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como “poesía” (aunque pretendiese ser “poesía absoluta” como lo
querían los simbolistas franceses) o cualquier otro género del
corpus
poético, sino en realidad
poíesis (
ποíησιζ
), que tal como se ha verti-
do tradicionalmente del griego antiguo al castellano, quiere decir
creación. De manera que la
poíesis como
generación productora concier-
ne menos a la producción de la cosa literaria que a la aristotélica
“disposición productiva acompañada de razón verdadera”.
11
Este
proceso
generativo, cuyo fundamento no queda resuelto en un ar-
gumento formal, ni se limita a la búsqueda de una definición con-
ceptual, adopta desde un principio ese carácter equívoco, observado
en primer lugar por Aristóteles, cuando más que definir la poesía
aporta un gesto provocativo para el pensamiento, al referirse a toda
producción artística o natural como
actividad reproductora:
poíesis.
Basta recordar, a manera de ejemplo, el postulado aristotélico donde
es valorado el vínculo entre filosofía y poesía: “la poesía es más fi-
losófica y esforzada empresa que la historia”.
12
En este caso, al igual
que en la concepción romántica, la
poíesis representa una actividad
productiva más amplia en relación con la poesía como género lite-
rario; esto es: “la poesía romántica piensa penetrar la esencia de la
poíesis, la cosa literaria y producir la verdad de la producción de sí
[…] de la autopoíeis”.
13
Lo anterior nos remite a una dimensión metafísica de la obra
de arte literaria compartida por Benjamin, para quien el lenguaje
forma parte de un flujo ininterrumpido que transita a través de la
naturaleza entera, desde los seres más elementales hasta el hombre, y
del hombre a Dios. El lenguaje de la naturaleza logra trasmitirse se-
cretamente hacia el elemento más próximo, aportando continuidad,
configurando una serie de jerarquías al tiempo que mantiene viva
la consigna original. Hay entonces una idea de logos cuya función
productiva es captable en la “traducción” de diferentes estamentos
conectados entre sí. Esta traducción puede plantearse a partir de
dos órdenes: uno “epistemológico”, en el cual el lenguaje de las
cosas y de los hombres supone el tránsito de lo mudo a lo vocal
y de lo innombrable al nombre. Por lo tanto, se trata de la traduc-
ción de un lenguaje imperfecto a otro más perfecto en la medida
que éste aporta conocimiento. El otro orden bien puede llamarse
“místico”. En él, todo lenguaje inferior es traducible a otro superior
hasta llegar, en su nitidez última, a la palabra de Dios como aquello
que aporta unidad a la totalidad del movimiento lingüístico. Tan-
to en la idea romántica como en la idea benjaminiana de lengua-
je prevalecen estos dos elementos: el epistemológico y el místico.
Ello queda expuesto en la conexión propiamente poiética y en el
vínculo interno dentro de esta concepción de logos cimentada en
un profundo impulso vital. El concepto de traducción es una de las
vías para acceder a la idea del lenguaje en Benjamin, pero no es
la única. Adoptando una analogía usada por Benjamin en una carta
a Hugo von Hofmannsthal en 1924, la cuestión del logos es repre-
sentable como un “palacio ancestral”, como una construcción edi-
ficada con “los más antiguos
logoi”,
14
en la cual acontecen una serie
de rupturas significativas persistentes en toda la obra de Benjamin,
por ejemplo: la mudez de la naturaleza y la consecuente tristeza
de ésta al encontrarse desposeída de lenguaje; simultáneamente, el
reconocimiento de un valor simbólico de la naturaleza mediante
el cual el
logos asegura su propia continuidad.
15
De tal manera, el
pensamiento es visto como
movimiento de las ideas, pero también
como su detención o
parálisis. Irving Wohlfarth describe en pocas
11. Aristóteles, Ética a Nicómaco, Madrid, cec,1948, p. 14.
12. Aristóteles, Poética, op. cit., p. 14.
13. Philippe Lacoue-Labarthe
y Jean-Luc Nancy, op. cit., p. 21.
14. Walter Benjamin, “Comentarios”, en Dos ensayos sobre Goethe, Barcelona,
Gedisa, 1996, p. 112.
