una teoría particularmente importante (la teoría de Einstein de la relatividad general).
Desgraciadamente, no todas las historias científicas tienen un final feliz. Otros
científicos no pudieron duplicar los resultados de Weber, lo intentaran como lo
intentasen, y la creencia general fue la de que los gravitones siguen sin poder
detectarse. No obstante, los físicos confían lo suficiente en la teoría como para estar
seguros de que existen. Son partículas con una masa de 0, una carga de 0 y un espín
de 2, y son asimismo bosones. Los gravitones no han sido tampoco enumerados entre
los leptones.
Fotones y gravitones no tienen antipartículas; o, más bien, cada cual posee su propia
antipartícula. Una forma de visualizarlo es imaginarse un papel doblado por la mitad y
que, tras ser desplegado, presenta una arruga que corre por su centro. Si se coloca un
pequeño círculo a la izquierda de la arruga, y otro a igual distancia a la derecha, los
mismos representarán un electrón y un positrón. El fotón y el gravitón podrían hallarse
268
a la derecha del doblez.
Neutrinos y antineutrinos
Hasta ahora, pues, parece que existen dos leptones: el electrón y el positrón. Los
físicos podrían haberse contentado con esto; no parecía existir una abrumadora
necesidad de nada más, excepto que sí existía esa necesidad. Había complicaciones
relacionadas con la emisión de partículas beta por los núcleos radiactivos.
La partícula emitida por un núcleo radiactivo, por lo general lleva una considerable
cantidad de energía. ¿Y de dónde procede esa energía? Es creada por la conversión en
energía de una pequeña parte de la masa del núcleo; en otras palabras, el núcleo
siempre pierde un poco de masa en el acto de expeler la partícula. Los físicos se han
visto durante mucho tiempo turbados por el hecho de que, a menudo, la partícula beta
emitida en una desintegración del núcleo no alberga energía suficiente para tener en
cuenta la cantidad de masa perdida por el núcleo. En realidad, los electrones no eran
igualmente deficitarios. Emergían con un amplio espectro de energías, y el máximo
(conseguido por muy pocos electrones), era casi correcto, pero todos los demás no
llegaban a alcanzarlo en mayor o menor grado. Ni tampoco era necesaria una
concomitancia de emisión de partículas subatómicas. Las partículas alfa emitidas por
un nucleido particular poseían iguales energías en cantidades inesperadas. En ese
caso, ¿qué era erróneo en la emisión de partículas beta? ¿Qué había sucedido con la
energía perdida?
En 1922, Lise Meitner se hizo por primera vez esta pregunta, y, hacia 1930, Niels Bohr
estaba dispuesto a abandonar el gran principio de conservación de la energía, al
menos en lo concerniente a partículas subatómicas. En 1931, Wolfgang Pauli sugirió
una solución para el enigma de la energía desaparecida. Tal solución era muy simple:
junto con la partícula beta del núcleo se desprendía otra, que se llevaba la energía
desaparecida. Esa misteriosa segunda partícula tenía propiedades bastante extrañas.
No poseía carga ni masa. Lo único que llevaba mientras se movía a la velocidad de la
luz era cierta cantidad de energía. A decir verdad, aquello parecía un cuerpo ficticio
creado exclusivamente para equilibrar el contraste de energías.
Sin embargo, tan pronto como se propuso la posibilidad de su existencia, los físicos
creyeron en ella a pies juntillas. Y esta certeza se intensificó al descubrirse el neutrón y
al saberse que se desintegraba en un protón y se liberaba un electrón, que, como en la
decadencia beta, portaba insuficientes cantidades de energía. Enrico Fermi dio a esta
partícula putativa el nombre de «neutrino», palabra italiana que significa «pequeño
neutro».
El neutrón dio a los físicos otra prueba palpable de la existencia del neutrino. Como ya
hemos dicho, casi todas las partículas describen un movimiento rotatorio. Esta rotación
se expresa, más o menos, en múltiplos de una mitad según la dirección del giro. Ahora
bien, el protón, el neutrón y el electrón tienen rotación y una mitad. Por tanto, si el
neutrón con rotación de una mitad origina un protón y un electrón, cada uno con
rotación de una mitad, ¿qué sucede respecto a la ley sobre conservación del momento
angular? Aquí hay algún error. El protón y el electrón totalizan una unidad con sus
rotaciones (si ambas rotaciones siguen la misma dirección) o cero (si sus rotaciones
son opuestas); pero sus rotaciones no pueden sumar jamás una mitad. Sin embargo,
por otra parte, el neutrino viene a solventar la cuestión. Supongamos que la rotación
del neutrón sea + 1/2. Y admitamos también que la rotación del protón sea + 1/2, y la
del electrón, - 1/2, para dar un resultado neto de 0. Demos ahora al neutrino una
rotación de + 1/2, y la balanza quedará equilibrada.
+ 1/2 (n) = + 1/2 (p) - 1/2 (e) + 1/2 (neutrino)
Pero aún queda algo por equilibrar. Una sola partícula (el neutrón) ha formado dos
partículas (el protón y el electrón), y, si incluimos el neutrino, tres partículas. Parece
más razonable suponer que el neutrón se convierte en dos partículas y una
antipartícula. En otras palabras: lo que realmente necesitamos equilibrar no es un
neutrino, sino un antineutrino. (El propio neutrino surgiría de la conversión de un
269
protón jen un neutrón. Así, pues, los productos serían un neutrón j(partícula), un
positrón (antipartícula) y un neutrino (partícula)]! Esto también equilibra la balanza.
11 En otras palabras, la existencia de neutrinos y antineutrinos debería salvar no una,
sino tres, importantes leyes de conservación: la de conservación de la energía, la de
conservación del espín y la de conservación de partículas/antipartículas» Es importante
conservar esas leyes puesto que parecen estar presentes en toda clase de reacciones
nucleares que no impliquen electrones o positrones, y sería muy útil si también se
hallasen presentes en reacciones que incluyesen esas partículas.
Las más importantes conversiones protón-neutrón son las relacionadas con las
reacciones nucleares que se desarrollan en el Sol y en los astros. Pjsr consiguiente, las
estrellas emiten radiaciones rápidas de neutrinos, y se calcula que tal vez pierdan a
causa de éstos el 6 u 8 % de su energía., Sin embargo, esto es cierto sólo para
estrellas tales como nuestro Sol. En 1961, el físico americano Hong Yi Chiu manifestó
que cuando se elevan las temperaturas centrales de un astro,
pueden ser importantes las reacciones productoras de neutrinos adicionales. Cuando
una estrella, en su curso evolutivo, progresa hacia un centro de temperatura cada vez
más elevada (véase capítulo 2), los neutrinos le arrebatarán su energía en proporción
creciente Esto tiene una gran importancia. El método habitual de transmitir energía —
mediante los fotones— es lento. Los fotones mantienen una interacción con la materia
y se abren camino desde el centro del Sol hacia la periferia, tras innumerables series
de absorciones y reemisiones. Por consiguiente, aunque la temperatura, en el centro
del Sol, sea de 15.000.000° C, su superficie está sólo a 6.000° C. La sustancia solar es
un buen aislante del calor.
Sin embargo, los neutrinos no mantienen virtualmente interacción con la materia. Se
ha calculado que el neutrino corriente podría atravesar 100 años luz de plomo sólido
sin que sus probabilidades de resultar absorbido superaran el 50 %. Esto significa que
el neutrino formado en el centro del Sol parte instantáneamente, a la velocidad de la
luz, para alcanzar, sin interferencias, la superficie del astro en menos de tres
segundos, y proseguir su veloz trayectoria. (Cualquier neutrino lanzado en nuestra
dirección, nos atravesará sin afectarnos en forma alguna. Así ocurrirá siempre, día y
noche, pues con la oscuridad, cuando la masa terrestre se interpone entre nosotros y
el Sol, los neutrinos pueden atravesar fácilmente tanto la Tierra como nuestros
cuerpos.)
Según calcula Chiu, cuando se alcanza la temperatura central de unos 6.000.000.000°
C, casi toda la energía del astro se deposita en los neutrinos. Éstos parten al instante,
llevándose consigo la energía, y el centro solar se enfría de un modo drástico. Tal vez
sea esto lo que determine la catastrófica contracción, que luego se manifiesta en forma
de una supernova.
Rastreando el neutrino
\Cualquier conversión neutrón-protón origina antineutrinos/ mas por ahora no se sabe
que éstos actúen en las vastas proporciones que conducen a esos aludes de neutrinos
procedentes de cada estrella.!;Las fuentes más importantes de antineutrinos son la
radiactividad natural y la fisión del uranio) (a las cuales nos referiremos más
detenidamente en el capítulo 10).
Naturalmente, los físicos no se dieron por satisfechos hasta encontrar el rastro del
neutrino. El científico no se siente feliz mientras haya de aceptar como artículo de fe
los fenómenos o leyes de la Naturaleza. Pero, ¿cómo detectar una entidad tan
nebulosa cual el neutrino, un objeto sin masa ni carga y prácticamente sin tendencia
alguna a la interpretación con la materia corriente?
Sin embargo, aún quedaba una leve esperanza. Y si bien parecen extremadamente
reducidas, no son nulas las probabilidades de que un neutrino reaccione ante cualquier
partícula. El atravesar cien años luz de plomo sin experimentar modificación, se
considera como un promedio; pero ciertos neutrinos reaccionarán con una partícula
270
antes de alcanzar semejante distancia, y algunos —una proporción ínfima, casi
inconcebible, del número total— detendrán su carrera ante el equivalente de 2,5 mm
de plomo.
