Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Aberastain “mi amigo”
Santiago Derqui, sucesor de Urquiza desde enero de 1860, conformó su ministerio bajo la influencia de Mitre a, quien admiraba desde su relación en el exilio en Montevideo. A su través fueron aceptándose las propuestas de los convencionales porteños, lo que terminó ocasionando recelos en Urquiza. La masonería argentina contribuyó a acercar las posiciones dentro de un clima pacifista.

En respuesta a una invitación de Urquiza, Mitre y Derqui se reúnen en San José de Flores. El señor Parra los acompaña. Deciden enviarle una carta al gobernador Virasoro a quien Parra combate con fiereza desde la prensa, pidiéndole su renuncia. El mismo día del envío, Virasoro es asesinado junto a varios de sus colaboradores, con profundo desagrado de Urquiza que contaba con ese gobierno para el control de la zona cuyana. Se sumaba a ello inculpar a los liberales porteños. Los sanjuaninos, reemplazan al gobernador, por Aberastain, el gran migo del señor Parra. Ante este conjunto de hechos Derqui comisionó la intervención de la provincia al gobernador de San Luis, coronel Juan Sáa. Los sanjuaninos rebeldes ofrecieron resistencia pero fueron vencidos por las fuerzas nacionales en la Rinconada de Pocitos. Aberastain fue tomado prisionero y fusilado sin juicio alguno.

El señor Parra, rugió contra Saá y el gobierno de la Confederación y renunció al cargo de ministro. Tiempo después, durante una sesión del parlamento del año 1875, contra señalamientos del senador nacional por San Juan Dr. Guillermo Rawson, uno de los más eminentes hombres públicos del país, volvería sobre aquel asunto:
“Cuando ocurrió la muerte del doctor Aberastain, mi amigo y no del señor senador, porque hemos sido amigos íntimos, como no ha habido jamás dos hombres que se quieran y respeten recíprocamente más; era yo Ministro de Gobierno del Estado de Buenos Aires y así que leí la noticia llamé enseguida al portero y le dije: haga que el cochero ponga el coche de gobierno a la puerta, e hice ante el gobernador Mitre, renuncia indeclinable a mi puesto, porque si permanecía en el ministerio no podía continuar después de un hecho semejante. No sé si diría algo más, porque después me pidieron que reformase unas palabras, lo que hice gustoso”.

“Vino el coche y monté. Me vino a ver Mitre y le dije: -no me hable, no estoy en estado- , y me metí en casa”.

También renunció el doctor Riestra, el 1 de febrero de 1861, expresándole a Mitre de un modo más explícito:


“Yo, mi amigo, pienso que el partido que tiene sobre sí las muertes de San Juan o que las excusa siquiera, se pierde; y no diré más: que sí para triunfar son excusables esos medios yo prefiero no triunfar, quiero más bien caer libre de ellos.”

Testimonio mayor del afecto del señor Parra por Aberastain ya había quedado registrado en “Recuerdos de Provincia” publicado seis años antes de la muerte del amigo, donde al revivir la frustración por no lograr la beca decisiva para su formación profesional, contra toda posible presunción de envidia, celos, competitividad, enojo, expresa el más cálido, generoso y hasta agradecido reconocimiento por los valores de los favorecidos por el escrutinio, entre los que en primera línea figura Antonio.


“Don Bernardino Rivadavia, aquel cultivador de tan mala mano, y cuyas bien escogidas plantas debían ser pisoteadas por los caballos de Quiroga, López, Rosas y todos los jefes de la reacción bárbara, pidió a cada provincia seis jóvenes de conocidos talentos para ser educados por cuenta de la nación, a fin de que, concluidos sus estudios, volviesen a sus respectivas ciudades a ejercer las profesiones científicas y dar lustre a la patria. Pedíase que fuesen de familia decente, aunque pobres, y don Ignacio Rodríguez fue a casa a dar a mi padre la fausta noticia de ser mi nombre el que encabezaba la lista de los hijos predilectos que iba a tomar bajo su amparo la nación. Empero se despertó la codicia de los ricos, hubo empeños, todos los ciudadanos se hallaban en el caso de la donación, y hubo de formarse una lista de todos los candidatos; echose a la suerte la elección, y como la fortuna no era el patrono de mi familia, no me tocó ser uno de los seis agraciados. ¡Qué día de tristeza para mis padres aquel en que nos dieron la fatal noticia del escrutinio! Mi madre lloraba en silencio, mi padre tenía la cabeza sepultada entre sus manos.”

