Una mirada a la oscuridad



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—¿Conocéis algún corredor de fincas bueno? —preguntó Luckman.

—Sí, no podemos decir la verdad al corredor —convino Luckman—. Podríamos decir que... —Meditó mientras bebía su cerveza—. No puedo pensar en un buen motivo. ¿No se te ocurre algo, Barris? ¿Una excusa?

—Simplemente, diremos que hay narcóticos por toda la casa —dijo Arctor—. Y que no sabiendo dónde están, hemos decidido trasladarnos y dejar que detengan al nuevo propietario en vez de a nosotros.

—No, por favor —repuso Barris—. No creo que podamos ser tan claros. Bob, te sugiero que pretextes un traslado por motivos de trabajo.

—¿Un traslado? ¿Adónde? —preguntó Luckman.

—A Cleveland —contestó Barris.

—Creo que deberíamos decir la verdad —insistió Arctor—. Hasta podríamos poner un anuncio en el Times de Los Angeles: «Se vende casa moderna y amplia. Tres habitaciones. Dos cuartos baño con agua abundante. Droga de primera oculta en todas las habitaciones e incluida en precio venta.»

—Pero empezarán a llamar preguntando el tipo de droga —opinó Luckman—. Y no lo sabemos. Puede haber de todo.

—Y también preguntarán la cantidad —añadió Barris en un murmullo—. Los posibles compradores querrán saber cuánta droga hay.

—Puede haber una onza de tate —aventuró Luckman—, o mierda como la que había en el cenicero, o quizá varias libras de caballo.

—Lo que yo sugiero —dijo Barris— es que telefoneemos a la brigada de estupefacientes del condado. Les informamos de lo que ocurre y pedimos que vengan aquí para que se lleven la droga, para que la busquen y dispongan de ella. Hay que ser realistas: no tenemos tiempo para vender la casa. Hace algún tiempo investigué los aspectos legales para un lío como éste, y la mayoría de textos...

—Estás loco —dijo Luckman, mirando a su amigo como si se tratara de uno de los áfidos de Jerry—. ¿Telefonear a la brigada de estupefacientes? La bofia estará aquí en menos tiempo que...

—Es lo mejor para nosotros —le interrumpió Barris, sin inmutarse—. Y podemos pasar la prueba del detector de mentiras para demostrar que no sabíamos dónde estaba la droga o de qué tipo era, y que nosotros no la pusimos allí. Que la han puesto sin nuestro conocimiento o permiso. Bob, si les dices eso, no te harán nada. —Hizo una pausa y añadió—: Claro que la cosa no acabará hasta que todos los hechos sean presentados ante un tribunal.

—Pero por otra parte —dijo Luckman—, tenemos nuestros propios escondites. Sabemos dónde están y qué tenemos en ellos. ¿Tendremos que tirarlo todo al water? ¿Y si nos olvidamos de algo, por poco que sea? ¡Jo, esto es terrible!

—No hay salida —afirmó Arctor—. Estamos perdidos.

Se abrió la puerta de una de las habitaciones y apareció Donna Hawthorne. Llevaba una graciosa falda-pantalón, el pelo revuelto y estaba medio dormida.

—Vi la nota y entré —dijo Donna—. Me quedé sentada un rato y luego me derrumbé. La nota no decía cuándo volveríais. ¿Por qué gritabais? Me habéis despertado. ¡Dios, estáis pálidos!

—¿Te fumaste un porro? —preguntó Arctor—. ¿Antes de dormirte?

—Claro —contestó Donna—. De otra forma, me es imposible dormir.

—La colilla era de Donna —dijo Luckman—. Dádsela.

¡Dios santo!, pensó Bob Arctor. He vivido la misma alucinación que Barris y Luckman. Hasta el fondo, hasta creerme perdido como ellos. Sintió un escalofrío que le hizo estremecerse y parpadear. Sabiendo todo lo que sé, les he seguido en esa pesadilla paranoica, viviéndola con tanta intensidad como ellos... en una confusión total. Otra vez la oscuridad. La misma oscuridad que les rodea, que me ahoga. La oscuridad del horrible mundo de sombras en el que flotamos.

—Tú nos has sacado de ahí —dijo a Donna.

—¿De dónde? —preguntó la asombrada Donna.

