Una mirada a la oscuridad



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Pero aquellos mensajes no le servían de nada ahora. Los tests prosiguieron.

—¿Qué error hay en esta foto? Uno de los objetos no encaja. Debe señalar...

Lo hizo. Luego fue lo mismo, pero con objetos reales, no con fotos. Debía apartar todos los objetos que sobraran y después, una vez finalizado el test, reunir los sobrantes de las diversas «series» —tal era su nombre técnico— y determinar si tenían o no alguna característica en común, si constituían o no otra «serie».

Estaba en plena tarea cuando los dos psicólogos anunciaron que el tiempo asignado había concluido. Le dijeron que se fuera a tomar una taza de café y que esperara en el pasillo hasta que le llamaran.

Pasó un rato, fastidiosamente largo para él, y apareció uno de los examinadores.

—Una última cosa, Fred —dijo—. Necesitamos hacerle un análisis de sangre. —Entregó a Fred un papel: un volante para el laboratorio—. Baje al vestíbulo y busque la sala del laboratorio de patología. Entregue este volante allí y le tomarán una muestra de sangre. Luego vuelva aquí y espere.

—Sí —dijo sin entusiasmo alguno. Se alejó arrastrando los pies.

Trazas en la sangre, comprendió. Eso es lo que buscan.

Se sometió a la extracción de sangre en el laboratorio de patología y regresó a la sala 203. Una vez allí, abordó a uno de los psicólogos.

—Oiga —dijo—, ¿podría ir arriba para hablar con mi superior mientras espero los resultados? El acabará pronto su jornada y se marchará.

—De acuerdo —contestó el agente médico—. Estamos pendientes del análisis de sangre, de modo que tardaremos más de lo previsto para emitir nuestro dictamen. Sí, puede ir a ver a... ¿Hank?

—Sí, Hank. Estaré arriba con él.

—Telefonearemos allí cuando estemos listos... Fred, parece mucho más deprimido ahora que la primera vez que le vimos.

—¿Cómo dice?

—Me refiero a la primera vez que vino aquí, la semana pasada. Se le veía bajo una gran tensión, pero bromeaba y reía.

Mirándole, Fred comprendió que aquel era uno de los dos agentes médicos de la primera sesión. Pero su única respuesta fue un gruñido. Se alejó hacia el ascensor, sumido en sus pensamientos. Deprimente, todo esto es deprimente, meditó. ¿De cuál de los dos médicos se trata? ¿Del que tenía un mostacho con las puntas levantadas, como si fuera un manillar de bicicleta, o del otro...? Supongo que era el otro. Este no tiene mostacho.

Tocará este objeto con su mano izquierda, se dijo en su interior, y al mismo tiempo lo mirará con la otra mano. Luego nos dirá.. No se le ocurrió ningún otro absurdo para completar la frase. No sin ayuda de los dos médicos.


Entró en el despacho de Hank. Había otro hombre sentado en el extremo opuesto, frente a su superior. Y no vestía monotraje mezclador.

—Es el informador que nos telefoneó usando un dispositivo electrónico para ocultar su voz —dijo Hank—. El que nos habló de Bob Arctor, ¿recuerda?

—Sí —contestó Fred, permaneciendo de pie e inmóvil.

—Este hombre volvió a telefonear —prosiguió Hank—. Para darnos más informes sobre Arctor. Le contestamos que debía dar un paso más e identificarse. Le retamos a que se presentara aquí, y así lo ha hecho. ¿Le conoce?

—Desde luego —repuso Fred, mirando fijamente a Jim Barris, que sonreía estúpidamente mientras manoseaba unas tijeras. Barris tenía un aspecto repugnante y parecía muy nervioso. Super repugnante, pensó Fred. Aquel hombre le daba náuseas—. Se llama Jim Barris, ¿no es cierto? ¿Le han detenido alguna vez?

—Su carnet de identidad dice que se llama James R. Barris —dijo Hank— y él lo ha confirmado. No consta que haya sido detenido.

—¿Y qué es lo que quiere? —Fred miró a Barris—. ¿Qué información posee?

—Tengo... —dijo Barris en voz muy baja—. Tengo pruebas de que el señor Arctor forma parte de una gran organización clandestina. Una organización poderosa que dispone de arsenales de armas, utiliza mensajes en clave y probablemente dedicada a la subversión de...