“Y, sin embargo, la suerte, que había sido injusta conmigo, no lo fue con la provincia, si no es que ella no supo aprovechar después de los bienes que se le prepararon. Cayole la suerte a Antonio Aberastáin, pobre como yo y dotado de talentos distinguidos, una contracción férrea al estudio y una moralidad de costumbres que lo ha hecho ejemplar hasta el día de hoy. Llamó la atención en el colegio de Ciencias Morales por aquellas cualidades, aprendió inglés, francés, italiano, portugués, matemáticas y derecho, graduose en esta facultad, y regresó a su país, donde fue compelido, al día siguiente de su llegada, por la Junta de Representantes, a desempeñar la primera magistratura judicial de la provincia. En 1840 emigró de su país para no volver a él; fue nombrado ministro del gobierno de Salta por la fama de capacidad de que gozaba, salió al último de aquella provincia por entre las lanzas de las montoneras, pasó a Chile, fue hecho secretario del intendente de Copiapó, y reside hoy en aquella provincia viviendo de su profesión de abogado y gozando de la estimación de todos. Nadie mejor que yo ha podido penetrar en el fondo de su carácter, amigos de infancia, su protegido en la edad adulta, cuando en 1836 llegábamos ambos a un tiempo a San Juan, desde Buenos Aires él, de Chile yo, y empezó a poco de conocerme a prestarme el apoyo de su influencia, para levantarme en sus brazos cada vez que la envidia maliciosa de aldea echaba sobre mí una ola de disfavor o de celos, cada vez que el nivel de la vulgaridad se obstinaba en abatirme a la altura común. Aberastáin, doctor, juez, supremo de alzadas, estaba ahí siempre defendiéndome entre los suyos, contra la masa de jóvenes ricos o consentidos que se me oponían al paso. He debido a este hombre bueno hasta la médula de los huesos, enérgico sin parecerlo, humilde hasta anularse, lo que más tarde debí a otro hombre en Chile, la estimación de mí mismo por las muestras que me prodigaba de la suya; sirviéndome ambos a enaltecerme más que no lo hubiera hecho la fortuna. La estimación de los buenos es un galvanismo para las sustancias análogas. Una mirada de benevolencia de ellos puede decir a Lázaro: levántate y marcha. Nunca he amado tanto como amé a Aberastáin; hombre alguno ha dejado más hondas huellas en mi corazón de respeto y aprecio.


Desde su salida de San Juan, el supremo tribunal de justicia es desempeñado por hombres sin educación profesional, y a veces tan negados los pobres que para arrieros serían torpes. Últimamente, la honorable sala de representantes ha declarado que ni en defecto de abogados sanjuaninos, pueda ser juez un extranjero, es decir, un individuo, de otra de las provincias confederadas, y basta citar este acto legislativo para mostrar la perversión de espíritu en que han caído aquellas gentes.”
El intrincado conflicto de dolor, cólera, susceptibilidades, poder, desconfianzas, desentendimientos, entre las altas figuras de la Nación, trabaron la posibilidad de una conciliación pacífica. Seguramente se sumaron otros desacuerdos y protagonistas, los que debían acordar su integración a la Confederación y los que representaban oposiciones combativas dispuestas a la guerra. El normalista creyó entender que la batalla de Pavón en la provincia de Santa Fe el 17 de septiembre de 1861, donde se enfrentaron los ejércitos de Urquiza y Mitre, fue la culminación de aquellos procesos y temperamentos encontrados.
¿Dónde estuvo el señor Parra entonces?

En aquella sesión del parlamento del año 1875 narra:


“A la tarde vino en señor Gelly, diciéndome “¿Cuál es su resolución, sus motivos razonables?”

“La cosa es muy sencilla, le comenté: mi posición en el gobierno de Buenos Aires es imposible con este hecho. Si el Gobierno adopta la guerra todo Buenos Aires va a creer que el sanjuanino, el amigo de Aberastain es el que la provoca, y si no la adopta voy a aceptar hacerme partícipe de la política del Gobierno. El medio es pues, de evitarlo, que yo me separe y queden ustedes libres para obrar en un sentido u otro; yo no quiero tener opinión en este asunto”.

“El motivo de aquella delicadeza, no sólo era un principio general, sino un hecho práctico, que debo citarlo aquí, para que se vea y confirme lo que he dicho antes: el poco empeño que he tenido siempre en desvanecer las calumnias que el público forja, o le sugieren los partidos políticos.”

En Pavón, a Urquiza, experimentado militar, lo apoya el pueblo entero; Mitre representa la oligarquía porteña y ha sufrido ya la derrota por los indios. Se desbandan sus fuerzas y deben replegarse en retirada. Sin embargo llega un parte que anuncia “¡No dispare, general, que ha ganado!”. Se concreta esta curiosa victoria con el acuerdo de Urquiza que se retira. Sus generales, el hermano del asesinado Virasoro y López Jordán, no salen de su asombro. Derqui intenta una resistencia con Juan Saá, y luego con Virasoro, pero Urquiza no vuelve para reorganizar la lucha y las tropas quedan estacionadas en Cañada de Gómez.



