Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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El regadío
“Soy todo el hombre

El hombre herido por quién sabe quién

Por una flecha perdida del caos

Humano terreno desmesurado”


Desde siempre viene regándose la tierra con la sangre de su gente. Primero está la voluntad del gesto, luego el trazo en el aire de los cuchillos y las lanzas, los despojos enarbolados en la pica admonitoria, la simple y llana reafirmación del hecho. El fusil y la espada.

Después las voces de lo muertos.

Ya lo ilustró Rulfo.

Un otro texto de murmullos que surge de la tierra abonada y va cubriendo extensiones dando lugar a una aciaga realidad de verosimilitud enraizada en la violencia, la impotencia y el fracaso, donde dialogan las víctimas y los deudos que han ido sumándose a un mismo destino de desesperanza.

Sobre la tierra los vencedores llenan los folios de la justificación, raramente de la culpa, tratando de ahogar el texto subyacente que porta el sinsentido profundo de la comprensión de la historia. Pero las voces de los muertos son apenas un murmullo aplastadas por las lápidas y esculturas congregadas o esparcidas en el artificio del recuerdo respetuoso y sin juicio de los cementerios y los parques.

El revisionismo tampoco es la reverberación de las voces de los muertos, sino para ellos, vicisitud del vano ir y venir de los hombres en sus bandos. El resonar bajo la tierra de sus marchas y contramarchas les es ya indiferente y vacío como lo son sus cráneos y sus órbitas. Mundo y submundo, tan complejos ambos, como la suma de las voces de los cadáveres que lo pueblan.


“La guerra fue siempre la tela de la historia. Guerra de conquista, guerra de dinastías, guerra de secesión, guerras religiosas, e ahí el alfa y el omega de la historia. Las religiones falsas y verdaderas se parecen en una sola cosa. Y es en haber empapado en sangre la tierra, cuánto más persuadidas estaban de su origen divino.”
“Lo primero fue el llanto

Y estamos en el llanto

Porque aún no ha dicho el Verbo

Que el llanto se haga luz.”


Lugares santos
[El artículo del señor Parra sobre Camila O´Gormán y el clérigo Gutiérrez]
“Camila O´Gormán pertenecía a una familia distinguida de Buenos Aires, era linda, bien educada joven, cantaba y ejecutaba en el piano con arte y vivía en una de las calles más decoradas de tiendas de lujo, circunstancia que en aquella ciudad en que se pasea por el comercio toda las noches, debía darle alguna notoriedad. Su padre es un sujeto respetable, de modales finísimos, esmerado en el vestir y muy europeo en sus costumbres, lo que debía hacerlo naturalmente el blanco de las antipatías de aquellos que tantas manchas del lodo o de sangre han echado sobre el fraque, el peal del pantalón, el corte del chaleco, la barba o el pelo objeto de persecución, no ha mucho de parte de la política.

Visita a la casa del señor O´Gormán el clérigo Gutiérrez, joven, lleno de atractivos y de blandura, cuyas dotes le habían merecido la estimación de la familia. Pero a causa de aquel estado forzado de la sociedad, de vicio secreto y oculto que gangrena y daña las relaciones, la joven Camila es seducida por el joven clérigo, y en la desesperación de remedio para situación tan vergonzosa, quién sabe si obedeciendo a alguna de esas vividas ilusiones que pasan por el alma de los enamorados, ambos fugaron de Buenos Aires, anduvieron errantes por los campos, fue el sacrílego esposo maestro de escuela para vivir, hasta que reconocidos y delatados fueron transportados a Buenos Aires circunstancia que atrajo y al avivó la curiosidad pública.