En 1953, un equipo de físicos dirigido por Clyde L. Cowan y Frederick Reines, del «Los
Alamos Scientific Laboratory», intentaron abordar lo «casi imposible». Instalaron los
aparatos para detectar neutrinos junto a un inmenso reactor de fisión de la Atomic
Energy Commission, a orillas del río Savannah, en Georgia. El reactor proporcionaría
corriente de neutrones, que liberarían aludes de antineutrinos, o al menos así se
esperaba. Para capturarlos, los investigadores emplearon grandes tanques de agua. El
plan consistió en dejar que los antineutrinos bombardearan los protones (núcleos de
hidrógeno) dentro del agua, al objeto de poder detectar así los resultados cuando un
protón capturara un antineutrino.
1¿Qué sucedería? Cuando el neutrón se desintegra, desprende un protón, un electrón y
un antineutrino.j Ahora bien, la absorción del antineutrino por el protón debería
originar, fundamentalmente, lo contrario. Es decir, el protón debería convertirse en
neutrón al emitir un positrón en el proceso. Así, pues, sería preciso estar atento a dos
acontecimientos: 1." La creación de neutrones. 2." La creación de positrones. Para
detectar los neutrones, se disolvería un compuesto de cadmio en el agua, pues cuando
el cadmio absorbe los neutrones, emite rayos gamma de energía característica. Y los
positrones se podrían identificar por su interacción aniquiladora con los electrones, lo
cual originaría otra especie de rayos gamma. Si los instrumentos de los investigadores
detectaran esos rayos gamma de energías tan reveladoras, con el intervalo exacto, se
podría tener la certeza de que habrían captado los antineutrinos.
Los investigadores pusieron a punto sus ingeniosos artificios detectores y esperaron
pacientemente hasta 1956, en que lograron capturar el antineutrino. Hacía entonces
veinticinco años que Pauli había descubierto la partícula. Los periódicos, e incluso
algunas revistas especializadas, lo llamaron, simplemente, «neutrino».
Para llegar hasta el auténtico neutrino necesitamos alguna fuente rica en neutrinos. Y
la idónea es, evidentemente, el Sol. ¿Qué sistema puede emplearse para detectar el
neutrino como elemento opuesto al antineutrino? Se perfila una posibilidad —según
cierta sugerencia del físico italiano Bruno Pontecorvo— con el cloro 37, que representa,
aproximadamente, 1/4 de todo el cloro contenido en los átomos. Su núcleo posee 17
protones y 20 neutrones. Si uno de esos neutrones absorbe un neutrino, se transforma
en protón (y desprende un electrón). Entonces, el núcleo tendrá 18 protones y 19
neutrones, y será el argón 37.
Para constituir un blanco aceptable de neutrones-cloro se podría usar el cloro líquido;
pero se trata de una sustancia muy corrosiva y tóxica; además, si se quiere mantener
líquida, se ha de resolver un problema de refrigeración. En su lugar podemos utilizar
compuestos orgánicos que contengan cloro; para este propósito es adecuado el
tetracloroetileno.
En 1956, el físico americano Raymond R. Davis tendió dicha «trampa» al neutrino,
para demostrar que existe realmente una diferencia entre el neutrino y el antineutrino.
Suponiendo que ambas partículas fueran distintas, la «trampa» detectaría sólo
neutrinos, no antineutrinos. Cuando fue montada junto a un reactor de fisión en
condiciones que le permitieran detectar antineutrinos (suponiendo que éstos fuesen
idénticos a los neutrinos), no los detectó.
Luego se intentó detectar los neutrinos del Sol. Para ello, se empleó un enorme tanque
con 450.000 litros de tetracloroetileno. Se instaló en una profunda mina de Dakota del
Sur, o sea, que encima había la tierra suficiente para absorber cualesquiera partículas
que llegaran del Sol, excepto los neutrinos. (Así, pues, nos encontramos ante la
peregrina situación de que es preciso zambullirse en las entrañas de la Tierra para
poder estudiar el Sol.) Aquel tanque permaneció expuesto a los neutrinos solares
durante varios meses, para que el argón 37 tuviera tiempo de acumularse en cantidad
apreciable. Luego se llenó el tanque hasta el borde con helio, se mantuvo así veintidós
horas y se determinó la minúscula cantidad de argón 37. En 1968 se detectaron los
271
neutrinos solares, pero en una cantidad inferior a la mitad de lo que se había supuesto,
según las teorías actuales acerca de lo que ocurre en el interior del Sol. Ahora bien,
para esto se requieren unas técnicas experimentales enormemente laboriosas, y,
además, en este sentido nos hallamos todavía en los comienzos.
Interacción nuclear
Nuestra lista de partículas subatómicas comprende ahora I diez: cuatro partículas
masivas (o hartones, de una palabra / griega que significa «pesado») —el protón, el
neutrón, el antiprotón y el antineutrón—; cuatro leptones —el electrón, el ¡positrón, el
neutrino y el antineutrino— y dos bosones: el / fotón y el gravitón. Y, sin embargo, no
eran suficientes, por (lo que los físicos decidieron seguir adelante. Las atracciones
ordinarias entre protones y electrones aislados, o repulsiones entre dos protones y dos
electrones, pueden explicarse con facilidad como el resultado de las interacciones
electromagnéticas. La forma en que dos átomos se mantienen unidos, o dos
moléculas, se explica por las interacciones electromagnéticas: la atracción de los
núcleos cargados positivamente respecto de los electrones exteriores.
Mientras se creyó que el núcleo atómico estaba compuesto por protones y electrones,
pareció razonable dar por supuesto que la interacción electromagnética —la atracción
conjunta entre protones y electrones— sería suficiente para explicar asimismo cómo se
mantenían unidos los núcleos. Sin embargo, una vez que fue aceptada la teoría
protón-neutrón de la estructura nuclear, se produjo en 1930 la sorprendente
comprobación de que no existía una explicación para lo que mantiene unido al núcleo.
Si los protones fuesen las únicas partículas cargadas presentes, en ese caso la
interacción electromagnética estaría representada por una muy fuerte repulsión entre
los protones que eran impulsados rígidamente unos contra otros en el diminuto núcleo.
Cualquier núcleo atómico debería explotar con tremenda fuerza desde el instante en
que se formó (si es que pudo formarse en primer lugar).
De forma clara, debería hallarse implicada alguna forma de interacción, algo mucho
más fuerte que la interacción electromagnética y capaz de sobreimponerse a la misma.
En 1930, la única otra interacción conocida era la interacción gravitatoria, que es
mucho más débil que la interacción electromagnética, y que puede, en realidad,
dejarse de lado al tomar en consideración los acontecimientos subatómicos, por lo que
nadie reparó en ello. No, debía de existir una interacción nuclear, alguna desconocida
hasta aquel momento, pero que fuese muy fuerte.
La fuerza superior de la interacción nuclear puede demostrarse a través de la siguiente
consideración. Los dos electrones de un átomo de helio pueden eliminarse del núcleo
por la aplicación de 54 electronvoltios de energía. Esa cantidad de energía es suficiente
para hacer frente a una fuerte manifestación de interacción electromagnética.
Por otra parte, el protón y el neutrón constituyen un deuterón, con los enlaces más
débiles de todos los núcleos y que requiere 2 millones de electronvoltios para su
desintegración. Teniendo en cuenta el hecho de que las partículas en el interior del
núcleo se hallan mucho más cerca unas de otras que los átomos en el interior de una
molécula, sigue siendo razonable llegar a la conclusión de que la interacción nuclear es
130 veces superior a la interacción electromagnética. ¿Pero, cuál es la naturaleza de
esa interacción nuclear? La primera pista fructífera llegó en 1932, cuando Werner
Heisenberg sugirió que los protones se mantenían unidos a través de unas fuerzas de
intercambio. Describió a los proto! nes y neutrones en el núcleo como intercambiando
continuamente identidad, por lo que, cualquier partícula dada, es en primer lugar un
protón, luego un neutrón, a continuación un protón, etc. Este proceso debe mantener
el núcleo estable de , la misma forma que se sujeta una patata caliente arrojándola
con rapidez de una mano a otra. Antes de que el protón se «dé cuenta» (por así
decirlo) de que es un protón y trate de escapar de sus protones vecinos, se ha
convertido en un neutrón y se queda donde se encontraba. Naturalmente, sólo puede
lograrlo si esos cambios tienen lugar con extraordinaria rapidez, digamos en el
intervalo de una billonésima de una billonésima de segundo.
272
Otra forma de contemplar esta interacción consiste en imaginarse a dos partículas que
intercambian una tercera. Cada vez que la partícula A emite la partícula de
intercambio, se mueve hacia atrás para conservar la inercia. Cada vez que la partícula
B acepta la partícula de intercambio, se ve empujada hacia atrás por idéntica razón.
Mientras la partícula de intercambio rebota de atrás adelante, las partículas A y B se
separan más y más, hasta que parecen experimentar una repulsión. Si, por otra parte,
la partícula de intercambio se mueve alrededor al modo de un bumerán, desde detrás
de la partícula A hasta detrás de la partícula B, en ese caso ambas partículas serán
impulsadas más íntimamente la una contra la otra y parecerán experimentar una
atracción.
