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de imitar
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críticamente el cosmos de los adultos.
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En la acción del
niño con el juguete subyace un componente que, a la luz de la
tranquilidad que busca el adulto conformista, aparece como resuel-
tamente insidioso. “Aquello que Benjamin hallaba en la conciencia
infantil, que era desterrado por la educación burguesa y que resulta-
ba tan crucial para redimir (bajo una nueva forma) era precisamente
la conexión entre percepción y acción que distinguía la conciencia
revolucionaria en los adultos”.
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El juego infantil, constituido por
la articulación entre percepción y acción, se puede apreciar como
modelo de la praxis revolucionaria. Sin embargo, el adulto resigna-
do evade lo concreto. Por un lado, desde el sentido común, observa
su derredor con cierta indiferencia; por otro, desde el saber crítico,
subsume lo singular de cada objeto a conceptos totalizadores.
Las miniaturas de las que se vale el niño que juega, en su imi-
tación de los adultos, no se conciben como bagatelas carentes de
valor. Terry Eagleton sostiene que “en sus humildes proporciones, la
miniatura tiene un significado político, al sugerirnos aquellas cosas
26. A grandes rasgos, según Benjamin “la imitación –así podríamos formularlo– es
propia del juego” (véase Walter Benjamin,
Reflexiones sobre niños, juguetes, li-
bros infantiles, jóvenes y educación, op. cit., p. 71.), lo cual, igualmente, podría
ser debatido si se aprecia la relación entre imitación y juego desde la epistemo-
logía genética de Jean Piaget. El autor suizo diferencia imitación y juego, soste-
niendo que “si [en la imitación] la acomodación desborda sin cesar el cuadro de
la adaptación propiamente dicha, (o del equilibrio de la acomodación y la asimi-
lación), sucede lo mismo con la asimilación [en el juego]”. Véase Jean Piaget,
La
construcción del símbolo en el niño, México, Fondo de Cultura Económica (fce),
1961, p. 125.
27. Cabe señalar que el filósofo berlinés se aproxima, en sus trabajos sobre jugue-
tes de fines de la década de 1920, a sus reflexiones acerca del juego infantil
como escuela del sentido ontogénico para producir semejanzas, que en 1933
formarían parte de las versiones del mismo escrito “Sobre la facultad mimética”
y “Doctrina de lo semejante”.
28. Susan Buck-Morss, Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los
pasajes, Madrid, La Balsa de la Medusa, 2001, pp. 289-290.
El adulto que juega en forma pueril, que olvidó u ocultó sus
constitutivos designios infantiles, define la figura del conformista,
adepto a que todo siga tal cual.
III
En el centro de la escena navideña se ubica un silencioso prota-
gonista, un tren en miniatura. Tal vez como una fina ironía, o más
aún, como síntoma de su época, el juguete del que se habla es la
pequeña versión de la máquina que representa por antonomasia la
concepción evolucionista del progreso –que, claro está, Benjamin
propone fundar en la idea de catástrofe–. Ágnes Heller sugiere crí-
ticamente que:
[…] el tren se mueve hacia adelante; se supone que también la historia
se mueve hacia adelante […] La historia, así creen muchos, tiene sus le-
yes inmanentes y no puede moverse hacia adelante sin seguir estas leyes
[…] El tren es tirado por una locomotora; lo mismo vale para la histo-
ria. Cuanto más poderosa es la locomotora, tanto más rápido el tren; lo
mismo vale para la historia. La locomotora es manejada por maquinis-
tas; también la historia necesita maquinistas que sepan cómo alimentar
el progreso, de modo que su velocidad continúe aumentando.
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De todos modos, el juguete no se configura como una mera
reproducción del entorno. Concentra en sí mismo la potencial
transfiguración de lo existente, llevando consigo el destello de una
acción que conciba lo dado por fuera de las convenciones. Desde la
mirada micrológica de Benjamin, se podría suponer que la miniatu-
rización del tren formaría parte del juego con el que el niño habría
25. Ágnes Heller, Una filosofía de la historia en fragmentos, Barcelona, Gedisa, 1999,
p. 287.
