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sólo se aproximan a los sonidos que imitan”. Así los perros franceses
ladran “ouaoua, los alemanes wauwau, y los españoles guau guau”.
48
Entonces, hasta cierto punto y desde esta lectura, la onomatopeya
no permitiría –pese a los deseos de Benjamin– argumentar en pro
del lenguaje como un sistema de signos que remite a un origen
primordial y que no es arbitrario. Sin embargo, Benjamin advierte
que si bien las mismas cosas tienen nombres diferentes en distintas
lenguas, existe, en el seno de la diversidad, una semejanza originaria;
y que “ordenando las palabras de diversas lenguas que significan
la misma cosa, alrededor de este significado como centro de ellas,
sería necesario indagar como todas ellas –que pueden a menudo
no tener entre sí ninguna semejanza– son similares a ese signifi-
cado en su centro”.
49
Podríamos pensar que más que a una relación
de semejanza, Benjamin está aludiendo aquí a una de denotación.
Según Nelson Goodman, “una imagen, para representar un obje-
to, debe ser un símbolo para éste, referirse a él […] ningún grado
de semejanza es suficiente para establecer la relación de referencia.
Tampoco la semejanza es necesaria para la referencia. Casi cualquier
cosa puede representar otra […] la denotación es el centro de la
representación y es independiente de la semejanza”.
50
Y, sin embargo, no hay que olvidar que para entender la se-
mejanza de lo que perceptiblemente no tiene entre sí ninguna
semejanza, Benjamin recurre a una idea por lo menos peculiar: la
de semejanza inmaterial,
51
que a su vez se asemeja a la de mediación
inmediata con la que ya había definido el lenguaje. De hecho, es a
través de la “semejanza inmaterial” que Benjamin vuelve a reivin-
dicar la relevancia del lenguaje –como había hecho en el primer
ensayo–. Comienza por señalar que ha habido “un creciente debi-
litamiento de la facultad [mimética]. Puesto que es evidente que
el mundo perceptivo del hombre moderno no contiene más que
escasos restos de aquellas correspondencias y analogías que eran fa-
miliares a los pueblos antiguos”.
52
Benjamin habla de un creciente
debilitamiento y no ya de un “pecado original” ni de una “Caí-
da”. La facultad mimética se transforma históricamente y el primer
ejemplo de semejanza inmaterial lo encontramos en la astrología,
a través de la determinación del recién nacido por medio de las
constelaciones; no obstante, el canon de la semejanza inmaterial es
–una vez más– el lenguaje:
Siempre le ha sido reconocida a la facultad mimética una cierta in-
fluencia sobre la lengua […] Así se ha dado un puesto con el nombre
de onomatopeya al comportamiento imitativo en la formación del len-
guaje […] “Toda palabra y toda la lengua –se ha dicho– es onomato-
péyica”. Es difícil precisar aunque sólo sea el programa que se podría
hallarse implícito en esta proposición. El concepto de semejanza inma-
terial proporciona sin embargo algunas indicaciones.
53
Como hemos señalado anteriormente, la semejanza inmate-
rial permite ordenar las palabras, de diversas lenguas que significan
la misma cosa, alrededor de este significado como centro de ellas;
e indagar cómo todas ellas, sin ser materialmente semejantes entre
sí, al ser similares a ese significado, sí son semejantes inmaterialmente.
Para Benjamin, la clave de esta semejanza inmaterial radica entonces
48. Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada,
1945, pp. 94-95.
49. Walter Benjamin, “Sobre la facultad mimética”, en op. cit., p. 169.
50. Nelson Goodman, Languages of Art: An Approach to a Theory of Symbols,
Indianápolis y Nueva York, Bobbs/Merrill, 1968, p. 5.