Según la teoría de Heisenberg, todas las fuerzas de atracción y repulsión serían el
resultado de partículas de intercambio. En el caso de la atracción y repulsión
electromagnética, la partícula de intercambio es el fotón; y en el caso de la atracción
gravitacional (al parecer no existe repulsión en la interacción gravitatoria), la partícula
de intercambio será el graviten.
Tanto el fotón como el graviten carecen de masa, y es al parecer por esa razón que el
electromagnetismo y la gravitación constituyen fuerzas que disminuyen sólo con el
cuadrado de la distancia y, por lo tanto, se sienten a través de enormes huecos.
La interacción gravitacional y la interacción electromagnética son interacciones a larga
distancia y, según sabemos hasta hoy, las únicas de este tipo que existen.
La interacción nuclear —dando por supuesto que exista— no puede ser una de este
tipo. Debería ser muy fuerte dentro del núcleo, para que el núcleo siguiese existiendo,
pero era virtualmente indetectable en el exterior del núcleo, o en otro caso ya se
hubiera descubierto hace mucho tiempo. Por lo tanto, la fuerza de la interacción
nuclear disminuía con gran rapidez con la distancia. Cada vez que se dobla la distancia,
debe disminuir a 1/100 de lo que era, más bien que meramente un 1/4, como en el
caso de las interacciones electromagnética y gravitatoria. Por esta razón, no actuaría
ningún intercambio de partículas sin masa.
El muón
En 1935, el físico japonés Hideki Yukawa intentó analizar ) matemáticamente el
problema. Su razonamiento llevó a este resultado: la transferencia alternativa de
cargas entre protón y neutrón debe correr a cargo de una partícula que posea cierta
masa. Dicha masa se podría calcular tomando como base el alcance del campo de
fuerza nuclear —evidentemente, un alcance muy parco, pues no se dejaba sentir más
allá del ultramicroscópico núcleo—. La masa estaría en razón inversa al alcance: a
mayor masa, menor alcance. Resultó que la masa de la partícula apropiada figuraba en
algún lugar entre las masas del protón y el electrón. Yukawa estimó que sería 200 o
300 veces mayor que la masa de un electrón,
Escasamente un año después se descubrió esa partícula tan especial. En el California
Institute of Technology, Cari Anderson (descubridor del positrón), cuando examinaba
las huellas dejadas por unos rayos cósmicos secundarios, halló un rastro muy corto,
más curvilíneo que el del protón y menos que el del electrón. En otras palabras, la
partícula en ; cuestión tenía una masa intermedia. Pronto se detectaron otros rastros
semejantes, y las partículas recibieron el nombre de «mesotrones» o «mesones», para
abreviar.
Más tarde se descubrió otra partícula perteneciente a este tipo de masa intermedia,
que recibió el nombre de «mu mesón», «mesón mu» o «muón» («mu» es una letra del
alfabeto griego; hoy se emplea ya casi todo este alfabeto para denominar partículas
subatómicas). Como en el caso de las partículas citadas anteriormente, el muón
presenta dos variedades: positiva y negativa.
El muón negativo, que tiene 206,77 veces más masa que el electrón (y, por tanto, una
novena parte del protón) es la partícula; el muón positivo es la antipartícula. El muón
negativo y el muón positivo corresponden, respectivamente, al electrón y al positrón.
273
Por cierto que en 1960 se hizo evidente que el muón negativo era idéntico al electrón
en todos los aspectos, excepto en la masa. Era, pues, un «electrón pesado».
Asimismo, el muón positivo era un «positrón pesado».
Hasta ahora no se ha podido explicar esta identidad, pese a ser tan real, que los
muones negativos pueden remplazar a los electrones en el átomo para formar
«átomos muón». Asimismo, los muones positivos remplazan a los positrones en la
antimateria.
Los muones positivos y negativos se aniquilarán entre sí, y tal vez giren antes
brevemente en torno a un centro común de fuerza: lo mismo cabe decir de los
electrones positivos y negativos. Sin embargo, en 1960 el físico americano Vernon
Willard Hughes descubrió una situación mucho más interesante. Detectó un sistema en
que el electrón giraba alrededor de un muón positivo; lo denominó «muonio» (el
positrón que gira alrededor de un muón negativo sería el «antimuonio»).
El átomo muonio (si se nos permite llamarlo así) es análogo al hidrógeno 1, en el cual
el electrón gira en torno a un protón positivo, y ambos son similares en muchas de sus
propiedades. Aunque los muones y electrones parecen ser idénticos, si se exceptúa la
masa, esta diferencia de masas basta para evitar una verdadera oposición entre el
electrón y el muón positivo, de forma que ninguno de ellos aniquilará al otro. Por
consiguiente, el muonio no tiene la inestabilidad característica del positronio. El muonio
resiste más tiempo, y resistiría indefinidamente —siempre y cuando no fuese
perturbado desde el exterior— si no fuera porque el muón es mucho menos resistente.
Apenas transcurridas dos millonésimas de segundo aproximadamente, el muón se
desmorona, y el átomo muonio deja de existir.
He aquí otro punto de similitud: así como las partículas pesadas pueden producir
electrones más antineutrinos —como cuando un neutrón se convierte en protón—, o
positrones más neutrinos (como cuando un protón se convierte en neutrón), esas
mismas partículas pesadas pueden mantener una interacción para formar muones
negativos más antineutrinos, o muones positivos más neutrinos. Durante largos años,
los físicos dieron por supuesto que los neutrinos que acompañaban a los electrones y
positrones eran idénticos a los que iban unidos a los muones negativos y positivos. Sin
embargo, en 1962, se comprobó que los neutrinos no pasaban nunca al otro campo,
por así decirlo; el neutrino del electrón no emprendía jamás una interacción que
condujera a formar un muón, y, por su parte, el neutrino del muón tampoco procedía
en el mismo sentido respecto a formar un electrón o un positrón.
Resumiendo: los físicos se encontraron con dos pares de partículas sin cargas ni
masas: el antineutrino del electrón y el neutrino del positrón, más el antineutrino del
muón negativo y neutrino del muón positivo. ¿Cuál sería la diferencia entre los dos
neutrinos y entre los dos antineutrinos? De momento no puede decirse nada en este
sentido, pero no cabe duda de que son diferentes. Los muones difieren de los
electrones y positrones en otro aspecto: el de la estabilidad. El electrón o positrón
abandonado a su propia suerte, permanece invariable indefinidamente. En cambio, el
muón es inestable y se desintegra al cumplirse las dos millonésimas de segundo, que
es su promedio de vida. El muón negativo se desintegra para formar un electrón (más
un antineutrino de la variedad electrón y un neutrino de la variedad muón), mientras
que el muón positivo hace lo mismo, aunque a la inversa, o sea, da un positrón, un
electrón-neutrino y un muón-antineutrino.
Cuando un muón se desintegra, forma un electrón (o positrón) con menos de 1 /200
de su masa, y un par de neutrinos que carecen en absoluto de masa. ¿Pero, qué
sucede con el 99,5 por ciento restante de la masa? De una forma clara, se convierte en
energía que puede emitirse como fotones o consumirse en formación de otras
partículas.
A la inversa, si se concentra la suficiente energía en un diminuto volumen de espacio,
en ese caso en vez de formarse un par electrón-positrón, se formará un par más
hinchado; un par parecido al par electrón-positrón, excepto por el hinchamiento de
energía que hace las veces de masa. La adherencia de una masa extra al electrón o
274
positrón básico no es muy fuerte, por lo que el muón es inestable y rápidamente se
despoja de esa masa y se convierte en un electrón o positrón.
El tauón
Naturalmente, si se concentra mayor energía en un pequeño volumen, se formará un
electrón más masivo. En California, Martin L. Perl empleó un acelerador que aplastaba
electrones con elevada energía en positrones también de alta energía. En 1974, se
detectó la prueba de semejante electrón superpesado. Se le denominó electrón tau
(tau es otra letra del alfabeto griego) y, para abreviar, frecuentemente se le llama
tauón.
Como cabía esperar, el tauón tiene una masa 17 veces mayor que la del muón y, por
lo tanto, es 3.500 veces más masivo que un electrón. De hecho, el tauón es el doble
de / masivo que un protón o un neutrón. A pesar de su masa, el tauón es un leptón,
excepto por su masa e inestabilidad, i puesto que posee todas las propiedades de un
electrón. Con i toda su masa, cabía esperar que fuese mucho más inestable que el
muón, y así es. El tauón dura sólo una billonésima de 1 segundo, antes de
desintegrarse en un muón (y luego en un electrón).
Naturalmente, existe un tauón positivo y un tauón negativo, y los físicos dan por
supuesto que asociado con ellos hay una tercera clase de neutrino y antineutrino,
aunque en realidad aún no han sido detectados.
La masa del neutrino
En la actualidad se conocen doce leptones, como ya hemos visto: el electrón negativo
y positivo (este último constituye el positrón), el muón positivo y negativo, el tauón
positivo y negativo, el electrón neutrino y antineutrino, el muón neutrino y
antineutrino, y el tauón neutrino y antineutrino. De una forma clara se hallan divididos
en tres niveles (o como los físicos dicen ahora sabores). Existe el electrón y el asociado
neutrino y sus antipartículas; el muón y su asociado neutrino y sus antipartículas; y el
tauón y su asociado neutrino y sus antipartículas.