Sé quién soy, pensó Arctor, y sabía lo que probablemente ocurriría en esta casa. Pero saber las dos cosas no es lo que me ha devuelto la cordura. No, ha sido ella la que nos ha liberado a los tres. Ella, una chica insignificante, de pelo negro y graciosamente vestida. Y yo paso informes sobre ella y me muero de ganas por llevármela a la cama... Otro mundo real de rutina-y-deseo, con esta tía sexy en el centro: un punto de racionalidad que nos ha liberado al momento. O si no, ¿cómo habrían terminado nuestras cabezas? Nosotros, los tres, estábamos al borde de la locura.

Y no por primera vez, reflexionó Bob. Ni siquiera por primera vez en lo que va de día.

—Deberíais cerrar con llave cuando os vais —dijo Donna—. Si os roban, la culpa será vuestra. Hasta las grandes compañías de seguros capitalistas advierten que si el cliente se deja la puerta o la ventana abierta, ellas no pagarán un centavo. Por eso mismo entré cuando vi la nota. Si no echáis la llave, alguien debe quedarse dentro de la casa.

—¿Cuánto rato llevas aquí? —preguntó Arctor. Tal vez su presencia había impedido la instalación de las holocámaras. O tal vez no, casi seguro que no.

Donna miró su reloj de pulsera, un Timex eléctrico de veinte dólares, regalo de Bob.

—Hace una media hora —contestó. Su rostro se iluminó de repente—. ¡Hey, Bob! He traído el libro de los lobos... ¿Quieres verlo? Bueno, quizá no te guste. Hay cosas muy desagradables.

—La vida —intervino Barris, aunque parecía estar pensando en voz alta—, es desagradable. Y nada más. La gran alucinación. Siempre es dura, tanto que te lleva a la tumba. A ti y a cualquiera, a todas las cosas.

—¿Vas a vender la casa? —preguntó Donna a Bob—. Me pareció oírlo... Bueno, a lo mejor lo soñé. No lo sé seguro, pero escuché algo que parecía una pesadilla muy extraña.

—Todos soñábamos —repuso Arctor.

Si el adicto es el último en enterarse de su condición, pensó Bob, quizás entonces sea el mismo individuo el último en saber si habla o no en serio. ¿Qué había de real en todo lo que había estado diciendo, en todo lo que Donna había escuchado por casualidad? Los desvaríos de aquel día, sus propios desvaríos, ¿hasta qué punto habían sido reales? ¿Hasta qué punto había influido la situación en todos esos disparates? Desde hacia mucho tiempo, Donna significaba para él un elemento orientador, de realidad, cosa que para la chica era la cuestión natural y fundamental. Bob deseó poder responder las preguntas que bullían en su cabeza.

VII
Fred, vestido con su monotraje mezclador, se presentó al día siguiente en el despacho de Hank. Iba a obtener datos sobre los aparatos de vigilancia y escucha recientemente instalados.

—Tenemos seis holocámaras dentro de la casa —explicó Hank, extendiendo un plano de la casa de Bob Arctor sobre la mesa metálica que le separaba de Fred—. Creemos que con seis será suficiente por ahora. Las seis cámaras envían sus imágenes a un apartamento seguro situado a cierta distancia de la casa de Arctor, pero en la misma manzana de edificios.

Contemplando el plano, Fred se sintió algo intranquilo, pero no demasiado. Levantó el croquis y estudió la situación de las diversas holocámaras. Todas las habitaciones quedaban bajo una permanente vigilancia que registraba imágenes y sonidos.

—¿Debo entender que obtendré las grabaciones en ese apartamento? —preguntó Fred.

—Lo utilizamos como central receptora en la vigilancia de ocho, o quizá sean nueve ahora, casas o apartamentos situados en ese barrio en particular —contestó Hank—. Por lo tanto, cuando vaya allí se encontrará con otros agentes secretos, encargados del mantenimiento de la central. Lleve siempre puesto su monotraje mezclador.

—Me verán entrar. Está demasiado cerca.

—Supongo que sí, pero se trata de un complejo enorme, de cientos de unidades, y es el único lugar adecuado desde el punto de vista electrónico. Tenemos que contentarnos con ese apartamento, al menos hasta que consigamos un desahucio legal que nos permita emplear otro. Lo estamos intentando... en otro piso a dos manzanas de distancia, donde usted será menos visible. Es cuestión de una semana. Si las holocámaras pudieran transmitir como las antiguas, con una resolución correcta y a través de microrrelés y líneas ITT...