—Eso es pura especulación —interrumpió Hank—. ¿Tiene pruebas, o son simples suposiciones? No nos informe de nada que no sea de primera mano.

—¿Ha estado alguna vez en un hospital mental? —preguntó Fred a Barris.

—No.

—¿Está dispuesto a firmar una declaración jurada, ante notario, en la oficina del fiscal del distrito? —prosiguió Fred—. ¿Una declaración que recoja las pruebas e información que usted facilite? ¿Está dispuesto a presentarse ante los tribunales, a declarar bajo juramento que...?



—Antes ha indicado que lo haría —interrumpió Hank.

—Mis pruebas —dijo Barris—, que no he traído conmigo pero podré exhibir en su momento, son grabaciones de conversaciones telefónicas sostenidas por Bob Arctor. Conversaciones que yo escuchaba sin que él lo supiera, a eso me refiero.

—¿De qué organización se trata? —preguntó Fred.

—Creo que es... —empezó a decir Barris, pero Hank le interrumpió con un gesto—. Bueno, es de tipo político —añadió. Sudaba y estaba temblando ligeramente, pero su aspecto era de complacencia—. Y va contra el país. Una organización extranjera, enemiga de los Estados Unidos.

—¿Qué relación guarda Arctor con la fuente de la sustancia M? —inquirió Fred.

Barris parpadeó, se mordió el labio y gesticuló.

—La respuesta está en mi... Cuando examinen mi información, es decir, mis pruebas, llegarán a la indudable conclusión de que la sustancia M es fabricada por una nación extranjera resuelta a subvertir los Estados Unidos y que el señor Arctor está profundamente introducido en la maquinaria de esta...

—¿Puede facilitarnos nombres concretos de otras personas que pertenezcan a dicha organización? —preguntó Hank—. ¿Personas que se hayan visto con Arctor? Debe saber que proporcionar información falsa a las autoridades legales constituye un delito, y si hace tal cosa se expondrá a ser enjuiciado.

—Lo comprendo —dijo Barris.

—¿Qué contactos tiene Arctor? —interrogó Hank.

—Una tal señorita Donna Hawthorne —repuso Barris—. El se presenta en su casa con diversos pretextos y contacta con ella regularmente.

—Contacta —repitió Fred, riéndose—. ¿A qué se refiere?

—He seguido a Arctor, en mi propio coche —dijo Barris, hablando muy despacio y con toda claridad—. Sin que él lo supiera.

—¿Va muy a menudo a esa casa? —inquirió Hank.

—Sí, señor. Muy a menudo. Digamos que...

—Ella es su chica —intervino Fred.

—El señor Arctor también... —empezó a decir Barris.

—¿Cree que todo esto tenga algún sentido? —preguntó Hank a Fred.

—No nos queda más remedio que examinar las pruebas de este hombre —contestó Fred.

—Traiga sus pruebas —ordenó Hank a Barris—. Todas. Sobre todo, nombres... Nombres, números de matrículas de coches, números telefónicos... ¿Sabe si Arctor está metido en grandes cargamentos de droga? ¿Más que si fuera un simple adicto?

—Desde luego.

—¿Qué tipo de droga?

—Varios tipos. Tengo muestras, las recogí con todo cuidado... para que ustedes las analicen. También puedo traerlas. Muchas y muy variadas.

Hank y Fred se miraron mutuamente.

Barris, con la vista clavada delante de él, sonrió.

—¿Quiere añadir algo más en este momento? —preguntó Hank a Barris. Luego se volvió hacia Fred y añadió—: Quizá deberíamos enviar un agente con este hombre para obtener las pruebas. —Frase que significaba: para asegurarnos que no se espante, cambie de opinión y nos deje plantados.

—Me gustaría decir una cosa —dijo Barris—. El señor Arctor es drogadicto, adicto a la sustancia M, y su mente se halla perturbada. Ha sido un proceso gradual, ocurrido a lo largo de un periodo de tiempo, y ahora es un hombre peligroso.

—Peligroso —repitió Fred.