Dado que existen esos tres sabores, no hay razón para que no pueda haber otros. Es
posible que si la cantidad de energía a mano se incrementase indefinidamente, se
formarían más y más sabores de leptones, cada uno con mayor masa y más inestable
que el precedente. Aunque no existe un límite teórico al número de sabores, en
realidad, debe haber un límite práctico. Llegado el momento, será sencillo tomar toda
la energía del Universo para formar un leptón de un nivel particularmente elevado, no
pudiéndose llegar más allá; una partícula así sería tan inestable que su existencia
carecería de significado en cualquier sentido.
Si nos confinamos a los tres sabores conocidos en la actualidad, el misterio de los
neutrinos resulta desconcertante. ¿Cómo puede haber tres pares fermión sin masa y
sin carga, cada uno de ellos claramente diferente en tanto tienen lugar las
interacciones de partículas y, sin embargo, sin ninguna propiedad particular al parecer?
Tal vez exista una propiedad distintiva, pero no la hemos buscado de modo apropiado.
Por ejemplo, los tres sabores del neutrino se supone que poseen masa cero y, por lo
tanto, se mueven siempre a la velocidad de la luz. Sin embargo, supongamos que cada
sabor de neutrino tiene una masa muy pequeña, diferente de la de los otros dos. En
ese caso, sus propiedades, naturalmente, serían levemente diferentes de uno a otro.
Por ejemplo, cada uno viajaría levemente por debajo de la velocidad de la luz, y la
cantidad a la que disminuiría esa velocidad, sería algo diferente en cada uno de ellos.
Existen razones teóricas para discutir, en tal caso, que cualquier neutrino, mientras
viaja, cambia su identidad, siendo un electrón-neutrino a veces, un muón-neutrino en
otras ocasiones, o bien hasta un tauón-neutrino en otros momentos. Esos cambios
representan oscilaciones de neutrino, sugerido por primera vez como una posibilidad
en 1963 por un grupo de físicos japoneses.
275
En los últimos años 1970, Frederick Reines, uno de los detectadores originales del
neutrino, junto con Henry W. Sobel y Elaine Pasierb, de la Universidad de California,
lograron hacer una prueba al respecto. Emplearon unos 1.000 kilogramos de un agua
pesada muy pura y los bombardearon con neutrinos procedentes de uranio fisionado.
Este proceso debería producir sólo electrón-neutrinos.
Los neutrinos pueden originar uno u otro de esos acontecimientos. Un neutrino golpea
la combinación protón-neutrón del pesado núcleo de hidrógeno en el agua pesada,
desintegrándolo y prosiguiendo el movimiento. Se trata de una reacción de corriente
sin carga, y cualquiera de los sabores de neutrino puede llevarlo a cabo. En segundo
lugar, el neutrino, al golpear contra la combinación protón-neutrón, induce un cambio
del protón en un neutrón, originando un electrón; en este caso, el neutrino deja de
existir. Se trata de una reacción de corriente con carga, y sólo lo consigue el electrónneutrino.
Se puede calcular cuántos de esos tipos de sucesos tendrían lugar si los neutrinos no
oscilasen y permaneciesen sólo como electrón-neutrinos, y cuántos si los neutrinos
oscilasen y algunos cambiasen. En 1980, Reines anunció que su experimento parecía
demostrar la existencia de la oscilación del neutrino. (Digo «parecía» porque el
experimento se encontró muy cerca del límite de lo detectable, y porque otros
experimentadores que han comprobado este asunto han informado no haber detectado
signos de dicha oscilación.)
El asunto continúa dudoso, pero experimentos realizados por físicos de Moscú,
implicando un punto que no tiene nada que ver con oscilaciones, parecen mostrar que
el electrón-neutrino posee una masa de, posiblemente, hasta 40 electrón-voltios. Esto
le daría una masa de 1/13.000 de la de un electrón, por lo que no hay que extrañarse
de que dicha partícula haya pasado por carente de masa.
Si Reines está en lo correcto, pues, y existe una oscilación de neutrino, ello explicaría
la escasez de neutrinos procedentes del Sol, que ya he mencionado al principio de este
capítulo y que resulta tan intrigante para los científicos. El mecanismo utilizado por
Davis para detectar neutrinos solares, sólo daría un electrón-neutrino. Si los neutrinos
emitidos por el Sol oscilasen, en ese caso llegarían a la Tierra en una mezcla de tres
sabores tal vez en iguales cantidades, por lo que no hay que maravillarse de que sólo
detectemos una tercera parte de los neutrinos que esperábamos.
Así, también, si los neutrinos tienen una pequeña cantidad de masa, aunque sólo sea
el 1/13.000 de un electrón, en ese caso habría muchos neutrinos en el espacio, y todos
ellos juntos harían posible calcular que se encuentran muy lejos de aventajar a todos
los protones y neutrones. Más del 99 por 100 de la masa del Universo estaría
compuesta por neutrinos, y podrían fácilmente representar la «masa perdida» de la
que he hablado en el capítulo 2. En realidad, existiría la suficiente masa de neutrinos
en el Universo para cerrarlo y asegurar que, en su momento, la expansión se detendría
y el Universo comenzaría a contraerse de nuevo.
Todo esto si Reines está en lo cierto. Pero todavía no lo sabemos.
HADRONES Y QUARKS
Dado que el muón es una especie de pesado electrón, no puede tratarse del cemento
nuclear que Yukawa estaba buscando. Los electrones no se encuentran dentro del
núcleo, y por lo tanto tampoco estaría el muón. Esto se descubrió que era cierto sobre
una base puramente experimental, mucho antes de que se sospechase la próxima
identidad del muón y del electrón; los muones, simplemente, no mostraban tendencia
a interactuar con los núcleos. Durante algún tiempo, la teoría de Yukawa parecía
tambalearse.
Piones y mesones
Sin embargo, en 1947 el físico británico Cecil Frank Powell descubrió otro tipo de
mesón en las fotografías de los rayos cósmicos. Era un poco más masivo que el muón
276
y demostró poseer 273 veces más masa que un electrón. El nuevo mesón fue llamado
mesón pi o pión.
El pión se observó que reaccionaba fuertemente con los núcleos y que se trataba
precisamente de la partícula predicha por Yukawa. (Yukawa fue recompensado por el
premio Nobel de Física en 1949, y Powell lo recibió en 1950.) Asimismo, existía un pión
positivo que actuaba como una fuerza de intercambio entre protones y neutrones, y
aparecía también la correspondiente antipartícula, el pión negativo, que llevaba a cabo
un servicio similar para los antiprotones y antineutrones. Ambos son de vida más corta
que los muones; tras una vida media de un 1/40 de microsegundo, se desintegraban
en muones, más neutrinos de la variedad muón. (Y, naturalmente, el muón se
desintegra ulteriormente para dar electrones y neutrinos adicionales.) Existe también
un pión sin carga, que es su propia antipartícula. (Es decir, en otras palabras, sólo
existe una variedad de esa partícula.) Es en extremo inestable, y se desintegra en
menos de una cuatrillonésima de segundo para formar un par de rayos gamma. A
pesar del hecho de que un pión «pertenece» al interior del núcleo, rodeará fugazmente
un núcleo antes de interactuar con el mismo, algunas veces, para formar un átomo
piónico, como se detectó en 1951. Asimismo, cualquier par de partículas negativa y
positiva o sistemas de partículas puede lograrse que giren unas en torno de otras; en
los años 1960, los físicos estudiaron cierto número de «átomos exóticos» evanescentes
a fin de conseguir alguna noción acerca de los detalles de la estructura de la partícula.
Los piones fueron los primeros descubiertos de toda una clase de partículas, que han
sido agrupadas como mesones. Las mismas no incluyen al muón, aunque fue la
primera partícula conocida a la que se dio el nombre. Los mesones interactúan
fuertemente con los protones y neutrones (figura 7.8), mientras que los muones no lo
hacen así, por lo que han perdido de esta manera su derecho a verse incluidos en el
grupo.
277
Como ejemplo de partículas diferentes al pión y que sean miembros del grupo, existen
los mesones-K, o kayones. Fueron detectados por primera vez en 1952 por dos físicos
polacos, Marian Danysz y Jerzy Pniewski. Son unos 970 veces más masivos que un
electrón y, por tanto, poseen casi la mitad de la masa de un protón o neutrón. El
kayón se presenta en dos variedades, un kayón positivo y un kayón sin carga, y cada
uno de ellos posee una antipartícula asociada con el mismo. Naturalmente, son
inestables y se desintegran en piones en más o menos un microsegundo.
Baríones
Por encima del mesón se encuentran los bariones (un término que ya he mencionado
antes), que incluye el protón y el neutrón. Hasta los años 1950, el protón y el neutrón
fueron los únicos especímenes conocidos. Sin embargo, a principios de 1954, fueron
descubiertas una serie de partículas aún más masivas (a veces llamadas hiperones).
Son las partículas del barión las que han proliferado en particular en años recientes, de
hecho, y el protón y el neutrón son los más ligeros de una amplia variedad.
Existe una ley de conservación del número bariónico, y los físicos han descubierto que,
en todas las desintegraciones de partículas, el número neto de bariones (es decir,
bariones menos antibariones) sigue siendo el mismo. La desintegración es siempre de
una partícula más masiva a otra menos masiva, y esto explica el porqué el protón es
estable y es el único barión en ser estable. Tiene lugar en los bariones más ligeros. Si
se desintegra, debería cesar de ser un barión y así infringiría la ley de conservación del
278
número barión. Por la misma razón, un antiprotón es estable porque es el antibarión
más ligero. Naturalmente, un protón y un antiprotón pueden enzarzarse en una mutua
aniquilación puesto que, tomados juntos, constituyen un barión más un antibarión para
un número de barión neto de cero.
