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Entonces, desde Freud podemos ubicar un pasaje que se orienta
desde lo universal de la pérdida del objeto de la necesidad, a lo que
Lacan llamará los “tipos de síntomas”.
Subrayamos que lo que Freud conceptualiza
como sexualidad
infantil es la pulsión articulada a la ley paterna. Ello nos permite
distinguir el cuerpo y sus bordes, en la neurosis, del autoerotismo
como fragmentación y retorno de goce en los agujeros del cuerpo
en algunos tipos de psicosis, donde los
agujeros corporales no han
sido vaciados vía la palabra del padre.
Freud, en una extensa nota del historial del Hombre de las Ratas,
ubica que el papel del padre como perturbador o seductor otorga
una versión a la satisfacción pulsional autoerótica. Dice: “Sobre la
huella correcta de la interpretación, uno es guiado por el discer-
nimiento de que de esas escenas se registra más de una versión
en la fantasía inconciente de los pacientes (…) los recuerdos de
infancia se establecen sólo en una edad posterior (casi siempre en
la pubertad) y entonces son sometidos
a un complejo trabajo de re-
fundación (…) el ser humano busca en esas formaciones de la fan-
tasía sobre su primera infancia, borrar la memoria de su quehacer
autoerótico, elevando sus huellas mnémicas al estadio del amor de
objeto
(…) El contenido de la vida sexual infantil consiste en el que-
hacer autoerótico de los componentes sexuales predominantes, en
huellas de amor de objeto y en la formación de aquel complejo que
uno podría llamar el complejo nuclear de las neurosis, que abarca
las primeras mociones tanto tiernas como
hostiles hacia padres y
hermanos (…)
.
A partir de la uniformidad de este contenido y de la
constancia de los influjos modificadores posteriores, se explica que
universalmente se formen las mismas fantasías sobre la infancia,
no importa cuán grandes o pequeñas contribuciones aporte a ello el
vivenciar efectivo. Responde por entero al complejo nuclear infantil
que el padre reciba el papel del oponente sexual y del perturbador
del quehacer autoerótico, y la realidad efectiva tiene habitualmente
buena participación en ello” (Freud, 2005b [1909]: 162-163).
Hasta aquí la elaboración que implica la infancia. Definirá en cam-
bio a la latencia como la instalación de inhibiciones, diques, subli-
maciones que van constituyendo la cultura. Las
mociones sexuales
son inaplicables porque las funciones de la reproducción están
diferidas. Son perversas, parten de zonas erógenas y producen dis-
placer, por su sofocación vía los diques. Aclara que ella no es com-
pleta, diciendo: “cierta práctica sexual se conserva durante todo el
período de latencia hasta el estallido reforzado de la pulsión sexual
en la pubertad” (Freud, 2005a [1905]: 162).
Para Freud la Pubertad implica en cambio el encuentro con lo hete-
ro, la posibilidad de reproducción, la “satisfacción plena” en tanto
descarga. Pero, según el
autor, resta esclarecer dos cuestiones en
su desarrollo teórico respecto de este momento: por un lado, en la
sexualidad la tensión no es displacentera, se
trata del placer pre-
liminar y por otro, sitúa el encuentro posible con el objeto al que
define como re-encuentro, ya que depende de las marcas que ha
dejado la pérdida del objeto de la necesidad y su refundación en el
Edipo, pero al mismo tiempo propone la posibilidad de una contin-
gencia por fuera de la repetición.
Comencemos trabajando la segunda de estas cuestiones.
Freud
dice: “Cuando la primerísima satisfacción sexual estaba todavía co-
nectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del
cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizás
justo en la época en que el niño pudo formarse la representación
global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba
satisfacción. Después la pulsión pasa a ser regularmente autoeróti-
ca, y sólo luego de superado el período de latencia se restablece la
relación originaria. El hallazgo (encuentro)
de objeto es propiamente
un reencuentro”
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