Suponiendo Derqui ser el obstáculo por sus desentendimientos previos con Urquiza, renuncia a la presidencia y se embarca en un buque inglés. Lo reemplaza el vicepresidente Pedernera, quien al no disponer de fuerzas y recursos, optó por disolver el gobierno federal el 12 de diciembre de 1861, alejándose luego del país. Como bien comenta María Sáenz Quesada, el normalista comprobaría que el título de presidente, en este caso como en otros que le tocaría vivir, ha sido insuficiente para asegurar el orden institucional en el país.

Una serie de conjeturas tratan de explicar los sucesos que no conforman el parte de batalla, en el cual Urquiza se muestra enfermo y desmoralizado por la masacre. Entre ellas, que la batalla de Pavón, eje de referencia de la vida histórica argentina, fue ganada en los hechos por Mitre, y que Urquiza con su retirada inesperada dejó la impresión de haber respondido a un principio superior.

Quiénes suponen que Urquiza había arreglado con los mitristas a través de agentes norteamericanos y masones, comprometerse a perder la batalla a cambio que le dejaran el gobierno de Entre Ríos, gozar de su fortuna y acrecentarla con nuevos negociados, importan una entrega al degüello de los criollos que lo aclamaban.

Los hombres de Buenos Aires, el gobernador delegado Ocampo y los ministros Obligado y de la Riestra, pidieron a Mitre un severo y sangriento escarmiento contra federalistas y Entre Ríos, caudillos, caciques, gobernadores y montoneras.

¿Cómo reaparece el señor Parra tras la contienda?:

Implicando su conformidad personal ante la victoria de Pavón. Exaltado le escribe a Mitre desde Buenos Aires:


“No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos.” (20 de septiembre de 1861).

Manifestó además que Urquiza debía desaparecer de la escena política argentina, costara lo que costase: “Souhampton o la horca”

¿Estos sentimientos eran consecuencia de su furia por el asesinato de Aberastain, de la índole oscura de su naturaleza, o por ambas cosas?

Las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas, Irrazábal, Flores, Paunero, entraron en el interior y obraron de esa manera. El revisionismo señala un ocultamiento de la cifra de asesinados, suma que en dos años superarían 20.000 muertos.

En Córdoba estalló una revolución liberal y los porteños, a las órdenes de Venancio Flores, sorprenden en el 22 de diciembre en Cañada de Gómez a las fuerzas federales que seguían esperando a Urquiza y degüellan a la mayoría mientras otros se incorporan a la tropa.
“Los uruguayos Sandes; Iseas, Arredondo, Paunero y el chileno Irrazaval degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses y catamarqueños. Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza, el llamado el Chacho, que quería defender a los suyos. Chacho era un ingenuo que creía que Urquiza lo iba a ayudar a combatir a los mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho solamente, porque todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día Urquiza volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra los oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto – a Mitre y al señor Parra. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron y el señor Parra mandó colgar su cabeza en lo alto de un palo. “No hay que ahorrar sangre de gauchos...” Y Urquiza que aparentaba alentar al Chacho lo alentó al señor Parra.” [J. M. de Rosas]
Cartas de Mitre parecen negar tales masacres; en verdad se le hace ostensible al normalista el contraste entre las expresiones inflamadas del señor Parra, y la prudencia o argucias de Bartolomé Mitre para explicar, fundamentar y ocultar hechos de su rerponsabilidad. Llega a responder a los dichos de Ocampo diciendo que él conservaría
“una serena moderación para perseverar en la búsqueda de la paz, porque lo bueno, lo moral y lo fecundo que hay que dar a estos países desmoralizados por el espectáculo de continuas luchas que han pervertido el espíritu de los pueblos, es la paz, obtenida y mantenida por el poder de las instituciones que representa Buenos Aires.”

… “La política de la guerra es que una vez lanzados a ella, nuestro destino está irrevocablemente ligado al de la República Argentina”

…”Tenemos que salvarnos o perecer con ella, haciendo predominar el espíritu liberal sobre las influencias del caudillaje. Esta es la política de remover obstáculos para que los diputados de Buenos aires se incorporen al Congreso Nacional, sin mengua de nuestro decoro, de nuestra seguridad y de nuestros derechos, política que se traduce en estas palabras: “Nacionalidad, Constitución Libertad.”

