Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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La lucha política
Con la caída del Señor Rosas el poder político nacional quedó en manos de Urquiza quien nombró gobernador de Buenos Aires al autor del Himno Nacional Vicente López y Planes, ex presidente de la Cámara de justicia rosista. En abril de 1852 se firma el protocolo de Palermo por el cual el gobierno de Buenos Aires y las provincias de Entre Ríos y Corrientes invitaban a una reunión de gobernadores en San Nicolás de los Arroyos para arreglar las bases de la constitución nacional. El documento otorgaba a Urquiza el manejo de las relaciones exteriores.

El Acuerdo de San Nicolás, de acento federalista, fijó la sede del Congreso Constituyente en la ciudad de Santa Fe con la asistencia de dos delegados por cada provincia.

Valentín Alsina y sus partidarios, contrariados con Urquiza por haber frustrado su aspiración a gobernar Buenos Aires, movilizaron a la Legislatura contra el proyecto. La nacionalización reciente de la aduana era otra circunstancia determinante, como lo había sido siempre en las luchas civiles y partidistas. Argumentando que no se había tenido en cuenta la representación provincial por la proporción sobre la cantidad de habitantes, se votó que Buenos Aires no asistiría al Congreso. Como reacción Urquiza actuó dictatorialmente. Cerró la Legislatura y desterró a diputados opositores. En colaboración con Juan Pujol, declaraba fundamental el pacto federal de enero de 1831 y subrayaba la igualdad de derechos para todas las provincias, en sus rentas, comercio, navegación. Como importante gesto antirrosista se diferenció autorizando la libre navegación de los ríos interiores a los buques mercantes de distintas banderas y reconociendo la independencia del Paraguay. Se conoce ese período como “el debate histórico”, en resulta del cual, termina Urquiza designado Director Provisorio de la Confederación Argentina disponiendo la convocatoria del Congreso Constituyente.

El 11 de setiembre, Alsina provocó un levantamiento con el apoyo de las tropas al mando del general José María Pirán y la provincia reasumió la conducción de las relaciones exteriores con el retiro los poderes otorgados a Urquiza. Carlos Tejedor, regresado de su exilio después de la batalla de Caseros y convertido en un fuerte partidario del grupo, junto a Dalmacio Vélez Sarsfield redactarán una constitución por la cual Buenos Aires será gobernada como un estado independiente, separándose de la Confederación Argentina.  Alsina es designado gobernador de Buenos Aires y Bartolomé Mitre su ministro de gobierno y jefe de las fuerzas armadas. La lucha se mantendrá durante diez años

Pese al rechazo, Urquiza retornó a Santa Fe para inaugurar su Congreso Constituyente sin la participación de Buenos Aires. El 1º de mayo de 1953 es promulgada la Constitución Nacional de la Confederación Argentina que adoptó la forma de gobierno representativo, republicano y federal. Las "Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina" de Alberdi, exiliado en Chile, resultó una apropiada fuente de consulta para los convencionales, que representaban la adhesión de trece provincias. Además de la excepción de Buenos Aires, no participaron Tucumán y Santiago del Estero que continuaban sus guerras, por lo que la convocatoria del electorado no fue total.

Preámbulo de los nuevos tiempos
Nos, los representantes del pueblo de la Confederación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos preexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino; invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución para la Nación Argentina.

1º de mayo de 1853
A criterio del estudiante, se había alcanzado con este texto un buen punto de partida para arribar desde lo genérico a la corrección de las ideas en encrucijadas y oposiciones. De hecho, nadie parece estar en contra de los principios que el preámbulo estableció: entonces ¿por qué la coincidencia en los conceptos no pudo ser el remedio de la diversidad? Según el Preámbulo la paz era el bien apetecido por los congresistas y la condición más alta para la coexistencia de pluralidades que pudieran expresarse sin violencia. La concurrencia en los principios establecidos implicaría la capacidad para comprender el pensamiento del otro aun en la divergencia, haciendo factible la tolerancia y posibilitando el intento de persuasión por vías racionales. ¿Quién puede arrogarse el mejor proyecto para resolver los temas acuciantes de la existencia, de la convivencia, de la sociedad? La demarcación de artículos y leyes, siempre perfectibles, como aplicación práctica a la totalidad de circunstancias que pueden presentarse en la comunidad política, encontraban en las conceptualizaciones del preámbulo una guía fundamental de adecuación. En él estaban presentes los principios generales del derecho constitucional, los fines y valores de la cual la ley no puede apartarse.

El señor Parra comentaría:


"(...) el Preámbulo de las Constituciones políticas es el resumen, digámoslo así, de todas sus disposiciones, el objeto que éstas se proponen asegurar, y como una tesis que todos los parágrafos siguientes vienen a comprobar. Todas las Constituciones escritas y emanadas de la voluntad del pueblo, por medio de la ciencia de sus legisladores, llevan esta instrucción; y cuando en la Asamblea Constituyente de 1848 en Francia se propuso la moción de suprimir todo Preámbulo, M. Lamartine, en una elaborado discurso hizo sentir la conveniencia y la necesidad de esta declaración previa de los objetos y fines de una Constitución, para asegurar y fijar la inteligencia e interpretación de sus disposiciones, por aquella declaración de principios constitutivos y constituyentes que dejan consignados el espíritu de los legisladores que la dictaron, y los fines que se propusieron alcanzar. El Preámbulo de las Constituciones es, pues, no sólo parte de la ley fundamental, sino también la pauta, y la piedra de toque para la resolución de los casos dudosos, conformando su interpretación y práctica con los fines para que fueron adoptadas las subsiguientes disposiciones, y el espíritu que prevaleció en su adopción."
De quién o de quiénes provienen estos principios es atribuido en el preámbulo a Dios como fuente de toda razón y justicia. El normalista interpretaba que ya no se trataba del poder conferido por transmisión Divina a la Iglesia o al monarca, sino de algo que es sustancial al hombre, discernido desde su condición humana y que no podía ser negado a ningún hombre por otro hombre: su categoría de criatura, semejanza y pertenencia. Dios es el referente de esa categoría desde las tradiciones religiosas, y el género humano, su pertenencia. La apelación a la protección de Dios se refería, más allá de la fe individual, a la necesidad de fidelidad de los hombres a su condición genérica.
El estado debe crear las bases y condiciones necesarias que posibiliten la realización plena de la persona. La cuestión es si estos congresistas de 1853 las establecieron, independientemente del alcance de su representatividad. A juzgar por la permanencia en el tiempo y la inanidad de sus reformas, salvo en el reemplazo de “confederación” por “Nación Argentina”, aquellos constituyentes acertaron y su concepción demostró su fe en la libertad, la justicia, el bienestar solidario, la consolidación de la paz interior y la necesidad de una defensa común. Trascendieron la idea de unión nacional como sentimiento y las autonomías provinciales en miras a una Nación. Fueron conscientes de la necesidad de poblar, estimular el impulso inmigratorio, asegurar el entorno de libertad para todos los hombres del mundo que aceptaran de buena fe estas condiciones de convivencia.