—Exacto. Padece incidentes propios de personas con lesiones cerebrales producidas por la sustancia M. El quiasma óptico debe estar deteriorado, ya que es un componente ipsilateral débil... Además... —Barris aclaró su garganta—. También hay deterioro en el corpus callosum.

—Tal como le informé y advertí —dijo Hank—, este tipo de especulación sin pruebas carece de valor para nosotros. Bien, enviaremos un agente a recoger las pruebas. ¿De acuerdo?

Barris asintió, sonriendo.

—Aunque, la verdad... —dijo.

—Será un agente vestido de paisano.

—Es que... —Barris gesticuló—. Podrían matarme. El señor Arctor, como he explicado...

—De acuerdo, señor Barris —le interrumpió Hank—. Apreciamos lo que está haciendo y los riesgos que corre. Además, si hay resultados, si su información tiene un valor decisivo a la hora de obtener una acusación ante los tribunales, entonces...

—No he venido por esa razón. Ese hombre está enfermo. Tiene el cerebro dañado por culpa de sustancia M. La razón por la que...

—Es algo que nos tiene sin cuidado —atajó Hank—. Sólo nos interesa que sus pruebas tengan valor. Lo demás es su problema.

—Gracias, señor —dijo Barris, sin dejar de sonreír y sonreír.

XIII
Fred volvió a la sala 203, el laboratorio psicológico de la policía, y escuchó sin interés las explicaciones que sobre el resultado del test le facilitaron los dos psicólogos.

—Usted muestra lo que nosotros consideramos más como un fenómeno de competencia que de deterioro. Siéntese.

—De acuerdo —respondió lacónicamente Fred. Tomó asiento.

—Competencia entre los dos hemisferios de su cerebro —explicó el otro psicólogo—. No hay una señal simple, anormal o pervertida, sino más bien dos señales que interfieren entre sí, conduciendo información opuesta.

—Lo normal —prosiguió el primer médico—, es que una persona emplee el hemisferio izquierdo. Aquí se localiza el sistema del yo, el ego o conciencia. Es el hemisferio dominante porque siempre se localiza en él la zona central del habla. Precisando más, la bilateralización implica una capacidad o valencia verbal en el hemisferio izquierdo, con funciones espaciales en el derecho. La mitad izquierda puede compararse a un computador digital, la derecha a un computador analógico. De modo que la función bilateral no es una simple duplicación. Ambos sistemas reciben y procesan la información de formas distintas. Pero ese no es su caso. Usted carece de hemisferio dominante, de modo que no se produce una acción compensatoria entre uno y otro. Una mitad de su cerebro le dice una cosa, la segunda mitad le dicta otra diferente.

—Es como si su coche tuviera dos indicadores de combustible —intervino el otro agente—. Uno indica que el depósito está lleno y otro informa que está vacío. Es imposible que los dos tengan razón, y de ahí el conflicto que se produce. Pero en su caso, no es que uno funcione bien y el otro mal, sino que... Me explicaré. Ambos indicadores valoran la misma cantidad de gasolina: el mismo combustible, el mismo depósito. Están valorando lo mismo. El conductor sólo tiene una relación indirecta con el depósito de gasolina, a través del indicador o, en su caso, de los indicadores. El combustible podría agotarse y usted no lo sabría hasta que se lo indicara algún otro indicador del tablero de mandos o el coche se detuviera. Nunca habría dos indicadores facilitando información contradictoria, porque en cuanto eso sucede, usted no tiene conocimiento alguno de la circunstancia sobre la que recibe información. No es lo mismo que si dispusiera de un indicador principal que, en caso de fallar, fuera sustituido automáticamente por otro secundario.

—Entonces, ¿qué significa todo esto? —preguntó Fred.

—Usted ya lo sabe, estoy seguro de ello —dijo el psicólogo de su izquierda—. Lo ha estado experimentando sin saber por qué o qué cosa era.

—¿Los dos hemisferios de mi cerebro pugnan entre ellos?

—Sí.


—¿Por qué?

—Por culpa de la sustancia M. Es normal que la droga produzca este efecto, funcionalmente. Era lo que esperábamos, y los tests lo han confirmado. Se ha producido una lesión en el hemisferio izquierdo, el dominante en la mayoría de los casos, y la otra mitad del cerebro trata de compensar el trastorno. Pero ese doble funcionamiento no resulta: se trata de un estado anormal para el que el organismo no está preparado. Nunca debería ocurrir. Lo denominamos información cruzada, y está relacionado con los fenómenos de escisión cerebral o personalidad dual. Podríamos intentar una hemisferectomía en la mitad derecha, pero...