51. Walter Benjamin, “Sobre la facultad mimética”, en op. cit., p. 169.
52. Ibid., p. 168.
53. Ibid., p. 169.
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en saber identificar que las palabras que no son semejantes pero sig-
nifican lo mismo, son finalmente semejantes porque son diferentes
ecos de un mismo sonido. Esto es posible, recordemos, por el sonido
inarticulado que conservan todas las cosas y que sólo el hombre
articula en fonema. El sonido articulado fonéticamente es lo que
permite al hombre nombrar y lo que permite la comunión entre el
lenguaje humano y el lenguaje de las cosas. Ahora bien, para Ben-
jamin este énfasis no debe hacer que nos centremos sólo en la pa-
labra hablada, sino también en la palabra escrita y en su relación
con la cosa significada. Para explicarlo, recurre a su propia experien-
cia como practicante asiduo de la grafología. Ésta es una invención
francesa del siglo xix que pretende determinar las características de
un individuo mediante el examen de su escritura manuscrita. El
grafólogo debe guiar su lectura del manuscrito a través de ciertas
referencias estandarizadas (dirección, tamaño, espaciamiento, pre-
sión, velocidad, etcétera), pero también es necesaria una sensibilidad
intuitiva. Benjamin advierte: “La grafología ha enseñado a descubrir
en la escritura imágenes que en ellas esconde el inconsciente de
quien escribe. Es necesario pensar que el proceso mimético que se
expresa así en la actividad de quien escribe era de máxima impor-
tancia para el escribir en los tiempos remotísimos en los que surgió
la escritura”.
54
En su revisión de la relación de Benjamin con la
grafología, Eric Downing señala que aquél comparaba con los dibu-
jos de los niños la escritura a mano en la que las letras eran imágenes
que se comportaban igual que sus modelos, ya fueran éstos personas,
animales u objetos, y así tenían cola, piernas, cabezas, ojos o boca:
En la grafología como en la antigua adivinación, los signos que se deben
leer, son objetos en movimiento visual este caso palabras y letras que
54. Ibid., p. 170.
operan fuera de la interferencia racional y de su significado y contexto
normal; que funcionan como signos animados, incluso como animales,
implícitamente anclados en un mundo natural del cuerpo. Precisamen-
te porque evitan el ámbito de la instrumentalidad humana y participan
en cambio, en un reino […] no (auto) consciente, son significantes pri-
vilegiados de conocimiento acerca de lo humano.
5
La letra como imagen funge así de mediación inmediata que
vincula a la palabra con el lenguaje de las cosas y con las cosas,
al igual que el sonido aseguraba a la diversidad de palabras que,
sin ser semejantes significaban lo mismo que su disposición no era
arbitraria, que al significar lo mismo se asemejaban inmaterialmente.
Semejanza inmaterial es también la que existe entre las letras y sus
modelos. Por eso, para verla hace falta el entrenamiento del gra-
fólogo; así, al recurrir a la grafología, Benjamin hace referencia al
inconsciente que, sin embargo, se dirige aquí a sustentar la relación
ontológica entre el significante y el significado. Recordemos que
entre la imagen y el sonido, los fonemas son las unidades más pe-
queñas de la lengua. Sólo podemos conocerlos o usarlos como una
imagen acústica o visual. No obstante, Benjamin en su ejemplo de
la grafología introduce la importancia del cuerpo como comuni-
cación de la comunicabilidad; es decir, de la comunión mágica de
todo lo que existe y que sólo el hombre, cuya entidad espiritual es
total y plenamente lingüística, podría plenamente mostrar. Una pe-
queña digresión nos permitirá ilustrar esto. En 1914, Aby Warburg,
el insigne historiador de arte renacentista, deliró en Hamburgo asu-
miendo que era el general en jefe de la guerra. A comienzos de la
década de 1920 lo internaron en la clínica psiquiátrica Bellevue de
Kreuzlingen . Tres años después comenzó a impartir a los pacientes
55. Eric Downing, “Divining Benjamin: Reading Fate, Graphology and Gambling”, en
MLN, vol. 126, núm. 3, 2011, p. 569.
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