Una mirada a la oscuridad



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—Nada de eso. Lo habría advertido.

—Sí, es probable. Es una experiencia muy desagradable, según han informado personas con el hemisferio izquierdo dañado.

—Bien, supongo que me habría dado cuenta.

—Solía creerse que el hemisferio derecho no tenía función lingüística alguna, pero eso fue antes de que mucha gente perjudicara con las drogas sus hemisferios izquierdos y diera a los otros hemisferios, los derechos, la posibilidad de actuar, de llenar el vacío.

—Le aseguro que mantendré los ojos bien abiertos —dijo Fred. El tono meramente mecánico de su voz le hizo pensar en un obediente escolar, aceptando obedecer cualquier orden que le dieran sus maestros, por más estúpida que fuera. Esos hombres eran más altos que él y estaban en posición de imponer su fuerza y voluntad aunque fuera de modo irracional.

Limítate a decir que sí, pensó. Haz lo que te digan.

—¿Qué ve en este segundo dibujo?

—Una oveja.

—Indíquemela. —El agente sentado se inclinó hacia delante y giró la imagen—. El deterioro de la discriminación forma-contexto origina muchos problemas. En lugar de no percibir ninguna forma, se perciben formas incorrectas.

Como la mierda de perro, supuso Fred. La mierda de perro sería considerada como forma incorrecta, seguro. Bajo todo criterio. El...

Los datos indican que el hemisferio mudo, el dominado, está especializado en percepción Gestalt, siendo fundamentalmente un sintetizador en el tratamiento de la información recibida. El hemisferio parlante, el dominante, como contraste, lo está para operar de un modo más lógico y analítico, como un computador, y los hallazgos sugieren que la incompatibilidad básica de las funciones lingüísticas, por un lado, y las funciones perceptivas sintéticas, por el otro, podrían explicar la lateralización del cerebro en el hombre.

...se sentía enfermo y deprimido, casi tanto como durante su charla en el Lion’s Club.

—¿No hay ninguna oveja ahí? ¿No? —dijo Fred—. ¿Algo parecido?

—No se trata de un test Rorschach —explicó el agente sentado—, en el que un borrón confuso puede ser interpretado de diversos modos por diferentes individuos. En este test se ha dibujado exclusivamente un objeto concreto, como este. Se trata de un perro.

—¿Qué?


—Un perro.

—¿Cómo puede afirmarlo? —No vio ningún perro—. Muéstremelo.

El agente...

Esta conclusión encuentra su prueba experimental en el animal de cerebro dual cuyos dos hemisferios pueden ser educados para percibir, considerar y actuar independientemente. En el hombre, donde el pensamiento propositivo se halla típicamente lateralizado en un hemisferio, el otro hemisferio se especializa, como es lógico, es un distinto modo de pensamiento que puede denominarse apositivo. Las reglas o métodos por los que se elabora el pensamiento propositivo en «este» lado del cerebro (la mitad que habla, lee y escribe) han estado sometidas a análisis de sintaxis, semántica, matemáticas, etc., durante muchos años. Las reglas por las que se elabora el pensamiento apositivo en la otra mitad del cerebro deberán ser muy estudiadas en el futuro.

...dio la vuelta al dibujo. En el reverso había UN PERRO toscamente dibujado y Fred lo identificó con la forma oculta en la otra cara del papel. Era un tipo concreto de perro: un galgo con la barriga hundida.

—¿Qué significa que yo haya visto una oveja? —preguntó Fred.

—Quizás un simple bloqueo psicológico —repuso el agente que estaba de pie, moviéndose de un lado a otro—. Hasta que no haya visto todas las cartas y completemos varios tests más...

—Esta prueba es superior a la de Rorschach en un sentido —interrumpió el otro agente, mostrando el siguiente dibujo—: no es interpretativa. Usted puede ver muchas cosas, pero sólo una es la correcta. El objeto que el departamento de psicografia de los Estados Unidos dibujó y certificó en cada cartulina; por eso es el objeto correcto, porque nos viene de Washington. Usted puede verlo o no, y si muestra una tendencia hacia lo segundo, tendremos un problema de trastorno funcional en la percepción. En ese caso, estará inactivo un tiempo, hasta que supere las pruebas.

—¿En una clínica federal? —inquirió Fred.

—Sí. Y bien, ¿qué ve en este dibujo, entre estas líneas blancas y negras?

