Literatura y revolución león trotsky


b) No sólo de política vive el hombre



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b) No sólo de política vive el hombre


La historia pre-revolucionaria de nuestro Partido fue la de la política revolucionaria. Tanto la literatura como la organización de partido venía marcado por la política en su sentido más estricto e inmediato, en el sentido más restringido del término. Durante los años de la revolución y de guerra, civil, los intereses y las tareas políticas han tenido un carácter más urgente y tenso todavía. Durante estos años el Partido ha sabido agrupar a los elementos más activos de la clase trabajadora. Sin embargo, esa clase sabe los resultados políticos más importantes de esos años. La pura y simple repetición de esos frutos no le ofrece ya nada, contribuye más bien a borrar de su mente las enseñanzas del pasado. Tras la toma del poder y su consolidación a raíz de la guerra civil, nuestros principales objetivos se han orientado hacia la edificación económico-cultural; tales objetivos se han complicado, escindido y detallado, convirtiéndose hasta cierto punto en “prosaicos”. A un tiempo, nuestra lucha anterior, sus sufrimientos y sacrificios, sólo podrán justificarse en la medida en que aprendamos a formular correctamente nuestros objetivos “culturales” parciales de todos los días y a, resolverlos.

¿En qué consisten, en resumen, las conquistas de la clase trabajadora? ¿Qué hemos podido asegurar con la lucha hasta ahora llevada?



  1. La dictadura del proletariado (por medio del estado obrero y campesino, dirigido por el Partido comunista).

  2. El ejército rojo, sostén material de la dictadura del proletariado.

  3. La nacionalización de los medios de producción más esenciales, sin los que la dictadura del proletariado sería mera fórmula.

  4. El monopolio del comercio exterior, indispensable para la edificación socialista dado el bloqueo capitalista.

Estos cuatro puntos, conseguidos de manera irreversible, constituyen el marco de bronce de nuestro trabajo. Gracias a él, cada uno de nuestros éxitos económicos y culturales será forzosamente -siempre que se trate de éxitos reales y no ficticios- parte del edificio socialista.

¿Cuál es, entonces, nuestra tarea actual? ¿Qué debemos aprender? ¿A qué debemos tender ante todo? Debemos aprender a trabajar correctamente, de manera exacta, rigurosa, económica. Necesitamos cultura en el trabajo, cultura en la vida, cultura en la vida cotidiana. Hemos derribado el reino de los explotadores tras larga preparación gracias a la palanca de la lucha armada. Pero no hay palanca apropiada para elevar de golpe el nivel cultural, que exige un largo proceso de autoeducación de la clase obrera, acompañada y seguida por el campesinado. Sobre este cambio de orientación en nuestros esfuerzos, en nuestros métodos, en nuestros objetivos, el camarada Lenin escribe en su artículo dedicado a la cooperación:

“Nos vemos obligados a admitir que nuestra posición respecto al socialismo ha sido radicalmente modificada. Este cambio radical consiste en que antes nuestros principales esfuerzos se orientaban por necesidad a la lucha política, a la revolución, a la conquista del poder, etc. Ahora el centro de gravedad se desplaza de tal manera que llegará a situarse en el trabajo específico de la organización cultural. Estoy dispuesto a afirmar que el centro de gravedad debería situarse en el trabajo cultural, si no fuera por las condiciones internacionales y las necesidades de luchar por nuestra posición a escala internacional. Pero dejando a un lado este punto, si nos limitamos a las condiciones económicas internas, el esfuerzo más importante debe dedicarse al trabajo cultural...”

