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la intuición o la mímesis. Su acercamiento a la magia se construye
entonces en un doble movimiento de desmitologización y de reen-
cantamiento del mundo. Tal y como advierte astutamente Mennin-
ghaus, la obra benjaminiana se imbrica en la dialéctica de “romper
con el mito y rescatar al mito”.
6
Este movimiento se hace quizá
más explícito en el fragmento B de la Tesis xviii sobre el concepto
de historia.
Seguro que el tiempo al que los adivinos interrogaban para conocer lo
que ocultaba en su seno, no lo experimentaron ellos ni como homo-
géneo ni como vacío. Quien tenga esto presente quizás llegue a com-
prender cómo se hizo la experiencia del tiempo pasado bajo la forma
de recordación: precisamente así. Sabido es que a los judíos les estaba
prohibido escudriñar el futuro. La Torá y la oración les instruyen, por
el contrario, en la recordación. Ésta desencantaba el futuro, al que su-
cumbían los que buscaban respuestas en los adivinos. Pero no por eso
se convirtió el futuro en un tiempo homogéneo y vacío, porque en ese
futuro cada segundo era la pequeña puerta por la que podía entrar el
Mesías.
7
Benjamin desmitologiza la adivinación a través de la crítica
a los adivinos que, al presentar el futuro como destino inexorable,
anulan la singularidad del acontecimiento. Recuerda la prohibición
judía de representarse el futuro porque ve atisbos del peligro de
esta representación en el marxismo, que adivina la felicidad futura
en el progreso (fatídico) de la historia. Sin embargo, en este mismo
4. Max Horkheimer, y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Madrid,
Trotta, 1994, p. 63.
5. Graeme Gilloch, Myth and Metropolis: Walter Benjamin and the City, Cambridge,
Polity, 1997, pp. 9-12.
Y, sin embargo, mientras que desde cierto establishment cientí-
fico e intelectual se estigmatiza y se condena lo que se da en llamar
la “superstición” propia de tiempos remotos y lugares incivilizados,
Horkheimer y Adorno no dudan en declarar que la modernidad mis-
ma es mágica: “los mitos que caen víctimas de la Ilustración eran
ya producto de ésta”.
4
Para Benjamin, como para Horkheimer y
Adorno, la modernidad se revela como un tiempo eminentemente
mítico. El sometimiento humano a las fuerzas omnipotentes de la
naturaleza se ha invertido, y el carácter mítico de la sociedad mo-
derna se deriva ahora de la explotación desenfrenada de la natura-
leza por el ser humano y de la dominación rapaz del hombre por el
hombre. La Ilustración ha fracasado en llevar a cabo el gobierno de
la razón, y sólo ha conducido a nuevas formas de miseria y opre-
sión. El sufrimiento se enmascara a través de la ideología que con-
templa a la historia como progreso. Al complacerse en proclamarse
libre de la carga del mito, la modernidad cae más profundamente
en él; es barbarie disfrazada de civilización. Sin embargo, mientras
que la teoría crítica desarrollada por Horkheimer y Adorno ofrece
un diagnóstico sombrío de las consecuencias y posibilidades de esta
reversión al dominio mítico de lo irracional, Walter Benjamin da
un paso más allá. Para él, el mito “no debe equipararse simplemente
con el engaño ilusorio y con el desconocimiento, sino que contie-
ne dentro de sí elementos positivos y potencialidades que deben ser
conservadas y aprovechadas”.
5
Ciertas formas de experiencia pueden ser entonces particu-
larmente valiosas. Benjamin enfatiza el valor que puede tener la
ensoñación lúdica, la intoxicación, y, para lo que aquí nos ocupa,
6. Winfried Menninghaus, “Walter Benjamin’s Theory of Myth”, en Gary Smith (ed.),
Walter Benjamin: Critical Essays and Recollections, Cambridge, Massachusetts
Institute of Technology (mit),1991, p. 293.
7. Walter Benjamin, “Tesis sobre el concepto de historia”, en Reyes Mate (trad.),
Medianoche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 297.
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movimiento de desencantamiento, Benjamin reencanta al mundo.
