Literatura y revolución león trotsky



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La ciudad y el campo


No debemos olvidar que entre la ciudad y el campo existen en la U. R. S. S. monstruosas contradicciones, materiales y culturales, que hemos heredado en bloque del capitalismo. En el difícil período que hemos atravesado, cuando la ciudad se refugiaba en el campo, y cuando el campo daba una libra de pan a cambio de un abrigo, algunos clavos o una guitarra, la ciudad parecía digna de piedad en comparación con el campo confortable. Pero en la medida en que las bases elementales de nuestra economía, en particular de nuestra industria, han sido restauradas las enormes ventajas técnicas y culturales de la ciudad sobre el campo han brotado por sí mismas. Nos hemos tomado mucho trabajo para atemperar e incluso eliminar las contradicciones entre ciudad y campo en el terreno político y jurídico. Pero en el plano técnico, no hemos hecho nada importante hasta ahora. Y no podemos construir el socialismo con los campos en las condiciones de pobreza técnica y con un campesinado desprovisto de cultura. Un socialismo desarrollado significa ante todo una igualdad en el nivel técnico y cultural de la ciudad y del campo, es decir, la disolución de la ciudad y del campo en un conjunto de condiciones económicas y culturales homogéneas. Por ello, el simple acercamiento de la ciudad y del campo es para nosotros una cuestión de vida o de muerte.

Mientras creaba la industria y las instituciones ciudadanas, el capitalismo dejaba estancarse el campo y no podía hacer otra cosa que dejar que se estancase: siempre podía sacar las materias y los productos alimenticios necesarios no sólo de sus propios campos, sino también de países allende ultramar y de las colonias donde la mano de obra campesina es muy barata. Las perturbaciones de la guerra y de la posguerra, el bloqueo y su amenaza siempre suspensa, y finalmente la inestabilidad de la sociedad burguesa, han llevado a la burguesía a interesarse más de cerca por el campesinado. Recientemente hemos oído más de una vez a los políticos burgueses y socialdemócratas hablar de la relación con el campesinado. Briand, en su discusión con el camarada Rakovsky a propósito de deudas, ha descrito con énfasis las necesidades de los pequeños propietarios y en particular de los campesinos franceses[3]. Otto Bauer, el menchevique de izquierdas austríaco, durante un discurso reciente, ha subrayado la excepcional importancia de la “relación” con el campo. Para coronar todo, nuestro viejo amigo Lloyd George -al que, en verdad, empezamos a olvidar un poco-, cuando todavía estaba en circulación, organizó en Inglaterra una liga campesina especial para la “relación” con el campesinado. No sé qué forma adoptará la “relación” en las condiciones de Inglaterra, pero en boca de Lloyd George, la palabra adquiere una resonancia bastante cínica. En cualquier caso, yo no recomendaría Su elección como administrador de cualquier distrito rural ni como miembro honorario de la Sociedad de Amigos de la Radio, porque no dejaría de cometer alguna estafa o cualquier malversación. (Aplausos.) Mientras en Europa la vuelta del interés por la cuestión de la relación con el campo es, por un lado, una maniobra político-parlamentaria y, por otro, un síntoma significativo del estremecimiento el régimen burgués, para nosotros el problema de los lazos económicos y culturales con el campo es una cuestión de vida o muerte en el pleno sentido del término. La base técnica de esta relación debe ser la electrificación, y ésta va inmediatamente unida al problema de la introducción de la radio en gran escala. Con objeto de emprender la realización de las tareas más simples y más urgentes, es preciso que todas las partes de la Unión Soviética sean capaces de hablar a las otras, que el campo pueda escuchar a la ciudad, como a un hermano mayor más culto y mejor equipado. Sin el cumplimiento de esta tarea, la difusión de la radio se convertiría en un juguete para los círculos privilegiados de ciudadanos.

Vuestro informe ha establecido que en nuestros países las tres cuartas partes de la población rural ignoraban qué es la radio y que la cuarta parte restante sólo la conocía por demostraciones especiales en los festivales. Nuestro programa debe prever que cada aldea no sólo sepa lo que es la radio, sino que posea su propia estación de recepción.

¿A dónde vamos?


