La funcin del analista en la pubertad



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San Miguel, Tomasa y Monjes, Mariela (2016). La función del analista en la pubertad

Un caso:
“L” (12 años) es derivada por su escuela, a la guardia del hospital, 
porque encontraron cortes en sus brazos. De la guardia, le indican ir 
al Equipo de Trastornos de la Alimentación. La conozco en la admi-
sión. Entra con su mamá, quien dice, “Trabajo mucho, de limpieza, 
y los fines de semana tomo. Me siento culpable por lo que le pasa 
a mis hijas... bah, ellas me echan la culpa”.
Le pregunto a “L” qué le pasa. Dice que en pocos años fallecieron 
sus abuelos maternos y vio morir a su padrino electrocutado, “esa 
imagen no me la voy a sacar”. Su hermana le pega. Su papá se 
pelea con la novia y la meten en el medio. Su mamá trabaja mucho 
y después se va con los amigos a tomar, la deja sola muchas horas. 
En la escuela, le dicen “puta, agrandada”.
Dice que se corta cuando está mal, para desahogarse. Cuando se 
queda sola en su casa, se ve gorda y ahí se corta o vomita. Le digo 
que es muy complicado lo que le pasa, pero que con los cortes esos 
problemas no se van a desatar.
En la primera entrevista relata que su mamá la deja por las noches 
en lo de una amiga, donde ella no quiere estar. Que su mamá se 
junta con sus amigos, ponen música, gritan, toman hasta la maña-
na. Que su papá es “bipolar” y tiene una novia que no quiere que se 
vean. Menciona a su abuela paterna, es “buenita… me tiene limpia, 
me manda a hacer cosas”.
Pregunto si recuerda el primer corte. Dice que ese día no estaba 
sola, que era el cumpleaños de su mamá y había más gente. Su 
madre y su padre se peleaban por su apellido, que cambió el año 
pasado del materno al paterno. Pero ella quería el anterior, porque 
era el de su abuelo, a quien le había prometido mantener el apelli-
do, lo que la enorgullecía.
En otra entrevista dice que pasan varias semanas sin que “apa-
rezca” su papá. Pero ella afirma que tiene que aparecer “sí o sí”, 
porque necesita zapatillas, las van a desalojar de donde viven y 
también, porque está por cumplir años.
Le pregunto por qué se corta, dice que porque no tiene con quién 
agarrársela. Le pregunto con quién le gustaría, dice que con su 
papá. Dice que sus padres, separados hace 3 años, sólo volvieron a 
hablarse cuando se enteraron de sus cortes. Me sorprendo “¡lo que 
lograste!”. Me mira triste.
Cito al papá, le digo a “L” que en cuanto pueda hablar con él, le diga 
que lo esperamos para conocerlo. Parece aliviada.
El papá vive en provincia, trabaja independiente y dice que está 
preocupado por “lo que está haciendo `L´”. Está al tanto del desalo-
jo. La jefa le dice que la niña no puede quedarse sin casa y él dice 
que está dispuesto a que se vaya a vivir con él. “L” no menciona 
los problemas con la novia de su papá, ni su anterior descripción 
sobre él como “bipolar”, no lo contradice, escucha atenta. Parece 
apaciguarse con su presencia allí.
A la siguiente entrevista la trae la mamá, me pide, acelerada, que 
hablemos un rato a solas, afirma que un compañerito “abusó de 
`L´”, que 
a ella le pasó lo mismo
, que no quiere eso para su hija. La 
tranquilizo, le pregunto si el chico es de la edad de “L”, le digo que 
quiero escucharla, que quizás haya sido un juego.
“L” parece tranquila, pero también utiliza la palabra “abuso”. La noto 
interesada en que su mamá venga a hablar
. Ese chico es su “mejor 
amigo”, dice que “le toca el culo a todas pero conmigo no se había 
zarpado nunca”. Volvían del colegio, pasaron por la casa del chico, 
él se quedó en calzoncillos y le tocó “el culo, las tetas, entonces yo 
agarré mi mochila y le dije que nos fuéramos”. No hay angustia.
Agrega que el papá del chico es “igual”, que es “baboso” y lo incita 
a hacer ese tipo de cosas. Recuerda que en una fiesta del colegio 
fue cómplice de los varones y les dio alcohol para que llevaran. 
Dice que ella vio que estaban todos los chicos desesperados por 
la botella y que “para que mis compañeros no tomaran, agarré y 
me la tomé toda yo”. Vuelvo sobre lo anterior, sus soluciones no 
solucionan, vuelve a hacerse daño a ella misma. Asiente.
