Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Reediciones
Cambia el concepto y el ambiente, contradictorios paradigmas hacen a la interpretación de los hombres a través del tiempo, no es sólo cuestión de historiografía sino la renovada presentación real y activa de caudillajes. Caudillos de ayer y de hoy, visiones ideológicamente comprometidas, intereses legítimos o espurios, y el referente brumoso del pasado con sus protagonistas, víctimas y victimarios, librados a la revisión crítica.

Mentar sincréticamente el problema o acentuar las antinomias, es como no decir nada; recurso de pluralidad y oposiciones que disgrega la profundidad de un análisis: el caudillismo ha estado desde lejos, siempre presente en la formación del país.

El señor Parra trazó los tipos sociales que originó la pampa y deslizó la musicalidad propia del campesino, sus tristes y vidalitas, junto a la visión de la poesía culta de la ciudad, la épica romántica y sensible de la infinitud del paisaje la gracia puntual del picaflor, el jilguero, el zorzal, la torcaza, hasta de la melancólica pava, los seibos, palmas, aromas y naranjos. Luego destacó, sobre la territorialidad de la vida campestre, el sentido de la pulpería.

Focos de reunión de gauchaje valiente, ignorante, libre y desocupado, estaban diseminados a millares en la campaña. De aquí, ante el rumor de las armas revolucionarias, surgirán los caudillos como jefes de montonera y expresión anárquica; hasta que tomen conciencia de dominación político social y finalmente la catadura de una federación.

No sólo describió estos caracteres, sino sus vidas y hechos, manifestaciones para él de la barbarie gaucha.

La marcha del tiempo desplazará la idea del caudillismo a los métodos políticos autoritarios, la manipulación de las masas, el poder militar, la figura del los dictadores. Otra cuestión será el esfuerzo de incorporar a los caudillos a la historia constitucional, distanciándolos de la barbarie, o por el contrario, explicar por el caudillaje malformaciones político-sociales que afectan constantemente al progreso de la Nación.

No era esta dilucidación interés del estudiante, pero sí, inevitable la observación del problema en la actualidad de su circunstancia. Hasta aquí podía reconocerse en el transcurso de un itinerario que bien podría calificarlo de existencial. A medida que transcurría comenzaba a plantearse si correspondía que siguiera siendo personal, íntimo y solitario, malamente enmascarado a fin de transitarlo sin contratiempo, al paso justo de su dedicación, sin más premura que la de sus ansiedades y exaltaciones; comenzaba a preguntarse si habría de compartirlo, con quiénes y por qué.

Era ineludible que, de darlo a conocer, la opinión exterior formada sacudiría la mística ingenuidad de las lucubraciones sobre el legado vocacional y pureza de sus mentores. Concurrentemente, la dilucidación se extendía a otras cuestiones de significado y coherencia, resolverlas parecía haberse hecho esencial; ya no podría volver al aula sin contar con respuestas. Se había entreverado con la historia, extrañamente, cuando la suya recién comenzaba.

Consideró a sus profesores de la materia: el prestigioso Juan Carlos Astolfi, la elegancia de estilo de Violeta Bregazzi, Sánchez Sorondo y la intriga de un duelo, Fernando Leónidas Sabsay, rehabilitando ante la ligereza de un acto escolar el respetuoso dolor por los mártires sindicalistas de Chicago. Su alma párvula, más preocupada por una eximición, se sorprendía a ratos con el contenido profundo de estos mensajes, pero no había despertado todavía. Su ingenuidad hizo posible una vergonzosa anécdota: esa semana, en dos materias distintas se interrogaba por los tiempos de Rosas, en el camino del mínimo esfuerzo estudió el tema por un solo texto de los cursos concurrentes: el de “Historia de la Educación”. Supuso que esta información sería suficiente para responder al llamado de Sánchez Sorondo. A la primera frase memorizada que recitó al eximio federalista, en realidad ininteligible para él mismo, algo así como: “… el gobierno de Rosas significó una restauración colonial…”, la persona de su profesor habitualmente apática y adormecida, reaccionó inesperadamente con furia volcánica y lo degolló prácticamente con un aplazo, arrojándolo a su pupitre sin más miramientos. Fue una confirmación de las discrepancias partidarias, con hondas raíces en el pasado, que por entonces agitaba la política y hasta enfrentaba dentro de las mismas familias dos posiciones irreconciliables.

De sus primeras indagaciones adolescentes, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, José Ingenieros, José Hernández, más lo movilizaban el sensualismo de los “cuentos para una inglesa desesperada”, que la angustia identitaria de la “historia de una pasión argentina”; el aspecto mítico de la cabeza de Goliat; la corona caída de la juventud del hombre mediocre que no había conocido el amor y gozado el sexo; los consejos ladinos del viejo Vizcacha, que el desarraigo del gaucho. Fue necesario llegar a Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, para que comenzara a encarnarse en él el sentido de la literatura argentina. Y entonces sí comprendió a Mallea:

…“mi infancia había sido, lenta, inexperta, ineficaz”…
“.. No eran esos libros los que habían conformado mi angustia, sino mi propia angustia inmanente la que había buscado esa vecindad y ese parentesco en el infortunio sin los cuales ningún espíritu siente su monólogo sobrepasado”
Mallea culpaba a sus profesores y justificaba a sus condiscípulos por su molicie:

“Pasé luego de aquel colegio británico al Nacional y tuve por primera vez encuentro con profesores argentinos: eran médicos o abogados indolentes que enseñaban indolentemente gramática o aritmética. Su interés por los estudiantes comenzaba con la hora de clase y acababa con ella…

“La psicología de mis condiscípulos era otra, creada por aquella indolencia, por aquel perpetuo abandono del maestro y nadie se preocupaba sino de vivir cómodamente, con poca lectura y menos repaso.”…
En verdad, la escuela no le había legado al normalista la conflictiva histórica, de la cual se pudo haber librado también por la consuetudinaria haraganería adolescente, años del alma perdida en un melonar como los calificaría un poeta a lo que contribuían la opacidad de los textos de estudios, escritos sin fervor y la pobre resonancia de las exposiciones docentes, que junto a los diversos montos de simpatía o ascendencia que inspiraran, eran siempre objetos paródicos de imitación, bromas, mitos y anécdotas cosificantes, no desprovistas de afecto aunque a veces éste fuera enfado y recelo.