Al día siguiente, a las diez del día, se mandaba parar de orden de la policía en la calle a cada transeúnte, para avivar más la imaginación, haciendo que el silencio, la movilidad extraña de los objetos y de los hombres preparase al público a las emociones que le esperaba. De repente cunde la noticia de que el cura Gutiérrez, Camila O´Gormán y el niño de ocho meses que llevaba ésta en sus entrañas, habían sido fusilados juntos por orden del gobernador Rosas y sepultados juntos en un cajón. Buenos Aires tiene encallecido el corazón de experimentar horror, y no es fácil cosa conmoverlo con muertes, degüellos, desapariciones de individuos. Todo es vulgar; pero aquel fusilamiento de una linda joven, de un cura y de un niño, a quien según la expresión de Ascasubi, el bardo gaucho “matan antes de haber nacido”, era tan exquisitamente horrible, imprevisto, repentino y aterrante, que valía por una matanza por las calles llevando al mercado las cabezas. Si la ciudad entera la hubiese recibido un solo instante la noticia, se la habría visto estremecer como si una cadena galvánica, hubiese comunicado a todos una descarga eléctrica. Hemos visto cartas de extranjeros dirigidas entonces a sus corresponsales de Valparaíso en que decía uno “estoy horrorizado, se me pueda la cabeza, esto es espantoso”. Y sin embargo no decía qué era lo que tan profundas emociones le causaba. Quince días después se explicó en términos generales sobre el acontecimiento, y bajo las mismas impresiones de pavor.

Añádase a esto, que acompañaron a la muerte de aquellos infelices, detalles que despedazan el corazón. La guarnición de Santos Lugares, encargada siempre de ejecuciones iguales, habituada siempre a matar a quien se le ordena, tuvo esta vez horror de sí misma, y el oficial contestó sin saber lo que se decía “que me maten; pero yo no hago lo que me mandan”. Fue preciso avisar a Rosas, prolongar la expectación y que llegase nueva partida de soldados. Al clérigo le desollaron las palmas de las manos y la corona, práctica que ya se había observado, con otros cuatro viejos curas y canónigos, degollados en Santos Lugares. En el momento de su suplicio, el cura criminal flaqueaba; y teniendo los ojos vendados preguntaba oyendo paso cerca de él, “¿quien está conmigo?” –Yo, le contestaba una voz que por mucho tiempo había sonado dulce a sus oídos: “¿qué, tienes miedo? Yo estoy tranquila; me han bautizado a mi hijito”. Esta pobre víctima de una pasión se había echado el pelo hermosísimo sobre su rostro, para ocultar quizá el rubor tan natural en una mujer; y la madre al sentir gatillarse los gatillos de los fusiles, encogía el cuerpo, como para evitar que alguna bala fuese a matar al hijo que palpita en sus entrañas. Los soldados de don Juan Manuel de Rosas, son hombres al fin; uno cayó desmayado disparar su fusil; otros volvieron la cara haciendo fuego a la ventura, y ninguno acertó a herirla en la primera descarga. En la segunda de ocho tiros, uno dio en un brazo de la pobre señorita que dio un grito. Al fin que la piedad se despertó en aquellos corazones embrutecidos y a la tercera la despedazaron a balazos.