El el señor Parra tenía algo que contradecir de su esencia y sus términos:


“¿Es una “Confederación” la República Argentina? ¿Quiere sólo indicar la Constitución que lo era tal, hasta el momento de promulgar la Constitución general?”

“Una Confederación es, en el sentido genuino, diplomático y jurídico de la palabra en todos los idiomas del mundo, una asociación o liga entre diversos Estados, por medio de un pacto o tratado.”

“La Constitución de los Estados Unidos” dice: “es un acto del pueblo, y no de los Estados en su capacidad política. Es una ordenanza o establecimiento de gobierno, y no un pacto, aunque fuere originado por el común consentimiento. Su obvio objeto fue sustituir a una confederación de estados, un gobierno del pueblo; a un convenio, una Constitución”

“La palabra Confederación, como designación de la República Argentina, fue introducida en el lenguaje oficial por el Tirano, como tantas otras palabras vacías de sentido…”


Su acerba crítica nace de la repugnancia por una época de terror y de iniquidades, que debiera quedar aislada y solitaria en nuestra historia, como aquellos monumentos fúnebres que conmemoran calamidades públicas.

Tras esta introducción que denuncia la falsificación y su contrasentido, se aviene a rescatar aquellos elementos que han quedado incólumes a pesar de las reformas.


“… importa una invitación hecha a todos los hombres del mundo, a venir a participar de las libertades que se les aseguran, una promesa de hacer efectivas esas libertades, y una indicación de que hay tierra disponible para los que quiera enrolarse en la futura familia argentina. En una palabra la República Argentina se declara en estado de colonización, e incorpora a sus instituciones la expresión de ese sentimiento, el deseo de verlo satisfecho y los medios seguros de verificarlos.”
El acento puesto en la inmigración era coherente con su concepción de su suelo como un pedazo del mundo que podía contener, enriquecer y alimentar doscientos millones de habitantes y que no tenía siquiera un millón después de tres siglos de intentar poblarlo, bajo un sistema de ideas de homogeneidad de raza y de creencias. Señalaba el controvertido punto del derecho de una nación para prescribir reglas en cuanto a la adoración que debe tributarse a Dios.
“Bellísima es la declaración de Massachusetts “Es derecho a la par que obligación de todo hombre en sociedad, adorar públicamente y en días señalados, al Ser Supremo, Gran Creador y Preservador del Universo. Y ningún vecino será dañado, molestado o coartado en su persona, libertad o propiedad por adorar a Dios de tal manera y en los días que a los dictados de su propia conciencia convengan, o por su profesión religiosa o sentimientos con tal que no perturbe la paz pública, u obstruya a otros en su adoración religiosa.”
El pueblo, legítimamente representado como fuente de poder, debió aguardar todavía una mayor reconciliación y superación del espíritu unitario, reconciliación nacional que expresaría el deseo de marchar juntos hacia el futuro. Las pasiones políticas no se avinieron el ideal de la patria engrandecida, la acción localista segregada fue fuente de agravios, crisis violentas y apaciguamientos sospechosos entre porteños y provincianos, nacionalistas y autonomistas, liberales y federales, lejos de un basamento genuino para la organización política de la Nación, como lo predicara Alberdi.

Políticamente el partidismo agrupaba por un lado a los urquicistas federales y por otro a los liderados por Valentín Alsina, con Carlos Tejedor y Mármol, que sostenían la independencia de Buenos Aires de cualquier otro poder. Un tercer grupo respondía a las iniciativas de Bartolomé Mitre. Estos dos últimos, partidos liberales, darían origen a los “autonomistas” dirigidos por Alsina y al “partido nacional”, de Mitre. Los partidos liberales se aliaron y sublevaron. Urquiza intentó un bloqueo de Buenos Aires que fracasó retirándose en julio de 1853, lo que no impidió el asentamiento en Paraná de la capital de la confederación y que unos meses después lo delegados de las provincias aprobaran la constitución y lo eligieran presidente de la República.

La situación económica general era desesperante, hasta el punto de no poder cubrirse los sueldos públicos y tener que enajenar los bienes nacionales como garantía de más empréstitos e inversiones. El escrutinio de las primeras elecciones nacionales, del 20 de febrero de 1854 designó la fórmula Urquiza y Salvador María del Carril. Paraná quedó establecido, como capital provisoria del Estado.

La legislatura del gobierno de Buenos Aires, por su parte se convirtió en convención constituyente provincial con la finalidad de estudiar y sancionar una nueva Constitución. En su seno se organizaron dos grandes grupos: el de los localistas intransigentes, formado por antiguos unitarios y federales rosistas, como Alsina, Tejedor y los Anchorena, y el de los porteños tolerantes y conciliadores tales como Mitre. Los primeros fueron mayoría y dictaron su propia constitución, ideológicamente segregada de las provincias, lo que dificultaba la unión nacional que era aspiración del gobernador entrerriano. Mitre se expresó en contra de una Constitución separatista. Sostuvo que era insólito que la provincia ejerciera facultades reservadas a la Nación. Defendió los principios de la democracia moderna, el sufragio directo universal, la inviolabilidad de la vida privada, el derecho reunión y de publicar las ideas sin censura previa.