El diagrama anejo a vuestro informe muestra la repartición de los miembros de vuestra sociedad entre las clases sociales. Los obreros constituyen el 20 por 100 (el personaje aún más pequeño con una hoz); los empleados, el 40 por 100 (el respetable personaje que lleva una cartera), y luego viene el 18 por 100 de los “otros” no se determina lo que son exactamente, pero están representados por el dibujo de un gentleman con sombrero hongo, con bastón y un pañuelo de bolsillo, blanco, evidentemente un nepman. No sugiero que estas personas de pañuelo sean expulsadas de la Sociedad de Amigos de la Radio, pero deben ser rodeadas y encuadradas más fuertemente, de tal modo que la radio pueda ser menos cara para las personas que llevan martillo y hoz. (Aplausos.) Menos inclinado estoy aún a pensar que el número de miembros que llevan una cartera debe ser reducido mecánicamente. Pero, sin embargo, es necesario que la importancia de los dos grupos de base crezca a cualquier precio (Aplausos.): el 20 por 100 de obreros es realmente poco; el 13 por 100 de campesinos es vergonzosamente poco. El número de personas con hongo es casi igual al de los obreros (18 por 100) y supera el de los campesinos, que sólo alcanza el 13 por 100. ¡Es una flagrante violación de la Constitución soviética! Es necesario adoptar medidas para que el año próximo o dentro de dos años los campesinos se conviertan poco más o menos en el 40 por 100; los obreros, en el 45 por 100; los empleados de oficinas, en el 10 por 100, y los que se denominan “los otros”, en el 5 por 100. Esto sería una proporción normal, en armonía plena con el espíritu de la Constitución soviética. La conquista de la aldea por la radio es una tarea para los próximos años, estrechamente ligada a la eliminación del analfabetismo y a la electrificación del campo, y hasta cierto punto es una condición previa del cumplimiento de estas tareas. Cada provincia debería partir a la conquista del campo con un programa definido de desarrollo de la radio. ¡Extendamos sobre la mesa el mapa de una nueva guerra! Desde cada centro provincial hay que conquistar la radio; ante todo, cada uno de los pueblos importantes. Es necesario que nuestra aldea iletrada o semi-iletrada, antes aún de saber leer y escribir como debe, sea capaz de acceder a la cultura a través de la radio, que es el medio más democrático de difusión de información del conocimiento. Es preciso que por medio de la radio el campesino sea capaz de sentirse ciudadano de nuestra Unión, ciudadano del mundo entero.

Del campesinado no sólo depende en una amplia medida el desarrollo de nuestra propia industria, esto está suficientemente claro; de nuestro campesinado y del crecimiento de su economía depende también hasta cierto punto la revolución en los países europeos. Lo que retrasa a los obreros europeos en su lucha por el Poder -y no es el azar-, y lo que los socialdemócratas utilizan hábilmente con un objetivo reaccionario, es la dependencia de la industria europea en relación con los países de ultramar por lo que concierne a los productos alimenticios y a las materias primas. América la abastece de cereales y de algodón; Egipto, de algodón; la India, de azúcar de caña; el archipiélago malayo, de caucho, etc. Existe el peligro de un bloqueo americano, por ejemplo, reduzca a la penuria de miserias primas y de productos alimenticios a la industria europea durante los meses y los años difíciles de la revolución proletaria. En estas condiciones, una exportación masiva (acrecentada) de cereales y de materias primas soviéticas de todas clases es un potente factor revolucionario para los países de Europa. Nuestros campesinos deben darse cuenta del hecho de que cada gavilla de trigo suplementario trillado y exportado, es un peso más en la balanza de la lucha revolucionaria del proletariado europeo, porque esa gavilla reduce la dependencia de Europa en relación con la América capitalista. Los campesinos turkmenos que cultivan el algodón deben estar relacionados con los obreros del textil de Moscú y de Ivanovo-Voznesensk y también con el proletariado revolucionario de Europa. Es preciso que el día en que los trabajadores de Europa se apoderen de sus estaciones de emisión, cuando el proletario de Francia tome la torre Eiffel y anuncie en todas las lenguas desde su cúspide que son los amos de Francia (Aplausos.), es preciso que ese día, que en esa hora, no sólo los obreros de nuestras ciudades de y nuestras industrias, sino también los campesinos de nuestras aldeas más apartadas puedan responder a la llamada de los obreros europeos: “¿Nos oís?” “Hermanos, ¡os oímos y queremos ayudaros!” (Aplausos.) Siberia ayudará con cereales, con materias grasas, con materias primas; el Kuban y el Don con cereales y carne; Uzbekistán y el Turkmenistán contribuirán con su algodón. Esto demostrará que el desarrollo de nuestras comunicaciones por radio ha apresurado la transformación de Europa en una sola organización económica. El desarrollo de la red telegráfica es, entre tantas otras la preparación del momento en que los pueblos Europa y Asia se unirán en una Unión Soviética de los Pueblos Socialistas. (Aplausos.)