En rigor el normalista no podía culpar a sus profesores, hubiera sido injusto. La generación de educadores del Mariano Acosta engendraba admiración y sembraba entre sus condiscípulos, pese a las chacotas, el fulgor espiritual que habría de destacarlos en el futuro. A más de cincuenta años de su promoción, siguen reuniéndose periódicamente, gozando de estos encuentros y testimoniando la perennidad de la formación que les ha insuflado la escuela normal. En esto Aristóteles coincidía con el señor Parra:


“Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta”
A fuer de sincero, en su caso, fue el contacto con los niños la decisiva confirmación de su vocación, la convivencia con esa otra área paralela de la Escuela Normal que disponía de aulas propias, patios exclusivos, un típico alborozo, la blancura espectacular de los guardapolvos y una pléyade de maestros admirables ante los cuales comparecer y demostrar la propia capacidad para asumir las prácticas de la enseñanza.

Aquellos maestros de las aulas primarias mantenían una distancia casi autística con los normalistas, estaban allí para sus niños, atesoraban un secreto que no alcanzaban a develar las horas de didáctica y pedagogía del magisterio; era indudable que existía una conexión privada, efectiva, majestuosa. Nunca surgieron comentarios sobre ellos de boca de sus alumnos, nunca una infidencia del docente sobre aquéllos. Los distintos cursos que se desarrollaban año tras año semejaban como una estela en el mar, una continuidad sin rupturas ni sobresaltos, de la cual no conocía deserciones. Un bloque insobornable digno del más profundo respeto. La infancia y sus guardianes. El alma y sus custodios.

Con el tiempo habría de comprender que “la indefensión original del ser humano, era la fuente primordial de todas las motivaciones morales”, la infancia, la prioritaria e ineludible responsabilidad de la especie.

Sobre el fin del magisterio, en 1951, un compañero tuvo la feliz idea de solicitarle al profesor Pinto, una lista de libros de iniciación. El normalista fue puntilloso en esto: tomó nota minuciosamente de la misma, y al obsequiarle su padre por haber concluido con éxito los estudios, empleó los excepcionales cien pesos que le regalara para invertirlos totalmente en la compra de aquellos textos; adquisición entonces posible por los precios económicos de la colección Austral que los tenía editados y de otras editoriales sólo ligeramente más costosas. Pasaron a nutrir sus lecturas, que hasta la fecha incluía fanáticamente junto al género policial que cultivaba, las obras de Gilbert K. Chesterton y novelas de Herman Hesse.

Autores como Unamuno, Ortega y Gasset, la prosa de Antonio Machado, su Juan de Mairena y el Abel Martín; de un desconocido Jorge Luis Borges “El jardín de los senderos que se bifurcan”, que conmocionó su imaginería detectivesca. La avidez literaria se disparó entonces en un amplio sentido y de alguna manera dejó de ser niño.

La lucha contra el señor Rosas
En su revisión histórica, el estudiante había tropezado con más de un personaje que lo retrotraía a encrucijadas de propósito y de destino. Uno de ellos era Gregorio Araoz de Lamadrid, comandante militar tucumano que por su derrotero se le figuró un paradigma de las luchas fratricidas. Relevante en las batallas por la independencia, con participación en los combates de Vilcapugio, Ayohuma, Venta y Media, Sipe Sipe, en la cual salvó herido al general Francisco Fernández de la Cruz, alcanzó en 1818, como ayudante de San Martín en Tucumán, el grado de coronel y fue transferido a Buenos Aires, para combatir como fuerza del Directorio contra los caudillos mesopotámicos en la década del 20. Vuelto a su provincia reclutó fuerzas contra la inminente guerra con el Brasil. Partidario de la causa unitaria, derrocó en Tucumán al gobernador Javier López y continuó guerreando por el poder centralista rivadaviano. Las fuerzas de Quiroga lo derrotaron e hirieron en El Tala. Tras un exilio en Bolivia se unió a las fuerza del General Paz y lo acompañó en sus luchas, continuando su orientación una vez que aquél cayera prisionero. Tras las batallas de la Tablada, San Roque y Oncativo, asumió el gobierno de Córdoba y de su ejército, hasta que Quiroga vuelve a derrotarlo en Ciudadela en 1831. Refugiado en Bolivia durante siete años, regresa para convertirse en un prominente general del señor Rosas, quien lo envía a principios de 1840 nuevamente a Tucumán, a reprimir los enemigos de su régimen. En esta misión cambia otra vez de bando y se une a la oposición. Poco después es nombrado Comandante en Jefe de la Coalición del Norte. Derrotado por Aldao en Pampa Redonda y en 1841 en Rodeo del Medio. Escapa otra vez hacia Bolivia; se dirige luego a Montevideo reapareciendo como comandante del ala derecha del ejército de Urquiza contra Rosas, artífice del triunfo de Caseros en 1852. Por supuesto, como a todos les toca morir, lo hace en Buenos Aires cinco años después.

No son buenos todos las hechos que se recuerdan de él: que en la Rioja hizo detener a la madre de Facundo Quiroga llevándola encadenada al cuello hasta la prisión; que en San Juan maltrató a la mujer del caudillo; que sabedor de los dineros ocultos de la provincia se quedó con una parte de las onzas de oro; haber negociado por dinero la libertad de sus prisioneros, excusándose “… después de tanto fregarse por la patria no es regular ser zonzo cuando se encuentra ocasión de tocar una parte sin perjuicio de un tercero”

Acaso fuera Facundo un militar valiente y decidido, defensor de su feudo, que fue haciéndose más cruel empujado por la brutalidad de esos actos.