El señor Parra editó en Chile un folleto de cuarenta páginas titulado “Derecho de ciudadanía en el estado de Buenos Aires”, que coincidió con las críticas de Alberdi en sus artículos del Mercurio, en que la Constitución de Buenos aires de 1854 era un instrumento jurídico no ajustado a la Constitución Nacional.

Entre fines de 1854 y comienzos de 1855 se firman acuerdos entre la Confederación y la provincia de Buenos Aires en miras a mayor integración. Mitre es nombrado Ministro de Guerra y Marina.

Urquiza compartía las ideas de Alberdi sobre población, por lo que fomentó la inmigración y ordenó la publicación de sus libros. Firmó el tratado de libre navegación con el Brasil y un primer acuerdo de límites. Reconoció la independencia del Paraguay, estudió la construcción de un ferrocarril de Rosario a Córdoba para activar el puerto de Santa Fe, viajó a Córdoba a nacionalizar la Universidad haciendo lo semejante con el Colegio Montserrat y el de Concepción del Uruguay. Creó colegios nacionales en Catamarca, Mendoza, Salta y Tucumán, fundó el Museo de Ciencias Naturales de Paraná. Puede decirse que puso los cimientos para la organización y construcción nacional.

El Chaco le ofreció su apoyo. Alcanzó, militarmente el grado de general. Con una perspectiva de paz civil la situación económica mejoró, pero los conflictos internos no habían acabado. Juan Bautista Alberdi acompañó a Urquiza desde el comienzo y durante años ofició como diplomático viajero, representando a la Confederación ante varios gobiernos europeos y los Estados Unidos. Obtuvo el reconocimiento de la Independencia por España.

La competencia económica entre la confederación y Buenos Aires persistía, imponiendo esta última, precios e impuestos.

Los tiempos del señor Parra
El Señor Parra viaja en el año 1854 a la República Argentina y es detenido en Mendoza por sospecha de conspiración. Recupera la libertad y regresa a Chile cuyo gobierno le ha encomendado la organización y dirección de "El Monitor de las escuelas primarias".

Su vinculación con Bartolomé Mitre se venía prolongando desde 1846 tras su primer encuentro en Montevideo. A través de esta relación epistolar intercambiaron opiniones e información sobre cuestiones y problemas nacionales, libros, bibliotecas, estadísticas, inmigración, diplomacia, en las cuales expresaron la satisfacción de sentir que marchaban por instinto y convencimiento siempre de acuerdo en cuanto a una verdad compartida en el fondo de las cosas, como dos octavas de un instrumento bien templado.


“A veces me envanezco pensando que al obrar de cierto modo, que al sostener tales principios, usted se acuerda de mí y se dice: Así habría obrado en tales circunstancias mi amigo, así debe pensar en esta cuestión. Perdone esta debilidad de mi cariño, y a la fe que tengo en el suyo, de que veo a cada momento pruebas silenciosas.”

Su viaje estaba determinado por la invitación participativa de Mitre como lo testimonia su carta del 8 de abril, desde Yungay, en la cual expresa resistencia a saltar al vacío económico:


“Señor coronel Bartolomé Mitre.

Mi querido amigo:

Se me presenta ocasión de contestar a su estimable de 31 de diciembre en que me instruye de la política de reconcentración que siguen ustedes y de su decidido ánimo de no entrar en aventuras, concluyendo por invitarme a que reunamos nuestros esfuerzos, yendo a establecerme en Buenos Aires.

Apruebo de todo corazón todas las razones que usted me da y simpatizo con los medios y el objeto. Hecha esta declaración, puedo en seguida decirle que como una fatalidad de mi espíritu veo prepararse inevitablemente la desmembración. Esta idea tan desconsoladora precisamente porque ni en las ideas, ni en los hechos, ni aun en la conveniencia del momento hallo elementos con qué combatirla, me desalienta y quita toda iniciativa a mis actos. Por esta causa soy, perdónemelo, indiferente al pensamiento tan halagüeño antes, de trasladar mi residencia a Buenos Aires, por lo menos, en las circunstancias presentes. No veo, sobre todo razón para hacer sacrificios, y sacrificios me costaría. No veo otra cosa que hacer útil allí que lo que usted me propone y eso, salvo los intereses, puedo y debo conciliarlo con otros trabajos anteriores.

No conviene que yo escriba en Chile. Son tiros perdidos. Las provincias nada pueden, nada quieren. Es esta confederación un estado ya, con sus autoridades, su orden. Es preciso escribir aceptando la legalidad de los hechos, y la crítica es una tarea ingrata y sin carácter. ¿Por qué critico? ¿Soy yo miembro de esa confederación? Hacerlo desde Buenos Aires trae los mismos resultados. Falta la antigua república Argentina, falta el título y el derecho para continuar la obra.

Había hasta ahora poco en el cielo un cometa de... El año 184..., a vista y paciencia de los astrónomos se le vio formarse una protuberancia, rasgarse en dos, tomar cada uno con núcleo y cauda por su lado, tomar incremento el uno, debilitarse el otro, y perderse ambos en las profundidades del firmamento. ¿Cuál de los dos reaparecerá? Si ambos, cuál es el de... ¿si tendrá su órbita y su período antiguo de revolución? La comparación es exacta. Usted ha seguido la suerte de uno de los fragmentos; pero yo no puedo alcanzarlo ya, ni llamarle el mío.

No quiero decir por esto que deba renunciar a toda idea de trabajar por la posible felicidad de mi país, y aun por el triunfo de mis amigos allá. Pero mi presencia en Buenos Aires no avanzaría gran cosa, ni mis ideas allí tendrían mucho eco, atormentadas por las cuestiones de actualidad.”

