Dioses y ritos Vudú



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ZAÚ PEMBÁ


Al presentarse, se echa al suelo y de inmediato hay que echarle mucha agua a su paso. Él prácticamente se arrastra por el fango, al tiempo que "canta". Ingiere grandes cantidades de bebidas alcohólicas, lo que hace por botellas, de un solo sorbo. Así es como realiza su trabajo: al brindar, se dirige a los interlocutores para decirles francamente: "Yo no tengo amigos, no me relaciono con nadie". Desaparece de la vista pública y se introduce en el río, donde es difícil de hallar, allí puede pasarse días enteros y reaparecer nadando. Es invocado a las doce de la noche. Como nunca existen condiciones para darle su manyé, él envía un miembro de su corte. Parece estar dotado de poderes prominentes en el orden de una inteligencia ordenadora, basado en la cual organiza y dirige las curaciones.

DAMBALLAH

Algunas veces se presenta como hombre y, otras, como mujer. Cuando lo hace como santo, se dice que es el rey de los santos guerreros, Criminel o Togó, En su segunda variante, aparece como una santa vestida de blanco que pide, en vez de ron, agua de azúcar.


Su alimento característico es el maíz tostado. Entra cantando tranquilamente, se muestra muy contenta con todo el mundo y santigua a los concurrentes.

Cuando Damballah silba no cobra por el trabajo que realiza. En su ofrenda se incluyen chivos de pelambre amarilla, ( giro) o colorado y viandas de todos los tipos .



CULÉV

Su ceremonia se realiza en el río. Los animales que se le sacrifican son los curieles, los cuales se introducen en una lata de donde son extraídos para matarlos con un cuchillo. Un poco de su sangre se echa en un frasco y se mezcla con perfume para el uso de los hijos del altar. También come fruta de pan. Es un santo que según los informantes fue traído de Haití.




SIMBÍ


En Haití se le considera el guardián de las fuentes y los mares. Simbí come en el río. Allí se le debe realizar su servicio. En su manyé se incluyen una pareja de pollos pintos y viandas (yuca, plátano, malanga, etc:) y un poquito de arroz blanco.

LA SIRENA Y LA BALLENA DE MAR


La Sirena y la Ballena son dos divinidades marinas tan estrechamente unidas que se les venera juntas y se les celebra con el mismo canto. Unos dicen que la Ballena es la madre de la Sirena, otros que ella es su marido y, en fin, otros que esos dos nombres se aplican a una sola y misma divinidad. Se representa a la Sirena conformé a la tradición europea, pero cuando ella aparece en el santuario, la persona que es poseída por ella es solamente una mujer joven, coqueta, muy cuidadosa de su tocado .

En una reciente investigación realizada en la República Popular de Angola, constatamos un fuerte culto a la sirena -representada convencionalmente de la forma antes mencionada- de origen kikongo. Los informantes de las comunidades haitianas aseguran que esta divinidad es un santo blanco, hombre, que vive en el mar.



ERCILÍ O SANTA CECILIA

En Haití existen dos Ercilí principales: Ercilí Dobá o Dogbá que es uno de los grandes luases del país, símbolo de la pureza, y Ercilí Fredá o Ercilí Freda Daromain que, como la anterior, se le identifica con la virgen María.

Todas las demás divinidades son consideradas como hermanas de la primera, en cuya ceremonia se realizan aspersiones en la tierra y el aire con perfume. Por sus veleidades y sensualidad sin embargo, se le considera como una especie de Afrodita antillana, con lo cual se le asemeja a la Ochún cubana , "diosa del amor sexual y patrona de Cuba”.

Pero si el color simbólico de ésta es el amarillo, el de Ercilí es el blanco: se trata de un espíritu marino que se desgajó de su cuerpo acuático para devenir en signo cultural de alcance más vasto. Hay que consignar que, como ocurre con otros luases hay otras Ercilí que se le contraponen en cuanto a rasgos caracterológicos.

En Republica Dominicana, esta divinidad recibe el nombre de Metré Silí y tiene gran renombre. Posee muchos de los trazos de la divinidad haitiana :es muy débil a los perfumes, a las prendas y a los trajes lujosos y caros. Odia la bebida y se deja arrastrar por la atracción masculina.