(Existe asimismo una ley de conservación del número leptónico, que explica por qué el
electrón y el positrón son los únicos leptones estables. Son los leptones menos
masivos y no pueden descomponerse en algo más simple sin violar esa ley de
conservación. En realidad, electrones y positrones tienen una segunda razón para no
desintegrarse. Son las partículas menos masivas que pueden poseer una carga
eléctrica. Si se desintegrasen en algo más simple, perderían la carga eléctrica, algo
prohibido por la ley de conservación de carga eléctrica. Se trata en efecto de una ley
más extraña que la de conservación del número bariónico, como veremos, puesto que
los electrones y positrones son, en cierto sentido, más estables que los protones y
antiprotones o, por lo menos, deberían ser más estables.)
Los primeros bariones en descubrirse más allá del protón y neutrón recibieron nombres
griegos. Existe la partícula lambda, la partícula sigma y la partícula xi. La primera se
presentó en una variedad, una partícula neutra; la segunda en tres variedades,
positiva, negativa y sin carga; la tercera en dos variedades, negativa y sin carga. Cada
una de las mismas tiene una partícula asociada, lo cual hace un total de doce
partículas. Todas son en extremo inestables; ninguna puede vivir más allá de una
centésima de microsegundo, más o menos; y algunas, como la partícula sigma sin
carga, se desintegran tras una centésima de billonésima de microsegundo.
La partícula lambda, que carece de carga, puede remplazar un neutrón en un núcleo
para formar un hipernúcleo, una entidad que dura menos de una milmillonésima de
segundo. La primera en descubrirse fue en un núcleo de hipertritio compuesto de un
protón, un neutrón y una partícula lambda. Fue localizada entre los productos de
radiación cósmica por Danysz y Pniewski en 1952. En 1963, Danysz informó de
hipernúcleos que contenían dos partículas lambda. Y lo que es más, los hiperones
negativos pueden remplazar electrones en la estructura atómica como se informó por
primera vez en 1968. Tales electrones masivos de remplazo giran en torno del núcleo
en unas zonas tan próximas como para pasar en realidad su tiempo dentro de las
regiones exteriores nucleares.
Pero todas éstas son partículas comparativamente estables; viven el tiempo suficiente
para ser detectadas directamente y ser recompensadas con facilidad con una vida
media y personalidad propia. En los años 1960, la primera de toda una serie de
partículas fue detectada por Álvarez (que recibió el premio Nobel de Física en 1968
como resultado de todo ello). Todas tenían una vida tan breve que su existencia sólo
puede deducirse a partir de la necesidad de contar sus productos de desintegración.
Sus vidas medias se encuentran en el orden de una billonésima de billonésima de
segundo, y uno llega a preguntarse si son realmente partículas individuales o
meramente una combinación de dos o más partículas, que realizan una pausa para
conocerse unas a otras antes de centellear.
Estas entidades de vida ultrabreve se llaman partículas de resonancia, y, en cuanto los
físicos comenzaron a tener a su disposición cada vez mayores cantidades de energía,
continuaron produciendo cada vez más partículas, hasta 150, y aún se conocieron
más. Todas se encontraban entre los mesones y los bariones, y esos dos grupos fueron
reunidos como hadrones (de una palabra griega que significa voluminoso). Los
leptones siguen teniendo unos modestos tres sabores, cada uno conteniendo una
partícula, antipartícula, neutrino y antineutrino.
Los físicos quedaron tan desolados con la multiplicidad de los hadrones como les había
pasado a los químicos con la multiplicidad de los elementos un siglo antes. Cada vez
fue creyéndose más que los hadrones debían estar compuestos de partículas más
simples. A diferencia de los leptones, los hadrones no tenían puntos sino unos
diámetros definidos, no muy grandes, en realidad, sólo alrededor de 25 billonésimas
de centímetro, pero esto no es un punto.
279
En los años 1950, el físico estadounidense Robert Hofstadter investigó núcleos con
electrones en extremo energéticos. Los electrones no interactuaban con los núcleos
sino que rebotaban; a partir de estos rebotamientos, Hofstadter llegó a la conclusión
acerca de la estructura del hadrón y, en su momento, demostraron ser inadecuadas,
pero constituyeron un buen principio. Como resultado de todo ello, compartió el
premio Nobel de Física en 1961.
La teoría quark
Una cosa que parecía necesaria radicaba en una especie de tabla periódica para
partículas subatómicas, algo que las agrupase en familias formadas por un núcleo
básico de miembros o miembros con otras partículas que son estados de excitación de
esos miembros básicos o miembros (tabla 7.1).
Algo de esta especie se propuso en 1961 por parte del físico norteamericano Murray
Gell-Mann y por el físico israelí Yuval Ne'emen, que trabajaban de forma
independiente. Se colocaron juntos grupos de partículas en una hermosa pauta
simétrica que dependía de varias propiedades: una pauta que Gell-Mann denominó de
ocho pliegues, pero a la que formalmente se le denomina SU n.° 3. En particular, uno
de tales agrupamientos necesita una partícula más para completarse. Esa partícula,
para encajar en el grupo, debería tener una masa particular y una serie particular de
otras propiedades.
La combinación no era probablemente una por partícula. Sin embargo, en 1964, una
partícula (la omega menos) fue detectada exactamente con la serie de propiedades
predichas y, en años sucesivos se detectó docenas de veces. En 1971 se detectó su
antipartícula, la antiomega menos.
Aunque los bariones se dividieron en grupos, y se estableció una tabla periódica
subatómica, aún siguieron existiendo diferentes partículas para proporcionar a los
físicos el ansia de encontrar algo todavía más simple y fundamental. En 1964,
GellMann, tras haberse esforzado en elaborar la forma más simple de tener en cuenta
280
todos los bariones con un número mínimo de las más fundamentales partículas
subbariónicas, presentó la noción de quark. Le dio este nombre porque vio que sólo
tres quarks en combinación eran necesaríos para componer un barión, y que diferentes
combinaciones de los tres quarks resultaban necesarios para componer todos los
bariones conocidos. Esto le recordó una frase de Finnegan's Walke, de James Joyce:
«Tres quarks para Musther Mark.»
A fin de tener en cuenta las conocidas propiedades de los bariones, los tres quarks
diferentes han de tener propiedades específicas propias. La propiedad más asombrosa
era una carga eléctrica fraccionaria. Todas las partículas conocidas debían poseer una
no carga eléctrica, o una carga eléctrica igual a un múltiplo exacto del electrón (o
positrón). Las cargas conocidas, en otras palabras, eran O, + 1, - 1, + 2, - 2, etc. El
sugerir unas cargas fraccionarias resultaba algo tan raro, que la noción de Gell-Mann
tuvo que enfrentarse con una fuerte resistencia inicial. Pero el hecho de que
consiguiera explicar tantas cosas, le proporcionó una respetuosa audiencia, luego
muchos partidarios y después el premio Nobel de Física en 1969.
Gell-Mann empezó, por ejemplo, con dos quarks, que en la actualidad se llaman quark
ascendente y quark descendente. Esos ascendente y descendente no tienen un
significado real, sino sólo una forma extravagante de describirlos. (Los científicos, en
particular los jóvenes, no deben ser considerados gente monótona y máquinas
mentales sin emotividad. Tienden a ser amigos de la broma, y en ocasiones tan
ingenuos como un novelista medio o un camionero.) Sería mejor denominarlos quark-u
y quark-d.
El quark-u tiene una carga de + 2/3 y el quard-d otra de - 1/3. También puede haber
un antiquark-u, con una carga de - 2/3, y un antiquark-d con una carga de + 1/3.
Dos quarks-u y un quark-d tendrían una carga de + 2/3, + 2/3 y - 1/3 —un total de +
1— y, en combinación, formarían un protón. Por otra parte, dos quarks-d y un quark-u
tendrían una carga de - 1/3, - 1/3 y + 2/3 —un total de O— y, en combinación,
formarían un neutrón.
Tres quarks se unirían siempre de tal forma que la carga total constituiría un entero.
Así, dos antiquarks-u y un antiquark-d tendrían una carga total de - 1, y formarían un
antiprotón, mientras que dos antiquarks-d y un antiquark-u tendrían una carga total
de O y formarían un antineutrón. Y lo que es más, los quarks se mantendrían juntos
con tanta firmeza, gracias a la interacción nuclear, que los científicos han sido
incapaces hasta ahora de desintegrar protones y neutrones para constituir quarks
separados. En realidad existen sugerencias de que la atracción entre quarks aumenta
con la distancia, por lo que no existe una forma concebible de desintegrar un protón o
neutrón, por lo que no puede nunca detectarse, lo cual hace de la iconoclasta noción
de GellMann un poco más fácil de aceptar.
Esos dos quarks son insuficientes para dar cuenta de todos los bariones, o de todos los
mesones (que están compuestos por combinaciones de dos quarks). Por ejemplo, Gell-
Mann sugirió originariamente que un tercer quark, el que ahora se llama quark-s. La s
sería por sideways (en inglés, «de lado», para enlazar con ascendente y descendente),
pero con más frecuencia se le hace derivar, en inglés, de strangeness (raro), porque
debe emplearse para tener en cuenta la estructura de ciertas llamadas partículas
extrañas, y extrañas porque han existido durante un tiempo muy prolongado antes de
desintegrarse como se esperaba.