Por tanto, las tareas que exige nuestra situación internacional no nos apartan del trabajo cultural, aunque esto sólo sea cierto a medias, como vamos a ver. En nuestra situación internacional, el factor más importante es el de la defensa del Estado, es decir, en primer lugar el ejército rojo. En este plano extremadamente esencial, las nueve décimas partes de nuestra misión desembocan en el trabajo cultural: hay que enseñarle a utilizar un manual, los libros, los mapas geográficos, hay que acostumbrarlo a una mayor limpieza, puntualidad, corrección, economía, facultad de observación. Ningún milagro solucionará de golpe nuestra tarea. Tras la guerra civil, durante la transición a una época nueva, el intento de dotar nuestro trabajo de una saludable “doctrina de guerra proletaria” fue el ejemplo más flagrante, el más evidente de la incomprensión opuesta a las tareas de la nueva época. Los proyectos extravagantes sobre la creación de laboratorios destinados a crear una “cultura proletaria” manan de la misma fuente. La búsqueda de la piedra filosofar deriva de la desesperación ante nuestro atraso y de la creencia supersticiosa en los milagros, que ya por sí misma es indicio de atraso. No hay por qué desesperar, sin embargo; es hora de renunciar a la creencia en los milagros, a la charlatanería pueril sobre la “cultura proletaria” o la “doctrina de guerra proletaria”. En el plano de la cultura proletaria hay que dedicarse al progreso de la cultura, el único que podrá dotar de contenido socialista a las principales conquistas de la revolución. Eso es lo primero que hay que comprender, so pena de jugar un juego reaccionario en el desarrollo del pensamiento y del trabajo del Partido.

Cuando el camarada Lenin afirma que nuestros objetivos no pertenecen en la actualidad tanto al terreno político como al de la cultura, hay que entender los términos para evitar falsear su planteamiento. En cierto sentido, todo está determinado por la política. El consejo del camarada Lenin, en sí mismo, de transferir nuestra atención de la política a la cultura, es un consejo de carácter político. Si en un momento dado, en un país dado, el partido obrero decide plantear primero las reivindicaciones económicas antes que las políticas, tal decisión tiene en sí misma un carácter político. Es evidente que la palabra “político” se usa aquí en dos acepciones distintas: En primer lugar, en el sentido amplio del materialismo dialéctico, que abarca el conjunto de todas las ideas, métodos y sistemas rectores idóneos para orientar la actividad colectiva en todos los terrenos de la vida pública; en segundo lugar, en el sentido estricto y específico que caracteriza a una parte concreta de la actividad pública, en lo que atañe directamente a la lucha por el poder, y que es distinto del trabajo económico, cultural. etc. Cuando el camarada Lenin escribe que la política es economía concentrada, considera la política en sentido lato, filosófico. Cuando el camarada Lenin dice: “Menos política y más economía”, se refiere a la política en sentido estricto y específico. El término puede usarse en los dos sentidos, ya que el empleo está consagrado por el uso. Basta con comprender de qué se trata en cada caso específico.

La organización comunista consiste en un partido político en el sentido amplio, histórico, o si se quiere en el sentido filosófico del término. Los demás partidos actuales son políticos, sobre todo porque hacen (pequeña) política. La traslación del objetivo de nuestro Partido al trabajo cultural no significa por tanto mengua alguna en su papel político. Su papel histórico determinante (es decir, político) lo ejercerá el Partido concentrando su atención en el trabajo educativo y en la dirección de ese trabajo. Sólo el fruto de largos años de trabajo socialista en el plano interior, realizado con la garantía de la seguridad exterior, podría deshacer las trabas que implica el Partido, haciendo que éste se reabsorba en la comunidad socialista. Pero desde ahora hasta entonces queda tanto camino que más vale no pensar en ello... Por el momento, el Partido tiene que conservar íntegras sus principales características: cohesión moral, centralización, disciplina, únicas garantías de nuestra capacidad de combate. En otras condiciones, esas inapreciables virtudes comunistas podrán mantenerse y extenderse siempre que las necesidades económicas y culturales se satisfagan de modo perfecto, hábil, exacto y minucioso. Precisamente al considerar esas tareas, a las que debemos conceder el primer puesto en la actual política, el Partido se dedica a repartir y agrupar sus fuerzas, educando a la nueva generación. O dicho de otro modo: la gran política exige que el trabajo de agitación, de propaganda, de repartición de los sacrificios, de instrucción y de educación se concentre en las tareas y necesidades de la economía y de la cultura, no en la “política” en su sentido estricto y particular.



