalla, tampoco se arredra ante esta tremenda batalla que nos da un poder formidable y desconocido. Abandona su residencia de campo en Morón y volando a asistir a los suyos y a los extraños, aspira el veneno que nos circunda y cae postrado para siempre. “Al lado de esta abnegación de la ciencia no es posible olvidar la abnegación de la amistad “La familia de López Torres había perecido.

El se encontraba aspirando los miasmas de un foco de infección terrible y sentía los síntomas de la atroz fiebre amarilla. “José María Muñiz, que estaba solo en su casa, lo lleva a éste en un carruaje.

Allí murió López Torres ; pero el generoso joven cayó a su turno enfermo, no queriendo Dios que tanta abnegación se pagase con la muerte, aunque el anciano Dr. Muñiz no pudiera escapar al golpe mortal del flagelo”.


A lo largo del mes de mayo decreció la curva epidémica hasta que en junio no se registraron nuevos casos. Hecho notable, una catarata de juicios testamentarios fraudulentos y guerras privadas entre los herederos que había dejado la epidemia, irrumpió y colmó entonces a los tribunales.

Parra deja un testimonio personal en sus cartas a Manuel García:


“Mi estimado amigo: No he recibido carta suya por este vapor, y esto me estimula a escribirle a fin de que no se crea olvidado, o intencionalmente négligé. La guerra del Entre Ríos me dejó una impresión de desaliento que me hizo desconfiar de todo. Era yo un experimentador que había anunciado con gran pompa hacer marchar un buque por un nuevo mecanismo; y antes del ensayo encontrado que el tal mecanismo era una ilusión. No es que me sorprendiese que hubiera guerra en el país de la guerra, sino que por motivo tan innoble, con medios tan grandes como los que el gobierno nacional poseía, se encendiese guerra que en un año no se pueda terminar. No hubo batallas hasta noviembre, que fue una sorpresa, no obstante tres ejércitos y seis generales. De la guerra sólo quedan seis millones menos. Verdad es que el orden y la libertad del Entre Ríos los darán en aumento de prosperidad y renta.

A esta altura iban las cosas cuando estalló la fiebre amarilla, la más mortífera

que se conoce en los anales de las epidemias. Estábamos, pues, minados, envenenados por las emanaciones del Riachuelo — de los comunes — de la infiltración de las aguas corrientes sin desagües dos años, renovando y fermentando los antiguos depósitos desde la fundación de Buenos Aires. Esta epidemia ha traído otras en los ánimos. La política mezclada con la caridad, a punto de no hacerse una receta o dar un socorro sin mandar una andanada al presidente o al gobernador o a alguien, porque los candidatos políticos, los diarios y los polticians son los que promueven todo. Hemos salido al fin de la plaga y de la comisión popular.”

“En cuanto a la fiebre sepa usted que nadie se preocupa ya de ella. Se ha renovado la sala, la municipalidad; sin que haya interés representado que a la



higiene se refiera.”
El señor Parra, crea en 1872 el banco Nacional y seguidamente funda la Escuela Naval.

Se consolida la política científica planeada por su gobierno, confiándosele a Benjamín Arthorp Gould la dirección del observatorio astronómico, junto con el decidido apoyo otorgado a Germán Burmeister y la fundación de la Academia Nacional de Ciencias, para la cual se contrató entre otros a Kurt S. Sellack. Asimismo, el interés por las ciencias del señor Parra halló en la figura de Gould la concreción de estudios que culminaron en la creación de la Oficina Meteorológica Nacional, la verificación, comparación y normalización de las diversas pesas y medidas empleadas en el país. A su vez el sabio completó en 1879 su “Uranometría Argentina”. Fue producto de esa época la oposición ideológica entre el yanquetismo de Parra y el europeísmo de Alberdi, que le ocasionaron otras incomprensiones y desasosiegos.

Marcelo Montserrat destaca en honor del señor Parra el sorprendente ejemplo de un estadista con cuyo nombre tres sabios agradecidos bautizaron una mariposa, un caracol y al oloroso palo santo: “así lo hicieron Berg con el Sarfmentoia faustinus, Kayser con el Maxlurea Sarmienti y Lorentz con el Bulnesia Sarmientii” y agrega: no nos parece una mala manera de entrar en la inmortalidad.”
“Quizá sea fácil para muchos resbalar irónicamente sobre sus contradicciones vitales, sobre el progresismo exaltado que nutría su poderosa voluntad de acción; los historiadores del siglo que se aproxima dirán si nosotros habremos hecho algo mejor que ironizar. Porque en el terreno de nuestra cultura, como en todos vale aquello que Antonio Machado ponía en boca de su ilustre doble don Juan de Mairena: “Los hombres que están siempre de vuelta en todas las cosas son los que no han ido nunca a ninguna parte…”.
Los antecedentes de la creación del observatorio de Córdoba ponen de relieve particularidades del señor Parra. Su encuentro con Benjamín Gould, uno de los primeros astrónomos norteamericanos, pese a su juventud, ocurrió en Boston, en las veladas de Mary Mann cuando su desempeño como embajador en Washington. Planeaba el científico trasladarse a una estación austral con el instrumental necesario para su investigación. Parra fue absolutamente receptivo al proyecto, para el cual el astrónomo había considerado la ciudad de Córdoba ideal por su posición geográfica, ser libre de temblores de tierra, contar con la pureza de la atmósfera, la excelencia y salubridad del clima. Aseguró sin objeciones la acogida y cooperación por el gobierno nacional que representaba, para su expedición, agregando que la Nación Argentina tomaría a su cargo la creación del observatorio astronómico dotándolo del mejor equipamiento existente.