La ciudad de la muerte, pensó Fred mientras estudiaba el dibujo. Eso es lo que veo: muerte en todas las formas, en la correcta y en todas las demás. Hombrecillos de menos de un metro de altura montados en carros.

—Sólo una pregunta —dijo Fred—. ¿Fue la charla del Lion’s Club el detalle que les alertó?

Los dos agentes médicos intercambiaron miradas.

—No —contestó por fin el que estaba de pie—. Tuvo que ver con un intercambio de palabras francamente fuera de lugar. De hecho, simples disparates mientras discutía con Hank. Fue hace dos semanas... Ya comprenderá que hay una cierta demora tecnológica en el procesamiento de todo este desorden, este torrente de información bruta que fluye constantemente. Aún no tenemos su charla. Tardará otro par de días.

—¿A qué disparates se refiere?

—Algo sobre una bicicleta robada —explicó el otro agente—. Una supuesta bicicleta de siete velocidades. Usted había estado pensando a dónde habrían ido a parar las tres velocidades restantes, ¿no es cierto? —Los dos médicos policías volvieron a mirarse mutuamente—. ¿Creyó que se habrían quedado en el suelo del garaje donde fue robada la bicicleta?

—¡Hey! —protestó Fred—. Fue culpa de Charles Freck, no mía. Se quedó con todo el mundo hablando y hablando del asunto. Yo pensaba que fue muy divertido.

BARRIS: (De pie en la sala de estar con una enorme y reluciente bicicleta, muy contento). Mirad lo que he conseguido por veinte dólares.

FRECK: ¿Qué?

BARRIS: Una bici de carreras, con diez velocidades y casi recién salida de fábrica. La vi en el patio de los vecinos y me interesé por ella. Tenían cuatro iguales, así que les ofrecí veinte dólares y me la vendieron. Son negros. Hasta me han ayudado a sacarla por encima de la valla.

LUCKMAN: No sabía que se pudiera conseguir una bici de diez velocidades y casi nueva por veinte dólares. Es increíble la de cosas que se pueden hacer con veinte dólares.

DONNA: Se parece a la que tenía una chica de enfrente de mi casa. Se la robaron hace un mes. Esos negros debieron ser los ladrones.

ARCTOR: Claro, si tienen cuatro y las venden tan baratas...

DONNA: Si es la de mi vecina, deberías devolvérsela. O enseñársela para que viera si es la suya.

BARRIS: Imposible, es una bici de hombre.

FRECK: ¿Por qué dices de diez velocidades, si sólo tiene siete?

BARRIS: (Sorprendido). ¿Qué?

FRECK: (Se acerca a la bicicleta y señala). Mira, cinco aquí y otras dos al otro extremo de la cadena. Cinco y dos...

Cuando el quiasma óptico de un gato o un mono es dividido sagitalmente, la señal recibida por el ojo derecho va únicamente al hemisferio del mismo lado y, de forma similar, el ojo izquierdo sólo informa al hemisferio correspondiente. Si se adiestra un animal así operado a elegir entre dos símbolos mientras usa un solo ojo, las pruebas posteriores demuestran que pueden hacer la elección adecuada con el otro ojo. Pero si las comisuras, en especial el cuerpo calloso, han sido seccionadas antes del entrenamiento, el ojo inicialmente tapado y su hemisferio ipsilateral deben ser entrenados desde el principio. Es decir, la instrucción no se transfiere de un hemisferio a otro cuando las comisuras han sido cortadas. Este es el experimento fundamental de Myers y Sperry en cuanto a cerebro escindido (1953; Sperry, 1961; Myers, 1965; Sperry, 1967).

—...son siete. Esta bici sólo tiene siete velocidades.

LUCKMAN: Sí, pero un trasto de carreras y con siete velocidades sigue valiendo la pena por veinte dólares, sigue siendo una buena compra.

BARRIS: (Picado). Esos negros me dijeron que tenía diez velocidades. Esto es un robo.

(Todos se acercan para examinar la bicicleta. Cuentan las velocidades una y otra vez.)

FRECK: Ahora he contado ocho. Seis delante y dos detrás. Son ocho.

ARCTOR: (Lógicamente). Pero deberían ser diez. No hay bicicletas de siete u ocho velocidades, no que yo sepa. ¿Qué supones que habrá pasado con las que faltan.

