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Desde otra perspectiva, esta condicionante deja en evidencia
el conflicto dialéctico de la obra: todas las producciones artísticas
permanecen entre lo sagrado y lo profano. Este conflicto motiva
una crítica a la
Aufklärung y la racionalidad moderna en la medida
que se fundamenta en el reconocimiento y restitución de lo sagra-
do en el arte. Benjamin persiste a lo largo de su obra en resguardar
los significados propiamente religiosos en las deducciones históricas
o explicaciones racionales, concentrándose en los momentos con-
flictivos de los conceptos sagrados y profanos, prestando especial
atención a las figuraciones de pervivencia, ya transformada o des-
plazada de la religión en conceptos seculares. La estética del poema,
como lo sugería el verso de Stefan George, muestra claramente la
persistencia de una instancia teórica que no está exenta de esta di-
sociación conflictiva. A ello se debe que Benjamin reconozca desde
sus escritos más tempranos un elemento místico-mágico en el len-
guaje, así como su primer y constante interés en la teoría romántica
del arte como corriente aglutinadora de los vestigios teóricos más
provocativos tras la filosofía kantiana y el Idealismo alemán. Del
mismo modo, en su estudio sobre el
Trauerspiel (con el cual queda
definitivamente clausurado un periodo del pensamiento benjami-
niano), puede constatarse esta indispensable referencia “hermenéu-
tica” surgida del conflicto entre lo sagrado y lo profano, la cual
cristaliza en una especie de dialéctica de la secularización. En el
denominado “Prólogo epistemocrítico” de
El origen del Trauerspiel
alemán, el lector advierte una noción de verdad como elemento
errante, esto es, como “ser desprovisto de intención que se forma a
partir de las ideas”. Ahí mismo Benjamin logra describir con exac-
titud por qué la actitud frente a la verdad no puede ser una “mira
en el conocimiento, sino un penetrar en ella y desaparecer”.
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En
ese contexto performativo del saber aparece la cuestión de la
palabra
y su relación con la verdad:
La idea es [como lo es el poema], en efecto, un momento lingüístico,
siendo ciertamente en
la esencia de la palabra, cada vez, aquel momento en el
cual ésta es símbolo. Ahora bien, en el caso de la percepción empírica, en
la que las palabras se han desintegrado, junto a su aspecto simbólico más
o menos oculto, poseen un significado abiertamente profano.
Cosa del
filósofo será restaurar en su primacía mediante la exposición el carácter simbólico
de la palabra en el que la idea llega al autoentendimiento, que es la contrapartida
de toda comunicación dirigida hacia fuera.
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La
idea es esencialmente
palabra en su
momento lingüístico y
esto motiva un proceso simbólico de desintegración. Llama po-
derosamente la atención que sea la actividad del filósofo (y quizá
en ello radica su particular
Aufgabe) la consagrada a restaurar “el
carácter simbólico” así como a
esclarecer la idea mediante el
autoen-
tendimiento de manera inmanente. Benjamin articula de esta forma
el tema central de su investigación tomando en cuenta que la idea
para cualquier mortal no es sino un momento lingüístico. Vista des-
de la exterioridad o “percepción empírica”, la idea, como palabra
esencial, declina en su presencia. La
captación viviente de la idea es
relativa al
sentimiento puro, por tanto quedamos frente a ella como
seres expuestos a confusiones; seres errantes cuyos equívocos ca-
recen de intención, sin culpa y sin perturbación, el hombre yerra
sobriamente expuesto a un objeto superior para el cual la captación
de sus sentidos resulta ser algo
demasiado débil. Ante esto habremos de
tener la visión afinada, habremos de ser escrupulosos espectado-
res y lectores, o articular una teoría para poder así aprehender el
24. Walter Benjamin, Obras, libro i, vol. 1, op cit., p. 231.
25. Ibid., p. 332.
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