¿Qué es lo que pergeña el señor Parra sobre Gregorio Aráoz de Lamadrid?:


“Subversivo y frívolo desde el inicio, derrocando al gobierno de Tucumán para mejor disponer de un ejército contra el Brasil, desde los 14 años con ciento cuarenta encuentros en su haber (¿) , acuchillando todo lo que se le pone por delante, Tirteo espartano que anima al soldado con canciones guerreras celebrando la muerte por la causa de la patria, traspasado de balas y bayonetazos en el Tala, salva su vida arrastrándose hasta unos matorrales, delirando “No me rindo”, para volver siempre a combatir; soldado de caballería brillante como Murat, de instinto gaucho, abriéndose paso entre la coraza y la charretera.”

Parra narra también un hecho que ilustra de la poderosa sombra de Facundo: Listo Lamadrid para un nuevo combate, Quiroga le manda a uno de sus prisioneros desnudo, a decirle, simplemente que:


“… la acción principiaría por los cincuenta prisioneros que dejaba arrodillados y una compañía de soldados apuntándolos; con cuya intimación, Lamadrid abandonó toda tentativa de hacer aún resistencia.”
Destaca Parra, peregrinamente, que en todos estos sucesos
“… se nota todavía poca efusión de sangre, pocas violaciones de la moral. Aún no hay azotes a los ciudadanos, no hay ultrajes a las señoras; son los males de la conquista pero aún sin sus horrores; el sistema pastoril no se desenvuelve sin freno y con toda la ingenuidad que muestra más tarde.”
De José María Paz, el estudiante examina el baldón de su ensañamiento contra el adversario tras la victoria de la Tablada, la campaña de la sierra, exterminando a los milicianos de Bustos, con una oficialidad que hizo leyenda por sus crueldades. Suma el ataque por sorpresa en Oncativo; lo del fray dominico Félix Aldao, tomado prisionero y llevado a Córdoba atado en un burro. Sobrevivientes muertos a balazos en prisión, previo juicio sumarísimo, y luego el mismo Paz hecho prisionero, y tras años de cautiverio, en Buenos Aires, libre de transitar un perímetro de una legua con su esposa y su hija, reconocido el grado de General de la Nación y pagados sus sueldos bajo palabra de honor de no empuñar sus armas contra Rosas, ostentando la divisa punzó en la solapa.

El señor Parra, lo presenta como el militar a la europea, que no cree en el valor, si no se lo subordina a la estrategia y a la disciplina. Apenas sabe andar a caballo, es manco y no puede manejar una lanza, pero es artillero y por tanto matemático, científico, calculador. La ostentación le incomoda. Pocos soldados pero bien disciplinados. Parra, suma esta exclamación:


“¡Pobre general Paz! ¡Gloriaos en medio de vuestros repetidos contratiempos! ¡Con vos andan los penantes de nuestra Argentina! ¡Todavía el destino no ha decidido entre vos y Rosas, entre la ciudad y la pampa, entre la banda celeste y la cinta colorada! ¡Tenéis la única cualidad del espíritu que vence, al fin, la resistencia de la materia bruta, la que hizo el poder de los mártires! Tenéis fe. ¡Nunca habéis dudado! ¡La fe os salvará y en tí confía la civilización!”
Al estudiante le era casi imposible responder a las exigencias de evaluación coherente y de una cronología impuesta en esa ocasión por su profesor de práctica docente. Al fin y al cabo no era más que un estudiante limitado por metodologías de estudio y exposición. Llegaría a saber más tarde que en el inconsciente no hay orden ni principio de no contradicción. ¿Cómo ordenar lo anárquico de las pasiones, los contenidos tumultuosos de la naturaleza humana, la trama de los hechos? Dudó que la reconstrucción histórica fuera posible, así contara con verdades absolutas de cuya supuesta veracidad tampoco estaba muy convencido. Sin duda la historia oficial o cualquier otra que le ofreciesen, no eran más que una enmarañada novelística; casi estaba satisfecho de haber sido estudiante mal informado; por lo menos, hasta ahora, se había librado de estas ambigüedades que le agobiaban.

Su profesor insistía: debía cumplir una práctica de enseñanza en su magisterio, para la cual estaba obligado al proceso simple y práctico de ordenar y organizar coherentemente el desarrollo histórico de aquellas épocas y tener muy en cuenta que, frente a su observación, le estaría transmitiendo a los jóvenes alumnos los valores de la historia y de los próceres de la patria. A pesar de esta clara consigna, la sucesión de fechas y acontecimientos se desvanecía en un tiempo legendario que le costaba hacer suyo; acaso lo confundiera con el de un presente, el propio en marcha difuso aún no concluido.

Intentó retomar su tarea en la cronología que le facilitaron acuerdos celebrados entre provincias y fechas que le ofrecían cierta continuidad.