Estas escenas bastarían para hacer morir de miedo a la mitad de las mujeres de Santiago si las presenciasen. Allí no sucede eso. Después del acontecimiento veíanse las tiendas llenas de gente, hablando de cosas indiferentes; a veces risotadas temblorosas, descompasadas, daban a aquel juego de fisonomías un aire infernal, como la risa de Otelo cuando se descubre engañando; y al día siguiente, personas que querían instruirse de lo ocurrido, no encontraban quién conociese los detalles; habían oído algo, se decía que habían fusilado a unos criminales. Porque así está educado Buenos Aires. Cuando una familia tiene miedo sale a la calle para mostrar que no tiene culpa; cuando recibe la noticia de que un deudo ha muerto o ha sido degollado en la guerra, da a un baile para mostrar que reniega de su propia sangre. ¿Qué había podido motivar a que el exceso de rigor sobre una niña infeliz hasta donde no puede llegar otra que su posición social, ser madre de un hijo sacrílego? ¿Y contra un cura perdido en la opinión? ¿Era celo llevado hasta el fanatismo por la religión y la moral? Pero en su sociedad íntima de Palermo admite Rosas a la barragana de un sacerdote, del señor Elortondo, bibliotecario, sirviendo este hecho a base a mil bromas cínicas de su tertulia. Los que creen conocer los resortes que mueven su alma, suponen que los móviles de aquella ejecución eran de una naturaleza especial. Hacía ya algún tiempo que la mansedumbre de la policía había dejado ir desapareciendo poco a poco la cinta colorada en el pecho y en el sombrero aun de los mismos federales. Niñas muy apuestas y de la tertulia de Rosas osaban presentarse en público sin moños colorados, los chalecos de rojo vivo que eran, habían degenerado en punzó, en negro con listas coloradas, en color castaña y últimamente hasta en negro y en colores vivos sin mezcla de colorado. En presencia del negociador Lepredour se habían llevado ciento ochenta ciudadanos a la cárcel por encontrárseles en la calle in fraganti delito de no tener la cinta colorada. Es claro que la autoridad necesitaba remontar un poco los espíritus olvidados de la mazorca, era preciso dar una lección a los jóvenes que llegaban a la virilidad desde 1840 en adelante; en ocho años de seguridad hay tiempo de olvidarse que hay una autoridad que quiere ser obedecida en cosas tan capitales y gloriosas como el trapito colorado. Créese que el apellido de O´Gormán, sus aires de caballero, sus maneras europeas, entraban en algo para hacerle aquella afrenta... En fin, la circunstancia de ser un clérigo criminal, le daba al acto algo de picante, de novedoso, castigando al sacerdocio por pasiones puramente humanas que no provienen del ministerio sacerdotal. ¿Quién ha podido ser indiferente a aquel suceso? ¡Una niña cumplida, un clérigo un niñito fusilados, son cosas que se quedan hondamente grabadas en el espíritu! Y luego, la revolución europea se sabe en Buenos Aires: muchos leen papeles extranjeros: ¡el espíritu de insubordinación es contagioso! ¡Qué momento más oportuno para descargar uno de esos golpes sobre el corazón que hacen refluir la sangre y el alma a las extremidades un año entero!

La plena asunción del hecho por el señor Rosas
"No es cierto que el Dr. D. Dalmacio Vélez Sarsfield, ni ninguna otra persona me aconsejaran la ejecución de Camila O' Gorman, ni del cura Gutiérrez. Durante presidí el gobierno de la Provincia Bonaerense, Encargado de las Relaciones Exteriores, y con la suma del poder por la ley, goberné puramente según mi conciencia.

Soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores, y de mis aciertos.

Pero la justicia para serlo debe tener dos orejas: aún no se me ha oído.

El señor doctor Vélez fue siempre firme, a toda prueba, en sus vistas y principios unitarios, según era bien sabido y conocido, como también su ilustrado saber, práctica y estudios, en los altos negocios del Estado.

Y lo eran también en sus vistas y opiniones unitarias, algunas otras personas respetables, honradas y de capacidad, distinguidas.

Pero personas, que no faltaron en sus respetos debidos al Gobierno.

Y como nunca miré las opiniones de ambos partidos, precisamente como razones, respetaba, y consideraba a esas personas, tan más cuando yo mismo dije varias veces: "Obsérvese que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha hecho ver prácticamente ser absolutamente necesario entre nosotros el sistema federal, porque entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos para un Gobierno de unidad.

Obsérvese que una República federativa, es lo más quimérico y desastroso que pudiera imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos, porque conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del Gobierno General con respecto al interior de la República, es casi ninguna, y su principal y casi toda su investidura es de pura representación, para llevar la voz a nombre de todos los Estados Confederados, en sus relaciones con las naciones extranjeras; de consiguiente, si dentro de cada Estado en particular no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno General Federal Representativo, no sirve mas que para el desorden parcial que suceda, y hacer que el escándalo de cualquier Estado, se derrame por todos los demás.