BARRIS: Esos negros la habrán estado tocando, desmontándola con malas herramientas y sin conocimientos técnicos. Y cuando la volvieron a montar se les quedarían tres velocidades en el suelo de su garaje. Es probable que aún estén allí.

LUCKMAN: Entonces habría que volver a preguntarles.

BARRIS: (Meditando y muy enfadado). Pero me han engañado. Ahora lo más probable es que no me las den, como sería su obligación, sino que me las vendan. Me pregunto si habrán estropeado algo más. (Inspecciona toda la bicicleta.)

LUCKMAN: Si vamos todos juntos, tendrán que dárnoslas. ¿Qué te apuestas? Iremos todos, ¿vale? (Mira a su alrededor esperando una respuesta.)

DONNA: ¿Estáis seguros de que sólo tiene siete velocidades?

FRECK: Ocho.

DONNA: Siete u ocho, es igual. Bueno, es mejor que os aseguréis antes de ir allí. No creo que hayan hecho algo como desmontar la bici. Tenéis que averiguarlo antes de ir allí y liaros con ellos. ¿Me explico?

ARCTOR: Donna tiene razón.

LUCKMAN: ¿A quién podemos preguntarlo? ¿A quién conocemos que entienda de bicis de carreras?

FRECK: Preguntaremos al primero que veamos. Dejamos la bici afuera, junto a la puerta, y esperamos a que venga el primer flipado. Él nos dará una opinión imparcial.

(Sacan la bici todos juntos. Un joven negro acaba de aparcar su coche. Señalan las siete —¿ocho?— velocidades y preguntan cuántas hay, aunque todos, excepto Charles Freck, ven siete: cinco en un extremo de la cadena, dos en el otro. Cinco y dos son siete. Lo ven con sus propios ojos. ¿Qué ocurre?)

JOVEN NEGRO: (Tranquilamente). Lo que tenéis que hacer es multiplicar el número de engranajes de delante por el número de engranajes de detrás. No es una suma, sino una multiplicación. Mirad, la cadena salta de un engranaje a otro. O sea, que obtenéis cinco relaciones (señala los cinco engranajes) por cada una de las dos velocidades que hay delante (las señala). Es decir, una por cinco, que es cinco, y luego, moviendo esta palanca del manillar (lo demuestra) la cadena salta al otro engranaje de los dos que hay delante y actúa con los mismos cinco traseros, o sea, otras cinco. La suma es cinco más cinco, diez. ¿Lo comprendéis? La relación de multiplicación siempre...

(Todos le dan las gracias y, silenciosos, entran la bicicleta en la casa. El joven negro, al que no habían visto antes de ahora, con diecisiete años como mucho y conduciendo un viejo modelo de transporte increíblemente abollado, acaba de cerrar su coche. Cierran la puerta y se quedan de pie.)

LUCKMAN: ¿Alguien tiene droga? Mientras hay droga, hay esperanza. (Nadie...

Toda la evidencia indica que la separación de los hemisferios crea dos esferas independientes de conciencia dentro del mismo cráneo, es decir, dentro de un mismo organismo. Esta conclusión resulta inquietante para algunas personas que consideran la conciencia como una propiedad indivisible del cerebro humano. Otras la consideran prematura, e insisten en que las capacidades reveladas hasta ahora por el hemisferio derecho se hallan al nivel de un autómata. A decir verdad, existe desigualdad hemisférica en los casos presentes, pero podría tratarse perfectamente de algo característico en los individuos que hemos estudiado. Es muy posible que si se dividiera el cerebro de una persona muy joven, ambos hemisferios pudieran desarrollar funciones mentales separadas e independientes de un nivel más elevado que el del hemisferio izquierdo de individuos normales.

...se ríe.)

—Sabemos que usted era una de las personas de ese grupo —dijo el agente médico que estaba sentado—. No importa cuál de ellas. Ninguno de ustedes, contemplando la bicicleta, pudo percibir la sencilla operación matemática que determinaba el número de su reducido sistema de relaciones multiplicadoras. —Fred notó cierta compasión, un deseo de ser amable, en la voz del agente—. Una operación así constituye uno de los tests de las escuelas de segunda enseñanza. ¿Estaban todos ustedes intoxicados?

—No —contestó Fred.

