Medstar II: Curandera Jedi Michael Reaves y Steve Perry Versión 1



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Cuando Jos se levantó de la mesa, los jugadores que quedaban empezaron a hablar del nuevo comandante Erel Keros por unos minutos.

—Me parece bastante más eficiente que el almirante Bleyd —dijo Barriss.

—Una criatura de las nubes de Bespin hubiera sido más eficiente que aquel inútil —dijo Den—. Pero nunca encontraron a su asesino. Una razón más para dormir tranquilos.

El Tiburón Crupier comenzó a repartir de nuevo. Den alzó una mano.

—Lo dejamos. Nos limitaremos a terminarnos las copas.

El androide del casino no le hizo caso.

—Doble mano de Dantooine —dijo—. Hagan sus apuestas, por faaaaavoooor…

La voz del Tiburón Crupier empezó a zumbar de repente, mientras sus apéndices manipuladores se desplomaban lentamente. Cayó lentamente en espiral, hasta una base de descanso en una mesa vacía cercana. Los jugadores se miraron asombrados entre sí. Entonces, se giraron a la vez hacia I-Cinco.

—¿Qué has hecho? —le preguntó Barriss.

Si los androides hubieran podido encogerse de hombros, I-Cinco lo hubiera hecho.

—Lo he apagado. No es que tuviera mucha conversación.

—Pero si no estabas cerca de él —dijo Den.

—Cierto. Pero no era necesario. Me limité a dirigir un rayo de microondas a uno de sus receptores EM y le sobrecargué un capacitador. Sabía que iniciaría el modo de apagado de emergencia.

—Quizá no sea tan buena idea emborracharte —musitó Den—. Ya eres bastante peligroso estando sereno.

Los otros tres miraron escépticos al sullustano y al androide.

—¿Y por qué ibas a querer emborrachar a un androide? —preguntó la Padawan.

—Es que no es cualquier androide —Den se puso en pie y paso un brazo por los hombros de I-Cinco, un logro únicamente posible porque el androide seguía sentado—. I-Cinco tiene que echar un cable al aire.

—Gracias —dijo I-Cinco—. Es un gesto muy considerado, pero creía que hablamos llegado a la conclusión de que eso era imposi…

—Quizá pueda conseguirse —intervino Klo Merit—. Variando la señal del oscilador para que los armónicos de fase emitan una multipulsación en lugar de una configuración de onda estándar.

Todos se giraron y se quedaron mirando al mentalista. Merit extendió sus manos de cuatro dedos, el vello corto del anverso se oscurecía al acercarse a las palmas curtidas.

—¿Qué pasa? ¿Es que sólo puedo destacar en una cosa?

—Podría funcionar —dijo I-Cinco, pensativo—. El patrón de retroalimentación no lineal establecido podría crear una nueva respuesta heurística.

—El procesador de la red sináptica tendría que estar en modo de reducción de electrones —señaló el equani.

—Por supuesto. Eso no hay ni que decirlo. Quizá la programación podría diseñarse para…

Den miró suspicaz a Merit.

—¿Dónde aprendió todo ese galimatías? y no mienta a un periodista… siempre nos damos cuenta.

Merit sonrió.

—Tuve varios empleos antes de decidirme por el mentalismo. Estuve seis meses trabajando como técnico de cableado para Industrias Automaton.

Den se encogió de hombros.

—Menuda sorpresa —se giró de nuevo hacia I-Cinco—. ¿Qué tal si lo Intentamos? y para asegurarnos de que no vuelas en solitario, yo seré tu copiloto —señaló a la androide camarera, que avanzó sobre su única rueda en su dirección—. Oye, Teedle, tráeme un pangaláctico…

—¡Silencio! —Tolk tenía la cabeza ladeada como si escuchara. Una postura que todos conocían bien. Un sonido comenzó a oírse en el repentino silencio de rumores acallados… un sonido que conocían demasiado bien.

—¡Aeroambulancias! —Tolk salió rápidamente de la cantina, seguida de Barriss. Merit también salió, moviendo su corpachón con sorprendente facilidad y rapidez.

—Parece que habrá que posponer un poco el viaje a las fronteras de la ciencia —dijo I-Cinco a Den mientras se acercaba hacia la puerta—. Pero tenlo en mente.