El proletariado encarna una unidad social poderosa que en período de lucha revolucionaria aguda se despliega de modo pleno para conseguir los objetivos de la clase en su totalidad. Pero en el interior de esta unidad hay una diversidad extraordinaria, diría incluso que una disparidad nada despreciable. Entre el pastor ignorante y analfabeto y el mecánico especializado hay un gran número de niveles de culturas y de calificaciones y de adaptación a la vida diaria. Cada capa, cada gremio, cada grupo está compuesto en última instancia de seres vivos de edad y temperamento distintos, cada uno de los cuales posee un pasado diferente. Si tal diversidad no existiera, el trabajo del Partido comunista para la unificación y educación del proletariado sería muy sencillo. Sin embargo, ¡qué difícil es esa tarea, como vemos en Europa occidental! Podría decirse que cuanto más rica es la historia de un país, y por tanto la historia de su clase obrera; cuanto más educación, tradición y capacidad adquiere, más antiguos grupos contiene y más difícil es constituirla en unidad revolucionaria. Nuestro proletariado es muy pobre, tanto en historia como en tradición. Esto es lo que ha hecho más fácil su preparación revolucionaria para la conmoción de Octubre, no hay duda alguna al respecto; es también lo que ha dificultado más su trabajo de edificación tras Octubre. Salvo la capa superior, nuestros obreros carecen indistintamente de las capacidades y los conocimientos culturales más elementales (para la limpieza, la facultad de leer y escribir, la puntualidad, etc.). A lo largo de un largo período, el obrero europeo ha ido adquiriendo esas facultades en el marco del orden burgués: por eso, a través de sus capas superiores, se halla estrechamente ligado al régimen burgués, a su democracia, a la prensa capitalista y demás ventajas. Nuestra atrasada burguesía, por el contrario, no tenía apenas nada que ofrecer en ese sentido, y el proletariado ruso ha podido romper más fácilmente con el régimen burgués y derrocarlo. Por el mismo motivo, la mayor parte de nuestro proletariado se ve obligada a conseguir y reunir las capacidades culturales elementales solamente hoy, es decir, sobre la base del Estado obrero ya socialista. La historia nada nos da gratuitamente: la rebaja que nos otorga en un campo -en el de la política- se cobra en otro -en el de la cultura-. De igual modo que le fue fácil -por supuesto, relativamente fácil- la conmoción revolucionaria al proletariado ruso, le resulta difícil la edificación socialista. Como contrapartida, el marco de nuestra nueva vida social, forjado por la revolución, y que se caracteriza por los demás elementos fundamentales, otorga a todos los esfuerzos leales, orientados en un sentido razonable en el plano económico y cultural, un carácter objetivamente socialista. Bajo el régimen burgués, el obrero contribuía sin saberlo y sin quererlo al mayor enriquecimiento de la burguesía, en la medida en que trabajaba mejor. En el Estado soviético, el buen obrero, aun sin pensar ni preocuparse de ello (cuando es apolítico y sin partido), realiza un trabajo socialista y aumenta los medios de la clase trabajadora. Todo el sentido del cambio de octubre radica ahí, y la nueva política económica (N. E. P.) no lo varía en absoluto.

Gran cantidad de obreros sin partido están profundamente interesados en la producción, en los aspectos técnicos de su trabajo. Sólo condicionalmente puede hablarse de su “apoliticismo”, es decir, de su falta de interés por la política. Los hemos visto a nuestro lado en todos los momentos cruciales y difíciles de la revolución; por regla general no se han asustado con Octubre, ni han desertado ni traicionado. Durante la guerra civil muchos de ellos fueron al frente, mientras otros trabajaban lealmente en las fábricas de armamento. Luego se orientaron hacia trabajos de paz. Se les llama -y no completamente sin razón- apolíticos, porque sus intereses productivo-corporativos o familiares predominan sobre su interés político, por lo menos en tiempos “tranquilos”. Todos y cada uno de ellos quieren convertirse en buenos obreros, perfeccionarse, subir a una categoría superior, tanto para mejorar su situación familiar como por justo orgullo profesional. Como acabo de decir, todos y cada uno de ellos realizan un trabajo socialista sin proponérselo. Pero nosotros, el Partido comunista, estamos interesados en que esos obreros empeñados en la producción relacionen de modo consciente su cuota de traba o productivo diario con las tareas globales de la edificación socialista. El resultado de semejante vínculo garantizaría mejor los intereses del socialismo, y quienes modestamente contribuyan a su edificación experimentarán una satisfacción moral más profunda.

