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del hechizo de la embriaguez en cuanto tal. No es éste sin duda el lugar
para describir la experiencia de los surrealistas en todo su alcance. Pero
quien ha comprendido que los textos adscritos a este círculo no son
literatura, sino otras cosas (manifestación, consigna, documento, bluff, o, si
se quiere, falsificación), también ha comprendido que aquí se habla literal-
mente de experiencias, y no de teorías; y mucho menos aún, de fantasmas.
23
La combinación surrealista de lo onírico, lo mágico, lo ma-
ravilloso, la telepatía, la hipnosis, y, en general, la experimentación
con los estados alterados de la conciencia –conducida con una acti-
tud cognoscitiva, dialéctica, y no con aquella que permanece en el
“hechizo de la embriaguez”– habría contribuido a desarrollar una
experiencia capaz de “aflojar” la individualidad del yo y romper
los límites de lo conocido. El método surrealista del automatismo
en la escritura, que recogía en parte las prácticas espiritistas, en-
contraba su sentido aún menos en la relación con un más allá (los
“fantasmas”) que en la posibilidad de expresar lo inconsciente, cuyo
médium sería este proceso. La dialéctica de la embriaguez se cons-
tituye entonces en el centro neurálgico de una experiencia enri-
quecida. La ebriedad tiene la capacidad de colaborar en un proceso
que conduzca a la organización, así como el sueño puede promover
el despertar revolucionario: el sueño y las drogas son sólo una par-
te de este planteo. El objetivo último es ampliar el conocimiento
con el material extraído al inconsciente.
En contraste con el Programa, en el que la ampliación de la ex-
periencia implicaba la incorporación de la esfera religiosa al conoci-
miento, aquí se habla de “iluminación profana” [profane Erleuchtung].
La iluminación profana, de inspiración materialista y antropológica, se
presenta como una superación de la “iluminación religiosa”: ya no
se trata de la inclusión de la esfera religiosa en el conocimiento, sino,
en realidad, de vincular conocimiento y política. El conocimiento
auténtico debe transformase en acción, una acción enraizada en el
cuerpo.
En este sentido, Benjamin se refiere al “espacio del cuerpo y
de la imagen” [ein Leib- und Bildraum]. Esta noción constituye el ori-
gen de la reflexión benjaminiana sobre la imagen; la fórmula “ima-
gen dialéctica” todavía no ha aparecido y las características asignadas
a la imagen se asocian al cuerpo con una nitidez mucho mayor que
en la producción de la década de los años treinta. No se trata aquí
de un contenido latente que se actualiza en el recuerdo, sino de
imágenes que descargan sus fuerzas revolucionarias en un cuerpo co-
lectivo. Así, en la “iluminación profana”, el cuerpo y la imagen se
conjugan, y ésta puede superar la escisión entre teoría y praxis: “sólo
una vez que el cuerpo y el espacio de la imagen se conjugan en [la
iluminación profana] con tal profundidad que la tensión revolucio-
naria se convierte en inervación [Innervation] corporal colectiva, y
las inervaciones corporales del colectivo se convierten en descarga
revolucionaria, la realidad se puede superar a sí misma hasta el punto
que exige el Manifiesto comunista”.
24
Benjamin contrapone este “espacio del cuerpo y de la ima-
gen”, ligado al surrealismo, a otro tipo particular de imágenes:
aquéllas que utiliza la inteligencia burguesa de izquierda en sus pro-
gramas políticos. Especialmente en dos fragmentos –que citamos a
continuación– se evidencia la contraposición mencionada:
¿Pues cuál es el programa de los partidos burgueses? Un
primaveral poema malo, atiborrado de comparaciones hasta el punto
de reventar. De este modo, en efecto, el socialista ve ese “futuro
mejor de nuestros hijos y nietos”, en que todos actúen “como si
23. Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, libro ii, vol. 1, op. cit.,p.297. (Las cursivas
son mías).
24. Ibid., p. 310.
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fueran ángeles”, todos tengan tanto “como si fueran ricos” y todos
vivan “como si fueran libres”. Pero de ángeles, riqueza y libertad ni
rastro. Y es que eso sólo son imágenes. ¿Y cuál será el vasto reper-
torio de imágenes de esos poetas de asamblea socialdemócrata, cuál
será su gradus ad parnassum? El optimismo. ¡Qué otro en cambio es
el aire que se respira en el escrito de Naville [Le révolution et les in-
tellectuels], que hace de la “organización del pesimismo” la exigencia
del día!