Pero queda una cuestión por resolver y sobre la que ya no puedo ni quiero ser indiferente. Necesito que mi trabajo me produzca los medios de poder ser útil, sin arruinar mi escasa fortuna. Usted puede ver de qué medio se conciliaría esto. No obstante su decisión por la estricta economía, ¿no se interesaría usted con el gobierno de su provincia para que, con la credencial comisión universitaria, se me asignase un honorario que con el que obtendré aquí, me permita no ocuparme sino de trabajar? ¿No podría El Nacional hacer lo que ha hecho El Mercurio, que es pagar corresponsales en París y en todas partes, como el Times, y tener un redactor en Washington? ¿No podrían de esta fuente y de la anterior indicada obtenerse combinadamente los medios de sostener el candil que puede arrojar mucha luz, acaso, desde aquella posición culminante? Vea usted lo que pueda hacerse, y obre en el concepto de que de un modo o de otro yo partiré para los Estados Unidos luego.”


Al volver el señor Parra a la Argentina, probablemente en consonancia con la necesidad de un sustento que le permita trabajar en la realización de sus idearios, es nombrado profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires. En julio de 1855 Bartolomé Mitre posibilita su reemplazo en la dirección del periódico "El Nacional” y publica "Educación Común". En 1856 es designado concejal y Jefe del Departamento de escuelas de Buenos Aires. Sus premisas son que la educación primaria debe ser pública, de la mejor calidad y con fondos propios. Inaugura la Escuela de la Catedral del Norte, el primer edificio escolar modelo.

Propuso como directora de esta primera escuela de ambos sexos que existió en el país, a Juana Manso, actuación que mantuvo durante 6 años en los que pudo dictar a las mujeres materias como higiene, educación física y criterios médicos. La educadora le había sido presentada por José Mármol, ambos de vuelta tras largos exilios. Las coincidencias fueron mutuas y grande la admiración de uno por el otro. Manso sostenía que la educación se debía pensar como la formación integral del hombre desde su niñez, que las clases no debían ser pasivas, que no había que estudiar de memoria y ni hablar de apelar a los castigos físicos como era habitual por ese entonces. Juana aceptó el desafío de la dirección pese a todas las críticas, en especial de las Damas de Beneficencia que regían la educación de la época. "La inteligencia no tiene sexo", le escribió a Sarmiento.

Su constancia frente a la incomprensión y adversidades queda expresada en estos párrafos destacados por Silvia Miguens:
"Rodéame la indiferencia y persisto; brisas glaciares se ciernen sobre mi cabeza y persisto; acaso la perseverancia de un apostolado que se desecha por inútil será la sola memoria que dejaré a mi patria"

Había escrito también:


"La sociedad es el hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí; el círculo que traza en derredor de la mujer es estrecho, inultrapasable. ¿Por qué se condena su inteligencia a la noche densa y perpetua de la ignorancia? ¿Por qué se ahoga en su corazón desde los más tiernos años, la conciencia de su individualismo, de su dignidad como ser, que piensa, y siente, repitiéndole: no te perteneces a ti misma, eres cosa y no mujer? ¿Por qué reducirla al estado de la hembra cuya única misión es perpetuar la raza?”
El señor Parra sabía de las capacidades femeninas, fascinado por el estilo de vida independiente de algunas de ellas, como Aurelia Vélez, Mary Mann, más allá de la imputación de frivolidades y amoríos, convencido de la justicia de impulsar sus derechos. Su lucidez le permitía entender que el grado de civilización de un pueblo podía juzgarse por la posición social que detentaba la mujer.

La educación común no sería su exclusivo interés en aquel tiempo; providencia aparte, en ese mismo año condujo al Delta a importante hombres públicos, entre ellos a Bartolomé Mitre, Carlos Pellegrini, Santiago Arcos, junto a miembros de la comisión municipal de San Fernando. Viajaron en la lancha de la Capitanía del Puerto de Buenos Aires, mandada por el comandante de marina don Antonio Somellera, e impulsada por doce remeros de la marina del Estado. Navegaron por el canal Luján en cuyas riberas lloraban los sauces, hasta desembarcar en el terreno que había adquirido. Se trataba de convencerlos de las bondades y posibilidades de las islas. El mismo plantó, por primera vez en aquellas tierras ribereñas, un primer mimbre. Con este viaje incitaba al poblamiento del Delta para transformarlo en una zona productiva, agrícola e industrial.

Dalmacio Vélez Sarsfield le abre las puertas de su amistad. Así como en su juventud el señor Parra habría madurado por su contacto epistolar con Alberdi, ahora será la influencia de aquél quien sazone su pensamiento. Este prestigioso jurista había sido en el pasado abogado de Quiroga, en tanto que su cuñado aquél citado secretario a quien le alcanzara la muerte en Barranca Yaco.

Sus vínculos profesionales se complicaron desde que el señor Rosas detentara la suma del poder. Sea cuáles fuera su suscripción en la muerte del caudillo, resentía que Dalmacio hubiera participado con voto favorable en 1824 en el Congreso de las Provincias Unidas a la Constitución Unitaria que fue sancionada en 1826. A pesar de que Dalmacio Vélez Sarsfield intentara, en la nueva época, una adaptación correcta al régimen, fue separado de la Academia de Jurisprudencia y abandonado por numerosos clientes. Pesaba además en su contra, que cuando la revolución de Lavalle depositara en éste su confianza y permitiera que el ejército acampara en su estancia de Arrecifes. Este hecho lo hizo pasible de expropiaciones y amenazas de muerte, por lo que al fin decidió, ocultando su identidad, expatriarse en Montevideo. Allí ejerció el derecho junto a otros exiliados entre los que figuraban Valentín Alsina, Juan Bautista Alberdi, Miguel Cané y Pedro Agrelo. En esta ciudad el señor Parra lo contactaría por primera vez. Aurelia Vélez, su primera hija, sólo tenía entonces nueve años.