Esta misma divinidad, en punto petró. es "la única metresa que se presta para recoger corrientes malas cuando utiliza flores amarillas o de sol".

Se han podido registrar dos tipos de Ercilí : una, de claro sello rada y otra, que bien puede equipararse con la Ercilí-Yeux-Rouges (Erzulie Ojos Rojos), de tipo petró. La primera va enteramente de blanco, detesta las bebidas alcohólicas y delante de su vista no pueden realizarse sacrificios cruentos: además tiene como pareja a Ogún Bátala u Ogún Guerrero, en su manyé lúa se incluyen palomas blancas, cake y bebidas dulces, entre otros alimentos. A despecho de esta primera clase de Ercilí localizada en las montañas de la Sierra Maestra, en la provincia de Las Tunas se constata un culto a la Ercilí roja: en su ceremonia se producen sacrificios de animales y su caballo viste con este color simbóli



ORGANIZACIÓN Y RITUAL

Jerarquías sacerdotales

En el vodú no existe, como en otras religiones, un sistema jerárquico entre los sacerdotes por lo qué cada hungán y cada mambó administra su comunidad como le plazca. Esto no quiere decir que el vodú carezca de unidad, "sobretodo en cuanto a los aspectos rituales; tampoco está desprovisto de normas u obligaciones". El sacerdote es el encargado de la dirección del culto y jefe máximo del o de los altares consagrados a los santos vodú y a la vez, "es intérprete de la voluntad de los loas".

Cualquier persona puede ser hungán o mambó siempre que cumpla con los requisitos fundamentales como: ser adepto, conocer a la perfección la liturgia del vodú, los atributos de los dioses, sus símbolos ... y, sobre todo, pasar por los ritos de iniciación (kanzó) o sea tomar el asson. Generalmente son las divinidades las que, mediante la posesión o el sueño, designan al futuro sacerdote .El sacerdocio puede ser también el fruto de una herencia, el padre cede sus poderes a su hijo. En realidad, herencia y designación se confunden en varios casos; muy a menudo son los dioses los que nombran el heredero.
Mambó es el nivel jerárquico equivalente al de hungán y es ejercido por una mujer. El hounguenikón, "jefe del coro de una sociedad voduista" puede ser hombre o mujer y es el encargado de reemplazar al sacerdote principal del culto cuando éste está en trance ritual o poseído por un loa. El la-place, otro elemento de la jerarquía de esta religión puede asumir la función de maestro de ceremonias si el hounguenikón se encarga de anunciar a los luases interpretando el canto ritual que le corresponde a cada uno de ellos. "Él es quien abre las procesiones y, haciendo bailar su machete, saluda a los espíritus que van apareciendo". En el último peldaño de la escala están los hounsí (hunsí). quienes pueden ser de uno u otro sexo y son aquellas personas que han pasado por los ritos de iniciación, lo que les permite poder asistir al hungán o a la mambó, y se encargarían del orden y limpieza del templo y de la preparación de las ofrendas. Pero su tarea más destacada es la de formar el coro

Algunos mencionan además los hounsí-kanzó, a quienes se define sencillamente como aquellos que han pasado los ritos de iniciación.

Otros, por su parte, hablan del confiance o administrador del templo y de un gran sacerdote: el papaloa, (o papaluá) sumo dignatario del culto vodú quien tiene en el Badgigan a su principal ayudante".

Y en ultimo caso , están los que añaden a mamaba o mamaluá.


Debemos tener muy presente que hablamos de una religión popular. Una religión que está opuesta, hasta cierto punto, a la función básica de la Iglesia la cual se sostiene en "fundamentar y delimitar sistemáticamente la nueva doctrina victoriosa o defender la antigua contra los ataques profetices establecer lo que tiene o no valor sagrado, y hacerlo penetrar en la fe de los laicos". De ello se encarga el “cuerpo sacerdotal" en propiedad, elemento del que carecen estas expresiones de la religiosidad no institucionalizada.
El hungán está más próximo al brujo que al sacerdote a causa, desde nuestro punto de vista, de la intrínseca relación de la magia con la religión existente en el culto que practica . Es por ello que muy a menudo se acusa al primero de trabajar o "servir a dos manos, o, en otros términos, de practicar hechicería"

En este último ejemplo se pone de manifiesto la tensión entre el sacerdote y el brujo:



El sacerdote denuncia "las revelaciones del oráculo" y el "espíritu sistemático", en suma, el espíritu profetice y "da vaticinio" del brujo; el brujo, denuncia el arcaísmo y el conservatismo, la rutina y la rutinización, la ignorancia pedante y la prudencia mezquina del sacerdote. Los dos están en su papel: de un lado, el orden y del otro el desorden.