En otro encuentro me dice que desde que viene no se corta más 
porque puede desahogarse, pero que ahora sus amigas empezaron 
a hacerlo en el baño de la escuela. Que se fueron a vivir a una pieza 
en un hotel después del desalojo y que la mamá y la hermana la 
amenazan todo el tiempo con mandarla a un instituto de menores. 
“Se enojan porque les digo cosas cuando me tratan mal, se eno-
jan cuando hablo de mi papá, cuando les contesto”, “Mi mamá me 
echa la culpa de todo, ya estoy acostumbrada”. Parece un miedo 
real ser llevada a un instituto. Le digo que es “imposible”, la cito 
con la mamá la vez siguiente.
A la semana siguiente, “L” y la mamá llegan tarde. Como casi todas 
las veces Hay argumentos, el tránsito, “nos quedamos dormidas”, 
“se quemaron las zapatillas en la estufa y no encontrábamos otro 
par”, luego “L” denuncia a solas que su mamá no estuvo en toda la 
noche y que es por eso la demora.
Entran las dos. La mamá tiene necesidad de hablar, llora, está des-
organizada. Dice que “L” hace lo que quiere, que contesta mal. Le 
pregunto qué es eso del instituto de menores, que “L” tiene miedo. 
Dice que es “en joda... pero a veces no sé qué hacer con ella y ella 
no quiere estar conmigo”. Escuchando su desorden y su dolor por el 
aparente rechazo de su hija hacia ella, le pregunto si quisiera tener 
un espacio propio para hacer un tratamiento, dice que puede ser.
Vamos a recortar de este material un detalle articulado a lo plan-
teado en términos del trenzado de un nudo que mantenga unidos el 
goce, el cuerpo y la palabra.
Frente al desarme de lo familiar, separación, muertes, la madre que 
“se las toma”, “L” se sostiene en sus cortes y/o vómitos. Este ac-
ting como solución no es gran cosa, sin embargo es lo que la trae. 
Intentando sostenerse del padre, encuentra una analista y allí los 
cortes ceden. Es en su función que mediatiza todo tipo de desalojos 
posibles, reales y fantaseados.
Sería esperable que sea con ella, con su analista, que “L” comience 
a dar lugar al despliegue de lo femenino, el amor, el cuerpo y lo 
erótico. Hasta ahora se escucha la Identificación viril: ella “toma 
como uno de ellos”. En ese mismo rasgo se incluye lo rechazado 
en la madre. Por otro lado, aparece la Identificación histérica, dice 
que “todas” se cortan, encontramos allí lo que Freud define como 
“infección psíquica”: es un síntoma que hace lazo, en tanto es un 
mensaje que se dirige al otro.
Luego lo sexual, lo que la madre llama “abuso”. La analista inter-
viene: equivoca este nombre para aquello que se presenta como un 
encuentro en relación al cuerpo. Hasta aquí el cuerpo es lo rechazado 
y desalojado por la madre: una madre que no transmite el no paterno 
con su voz, sino que más bien ella no tiene “no”. De allí el estrago 
frente al cual “L” arma algunas ficciones más amables: los abuelos.
Es interesante la articulación realizada por Lacan en el Seminario 
21 entre la voz y lo femenino de la transmisión de la madre respec-
to de la ley del padre como amor y castración. Lo opone al “nombrar 
para” donde la madre se basta por sí sola para trazar un proyecto 
respecto de su hijo. Articula esto último a las psicosis.
En ese punto, la transmisión anuda el significante y el cuerpo. En su 
texto “Televisión”, Lacan plantea que el inconciente embraga en el 
cuerpo, entendemos aquí “embraga” como un encordado que hace 


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nudo allí, entramando lo que del cuerpo resuena en un decir más o 
menos amoroso y elástico. El “puta” y “abuso” es lo contrario, un 
nombrar rígido que no da lugar al equívoco propio de lo femenino.
“L” afirma que los cortes son su desahogo, en oposición, hay ahogo, 
retomemos aquí la formulación de Freud respecto del objeto oral, 
pérdida que retorna como plus de goce, que en este caso, no se re-
funda en la pubertad por la transmisión de la ley paterna en la voz 
de la madre. Su voz más bien es superyoica, ella no se regula. A ello 
se le suma la ausencia del padre. Esos des-ahogos se sustituyen 
por la palabra, por la presencia del analista y la transferencia.

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