Tras la derrota de Rivera por Oribe, Dalmacio Vélez Sarsfield prefirió volver con su familia a Buenos Aires y correr los riesgos en su propia tierra. Aurelia describirá más tarde al señor Parra, como el padre halló sus propiedades:
“Vuelto al seno de su familia sin hogar, pudo entonces medir la profundidad de la común miseria. Su casa estaba a fuer de salvaje embargada, habitada por extraños; sus muebles y preciosa biblioteca, rica en obras raras de derecho y de manuscritos históricos había sido desparpajada por el martillo del rematador. Su quinta había sido partida en dos por una calle de atravieso a fin de que carretas y cabalgaduras pasasen de uno a otro lado. Los techos, ventanas y puertas de la casa, sacadas por el Juez de Paz para su uso personal; y en la estancia de Arrecifes que dejó poblada con diez y seis mil cabezas de ganado, y era por entonces una estancia modelo, una mancha blanca sin pastos y algunos montones de escombros y basuras señalaban al pasante el lugar donde habían habido casas, establos y galpones. No volvió a repoblarla después de restablecida la seguridad y las instituciones protectoras de la propiedad, no obstante el valor que adquirió y la riqueza que asegura hasta hoy la ganadería, tan honda impresión le dejó el desastre.”
Cuenta además el señor Parra en ese “Bosquejo de una biografía de Dalmacio Vélez Sarsfield” donde narra aquella la circunstancia, que el señor Rosas hacía tiempo había levantado las confiscaciones de bienes a los unitarios mediante una solicitud para obtenerlos, para lo cual centenares acudían a Palermo y mantenían su espera pasada la medianoche:
“La imposibilidad de mantenerse en pie y la incongruencia de imaginarse siquiera que se les ofreciese asiento, hizo que cada una se proveyese de alfombra, con lo que podían estar sentadas como es el uso de las damas españolas en la Iglesia, tomado de los árabes. El patio y galpones de Palermo era una mancha negra de señoras agrupadas, conversando en voz baja, para matar el tiempo. La cruel experiencia de algunos días les enseñó que podrían morirse de sed, pues soldado ni sirviente se daba por entendido, cuando le pedían una poca de agua. Cada familia llevaba consigo una botella del requerido líquido, a la que se añadían bizcochos u otras ligeras colaciones. Entre las once y las doce de la noche, nunca antes, salía un edecán, y con voz estentórea, gritaba desde la puerta del palacio: ¡Fulano de tal! Su familia acudía al llamado, y se le entregaba proveída como se pide, la solicitud de desembargo. A veces dos eran llamados, rara vez tres en una noche, con lo que se dispersaba la concurrencia, debiendo volver al día siguiente, pues se notó luego, que si un solicitante era llamado, y no respondía, no se le entregaba su solicitud después, y quedaba postergada indefinidamente. Meses y meses duró la romería, sin alterarse en un ápice el ceremonial habiendo muchas familias, muchísimas que asistieron meses sin faltar una sola noche.”

“De este enojoso formulario fue exceptuado el Dr. Vélez, cuando solicitó entrar en la posesión y goce de lo que de sus bienes se conservaba, si bien las calculadas demoras le hicieron esperar largo tiempo, hasta que un día fue llamado, y Manuelita puso en sus manos, despachada favorablemente su solicitud, acompañando la entrega, con tales muestras de deferencia y afecto, que debieron sorprender al solicitante; pero que los hechos posteriores confirmaron, no debiendo como lo exigían las circunstancias negarse a la exigencia amigable que se le hacía de dejarse ver en Palermo algunas veces.”


Intentó Vélez Sarsfield un acomodamiento forzado al sistema, con frecuentación a las veladas de Palermo que, aunque le facilitara la dádiva de la seguridad, sorprendía a su hija Aurelia por su obsecuencia y que, según Parra, le valieron malevolentes críticas y atribuirle relaciones con Rosas y adherencia a las formas de su gobierno.

No obstante, tras el triunfo de Urquiza, Dalmacio fue convocado para la planificación de un Congreso con otros gobernadores. Era la época del retorno y de la apertura política después el triunfo de Caseros, en la cual pudo liberar su pensamiento y convicciones unitarias.

Otra página de la pluma del señor Parra da cuenta en su estilo de aspectos de aquella relación de Vélez Sarsfield con el señor Rosas:
“Llamado el doctor Vélez Sarsfield a Palermo, Manuelita le anunció que tatita necesitaba tener una conferencia con él, señalándole día. Es de imaginarse la sorpresa primero, la ansiedad después, hasta llegado el día indicado. ¿Qué será, que no será? Vuelto a Palermo, la conversación fue como siempre familiar y sobre materias indiferentes. A eso de las once un ligero movimiento de una puerta llamó la atención de Manuelita, que se levantó, entró y volvió á salir, diciéndole, tatita lo aguarda: entre por esa puerta.

Palpitándole el corazón de sobresalto llegó hasta donde divisaba bajo el corredor la figura de Rosas, de pié con su sabanilla o poncho colorado y sombrero de paja de grandes alas, que era su traje habitual en Palermo. Después de los saludos de uso, Rosas principió un monólogo sobre su gobierno o su situación, interrumpido tan solo, juntando las manos elevándolas al cielo, e inclinando la cabeza devotamente, por esta observación, porque la Divina Providencia que tan visiblemente me protege hace o quiere, etc., según el caso; y siguiendo el panegírico de su gobierno, a cada período venia el estribillo ¡por que la Divina Providencia que tan visiblemente me protege…! con el mismo acompañamiento de levantar ambas manos al cielo e inclinar devotamente la cabeza. Habló una hora, sin que hubiese ocasión de contestar ni asentir a lo que decía, pasando de un asunto a otro inconexo por digresiones, a merced de las palabras finales. ¡Una vieja bachillera diciendo inepcias de hacer quedarse dormido, he aquí el terrible tirano que puso miedo a las potencias europeas! ¡La Mazorca era la encarnación visible de la Divina Providencia!