Partió a tal efecto de las negociaciones acreditadas entre Santa Fe y Buenos Aires y el período en que Estanislao López fuera reemplazado por Domingo Cullen. Este sujeto, nacido en las Islas Canarias y de ascendencia irlandesa, opositor de la dominación brasileña, había contraído matrimonio con una dama de la familia de López, de quien fue secretario, y estableció una estancia ganadera. En 1833 se convirtió en ministro de Gobierno. López fallece de tuberculosis el 15 de junio de 1838 a la edad de 52 años, estando Cullen en Buenos Aires intentando encontrar una solución pacífica al bloqueo francés en tiempos en que los unitarios hacen alianza con ellos para la lucha contra la Confederación. Su argumentación sostenía que el bloqueo era resultado de la aplicación de la ley provincial de Buenos Aires por parte de Rosas, y que por lo tanto las provincias no estaban obligadas a apoyarlo. La legislatura sustentó la conducta del señor Rosas. El fallecimiento de López lo obligó a regresar a Santa Fe para reemplazarlo, pero ya había merecido la sanción rosista. López fue sustituido por José Galisteo, pero Juan Pablo López, hermano del gobernador fallecido, ayudado por Pascual Echagüe gobernador a su vez de Entre Ríos, logra desplazarlo. La suerte de Cullen ya estaba echada. Su actuación pública se había desarrollado en un contexto de intriga, odios y violencia. En setiembre, tras su renuncia fue exiliado, busca refugio en Santiago del Estero pero termina fusilado por el régimen, en 21 de junio de 1839 mientras era trasladado a Buenos Aires para ser procesado. Se rescata de su trayectoria su lucha por la independencia de la Banda Oriental y su participación en el Pacto Federal.

Una figura importante este Pascual Echagüe, de quien el señor Parra dijera que fuera el hombre mejor educado de la provincia de Santa Fe. Maestro, médico y soldado. Como gobernador de Entre Ríos, aún en medio de la lucha civil, habilitó escuelas, creó cátedras de teología , filosofía y latinidad, sancionó leyes mercantiles y la construcción de edificios educativos, apoyó la edición del periódico el “Sentimiento Entrerriano” y otros más, ordenó el establecimiento de un asilo para leprosos, organizó el servicio médico asistencial nocturno, obtuvo la instalación de un convento de monjas para que funcionase una escuela de niñas y fomentó expresiones culturales, hasta entonces poco menos que desconocidas en las provincias, como el teatro. Se esforzó en evangelizar a los indios del Chaco santafecino, reordenó los archivos saqueados durante las contiendas, organizó gimnasios escolares, pidió, sin éxito, el regreso de los padres jesuitas para encarar el desarrollo de la enseñanza superior, brindó su apoyo a Marcos Sastre mediante su designación como director de la biblioteca pública, promovió la búsqueda de fósiles, ganándose al fin la consideración de que “con prudencia, religión, bondad, clemencia y sabiduría, como caballero sin tacha, fue la excepción en una época de crueldades y venganzas.” Después de la caída del señor Rosas fue llamado para ocupar los altos cargos de senador nacional y Ministro de Guerra de la Confederación Argentina, tareas en la que propugnó medidas útiles para el país, entonces nuevamente dividido.

El señor Rosas no fue insensible al valor de este hombre, por el cual había manipulado la oposición representada por la legislatura de Calixto Vera, quien debió huir a Colonia.

Durante la época de Rosas la política uruguaya estuvo totalmente vinculada a la de la Confederación Argentina. La lucha entre los partidos blanco y colorado en Uruguay no fue un problema exclusivo de ese Estado, se conectó con la presencia de los emigrados unitarios en Montevideo. Esteban Echeverría publica el “Dogma socialista” y Alberdi “Fragmento preliminar al estudio del derecho”. El grupo de los exiliados funda en Montevideo la Asociación de Mayo.

Oribe, del partido blanco, es derrocado por el colorado Rivera, quien contó con el apoyo unitario y de agentes franceses. Oribe cruza a la Argentina y establece alianza con Rosas, quien colaboraría con él para que recupere el poder. Oribe, a cambio de ello, sofocaría los levantamientos que estallaban contra Rosas en la Confederación. Lo nombran por tal jefe del Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina.

La cuestión francesa evolucionaba desde noviembre de 1837. Francia había reclamado por supuestos tratos injustos contra residentes franceses, acusaciones que el gobierno rechazó. Un segundo motivo de atracción para los europeos era la importancia de Río de la Plata como mercado consumidor, así como la libre navegación de sus afluentes. En 1838 los franceses bloquearon Buenos Aires y tomaron la isla Martín García con bajas argentinas y francesas. Lavalle y los exilados en principio reprobaron el bloqueo, pero Florencio Varela los convenció de que podían facilitarles la oposición rosista, tomando el mando de las fuerzas argentinas existentes en la Banda Oriental y uniéndose a Rivera, en guerra al señor Rosas, dándole de esta manera a la campaña un sentido de lucha nacional. Florencio Varela, graduado de abogado en la Facultad de Derecho de Buenos Aires en 1827, se había exiliado a Montevideo tras la caída de Rivadavia.

No fue fácil ni pronto convencer a Lavalle mientras que la comisión argentina obtenía de los franceses el compromiso de suministros necesarios para la guerra contra el señor Rosas. Fue por mediación de Florencio Varela, amigo de Lavalle e importante factor de su decisión de fusilar a Dorrego en diciembre de 1828, que asumiera ahora el mando de las tropas. Las prepara en la isla Martín García apoyado y financiado por los franceses y extenderá su campaña militar por el Litoral, Córdoba, La Rioja, Tucumán y Salta durante dos años.

