El león invisible



Yüklə 0,74 Mb.
səhifə10/15
tarix04.02.2018
ölçüsü0,74 Mb.
#23626
1   ...   7   8   9   10   11   12   13   14   15

A los pocos instantes, a espaldas de «la casa construida al revés surgió, como nacida de las tinieblas, una sigilosa figura que avanzó muy pegada al muro para concluir golpeando suavemente la puerta.

Cuando ésta se abrió para dejar entrever el inquisitivo rostro de Aziza Smain, Usman Zahal Fodio musitó en dialecto fulbé:

¡Buenas noches, sobrina! Me alegra conocerte aunque sea en estas circunstancias. ¡Nos vamos!

Hay dos hombres armados vigilando, le hizo notar la muchacha en el mismo dialecto.

¡No te preocupes! le tranquilizó su tío. No son más que estúpidos hausas, y tus primos se han ocupado de ellos. Date prisa, pero antes coge algo de la ropa que hayas usado con más frecuencia.

Tres minutos después ambos se deslizaban de nuevo pegados al muro, se detenían un instante a observar a los dos infelices vigilantes que permanecían inconscientes, y tras lanzar una breve mirada hacia el punto en que se encontraban los camiones, se perdieron de vista en las tinieblas de la noche.

Marcharon casi a la carrera durante poco más de media hora para acabar por rodear un grupo de grandes rocas tras la cual aguardaban dos jóvenes guerreros acuclillados frente a una pequeña hoguera.

Éstos son mis hijos, Kabul y Gaskel, señaló Usman Zahal Fodio. Serán los encargados de proteger nuestra marcha despistando a quienes intenten seguirnos el rastro. Yo les enseñé cómo hacerlo. Y ahora descansa un poco; debemos alcanzar la sabana alta antes de que amanezca. Aziza Smain saludó con un leve gesto de la cabeza a sus primos que pese a estar acostumbrados a la reconocida belleza de las mujeres de su tribu parecieron admirarse por su prestancia, pero fue sin embargo su padre quien se decidió a comentar con una leve sonrisa:

No cabe duda de que eres hija de mi hermana. Tienes su mismo porte y sus mismos ojos, aunque ella tenía una ventaja sobre ti: era de pura raza.

No me avergüenza mi sangre bausa replicó ella con naturalidad. Al menos no me avergonzaba hasta que ocurrió lo que ocurrió.

Ningún fulbé violaría jamás a una mujer sentenció el menor de sus primos, Gaskel. Atacar a alguien más débil es la mayor muestra de cobardía que puede dar un guerrero.

Los hausas no son guerreros le hizo notar su hermano en tono despectivo. Son mercaderes capaces de traficar hasta con seres humanos. Y sabido es que un mercader es siempre un hombre ladino y pusilánime.

Te recuerdo que mi padre era un valiente guía de caravanas que se enfrentó a un león por conseguir el amor de mi madre puntualizó Aziza Smain levemente molesta. Y era hausa.

Tu padre era, en efecto, un hombre increíblemente valiente admitió Usman Zahal Fodio. Lo recuerdo con afecto y admiración, pues fui yo quien curó sus heridas. Estaba destrozado y casi moribundo, pero no lanzó ni un solo lamento. Estoy convencido de que entre sus antepasados había un fulbé de los que dominaron toda esta región en tiempos de nuestros bisabuelos.

A continuación extrajo del zurrón que le colgaba en bandolera un frasco hecho de cuerno de cebú, lo destapó, y derramando sobre el cuenco de la mano un poco del líquido que contenía comenzó a frotarse las piernas y las plantas de los pies, al tiempo que se lo alargaba a la muchacha. ¡Embadúrnate con esto! ordenó más que pidió. Aziza Smain tomó el frasco pero de inmediato hizo un marcado gesto de repugnancia.

¡Que Alá me proteja! exclamó. ¡Huele a orines! ¿Qué es?

Orines.


¿Orines? repitió la desconcertada muchacha cada ves más confusa. ¿Qué clase de orines?

Orines de león.

¿Y para qué diablos sirve?

Para que los perros, si es que nos persiguen con perros, no sigan nuestro rastro fue la tranquila respuesta. Y ahora quítate todo lo que tengas, hasta la última pulsera, y dáselo a mis hijos.

¿Y eso por qué?

Porque son muy rápidos y resistentes y correrán en otra dirección dejando el olor de tus ropas. De ese modo podré ponerte a salvo más fácilmente.

¿Y si los alcanzan?