…”Es indispensable tomar a la República Argentina tal cual la han hecho Dios y los hombres, hasta que los hombres, con la ayuda de Dios, la hayan mejorado.”

…”Después de consolidada y pacificada la base de Buenos Aires había que dominar completamente la provincia de Santa Fe y una vez dado ese paso hacer otro tanto en Córdoba, con lo cual hemos establecido recién nuestra base de operaciones políticas y militares, teniendo inmediatamente en mira la provincia de San Luis que debemos considerar fuera de la ley… Lo demás vendrá de suyo.”

Después de Pavón
La ley-compromiso autoriza al gobierno federal a instalarse en Buenos Aires.

El 12 de octubre de 1862 asume el mando de presidente de la Nación Bartolomé Mitre y de vicepresidente Marcos Paz. Salvador María del Carril integra la Corte Suprema de Justicia de la que será su presidente a partir de 1870 hasta 1877. Mitre designa ministro de guerra al Señor Parra.

Al reorganizarse los poderes de la República, Alberdi es separado de su cargo, medida que le entristece y amarga sobremanera. Desde entonces renovará, en todas formas, enconados ataques contra Mitre y el Señor Parra. Puede señalárselo como el primer revisionista del pasado contra la construcción histórica que elaboraría Bartolomé Mitre para justificar el proceso de organización nacional que emprendiera.
"En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, el señor Parra o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un Alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje"
Aunque Mitre no se propuso profundizar el enfrentamiento con Urquiza y mantuviera la vigencia de la Constitución Federal como garantía de los derechos provinciales y libertad política y civil, se proponía terminar con el caudillismo, removiendo la fuerza de los gobiernos locales. Su misión liberal encontraría resistencia por parte de ellos, para los cuales se trataba notoriamente de la prepotencia de Buenos Aires.

En el litoral promovió una revolución en Corrientes y ocupó la ciudad de Santa Fe, aprovechó la revolución en Córdoba y envió al general Wenceslao Paunero con una división de ejército que fue derribando los gobiernos federales a su paso. Asumió como gobernador provisorio de Córdoba Marcos Paz, quien además de hacerse cargo de la provincia demostró un gran manejo político al pacificar la región del Noroeste mediante un acuerdo entre los gobiernos de Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y Salta.

Luego le tocó el turno a la provincia natal del señor Parra. San Juan se hallaba gobernado desde marzo de 1961 por el coronel Díaz, adicto a Benavides, al llegar las tropas a Mendoza delegó el mando a su cuñado y huyó a Chile. Los sanjuaninos liberales restablecieron la administración de Aberastain, designado interinamente Ruperto Godoy.

El Sr. Parra, a sus 51 años, es nombrado sin oposición gobernador de San Juan el 9 de enero de 196, secundado por Godoy Cruz y Valentín Videla Lima la provincia se pronunció a favor de Mitre.

Realiza un gobierno de progreso acelerado que exige gastos y nuevos tributos, lo que lo hace impopular como había ocurrido con del Carril. Abre caminos, edifica escuelas, logra establecer la enseñanza obligatoria, adoquina calles, crea el departamento topográfico, funda la quinta normal agronómica, promueve colegios de enseñanza media y superior, fomenta la minería y comienza la edificación de una escuela para unos mil niños, obra que terminó en 1865 hallándose en los Estados Unidos. Reorganizó el sistema rentístico, la administración de justicia, juzgados comerciales y estableció garantías para el sufragio libre. Hizo llegar de Chile una imprenta y reabrió El Zonda.

El normalista recoge datos sobre la inclinación del señor Parra por las ciencias, siempre atento por saciar la omnívora curiosidad por el espectáculo del mundo y la naturaleza. Pronto a comunicar sus hallazgos no le importan los yerros de la intuición ni de la predicción, riesgos de autodidacta que no resigna la voluptuosidad del intelecto.

De la mano de Fernández Márquez Miranda, el estudiante acompaña la mirada del señor Parra durante “una excursión reciente de persona que pasa por entendida”. El recorrido fue en enero de 1864, por el paraje de Zonda. Existen allí numerosas piedras pintadas que “antes se creían obra de los mismos que visitan aquellos lugares”; hipótesis que corre pareja con las que atribuían las maravillosas decoraciones murales que recubren la caverna española de Altamira.
“Su escrito señala con precisión el color morado de la pintura, recubriendo el blanco ceniza de la pared lítica; describe los indios representados con sus diademas de plumas, los detalles de sus vestido y los rasgos del sombreado en el que “como en las pruebas negativas de las fotografía, las luces son negras y las sombras blancas”, y las armas, y alguna características terminales de las representaciones antropomorfas, donde no aparecen bien figurados ni pies ni manos. Parra distingue entre los que son, al parecer, dibujos y pinturas primitivas y los que son “imitaciones modernas” o garabatos que pueden parangonarse, en importancia y calidad artística, con aquellos trabajos autóctonos, castigando de paso, con fin moralizador que nunca falta en su prosa, ese grotesco afán de recubrir obras venerables con fechas y nombres propios, “que conmemoran lo que no merece recuerdo.”
El escrito del señor Parra al que se alude incluye los siguientes comentarios:

“El valle de Zonda ha sido pues regado por los indios en toda su extensión y es una vergüenza para el pueblo culto que lo destruyó, no haber sabido aprovechar, sino de los trabajos de los indos, de estas indicaciones al menos, como se evidencia de la mala construcción de la acequia moderna que deja sin regar todo el declive de la montaña … Hoy no hay entre las familias plebeyas de Zonda cien individuos de raza india; mientras que la acequia que regó el valle, pudo procurar alimento para diez mil habitantes. Tres siglos de conquistas han bastado para hacerla desaparecer.”


Agrega Márquez Miranda, que el cerro donde se hallaban las famosas representaciones fue convertido en adoquines para aceras en 1898, por obra de un “progresista” y aprovechado empresario de construcción.

Diría Parra:


“¡Tanto combatir al indio para dilatar nuestras fronteras, cuando llevamos al indio adentro!…
Ángel Peñaloza, el Chacho, exasperado por la miseria en que el gobierno nacional mantenía a las provincias cordilleranas, lanza el "Grito de Guaja", una proclama que declara la guerra a Mitre. Había luchado contra Rosas pero rechazaba la idea de un Buenos Aires hegemónico. Antes de lanzarse a la lucha le escribía:

… “Es por esto señor Presidente, que los pueblos, cansados de una dominación despótica y arbitraria, se han propuesto hacerse justicia, y los hombres, todos, no teniendo más ya que perder que la existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo de batalla, defendiendo sus libertades y sus leyes y sus más caros intereses atropellados vilmente por los perjuros. Esas mismas razones y el verme rodeado de miles de argentinos que me piden exija el cumplimiento de esas promesas, me han hecho ponerme al frente de mis compatriotas y he ceñido nuevamente la espada, que había colgado después de los tratados con los agentes de V.E. No es mi propósito reaccionar al país para medrar por la influencia de las armas, ni ganar laureles que no ambiciono. Es mi deber el que me obliga a sostener los principios y corresponder hasta con el sacrificio de mi vida a la confianza depositada en mí por los pueblos”.


Está confiado en que Urquiza le prestará apoyo, pero tal no ocurre. El 8 de febrero de 1862 le escribe al general Antonio Taboada, comandante militar que le cabría derrotar a Felipe Varela en el Pozo de Vargas y perdiera su candidatura presidencial, tiempo después, frente al señor Parra.
“¿Por qué hacen una guerra a muerte entre hermanos? ¡Contraría la hidalguía de la raza! No hay objeto porque Urquiza ya no vuelve más y los federales han aceptado su derrota. Pero de allí a exterminarlos, va mucho ¿No es de temer que las generaciones futuras imitaran tan pernicioso ejemplo?”.
El historiador José María Rosa exalta la vida del general Ángel Vicente Peñaloza brigadier de la Nación y Jefe del Ejército Nacional acantonado en Cuyo. La carta es tomada como una provocación y Peñaloza queda desplazado de su grado militar y declarado indigno de vestir su uniforme. En Guaja, el uruguayo Sandes, terror de las montoneras, ordena quemar la casa del Chacho, después de saquearla.
“El grito de guerra del Chacho”, escribe José María Rosa, “resuena por todos los contrafuertes andinos, y van a reunírseles cientos, miles, de paisanos que llegan con su caballo de monta y otro de tiro, agenciado quién sabe cómo”.

“Con media tijera de esquilar fabrican una lanza acoplándola a una caña Tacuara. Y el Chacho empieza sus victoriosas marchas y contramarchas de La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luis. La montonera crece y se hace imbatible. Poco pueden contra ella los ejércitos de línea formados por milicos enganchados o condenados a servir las armas: las cargas de los jinetes llanistas desbaratan a los ejércitos de la libertad”.