Y todo esto pagados ambos, gesticulando uno, serenado ya el otro por el desprecio y el ridículo de penetrar en el sancta sanctorum del absoluto terrorista, para ver la última expresión de la estupidez humana, ¡Y tanta sangre derramada, y tantos que han muerto sosteniéndolo!

Al fin ocurriósele hablar del asunto que motivaba el llamado. Era para consultarle sobre cierto embarazo que el Nuncio Apostólico ponía a una terna que para nombramiento de Obispo, elevaba Rosas a Su Santidad. Informado del caso, el doctor en Teología, le contestó que era errado el procedimiento; que las iglesias americanas no presentaban terna al Papa, sino que sus gobiernos, creado vicario el de España aun antes de la erección de todas ellas proveían por su propio derecho a la colación de todos los oficios, y presentaban los Obispos al Papa para la concesión del palio.

Desatose entonces Rosas, en improperios contra Leites su ministro, acusándolo de ignorante, lamentándose de no tener quien lo ayudase; y como rogase a Vélez que le hiciese un borrador de la nota que debía pasarse al Nuncio, reclamando este derecho, el Doctor se negó a ello, ofreciéndole en cambio escribir un tratado en que estuviesen expuestos los principios del derecho canónico americano, en relación con el estado, y la práctica secular establecida, con lo que terminó la conferencia.

Éste es el origen del tratado del Derecho publico eclesiástico en relación con el Estado, que corre impreso, y la única compilación razonada que se ha hecho en América de nuestro derecho canónico en cuanto al patronato y nombramiento de funcionarios eclesiásticos. Las iglesias americanas fueron creadas por el gobierno civil. La sangre de sus soldados convertía los infieles, con sus rentas edificaba las iglesias, y las dotaba; y como el descubrimiento y conquista de la América era un programa que se iba poco a poco realizando, antes que las iglesias existieran, una vez por todas, la sede apostólica dio al patrón creador y sostenedor de la obra, los medios de proveer a las necesidades que habrían de sobrevenir, con el discurso del tiempo.

El escrito del Dr. Vélez, como lo dijo tan bien el Presidente Avellaneda sobre su tumba, ha servido en efecto para sustraer a la República Argentina de los conflictos en que han caído otras secciones americanas, por haber olvidado sus gobiernos que eran jefes natos de sus Iglesias, en cuanto a la erección, sostén y personal de sus empleados, y sería indiscreción imperdonable abandonar esta sólida base, y lanzarnos en las dificultades que las cuestiones religiosas suscitan y tienen en continua alarma a los pueblos.

De todo el pretendido contacto del Dr. Vélez con Rosas.”


El señor Parra, separado de Urquiza y vuelto a Buenos Aires, reanuda su relación con los Vélez Sarsfield. Aurelia Vélez es entonces una adolescente en plenitud, hermosa, inteligente, también interesada por la política. Al poco tiempo, contrariando a los padres, se casa con su primo Pedro Ortiz Vélez, hijo del secretario de Facundo Quiroga y de la hermana de Dalmacio. Ocho meses después retorna al hogar por motivos que han permanecido en el misterio pero que para algún cronista involucrarían una historia de adulterio y una muerte violenta. Aurelia se radicó en la casa paterna, suprimió su apellido de casada, en tanto Pedro desapareció en Chile. Otra versión sostiene que Aurelia habría confesado a su marido que no lo quería y que su verdadero amor, a pesar de la diferencia de edades, era el señor Parra, por lo cual los esponsales no habían sido más que un intento de alejarse de su amado dada su condición de hombre casado.

Deshecho el matrimonio, la relación amorosa con el señor Parra superó pudores, aunque nunca admitieran otro vínculo que una cálida, bella y refinada amistad. Cultivar el aprecio de una mujer, no abusar de los goces del amor ni traspasar los límites de la decencia, podría ser para él un modo de conservar la ilusión que en su vida matrimonial se había apagado. Había escrito una vez:


Cada favor nuevo de la mujer es un pedazo que se arranca al amor. Yo he agotado algunos amores y he concluido por mirar con repugnancia a mujeres apreciables que no tenían a mis ojos más defectos que haberme complacido demasiado. Los amores ilegítimos tienen eso de sabroso, que siendo la mujer más independiente aguijonea nuestros deseos con la resistencia
A doce años de la muerte del señor Parra, Aurelia en París, al saber que piensan erigirle un monumento en el parque de Palermo, se atreve a declarar en una carta:
"Ese hombre fue mi hombre. Yo lo abracé y lo besé. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y él la sostuvo con esas manos enormes y fuertes. Compartí sus incertidumbres y sus angustias. Lo vi dudar y alegrarse. Tuvimos miedo y muchas veces lloramos juntos. Y ahora quedará hecho estatua en medio de esos árboles de los que tantas veces me habló y que yo misma lo vi plantar. No, no quiero verlo convertido en bronce...".
Marzo de 1857 fue fecha de elecciones en Buenos Aires entre cuyos partidos se destacaban el partido liberal, “los pandilleros”, y el partido federal reformado, “los chupandinos”. Los federales buscaron un arreglo con Urquiza, pero el gobierno de Buenos Aires alteró los padrones triunfando la lista oficial. Valentín Alsina fue elegido gobernador.

En 1857 el Señor Parra es electo Senador de la Legislatura de Buenos Aires. Se desempeña como concejal de la Municipalidad, Jefe del Departamento de Escuelas, y redactor de El Nacional, todo simultáneamente. Por esa época introduce semillas de eucaliptos globulus, que hace sembrar en estancias y campos de la provincia de Buenos Aires, entre los que se destaca el establecimiento San Juan perteneciente a Leonardo Pereyra Iraola. Propone ensanchar las calles y poner ochavas haciendo retirar los palenques de las veredas. Fomenta la ocupación y progreso de las islas del Delta del Paraná, donde hace plantar estacas de mimbre.