15. Walter Benjamin, Obras, libro i, vol. 1, op. cit., p. 159s.
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palabras este proceso simbólico característico de este pensamiento:
“el
Logos nunca dejará de abandonar a la naturaleza a su suerte. Su
lamento sofocado es la llaga abierta de un sistema cerrado”.
16
Hay
un abandono del espíritu hacia la naturaleza y como respuesta la
naturaleza emite un lamento cuya manifestación es algo inalcan-
zable e ingobernable para los medios racionales y expresivos del
hombre.
Si bien ha quedado reconocida la imposibilidad de un siste-
ma cerrado –en este caso
herido–, el lenguaje no deja de aportar
su propio
continuum y con ello la posibilidad de cierta conexión
vinculante. De ahí el interés de Benjamin por la teoría de los pri-
meros románticos, en principio, como un pensamiento radicalmen-
te lingüístico; pero también en virtud de una nueva significación
de la poíesis y del logos, consistente en la entrada en escena de
una
subjetividad consciente enraizada en la naturaleza. Justo aquí co-
bra relevancia el papel del poetizar para los románticos pues, como
lo describe Benjamin en su tesis doctoral: “el
punto de indiferencia
[
der Indifferenztpunkt] de la reflexión, en el que ésta nace de la nada
es precisamente el sentimiento poético [
das poetische Gefühl]”.
17
Lo
cual queda inmediatamente justificado en esta sentencia de Novalis:
“el arte poético no es sin duda más que un uso arbitrario, activo
y productivo de nuestros órganos –quizás el mismo pensar no se-
ría algo muy diferente de ello–, y por consiguiente son lo mismo
pensar y poetizar”.
18
Este
punto de indiferencia permite un complejo
proceso
trascendente, tras el cual la actividad poíetica de la naturale-
za encuentra continuidad en la actividad volitiva propia del
querer
humano y, mediante el esforzado
ingenio del hombre (el genio y su
capacidad de síntesis actualizadora), ambas actividades productivas
(naturaleza y genio) coinciden finalmente en la obra de arte.
ESTÉTICA DEL POEMA
Benjamin pretende articular parte del entramado conceptual del
pensamiento romántico mediante el fundamento paradójico de la
obra de arte moderna y los medios filosóficos para analizarla a partir
de la idea de
das Gedichtete (lo poético) como
concepto-límite (entre
vida y poesía) y del poema como una obra radicalmente generativa.
La obra de arte en general y el poema en particular permanecen
en ese espacio indefinido o “punto de indiferencia”. Bien podría
decirse que el poema ocupa un
lugar imposible, sólo aprehensible
“en” y “a través” del poema. Esta perspectiva da pie a una dialéctica
de la obra de arte. La distinción entre
palabra y
poema nos remite a
un orden metafísico de la obra literaria a partir del cual queda bien
representada la estética del poema benjaminiana. Un ejemplo de
ello lo encontramos en la influencia, no exenta de complicaciones,
que la obra de Stefan George ejerce sobre la perspectiva de Benja-
min. Para ir directamente a la cuestión recordemos esos conocidos
versos traídos a examen filosófico por Martin Heidegger; uno de
ellos dice:
Kein Ding sei wo das Wort gebricht, “Ninguna cosa sea don-
de la palabra quiebra”,
19
verso final del poema “La palabra” (
Das
Wort), obra que en sí misma muestra el lugar especial asignado por
George a la poesía: “sólo ella conoce el misterio del despertar y el
misterio de la transición”.
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Un lugar indefinido en virtud de que
16. Irving Wohlfarth, “Sobre algunos motivos judíos en Benjamin”, en Cábala y
deconstrucción, México, Universidad Nacional Autónoma de México (unam),
2009, p. 167.
17. Walter Benjamin, Obras, libro i, vol. 1, op. cit., p. 65.
18. Novalis
citado por Walter Benjamin, Obras, libro i, vol. 1, op. cit., p. 65.
19. El poema apareció por vez primera en 1919 en la importante revista Blätter für
die Kunst. Más tarde, en 1928, George lo incluye en su último libro publicado
en vida con el título
El nuevo reino. Véase Stefan George, Nada hay donde la
palabra quiebra. Antología de poesía y prosa, Madrid, Trotta, 2011, p. 177.
20. Ibid., p. 195.
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