“Le ofrecen la paz, y el Chacho la acepta porque es un ingenuo. Cree en la sinceridad y buena fe de los libertadores. El no pelea para imponerse a nadie, sino para defender a los suyos. En La Banderita el 30 de mayo se firma el compromiso: no se perseguirá más a los criollos y Peñaloza desarmará su montonera. José Hernández cuenta la entrega de los prisioneros tomados por el Chacho: "Ustedes dirán si los he tratado bien, pregunta éste: ¡Viva el general Peñaloza! fue la respuesta. Después el riojano pregunto: ¿Y bien? ¿Dónde está la gente que ustedes me apresaron?.. ¿Por qué no responden?.. ¡Qué! ¿Será verdad lo que se ha dicho? ¿Será verdad que los han matado a todos?.. Los jefes de Mitre se mantenían en silencio, humillados. Los prisioneros habían sido fusilados sin piedad, como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; sus mujeres habían sido arrebatadas por los vencedores”.

Paunero ofreció una mediación convencido de la capacidad del Chacho para pacificar La Rioja. El acuerdo duró poco. El gobierno de Buenos Aires da atribuciones al Señor Parra como director de la guerra contra los caudillos sublevados frente a la política porteña: el Chacho en la Rioja, Clavero en Mendoza, Ontiveros en San Luis, revitalizando en Parra su lucha contra la montonera y rencor hacia el Chacho cuyas huestes habían provocado bajas en su familia. A estos rencores se le atribuye haber dado piedra libre para su asesinato que el propio Mitre deploró.

El 13 de noviembre de 1863 muere el Chaco Peñaloza, atravesado con una lanza por el mayor Irrazábal, cuando se encontraba sin armas y se había entregado a las fuerzas de su gobierno. El escrupuloso historiador Horacio Videla ha establecido la no responsabilidad del señor Parra; pero en verdad Parra, al levantamiento del Chacho, había decretado estado de sitio y como coronel asumido personalmente la guerra contra el caudillo riojano hasta derrotarlo, decisión la primera que correspondía exclusivamente al Poder Ejecutivo y que fue criticada por Guillermo Rawson, Ministro del Interior de Mitre.

Sufre el feroz reproche periodístico de José Hernández, que se prolonga en la pluma de otros revisionistas contemporáneos del normalista.

El señor Parra habrá de justificar la aprobación del acto. La palabra guerrilla aplicada al partidario que hace la guerra civil, fuera de las formas y sin soldados, donde las depredaciones son de tal naturaleza que convierte a los guerrilleros en asaltantes y asesinos, era, en su visión, algo muy distinto a la guerra gaucha que instrumentara San Martín en la gesta revolucionaria; paisanos a caballo cuyos jefes invistiera el poder central con grado militar. Las montoneras no estaban en las guerras civiles bajo el pabellón del derecho de gentes. Se Justificaba con el referente de los Estados Unidos, que tras el sometimiento de Lee Johnston, el gobierno dio orden de pasar por las armas como salteadores y por el jefe a cargo de la captura, en el lugar en que cayeran, las guerrillas que persistieran en continuar la guerra de devastación y pillaje. Salvaba en sus argumentos, por supuestamente contradictoria a su tesis, la protesta de los Estados Unidos contra el decreto del Emperador Maximiliano, que declaró guerrillas a los generales y partidarios mexicanos que no reconocieron el imperio. Lo acusaba de falto de verdad al suponer que el Presidente Juárez había salido del territorio y cabe razón de los mejicanos de defender sus instituciones antiguas. El Chacho como jefe notorio de bandas de salteadores, haciendo la guerra por su propia cuenta murió en guerra de policía, donde fue aprehendido y su cabeza puesta en un poste en el teatro de sus fechorías. Esta era a su ver la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador.
“Llegado en mayor Irrazábal, mandó ejecutarlo en el acto y clavar su cabeza en un poste, como es de forma en la ejecución de los salteadores, puesto en medio de la plaza de Olta, donde quedó ocho días.”

… “Una orden del día del ejército vituperó, sin embargo, en el mayor Irrazábal, la ejecución sin formas del Chacho, y todo quedó por entonces dicho. ¿Había justicia en esa condenación? ¿Había alguna conveniencia política? ¿No era esa orden del día prima hermana de la circular sobre el estado de sitio y de las tentativas de tratados con el Chacho? Éste es un asunto muy grave y merece examinarse. Las instrucciones del ministro de guerra al gobernador de San Juan le encomendaron castigar a los salteadores, y los jefes de fuerzas no castigan sino por medios ejecutivos que la ley ha provisto, y cuando son salteadores los castigados, los ahorcan si los encuentran en el teatro de sus fechorías.”