—¿Me curaré cuando deje de tomar sustancia M? —interrumpió Fred.

—Es muy posible —asintió el psicólogo sentado a su izquierda—. Se trata de un trastorno funcional.

—Puede ser una lesión orgánica —dijo el otro hombre—. Y puede ser permanente. El tiempo lo dirá, y sólo cuando esté un largo período sin tomar sustancia M, ni una sola pastilla.

—¿Qué? —dijo Fred. No había comprendido la respuesta. ¿Sí o no? ¿Su lesión sería permanente o temporal? ¿Qué le habían respondido?

—Aunque se tratara de una lesión del tejido cerebral —dijo uno de los médicos—, actualmente se está experimentando con la extirpación de pequeñas secciones de ambos hemisferios, tratando de abortar así el período de competencia interhemisférica. Se cree que este método podrá devolver su condición de dominante al hemisferio original.

—Sí, aunque existe el problema de que el individuo sólo reciba impresiones parciales después de someterse al tratamiento. Es decir, que los datos sensoriales que capte sean incompletos. Y ello para toda la vida. En lugar de dos señales, obtendrá media señal, cosa que, en mi opinión, es igualmente nociva.

—De acuerdo, pero una función parcial no competitiva es mejor que nada. Información cruzada significa recepción nula.

—Bien, Fred —dijo el otro médico—. No deberá tomar más...

—No volveré a tomar sustancia M —expuso Fred—. En lo que me queda de vida.

—¿Qué cantidad toma actualmente?

—No mucho. —Hizo una pausa y añadió—: Tomo más últimamente, debido a la tensión que padezco en mi trabajo.

—La superioridad le relevará de sus misiones —dijo uno de los psicólogos—. Déjelo todo. Está enfermo, Fred. Y lo estará por bastante tiempo. Después, nadie sabe qué pasará. Tal vez vuelva a la normalidad, tal vez no.

—¿Cómo es posible que los dos hemisferios de mi cerebro, aun siendo dominantes ambos, no reciban los mismos estímulos? —dijo Fred muy irritado—. ¿Por qué no puede sincronizarse eso, como en el sonido estereofónico?

Silencio.

—Es decir —prosiguió Fred, gesticulando—, cuando la mano izquierda y la mano derecha cogen un objeto, el mismo objeto, lo normal es que...

—La zurdería o su opuesto... ¿Qué significan estos términos cuando nos ponemos delante de un espejo, cuando la mano izquierda «se convierte» en la derecha...? —El psicólogo se inclinó hacia Fred, que no alzó la vista—. ¿Cómo definiría un par de guantes, uno para la mano derecha y otro para la mano izquierda, de modo que una persona que desconociera estos términos pudiera comprenderlos sin error posible? ¿Una imagen refleja?

—Un guante para la mano izquierda... —empezó a decir Fred, pero no supo continuar.

—Es como si un hemisferio de su cerebro percibiera el mundo reflejado por un espejo. Reflejado por un espejo, ¿comprende? la izquierda se transforma en derecha, con todo lo que ello implica. Además, ni siquiera sabemos cuáles son las implicaciones, qué ocurre cuando se ve un mundo invertido de tal forma. Hablando en términos topológicos, un guante para la mano izquierda es un guante para la mano derecha estirado a través del infinito.

—A través de un espejo —dijo Fred. Un espejo oscurecido, una cámara oscura, pensó. Y San Pablo no se refería a un espejo de vidrio —no existían entonces—, sino a un reflejo de sí mismo cuando miraba al fondo pulido de un plato metálico. Era algo que le había dicho Luckman, el hombre que leía a los teólogos. No se trataba de mirar a través de un telescopio o sistema óptico, objetos que no invertían nada, sino simplemente ver su propio rostro reflejado, invertido, estirado a través del infinito. Tal como acaban de explicarme. No a través de un espejo, sino la reflexión de un espejo. Y ese reflejo que captar eres tú, es tu cara, y no lo es. No tenían cámaras en aquellos tiempos remotos, de modo que esa era la única forma de que una persona pudiera verse a sí misma: en el reflejo de una imagen.