—Realizan pruebas de aptitud similares a esta con los niños —dijo el otro agente médico.

—¿Qué ocurrió, Fred? —preguntó el primero.

—Lo he olvidado —repuso Fred. Calló por un momento y luego dijo—: A mí me parece que es un fallo cognoscitivo, más que perceptivo. En un caso así, ¿no está involucrado el pensamiento abstracto? No...

—Sí, podríamos suponerlo —dijo el agente sentado—. Pero los tests demuestran que el sistema cognoscitivo falla por no recibir datos precisos. En otras palabras, la información está de tal modo deformada que, cuando se pretende razonar sobre lo que se ve, se hace de manera errónea, porque no... —El agente gesticuló, tratando de encontrar un medio para expresar la idea.

—Pero una bicicleta de diez velocidades tiene siete engranajes —objetó Fred—. Lo que vimos era real. Dos delante, cinco detrás.

—Pero no percibieron, ninguno de ustedes, cuál era su relación mutua: cinco engranajes detrás relacionados con los dos delanteros, tal como les dijo el chico negro. ¿Era un tipo muy instruido?

—No lo creo —opinó Fred.

—Lo que aquel negro vio —dijo el agente sentado— fue distinto de lo que todos ustedes vieron. El observó dos conexiones diferentes entre los engranajes traseros y los delanteros, dos conexiones simultáneas y distintas percibidas por él... Y ustedes sólo observaron una conexión.

—Entonces, serían seis engranajes. Dos delanteros, pero uno de ellos conjunto.

—Esa es una percepción inexacta. Nadie había enseñado eso al chico negro. Lo que le enseñaron, y es mucho suponer, fue a descifrar, por medio del conocimiento, cuál era el significado de las dos conexiones. Ustedes, todos ustedes, perdieron de vista una de ellas. Aunque ustedes contaban dos engranajes delanteros, percibían un todo homogéneo.

—Lo haré mejor la próxima vez —afirmó Fred.

—¿A qué próxima vez se refiere? ¿Cuándo vuelvan a comprar una bicicleta robada? ¿O abstrayendo diariamente toda percepción?

Fred no dijo nada.

—Prosigamos el test —dijo el agente sentado—. ¿Qué ve aquí, Fred?

—Mierda de perro plástica —contestó Fred—. Como la que venden en Los Angeles. ¿Puedo irme ya? —La charla del Lion’s Club parecía repetirse de nuevo.

Pero los dos agentes se rieron.

—Mire, Fred —dijo el que estaba sentado—, si conserva el sentido del humor, es posible que lo haga.

—¿Que lo haga? ¿Hacer qué? ¿Casarme? ¿Conseguir una chica? ¿Triunfar? ¿Aparentar? ¿Progresar? ¿Ser sensato? ¿Hacer fortuna? ¿Ganar tiempo? Definan sus términos. «Hacer» viene del latín facere, que siempre me recuerda otra palabra, fuckere, y que significa «copular» en latín. Y en ese aspecto hace mucho tiempo que...

El cerebro de los animales superiores, incluido el del hombre, es un órgano doble, formado por los hemisferios izquierdo y derecho, que están unidos por un istmo de tejido nervioso denominado cuerpo calloso. Hace quince años, Ronald E. Myers y R. W. Sperry, entonces en al universidad de Chicago, realizaron un descubrimiento sorprendente: cuando esta conexión entre las dos mitades del cerebro era cortada, ambos hemisferios funcionaban con independencia, como si se tratara de dos cerebros distintos.

—...no he conseguido ni una mierda, de plástico o de lo que sea. Y ya que ustedes son psicólogos y han estudiado mis interminables sesiones con Hank, díganme: ¿cuál es el jodido punto débil de Donna? ¿Qué hago para acercarme a ella? Es decir, ¿cuál es el procedimiento con ese tipo de chica dulce, única y obstinada?

—Todas las chicas son distintas —dijo el agente sentado.

—Hablo de acercarme a ella desde un punto de vista ético. No de atiborrarla de narcóticos y bebida y echarme encima en cuanto se caiga al suelo del cuarto de estar.

—Puede obsequiarla con flores —dijo el agente que estaba de pie.

—¿Qué? —se extrañó Fred, abriendo hasta el límite sus ojos ocultos por el monotraje mezclador.

—En esta época del año se pueden comprar flores primaverales. Por ejemplo, en los semilleros de Penney’s o K. Mart. O un ramo de azaleas.