En Montevideo, el 15 de noviembre de 1838 aparece el diario "El Nacional" dirigido por el uruguayo Andrés Lama, justificando la agresión francesa. No pensaba así el general San Martín que en una carta dirigida al señor Rosas expresaba su desprecio por los americanos que
“… por un espíritu indigno del partido se unían al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española.”
De forma semejante se expresaba el joven Parra desde su diario el Zonda.
“El gobierno de la Confederación Argentina rechaza hoy con dignidad y constancia, los ataques que al honor de la república le dirige la insolencia altanera de un poder europeo.”
No obstante, para la cuestión del Plata y la intervención europea, que lo exasperaba en Chile, también Parra encontraba justificación. Bien se podía comprender que un pueblo que había estado comprometido en la emancipación pudiera ahora excitar adrede la ambición del extranjero. En su afán de entender como un pueblo celoso de su nacionalidad contradecía sus sacrificios por la libertad, supuso que la tiranía a la que lo había sometido el señor Rosas era la causa de la defección. Hacía catorce años que había comenzado esa cuestión sangrienta en el Plata, con la aparición de ese hombre de fierro que la precipitaba a un espantoso desenlace; no se trataba de una guerra civil, porque ya no había partidos, ni caudillos que se eclipsaran mutuamente. Solamente Rosas y sus tenientes habían quedado en el campo y extendido la dominación. Su gobierno era la burla más completa de la palabra federación, sostenida no por miras políticas, sino siguiendo meramente los instintos más brutales. La palabra federación había quedado desde entonces absorbida por el nombre de Rosas.
“No proscribía, al contrario, la policía negaba pasaportes y empleó los más bárbaros medios para que no se le escapasen las víctimas. Con todo, la emigración era espantosa. En cuanto a su administración, llevó el tesoro a su casa y cerró todos los establecimientos de educación y de beneficencia; ni Universidad, ni colegios, ni hospitales, ni casa de expósitos hubo en Buenos Aires. Entregó la juventud a la disposición de los jesuitas y después no le parecieron bastante atrasados estos maestros, los despidió.”
De un modo general, así juzgaba al señor Rosas, que había retirado el apoyo económico a los maestros de las escuelas de campaña y de la ciudad como asimismo a la Universidad. Contraponía al régimen su concepción de los estados americanos nacidos del espíritu inquieto de la democracia, en que se defiende la vida y el hogar de todos los hombres civilizados de un país.

La emigración era tan numerosa que formaba una patria errante, y después de haber aguardado en vano que el tirano se moderase, argumentaba, no pudo permanecer angustiada por más tiempo; el dolor, la nostalgia del hogar, el furor, creyó encontrar un puente con algún foco rebelde que había subsistido, al que se sumó la alianza del Uruguay y la de Francia, cuyos compatriotas estaban también sometidos al terror de la mazorca.

Los unitarios, libres de culpabilidad, acusaban de extranjerizante a Rosas por sus buenas relaciones con Inglaterra, crítica de la cual no escaparía el mismo general José de San Martín. También adoptó esa posición antirrosista, Juan María Gutiérrez, en la Gaceta de Buenos Aires.

El 20 de octubre de 1838 falleció doña Encarnación Ezcurra Arguibel, llamada popularmente Heroína de la Federación. La obligación del luto permitió identificar a los unitarios e indiferentes que no lo portaban.

Se concierta un tratado de alianza ofensiva-defensiva entre Francia, Uruguay y Corrientes. El Gobernador de esta provincia, Berón de Astrada, inicia la acción armada contra el gobierno de Rosas. Mucho tiene que ver en su decisión las dificultades económicas ocasionadas por el bloqueo y el empeño de Rosas por regular la navegación de la cuenca del Plata. El 31 de marzo de 1839 es dominado en Palo Largo por Pascual Echagüe, que acciona junto a Justo José de Urquiza. Berón Astrada es fusilado con sus jefes

Un comisionado agitador francés Paul Duboué que introdujo la rebelión en el país en enero de aquel año al final acabará también ejecutado por el régimen; corren la misma suerte un centenar de jefes y oficiales, otros 800 hombres son pasados a degüello. La feroz persecución constriñe a los unitarios a emigrar resistiendo el grupo conformado por el Club de los Cinco, que promueven la adhesión del coronel Ramón Maza y su padre Manuel, presidente de la Legislatura, como de algunos hacendados que conforman la sublevación de los Libres del Sur. En junio la conspiración es descubierta y Maza y su hijo son muertos. La misma suerte tuvieron los cabecillas de la rebelión en Chascomús y Dolores dominados por Prudencio Rosas.

Carlos Tejedor, miembro del Club de los Cinco y artífice de la conspiración de Maza, puede huir y se une en un principio al ejército de Juan Lavalle para luego exiliarse a Brasil y más tarde a Chile donde trabajó de abogado y periodista. Después de Caseros participará activamente en la vida política de Buenos Aires.

Los frustrados alzamientos debían coincidir con la invasión de Lavalle a Buenos Aires, la que no pudo concretarse a pesar del triunfo de Yeruá contra Vicente Zapata tras su desembarco en Entre Ríos, escoltado por barcos franceses. Lavalle, que ha deambulado buscando adictos en regiones que le son hostiles, es derrotado por el gobernador Pascual Echagüe en la batalla de Sauce Grande, frustrando su intento de invadir Entre Ríos y alcanzar Buenos Aires. Con todo, cruza el río y vence al general rosista Pacheco en el Tala avanzando el 23 de agosto de 1840 hasta Merlo, donde detuvo su avance sobre Buenos Aires, en espera de articular su ataque con fuerzas francesas que no llegaron. El señor Rosas había cubierto la posibilidad del desembarco en las riberas de Quilmes, Ensenada y Magdalena; a las órdenes de Mansilla la ciudad fue protegida y combinó hábilmente la defensa de la campaña.

Lavalle Se retira a Santa Fe y luego se repliega a Curuzú Cuatiá, siguiéndole los ecos de un poema de Echeverría:
“Todo estaba en su mano y lo ha perdido.

Lavalle es una espada sin cabeza.