—Si Arctor, Luckman o cualquiera de esos tipos me ve entrar al apartamento, usaré la excusa de que tengo un plan allí.

El asunto no creaba demasiadas complicaciones. Además, reduciría el tiempo que perdía trasladándose de un sitio a otro, un factor muy importante. Le resultaría fácil entrar en la central clandestina, examinar los registros, determinar lo que era relevante o no para sus informes y regresar con toda rapidez a...

A mi casa, pensó. A la casa de Arctor. En aquel lugar de la calle soy Bob Arctor, el sospechoso drogadicto que está siendo vigilado sin saberlo. Y luego, cada dos días, encuentro un pretexto para desplazarme hasta el apartamento y me convierto en Fred, para examinar centenares y centenares de cintas y ver lo que he hecho. Todo este asunto me deprime. Excepto por la protección —y la valiosa información personal— que me facilitará.

No sé quién me estará acechando, pero las cámaras lo descubrirán en la primera semana.

Este pensamiento le tranquilizó.

—Excelente —dijo a Hank.

—Ya puede ver dónde están situadas las holos. En cuanto a su mantenimiento, si fuera preciso, puede encargarse usted mismo cuando esté en la casa de Arctor y no le vea nadie. Porque usted suele ir a esa casa, ¿no?

Mierda, pensó Fred. Si lo hago, apareceré en los registros. Y cuando los entregue a Hank, es obvio que tendré que ser uno de los tipos que aparezcan allí. Una posibilidad entre muy pocas.

Hasta entonces, nunca había dado ninguna pista a Hank sobre los métodos que empleaba para obtener datos de sus sospechosos. Era Fred mismo, el efectivo mecanismo de protección, el que llevaba la información. Pero ahora se trataba de unidades exploradoras holográficas y auditivas que no eliminaban automáticamente, como él hacía, todo dato que pudiera identificarle. Sería Robert Arctor el que apareciera reparando las holos cuando hubiera una avería. Sería su rostro el que se iría ampliando en la pantalla hasta llenarla por completo. Pero por otra parte, él sería el primero en examinar las cintas. Esto le daba la posibilidad de hacer recortes, aunque le llevaría tiempo y mucho tacto.

Pero... ¿eliminar qué? ¿A Bob Arctor? Arctor era el sospechoso. Eliminaría a Arctor sólo cuando tocara las holocámaras.

—Me eliminaré del montaje —dijo—. Así, usted no me verá. Como una medida de protección convencional.

—Desde luego. ¿No lo había hecho antes? —Hank le mostró un par de fotografías—. Se utiliza un dispositivo de borrado que elimina toda imagen en la que aparece el informador. Eso en cuanto a la imagen, claro. Por lo que respecta al sonido, no hay ninguna línea establecida. Pero eso no le causará problemas. Damos por supuesto que usted es uno de los tipos del círculo de amigos de Arctor y que frecuenta esa casa. Usted puede ser Jim Barris, Ernie Luckman, Charles Freck, Donna Hawthorne...

—¿Donna? —Se rió. Mejor dicho, fue el traje, no él, en su forma característica.

—O Bob Arctor —prosiguió Hank, analizando su lista de sospechosos.

—Siempre informo sobre mí mismo —dijo Fred.

—Por lo tanto, deberá incluirse en los registros de vez en cuando, o de lo contrario, si se borra por sistema, un proceso de eliminación nos permitirá deducir quién es usted. Aunque no queramos saberlo. Lo que en realidad debe hacer es eliminarse de una forma... ¿cómo le diría yo? Imaginativa, artística... Creadora, esa es la palabra. Por ejemplo, durante los breves intervalos que usted se halle solo en la casa, cuando esté registrando papeles y cajones, reparando una holo dentro del radio de acción de otra o...

—Lo que debería hacer es enviar a alguien a la casa, una vez al mes y vestido de uniforme. Y que ese alguien dijera: «¡Buenos días! He venido a comprobar los dispositivos de vigilancia instalados en la casa, teléfono y coche.» Es posible que Arctor pagara la factura.