El brujo voduista —denominado boccor (o bocó)— está dotado de poderes excepcionales que pueden ser utilizados en contra del prójimo o de sus bienes. Pero la palabra hungán designa genéricamente al oficiante, sea boccor o no. Éste se distingue de aquél en que hace curaciones pero practica la brujería. La diferencia entre ambos "se establece a nivel de prácticas y obediencias pero no de conocimientos". Entre los dos se sitúa el divinar o divinó quien establece su función esencial en los siguientes términos:



En cuanto al divinar, él no "sirve" a ningún loa, o sea que sus relaciones directas con las divinidades africanas se mantienen a través de terceros, generalmente los fieles; ni practica la brujería. Cura a enfermos. A primera vista descubre la causa y la naturaleza de la enfermedad que generalmente logra curar "con la ayuda de Dios". La ciencia del divinar es una herencia de los dioses de las aguas con quienes ha vivido durante siete años. Un collar de perlas que le entregan los dioses, simboliza sus relaciones con ellos y también su poder.
La mayoría de los oficiantes del vodú en Cuba —y, por supuesto, nos estamos refiriendo a aquellos que poseen determinado rango jerárquico en el culto— se sitúan en el linde, impreciso, entre el boccor y el divinar: lo mismo realizan curaciones a diario que esporádicamente actos de hechicería, puede ser de manera inconsciente, dado que los procedimientos mágicos de los que se valen para lograr estos últimos designios "existen de ordinario más bien bajo la forma de hábitos que dirigen la conciencia, en sí inconscientes".

El sacerdote voduista denominado en Haití houngan, aquí se designa con la palabra hungán nasalizada. En la explicación que dan de su significado, los informantes parecen incluir también el de curandero (divinó); en todo caso, ambos términos no son excluyentes. Poniendo en evidencia, en la esfera lingüística, el intercambio del vodú con los sistemas mágico-religiosos cubanos, definen al hungán como un santero. A "la persona que influye dentro de los seres" la designan con la palabra mambó famí, pero esta función sacerdotal puede ser ejercida por un individuo del sexo masculino que se denomina mambó gasón. A la mujer que ejerce la función de curandera le llaman divinel o diviné.

Parece no existir precisión en estas denominaciones debido a la mezcla de funciones ejercidas por las personas designadas. Así, una "persona centro" en el culto voduista o hungán ejerce en la práctica como médico tradicional con el auxilio de sus loas y la curandera asume las funciones de sacerdotisa en la realización de las ceremonias de una cofradía voduista. De todos modos, sí ha quedado claro que el hungán es un individuo que posee muchos "misterios" que le proporcionan poderes excepcionales; sus conocimientos y experiencias lo sitúan por encima no sólo de los miembros de su cofradía, sino en ocasiones de los de toda una región. Como acertadamente lo definió un informante, el hungán es "un santero fuerte".

Ésta parece ser la jerarquía sacerdotal superior en la actualidad, aunque parece haber existido otra por encima de ella: la de yeneral.