Sobre nosotros, entretanto pesa

Su prestigio fatal y, obrando inerte,



Nos lleva a la derrota y a la muerte.”
A su vez él declara en carta a su esposa:
“Después de las esperanzas que inspiró la derrota de Pacheco, no he encontrado más allá sino hordas de esclavos, tan envilecidos como cobardes, y muy contentos con sus cadenas.”
Recibe también el reproche de Florencio Varela, tras el cual el vínculo con el amigo se quiebra:
“… este bruto no ve ni una pulgada, pero sabe hablar para enredar y para ser en adelante mi detractor.”
El 29 de setiembre, tras dos días de sangriento combate en la ciudad de Santa Fe encomendado al General Tomás de Iriarte, la ciudad fue tomada y entregada al saqueo. La devastación resentida de la época “del terror unitario” vuelve a su espíritu como un cáncer que lo devora.
“En estas tierras de mierda no hay quien me mate, gracias al terror que inspiramos.”
A la vera del camino que va dejando desertores de su propio ejército, le sigue el otro terror, el del señor Rosas.
“Ya no es tiempo de ninguna consideración ni miramientos con los salvajes asqueroso unitarios, desertores inmundos de la Santa Causa de nuestra Confederación, de nuestra soberanía, del honor y dignidad de América… Es necesario que así les trate V.S., persiguiendo y condenando a muerte a todos los que hayan quedado en este departamento, sin ninguna consideración, barriéndolo como una escoba y limpiándolo como un potrero, hasta dejarlos absolutamente purgados de semejantes salvajes sin Dios, ni patria, ni bandera.”
Arana declaró embargados los bienes de cuantos estaban complicados con Lavalle o habían emigrado, o simplemente eran unitarios. Hubo una repartija de propiedades a favor de los rosistas. En octubre de 1840 cundió la sangre en Buenos Aires.; aún el domicilio de Mandeville, el ministro ingles, fue apedreado, rotos los vidrios de sus ventanas y a punto de violar sus puertas los exaltados. Fragmentos de la respuesta del señor Rosas a su reclamo parecen servirle al normalista para adentrarse en la persona del señor Rosas:
“¿Será posible, Excmo. Señor, que aún haya ingleses que hagan una guerra asquerosa a los federales, al gobierno, al general Rosas, actual gobernador, ligados a las banderas desplegadas por el salvaje bando unitario? ¿Qué otra cosa hace el cónsul de Inglaterra? ¿Y cómo podrá el gobierno, el gobernador delegado, ni el propietario responder a cualquier desgracia que llegue a sucederle? ¿Si es atropellado, en el estado de extremada irritación, podremos evitar cualquier catástrofe, después de ejecutada? ¿No he hecho decir a V.E. infinitas veces antes de ahora lo mismo para salvar mi responsabilidad?”
Como Rosas lo había previsto, Gran Bretaña no toleraría por mucho tiempo el bloqueo francés. Su gobierno, por el contrario no claudicó paleando las consecuencias. Escasearon el pan, la leña, cesaron las exportaciones, faltaron los ingresos aduaneros. Rosas lo compensó rebajando los sueldos y gastos de la administración pública, cerrando la Casa de Expósitos, distribuyendo huérfanos y abandonados entre familias. aumentando impuestos internos, lanzando empréstitos y emisión de papel moneda. Los alumnos debieron costear el sueldo de sus maestros y los profesores universitarios dictar sus cursos honorariamente. También ordenó a los administradores del Hospital de Hombres y del de Mujeres, que recurriesen a la suscripción voluntaria para su mantenimiento.

De pronto el señor Rosas ofrece al normalista su justificación como una firme actitud en defensa de la soberanía nacional, desprendido de sus intereses económicos de hacendado saladero, de las rentas de la aduana o de resistencia privadas. No se doblega frente a la presión del bloqueo ni consiente que otros lo hagan.

Apunta el historiador, en lo escritos consultados por el normalista, una arriesgada nota:
“Por nuestra parte siempre hemos creído –y seguimos creyendo- que nada es más peligroso en la historia que la evidencia, y cualquier preceptista sabe bien que cuando algo se presenta como evidente debe ser sometido a un severo análisis crítico comprobatorio.”

No era este tipo de análisis el que pudiera realizar el estudiante indigente de información para poder salir a la palestra, y todavía le esperaba discurrir sobre el legado del general San Martín al señor Rosas: el de su sable corvo.


Arriba entonces a Buenos Aires el almirante barón de Mackau y en dos semanas de negociaciones se firma la convención de paz que pone fin al conflicto con Francia y reprime los desmanes. En consecuencia deja sin apoyo a los antirrositas Desde Montevideo Florencio Varela intenta denunciar la ilegalidad del tratado Arana-Mackau por la situación irregular de Rosas como gobernador

Se levanta el bloqueo y firman los convenios Arana-Southern y Arana-Le Prédour por lo cual se reconocía que la navegación del Paraná era interior a la confederación argentina y la del río Uruguay, común con el estado oriental sujetas a sus leyes y reglamentos. Se acordaba una convención similar con Oribe. Gran Bretaña abandona la isla Martín García y devuelve los barcos apresados y Francia -potencia que demoró el tratado por la oposición del sector belicista apoyado por Thiers- saludaría al fin al pabellón argentino. El tratado contenía una relativa moderación respecto de las anteriores posiciones de Rosas.

La situación en el interior a esa instancia ya había estallado en coaliciones y acciones guerreras.

El gobernador de Tucumán, don Marco Avellaneda, se había sublevado contra Rosas negándole la facultad de dirigir las relaciones exteriores. Salta, Jujuy, La Rioja, Catamarca y su provincia, se unieron en la llamada Coalición del Norte. Allí fue cuando, en abril de 1840, se produjo la defección rosista de Lamadrid y su adhesión a los unitarios. Fue nombrado Jefe militar de la Coalición aunque no con la absoluta confianza de todos los correligionarios. No adhieren Ibarra, gobernador de Santiago del Estero; Manuel López, de Córdoba, Benavídes, de San Juan; Correas, de Mendoza.

Lamadrid marcha a Córdoba en junio con la intención de tomarla y reforzar a Lavalle en el momento en que la alianza con Francia declinaba, pero debe regresar por sufrir la deserción de Celedonio Gutiérrez que se incorpora a Ibarra al tiempo que Aldao comienza a organizar una expedición con el mismo objetivo

Lavalle que se dirige a Córdoba para unirse a la insurrección que se despliega en el Norte, será alcanzado por el ejército de Oribe que marcha en su contra. Es derrotado en la batalla de Quebracho Herrado el 25 de noviembre. Consigue unir el resto de sus fuerzas a las de Lamadrid. Planean una estrategia de mandos separados, condenada al fracaso.