El Gobierno General en una República Federativa no une los pueblos federales; los representa unidos, no es para unirlos, es para representarlos ante las naciones.

No se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los Estados, ni decide las contiendas que se suscitan entre sí.

En el primer caso sólo entienden las autoridades particulares del Estado, y en el segundo la misma constitución tiene, previsto el modo como se ha de formar el Tribunal que deba decidir.

En una palabra, la unión y tranquilidad cría el Gobierno General, la desunión lo destruye: él es la consecuencia, el efecto de la unión, no la causa: y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída, porque nunca sucede sino convirtiendo en funesta desgracia y anarquía, toda la República.

No habiendo, pues, hasta ahora entre nosotros unión y tranquilidad, menos mal es que no exista el Gobierno General, que sufrir los terribles estragos de la disolución. Eran esas mis vistas y opiniones en todo el tiempo que presidí al Gobierno de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina.

Son bien conocidos, y publicados los consejos, encargos, y órdenes, de la ex-comisión unitaria en Chile, ahora no tengo tiempo para ocuparme de buscar esas publicaciones que asombran, afligen y espantan, en sus terribles consecuencias, funestos resultados. Ni es tiempo oportuno para traer a consideración detenida, esas inauditas matanzas.”



Rosas

Persona
La fusión del erotismo y el amor en la ternura era algo simple y lógico en el espíritu del normalista enamorado, lo era también el espanto y la repulsa ante la crueldad sanguinaria. De Dios guardaba el respeto y el temor catequista que obliga a cargar con el sexo como una vergonzosa servidumbre, y el pecado, aunque el suyo no de ser violento. ¿Cómo podría posicionarse entonces ante hombres bravíos y los hechos feroces de la historia? ¿Acaso todavía fuera simplemente un niño? … pero había llegado a esa edad en que se descubre el tiempo en toda su magnitud, no solamente el presente recortado en el cual se habita, si no la temporalidad: el pasado y el futuro, y con ello la intuición del esfuerzo para llegar a ser persona.

¿Sabían aquellos hombres por qué vivían y morían? ¿La validez de sus prédicas y justificaciones? ¿Cuál era la razón por la cuál luchaban, sometían y mataban?

Durante su infancia le habían enseñado una historia hecha de destinos excepcionales, que apelaba al modelo de héroes despojados de todo cuestionamiento. Fue inevitable la asimetría entre el infante y el hombre, la ignorancia y la presunción del saber, el contraste entre el ignoto y el encumbrado.

Ahora el pasado resultaba polivalente, sujeto no al juicio individual sino a la elaboración de una contemporaneidad polifacética. Por ello no le era posible la subordinación a una objetividad fáctica pues su sentido era reinterpretado constante y arbitrariamente. Sin embargo había un ayer concluido, una facticidad a partir de la cual podría existir la capacidad de disponer libremente de la propia conducta frente a otros. Débil, indigente todavía la ilusión de la conciencia y la voluntad. No Importaba que el pasado perdurara en la construcción del mito o en lo imaginario, estaba allí, concebido, y se preguntaba si el señor Parra, auténtico, verosímil, fantaseado, podría sostener su vocación e inspirarlo en el curso de su vida.

El estudiante había desembocado en aquel momento de la juventud en que se supone, a pesar de la participación interpretativa de los otros, que la aprehensión de los hechos depende de uno y es siempre parcial. La historia aparentemente requiere de una revisión permanente, un esfuerzo moral por el cual el historiador, libre de manipulaciones ideológicas, intenta un sereno examen del pasado, no revisionista, sino legítimamente fundado en páginas sesgadas del ayer. Labor ímproba para la cual, comprendía, no estar maduro ni vocacionalmente orientado.