—Lo más probable es que Arctor se deshiciera del tipo y desapareciera del mapa.

—En el supuesto de que Arctor tenga tanto que ocultar. Eso no está probado.

—Arctor puede estar ocultando muchas cosas —opinó Hank—. Hemos obtenido y analizado información fresca sobre él. No hay dudas fundamentales: es un impostor, un billete falso. Un farsante. No le pierda de vista hasta que caiga, hasta que podamos detenerle y encerrarle.

—¿Desea introducir droga en la casa?

—Lo discutiremos más tarde.

—¿Piensa que esté muy arriba en eso que llaman la Agencia SM?

—Lo que nosotros pensemos no tiene importancia alguna en su trabajo —dijo Hank—. Nosotros valoramos y usted informa y da sus forzosamente limitadas conclusiones. No pretendo quitar importancia a su trabajo, pero disponemos de información, en grandes cantidades, que no podemos facilitarle. La imagen completa, computerizada.

—Arctor está condenado —opinó Fred—. Si es que trama algo. Y por lo que usted dice, ese es el caso.

—Confío en que pronto tengamos cargos contra él. Y entonces cerraremos el caso, para satisfacción de todos.

Impasible, Fred memorizó las señas del apartamento. De repente recordó haber visto de vez en cuando a una pareja, los dos con aspecto de drogadictos, entrando o saliendo del edificio. Habían desaparecido de la noche a la mañana. Detenidos. Y su apartamento utilizado por la policía. Le habían caído bien. La chica tenía el pelo largo, rubio, y no llevaba sostenes. Una vez, al pasar junto a ella, la vio cargada de comestibles y se ofreció para llevarla en coche. Estuvieron hablando un momento. Era una mujer vital, adepta a las megavitaminas, algas y el sol, agradable y tímida, pero rechazó su ofrecimiento. Ahora comprendía el porqué. Era evidente que los dos habían estado usando droga. O traficando con ella, que era más probable. Por otra parte, si el apartamento hacía falta, bastaba con una acusación de posesión, y eso siempre podía arreglarse.

¿Qué harían las autoridades con la casa de Bob Arctor, grande pero desordenada, cuando cogieran a Arctor?, se preguntó. Lo más seguro es que montaran un centro procesador más amplio.

—Le gustaría la casa de Arctor —dijo en voz alta—. Está en ruinas y tiene la suciedad típica de los drogadictos, pero es muy grande. Un patio fabuloso y montones de arbustos.

—Eso es lo que informaron los técnicos que hicieron la instalación. Ofrece excelentes posibilidades.

—¿Cómo? ¿Informaron que ofrecía «excelentes posibilidades»? —La voz del monotraje mezclador brotó frenéticamente, pero sin tono ni resonancia, cosa que aún encolerizó más a Fred—. ¿Para qué?

—Bueno, hay un detalle evidente: el cuarto de estar permite ver un cruce, de modo que se podría vigilar el paso de vehículos y registrar sus matrículas.. —Hank estudió algunos de los numerosos documentos que tenía en la mesa—. Pero Burt X, que dirigía la operación, opinó que la casa estaba dejada de la mano de Dios y que, como inversión, no valdría la pena para nosotros.

—¿Dejada de la mano de Dios? ¿A qué se refiere?

—Al tejado.

—El tejado está en perfectas condiciones.

—A la pintura, tanto exterior como interior. Al estado de los suelos. Los armarios de la cocina...

—Eso es una exageración —dijo Fred, la voz anónima del monotraje mezclador—. Sí, Arctor ha dejado que los platos sucios se amontonaran, igual que la basura y el polvo. Pero al fin y al cabo, ¿qué puede esperarse de tres tipos que viven allí solos, sin mujeres? La esposa de Arctor le abandonó. Y se supone que son las mujeres las que tienen que limpiar una casa. Otro gallo cantaría si Donna Hawthorne se hubiera mudado a la casa, tal como Bob quería. Hasta llegó a la humillación para que ella accediera. Y esa chica podía haberlo arreglado todo. De todas formas, cualquier servicio profesional podría dejar la casa en condiciones. Es cuestión de un día. En cuanto al tejado, es un detalle que me pone enfermo, porque...

