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cargan consigo el peso de toda su época: los modos de definir a
la infancia, los materiales que le corresponden y las costumbres a
las que se la debe someter.
6
En la paciente tarea del investigador
que husmea en los juguetes, subyace el planteo de Benjamin en su
observación de Moscú: “sólo quien, a través de su decisión, haya
hecho las paces dialécticas con el mundo, puede entender lo con-
creto”.
7
Para ello, es necesario remover los terrenos aparentemente
rígidos del mundo entorno, reordenándolos y hallando elementos
que puedan cobrar singular resplandor.
En el proceder del explorador que desentierra y recuerda las
esquirlas de lo sido –y de las potencialidades reprimidas–, tanto en
el plano filogénico como en el ontogénico, no sólo se valora aquello
que se encuentra, sino también la misma búsqueda. De hecho, “las
cosas a recordar son estratificaciones, capas, que entregan al investi-
gador cuidadoso aquello que constituye el verdadero valor escondi-
do bajo la tierra: las imágenes desprendidas de situaciones anteriores
como joyas que brillan en el sobrio aposento de nuestra visión ac-
tual”.
8
Estas palabras, que forman parte de la “Crónica berlinesa”,
y a su vez del breve parágrafo “Desenterrar y recordar”, nos ad-
vierten que la indagación que actualiza lo pretérito no puede con-
cebir su metodología como apenas un conjunto de instrumentos
empleados en pos de un fin determinado. En las capas de la ex-
cavación por la propia biografía, la narración de Benjamin, con
su primer “Ronda de juguetes en Berlín” en la Radio Frankfurt,
muestra su pasión por los juguetes: “Para mí no hay nada como los
juguetes de papel. Empezando por los barquitos o los sombreros de
papel, que fueron casi lo primero que conocimos, y acabando por
ciertos libros”.
9
El autor se dirige a los niños, echando por tierra
la irreflexiva legitimación del mundo de los mayores y dejando de
lado cualquier tono bucólico, plañidero o, por otro, autoritario, con
el que los adultos acostumbran interactuar con los pequeños. De
esa manera, además, restituye su propia infancia, que de otro modo
sería olvidada.
II
El artículo de Benjamin denominado “Juguetes antiguos” regala
algunos trazos para considerar el sitio cardinal que ocupan los ju-
guetes en el desarrollo del altocapitalismo. En palabras de Benjamin:
Es conocida la escena de la familia reunida bajo el árbol de Navidad: el
padre profundamente concentrado en jugar con el trencito que acaba
de regalar al hijo, mientras éste lo observa llorando. Si el adulto se ve
invadido por semejante impulso de jugar, ello no es producto de una
simple regresión a lo infantil. Es cierto que el juego siempre libera. Ro-
deados de un mundo de gigantes, los niños al jugar crean uno propio,
más pequeño; el hombre, brusca y amenazadoramente acorralado por la
realidad, hace desaparecer lo terrorífico en esa imagen reducida. Así
le resta importancia a una existencia insoportable.
10
6. La autora argentina Daniela Pelegrinelli sostiene que “los juguetes ingresan en
la vida cotidiana de los niños con una función de transmisión que, si bien no les
es exclusiva, contribuyen a imprimir en los que acaban de llegar al mundo una
serie de pautas sociales y culturales. Su uso, las convenciones que determinan
su flujo en el interior del universo infantil, las prescripciones que guían la actitud
de los adultos respecto de ellos moldean las innumerables situaciones de juego,
de consumo y de sociabilización que se tejen en torno de este objeto que ha
contribuido a nombrar la infancia desde hace varios siglos”. Véase Daniela
Pelegrinelli,
Diccionario de juguetes argentinos. Infancia, industrias y educación
1880-1965, Buenos Aires, El Juguete Ilustrado, 2011, p. 22.
7. Walter Benjamin, Denkbilder, op. cit., p. 36.
8. Walter Benjamin, Personajes alemanes, Barcelona, Paidós, 1995, p. 42.
9. Walter Benjamin, El Berlín demónico. Ensayos radiofónicos, Madrid, Editora Na-
cional, 2003, p. 41.