No obstante, llegado el momento los físicos que investigaban la hipótesis quark
decidieron que los quarks deberían existir a pares. Si había un quark-s, debería de
haber un quark compañero, al que llamaron quark-c. Esa c, en inglés, no es por
companion (compañero), sino de charm (encanto). En 1974, un físico norteamericano,
Burton Richter, y otro, Samuel Chao Chung Ting, que trabajaban de forma
independiente, en altas energías, aislaron partículas que poseían las propiedades que
requería el quark-c, es decir, esas partículas con «encanto». Como resultado de ello,
ambos compartieron el premio Nobel de Física en 1976.
281
Los pares de quarks son sabores; y, en cierto sentido, se adecúan a los sabores leptón.
Cada sabor de un quark tiene cuatro miembros —por ejemplo el quark-u, el quark-d, el
antiquark-u y el antiquark-d—, como cada sabor de los leptones tiene cuatro
miembros: por ejemplo, el electrón, el neutrino, el antielectrón y el antineutrino. En
cada caso, existen tres sabores conocidos: electrón, muón y tauón entre los leptones;
quarks u y d, quarks s y c y, finalmente, quarks t y b. El quark-t y el quark-b son por
las palabras inglesas top (arriba) y bottom (abajo), según la formulación usual, pero
en plan más frivolo, derivan de las palabras inglesas truth (verdadero) y beauty
(bello). Los quarks, al igual que los leptones, parecen ser partículas de tamaño
puntual, y fundamentalmente carecen de estructura (pero no podemos estar seguros,
puesto que ya hemos sido engañados a este respecto, primero por el átomo y luego
por el protón). Y es posible que en ambos casos, exista un número indefinido de
sabores, si podemos tener más y más energía para gastarla en detectarlos.
Una enorme diferencia entre leptones y quarks radica en que los leptones tienen
cargas enteras, o ninguna en absoluto y que no se combinan, mientras que los quarks
poseen cargas fraccionarias y, aparentemente, sólo existen en combinación.
Los quarks se combinan según ciertas reglas. Cada sabor y diferente de quarks
procede de tres variedades de propiedad: una propiedad que los leptones no poseen.
Esta propiedad se llama (sólo metafóricamente) color, y las tres variedades se
denominan roja, azul y verde.
Cuando los quarks se unen tres a la vez para formar un barión, un quark debe ser
rojo, otro azul y otro verde, careciendo la combinación de color, o ser blanca. (Ésta es
la razón para eso del rojo, el azul y el verde; en el mundo que nos rodea, como, por
ejemplo, en la pantalla del televisor, esa combinación daría blanco.) Cuando los quarks
se unen dos a la vez para formar un mesón, uno tendrá un color particular, y el otro el
anticolor particular correspondiente, para que la combinación de nuevo dé el color
blanco. (Dos leptones carecen de color, siendo ya para empezar blancos.)
El estudio de las combinaciones del quark está aún tan en sus inicios que el color no se
detecta nunca en el producto final, como las cargas eléctricas fraccionarias tampoco lo
son, y se denomina a esto cromodinámica cuántica, utilizando la palabra cromo de una
voz griega que significa «color». (Este término deriva también de una moderna teoría
de las interacciones electromagnéticas que ha tenido éxito, y a la que se denomina
electrodinámica cuántica.)
Cuando los quarks se combinan lo hacen a través de una partícula de intercambio, que
siempre oscila hacia delante y hacia atrás, y que sirve para mantenerlos unidos. A esta
partícula de intercambio se la llama gluón, por razones obvias, teniendo en cuenta que
en inglés la palabra gluón deriva de glue («pegamento»). Los gluones sí poseen color,
lo cual añade más complicaciones al asunto y pueden mantenerse unidos para formar
un producto llamado glueballs (bolas de pegamento).
Aunque los hadrones no pueden separarse para formar quarks aislados (dos en el caso
de los mesones, tres en el caso de los bariones), existen más formas indirectas de
demostrar la existencia del quark. Los quarks podrían formarse por rascamiento si se
concentrase la suficiente energía en un pequeño volumen, o aplastando juntas unas
corrientes muy enérgicas de electrones y positrones (las suficientes para formar un
tauón).
Los quarks producidos de esta forma se combinarían instantáneamente en hadrones y
antihadrones que saldrían en direcciones opuestas. Si hubiese la suficiente energía,
habría tres corrientes que formarían un trébol de tres hojas: hadrones, antihadrones y
gluones. El trébol de dos hojas ya ha sido formado y, en 1979, se anunciaron
experimentos en los que una rudimentaria tercera hoja estaba empezando a formarse.
Esto es una fuerte confirmación de la teoría de los quarks.
CAMPOS
Cada partícula que posee masa constituye la fuente de un campo gravitatorio que se
282
extiende hacia delante en todas direcciones de una forma indefinida, decreciendo la
intensidad del campo en proporción al cuadrado de la distancia desde la fuente.
La intensidad del campo es increíblemente pequeña en lo que se refiere a las partículas
individuales, tan pequeñas que, para todos los intentos y propósitos, el campo puede
ignorarse cuando se estudian las interacciones de las partículas. Sin embargo existe
una clase de masa, y la interacción gravitatoria entre dos partículas parece siempre
constituir una atracción.
Y lo que es más, donde un sistema consiste de muchas partículas, el campo
gravitatorio, desde un punto fuera del sistema, parece ser la suma de todos los
campos individuales de todas las partículas. Un objeto como el Sol o la Tierra se
comporta como si tuviese un campo en la intensidad que cabría esperar, si el mismo
consistiese de una partícula que contuviese toda la masa del cuerpo localizada en el
centro de gravedad del mismo. (Esto es precisamente cierto sólo si el cuerpo es
perfectamente esférico y de una densidad uniforme, o de una densidad variable donde
las variaciones se extienden hacia fuera desde el centro en una exacta simetría
esférica; y todo esto es casi verdad en objetos como el Sol o la Tierra.)
El resultado es que el Sol, y en menos extensión la Tierra, poseen campos
gravitatorios de una enorme intensidad, y ambos pueden interactuar, atrayéndose
mutuamente, y permanecer firmemente unidos incluso separados por una distancia de
150 millones de kilómetros. Los sistemas de galaxias pueden mantenerse unidos
aunque estén esparcidos en unas distancias de millones de años-luz, y si el Universo ,
empieza a contraerse de nuevo, lo hará así a causa de la fuerza de la gravedad a
través de una distancia de miles de millones de años-luz.
Cada partícula que posee una carga eléctrica es la fuente de un campo
electromagnético que se extiende hacia delante en todas direcciones indefinidamente,
decreciendo la intensidad del campo en proporción al cuadrado de la distancia a /
partir de la fuente. Cada partícula que posee tanto masa como carga eléctrica (y no
existe carga eléctrica sin masa) constituye la fuente de ambos campos.
Interacción electromagnética
El campo electromagnético es varios billones de billones de billones de veces más
intenso que el campo gravitatorio en el caso de cualquier partícula individual dada. Sin
embargo, existen dos clases de carga eléctrica, positiva y negativa, y el campo
electromagnético exhibe a un tiempo atracción y repulsión. Donde las dos clases de
carga están presentes en números iguales, las cargas tienden a neutralizarse
mutuamente y no está presente ningún campo electromagnético fuera del sistema.
Así, los átomos intactos normales están constituidos a partes iguales de cargas
posjtivas y negativas y, por lo tanto, son eléctricamente neutras.
Donde una carga u otra está presente en exceso, un campo electromagnético está
presente, pero la atracción mutua de las cargas opuestas hace seguro que cualquier
exceso presente en una dirección u otra es microscópicamente pequeña hasta el punto
que los campos electromagnéticos donde están presentes no pueden compararse en
intensidad con los campos gravitatorios de los cuerpos del tamaño de un gran
asteroide o más allá. De este modo, Isaac Newton, que trató sólo con la interacción
gravitatoria, pudo dar una explicación satisfactoria de los movimientos de los cuerpos
del Sistema Solar, que se extendió para incluir los movimientos de las estrellas y de
las galaxias.
La interacción electromagnética no puede, de todos modos, ignorarse y desempeña un
papel en la formación del Sistema Solar, en la transferencia del momento angular
desde el Sol a los planetas y, probablemente, en algunas de las intrigantes
manifestaciones de los anillos de pequeñas partículas que giran en torno de Saturno,
pero se trata de refinamientos comparativamente pequeños.
Cada hadrón (mesones y bariones y sus quarks constituyentes) es la fuente de un
campo que se extiende hacia delante en todas direcciones de una forma indefinida, y la
283
intensidad del campo decrece tan rápidamente con la distancia que no puede por sí
misma ser útilmente notada a distancias mayores que el diámetro de un núcleo
atómico. Un campo así, aunque en extremo importante dentro de un núcleo, o
cualesquiera otras dos partículas veloces que se rozan mutuamente a distancias
nucleares, puede ignorarse a grandes distancias. Un campo así no desempeña ningún
papel en los movimientos generales de los cuerpos astronómicos, pero es importante,
por ejemplo, en consideración a los acontecimientos en los núcleos de las estrellas.