—Si no le entiendo mal, me está recomendando que adquiramos la casa en cuanto Arctor sea detenido y pierda los derechos de propiedad. ¿Me equivoco?

Fred, la masa difusa, se quedó contemplándole.

—¿Y bien? —insistió Hank, impasible pero con el bolígrafo dispuesto para tomar nota de la respuesta.

—No puedo opinar. En ningún sentido. —Fred se puso en pie, preparado para marcharse.

—Aún no hemos terminado —dijo Hank, haciéndole una seña para que volviera a sentarse. Rebuscó entre los papeles que tenía delante—. Aquí tengo un memorándum...

—Usted siempre tiene memorándums. Para todo el mundo.

—Este memorándum me ordena que le envíe a la sala 203 antes de que usted salga del edificio.

—Si es por la charla antidrogas que di en el Lion’s Club, ya he recibido una buena reprimenda.

—No, no se trata de eso. —Hank le pasó la hoja de papel—. Es algo distinto. Ya hemos terminado. Lo mejor que puede hacer es dirigirse hacia allí y averiguarlo por usted mismo.

Fred se encontró en una habitación de paredes blancas. Todos los muebles eran metálicos y estaban atornillados al suelo. Le dio la impresión de estar en la habitación de un hospital, con su característica limpieza, frialdad y luz excesiva. Para más semejanza, tenía a su derecha una báscula en la que se leía: MANEJO EXCLUSIVO PARA TÉCNICOS. Había dos agentes en la habitación, ambos con el uniforme de la Oficina del Sheriff del Condado de Orange, aunque con distintivos médicos.

—¿El agente Fred? —dijo uno de ellos, el que lucía un bigote con las puntas levantadas.

—Sí, señor —contestó Fred. Estaba asustado.

—Bien, Fred. En primer lugar debo aclarar, quizás innecesariamente, que grabamos para su posterior estudio todas las instrucciones que usted recibe y todos los informes que usted nos facilita. Lo hacemos únicamente para subsanar posibles descuidos en las sesiones normales. Es el procedimiento ordinario, desde luego, y no se aplica solamente a usted, sino también a todos los agentes que facilitan informes orales.

—También grabamos todos los demás contactos que usted mantiene con el departamento —dijo el otro agente—. Llamadas telefónicas y actividades secundarias, tales como su reciente charla en Anaheim ante los socios del Rotary Club.

—Lion’s Club —corrigió Fred.

—¿Ingiere usted sustancia M? —preguntó el agente que estaba a su izquierda.

—Es una pregunta meramente formal —añadió el otro—. Se da por supuesto que usted, en su trabajo, está obligado a tomar droga. Por lo tanto, no hace falta que responda. No porque ello le incriminara, sino porque no tiene ninguna importancia. —Señaló una mesa en la que se hallaba una mezcolanza de cubos y otros objetos de plástico y llamativos colores que Fred no supo identificar—. Venga aquí y tome asiento, agente Fred. Vamos a efectuarle unas pruebas rápidas y muy sencillas. No perderá mucho tiempo y tampoco le resultará físicamente desagradable.

—En cuanto a esa charla que di... —empezó a decir Fred.

—Le explicaré nuestros propósitos —dijo el agente que se sentaba a su izquierda, sentándose y extrayendo un bolígrafo y varios impresos—. Todo proviene de una reciente encuesta realizada por el departamento y que ha puesto de manifiesto que en el último mes varios agentes secretos, asignados a esta zona, han ingresado en clínicas para afásicos.

—¿Es usted consciente del alto grado de adicción que provoca la sustancia M? —preguntó el otro agente.

—Claro. Por supuesto que lo soy.

—Ahora se someterá usted a estos tests —prosiguió el agente que estaba sentado—. Empezaremos con el que denominamos BG o...

—¿Creen que soy un adicto? —interrumpió Fred.

—No es de gran importancia el hecho de que lo sea o no, puesto que se espera que el Departamento Químico del Ejército produzca un agente bloqueador antes de cinco años.

»Estos tests no están relacionados con las propiedades aditivas de la sustancia M, sino... Bueno, será mejor que empecemos con este test, que determinará fácilmente su capacidad para distinguir entre forma y contexto. ¿Ve esta figura geométrica? —Extendió una hoja sobre la mesa, poniéndola ante Fred—. Mezclado entre la aparente confusión de líneas hay un objeto familiar. Lo que debe decirme es...