Mitre le escribió por carta confidencial:
“Digo a Usted en esas instrucciones que procure no comprometer al gobierno nacional en una campaña militar de operaciones, porque dados los antecedentes del país, no quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de una guerra civil. Mi idea se resume en dos palabras, quiero hacer en la Rioja una guerra de policía. La Rioja se ha vuelto una cueva de ladrones que amenaza a los vecinos, y donde no hay gobierno que haga ni la policía de la provincia. Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos como patriotas políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy sencillo.”
En 1864, tras la crítica a sus métodos represivos, y recrudecimiento de los ataques a su persona decide renunciar a la gobernación y salir de la provincia “…antes de seguir la suerte de Benavides, Aberastain y Virasoro”. A su pedido es designado por Mitre, Ministro Plenipotenciario de la Argentina en los EEUU.

Si bien de una manera prudente el señor Parra aceptaba poner distancia a su accionar, todavía tendría ocasión de producirle al gobierno de Mitre algunos fuertes dolores de cabeza. El itinerario tomaba el rumbo de Valparaíso, luego Lima y las instrucciones diplomáticas eran limitadas. Con todo, su naturaleza fogosamente discursiva tuvo durante este trayecto ocasión de manifestarse con la autoridad de un jefe de estado, sin consensuar con la cancillería, comprometiendo al país en respuesta defensiva contra intereses y maniobras foráneas que afectaban a Chile y al Perú. Probablemente estaba resentido por el disgusto de Mitre, pero no se cohibió; ante la invasión de naves españolas en las islas Chinchas frente a la costa peruana, arremetió contra el hecho, involucrando a la Argentina frente al presidente chileno, en la oferta de una intervención armada conjunta a favor del Perú si llegara a ser necesario, firmando un documento contra España. Informó a Mitre de esta intervención solicitándole acreditara un representante ante el Congreso Panamericano que estaba por reunirse en Lima con prescindencia de los Estados Unidos.

A pesar de la reprimenda de Mitre que no tardó en llegar gozando de homenajes y popularidad se incorporó al Congreso a título de ilustre americano y expresó abiertamente que los países que lo conformaban, debían concertar una alianza contra las agresiones extranjeras.

En defensa de nuevos reproches de Mitre, respondió:


“Yo no he firmado tratados, pero si los hubiera considerado convenientes los habría suscrito sin vacilación, porque en esto del honor de mi patria no es sólo el presidente y el ministro de Relaciones Exteriores quienes están encargados de guardarlo. Ni sólo a ellos les está reservada la apreciación del caso. Cuídese de las fascinaciones del poder que nos hacen creer que crecemos en años, prudencia y saber, mientras los otros descienden en la misma proporción, hasta ver a los demás como granos de mostaza.”
Con independencia de estas fricciones, se sumó a su comitiva Bartolomé Mitre y Vedia, hijo del general Mitre, quien le confiaba a Parra su formación.

En la marcha de Lima al Callao y Panamá, se perdió un baúl con cartas credenciales del señor Parra, con todos los inconvenientes asociados quedó sin camarote particular, debiendo dormir entre peones de California, entre fardos, hasta al fin alcanzar los Estados Unidos.

Llega a Nueva York el 5 de mayo de 1865, ya informado a bordo del asesinato de Lincoln.

En los tres años de residencia en los Estados Unidos acrecentó sus conocimientos en pedagogía y consolidó sus convicciones progresistas. Retomó contacto con Mary Mann que había quedado viuda, quien se interesó por su labor y sus escritos, traduciendo al inglés su Facundo. El señor Parra fundó el periódico "Ambas Américas" y recibió de la Universidad de Michigan el título de doctor en leyes. Publicó “Escuelas, base de la prosperidad de la República en los Estados Unidos" y realizó una traducción de la Vida de Lincoln, en la cual incluyó capítulos de su autoría.

El ejemplo de los Estados Unidos lo persuadió que la pobreza del pobre no tenía nada de necesario y que la capacidad de distribuir bienestar era una condición obligada para la viabilidad económica del orden social. La impresión que le produjeron las Universidades de Harvard y Yale le llevó a exclamar en su correspondencia: “cierren las de Buenos Aires y Córdoba por respeto a la ciencia.”

En las comunicaciones con el Ministro de Educación argentino exaltó sus anhelos progresistas por la educación común y la fundación de bibliotecas populares en las provincias, para las cuales se comprometió enviar libros, así como por la creación de escuelas normales en San Juan y Tucumán. Enfatizó la importancia de la meteorología para las previsiones de la agricultura preocupándose por la creación de un observatorio, que al fin instalaría en Córdoba. Su ambición era reproducir la prosperidad del Norte, en “los Estados Unidos del Sur”.