10. Walter Benjamin, Reflexiones sobre niños, juguetes, libros infantiles, jóvenes y
educación, Buenos Aires, Nueva Visión, 1974, p. 65.
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Esta escena, aparentemente banal, no habría de escapar de la
rigurosa mirada del cronista que narra los acontecimientos sin dife-
renciar los grandes de los pequeños. Por otro lado, no carecería de
valor para quien, como Gottfried Keller, “cada pedacito de mundo
observado viene a pesar tanto como el resto de todo lo real”.
11
Este
aparentemente banal cuadro encierra una plétora de filigranas que
es menester inspeccionar.
El episodio se desenvuelve en Navidad, un día feriado, en un
día de rememoración que detiene el andar cotidiano y disuelve
cualquier noción de temporalidad mecánica. Desde ya, “los calen-
darios representan, para Benjamin, lo contrario del tiempo vacío:
son la expresión de un tiempo histórico: heterogéneo, cargado de
memoria y actualidad. Los días feriados son cualitativamente dis-
tintos de los demás: son días de recuerdo, de rememoración, que
expresan una verdadera conciencia histórica”.
12
No obstante, en
esta escena, el feriado no muestra más que el descanso del adulto
respecto de una existencia intolerable y exhibe la dispersión a la
que se ha de dedicar en su tiempo libre.
El tiempo libre del adulto se concede, fundamentalmente, a
la disipación, a la recarga de energías necesarias para reintegrarse al
mundo del trabajo. De esta manera, la diversión se impone sobre
el distanciamiento y la puesta en cuestión del estado de cosas dado.
No quedaría exenta la actividad del adulto de las fulgurantes acu-
saciones, ciertamente posteriores a la producción de Benjamin,
de Adorno y Horkheimer en la Dialéctica del iluminismo, según las
cuales “divertirse significa estar de acuerdo […] Divertirse significa
siempre que no hay que pensar, que hay que olvidar el dolor incluso
allí donde es mostrado. En la base de la diversión está la impotencia.
Es en efecto fuga, pero no –como pretende- fuga de la realidad
mala, sino fuga respecto al último pensamiento de la resistencia que
la realidad puede haber dejado aún”–.
13
El juego del adulto, con el
trenecito en manos, consolida –incluso involuntariamente– el orden
establecido y contribuye con la aceptación conformista en la que
se asume que lo existente ha de definir el horizonte de lo posible.
El desatento acto lúdico del adulto se halla como la contrafigura del
juego infantil, que concentra las potencialidades de transgredir lo
dado y tornarse como modelo para resistirlo.
El adulto, empleando al juguete como un medio útil para la
distracción –y hay tan pocas distracciones que no sean culpables, di-
ría Baudelaire en “El juguete del pobre”–, acuerda tácitamente con
una sutil pretensión que aboga para que todo siga tal cual está. Ahí
reside el concepto de progreso, al cual, según Benjamin “hay que
fundarlo en la idea de catástrofe. Que todo ‘siga tal cual’ es la catás-
trofe. No es en cada caso lo que está por venir, sino lo siempre ya
dado”.
14
Desde la mirada de Benjamin, la escena señalaría la pugna
por la continuidad o la detención de la catástrofe.
Por su parte, el niño, desolado, observa al padre de familia,
al pequeñoburgués, que en su tiempo libre busca asilo entre las
paredes de su hogar para refugiarse del opresivo entorno, de las ca-
lles y del trabajo. El llanto del niño parece contener una secreta
afinidad con el talante del pequeño Kafka, retratado en un cuadro
al cual se refiere Benjamin en Pequeña historia de la fotografía en
1931 y en su escrito de 1934 con ocasión del décimo aniversario
11. Walter Benjamin, Obras completas. Escritos de juventud; escritos metafísicos y
de filosofía de la historia; ensayos de crítica literaria, tomo i, vol. 2, Madrid, Aba-
da, 2007, p. 293.
12. Michael Löwy, Walter Benjamin. Aviso de incendio, Buenos Aires, Fondo de Cul-
tura Económica (fce), 2005, p. 144.
13. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del Iluminismo, Buenos Aires,
Sudamericana, 1988, p. 174.
14. Walter Benjamin, Parque central, Santiago de Chile, Metales Pesados, 2005,
p. 35.
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