El A B C de la dialéctica marxista

Fragmento de “En defensa del marxismo”

La dialéctica no es una ficción ni una mística, sino una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en la medida en que éste no se limita a los problemas cotidianos de la vida y trata de llegar a una comprensión de procesos más profundos y complicados. La dialéctica y la lógica formal mantienen entre sí una relación similar a la que existe entre las matemáticas inferiores y las superiores.

Trataré aquí de esbozar lo esencial del problema en forma muy concisa. La lógica aristotélica del silogismo simple, parte de la premisa de que “A” es igual a “A”. Este postulado se acepta como axioma para una multitud de acciones humanas prácticas y de generalizaciones elementales. Pero en realidad “A” no es igual a “A”. Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una lente: son completamente diferentes una de otra. Pero, se podrá objetar, no se trata del tamaño o de la forma de las letras, dado que ellas no son solamente símbolos de cantidades iguales; por ejemplo, de una libra de azúcar. La objeción no es válida en realidad; una libra de azúcar nunca es igual a una libra de azúcar: una balanza delicada descubriría siempre la diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin embargo, una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de tamaño, peso, color, etc. Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista contestaré que una libra de azúcar es igual a sí misma “en un momento dado”. Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este “axioma”, tampoco soporta una crítica teórica. ¿Cómo debemos concebir realmente la palabra “momento”? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, entonces una libra de azúcar está sometida durante el transcurso de ese “momento” a cambios inevitables. ¿O este “momento” es una abstracción puramente matemática, es decir, cero tiempo? Pero todo existe en el tiempo y la existencia misma es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo es, en consecuencia, un elemento fundamental de la existencia. De este modo, el axioma “A” es igual a “A” significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.

A primera vista podría parecer que estas “sutilezas” son inútiles. En realidad, tienen decisiva importancia. El axioma “A” es igual a “A” es a un mismo tiempo punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de partida de todos los errores de nuestro conocimiento. Sólo dentro de ciertos límites se le puede utilizar con impunidad. Si los cambios cuantitativos que se producen en “A” carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre manos, entonces podemos suponer que “A” es igual a “A”. Tal es, por ejemplo, el modo en que el vendedor y el comprador consideran una libra de azúcar. De la misma manera consideramos la temperatura del Sol. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando los cambios cuantitativos sobrepasan ciertos límites se convierten en cambios cualitativos. Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o de la gasolina deja de ser una libra de azúcar. Un dólar en manos de una presidente deja de ser un dólar. Determinar en el momento preciso el punto crítico en que la cantidad se transforma en calidad es una de las tareas más difíciles o importantes en todas las esferas del conocimiento, incluso de la sociología.

Todo obrero sabe que es imposible elaborar dos objetos completamente iguales. En la transformación de bronce en conos, se permite cierta desviación para los conos, siempre que ésta no pase de ciertos límites (a esto se le llama “tolerancia”). Mientras se respeten las normas de la tolerancia, los conos son considerados iguales (“A” es igual a “A”). Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad se transforma en calidad; en otras palabras, los conos son de inferior calidad o completamente inútiles.

Nuestro pensamiento científico no es más que una parte de nuestra práctica general, incluso de la técnica. Para los conceptos rige también la “tolerancia”, que no surge de la lógica formal basada en el axioma “A” es igual a “A”, sino de la lógica dialéctica cuyo axioma es: todo cambia constantemente. El “sentido común” se caracteriza por el hecho de que sistemáticamente excede la “tolerancia” dialéctica.

El pensamiento vulgar opera con conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y fenómenos en sus cambios continuos a la vez que determina en las condiciones materiales de aquellos cambios el momento crítico en que “A” deja de ser "A", un estado obrero deja de ser un estado obrero.