Los leptones son también la fuente de un campo que sólo se siente a distancias
nucleares. Asimismo, el ámbito de este campo es aún más corto que el campo del
hadrón. No excluyen ambos campos nucleares, pero son muy diferentes no sólo en el
tipo de partícula a la que están asociados, sino en sus intensidades. El campo del
hadrón es, partícula por partícula, 137 veces más fuerte que el campo
electromagnético. El campo del leptón es sólo una billonésima del campo
electromagnético. El campo del hadrón, por lo tanto, es denominado usualmente como
de fuerte interacción, y el campo del leptón como de interacción débil. (Recuérdese
que la interacción débil, aunque débil en comparación con lo fuerte de la interacción
electromagnética, es aún de 10.000 billones de billones de veces más potente que la
interacción gravitatoria.)
Esas cuatro interacciones, por lo que sabemos hasta ahora, se refieren a la conducta
de todas las partículas y, a través de las mismas, de toda la conducta medible de
cualquier clase. (Naturalmente, decir que esas interacciones tienen que ver con toda la
conducta medible no significa, ni con mucho, que podamos ya comprender toda la
conducta medible. El hecho de que se pueda saber que una compleja ecuación
matemática tenga solución, no significa que se pueda encontrar necesariamente la
solución.)
La interacción débil fue primero abordada matemáticamente en 1934 por Fermi, pero
durante las décadas siguientes continuó siendo la menos conocida de las cuatro
interacciones. Por ejemplo, las cuatro interacciones deben intercambiar partículas por
intermedio de las interacciones. Existe el fotón para las interacciones
electromagnéticas, el gravitón para la interacción gravitatoria, el pión para la potente
interacción al nivel protón-neutrón, y el gluón para la fuerte interacción al nivel del
quark. Algunas de tales partículas, llamada partícula-W (naturalmente esa W es por la
voz inglesa weak, es decir, «débil»), deben existir para la interacción débil; pero,
durante medio siglo, esa partícula-W ha seguido mostrándose elusiva.
Las leyes de conservación
Existe asimismo la cuestión de las leyes de conservación que fijan las reglas por las
que se puede juzgar qué interacciones de partículas son posibles y cuáles no y, por lo
tanto, de una forma más general, qué puede suceder en el Universo y qué no puede
ocurrir. Sin las leyes de conservación, los acontecimientos en el Universo serían
anárquicos y del todo incomprensibles.
Los físicos nucleares manipulan hoy doce leyes de conservación más o menos. Algunas
son leyes ya familiares de la Física decimonónica: conservación de la energía,
conservación del momento, conservación del momento angular y conservación de la
carga eléctrica. En cambio, otras leyes de conservación resultan menos familiares:
conservación de la rareza, conservación del número barión, conservación del espín
isotópico, etc.
Las interacciones fuertes parecen seguir todas estas leyes de conservación. Hacia
principios de la década de 1950, los físicos dieron por supuesto que tales leyes eran
universales e irrevocables. Pero no lo son, como se vio después. En el caso de
interacciones débiles, se han violado algunas leyes de conservación.
La ley de conservación que sufrió mayor quebranto fue la «conservación de paridad».
La paridad es una propiedad estrictamente matemática que no podemos describir en
términos concretos; bástenos decir que la misma implica una función matemática
relacionada con las ondas características de una partícula y su posición en el espacio.
284
La paridad tiene dos valores posibles: «impares» y «pares». Tengamos presente esto:
la clave de todo radica en que se ha conceptuado la paridad como una propiedad
básica que, a semejanza de la energía o el momento, sigue las leyes de conservación,
es decir, que en cualquier reacción o cambio se retiene la paridad. Así, pues, cuando
las partículas emprenden interacciones para formar nuevas partículas, la paridad debe
de mantener el equilibrio en ambos miembros de la ecuación —así se creía—, tal como
lo hacen los números de masa, o los números atómicos, o el momento angular.
Ilustremos este punto. Si una partícula de paridad impar y otra de paridad par
emprenden una interacción para formar dos partículas más, una de estas partículas
debe tener paridad impar, y la otra, par. Si dos partículas de paridad impar forman dos
nuevas partículas, éstas deben ser, a la vez, impares o pares. Y, a la inversa, si una
partícula de paridad par se desintegra para formar dos partículas, ambas deben tener
paridad par o impar. Si forma tres partículas, las tres tendrán paridad par, o bien
tendrá una paridad par, y las otras dos, impar. (El lector verá esto con más claridad si
considera que los números pares e impares siguen reglas similares. Por ejemplo, un
número par sólo puede ser la suma de dos números pares o de dos impares, pero
nunca de un número par y otro impar.)
Las complicaciones empezaron cuando se descubrió que el mesón K se desintegraba, a
veces, en dos mesones pi (cuyo resultado era la paridad par, puesto que el mesón pi
tiene paridad impar), mientras que otras veces daba origen a tres mesones pi (de lo
cual resultaba una paridad impar). Los físicos dedujeron que había dos tipos de
mesones K: uno, de paridad par, y otro, de paridad impar, que fueron denominados,
respectivamente, «mesón theta» y «mesón tau».
Ahora bien, aparte el resultado de la paridad, ambos mesones eran idénticos: la misma
masa, la misma carga, la misma estabilidad, todo lo mismo. Costaba mucho creer que
hubiese dos partículas que tuvieran exactamente las mismas propiedades. ¿No serían
ambas la misma partícula, y el hecho de considerarlas distintas se debería a que
hubiese algo erróneo en la idea de la conservación de la paridad? Precisamente
hicieron esta sugerencia en 1956, dos jóvenes físicos chinos que trabajan en Estados
Unidos: Tsung Dao Li y Chen Ning Yang, los cuales adujeron que, si bien la
conservación de la paridad se mantenía en las interacciones fuertes, quizá perdiera su
vigencia en las débiles, tales como la decadencia de los mesones K.
Al analizar matemáticamente dicha posibilidad, les pareció que si quedaba anulada la
conservación de la paridad, las partículas afectadas en interacciones débiles deberían
mostrar «identificación manual», lo cual sugirió por primera vez el físico húngaro
Eugene Wigner (fig. 7.9.). Permítaseme explicar esto.
285
Nuestras manos están opuestas. Se puede considerar la una como imagen virtual de la
otra: en un espejo, la derecha parece la izquierda. Si todas las manos fueran
absolutamente simétricas, la imagen virtual no diferiría de la real y no habría que
hacer la distinción de mano «derecha» y mano «izquierda». Pues bien, apliquemos
esto a un grupo de partículas que emitan electrones. Si los electrones se dispersan
uniformemente en todas direcciones, la partícula de referencia no mostrará
«identificación manual». Pero si casi todos ellos tienden a seguir una dirección
determinada —digamos hacia arriba y no hacia abajo—, la partícula será asimétrica,
mostrará «identificación manual». Si viéramos las emisiones en un espejo, la dirección
predominante aparecería invertida.
Por tanto, fue preciso observar una serie de partículas que emitieran electrones en una
interacción débil (por ejemplo, unas partículas que se debilitan por la emisión beta),
para comprobar si los electrones escapaban en una determinada dirección. Para
realizar este experimento, Li y Yang solicitaron la ayuda de una doctora en Física
experimental, de la Universidad de Columbia: Chien-Shiung Wu.
La doctora hizo los preparativos para establecer las condiciones requeridas. Todos los
átomos emisores de electrones deberían estar alineados en la misma dirección, si se
quería detectar un sentido uniforme de emisión. Se hizo así por medio de un campo
magnético, y se mantuvo el material a una temperatura cercana al cero absoluto.
Al cabo de cuarenta y ocho horas, el experimento dio su respuesta. Sin duda alguna,
los electrones habían sido emitidos de forma asimétrica. La conservación de la paridad
no se cumplía en las interacciones débiles. El «mesón theta» y el «mesón tau» eran
una misma partícula y se desintegraban a veces con la paridad par y, en ocasiones,
con la impar. Nuevos experimentadores confirmaron el fracaso de la paridad en este
sentido. Los citados físicos, Li y Yang, recibieron el premio Nobel de Física en 1957.
Si la simetría falla en las interacciones débiles, quizá lo haga también en otras
circunstancias. Al fin y al cabo, el Universo, como un todo, puede ser diestro o zurdo.
Como alternativa, puede haber dos universos: uno, zurdo, y otro, diestro; uno,
compuesto de materia, y otro, de antimateria.
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Los físicos miran hoy con nuevo escepticismo las leyes de conservación en general. A
semejanza de la paridad, cualquiera de ellas podría ser aplicada en ciertas condiciones
y no en otras.
La paridad, después de su caída, fue combinada con la conjugación de carga, otra
propiedad matemática asignada a las partículas subatómicas, que gobiernan su status
como partícula o antipartícula, y se habló de las dos como conservación CP, una ley de
conservación más profunda y más general que la de conservación de paridad (P), o de
sólo la conservación de la carga de conjugación (C). (Esta clase de cosas no carece de
precedentes. Como veremos en el capítulo siguiente, la ley de conservación de masas
conduce a la más profunda y general ley de la conservación de masa-energía.)
Sin embargo, la conservación CP demostró ser también inadecuada. En 1964, dos
físicos estadounidenses, Val Logsden Fitch y James Watson Cronin, mostraron que la
conservación CP era, en raras ocasiones, también violada en interacciones débiles. El
asunto de la dirección del tiempo (T) se añadió por lo tanto, y la gente habla ahora de
simetría CPT. Por su trabajo, Fitch y Cronin compartieron el premio Nobel de Física de
1980.