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‘inconspicuas, sobrias e inagotables’ con las que debe alinearse el
revolucionario; es la esquirla heterogénea que se escurre a través de
la red ideológica”.
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Las expresiones de Eagleton –que ciertamente
se podrían discutir si se toma como referencia el artículo de Haber-
mas, en el que se contrapone la crítica salvadora de Benjamin frente
a la crítica ideológica–
30
realizan un aporte significativo para ligar
al revolucionario a las miniaturas, y, discretamente, al niño. Claro
está que el adulto, el padre de familia en la escena navideña, en un
juego que actúa como una suerte de lenitivo para ahuyentar las pe-
nas generadas por la rutina, despoja a la miniatura de su significado
político.
A modo de digresión, es necesario insinuar que la imagen del
tren, más allá de la miniaturización que conforma el juguete, se
ubica en un sitio estratégico si se pretende atisbar las distancias
de las concepciones implícitas de historia que se definen en Ben-
jamin respecto de Marx. En los “Apuntes sobre el concepto de
historia”, Benjamin afirma: “Marx dice que las revoluciones son la
locomotora de la historia universal. Pero tal vez ocurre con esto
algo enteramente distinto. Tal vez las revoluciones son el gesto de
agarrar el freno de seguridad que hace el género humano que viaja
en ese tren”.
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Frente al andar lineal del tren, la interrupción se con-
vierte en un acto político fundamental.
Ahora bien, los niños juegan no sólo con las miniaturas, sino
que capturan aquellos objetos que comenzaron a ser considerados
como inútiles para el mercado. Benjamin cita a Karl Gröber al ini-
cio del “Konvolut Z: El muñeco, el autómata” del Libro de los pasajes
y apunta que “las ingeniosas parisinas […] se sirvieron, para difun-
dir mejor sus modas, de una copia especialmente llamativa de sus
nuevas creaciones, a saber, el maniquí […] Estos muñecos, que aún
jugaban un gran papel en los siglos xvii y xviii, se entregaban
a las niñas para que jugaran con ellos una vez que habían cumplido
su función como ejemplos de la moda”.
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Los muñecos, ha-
biendo concluido el papel que el escenario del capitalismo deci-
monónico les asignaba, dejaban, aparentemente, de tener valor. No
obstante, ocuparían un lugar central en el juego de niños y niñas.
Los desechos del altocapitalismo se transfiguran en compañeros de
juegos de los pequeños, quienes los dotan de un significado que le
está vedado al distraído conformista. El cosmos de objetos que ha-
bría formado parte de la fantasmagoría urbana en la que ha partici-
pado el hombre para dejarse distraer, que podría quedar soterrado
bajo las grandes planicies de la historia, que no dejaría de ser des-
deñado como lo efímero y añejo para una moda que despliega lo
siempre-igual como si fuera nuevo, es apropiado por el niño, que se
afianza en la paradójica figura de un jugador aguafiestas, pues detie-
ne el afirmativo juego del adulto.
La entrega de maniquíes a las niñas indica cómo se configura
la transmisión, de generación en generación, de ciertos bienes cul-
turales. La séptima tesis “Sobre el concepto de historia” da cuenta
de ello al aducir que “no existe documento de la cultura que no
lo sea a la vez de la barbarie. Y como en sí mismo no está libre
de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión por el cual
es traspasado de unos a otros”.
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Estas líneas, en parte compartidas
con el artículo de Benjamin sobre Eduard Fuchs –del que se dife-
rencian, precisamente, por hacer hincapié en la barbarie inmanente
29. Terry Eagleton, Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria, Madrid,
Cátedra, 1998, p. 95.
30. Jürgen Habermas, Perfiles filosófico-políticos, Madrid, Taurus, 1986.
31. Walter Benjamin, La dialéctica en suspenso, Santiago de Chile, Universidad de
Arte y Ciencias Sociales (Arcis)/lom, 1996, p. 76.
32. Walter Benjamin, Libro de los pasajes, op.cit., p. 701.
33. Walter Benjamin, La dialéctica en suspenso, op. cit., p. 52.
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