Había escrito León Felipe: “Tal vez se llame Jonás”

“Yo no soy nadie:

Un hombre con un grito de estopa en la garganta

Y una gota de asfalto en la retina.

Yo no soy nadie: ¡Dejadme dormir!”


Con todo, habíase incorporado del rincón oscuro de la nave y aventurado en el abismo de aquellas glorias y aquel infierno, ansioso de apoyar su cabeza en la cresta posible de la comprensión.
El legado
El General San Martín, fallece en Francia el 17 de agosto de 1850. En testamento redactado en 1844 había legado su sable a Rosas, por su firme actitud frente a la agresión extranjera:
“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”
He aquí un tema controversial que, tomando en cuenta el reconocimiento del General San Martín a la política del señor Rosas, vuelve inevitable proyectar sombras sobre la polaridad Parra - Rosas.

Examina el normalista el análisis de Pacho O´Donnell según el cual San Martin, militar de alma que aborrecía el desorden y la indisciplina, pronosticaba que la anarquía terminaría haciendo fracasar la lucha por la independencia. Por otra parte había podido valorar en la guerra gaucha el coraje y patriotismo de los caudillos; su simpatía se inclinaba con razón hacia los federales ya que padeció el sabotaje a sus planes libertarios por los liberales de Buenos Aires e infundios contra su persona bajo el dominio político de Alvear y Rivadavia. Cuando el fusilamiento de Dorrego y el poder de Lavalle, se abstuvo de desembarcar y a participar en luchas intestinas.

En cartas a su amigo Tomás Guido expresaba:
"El foco de las revo­luciones, no sólo en Buenos Aires sino en las provincias, ha salido de esa capital, en ella se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades se procura sa­tisfacer sin reparar en medios: ahí es donde un gran núme­ro no quieren vivir sino a costa del Estado y no trabajar".
"Conviene en que para que el país pueda existir es de nece­sidad absoluta que uno de los dos partidos en cuestión des­aparezca de él. - Al efecto se trata de buscar un sal­vador que reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan."
El 17 de diciembre de 1835, San Martín celebra la "mano dura" de Rosas:
"Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño para conseguir tan loable objeto, yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable".
Don Juan Manuel resulta para el Libertador la antítesis de la anarquía y valoriza la despótica tranquilidad que reina en su país:
"Sólo ella pue­de cicatrizar las profundas heridas que ha dejado la anar­quía, consecuencia de la ambición de cuatro malvados...".

"Desengañémonos, nuestros países no pueden, al menos por muchos años, regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro: despóticos".


El revisionismo rosista se apuntala muy orondo en estos hechos y dichos de San Martín, que el señor Parra atribuyó a senilidad:
“San Martín ya era hombre y viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez; habíamos vuelto a la época presente y nombrado a Rosas y su sistema. Aquella inteligencia tan clara en otro tiempo, declina ahora; aquellos ojos tan penetrantes que de una mirada forjaban una página de la historia estaban ahora turbios, y allá en la lejana tierra veían fantasmas de extranjeros, y todas sus ideas se confundía, los españoles y las potencias europeas, la patria, aquella patria antigua, y Rosas, la independencia y la restauración de la colonia; y así fascinado, la estatua de piedra de antiguo héroe de la independencia, parecía enderezarse en su sarcófago para defender la América amenazada.”

"Anciano abatido y ajado, débil de juicio; su ánimo se ofusca y exalta... Fastidiado estoy de los grandes hombres que he visto... Hace tiempo que me tienen cansado los héroes sudamericanos, personajes fabulosos todos... La expatriación de San Martín fue una expiación. Sus violencias se han vuelto contra él y lo han anonadado... Pesan sobre él ejecuciones clandestinas... Dejemos de ser panegiristas de cuánta maldad se ha cometido. San Martín, castigado por la opinión, expulsado para siempre de la América, olvidado por veinte años, es una digna y útil lección.”