—Flores —murmuró Fred—. ¿De plástico, o auténticas? Auténticas, supongo.

—Las de plástico no son buenas —dijo el agente sentado—. Parecen... bueno, falsas, un engaño, hasta cierto punto.

—¿Puedo irme ahora? —preguntó Fred.

Tras un intercambio de miradas, ambos agentes asintieron.

—Haremos su evaluación en otro momento, Fred —dijo el agente que estaba de pie—. No corre prisa. Hank le avisará de la próxima sesión.

Fred, por un motivo que no acaba de comprender, quiso estrechar las manos de los dos hombres. Pero no lo hizo. Se fue sin decir palabra, algo deprimido y un poco confundido, a causa, seguramente, de la rapidez con que había sucedido todo. Han estado estudiando mis informes una y otra vez, pensó, buscando síntomas de que estoy chalado, y han encontrado algunos. O los bastantes para hacerme pasar estos tests.

Flores de primavera, recordó al entrar en el ascensor. Flores pequeñas. Deben crecer muy poco, tan poco que la gente las pisará. ¿Serán flores silvestres? ¿Plantadas en macetas para usos comerciales? ¿Cultivadas en grandes granjas? Me pregunto qué aspecto tendrá el campo. ¿Qué extraños olores habrá? ¿Y dónde estará? ¿Cómo ir hasta allí, cómo vivir allí? ¿Qué tipo de viaje es ése? ¿Qué tipo de billete hace falta? ¿Quién lo venderá?

Y me gustaría ir acompañado cuando vaya allí, siguió meditando. Quizá con Donna. Pero, ¿cómo pedir eso, cómo pedir eso a una chica cuando ni siquiera sabes cómo acercarte a ella? He hecho planes respecto a Donna y no he logrado nada, ni dar el primer paso. Y deberíamos darnos prisa, porque todas esas flores de primavera se morirán enseguida.

VIII
Charles Freck, de camino hacia la casa de Bob Arctor, donde era habitual encontrar un grupo de tipos dispuestos a pasar un buen rato de euforia, ideó una broma para el viejo Barris, pensando en devolverle la tomadura de pelo que le había hecho aquel día en el Fiddler’s Three. Charles conducía hábilmente, evitando las trampas de radar que la policía tenía por todas partes (las furgonetas de radar de la policía, las que vigilaban a los conductores, se disfrazaban normalmente como viejos Volkswagen pintados de color marrón deslustrado e iban conducidas por agentes barbudos y con aspecto de flipados. Charles reducía velocidad en cuanto veía uno de esos vehículos). Y entretanto, su mente imaginó cómo podría resultar la broma:

FRECK: (Sin darle importancia). He comprado una planta de metadrina.

BARRIS: (Poniendo cara de suficiencia). La metadrina es como la benzadrina, como el speed. Es krystal, anfetamina... una síntesis de laboratorio. O sea, que no es orgánica como la yerba. Existe una planta de marihuana, pero no de metadrina.

FRECK: (Revelando la gracia de la historia). Lo que quiero decir es que he heredado cuarenta mil dólares de un viejo tío y comprado una planta, un laboratorio secreto que un tipo tiene en su garaje para hacer metadrina. No me has entendido, yo he dicho planta en el sentido de...

Le resultaba difícil encontrar las palabras adecuadas mientras conducía, puesto que una parte de su mente estaba atenta a los semáforos y los coches que le rodeaban. Pero estaba convencido de que en casa de Bob la broma sería fabulosa. Y Barris picaría, quedando delante de todo el mundo (eso era importante, que hubiera muchas personas presentes) como un perfecto idiota. Una venganza estupenda, porque Barris no podía soportar que se rieran de él.

Aparcó. Barris estaba fuera de la casa, ocupado con el coche de Bob Arctor. El capó estaba levantado. Barris y Bob estaban de pie junto a un montón de herramientas.

—¡Hey, tío! —dijo Freck, cerrando ruidosamente la puerta de su coche y caminando con fingida tranquilidad—. Barris —insistió, poniendo la mano sobre el hombro del otro para llamar su atención.

—Tengo trabajo —gruñó Barris. Iba vestido con el mono, muy sucio y, además, cubierto de grasa.

—He comprado una planta de metadrina.