¿Cómo podemos alcanzar ese objetivo? Resulta difícil abordar a esos obreros por el lado puramente político. Ya ha oído todos los discursos. No le atrae el Partido. Sus pensamientos se encuentran en su trabajo y no está demasiado satisfecho que digamos con las actuales condiciones que encuentra en el taller la fábrica o monopolio. Esos obreros quieren tener ideas por sí mismos, no son comunistas, y de su ambiente surgen los inventores autodidactas. No se les puede abordar por el plano político; ese tema no les afecta profundamente por ahora, pero se les puede y debe hablar de productividad y técnica.

En la citada sesión de debates de los propagandistas de Moscú, uno de los participantes, el camarada Kolzov, apuntó la extraordinaria escasez de manuales soviéticos, de guías prácticas y métodos de enseñanza de las diversas especialidades y oficios técnicos. Las viejas obras de este tipo se han agotado, otras han muerto técnicamente y por regla general responden en el plano político a un espíritu servilmente capitalista. Los nuevos manuales de este género pueden contarse con los dedos de la mano; es difícil conseguirlos porque fueron publicados en distintas épocas, por distintas editoriales y administraciones sin ningún proyecto de conjunto. Insuficientes con frecuencia desde el punto de vista técnico, no pocas, veces excesivamente teóricos y académicos, carecen por lo general de color político y en el fondo no son sino traducciones enmascaradas de alguna lengua extranjera. Sin embargo, necesitamos toda una serie de manuales destinados al cerrajero soviético, al tornero soviético, al montador electricista soviético, etc., que deben adaptarse a nuestra, técnica y al grado de nuestro desarrollo económico. Tienen que tener en cuenta tanto nuestra pobreza como nuestras enormes posibilidades, y tender a introducir en nuestra industria métodos y prácticas nuevos, más racionales. En mayor o menor medida, deben abrir perspectivas socialistas en lo que atañe a las necesidades e intereses de la propia técnica (aquí se incluyen las cuestiones de normalización, de electrificación de economía planificada). Esas publicaciones deben ofrecer ideas y soluciones socialistas como parte integrante de la teoría práctica relacionada con la rama de trabajo de que se trate, evitando aparecer como propaganda importuna venida del extranjero. La necesidad de publicaciones semejantes es inmensa; es el fruto de la escasez de obreros cualificados y del deseo del obrero de comprender su cualificación. La interrupción del ritmo de producción durante los años de guerra imperialista y de la guerra civil no han hecho sino acrecentar tal necesidad. Nos encontramos ante una tarea cuya importancia puede compararse con su atractivo.

No hay, por supuesto, que ocultar las dificultades que plantea la consecución de manuales de ese tipo. Los obreros autodidactas, incluso los muy cualificados, no están en condiciones de escribir tratados. Los autores de textos técnicos que se ocupan de esa tarea ignoran con frecuencia el aspecto práctico. Además, rara vez tienen mentalidad socialista. No obstante, puede llevarse a la práctica este objetivo no de manera simple, es decir, rutinaria, sino mediante combinación. Para escribir un tratado, o por lo menos para revisarlo, hay que formar un colegio, digamos, por ejemplo, un comité de tres miembros, compuesto por un escritor especializado con formación técnica que, a ser posible, conozca el estado de nuestra producción en la materia tratada, o sea capaz de aprender a conocerlo; de un obrero altamente cualificado que pertenezca a la misma rama y que se halle interesado en la producción, dotado a ser posible de ingenio inventivo, y de un escritor marxista, con formación política, que tenga interés y conocimientos en materia de producción y técnica. Más o menos de este modo debería llegarse a crear una biblioteca modelo de manuales de enseñanza técnica relacionados con la producción (por categoría profesional), bien impresos, bien encuadernados, en un formato práctico y barato. Una biblioteca de este tipo cumpliría un doble objetivo: contribuiría a elevar el nivel de cualificación del trabajo y por tanto el éxito de la edificación socialista, y a ligar una categoría fundamental de obreros productivos al conjunto de la economía soviética, y, por tanto, al Partido comunista.