25
Organizar el pesimismo no significa otra cosa que expulsar la
metáfora moral de la política y, a su vez, descubrir en el ámbito de
la acción política el pleno ámbito de las imágenes [hundertprozenti-
ges Bildraum]. Este ámbito de imágenes no se puede medir ya contem-
plativamente.
26
Para Benjamin, las imágenes que utiliza la burguesía de iz-
quierda carecen de contenido histórico, constituyen un ideal vacío,
están allí “delante” para ser meramente contempladas. Aquello que
las motiva es el optimismo: una confianza en el futuro de la huma-
nidad. El conocimiento debe desterrar esta imaginería optimista y
contemplativa, incapaz de transformarse en acción. Tales imágenes
son caracterizadas a partir de la figura retórica de la comparación,
que dice tomar del tratamiento de Louis Aragon en su Traité du
style, aparecido inmediatamente antes, en 1928. Aragon contrapo-
ne la comparación a la imagen en el contexto del estilo literario;
Benjamin se propone ampliar esta distinción al ámbito de la política
(cabe señalar que antes de Aragon, André Breton había distingui-
do entre comparación e imagen en el Primer manifiesto surrealis-
ta, de 1924).
27
La política en tanto organización del pesimismo se
encuentra ligada con un espacio de la imagen que se distingue de
la metáfora –la cual posee una comparación tácita–, que arranca
a la imagen de la distancia contemplativa y la fusiona con el cuerpo
y con la acción. Benjamin se refiere entonces a una imagen “plena”,
“ciento por ciento” [hundertprozentig], perteneciente plenamente al
Bildraum. El “espacio de la imagen” debe funcionar como “inerva-
ción” del cuerpo colectivo: de los estímulos de este tejido nervioso
provendría la acción política.
¿Por qué el surrealismo estaría en condiciones de generar este
tipo de imágenes, de ampliar la experiencia y el conocimiento de
tal modo que éste pueda conducir a la acción política requerida?
La insistencia en las imágenes oníricas no promete a primera vista
una transición a la vía política. Tanto en este escrito de 1929 como
en el breve “Traumkitsch. Glosa sobre el surrealismo” (1925), Benja-
min distingue la concepción surrealista del sueño de la romántica.
Esta contraposición con el Romanticismo otorga a la concepción
surrealista las características que permiten responder esa pregunta,
25. Ibid., p. 308. Para las citas de este texto utilizamos la traducción de Jorge Navarro
Pérez, en Walter Benjamin,
Obras, op. cit., ligeramente modificada cuando lo
consideramos apropiado.
26. Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, libro ii, vol. 1, op. cit.,p. 309.
27. Allí Breton retrotrae esta distinción a Pierre Reverdy, cuyas ideas al respecto cita:
“La imagen […] no puede nacer de una comparación, sino del acercamiento de
dos realidades más o menos alejadas. Cuanto más distantes y precisas sean las
relaciones entre las dos realidades que se ponen en contacto, más intensa será
la imagen y tendrá más fuerza emotiva y realidad poética”;
cf. André Breton,
Los manifiestos del surrealismo, Aldo Pellegrini (trad.), Buenos Aires, Nueva
Visión,1965, p. 36. A partir de entonces, Breton atribuye a la imagen algunas
características que guardan una notable afinidad con el análisis benjaminiano
de la imagen: dicha aproximación de elementos lejanos se produce de manera
inconsciente, fortuita e involuntaria, y produce una
chispa que se obtiene “de
la diferencia de potencial entre los dos conductores. Cuando esta diferencia es
mínima, como pasa en la comparación, la chispa no se produce”,
ibid.,p. 52.
28. Resulta interesante, sin embargo, observar la importancia que el surrealismo,
y especialmente Breton, atribuyó al Romanticismo como antecedente directo
de sus concepciones. Al respecto, véase
La estrella de la mañana: surrealismo y
marxismo, Michael Löwy, Benito Conchi, Eugenio Castro y Silvia Guiard (trads.),
Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2006, pp. 19-34.
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