El vicio fundamental del pensamiento vulgar radica en el hecho de que quiere contentarse con fotografías inertes de una realidad que consiste en eterno movimiento. El pensamiento dialéctico da a los conceptos -por medio de aproximaciones sucesivas- correcciones, concreciones, riqueza de contenido y flexibilidad; diría, incluso, hasta cierta suculencia que en cierta medida los aproxima a los fenómenos vivientes. No hay un capitalismo en general, sino un capitalismo dado, en una etapa dada de desarrollo. No hay estado obrero en general, sino un capitalismo dado, en una etapa dada de desarrollo. No hay estado obrero en general, sino un estado obrero dado, en un país atrasado, dentro de un cerco capitalista, etc.

Con respecto al pensamiento vulgar, el pensamiento dialéctico está en la misma relación que una película cinematográfica con una fotografía inmóvil. La película no invalida la fotografía inmóvil, sino que combina una serie de ellas de acuerdo a las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el silogismo, sino que nos enseña a combinar los silogismos en forma tal que nos lleve a una comprensión más próxima a la realidad eternamente cambiante. Hegel, en su Lógica (1812-1816), estableció una serie de leyes: cambio de cantidad en calidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflictos entre el contenido y la forma, interrupción de la continuidad, cambio de la posibilidad en inevitabilidad, etcétera, que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para las tareas más elementales.

Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al poderoso impulso dado al pensamiento por la revolución francesa, Hegel anticipó el movimiento general de la ciencia. Pero porque era solamente una anticipación, aunque hecha por un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel operaba con sombras ideológicas como realidad final. Marx demostró que el movimiento de estas sombras ideológicas no reflejaban otra cosa que el movimiento de cuerpos materiales.

Llamamos “materialista” a nuestra dialéctica porque sus raíces no están en el cielo ni en las profundidades del “libre albedrío”, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. Lo consciente surgió de lo inconsciente, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de la nebulosa. En todos los jalones de esta escala de desarrollo, los cambios cuantitativos se transformaron en cualitativos. Nuestro pensamiento, incluso el pensamiento dialéctico, es solamente una de las formas de expresión de la materia cambiante. En ese sistema no hay lugar para Dios, ni para el Diablo, ni para el alma inmortal, ni para leyes y normas morales eternas. La dialéctica del pensamiento, por haber surgido de la dialéctica de la Naturaleza, posee en consecuencia un carácter profundamente materialista.

El darwinismo, que explicó la evolución de las especies a través del tránsito, de las transformaciones cuantitativas en cualitativas, constituyó el triunfo más alto de la dialéctica en todo el campo de la materia orgánica. Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos de elementos químicos, y posteriormente, la transformación de un elemento en otro.

A estas transformaciones (de especies, elementos, etcétera) está estrechamente ligada la cuestión de la clasificación, de pareja importancia en las ciencias naturales y las sociales. El sistema de Linneo (siglo XVIII), que utilizaba como punto de partida la inmutabilidad de las especies, se limitaba a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo a sus características exteriores. El período infantil de la botánica es análogo al período infantil de la lógica, ya que las formas de nuestro pensamiento se desarrollan como todo lo que vive. Únicamente el repudio definitivo de la idea de especies fijas, únicamente el estudio de la historia de la evolución de las plantas y de su anatomía, preparó las bases para una clasificación realmente científica.

Marx, que a diferencia de Darwin era un dialéctico consciente, descubrió una base para la clasificación científica de las sociedades humanas, en el desarrollo de sus fuerzas productivas y en la estructura de las formas de propiedad, que constituyen la anatomía social. El marxismo sustituye por una clasificación dialéctica materialista la clasificación vulgarmente descriptiva de sociedades y estados que aún sigue floreciendo en las universidades. Únicamente mediante el uso del método de Marx es posible determinar correctamente, tanto en el concepto de lo que es un estado obrero como el momento de su caída.

Todo esto, como vemos, no contiene nada “metafísico” o “escolástico”, como afirman los ignorantes pedantes. La lógica dialéctica expresa las leyes del movimiento dentro del pensamiento científico contemporáneo. Por el contrario, la lucha contra la dialéctica materialista expresa un pasado lejano, el conservadurismo de la pequeña burguesía, la autosuficiencia de los universitarios rutinarios y... un destello de esperanza en la vida del más allá.



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