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a modo de interpretación de las circunstancias y de la ocasión al
alcance de todos. Lo fluido obedece aquí a un intercambio sin con-
flicto, sin oposición y, por supuesto, sin postura crítica. Esto último
es reforzado permanentemente por una cultura visual y un voca-
bulario presentes en la publicidad y en los medios. Sin asomo de
trabajo crítico.
20
La crítica, como es sabido, muestra la dominación que atravie-
sa las prácticas culturales y artísticas. Si se pierde de vista la domi-
nación constitutiva de lo social, cualquier cambio en sus máquinas
de sentido y de individuación puede ser confundido con una mu-
tación estructural. Incluso cuando se describe el museo posmoderno
como una gran adquisición civilizatoria, no debe perderse de vista
que determinadas transformaciones en su lógica siguen pertene-
ciendo al mundo moderno y a lo que lo caracteriza propiamente: la
defensa de la apropiación privada de la invención.
Vale la pena agregar que bajo el término posmoderno suelen
confundirse elementos procedentes de la estética de las vanguardias
europeas y procedentes de la globalización tecnocrática: fragmen-
tación, primacía de la tecnología prostética, vivencialidad sin ex-
periencia, distracción perceptiva, etcétera. El museo posmoderno,
si existe, no deja de repetir la tendencia del mundo moderno para
proteger el secuestro de la invención.
En el museo actúa una elección de los supuestos legitimadores
de la institución, misma previamente a la puesta en acción del apa-
rato peculiar de la exhibición;
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conjuntamente se realiza una ho-
mogenización del sentido y de los valores estético-históricos, de los
significados de cada pieza y de los objetos mismos en su calidad de
cosa exhibida. Todo ello se acompaña de una regulación –que pue-
de ser técnica como jurídica– de la conservación y el alojamien-
to de los objetos y la tecnología, a través de la cual se los acerca o
aleja de la singularidad de la experiencia. Se pueden percibir ahí
las operaciones jerárquicas sobre la subjetividad y la escenificación
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de las experiencias que la definen, propias de lo exhibido o de su
puesta en acción. La primera de ellas (la de la lengua de intelec-
ción); luego la de mirada y su relación con la experiencia táctil y
la auditiva. Después se les suma un cierto privilegio por el cual el
consumo masivo o público, que incluye la selección de ciertas ha-
bilidades psíquicas o fisiológicas del usuario, se realiza comprando
a su vez lo dado; o sea, reduciendo al público a dichas acciones, sin
interrogar su sentido y su valor.
Considérese que los museos aquí discutidos son imaginarios.
No hemos descrito tipos empíricos, éste o aquel museo, sino figuras
del imaginario cultural y civilizatorio que a sí mismo se llama occi-
dental. Imaginario cerrado a la diferencia.
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A todo esto: ¿qué es aquello que el museo pretende preser-
var alojándolo en un espacio-tiempo (por más fluido que esto sea)?
Y ¿por qué? ¿Qué se teme, la muerte? ¿Es acaso la salvaguarda de
actividades y cosas una actividad propiamente humana, es decir,
definitoria de la humanidad? ¿Cuál sería el estatuto de lo preser-
vado y de la acción de salvaguardar? Por otro lado: ¿qué es lo que
sucede cuando se preserva, se ofrece a la mirada y a la acción de la
interpretación? ¿Regresa el aura a las cosas, su única e irrepetible
20. Trabajo de duelo alegórico y no trabajo de deuda. Es para seguir viviendo y no
para cancelar y tranquilizar nuestra relación con el pasado.
21. ¿Será equivalente el mostrar, acción del artista y del historiador, al exhibir benja-
miniano? Walter Benjamin plantea esta última actividad
exhibitiva en su relación
diferencial y dialéctica con la actividad cultual precapitalista y con los valores de
ambos quehaceres. Véase Walter Benjamin,
Discursos interrumpidos i, Madrid,
Taurus, 1973, pp. 15-58.
22. Escenificación a la que no cabe adjetivar de simulacro o parodia, por cierto.
23. ¿Puede hacerse? ¿Será posible un imaginario cerrado ante sus propias contra-
dicciones, ante las mutaciones que ya se anuncian; y pueden eventualmente
enfrentarlo a su alteridad, a un porvenir sin él, a la mesianicidad?