Poderes y atributos de las jerarquías
El orden jerárquico establece determinadas atribuciones entre los sacerdotes. Para acceder a cada uno de los niveles antes mencionados, se necesita cumplir con objetivos bien delimitados. Así un hungán debe ser capaz de poseer una cantidad elevada de luases (unos informantes dicen que su número es 101). Esta aptitud les posibilita montar altar para atender sus espíritus y trabajar con ellos, bien con fines espirituales o bien con fines exclusivamente curativos; además, puede dirigir las ceremonias, dado lo elevado de sus conocimientos y habilidades.
Tanto el hungán como la mambó pueden llevar la maraca (assón) y la campanita en los diferentes tipos de cultos voduistas. Mas, solo el primero está facultado para "tener y otorgar cuchillo , es decir, el arma con que se realizan los sacrificios rituales. Uno y otro pueden iniciar en el culto a nuevos adeptos. Por ello es que en el altar, invariablemente están presentes el cuchillo o el machete, que no podrán ser empleados sino después de un prolongado proceso de aprendizaje, una vez hecha la iniciación.
Es, por tanto, algo significativo que, en el transcurso del culto el sacerdote sea el factor de dirección central y, en muchas ocasiones sabrá ejecutar ceremonias o tareas muy difíciles o complejas. El es quien planificará el conjunto de eventos rituales que serán realizados en días indicados del año y velará porque se efectúen según lo estipulado por las normas Llegará incluso, al extremo de indicar los detalles más íntimos y quiénes deben realizar los sacrificios y cuándo. Se le supone dotado de poderes excepcionales debido a su contacto perenne con los luases, con los que mantiene una relación permanente Sus poderes excepcionales capacitan a un hungán a traspasárselos a una segunda persona, si hubiese necesidad de ello .
Los oficiantes voduistas haitianos muestran simplicidad en el vestuario y los atributos que insertan en él como claro referente religioso. No ocurre así entre sus descendientes que ostentan jerarquías semejantes, en quienes se observa, por el contrario, una sobrecarga en los elementos visibles. Así, muestran múltiples tipos de collares con cuentas de semillas con las que se hacen los que se venden en algunos establecimientos públicos. Entre ellas insertan otros objetos, como chapas de llaveros y las denominadas "lágrimas" de cristal de las lámparas de araña. En un collar observamos decenas de carreteles de hilos de coser de diferentes colores. Es evidente que a la función cultural se añaden elementos decorativos. No faltan en estos atributos medallas de oro con imágenes de santa Bárbara o de la virgen de la Caridad del Cobre.

Lo anteriormente expresado, no excluye el que cada uno de los elementos que nos parecen incoherentes tengan algún significado. Es característica la existencia de collares que ostentan, con un riguroso ordenamiento, cuentas con el color o la combinación de colores que simbolizan a una divinidad. En la mayoría de ellos se inserta un silbato que deviene en instrumento musical. Los rítmicos chiflidos del pito de un hungán pueden ir marcando las situaciones climáticas de una ceremonia e indicar el momento en que la batería debe aumentar la intensidad de sus toques para posibilitar que alguien poseído por un luá, por ejemplo, ejecute el sacrificio de algún animal. Después de que éste se ha realizado, la divinidad —sentada sobre su ofrenda— suele emitir cortos e intensos chiflidos con el silbato en señal de júbilo.


Es evidente la intención del sacerdote de subrayar su rango mediante la sobrecarga de esos atributos. A los mencionados deben añadirse los pañuelos cuyos colores más usados son el rojo, el blanco y el negro, y sus combinaciones. Estos emblemas se colocan en el torso diagonalmente con respecto al eje vertical del cuerpo y se cruzan por encima del hombro y por debajo de los brazos hasta hacerlos coincidir al frente, a la altura del diafragma, donde se anudan. En ocasiones en la superficie de los pañuelos aparecen dibujos, letras o el nombre de algún lúa.
Como en Haití, en las cofradías voduistas estudiadas en Cuba, el hungán y la mambó son asistidos por otras personas en la realización de las ceremonias. No existe aquí la misma organización jerárquica que comprende al la place o maestro de ceremonia y a los hunsí o asistentes del hungán y de la mambó. En algunos sitios no hay funciones institucionalizadas, es decir, permanentes para determinadas personas, sino que éstas pueden asumirlas según hayan obtenido una dosis apreciable de experiencia y habilidades.
Un papel muy descollante lo desempeña el encargado de la despensa o almacén donde se acumulan, a lo largo del año, los bienes materiales destinados a los manyé-luá u otras celebraciones litúrgicas. Hemos comprobado asimismo que aquél no siempre es una persona avezada en el vodú. Se le exige que tenga buen sentido de la administración y que provea eficientemente de todo lo que se necesita para la ejecución exitosa de las ceremonias. Cuando concluyen éstas, se reintegran a su actividad habitual y puede tener o no vínculos fijos con la actividad mágico-religiosa.
Con el coro de las hunsí—porque todas las que cantan a coro son mujeres, por lo general jóvenes— ocurre, sin embargo, algo interesante: en él ingresan muchachas no iniciadas y que con su participación en el culto cada vez se sienten más involucradas en él. Estamos pensando ahora no sólo en las cantantes sino también en las porta-estandartes; entre éstas hemos conocido muchachas, incluso blancas, sin vinculación previa con la actividad voduista, pero que fueron invitadas a tomar parto en ellas y por "embullo" aceptaron. La conclusión es que terminaron por hacerse creyentes.
Los tocadores casi siempre tienen una vinculación muy estrecha con el culto. Pero, a pesar de sus conocimientos musicales y sus pericias en la ejecución de los instrumentos, no se les considera como excepcionalmente dotados de gracia o poder. Esto es, en la función mágico-religiosa, se aprecia una independencia progresiva de la función artística. No obstante, los viejos inmigrantes siguen considerando sus cualidades musicales como un don otorgado por lo sobrenatural.