No se trata, por supuesto, de limitarse a una serie de manuales de enseñanza. Si nos hemos detenido en los detalles del ejemplo ha sido porque ofrece una idea bastante clara de los nuevos métodos exigidos por las nuevas tareas del período presente. Nuestro combate por ganar moralmente para nuestra causa a los trabajadores “apolíticos” del sector productivo, debe y puede ser llevado por distintos medios. Necesitamos revistas semanales o mensuales técnico-científicas, especializadas según la rama de producción; necesitamos asociaciones técnicas, científicas, que se sitúen al nivel de esos trabajadores. A ellos tiene que adaptarse buena parte de nuestra prensa sindical, so pena de seguir siendo una prensa destinada sólo al personal de los sindicatos. Entretanto, el argumento político idóneo para convencer a estos obreros consiste en nuestros éxitos prácticos en el terreno industrial, en las mejoras reales del trabajo en la fábrica o del taller, en las gestiones bien meditadas por el Partido en esa dirección.

Las concepciones políticas de esos obreros pueden ser ilustradas de modo adecuado mediante las ideas que con frecuencia expresa del siguiente modo: “En cuanto a la revolución y al derrocamiento de la burguesía, no hay ni qué hablar; en ese sentido, todo va bien y es irreversible. No necesitamos a la burguesía y podemos prescindir del mismo modo de los mencheviques, y de los demás lacayos de la burguesía. Por lo que se refiere a la “libertad de prensa”, no nos preocupa en realidad, porque no es ésa la cuestión. ¿Pero qué pasa con la economía? Vosotros, comunistas, habéis asumido la dirección. Vuestras intenciones y proyectos son buenos, ya lo sabemos; sobre todo no nos lo repitáis, lo habéis dicho y estamos de acuerdo, os apoyaremos; pero ¿cómo vais a resolver esas tareas en la práctica? Hasta ahora no lo ocultéis, habemos cometido no pocos errores. Por supuesto, no se puede hacer todo a un tiempo, tenemos mucho que aprender v los errores son inevitables. Las cosas son así y no hay remedio. Y puesto que toleramos los crímenes de la burguesía, soportaremos los errores de la revolución. Pero esta situación no puede ser eterna. Entre vosotros, comunistas, hay, además, gentes de todo tipo, como entre nosotros, simples mortales; algunos hacen progresos, se toman las cosa en serio, tratan de llegar a un resultado económico concreto, pero otros sólo tratan de engañarnos con frases vacías. Los que se limitan a hacer vacuos discursos son un grave perjuicio, porque el trabajo se les va de entre los dedos.”

Este es el tipo de obrero: es un tornero, un cerrajero, un laborioso fundidor, ambicioso, que tiene interés por su trabajo; no es un exaltado, sino todo lo contrario, desde el punto de vista político, aunque sea razonador, crítico, a veces algo escéptico; pero siempre es fiel a su clase; es un proletario de valía. Hacia él debe orientar el Partido en la hora actual sus esfuerzos. ¿Hasta qué punto lograremos ganarnos a esta capa en la práctica, en la economía, en la producción, en la técnica? La respuesta a esta pregunta señalará con la mayor exactitud la medida de nuestros triunfos políticos en materia de trabajo cultural, en el sentido lato que le da Lenin.