Así, nos dice que el secreto no está en un futuro que pudiera ser
escudriñado y que supone la concepción del tiempo homogéneo y
vacío, sino en adivinar –a través de la recitación de los textos sagrados y de
la plegaria– un pasado olvidado para actualizarlo. La figura del me-
sías es precisamente la que ilustra que el futuro sólo se anuncia en
la actualización del pasado. Adivinar no significa adivinar el futuro
(y desde aquí la adivinación ha de ser desmitologizada); no obstante,
sí hay que adivinar un pasado en el presente a partir de la recorda-
ción. El exorcismo de Benjamin parece traslucir la propia solidari-
dad con lo exorcizado.
El recurso de la magia y de los textos bíblicos desempeñan
un papel análogo al que los textos trágicos ejercieron en Nietzsche,
y esto es patente desde el ensayo de 1916, “Sobre el lenguaje en
general y sobre el lenguaje de los humanos”, hasta los ensayos escri-
tos dos décadas después: “La enseñanza de lo semejante” y “Sobre
la facultad mimética”. Nos parece importante comenzar por aquí
porque la preocupación de Benjamin por el lenguaje inaugura los
hilos que recorrerán su obra posterior. ¿Qué función y que preocu-
pación es ésta? Nuestra lectura tiene que ver con lo que él mismo
definió en algún momento como criticismo mágico [magische Kri-
tik].
8
Benjamin argumentaba que para el Romanticismo temprano
–bien versado en el pensamiento kantiano– el concepto de crítica
adquiere casi un significado mágico. La crítica connota explícita-
mente no un mero discernir o un estado mental improductivo, sino
uno objetivamente productivo. Al vincular los conceptos de magia
y de crítica, Benjamin aventura que una conciencia viviente anima
la obra de arte. Según su tesis, el entendimiento no sólo produce
la obra, sino que habita aquello que produce; sugiere que un cri-
ticismo mágico no descifra el significado de una obra, sino que la
trae a la vida. Interpretar es animar, y leer es resucitar. El “alma”
de la obra dormita hasta que el crítico la despierta. A diferencia del
marxismo ortodoxo en la comprensión benjaminiana, lo que parece
remitir casi alegóricamente a un significado escondido no es un
resto de alguna exterioridad que, por ejemplo, pueda ser entendida
como una superestructura ideológica que a su vez haya de ser re-
conducida a la estructura histórica que la determinó, sino que se
nos presenta, más bien enigmáticamente, como un paisaje petrifica-
do. De lo que se trata, pues, es de hacer que vuelva a la vida.
El criticismo mágico de Benjamin es animista. Implica asumir
que hay fuerzas vivas operando en cada acto de discurso. Por su-
puesto, podríamos preguntarnos si –como hace en el primero de
los textos al que haremos referencia– partir del principio de que las
cosas “hablan”, o situar a Dios como garante de la correspondencia
entre el lenguaje de las palabras y el lenguaje de la naturaleza y de
las cosas, no es soslayar el problema, muy real, de si la traducción
que él postula entre estos lenguajes, emparentándolos en un mismo
Origen (con mayúscula), es del todo posible o no. Sin embargo,
nos parece más fructífero hacer otra lectura que tienda un puente
entre lo que se ha denominado la etapa “teológica” y la etapa “ma-
terialista” de su pensamiento. Nuestra lectura es que con ideas que
aparecen, o bien en 1916, como “mediación inmediata”, o bien en
1933, como “semejanza inmaterial”, Benjamin intenta llevar a cabo
la abolición de la distancia entre la cosa transmisible y el acto de
transmisión sin reducir la una al otro, ni viceversa. Dicha abolición
se ha considerado siempre uno de los rasgos del mito, un rasgo cuya poten-
cialidad a Benjamin le interesa rescatar.
Para él, la modernidad implica la yuxtaposición súbita de lo
nuevo y de lo antiguo. No hay, sin embargo, ningún llamado a la con-
tinuidad histórica. La modernidad misma es la que provee la causa,
8. Walter Benjamin, El concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán,
Barcelona, Península, 1988, p. 35.
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