Por las noches, acude a las tertulias en casa de los Vélez Sarsfield. Su mujer, en Chile con Dominguito, se impacienta y parte a Buenos Aires contrariando a su marido que comienza a cobrarle resentimiento. (El conflicto matrimonial culminará en 1862 cuando el señor Parra vaya a San Juan a ocupar la gobernación. Desde allí escribirá cartas a su esposa, a Dominguito y Aurelia. Una de estas cartas de amor cae en manos de Dominguito quien la muestra a Benita. En un último intento el hijo viaja a San Juan con el propósito de unirlos, pero se encuentra con la negativa del padre que se separa al fin de su mujer. También se cuenta que Benita estaba embarazada de algún amante.

Los vínculos entre Buenos Aires y la Confederación siguieron siendo conflictivos, exacerbados por la prensa, sobre todo la porteña, que imputaba a Urquiza su estilo de "gobernar al país desde su estancia". La opulencia de Urquiza contrastaba con la sencillez en que vivían Alsina, Parra y Mitre. En este período se reinstala la asfixia económica.

Las relaciones entre los políticos se volvieron insostenibles, con intervenciones armadas. El 28 de enero de 1856 se produjo un levantamiento pro-urquicista liderado por Gerónimo Costa y José María Flores, que había desembarcado con un regimiento en Zárate con la intención de luchar contra el poder porteño. Mitre dirige la defensa dispersando la tropa, la persigue y sólo deja con vida a una docena de hombres. A “la matanza de Villamayor” siguió el arresto y destierro de generales y simpatizantes de Costa: Frías, Iriarte, Pelliza, Terrada, Ugarte, Martín Piñero, Francisco Obarrio. Marcos Sastre y otros corrieron esa suerte. Urquiza denunció la ruptura de acuerdos previos de convivencia, como el firmado por Obligado, Alsina y Mitre, que exceptuaba de la pena máxima a la tropa. El señor Parra manifestó: “el carnaval ha principiado, se acabó la mazorca”. La situación se fue poniendo más difícil y el recurso de las armas se fue volviendo irremediable.

Una época signada por oposiciones ideológicas que han persistido desatando odios partidarios. Durante ella cual se promulga el 18 de julio de 1857 el enjuiciamiento al señor Rosas, iniciándole un proceso criminal que lo declara “reo de lesa patria por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo y por haber hecho la traición a la independencia de su patria.” A lo que Rosas replicaría:


  “¡El juicio del general Rozas! Ese juicio compete a Dios y a la historia; porque solamente Dios y la historia pueden juzgar a los pueblos. Porque no hay ley anterior que prescriba ni la sustancia del juicio, ni las formas que deban observarse. Porque no pueden constituirse en jueces los enemigos ni los amigos del general Rozas; las mismas víctimas que se dicen, ni los que pueden ser tachados en los delitos”
Galimatías para el normalista que sigue comprobando que la barbarie no cesa como tampoco el aborrecimiento entre los hombres.

La cronología aséptica marca que del año 1858 son destacados los Discursos Parlamentarios del Señor Parra, las colaboraciones diarias en El Nacional y en los Anales de la Educación Común, por él fundada; que Buenos Aires pone en vigencia el Código de Comercio elaborado por Vélez Sarsfield y Acevedo, y otras lindezas opacas para su desinformación. A la par que oye otras voces que despotrican contra el liberalismo intransigente, el desfavor de la clase campesina oprimida y castigada, la montonera extirpada, contra del arreo de vagos y mal entretenidos para ser llevados a pelear en las fronteras, o el exilio del gaucho rebelde en las tolderías.

A partir de enero de 1858 se desarrolló un nuevo conflicto entre Paraná y Buenos Aires. El general uruguayo César Díaz, del partido colorado, invadió el Uruguay con la complicidad del gobierno porteño. Urquiza, por su parte, auxilió al partido blanco. Cruzáronse acusaciones entre Buenos Aires y la confederación, agravadas cuando el gobernador liberal de San Juan, Gómez Rufino, redujo a prisión al ex gobernador federal, Nazario Benavides.
“San Juan había estado convulsionado por la acción de este último, quien en conspiración con el Chacho Peñaloza depuso al gobernador Francisco Domínguez Díaz. Urquiza intervino la provincia convocando nuevas elecciones de la cual resultó electo Manuel Gómez Rufino. Benavides, a pesar de su avanzada edad, fue encarcelado con una barra de grillos de arroba. El vicepresidente que estaba a cargo del Poder Ejecutivo, Salvador María del Carril, en decreto refrendado por Derqui, ministro del interior, designó una comisión para poner en libertad al detenido, pero el 23 de octubre de 1858, antes que llegaran a San Juan, Benavides fue muerto a tiros en el calabozo simulándose un ataque. Con la provincia intervenida, Derqui viaja a San Juan y detiene engrillado a Gómez Rufino. Asume Antonio Virasoro, quien también sembrará el terror.”
El 8 de julio de 1859 publica Parra en el Nacional un comentario sobre la obra de Bartolomé Mitre, “Historia de General Belgrano”, que le significa como la “restauración de un momento medio sepultado bajo las movedizas arenas arrastradas por el pampero”. Atribuye a Mitre el haber devuelto la admiración de sus contemporáneos al más inimitable de los buenos modelos. El comentario le permite sintetizar el curso de las campañas por la organización de las Provincias Unidas ligando al prócer con el general Mitre en sus labores de publicista y militar.

El señor Parra no escatima sus puntos de vista sobre la epopeya libertaria, ruda en su origen, sangrienta y bárbara en sus formas, persistente durante el lapso de cuarenta años con Quiroga, Bustos, Ibarra, Rosas y Urquiza, último representante del movimiento campesino, quien para ser fiel a sus tradiciones ha fijado la residencia del gobierno de la Confederación en una estancia de cría de ganados, y que en lugar de glorificar a Belgrano o Rivadavia lo haría con Ramírez.