Por supuesto, nuestros esfuerzos por conquistar al obrero competente no se oponen en modo alguno a los que tenemos que orientar hacia la joven generación de proletarias. Esta crece en las condiciones de una época dada, se forma, fortalece y endurece mediante las tareas y problemas que resolver. La joven generación deberá ser antes que nada una generación de obreros altamente cualificados, amantes de su trabajo. Crecerá con la seguridad de que su trabajo productivo se realiza al servicio del socialismo. El interés que se tomen por su propia formación profesional, el deseo de adquirir maestría en su oficio, elevará en gran medida, a ojos de los jóvenes, la autoridad de los obreros competentes de la “vieja generación”, que permanecen, como hemos dicho, en su mayoría fuera del Partido. Nuestra dedicación al obrero constante, concienzudo, competente, constituye al mismo tiempo una directriz en materia de educación de los jóvenes proletarios. Fuera de este camino, todo progreso hacia el socialismo es imposible.

Extracto de un viejo cuaderno: París, verano de 1916

Publicado en el número 1 de Krasnaia Niva, 1922.

Sin haber salido, como aquel que dice, este verano de París, he podido observar día tras día el nuevo ajetreo de la ciudad. Han pasado ya dos años desde el momento en que el ejército de Von Klück se acercaba a la ciudad. Hace poco, un diputado socialista evocaba en la prensa aquellas dramáticas jornadas. Tras los comunicados triunfales de las primeras semanas, Francia se dio cuenta de pronto del peligro mortal que se cernía sobre París. En un mar de vacilaciones, el Gobierno se preguntaba si habría que defender la capital. Los grandes propietarios influyentes, temerosos de las destrucciones de la artillería alemana, presionaban para que París fuese declarada “ciudad abierta”, es decir, para que fuese entregada al enemigo sin lucha. Sembat se dirigió al grupo parlamentario socialista para comunicar que Viviani se negaba a asumir por más tiempo la responsabilidad del país si no conseguía la colaboración de los socialistas. “Nos miramos entre nosotros horrorizados”, cuenta ese diputado. Longuet se opuso; Sembat y Guesde aceptaron la propuesta. Esos hombres, que no estaban hechos para los grandes acontecimientos, se embarcaron en la corriente. Uno de los miembros del grupo socialista, al divulgar determinados sucesos internos, obligó al grupo a auto disolverse y a entregar los poderes a un comité que designó a Sembat y a Guesde para el puesto de ministros. El Gobierno, de acuerdo con el Estado Mayor, se preparaba para evacuar París. La izquierda protestó y los ministros socialistas se hicieron eco de la protesta. El general Galliani, encargado de la defensa de París, convocó a Hubert, secretario del sindicato de los obreros de pico y pala parisienses, ordenándole movilizar a sus hombres para cavar trincheras. En París se formó un ejército móvil que más tarde debía desempeñar un papel decisivo en la batalla del Marne... París se salvo cuando un tercio de su población estaba evacuada.

Reinaba aún en la ciudad un estado de tensión victoriosa y ruidosa del tiempo en que el peligro parecía suspendido sobre ella; el Gobierno de la República se reunía en Burdeos y las mujeres de la pequeña burguesía desplegaban como banderas flamantes vestidos de luto, sobre todo cuando se trataba de parientes lejanos; las madres y las obreras se abstuvieron cualquier manifestación vistosa de esa clase. Semanas más tarde, el luto, que llevaban casi todas las que podían permitirse ese modesto lujo, se había convertido en el último grito de la moda, y las siluetas de las mujeres vestidas de negro daban a las calles un insólito aspecto... Tras alcanzar ese punto extremo, la moda declinó en seguida, el “gran duelo” dejó de estar en boga y los vestidos de color devolvieron a las calles parisienses su aspecto característico de tiempos normales. Por lo que respecta a la respetable prensa burguesa -que no hacía mucho aún exaltaba “el estoicismo antiguo” de la mujer francesa-, exigía la elegancia como deber patriótico; ¡les guste o no, los clientes americanos vuelven a París en busca de nuevos ejemplos del gusto francés! Cuando los soldados que regresan del frente con permiso por seis días echan una mirada a su alrededor -y esto ocurre por regla general en el momento en que tienen que tomar el tren de vuelta al frente-, ven con estupor que la vida sigue su curso normal. La gente ha terminado por acostumbrarse a una guerra que, sin confesarlo a nadie, presienten que ha de durar mucho.


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