Una teoría de campo unificado
¿Por qué debería haber cuatro campos diferentes, cuatro formas diferentes en las que
interactuarían las partículas? Naturalmente, podría existir cualquier número, pero la
urgencia de la simplicidad se halla profundamente engranada en el punto de vista
científico. Si deben ser cuatro (o cualquier otro número), ¿no podría ser que todos
constituyesen aspectos diferentes de un único campo, de una única interacción? Y si es
así, la forma mejor de demostrarlo sería hallar alguna clase de relación matemática
que las expresase todas, y que iluminase de este modo algunos aspectos de sus
propiedades que, de otro modo, permanecerían oscuras. Por ejemplo, hace un
centenar de años, Maxwell elaboró una serie de ecuaciones matemáticas que se
adecuaban a las labores tanto de la electricidad como del magnetismo, y mostraron
que constituían dos aspectos de un único fenómeno, al que ahora llamamos campo
electromagnético. ¿No podríamos ahora llegar más lejos?
Einstein comenzó a trabajar en una teoría unificada de campo, en una época en que
sólo eran conocidos los campos electromagnético y gravitatorio. Pasó décadas en esta
tarea y fracasó; y mientras trabajaba, se descubrieron dos campos de corto alcance, y
la tarea aún se convirtió en más ardua.
Sin embargo, a finales de los años 1960, el físico norteamericano Steven Weinberg y el
físico británico-paquistaní, Abdus Salam, trabajando independientemente, imaginaron
un tratamiento matemático que cubría tanto el campo electromagnético como el
campo débil, y los dos juntos fueron denominados campo electrodébil. Este
tratamiento fue luego elaborado por el físico norteamericano Sheldon Lee Glashow,
que había sido compañero de clase de Weinberg en la escuela superior. La teoría hizo
necesaria que tanto las interacciones electromagnéticas como las interacciones de
partículas en que la carga eléctrica no se intercambiase. Algunas de las mismas, no
conocidas previamente, se demostró que existían exactamente como se había predicho
cuando se buscaban: una poderosa pieza de convicción en favor de la nueva teoría.
Weinberg, Salam y Glashow compartieron todos el premio Nobel de Física de 1979.
La teoría electrodébil proporcionó detalles de cómo deberían ser las perdidas partículas
de intercambio de la interacción débil (partículas que habían sido buscadas en vano
durante medio siglo). No debería haber exactamente una partícula-W, sino tres
partículas: una W+ una W-, algo etiquetado como Z0 o, en otras palabras, una
partícula positiva, otra negativa y una tercera neutra. Y lo que es más aún, algunas de
las propiedades podrían especificarse si la teoría electrodébil era correcta. Deberían ser
80 veces más masivas que los protones, por ejemplo, una propiedad relacionada con
que hubiese sido tan elusiva. Cuesta una enorme energía el llevarlas a la existencia y
hacerlas detectables. Además, esas grandes masas conllevan el que la interacción débil
sea de poco radio de acción, lo cual hace improbable que esas partículas se
aproximasen mutuamente lo suficiente como para que la interacción tuviese lugar, lo
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cual se hallaría relacionado con el hecho de que la interacción débil fuese mucho más
débil que la fuerte.
Sin embargo, en 1983 los físicos tenían a su disposición energías suficientemente
elevadas para la tarea, y las tres partículas fueron al fin detectadas, y asimismo con la
masa prevista. Esto logró que la teoría electrodébil acabase de encajar.
Mientras tanto, el mismo esquema matemático que parecía cubrir tanto el campo
electromagnético como el campo débil, fue considerado por muchos físicos suficiente
asimismo para el campo fuerte (con algunas complicaciones añadidas). Se han
avanzado algunas formas de realizarlo así. Si la teoría electrodébil es una teoría
unificada, cabría incluir el campo fuerte así como una gran teoría unificada, abreviada
por lo general GUTs (porque hay más de una).
Si el campo fuerte ha de quedar bajo la sombrilla del GUT, se vería que deben existir el
intercambio de partículas ultramasivas requerido más allá de los gluones, y no menos
de doce de ellos. Dado que tienen mayor masa que los W y los Z, serían más difíciles
de detectar, y no existen esperanzas de que se consiga en un plazo breve. Deben ser
de un ámbito más corto que cualquier cosa que se haya considerado hasta ahora. El
radio de acción de esas partículas de intercambio ultramasivas del campo fuerte es
inferior a una trillonésima del diámetro del núcleo atómico.
Ahora bien, si esas partículas ultramasivas de intercambio existen, es posible que una
de ellas pasase de un quark a otro dentro de un protón. Tal paso puede destruir a uno
de los quarks, convirtiéndole en un leptón. Con uno de los quarks desaparecido, el
protón se convertiría en un mesón, que llegado el momento podría descomponerse en
un positrón.
Sin embargo, a fin de que el intercambio tuviese lugar, los quarks (que son partículas
puntuales) deberían pasar lo suficientemente cerca una de otra para encontrarse
dentro del radio de acción de esas partículas de intercambio ultramasivas. Por
increíblemente pequeño que sea ese ámbito, incluso dentro de los próximos confines
del protón, resulta improbable semejante aproximación.
En realidad, se ha calculado que la necesaria aproximación tendría lugar tan raramente
que un protón quedaría destruido sólo después de 1011 años de existencia, de
promedio. Esos numerosos años representan 600 millones de billones de veces la
existencia total del Universo hasta este momento.
Como es natural, se trata de una vida media. Algunos protones podrían vivir mucho
más que eso y hacerse aún más breves. Incluso si pudiesen estudiarse los suficientes
protones, cierto número de tal desintegración de protón tendría lugar cada segundo.
Por ejemplo, puede haber una desintegración de 3 mil millones de protones en los
océanos de la Tierra cada segundo. (Esto parece muchísimo, pero es una cantidad del
todo insignificante, naturalmente, en comparación con el número total de protones en
el océano.)
Los físicos están ansiosos de detectar tales desintegraciones y de diferenciarlas con
claridad de otros acontecimientos similares que puedan tener lugar en unos números
muy superiores. Si puede detectarse la desintegración, constituiría una pieza poderosa
de convicción en favor de los GUTs, pero, en el caso de las ondas gravitatorias, la
detección requerida se halla en el mismo límite de lo posible, y puede llevar
considerable tiempo establecer este asunto de un modo u otro.
Las teorías relacionadas con esas nuevas unificaciones pueden emplearse para
elaborar los detalles de la gran explosión con la que comenzó el Universo. Al parecer,
en el mismo comienzo, cuando el Universo había existido durante menos de una
millonésima de billonésima de segundo, y era más tenue que un protón y tenía una
temperatura de billones de billones de billones de grados, existía sólo un campo y sólo
una clase de interacción de partículas. A medida que el Universo se expandió, y la
temperatura disminuyó, los diferentes campos se «congelaron».
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Así nos podemos imaginar la Tierra tan en extremo caliente, que no sería nada más
que una esfera gaseosa con toda clases de átomos diferentes mezclándose
desigualmente, por lo que cada porción del gas tendría las mismas propiedades que
otra cualquiera. Sin embargo, a medida que el gas se enfrió, las diferentes sustancias
se separarían, al principio como líquidos y, llegado el momento, constituirían una
esfera de sustancias muy diferentes y que existirían por separado.
Sin embargo, hasta ahora la interacción gravitatoria ha demostrado ser intransigente.
No parecía existir forma de incluirla bajo la sombrilla de la clase de matemáticas
elaborada por Weinberg y los demás. La unificación que derrotó a Einstein hasta ahora
ha derrotado asimismo a todos sus sucesores.
Incluso de antemano, los GUTs han producido algo en extremo interesante. Los físicos
se han preguntado cómo el big bang daría origen a un Universo tan apelmazado como
para tener galaxias y estrellas. ¿Por qué una cosa más simple que no se extendería en
una vasta neblina de gases y polvo en todas direcciones? Y en ese mismo sentido, ¿por
qué el Universo ha de poseer semejante densidad que no pueda estarse seguro de si
es abierto o cerrado? Puede ser claramente abierto (curvado negativamente) o cerrado
(curvado positivamente). Y en vez de eso es casi plano.
Un físico norteamericano, Alan Guth, en los años 1970, empleó los GUTs para razonar
que, cuando la gran explosión tuvo lugar, se produjo un período inicial de una
expansión en extremo rápida o inflación. En tal universo inflacionario, la temperatura
descendió con tal rapidez que no hubo tiempo para que los diferentes campos se
separasen o para que se formasen las diferentes partículas. Ha sido sólo mucho más
tarde en el juego, cuando el Universo se hizo mucho más grande, cuando tuvo lugar la
diferenciación. De ahí lo plano del Universo y también su apelmazamiento. El hecho de
que los GUTs, una teoría desarrollada sólo a partir de las partículas, pueda llegar a
explicar los dos enigmas que rodean el nacimiento del Universo, es una gran prueba a
favor de que los GUTs estén en lo cierto.
En realidad, el Universo inflacionario no elimina todos los problemas, y los diferentes
físicos han intentado remendarlo en diferentes formas para hacer que coincidan mejor
las previsiones y la realidad. Pero estamos aún en los primeros días y existe la
confianza considerable de que alguna versión de los GUTs y de la inflación llegue a
funcionar.
Tal vez esto ocurrirá así cuando, finalmente, alguien elabore una forma de incluir la
interacción gravitatoria en la teoría, y de ese modo la unificación logre al fin
completarse.
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