No los alcanzarán. Y en el caso de que lo hicieran lo único que encontrarían sería a tres jóvenes fulbé pastoreando ganado. A una jornada de aquí les espera otro de mis hijos con una recua de cebúes.

Lo tienes todo muy bien planeado.

El guerrero hizo un amplio gesto con el que pretendía abarcar la inmensidad de la noche que les rodeaba al señalar:

La sabana y el desierto son nuestro mundo, aquel al que perteneces, y en él los hausas no son más que unos pobres intrusos asustados. Se puso en pie de un salto al tiempo que le alargaba un trozo de tela de color oscuro y le decía: ¡Cúbrete con eso y pongámonos de una vez en marcha! El camino hasta la frontera es largo.

Inició su andadura seguido por la muchacha, y casi de inmediato se perdieron de vista en la oscuridad rumbo al noroeste mientras los dos muchachos se afanaban en borrar todo rastro de la hoguera y toda huella de su presencia en la zona.

Poco después, y arrastrando a ras del suelo una de las prendas de Aziza Smain iniciaron un trote corto y acompasado en dirección opuesta.

Al verlos se llegaba a la conclusión de que aquel par de enjutos guerreros de cuerpo de atleta estaban en condiciones de mantener el mismo ritmo de marcha hasta el amanecer.

La salida del sol sorprendió a la pareja compuesta por Usman Zahal Fodio y su sobrina muy cerca de un bosquecillo de copudas acacias, palmeras enanas y altos matorrales que se alzaban en torno a una charca de aguas turbias, en las que de inmediato se sumergieron permaneciendo largo rato en su interior, no sólo con el fin de calmar la sed y refrescarse, sino sobre todo con la decidida intención de frotarse la piel hasta librarse del persistente olor a orines, que a partir de aquellos momentos dejaba de ser una protección para pasar a convertirse en un peligro.

Por aquí en esta época suelen merodear familias de leones señaló el fulbé. Y a los machos no les gusta que alguien venga a marcar sus territorios con un olor que no es el suyo.

Dejó a la muchacha descansando a la orilla del agua, se internó en la espesura y regresó al cabo de media hora cargando el cadáver de un pequeño facocero que comenzó a despellejar con increíble habilidad; pidió a su acompañante que encendiera una hoguera.

¿Vamos a comer cerdo? se inquietó ella.

El buen hombre la observó un tanto desconcertado, pero al fin pareció comprender y sonrió apenas negando con un leve ademán de cabeza:

Esto no es cerdo, querida señaló. Es una especie de jabalí de menor tamaño, y no creo que Mahoma tuviera nada en contra de los jabalíes. Y aunque lo tuviera, debes tener presente que, a partir de este momento eres una fulbé y por lo tanto tienes que acostumbrarte a nuestra forma de vida. Tu parte hausa no te ha tratado demasiado bien.

Aziza Smain permaneció largo rato meditabunda, pero al fin asintió con un leve ademán de cabeza:

Si, reconozco que no es bueno lapidar a una inocente pese a que lo ordene la sharía, también puedo admitir que no debe ser malo comer cerdo, o algo que se parece a un cerdo, cuando me estoy muriendo de hambre dijo, ¿con qué enciendo el fuego?

El otro pareció sorprenderse con la pregunta, pero acabó por hacer un leve gesto señalando el zurrón que había dejado a corta distancia.

Con un mechero replicó. Lo encontrarás ahí dentro.

Media hora después disfrutaban de un auténtico banquete de medio cerdo bien asado; y al concluir la hermosa criatura de los ojos color miel lanzó un suspiro de satisfacción al tiempo que comentaba:

He comido como hacía tiempo que no comía, pese a que si no llegas a aparecer a estas horas ya debería estar muerta. ¿Cómo podría darte las gracias por cuanto estás haciendo por mí?

Un fulbé nunca tiene que darle las gracias por nada a otro fulbé fue la sencilla respuesta. Cuanto hacemos los unos por los otros es nuestra obligación, y la cumplimos a gusto, porque de lo contrario no hubiéramos podido sobrevivir vagando en libertad por tan distintos lugares en los que habitan pueblos de muy diferentes lenguas y costumbres. Como nada queremos tener, lo damos todo. ¿Acaso no te enseñó eso tu madre?

No.


Me sorprende en una fulbé.

Mi madre era una mujer muy hermosa, pero también muy inteligente replicó con un leve deje de orgullo la muchacha. Recuerdo que un día le pregunté por la clase de vida que llevaba antes de llegar a Hingawana, y limitó a responderme: «Tu padre es hausa, vives entre hausas, te casarás con un hausa, y la mayor parte de la sangre de tus hijos será por lo tanto hausa. Cuanto menos sepas de los fulbé, mejor para ti.