La represión federal fue tremendamente efectiva. Oribe decapita a Marco Avellaneda gobernador unitario de Tucumán y al gobernador de Catamarca José Cubas. Aldao marchó a San Juan y repuso a Correas. En San Luis, Pablo Alemán venció a los sublevados en Las Quijadas y Pablo Lucero fue elegido gobernador. El 8 de enero un nuevo triunfo federal en la batalla de San Cala donde Pacheco derrota al unitario María Vilela. En junio José Félix Aldao derrota en el combate de Sañogasta a las fuerzas unitarias de Brizuela, quien muere en la batalla.

El triunfo unitario de Mariano Acha rechazando el ataque de los jefes federales Aldao y Benavides en el combate de Angaco, no dio buen rédito. Benavides logró reunir sus fuerzas y atacó San Juan. Tres días después lograba vencer y tomar prisionero a Mariano Acha y poco después fusilarlo por orden de Aldao. Luego de evacuar San Juan atacaron a Lamadrid camino a Mendoza, derrotándolo en Rodeo del Medio con fuerzas convergentes con las de Pacheco. Con otros sobrevivientes Lamadrid puede huir a Chile donde reciben la ayuda del señor Parra. Sabemos que luego prosiguió hasta Bolivia y luego se dirigió a Montevideo.


Aldao, luego de derrotar a Lamadrid, se auto designa gobernador de Mendoza. El 31 de mayo de 1842 da por decretada la enajenación mental de los unitarios:

“Todos los unitarios son locos" y, por lo tanto, irresponsables. No debía llevárselos a la cárcel sino a "un hospital para que fuesen tratados como locos”


De resulta de ello establece que no podrán testar, tener personería civil ni política, ni poder disponer de más de diez pesos, debiendo designársele un administrador de sus bienes.

Estas medidas pudieran se menores a las dispuestas por el señor Rosas, de expropiar y matar a sus adversarios. El señor Parra admite virtudes de este fraile y declara que su estimación ha sobrevivido a la distancia de la muerte.


“Sabía hacerse amar de sus soldados, de los que hay muchos que le han acompañado durante muchos años. Solía distribuir granos en gran cantidad entre los pobres del Sud de Mendoza, y muchos infelices le deben su subsistencia. Cuando sabía que se acercaban familias chilenas de las que frecuentemente emigran para Mendoza, las mandaba encontrar con víveres, y proveía a su subsistencia y establecimiento por algún tiempo. Últimamente, personas que lo han tratado de cerca, aseguran que tenía un amor entrañable a sus hijos, y que sus caricias le deban momentos de abandono y de placer indecibles.
Lavalle se fuga hacia el norte queriendo llegar a Bolivia, pero es alcanzado en Jujuy por unas balas de la partida federal el 9 de octubre de 1841. [O se suicida según otra entre varias versiones]. El resto de sus fuerzas al mando del Coronel Juan Esteban Pedernera, llevaron los restos de Lavalle a Bolivia sepultándolo en la iglesia de Potosí. Se suma a estas versiones la que atribuye al soldado mulato José Bracho el haber disparado su trabuco contra Juan Lavalle. El señor Rosas lo declarará por esa acción “Benemérito de la Patria en Grado Heroico”; con fastos y acto público lo ascenderá a teniente de Caballería, regalándole 3 leguas cuadradas, 600 cabezas de ganado vacuno y 1.000 ovejas, un premio especial de 2.000 pesos fuertes y una valiosa meda­lla de plata.

Oribe comisionó a Mariano Mazza sobre Catamarca, donde dio muerte a Cuba y a 600 hombres más. El 29 de octubre Oribe, que regresaba triunfante de su campaña al Norte, sometió Santa Fe y colocó en el gobierno de esta provincia a Echagüe.

Esta serie de derrotas significaron el final de la Coalición.

Nuevos sucesos se producen tras la huída del General Paz de su larga prisión en Buenos Aires. Radicado en Corrientes, con el apoyo del gobernador Pedro Ferré, Rivera y el gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López separado de las fuerzas rosistas, organizaron un ejército contra el mando de fuerzas provinciales del señor Rosas. Luego de vencer completamente a Echagüe en Caá Guazú, en noviembre de 1841, controló Entre Ríos. Igualmente, no obtuvo la adhesión de los pobladores. No pudiendo avanzar sobre Buenos Aires, como lo tenía previsto, y por desacuerdos con Rivera que rechaza la proposición de un comando único, renunció a su jefatura retirándose a defender Montevideo. La huída de Echagüe a Buenos Aires permitió que Urquiza retomara el gobierno de la provincia.

La derrota fue un fuerte golpe para Rosas que reimplantó la obligación de agregar a los documentos “¡Mueran los salvajes unitarios!” Dos facciones irreconciliable: federales y unitarios y el establecimiento del período del Terror. Rosas es reelecto.

Un pico de esa” bárbara licencia” ocurrió del 11 al 19 de abril de 1842: unitarios y extranjeros eran agredidos sin vacilación. En la plaza apareció la cabeza de los españoles Esteban Llama, Serafín Tabeada y Juan Miguel Eguilaz, la de un panadero francés Dupuy, en San Nicolás, sin causa conocida.


” Las reuniones federales que se vieron hasta aquí son tortas y pan pintado para las que hay ahora. El exterminio de los salvajes unitarios es lo único que ya se oye como remedio para la terminación de la guerra, pues ya han desesperado de que la moderación pueda jamás convencerlos.”

Escribe a Tomás Guido la mujer de Arana.