Item. En julio de 1969, Joseph E. Bogen publicó su revolucionario articulo «El otro lado del cerebro: una mente yuxtapuesta». Bogen citó en dicho articulo a un desconocido doctor A. L. Wigan, que en 1844 escribió:

La mente es fundamentalmente dual, como los órganos que permiten el desempeño de sus funciones. Esta idea se me ha presentado, y la he desarrollado por más de un cuarto de siglo, sin ser capaz de encontrar una sola objeción válida o, al menos, razonable. En consecuencia, me considero capacitado para demostrar que:

1.º Todo cerebro es un conjunto concreto y perfecto en tanto que órgano del pensamiento.

2.º En todo cerebro puede desarrollarse simultáneamente un proceso de pensamiento o raciocinio separado y concreto.

Bogen concluyó su artículo diciendo: «Creo (con Wigan) que cada uno de nosotros posee dos mentes en la misma persona. Sería preciso examinar un sinfín de detalles, pero en último término debemos enfrentarnos directamente a la principal resistencia contra la teoría de Wigan: el sentimiento subjetivo poseído por todos y cada uno de nosotros de que somos Uno. Esta convicción interna de Unicidad es una idea muy estimada por el hombre occidental...»

—...de qué objeto se trata y señalarlo en su contexto.

Se están cachondeando de mí, pensó Fred.

—¿Qué es todo esto? —preguntó, mirando al agente en vez de al dibujo—. Seguro que es por la charla del Lion’s Club—. Estaba convencido de ello.

—En numerosos individuos que ingieren sustancia M —dijo el agente que estaba sentado—, se produce una escisión entre los dos hemisferios del cerebro, el izquierdo y el derecho. Hay una pérdida de estructuralismo, un defecto interno de los sistemas perceptivo y cognoscitivo, aunque en apariencia el sistema cognoscitivo funcione con toda normalidad. Pero lo que recibe el sistema perceptivo está deformado a causa de la escisión, y así, también este sistema sufre un proceso gradual de malfuncionamiento y deterioro. ¿Ha localizado el objeto familiar en este dibujo?

—¿Se refiere a trazas de metales pesados depositadas en las zonas neurorreceptoras? ¿A un proceso irreversible...?

—No. No se trata de una lesión cerebral, sino de un tipo de toxicidad, toxicidad cerebral. Es una psicosis tóxica que afecta al sistema preceptivo escindiéndolo. Lo que tiene delante suyo, este test BG, mide la capacidad de su sistema perceptivo para actuar como un todo unificado. ¿Puede distinguir la forma? Debería resultarle muy fácil.

—Veo una botella de Coca —dijo Fred.

—En realidad es una botella de soda. —El agente que estaba sentado cambió el dibujo por otro.

—¿Han advertido algo al estudiar mis informes? —preguntó Fred—. ¿Algo confuso? —Es la charla, pensó—. ¿Qué me dicen de la charla que di? ¿Mostré una disfunción bilateral? ¿Por eso me han traído aquí? —Había leído algo sobre estas pruebas de cerebro dual, realizadas por el departamento de vez en cuando.

—No, es pura rutina —respondió el agente que más hablaba—. Comprendemos, agente Fred, que los agentes secretos deben tomar drogas para cumplir con su deber. Los que han debido ingresar en...

—¿De modo permanente? —interrumpió Fred.

—No, en la mayoría de los casos. Se trata de una degradación perceptiva que con el transcurso del tiempo puede rectificarse...

—Oscuridad —dijo Fred—. Lo oscurece todo.

—¿Padece interferencias cerebrales? —preguntó repentinamente uno de los agentes.

—¿Cómo dice? —respondió vacilante Fred.

—Interferencias entre hemisferios. Si el hemisferio izquierdo, el punto donde se localizan normalmente las funciones lingüísticas, está lesionado, el hemisferio derecho lo suplantará eventualmente en la medida de sus posibilidades.

—No lo sé —contestó Fred—. No, que yo sepa.

—Pensamientos extraños. Como si pensara otra persona o mente. Pero de modo distinto al suyo. Incluso palabras extranjeras que usted no conoce, aprendidas por percepción periférica en algún momento de su vida.


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