RITOS DE INICIACIÓN Y BAUTIZO

Cuando un luá se posesiona de una persona puede emitir señales que evidencian su deseo de que ella se convierta en su caballo. Procede entonces a identificarse a la divinidad por su carácter y comportamiento, para luego "fijarlo" en la cabeza de la persona elegida a fin de que, cuando la divinidad "llegue", lo haga con firmeza. Este último acto de fijación y acoplamiento entre el lúa y el instrumento a través del cual él hará acto de presencia entre los seres humanos es el que garantiza la continuidad —por cierto, no ilimitada, en todos los casos— de la relación que a partir de entonces queda establecida entre uno otro.

En el rito de la iniciación, que es más bien sencillo, deben participar oficiantes del vodú de experiencia para evitar cualquier tipo de problemas. Es conducido por un hungán y una mambó, quienes interpretan los signos manifestados por el luá y los dan por ciertos. No pueden tomar parte en el acto nada más que ellos y el candidato a iniciarse; de hacerlo otras personas iniciadas, sus luases podrían posesionarse de éste. En ocasiones se admiten como observadores sólo a gentes no iniciadas que no provoquen interferencias, como la anteriormente referida.

Los oficiantes sientan al que se va a iniciar en una mesa y le ordenan vestirse con la ropa ritual del luá; preparan una palangana blanca, que tiene que ser nueva, y la colocan delante: su contenido está compuesto por agua, perfume, albahaca y azúcar. Según los informantes, el azúcar "dulcifica" al santo y la albahaca sirve para "abracar", esto es, darle firmeza a la unión. El hungán hace sonar la campanita ritual y la mambó un sonajero hecho con una güira para dar inicio al acto; a continuación, ambos proceden a emplear otros recursos para invocar a la divinidad, como las plegarias y rezos correspondientes. El trance evidenciado en el candidato no se hace esperar y el luá acude así al llamado.

Se traen las "prendas" distintivas de la divinidad —pueden ser una güira, un pañuelo, un pito o una campanita—y se las presentan, conjuntamente con los animales y la bebida. Los oficiantes conversan con el luá y le muestran sus símbolos sagrados; el santo manifestará qué tiene que hacerse para solicitar sus servicios cuando los necesiten. El iniciado podrá comenzar a aprender allí mismo qué utilizará para llamarlo y qué hacer a su llegada. Es natural que el luá acepte las cosas que se le han presentado y tal vez solicite un frasco de perfume, una cadena, un anillo, un collar, una sortija o cualquier objeto que el iniciado portará como prenda suya, es decir, del luá .

Después que éste "llega", se procede a realizar el bautizo: primero, para apaciguarlo, se emplea una jarra con agua azucarada, con lo cual se le está indicando que su conducta futura deberá ser siempre buena. Entonces se le lava la cabeza al iniciado con el líquido de la palangana y, acto seguido, mojado, se le colocan los atributos o las prendas, símbolos que identifican y representan al luá. Si a éste le gusta su caballo muestra de inmediato su conformidad; si, por el contrario, no está de acuerdo con él, responde: "Bueno, vine de pasada, vendré después" y ello significa que hay que repetir la ceremonia. Ocurre entonces que este luá puede sugerir, antes de retirarse, el santo que quiere pasar por el iniciado, al cual se le cambian los atributos por los del luá sugerido.