Razón tenía admitió su tío. Pero a partir de hoy las cosas han cambiado. Sigues estando condenada a muerte, y eso significa que cualquier hausa o musulmán que te encuentre intentará acabar contigo. Por lo tanto, de ahora en adelante vivirás entre los fulbé, probablemente te casarás con un fulbé, la mayor parte de la sangre de tus futuros hijos será fulbé, y cuanto antes te olvides de los hausas mejor para ti.

¿Qué fulbé querría casarse con una viuda con dos hijos, sin dote, y condenada a la lapidación?

Cualquiera que no esté ciego. E incluso un ciego, porque ahora, que ya no apestas a orines de león, hueles muy bien.

No me lo creo.

¡Escucha, querida! fue la sincera respuesta, para nosotros lo más importante en este mundo es la belleza, y tú eres extraordinariamente bella. Además, has tenido dos hijos, lo cual garantiza tu fertilidad. Tampoco necesitas dote, porque los fulbé aborrecemos tener cosas que nos aten y por lo tanto una dote es un engory. Y por último, a uno de nuestros guerreros, el hecho de que su esposa esté condenada a muerte por los estúpidos hausas, le toca los cojones.

A continuación se puso en pie, recogió su zurrón y sus armas, se echó al hombro lo que quedaba del facócero e hizo un significativo gesto hacia delante al concluir:

Y ahora más vale que nos pongamos en marcha porque aún queda un largo camino hasta la frontera. ¿Estaremos a salvo cuando la hayamos cruzado? quiso saber ella al tiempo que se colocaba a su altura. ¡En absoluto!

¿Y eso por qué? Se supone que estaremos en otro país.

El país es distinto, pero la gente es la misma, querida. Hay hausas a uno u otro lado de una línea que ni yo mismo sé por dónde cruza exactamente. Y de la misma forma que los fulbé jamás hemos respetado ninguna frontera, porque los dioses no las marcaron a la hora de crear el mundo, los fanáticos decididos a apedrearte hasta morir tampoco las respetan, por lo que idéntico peligro corres aquí que en Europa, que es un lugar muy lejano y en el que nunca he estado, pero del que todos hablan.

¿Quiere eso decir que tendré que pasarme el resto de la vida huyendo?

No, si vives entre los fulbé.

Uday Mulay estaba furioso.

Descargó parte de su ira sobre unos ineptos que se habían dejado sorprender por dos jóvenes guerreros que se habían llevado a una condenada a muerte con la misma facilidad con que se abre la puerta de la jaula a un gorrión, pero cuando Sehese Bangú le propuso reclutar a un grupo de voluntarios que se lanzaran a la llanura en pos de los fugitivos, negó con un decidido gesto de la mano.

¡Ya hemos hecho sobradamente el ridículo! masculló. Esos malditos nos llevan ocho o diez horas de ventaja, y me consta que nadie es capaz de encontrar el rastro de un fulbé en el desierto o la sabana. Son como las serpientes, capaces de ocultarse en los lugares más insospechados para atacar a traición cuando menos se espera.

Contamos con buenos rastreadores y cazadores que conocen la región palmo a palmo.

¡No! insistió el emir. No quiero ver regresar a nuestra gente cabizbaja y derrotada.

¡Pero no debemos permitir que se burlen impunemente de nosotros! protestó el mohíno imam de la mezquita.

Ya se han burlado. Y con una vez basta.

¿Y qué vamos a hacer? ¿Cruzarnos de brazos?

Tener paciencia, y extender esos brazos hasta el confín del universo. Por suerte, los hijos de Alá somos legión, y hoy por hoy no existe un solo rincón de este planeta que no albergue a un creyente. Aziza Smain continúa condenada por las leyes de la sharía y ésa es una condena de la que nadie, ¡escúchame bien!, nadie puede librarse donde quiera que se esconda.

Se esconderá entre los fulbé.

En ese caso declararemos la guerra a los fulbé. Nuestros hermanos de todo el continente los acosarán haciéndoles la vida imposible hasta que acaben por devolvernos lo que es nuestro.

Supongo que los fulbé ya lo consideran suyo. ¡Pues se equivocan! sentenció Uday Mulay seguro de lo que decía. Esa mujer no les pertenece a ellos, aunque debemos admitir que ya tampoco nos pertenece a nosotros: Ahora le pertenece a la muerte.

A condición de encontrarla.