Así me he visto yo.

En cierto sentido, he empezado a contemplar el universo por sus reflejos. ¡Con el otro lado de mi cerebro!

—Topología —estaba diciendo uno de los psicólogos—. Una ciencia, o una matemática, poco comprendida. Como los agujeros negros del espacio...

—Fred ve el mundo al revés —decía el otro psicólogo en aquel mismo momento—. Yo diría que ve un mundo de frente y, al mismo tiempo, otro mundo por detrás. Resulta muy difícil hacerse una idea de la imagen final que se presenta ante sus ojos. La topología es una rama de las matemáticas que investiga las propiedades de una configuración geométrica, o de otro tipo, que permanece inalterada cuando es sometida a una transformación continua punto por punto y en todos sus puntos. Pero aplicada a la psicología...

—Y cuando se trata de objetos, ¿quién sabe en qué van a convertirse? Pueden hacerse irreconocibles. Cuando un hombre primitivo contempla por primera vez una fotografía en la que aparece él mismo, no sabe identificarse. Aunque haya visto muchas veces su propio reflejo en objetos metálicos. Pero ese reflejo le ofrece una imagen invertida, a diferencia de la imagen que contempla en la foto. Y debido a ello, no reconoce que la persona de la fotografía es él mismo.

—Siempre ha visto una imagen refleja invertida, y piensa que él tiene ese aspecto.

—Es frecuente que una persona que escucha la grabación de su voz...

—Eso es distinto. Ahí entra en juego la resonancia en el seno...

—Quizá sean ustedes los que ven el universo invertido, reflejado en un espejo —intervino Fred—. Quizá mi visión sea la correcta.

—Usted ve el universo en las dos formas posibles.

—O sea, que...

—Antes solía decirse que el hombre sólo veía «reflejos» de la realidad, no la realidad en sí. El principal defecto de un reflejo no es que sea irreal, sino que ofrece una imagen invertida. —El psicólogo que acababa de exponer su opinión adoptó una extraña expresión—. Paridad. El principio científico de la paridad. Universo e imagen refleja. Hay una razón que nos lleva a confundir la segunda por el primero; carecemos de una paridad bilateral.

—Una fotografía puede compensar la falta de paridad hemisférica bilateral. No es el objeto en sí, pero tampoco es el objeto invertido, de modo que, basándonos en ese argumento, las imágenes fotográficas no serían tales imágenes, sino formas reales. La inversión de una inversión.

—Pero también una foto puede ser una inversión si por causas fortuitas el negativo es impreso en sentido contrario. En ese caso, se advierte el error cuando se trata de letras, pero no cuando la foto capta el rostro de una persona. Podemos disponer de dos copias por contacto de un hombre determinado, una invertida y otra no. Otra persona que no conozca a ese hombre no podrá indicar cuál de las dos copias es la correcta, pero advertirá que se trata de imágenes distintas, puesto que le resultará imposible superponerlas.

—Todo esto le dará una idea, Fred, de cuán complejo resulta formular la distinción entre un guante para la mano izquierda y...

—Así se cumplirá lo que está escrito —dijo una voz—. Y la muerte perecerá ante la victoria. —Quizá fue Fred el único que escuchó aquellas palabras—. Porque en cuanto lo escrito aparezca invertido, distinguiréis la ilusión de la realidad. La confusión termina y la muerte, el enemigo final, la sustancia Muerte, no perece en el cuerpo sino ante la victoria. Y he aquí que ahora os explicaré el sagrado secreto: nosotros no dormiremos todos en la muerte.

Se refiere a la explicación de un misterio, pensó Fred. De un secreto sagrado. Nosotros no moriremos.

Los reflejos desaparecerán.

y lo harán rápidamente.

Todos seremos transformados. Se refiere a que seremos vueltos a invertir de repente. ¡En un abrir y cerrar de ojos!