Si al fin se produce la aceptación, el recién iniciado tiene que someterse a un retiro, en un sitio destinado al descanso; éste debe ser tranquilo y donde reine el silencio. Allí procurará no establecer relaciones con nadie, ni aun con sus familiares. La duración del encierro es relativa; si se realiza donde el santo está acostumbrado a "trabajar" —es decir, donde da consultas, indica remedios o curas—, entonces la reclusión podrá durar tres días. A partir de entonces el santo puede ser llamado al trabajo.

Si un luá ha sido iniciado para laborar, los sacerdotes le hacen saber que la mesa donde fue bautizado es el lugar que se le ha destinado para que trabaje, pero al mismo tiempo le indican el lugar donde morará. Así es como se marca el árbol donde concluirá el rito de la iniciación: al pie del tronco se lleva un recipiente con agua y se derraman varias porciones de ella mientras se reza. Con todas estas operaciones se le hará comprender claramente al santo la diferencia existente entre su sitio de labor y su morada o arbe-reposuá, sitios con los que él se relacionará habitualmente. El resto del agua de la palangana con la que se hizo el acto de purificación y que sirvió para el bautizo se deja debajo de la misma mesa donde se produjo la iniciación, hasta que ella se consuma, es decir, se volatilice.

Un santo puede cabalgar sobre una persona sin haber sido llamado, lo puede hacer hasta en un niño. Mas, en ese caso no se manifestará tal cual es ni hablará hasta que no se fundamente La mambó Elena nos refirió que este fenómeno le sucedió a ella a los nueve años y sus padres se oponían a realizar la iniciación. En ese caso el luá estaba como mudo. Después de iniciada, la señora tuvo que esperar a estar fuerte, dura, preparada para atender o en condiciones para "recibir" el espíritu y "entonces fue que éste habló y así pasé [nos refiere ella] a ser mambó .

Como es natural, el dominio de estos seres y del culto voduista en su conjunto no se puede obtener si no es mediante un largo proceso de preparación y entrenamiento, en el que se comprende la instrucción y asesoría por experimentados oficiantes de esta religión. Éstos transmitirán no sólo conocimientos al iniciado sino también habilidades y mañas que desarrollaran sus capacidades para hacer que se posesionen de él los luases y que lleguen a comunicarse verbalmente, lo cual hacen invariablemente en la lengua créole.

El bautizo o "lavado de cabeza" constituye el punto culminante de la iniciación.

En este hecho existen detalles del culto voduista en Cuba muy diferentes a los de República Dominicana. Aquí se emplean una jarra con agua azucarada, la palangana cuyo contenido es un líquido mezclado y una vela; como hemos dicho más arriba, con ese líquido lustral se frota la frente del iniciado y se le derrama en sus manos, al mismo tiempo que se reza. Después de realizadas estas últimas operaciones, procede a partir un huevo cuyo contenido es derramado en su cabeza, con lo cual "el santo" queda bautizado.

Veamos cómo se realiza esto actualmente en República Dominicana:

Una parte importante del bautizo lo constituye la rotura de un huevo sobre la cabeza del iniciado, frotándose su contenido sobre la cabeza que luego se sumergirá en una tina y se le echará abundante refresco rojo y agua con muchas hierbas diferentes. A continuación se coloca una

paloma blanca encima de la cabeza, que luego se deja ir libremente. Terminado el ceremonial del bautizo, entra el nuevo "caballo de misterios" en el primer trance, es un estado de suspensión sensorial o letargo en el cual los "seres" se manifiestan a través de éste.

Se habla de "subir", pues se entiende que los seres suben de la tierra hacia el cerebro del médium en donde se alojan. A partir de ese momento se convierte en un "caballo de misterios", que estará en la obligación de servir para siempre a los "seres" sin poder arrepentirse de este compromiso.