No le había pasado inadvertido el ímpetu fabuloso de la revolución industrial exteriorizado por las fábricas de Birmingham, Manchester que ya había conocido en Inglaterra y ahora de Lowell y de Pittsburgh, en los Estados Unidos, con todas sus implicancias civilizadoras, que le harían pensar en la las limitaciones productivas del telar de su madre, “talleres imperfectos que aniquilaban las fuerzas de nuestras pobres mujeres, en el empeño de producir pochos y cobijas burdas…” aunque también considerara las derivaciones sociales momentáneamente negativas de la moderna industria que en el futuro tratará de superar con la legislación obrera y la educación de los trabajadores. Comprendió que la Argentina debía prepararse para una nueva época quebrando estructuras y anunciando la industrialización.

Félix Weinberg que ha estudiado profundamente el tema destaca manifestaciones del espíritu abierto y ansioso de novedades, del señor Parra. Ante la ausencia en Sudamérica de capitales adecuados, población suficiente, falta de mano de obra capacitada y de tradición industrial fue partidario del proteccionismo. Había sostenido en Chile:


“Ha penetrado la industria fabril en todos los países donde actualmente descuella”.

Puntualizó al respecto que: “los introductores de una industria benéfica y acarreadora de bienestar y riqueza necesitan apoyo hasta tanto logren consolidarse. El tiempo y el aumento de la producción harán factibles el abaratamiento de los productos protegidos para asegurar a los consumidores beneficios directos proporcionándoles dichos artículos al más cómodo precio posible.”


Era éste un medio para pasar a una etapa ulterior de desarrollo:
“Los descubrimientos modernos y los progresos de las ciencias y las artes que se sirven de sus datos, no se contentan ya con mandarnos desde Europa sus producidos, sino que estableciendo entre nosotros mismos sus talleres nos hacen partícipes de sus ventajas, iniciándonos en sus secretos y enseñándonos a producir. El ejemplo de los buenos resultados que todas estas empresas obtengan estimularán nuevos ensayos industriales, y el país se enriquecerá diariamente con la importación de todos aquellos ramos de industria europea que convenga a nuestras necesidades y costumbres.”
“La educación común universal hace de cada hombre un foco de producción … El medio más sencillo para promover la prosperidad nacional es formar un productor, tomando niños o todos nuestros seres actuales ineptos para ella y destructores de los productos y capitales, para convertirlos en artífices de las prosperidad general.”
El señor Parra usaba anticipatoriamente la palabra “desarrollo” que corresponde a una nomenclatura económica social que se impuso tiempo después.

En contraposición no dejaba de advertir:


“Tal vez entramos en una lucha en que vamos a ser actores y corremos riesgos de ser víctimas… El oro y la plata son como las viejas aristocracias; pero el carbón, el hierro, la cal, son riquezas plebeyas e ilimitadas, destinadas a producir el bienestar de todos.”
Perspicazmente afirmaba que no siempre es lo mejor atenerse a las reglas adoptadas por otros países: no hay que imitar, sino adaptar.

La política económica europea y de América del Norte ya no le resignaba a que Sud América fuese una simple proveedora de carne. En cuanto a un mercado interno:


“tendremos millones de habitantes humanos en los campos que hoy habita el ganado, y sin disminuir éste, valdrá cuatro veces más y dejará de hacer cuenta llevar sus carnes a Europa habiendo quien las consuma aquí, como sucede en los Estados Unidos.”
Al asumir la presidencia de la República en 1868, a sus dos meses de ejercicio, dictó un decreto mandando organizar una “Exposición de arte y productos nacionales” primer certamen de esta índole realizado en el país.

Consecuentemente al inaugurarla en Córdoba en 1871, expresará en el discurso de apertura:


“Cuando he oído el grito siniestro de ¡mueran los salvajes unitarios! O el estrépito de caballos en la Pampa, o el clamor de los que quedan arruinados o el gemido de las víctimas, me ha parecido oír en esos desahogos de las pasiones, en esos momentos de las desgracias, un grito más noble, más justo: ¡dadnos educación y dejaremos de vagar por la inculta Pampa; dadnos una industria cualquiera y nos veréis a vuestro lado creando riqueza en lugar de destruirla!”
Al margen de estas cuestiones, su amor por Aurelia, no le impidió tener un romance con Ida Wickersham, mujer casada que ofició su amistad como profesora de inglés y a la que le llevaba 30 años. Su aventura duró epistolarmente mucho tiempo luego de retornar al país. En 1868, elegido presidente de la República, Ida ya divorciada le pide que la traiga con el grupo de maestras norteamericanas que contratará para impulsar la enseñanza en el país. Le escribe cartas de amor hasta 1881, pero Parra siguió amando a Aurelia Vélez Sársfield.

Durante su ausencia se firmó el Tratado de la Triple Alianza y comenzó la guerra del Paraguay. Mitre es nombrado general en jefe de los ejércitos aliados.



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