Fred observó a los dos psicólogos de la policía mientras redactaban y firmaban el informe. Todos seremos transformados, siguió pensando tristemente, porque ahora mismo estamos jodidamente invertidos. Supongo que lo estamos todos, toda persona y todo maldito objeto. El espacio, el tiempo... Pero una vez hecha la copia por contacto, el fotógrafo descubrirá que ha colocado al revés el negativo. ¿Cuánto tiempo tardará en destruir esa copia? ¿Cuánto tiempo tardará en hacer otra tal y como debe?

Una fracción de segundo.

Comprendo lo que significa ese pasaje de la Biblia, reflexionó Fred. A través de un espejo en enigma. Pero eso no mejora en absoluto mi sistema perceptivo. Como ellos dicen, entiendo las cosas pero estoy incapacitado para ayudarme.

Veo en los dos sentidos, se dijo Fred, el correcto y el invertido. Quizá sea la primera persona en la historia de la humanidad que haga tal cosa simultáneamente y esté capacitado para ver el mundo real, el mundo correcto, por un instante. Pero poseo la otra visión, la normal. ¿Cómo distinguirlas?

¿Cuál de las dos es la invertida y cuál la correcta?

¿Cuál será mi asignación por enfermedad, retiro o incapacidad mientras me voy consumiendo?, se preguntó. Sintió miedo, un pavor inmenso, un frío terrible que le rodeaba. Wie kalt ist es in diesem unterirdischen Gewölbe! Das ist natürlich, esi st ja tief. Y debo apartarme de la mierda. He conocido gente que ha pasado por eso. ¡Dios mío!, pensó, y cerró los ojos.

—Puede parecer un poco metafísico —decía uno de los médicos—, pero los matemáticos afirman que tal vez estemos en vísperas del surgimiento de una nueva cosmología que...

—¡La infinitud del tiempo que se expresa como eternidad, como un lazo! —dijo el otro visiblemente excitado—. ¡Un lazo de cinta magnetofónica!
Disponía de una hora antes de volver a la oficina de Hank para escuchar y examinar las pruebas que presentara Barris.

Decidió ir a la cafetería del edificio. En el camino se cruzó con gente de uniforme, gente vestida con monotrajes mezcladores y gente con traje y corbata.

El informe de los psicólogos debía ir camino del despacho de Hank en aquel momento. Estaría allí cuando Fred se presentara.

Tendré tiempo para pensar, reflexionó mientras se ponía en la cola de entrada. Tiempo. Supongamos que el tiempo es redondo, como la Tierra. Viajas hacia el oeste para llegar a la India y se ríen de ti, pero finalmente la India está delante, no detrás. Quizá la crucifixión está delante nuestro en el tiempo, mientras nosotros viajamos pensando que queda al «este».

Había una secretaria delante suyo. Apretado suéter azul, sin sostenes y casi sin falda. Le resultó agradable contemplarla. La miró una y otra vez hasta que la mujer se dio cuenta y le dio la espalda bandeja en mano.

El advenimiento de Cristo y su retorno, un mismo acontecimiento, pensó Fred. El tiempo, un lazo de cinta magnetofónica. No me extraña que estén tan seguros de su vuelta. Cristo volverá.

Contempló el trasero de la secretaria. Fue entonces cuando comprendió que ella no podía dirigirle idénticas miradas, ya que vestido con el monotraje mezclador carecía de rostro y de trasero. Pero ella se ha dado cuenta de que la observo, lo intuye, decidió. Cualquier chica con unas piernas así lo intuiría, supondría que todos los hombres la miraban.

Vestido así, pensó Fred, podría echarme encima de ella y tirármela. Nadie sabría quién había sido el culpable. ¿Cómo podría identificarme esta mujer?

Esta vestimenta es ideal para cometer delitos, meditó. Y otras acciones menos delictivas que siempre has deseado cometer, pero que nunca has ejecutado.

—Señorita —se dirigió a la chica del ajustado suéter azul—, tiene usted unas piernas muy bonitas. Aunque supongo que ya lo sabe, o no vestiría una minifalda como ésta.

—¿Eh? —La chica se quedó boquiabierta—. ¡Ah, ya sé quién eres!

—¿De verdad? —contestó él, sorprendido.

—Pete Wickam.

—¿Quién?


—¿No eres Pete Wickam? Siempre vas detrás mío...

—¿Soy el tipo que siempre te sigue y te mira las piernas, siempre pensando en lo que tú ya sabes?


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