La batalla de Caá Guazú también tuvo repercusión en Cuyo. Los emigrados en Chile agrupados por Las Heras armaron una expedición que salió de Coquimbo en abril de 1842 al mando del Chacho Peñaloza destinada a conectarse con las fuerzas del general Paz. El éxito inicial sobre Catamarca y la Rioja se frustró por la acción de Benavides que derrotó en julio al Chacho en Manantial. El Chacho continuó en su empeño hasta que tuvo que huir a Chile cuando Benavides lo destrozó en Illisca, el 15 de enero de 1843.

En junio de 1842 Giuseppe Garibaldi, con una flotilla de cinco naves, navega a Corrientes amenazada por Oribe que se halla en Santa Fe, donde ha realizado un pronunciamiento federal y tomado prisionero al representante del general Pedro Seguí. Garibaldi, con una estrategia de piratas, enarbola la bandera de la Confederación burlando las defensas hasta enfrentarse con la goleta La Argentina, la derrota y continúa navegando. Rosas dispone una defensa naval sobre Buenos Aires y otra escuadrilla al mando de Brown en persecución de Garibaldi. Tras dos días de lucha en Costa Brava, la flota de Garibaldi es destruida y debe huir por tierra.

Oribe, tras la derrota de Costa Brava, cruza el Paraná; se aposta en el Arroyo Grande. Rivera, creyéndolo débil y desguarnecido, lo enfrenta el 6 de diciembre de 1842, siendo derrotado totalmente y obligado a refugiarse en Montevideo. Sigue avanzando y pone sitio a la ciudad el que se extiende hasta 1851, con el auxilio de Rosas que refuerza el bloqueo de Montevideo y del Maldonado, impidiendo la navegación de los ríos interiores a las naves extranjeras. La ciudad pudo sostenerse, sin embargo, por el comercio con los buques foráneos y el tráfico clandestino. En la Banda Oriental se da la simultaneidad de dos gobiernos, el de El Cerrito, al mando de Oribe y el de Montevideo.

En defensa de la ciudad de Montevideo, participan los emigrados y una minoría de uruguayos y el general Paz recién llegado de Paysandú. Interviene también Giuseppe Garibaldi que se reincorpora tras la derrota de Costa Brava reorganizando un regimiento de soldados italianos. Rivera pide la renuncia de Paz para volver y reasumir el mando, pero ante la presión de los emigrados lo designa comandante de la capital.

Al principio los comerciantes ingleses operaron regularmente a pesar de la guerra pero al fin el sitio de Montevideo condujo a Inglaterra y Francia a reclamar ante el gobierno porteño por sus intereses comerciales; mas el temor por el triunfo de Oribe coordinado con Rosas condujo a aquellas potencias acordar estrategias conjuntas, que tras sucesivos intentos y rechazos diplomáticos concluyeron en el nuevo bloqueo anglo-francés el 25 de setiembre de 1845 e intentaron internarse en los ríos interiores para vender sus productos. Hay acciones de guerra, como el combate en la Vuelta de Obligado del día 20 de noviembre de 1845, donde las fuerzas al mando de Lucio Mansilla no pudieron evitar, pese a su esforzada defensa, que la invasión se abriera paso para alcanzar Asunción del Paraguay.

Florencio Varela había solicitado en Europa en 1843por motivos humanitarios y en carácter de representante de Rivera y de la Comisión Argentina integrada por unitarios, la intervención armada anglo-francesa contra Rosas y las matanzas ejecutadas por la Mazorca. Su misión aparentemente había fracasado pero el bloqueo ahora estaba allí.

El estudiante no pudo evitar sentir que la onda de información había alcanzado el máximo de su tolerancia; los datos perdían carácter de novedoso, la prominencia textual debía forzosamente descender. Examinó una vez más sus últimos apuntes: el pronunciamiento de Corrientes, los hermanos Madariaga, el tratado de Alcaraz , la batalla de India Muerta, Rivera, Oribe, Urquiza, el general Paz, Virasoro, Carlos Antonio Solano López y su hijo Francisco Solano, etc. etc.

Para infortunio del inexperto compaginador, la maraña histórica lo alejaba del propósito inicial circunscrito al señor Parra. ¿Dónde estaba el señor Parra en aquel tiempo? ¿Querellando con Domingo Godoy? ¿Organizando y dirigiendo la primera Escuela Normal de Preceptores que se abre en América Latina? ¿Polemizando con Andrés Bello por cuestiones ortográficas? ¿Desentrañando la cuestión del Plata a través de la imagen de la Pampa y los caudillos? ¿Viajando por Europa, África y Estados Unidos encomendado por el Ministro de Instrucción Pública de Chile, para estudiar sus organizaciones escolares? No es poco… “Las cosas hay que hacerlas, mal, pero hacerlas”; la frase probablemente apócrifa, atribuida al señor Parra, llegaba a la memoria del estudiante como para estimularlo con la idea de que ninguna empresa es indigna de esfuerzo si conlleva un ideal. En cuanto al señor Parra,”toda superioridad es un destierro”, dirá de sí José Ingenieros, “pagando el precio del exilio auto impuesto por la incomprensión de la mediocridad.” El único camino para rescatarse de sentencias, consistía en seguir atreviéndose sin claudicar.”


“Florencio Varela, el unitario junto al señor Parra más temido por Rosas, funda el 1º de octubre de 1845 en Montevideo un nuevo periódico, “El Comercio del Plata” desde donde difunde mucha información histórica.” … tres años más tarde es asesinado a la puerta de su domicilio, apuñalado por Andrés Cabrera, asesino a sueldo.

Los datos de la indagación del normalista agotaban las señales que mantienen expectativas. Con el tiempo habría de padecer algo similar frente a la danza de políticos y militantes, funcionarios y militares, el caos de las épocas que le tocarían vivir, perdiendo el pulso y ritmo de de la fe en la cosa pública y la cohesión y coherencia del significado de los temas.



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