—¿De qué tamaño? —preguntó Barris frunciendo el ceño en un gesto de impaciencia.

—¿A qué te refieres?

—¿De qué tamaño es la planta?

—Bueno... —Freck no sabía cómo proseguir.

—¿Cuánto has pagado por ella? —dijo Arctor, también lleno de grasa. Habían sacado el carburador, el filtro de aire, un manguito y un montón de cosas más.

—Diez dólares —contestó Freck.

—Jim te la podría haber conseguido más barata —dijo Arctor, reanudando la reparación—. ¿Verdad, Jim?

—Están regalando plantas de meta, o poco le falta —repuso Barris.

—¡Es todo un garaje! —estalló Freck—. ¡Un laboratorio! Produce un millón de tabletas cada día... Maquinaria para liar cigarrillos... Bueno, de todo. ¡De todo!

—¿Todo eso cuesta diez dólares? —dijo Barris, esbozando una sonrisa terriblemente burlona.

—¿Dónde está? —preguntó Arctor.

—Lejos de aquí —repuso Freck, cada vez más asqueado—. ¡Hey, ya está bien, jodidos!

Haciendo una pausa en su trabajo —una de las muchas que efectuaba, tanto si le estaban hablando como si no—, Barris dijo:

—Ya lo ves, Freck. Si tomas o te inyectas demasiada meta, empiezas a hablar como el Pato Donald.

—¿Y qué? —dijo Freck.

—Pues que nadie te entiende.

—¿Qué estás diciendo, Barris? No te entiendo —intervino Arctor.

Barris, rebosante de alegría, imitó la voz del Pato Donald, cosa que divirtió a sus dos amigos. Barris prosiguió un buen rato, hasta que por fin señaló el carburador.

—¿Qué pasa con el carburador? —inquirió Arctor, ya muy serio.

—Tienes la mariposa torcida —contestó Barris con voz normal, aunque sin abandonar su terrible sonrisa—. Habrá que rehacer todo el carburador o se te bloqueará la mariposa mientras vas por la autopista y te encontrarás con el motor calado y un idiota embistiéndote por detrás. También es posible, si la mariposa dura lo bastante, que la gasolina que se escapa por las paredes del cilindro se mezcle con el aceite. Entonces se rayarán los cilindros, quedarán estropeados para siempre, y los tendrás que rectificar.

—¿Por qué se ha torcido la mariposa? —preguntó Arctor. Barris no respondió. Se encogió de hombros y siguió desmontando el carburador, dejando que Arctor y Charles Freck meditaran el problema, aunque ninguno de los dos sabía nada de motores.

Luckman salió de la casa. Vestía una camisa muy llamativa y unos elegantes y ceñidos tejanos. Iba con gafas de sol y llevaba un libro en la mano.

—Acabo de telefonear —dijo—. Van a mirar lo que te costaría un carburador nuevo para este coche. Telefonearán dentro de un rato, así que he dejado abierta la puerta.

—Podrías poner un cuatro cilindros en lugar de éste, que es de dos —opinó Barris—. Pero necesitarás un nuevo colector. Podemos conseguir uno usado que no valga mucho.

—El ralentí será muy fuerte con, por ejemplo, un cuatro cilindros Rochester —dijo Luckman—. Es lo que pensabas, ¿no? Además, el cambio de marchas sería muy malo.

—Los chiclés de ralentí pueden sustituirse por otros más pequeños —aseguró Barris—. Eso compensará. Además, con un cuentarrevoluciones Bob podrá vigilar que el motor no se embale, o ver cuándo el cambio de marchas va mal. En estos casos, cuando la transmisión automática no funciona, basta con un golpe de acelerador. También sé dónde conseguir un cuentarrevoluciones. Bueno, tengo uno.

—Sí, claro —dijo Luckman—. Pero supongamos que Bob va por la autopista y de repente tenga que reducir mucho. La velocidad no entrará y revolucionará tanto que se cargará la junta de culata o algo peor. Sí, mucho peor, se cargará el motor.

—No —contestó Barris sin inmutarse—. Bob verá saltar la aguja del cuentarrevoluciones y reaccionará a tiempo.

—¿Y si está adelantando? —insistió Luckman—. ¿Y si está pasando a uno de esos jodidos remolques? Mierda, tendrá que seguir acelerando, cargándose el motor, o nunca conseguirá adelantar.


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