No dudó de transmitir en su correspondencia a Buenos Aires, el entusiasmo de ver convertida a Córdoba y su Universidad en una Greenwich argentina.

El gobierno de Mitre, comprometido económicamente con la guerra con el Paraguay, no pudo propiciar el compromiso, pero el señor Parra, inquebrantable en su decisión, cumplió cuando su ascensión a la presidencia.

En su viaje a la patria, al cruzar el Ecuador el 6 de agosto escribe a Mary Mann:


“Hemos de tener observatorio nacional dirigido por el profesor Gould. Yo arreglaré allá a mi llegada lo necesario… y si como mi país me felicitase, sin olvidar o perder de vista los Estados Unidos, esa noche vióse ya la Cruz del Sur sin desaparecer la Estrella Polar”
Asume el normalista de estos hechos, con una seguridad mayor, que no fue razón de cobardía su presencia en Córdoba durante la peste. Correspondencia anterior testimonia de la trascendencia que tuvo para él la creación del Observatorio y la Exposición Industrial en Córdoba:
2 de setiembre de 1968: “... apenas se instale el gobierno me he de ocupar del Observatorio y del profesor Gould, como de otros trabajos científicos”

12 de octubre de 1869: “Le escribo el día aniversario de mi recepción al cargo de Presidente, un año hace, para anunciarle que es ley la creación del Observatorio Astronómico, lo que puede a mi nombre comunicarle a Mr. Gould, a fin de que se vaya preparando para venirse. No sé si le escriba directamente a él en el poco tiempo que me queda disponible hasta la salida del vapor, que coincide hoy con la clausura del Congreso, ceremonia que ejecuta el Presidente en persona”


Y así sucesivamente, especificando presupuestos votados, encargos a Europa, petición de costos, hasta llegar a la ansiada inauguración del 24 de octubre de 1871 que contó además con la presencia de su ministro de Instrucción Pública Dr. Nicolás Avellaneda, a quién no se lo ha inculpado de cobardía por su asistencia, de cuánto el normalista sabe.

Finalizada la guerra de la Triple Alianza y aplacada la epidemia, los problemas no fueron menores para el Señor Parra. Restaba la lucha de los indios por las praderas vírgenes del sudoeste de Buenos Aires contra el Estado, cristianos y estancieros. Para los indígenas era cuestión de someterse o pelear. El cacique Calcufurá declaró formalmente la guerra al presidente y atacó Bahía Blanca y Tres Arroyos, resultando vencido en la batalla de San Carlos, en el actual Partido de Bolívar. Nunca más volvió a guerrear, muriendo el 4 de junio de 1873, deprimido y recluido en Salinas Grandes.

Existieron también discrepancias con el gobierno de Chile. Tomada justa conciencia del significado de la Patagonia, lejos ya en señor Parra de las actitudes previas de lucha incondicional contra el señor Rosas, de la previsión de desembarcos de las grandes potencias marítimas de entonces, que lo motivaron a confiar y ceder a Chile una acción positiva sobre esas tierras. Ahora, desde su mandato presidencial, no cedió al vecino país ni un metro de territorio argentino; mantuvo para las negociaciones a Félix frías y Carlos Tejedor, hombres incapaces de prestarse a cualquier debilidad o concesión.

Fue el señor Parra el que más se esforzó hasta entonces por fomentar la exploración de la Patagonia. En 1873 el vapor de guerra General Brown, primer asiento de la Escuela Naval, fue mandado a recorrer las costas australes y al año siguiente, la goleta Rosales conducía a los naturalistas Carlos Gerg y Francisco Moreno, desde entonces abanderado de la incorporación de la Patagonia a la Argentina.

A sus 72 años, en 1873, sufre un atentado contra su vida del cual sale ileso. Mientras se dirigía hacía la casa de Vélez Sarsfield una explosión sacudió al coche en el que viajaba. Sin detenerse a averiguar si el Presidente había sido o no herido, el cochero apuró a los caballos y llegó rápidamente a destino. El señor Parra no había escuchado el disparo porque ya padecía una profunda sordera.

Dos anarquistas italianos, los hermanos Francisco y Pedro Guerri, contratados por hombres de López Jordán, confesaron ser los autores El asesinato falló porque al primero de ellos se le reventó el trabuco en la mano.



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