En 1859 la tensión creció hasta el punto de estallar la guerra. Urquiza, próximo a terminar su mandato, gestionó una alianza con el Paraguay mientras que Buenos Aires invertía en aprestos. Los Estados Unidos trataron de mediar con el ministro plenipotenciario Benjamín Yancey. Alsina puso como condición el retiro de Urquiza, lo que frustró el intento. Los candidatos con mayor apoyo eran Salvador María del Carril y Santiago Derqui. Mitre fue ascendido por la Sala de Representantes a Coronel Mayor y se hizo cargo de las fuerzas porteñas. Urquiza realiza una impresionante parada militar para testimoniar su potencia. Alsina decidió movilizar el ejército. La presunción de un fácil triunfo sufrió el primer revés al intentar atacar la ciudad de Rosario. El 23 de octubre de 1859 ocurre la batalla de Cepeda, en la cual Mitre es derrotado por Urquiza. Alsina renuncia y ocupa su lugar el presidente del Senado, Felipe Lavallol, quien entró en tentativas de paz. En noviembre se firma el pacto de San José de Flores por el cual Buenos Aires se incorpora a la Confederación y reconoce la Constitución Nacional, negociando el derecho de Buenos Aires a discutirla e incluirle reformas. Derqui es elegido presidente de la Confederación y Urquiza, gobernador de Entre Ríos.

En enero de 1860 se reúne la convención porteña que estudia propuestas de reformas a la Constitución Nacional de 1853. En marzo asume Derqui la presidencia y en mayo la legislatura provincial elige a Mitre como gobernador de Buenos Aires y luego, por iniciativa del mismo, el Senado Nacional ofrece a Mitre el cargo de Brigadier General del Ejército de la Confederación.

La unificación total del país estaba en juego. Primó el concepto de que “la integración de los argentinos no se discute, se hace. La habilidad política de Mitre había deslumbrado a Derqui. Su figura, sin embargo, era controversial: porteñista y a la vez defensor de la unificación, suscitaba la oposición tanto de Vicente Fidel López como de Alberdi; poeta y militar, sufría la desestimación e incomprensión de muchos de sus amigos, entre los cuales figuraba Juan María Gutiérrez. Tenía contrarios en el Senado y en la barra.

Mitre juró la Constitución Nacional en la plaza de la Victoria allí dijo:


“Conciudadanos: Yo os invito a jurar en el nombre de Dios y de la Patria, en presencia de estos grandes recuerdos de la historia con un conocimiento perfecto de las altas lecciones de la experiencia y a la sombra de esta vieja y despedaza bandera del inmortal Ejército de los Andes que ha paseado triunfante medio mundo, protegiendo la libertad de tres repúblicas. … . Esta constitución satisface vuestras legítimas esperanzas hacia la libertad y hacia el bien: ella es la expresión de vuestra soberana voluntad porque es la obra de vuestros representantes libremente elegidos; es el resultado de las fatigas de vuestros guerreros y de las meditaciones de vuestros altos pensadores, verbo encarnado en nosotros, es la palabra viva de vuestros profetas y de vuestros mártires políticos.”
En 1860, Mitre, gobernador de Buenos Aires designa al señor Parra ministro de gobierno y relaciones exteriores.

La exposición del señor Parra, positiva pero incierta, consideraba que las pasiones hostiles habían desaparecido y era el momento de la unión en un mismo sentimiento. El 2 de marzo de 1861 un terremoto en apenas unos segundos destruye la ciudad de Mendoza y deja entre escombros unas diez mil víctimas.

En el mismo año el señor Parra pierde a su madre Doña Paula Albarracín. Páginas plenas de reconocimiento y amor preceden su desaparición.
“La madre es para el hombre la personificación de la providencia, es la tierra viviente a que se adhiere el corazón, como las raíces al suelo. Todos los que escriben de su familia hablan de su madre con ternura. San Agustín elogió tanto a la suya, que la Iglesia la puso a su lado en los altares; Lamartine ha dicho tanto de su madre en sus Confidencias , que la naturaleza humana se ha enriquecido con uno de los más bellos tipos de mujer que ha conocido la historia; mujer adorable por su fisonomía y dotada de un corazón que parece insondable abismo de bondad, de amor y de entusiasmo, sin dañar a las dotes de su inteligencia suprema que han engendrado el alma de Lamartine, aquel último vástago de la vieja sociedad aristocrática que se transforma bajo el ala materna para ser bien luego el ángel de paz que debía anunciar a la Europa inquieta el advenimiento de la república. Para los efectos del corazón no hay madre igual a aquella que nos ha cabido en suerte; pero cuando se han leído páginas como las de Lamartine, no todas las madres se prestan a dejar en un libro esculpida su imagen. La mía, empero, Dios lo sabe, es digna de los honores de la apoteosis, y no hubiera escrito estas páginas si no me diese para ello aliento el deseo de hacer en los últimos años de su trabajada vida, esta vinculación contra las injusticias de la suerte.”

“… por fortuna téngola aquí a mi lado y ella me instruye de cosas de otros tiempos ignoradas por mí, olvidadas de todos. A los 76 años de edad ni madre ha atravesado la cordillera de los Andes para despedirse de su hijo antes de descender a la tumba.”

“Su alma, su conciencia, estaban educadas por una elevación en la más alta ciencia no podría producir jamás. Yo he podido estudiar esta rara beldad moral, viéndola obrar en circunstancias tan difíciles, tan reiteradas y diversas, sin desmentirse nunca, sin flaquear y contemporizar en circunstancias que para otros habrían sacrificado las concesiones hechas a la vida. Y aquí debo rastrear las ideologías de aquellas sublimes ideas morales que fueron la saludable atmósfera que retiró mi alma mientras se desenvolvía en el hogar doméstico.”


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