El resto de los parroquianos también se marchaba ya, dirigiéndose a sus distintos puestos. Sólo los tres seres del rincón, el kubaz, el umbarano y la falleen, permanecieron donde estaban.

Den se encogió de hombros, y se puso cómodo para esperar su copa.
~
Estaban en la cantina, rodeados por la multitud del almuerzo de mediodía, ocultos a plena luz del día, como a Kaird le gustaba estar.

Kaird, que seguía llevando su disfraz de kubaz y daba gracias al Gran Huevo por el hecho de que volviera a funcionar el aire acondicionado, se recostó en el respaldo y miró a sus dos potenciales empleados. Éstos también le miraban con lo que a él le parecían caras inexpresivas. Siempre le había costado leer esos bultos y huecos de carne que servían de cara a la mayoría de los humanoides, pero no cabía duda de que iban a aceptar el empleo. Si eras un renegado y Sol Negro te hacía una oferta, no te interesaba decir que no.

Pero la cuestión era si serían capaces de llevar a cabo la misión. Pidieron unas copas, y entonces, antes de que Kaird pudiera decir nada, la falleen habló:

Está bien. Lo haremos. Pero ¿qué beneficio nos corresponderá?

—¿Ya está? —dijo Kaird, algo decepcionado. Se esperaba al menos un tira y afloja, aunque fuera fingido.

—Eres de Sol Negro —dijo Thula—. ¿Acaso parecemos estúpidos? —¿Cómo? ¿Cómo lo conseguiréis?

Ante la mirada de Kaird, la falleen empezó a cambiar el color de su piel verde pálido, derivándola hacia un tono rojizo anaranjado más cálido. Y, casi inmediatamente, Kaird sintió que un potente deseo bullía en su interior. Una atracción tan fuerte hacia ella que apenas podía resistirla.

Era la misma atracción que había sentido previamente, pero multiplicado por cien. Y sabía la causa. Las feromonas. Unos agentes químicos liberados únicamente para provocar reacciones emocionales en los demás. Varias especies que las empleaban, unas para comunicarse, otras para marcar territorio… y algunas para potenciar su atracción sexual.

Thula sonrió. Sabía perfectamente cómo le afectaban las feromonas.

—Así es como lo conseguiremos —dijo ella—. El ejército subcontrata civiles de vez en cuando, sobre todo cuando tienen los credenciales adecuados. Y resulta que tanto Squa como yo tenemos unos documentos excelentes, los mejores, que dan fe de nuestra capacidad en varias disciplinas diferentes. Entre ellas se cuentan el despacho de envíos y el control de sistemas. Si hubiera un… jefe que se sintiera atraído por mí, estoy seguro de que podríamos conseguir que nos colocaran en el sistema de envíos.

—Pero ¿y si la persona al cargo es hembra? ¿O de otro sexo distinto? —preguntó Kaird—. Como los triparatos de Saloth, del cúmulo estelar Millos. ¿Habéis oído hablar de ellos?

Los dos se miraron tranquilamente.

—No, en absoluto —dijo Squa Tront—. Nadie ha oído hablar de ellos porque te los acabas de inventar.

Kaird se rió, y su máscara emitió ruidos jocosos y regurgitantes que indicaban alegría en los kubaz. Aquellos dos parecían realmente imperturbables, cualidad esencial en un contrabandista.

Thula señaló a su socio.

—En cualquier caso, por si nos topamos con el sexo débil, Squa tiene cierto talento en ese campo. Sus métodos difieren de los míos, pero el resultado es el mismo —la falleen sonrió—. ¿A que no lo parece a simple vista?

—Lo lamento —dijo Squa—. Entre los de mi especie se consideraba que tengo un atractivo bastante por encima de la media.

—Tampoco es para fanfarronear —dijo Thula, pero sonrió al decirlo y Squa le devolvió la sonrisa.

Kaird detectó cierto cariño en la voz y la expresión de la falleen que reflejaba el de su campanero. Una extraña pareja, realmente.

—Una vez contratados —dijo Thula— estaremos en posición de influir en los que tengan acceso directo al producto. Pan comido. Pero… ¿qué precio tiene eso para Sol Negro?