Hay santos que constituyen parte de una herencia familiar, por ejemplo, se transmiten de padres a hijos o de otros familiares a parientes muy cercanos. Según algunos de nuestros informantes, éstos son los únicos luases que no sufren todo el proceso iniciático que acabamos de bosquejar, sino sólo una parte de él. En efecto, cuando ellos "llegan", en vez de utilizar el huevo , se emplea agua azucarada para amansarlos, nunca ron porque los enfurecerá o pondrá más inquietos. Si generan algún tipo de violencia, se conversa con ellos para persuadirlos de que su actitud bruta es incorrecta; se les invita a que hablen o pidan lo que deseen, tratando de averiguar la causa de su actitud , que muchas veces se debe a que no se les ha realizado determinado “cumplimiento”. El espíritu, generalmente, le responde al sacerdote dándole a conocer su índole y su deseo o intención de alojarse en la cabeza del familiar en el cual hizo acto de posesión.

Antes de concluir, someteremos a análisis dos consideraciones. La primera se refiere al fondo filosófico de la actitud de aquellos que deciden iniciarse en religión; creemos que en el proceso y en los existe la misma actitud que en los hombres del mundo antiguo en el que existió una "forma de iniciación que pudiéramos llamar esotérica, pues estaba ligada a un pequeño grupo. Así las religiones de misterio (Eleusis, culto de Atis, o de Mitra, etc.) iniciaban a sus neófitos con el bautizo, la presentación de los símbolos sagrados de la divinidad y, frecuentemente con una comida sacramental que se consideraba como puerta de entrada a la inmortalidad". En el vodú y en esta religión antigua hay evidentes puntos de coincidencia como podrá apreciarse, comparando el contenido de la cita anterior con lo que acabamos de describir más arriba. No creo que en nuestros practicantes voduistas haya un deseo consciente de hacerse inmortales al ponerse en relación con los luases pero si de adquirir un poder que los sitúa por encima del resto de los hombres que lo rodean, en tanto los invulnerabiliza

La segunda consideración se refiere a las coincidencias existentes entre la iniciación en el vodú y en la regla de ocha. A modo de ejemplificación, solamente voy a referirme a la ceremonia de consagración de un babalao descrita por Lourdes López. En ella hay los siguientes puntos de coincidencia:


  1. el iniciado es confinado durante varios días para evitar todo contacto con el mundo circundante;

  2. la parte principal de la ceremonia tiene lugar en un cuarto sagrado, donde el iniciado lleva las pertenencias rituales relativas a orichas o santos;

3) se realiza un acto de purificación, que incluye un baño con un omiero o líquido lustral;

4) se presentan animales que serán sacrificados más tarde las divinidades implicadas;

5) se le hace un conjunto de operaciones en la cabeza con el fin de prepararla para recibir al oricha en que se iniciará la persona (en el caso del babalao, el oricha es Orula );

6) se produce la posesión del iniciado por parte de la divinidad en que se inició;

7) hay sesiones de instrucción del iniciado en todo lo concerniente a la jerarquía a la que accede; y

8) finalmente, el iniciado queda facultado para laborar en concordancia con el poder —en ocha se le denomina aché— que el santo o el oricha le otorga de ahora en adelante. |

Si hurgamos más en la forma de la iniciación de otros sistemas mágico-religiosos, podríamos encontrar analogías como las señaladas más arriba. La información suministrada por la investigadora Gladys González Bueno en su breve artículo

"Una ceremonia de iniciación en regla de palo" confirma este último aserto. El acto de "rayamiento en palo", como también conoce la iniciación en esta regla, se efectúa en el más absoluto secreto, en un recinto sagrado y en él también se produce una especie de purificación o baño que se le realiza a quien se va a iniciar; posteriormente, éste es aislado del mundo circundante. Como en vodú y ocha, se sacrifican animales y se ingieren bebidas alcohólicas. Concluida la parte fundamental del rito -cuyo centro lo constituyen las incisiones practicadas en el cuerpo del "juramentado"—, se le "da de comer a la prenda” o nganga y, al conjuro de cantos y bailes propios de esta religión, pueden producirse actos de posesión.



COMIDAS


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