Agustín Pérez Paradella pergeña o dispone una impresión del Libertador posterior al encuentro:
“Firme en sus convicciones me resultó el señor Parra, rápido y duro para acusar, pero a pesar de su gran facilidad de palabra y de su encendida y pintoresca forma de expresarse, creo que a veces es de pensamiento desparejo y contradictorio. Reconozco con agradecimiento que unos meses antes de nuestra entrevista, al hablar en el Instituto Histórico de Francia, reconoció en mí virtudes que a mi edad hace tiempo me han abandonado, y convirtió mi casa de Grand Bourg en un monumento de la historia, por el solo hecho de que yo vivo en ella. En fin, creo que todo esto es demasiado, pero lo entiendo y lo acepto porque proviene de un hombre sorprendentemente lúcido y apasionado, aunque su pasión, a veces, lo hace caer en contradicciones, como lo tengo dicho más arriba”

Quizá el problema consista, más allá del significado del acto postrero del Libertador, (“a los que explotan tendenciosamente su carta y espada enviadas al dictador”) en: ¿qué valor tiene la independencia y la unidad que el señor Rosas defendía si no existen libertades individuales en el país que uno ama? ¿Cómo amarlo si no se dan las condiciones mínimas para hablar, escribir, emitir opiniones y trabajar libremente? ¿Acaso habían desaparecido las bochornosas situaciones del pasado con la imposición de un gobierno fuerte?

De otros textos de San Martín, también apunta Pacho O´Donnell, equilibrando, que tras rechazar el ofrecimiento del señor Rosas para que represente a la Nación como embajador ante Lima, escribió a su amigo Goyo Gómez lamentando el asesinato del doctor Maza:
"Tú conoces mis sentimientos y por consi­guiente yo no puedo aprobar cuando veo una persecución general contra los hombres más honrados del país (...) el gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia".
Declarará a su tiempo y favor el señor Parra:
“Pero tuve la desgracia de hablar mal de Rosas y fui declarado loco de remate. He estado loco durante cuarenta años. Dos reinados me tuvieron por tal, dos generaciones se pasaron la palabra; y la frase sirvió de disculpa hasta a los asesinos. Como todo cuanto he escrito, hecho, pensado, o dicho, corre impreso o en documentos, ésas, en dos generaciones y esos dos gobiernos, rendirán estrecha cuenta de su propia capacidad de juzgar, los unos y, de su moralidad los otros.”

“He dicho cuánto necesitaba decir para que comprendáis lo que es un hombre público, sobre todo si es argentino. Es una víctima expiatorio al de los errores y de la ignorancia de los pueblos, es el macho cabrío de todos los pecados de Israel.”


Le cabe al normalista repensar si puede tener sustento la admiración despertada por el rechazo soberano a la injerencia externa de las grandes potencias, cuando se contradice con la intrusión despótica del poder sobre los derechos individuales y aún sobre la propia vida de los ciudadanos. Diógenes, el cínico, pretendió falsear las ideas de Zenón de Elea con el solo hecho de ponerse a andar; pero no bastaba esa actitud contra la unidad, inmutabilidad y necesidad del ser. “Sólo el ser es y no puede no ser”, expresaban los eleáticos, y mediante esta frase, la idealidad y abstracción de la racionalidad y del valor que la sostenía no podía invalidarse ni soslayarse con un argumento pragmático.

Por su parte el señor Parra resumió, también pragmática y cínicamente:


"No se vaya a creer que Rosas no ha conseguido hacer progresar la república que despedaza, no; es un grande y poderoso instrumento de la Provincia que realiza todo lo que al porvenir de la patria le interesa” (…) “La idea de los unitarios está realizada; sólo está demás el tirano; el día que un buen gobierno se establezca hallará las resistencias locales vencidas y todo dispuesto para la unión."
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