Ah, ya llegaba la parte divertida. Tenía bastante margen para transacciones como aquélla. El estándar era un dos por ciento, pero podía subir hasta un cuatro. Empezaría ofreciendo un uno por ciento de la red, que podría endulzar con un pequeño avance, cinco mil créditos o algo así…

—Dejemos de rodear la cuestión como si fuéramos toydarianos —dijo Squa con su voz seca y rasgada—. ¿Qué te parece que nos llevemos el… cuatro por ciento? y un pequeño avance de unos… cinco mil créditos.

Kaird negó con la cabeza y se maldijo a sí mismo para sus adentros. Era difícil regatear con alguien que tenía habilidades empáticas o telepáticas. Aunque tenía un escudo antitelepatía bastante bueno cuando se concentraba, se había relajado y lo había bajado. Le habían dado una buena lección.

La extraña pareja tenía cierto atractivo, al margen de sus hormonas y sus habilidades mentales de manipulación. Eran un par de pícaros con encanto. Eso era algo Valioso. Los sentimientos, los pensamientos e incluso los sentidos podían engañarse de muchas formas, pero el carisma espontáneo era algo escaso.

—Hecho —dijo él—. Pero dado que podéis ver cosas que no deberíais ver, sabéis lo que os pasará si hay algún problema. Si, por ejemplo, decidierais, de repente ocultar cien kilos de bota para poner un negocio propio, ya podéis ver lo que pienso sobre ello.

Squa empalideció aún más, como si eso fuera posible. Tragó saliva con dificultad.

—Eso es algo que no haríamos ni en sueños —dijo.

—No somos estúpidos ni codiciosos, razón por la cual seguimos vivos —añadió Thula, con la piel otra vez en su tono verde normal—. No hay que ser fabricante de armas para reconocer un arma cuando la ves. Nosotros hacemos el trabajo y sacamos, un dinero, vosotros os sacáis un dinero y todos contentos. Y quizás algún día Sol Negro quiera plantearse volver a darnos trabajo.

Kaird sonrió tras la máscara, lo cual, tras un instante, se tradujo en el equivalente kubaz: la pequeña probóscide se rizó sobre sí misma.

—Siempre es un placer hacer tratos con profesionales —dijo él—. Me quedare en el planeta hasta que os instaléis y la cosa se ponga en marcha pero luego será todo vuestro.

Alzó una mano con la palma hacia abajo, signo tradicional de los kubaz para sellar un trato.

Tanto Thulu como Squa Tront repitieron el gesto.

¡Excelente! Unos cuantos días, una semana o dos, y Kaird podría largarse dejando atrás una nueva operación en marcha, mientras ponía rumbo a lugares y cosas más interesantes.

Volvía a su dormitorio para cambiarse de disfraz, cuando sucedió algo extraño: una suave brisa le rozó mientras avanzaba por el complejo. Pudo sentirlo incluso a través del disfraz grueso y caluroso; apenas duró un instante, tan poco tiempo que no estuvo seguro de haberlo imaginado. Se detuvo y miró a su alrededor, pero allí no había nada de nada, no tenía a nadie cerca.

Frunció el ceño. La máscara lo convirtió en una mueca kubaz, curvando la trompa facial para enrollarla cerca de la barbilla. Kaird no se dio cuenta, ¿una cuenta corriente de aire tan fría como para percibirla pese a todo lo que llevaba puesto? ¿Que procedía, aparentemente, de ninguna parte? Aquello no era normal. Y los agentes de Sol Negro que querían llegar a la vejez no conseguían su objetivo ignorando ese tipo de cosas.

Alzo la vista por pura intuición. El cielo lucía su típica banda de colores: verde claro, amarillo, un poco de azul y rojo. Las esporas se amontonaban fuera de la cúpula de fuerza y flotaban en pequeñas nubecitas por el campo de energía, en lo alto, pero no lo bastante cerca como para suponer un peligro para la salud.

¿Procedía la brisa de fuera de la cúpula? Negó con la cabeza. Eso no tenía sentido. Porque fuera hacía todavía más calor que dentro.

Kaird siguió su camino lentamente. Algo extraño acababa de ocurrir, y su causa era desconocida. Por el momento.

Pero se encargaría de averiguarlo. Muy pronto.


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