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relación con la temporalidad? Una respuesta rápida a las cuestio-
nes previas –señal de que no han sido suficientemente meditada–,
pero aun así respuesta interesante es que categorizará lo preservado
como perteneciente al patrimonio común, tanto nacional en tér-
minos políticos y/o humanos, en términos antropológicos, o, mejor
todavía, como patrimonio de la humanidad, de la que por cierto
no es factible experiencia empírica alguna. Sin experiencia, pero
igualmente cargada de expectativas de un futuro incalculable. Una
humanidad que, conviene decirlo, no ha terminado de llegar aún,
aunque se anuncia en ciertos acontecimientos. El carácter de estos
acontecimientos es su resistencia o indocilidad a sujetarse a cate-
gorías como la de bien cultural o artístico –léase propiedad material
o intangible–. De manera paradójica, si pudiera pensarse en el pa-
trimonio de la humanidad (no administrado por las organizaciones
supranacionales conocidas como la UNESCO, en la cual ciertos
países detentan privilegios sobre el resto), éste no sólo sería intangi-
ble, sino que no sería un bien (en el sentido confuso de una suerte
de mercancía apropiable de alguna manera directa o indirecta: usu-
fructo). Nietzsche argumentó que la salvaguarda del pasado –acción
propiamente histórica– es característica del ser vivo “en la medida
en que es un ser activo y persigue un objetivo, […] en la medi-
da que sufre y tiene necesidad de una liberación”;
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en ambos casos
lo que ha hecho se le presenta como un tesoro de información y de
saber-hacer inscritos en el objeto.
El pasado pertenece sin duda al dominio de la actividad
cuando no lo consideramos como consumado; también es cierto,
abundando en el asunto, que autonomizado el artefacto del sa-
ber-hacer y del recuerdo de pasados-sufrimientos o pasados-placeres
y goces, cabría la posibilidad de una preservación y veneración de
los restos, sin consideración alguna por su relación con la vita ac-
tiva y la experiencia. Por cierto, para Nietzsche, esta adoración no
sólo sería inútil sino abusiva si no está relacionada con la posibilidad
diferencial del porvenir. A este respecto, una vez separado museísti-
camente el objeto de la experiencia social, es decir del desecho, se
inicia la posibilidad de una vida distinta como objeto autónomo.
El museo puede ser la decisión sobre ese devenir autónomo, clasi-
ficando, inscribiendo y regulando la fruición y la mirada; o puede
ser a la inversa el punto de partida de un devenir-otro abierto al azar
de los encuentros posibles con lo incalculable. El devenir-otro del
objeto no lo condena a permanecer como cosa: puede volverse evo-
cación, memoria y dejar de permanecer en el cuerpo del objeto
para habitar futuros probables. Deja entonces de pertenecerle a las
semióticas espacio-temporales e ingresa en otra temporalidad.
Habiendo dicho lo anterior, se convendrá en que lo inte-
resante no es lo preservado, ni tampoco sus criterios de selección
y evaluación, sino lo que por el contrario es desechado, olvidado,
dejado caer. Materia para el ropavejero benjaminiano.
EL DESECHO, EL RESIDUO, EL FRAGMENTO, LA RUINA
Consideremos con brevedad estas cuatro imágenes benjaminianas.
Más allá de su empleo y sentido originario, es notorio que han
cobrado fuerza crítica a través de posteriores y diferenciales lecturas,
apropiaciones y reactivaciones, ocurridas tras la muerte de su au-
tor. Una lectura situacionista de Benjamin, en la segunda mitad de
los años sesenta, privilegió los escritos estético-políticos (la técni-
ca, la segunda naturaleza, la crítica desde la cultura intervenida por
el capital) sobre aquéllos dedicados al estudio del lenguaje, en los
que propuso una concepción mimética de éste último. En los años
ochenta y noventa destacó una lectura que a partir de la catego-
ría de fragmento volvió a Benjamin un antecedente involuntario del
pensamiento posmoderno. Estas lecturas se habían propuesto resca-
24. Friedrich Nietzsche, op. cit., p. 49.
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