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al proceso de transmisión– establecen la doble faz que se conjuga en
los materiales concretos. Mas, en el juego del niño, se produce una
detención, una pausa creadora que pone en suspenso el andar co-
tidiano. Aquí se pueden advertir los rasgos del juego como modelo
de la acción política. El juguete –en tanto mercancía– es despo-
jado de su carácter utilitario como medio de diversión, y es dotado
de un significado inédito, utópico, por medio de un acto de salva-
taje que elimina la apariencia de lo siempre-igual. De esa manera,
se destruye el camino de la catástrofe continua, apropiándose de sus
elementos y construyendo una imagen que, en suspenso, cargaría
con un peso liberador. Estas características se tornan centrales en
la propuesta epistemológico-crítica y política benjaminiana, pues,
indican que “la salvación se atiene a la pequeña falla en la catástro-
fe continua”.
34
Ante la transmisión incesante de bienes culturales
aceptada alegremente, se levantan quienes distan de encontrarse co-
mo receptores embelesados; que divisan las opacidades intrínsecas
de sus encandiladoras luces y transforman lo existente.
IV
En otro plano de discusión, cabe inferir que en las glosas benjami-
nianas subyace una tensión que no ha de abandonar al conjunto de
producciones sobre juguetes e infancia. En su interior se ubica el
interrogante acerca de si acaso el juguete, en tanto material concre-
to, determina el cauce de las acciones del niño, o bien si el peque-
ño, en su exaltación constitutiva, define unilateralmente el uso del
juguete.
El pedagogo suizo Édouard Claparède sostiene en
La escuela
y la psicología que “se venden muñecas que hablan, pero no es más
que un lujo superfluo, porque ‘el niño se encarga de hacer hablar
las muñecas mejor que todos los mecanismos del mundo’. Si bien
el juguete significa un llamamiento a la fantasía, tiene además otra
función diametralmente opuesta, pero no por ello menos preciosa
para el desarrollo infantil: adapta éste a lo real”.
35
Claparède permi-
te asumir que se produce, en una mutua permeabilidad, una serie
de influencias recíprocas en el encuentro lúdico.
Por otro lado, varias décadas después, en
Mitologías, Roland
Barthes ofrece un panorama en el que la presencia del juguete ha de
delinear irrecusablemente los rumbos que el niño puede seguir:
Los juguetes habituales son esencialmente un microcosmos adulto; to-
dos constituyen reproducciones reducidas de objetos humanos, como si
el niño, a los ojos del público, sólo fuese un hombre más pequeño, un
homúnculo al que se debe proveer de objetos de su tamaño […] Los
juguetes franceses, al prefigurar
literalmente el universo de las funciones
adultas prepara el niño para que las acepte, en su totalidad; le genera,
aun antes de que reflexione, la seguridad de una naturaleza que siempre
ha
creado soldados, empleados, correos y motonetas.
36
Desde esta mirada, la miniaturización supondría una suerte de
prolegómeno al mundo, que se deberá consentir sin vacilaciones.
Los juguetes serían los instrumentos útiles con los que se valen los
mayores para diseñar los itinerarios de los niños. Ciertamente, la
escritura de Barthes, al dejar escasos resquicios en los que la acción
volitiva del niño se pueda colar, da lugar para que la catástrofe con-
tinua se torne irreversible.
Desde otro rincón, las palabras de Benjamin abonarían a una
postura en la cual el pequeño no se ha de someter pasivamente
34. Walter Benjamin, Parque central, op. cit., p. 35.
35. Édouard Claparède, La escuela y la psicología, Buenos Aires, Losada, 1957, pp.
141-142.
36. Roland Barthes, Mitologías, México, Siglo xxi, 1988, pp. 59-60.
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al mundo de los objetos que lo rodean. En “Historia cultural del
juguete” afirma que “puede ser que hoy ya estemos en condiciones
de superar el error fundamental de considerar la carga imaginativa
de los juguetes como determinante del juego del niño; en realidad,
sucede más bien al revés. El niño quiere arrastrar algo y se convierte
en caballo, quiere jugar con arena y se hace panadero, quiere escon-
derse y es ladrón o gendarme”.
37
La acción del niño sobre los objetos de su entorno cobra aquí
singular cariz, puesto que no se habría de corresponder con una
subjetividad tiránica que domine instrumentalmente su derredor.
Según Benjamin, “todo gesto infantil es una inervación creadora
exactamente relacionada con la inervación receptiva”.
38
La relación
dialéctica entre el niño y el juguete –o el objeto empleado para ju-
gar– redunda en la aparentemente paradójica aceptación del mundo
situacional en pos de su traspasamiento.
V
Las reflexiones benjaminianas acerca de los juguetes nos han de
llevar, a partir de sigilosos desplazamientos, hacia ciertas conside-
raciones en torno al juego infantil. Sostiene el autor berlinés que
“una cosa no debe olvidarse: la rectificación más eficaz del juguete
nunca está a cargo de los adultos –sean ellos pedagogos, fabrican-
tes o literatos– sino de los niños mismos, mientras juegan. Una vez
descartada, despanzurrada, reparada y readoptada, hasta la muñeca
más principesca se convierte en una camarada proletaria muy es-
timada en la comuna lúdicra infantil”.
39
El niño, que manipula al
objeto que tiene ante sí –como si buscara su alma, se podría decir,
siguiendo las expresiones de Baudelaire en “Moral del juguete”–
disuelve toda sumisión al juguete y transforma su mundo, aunque
sea en una pequeña escala.
En el juego del niño, que toma las mercancías de su alrededor
y las libera de la tiranía de lo útil, que se apropia de los mate-
riales de la naturaleza y los dota de ánima en un procedimiento
lejano a cualquier dominio subjetivista en términos instrumentales,
se produce una contradicción que Benjamin demuestra: si además
pensamos en el niño que juega, podemos hablar de una antinomia.
Por un lado, nada se adecua más al niño que la combinación de los
materiales más heterogéneos en sus construcciones: piedra, plasti-
lina, madera, papel. Por el otro, nadie es más sobrio que el niño
frente a los materiales: un
trocito de madera, una piña, una piedrita
llevan en sí, pese a su unidad, a la simplicidad de su sustancia, un
sinnúmero de figuras diversas.
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En el niño que juega con todo
aquello que encuentra, que destruye el soporífero mundo de las
costumbres, se articula un doble procedimiento, igualmente rele-
vante como modelo en la teoría benjaminiana del conocimiento.
Por un lado, el niño yuxtapone de manera heterodoxa los múltiples
elementos que halla en su camino, creando su pequeño mundo a
partir de un cúmulo de nuevas relaciones. Por otro, en cada ele-
mento, como mónada, se concentra el cosmos, en cada piecita se
cristaliza el acontecer total, la imagen del mundo. Tal metodología
se encuentra en el centro del
Libro de los pasajes. Incluso en una
carta a Gretel Karplus del 16 de agosto de 1935, afirma Benjamin:
“la protohistoria del siglo diecinueve, que se refleja en la mirada
del niño que juega en su umbral, tiene un rostro totalmente dis-
tinto del que ofrece en los signos que la gravan sobre el mapa de
37. Walter Benjamin, Reflexiones sobre niños, juguetes, libros infantiles, jóvenes y
educación, op. cit., p. 70.
38. Ibid., p. 84.
39. Walter Benjamin, Reflexiones sobre niños, juguetes, libros infantiles, jóvenes y
educación, op. cit., p. 66.
40. Ibid., p. 68-69.
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