La encontraremos.

¿Cómo? Esos sucios adoradores de cebúes se desparraman por Nigeria, Camerún, Níger, Burkina Faso, Malí, Argelia, Mauritania, Chad, Libia, Sudán, Etiopía y tres o cuatro países más de los que ni siquiera sé o recuerdo el nombre.

No importa.

Tu fe me conmueve.

Pues no debería conmoverte, sino impulsarte a no desmayar en nuestra obligación de imponer la ley cueste 1o que cueste le reprendió con una cierta severidad el juez de Kano. Esa mujer debe ser encontrada donde quiera que se esconda, y no pararé hasta verla muerta. De lo contrario estaríamos resignándonos a aceptar que cualquier infiel puede burlarse de los mandatos de Dios.

¿Y qué les harás a ellos?

¿A quién? ¿A los infieles?

Nada. Por lo que tengo entendido, todos, incluso el loco que los manda, habían abandonado Nigeria antes de que tuviera lugar la fuga, y por lo tanto no se les puede acusar de cómplices.

Pero resulta evidente que esos camiones, así como todos los regalos que contenían, eran suyos puntualizó un molesto Sehese Bangú. Se dedicaron a llamar la atención distrayendo a nuestra gente y permitiendo que se llevaran a Aziza Smain.

Lo sé admitió el otro. Todos lo sabemos, pero no se puede castigar a nadie por el simple hecho de regalar cosas que le pertenecen. Los infieles estaban en su derecho a la hora de ofrecerlas, y era nuestra gente la que tenía la obligación de rechazarlas.

No se le puede pedir a quien nada tiene, ni ha tenido nunca, que rechace cosas que de otro modo no obtendrían jamás.

Lo entiendo, pero es como si nos quejáramos por el hecho de que el diablo cumpla con su obligación de tentar a los justos. Es muy fácil seguir los mandatos divinos cuando nadie nos ofrece un camino más cómodo. El verdadero mérito estriba en apartar a un lado la fruta prohibida. Dudo que a nadie se le pasase por la cabeza que una bicicleta, una máquina de coser, una linterna, o un balón de fútbol pudieran constituir una fruta prohibida puntualizó un desconcertado Sehese Bangú.

No se trata del objeto en sí mismo, sino del precio que se paga por él fue la seca respuesta. El jeque Alí Abebe, mi venerado maestro, solía decir: «Si eres dueño de un arcón de oro, pero robas un viejo pedazo de cordel con el que atarlo, ese cordel vale más que todo tu oro porque con él has maniatado tu inocencia.

Fue Ibrahim Shala quien, con su mal ejemplo, incitó al pueblo a aceptar los regalos. Si él no hubiera dado el primer paso, nadie lo habría hecho.

Alí Abebe también solía decir: «Cuando el harmatán derribe tu jaima no culpes al viento; cúlpate a ti mismo por no haber sabido afirmarla. Nada solucionamos lamentándonos o culpando a unos y a otros. Ahora lo que tenemos que hacer es actuar con firmeza.

¿Y qué piensas hacer?

Ponerme en contacto con nuestros hermanos en la fe de los Grupos Salafistas para la Predicación y el Combate cuyo poder se extiende por todos los países que has mencionado y muchos más. Estoy seguro de que se sentirán muy orgullosos de hacer que esa sentencia se cumpla.

¿Y acaso sabes dónde encontrarlos? ¡Naturalmente! Su máximo dirigente para el África Occidental, Abu Akim, es primo mío.

¿Abu Akim? Se admiró el otro. ¿El auténtico? Ante el mudo gesto de asentimiento de su interlocutor insistió como si le costara trabajo aceptar que fuera cierto: ¿Abu Akim, el Martillo de Alá?

El mismo.

Jamás me habías mencionado que estuvieras emparentado con él señaló el imam de la mezquita de Hin gawana en un tono que sonaba casi a reproche.

Mi madre y su madre son hermanas de padre fue la respuesta. Pero eso es algo que no me conviene divulgar, y te ruego que lo mantengas en secreto. Sabes tan bien como yo que son muchos, incluso entre los más creyentes que desaprueban la forma de actuar de Abu Akim. Con diez como él no quedaría un solo infiel sobre la faz de la tierra sentenció Sehese Bangú convencido de lo que decía.

Y con cien como él no quedaría nadie, fiel o infieles sobre la faz de la tierra puntualizó Uday Mulay con una ligera sonrisa, e igualmente convencido de lo que decía. Con demasiada frecuencia se excede en su celo a la hora de defender nuestro credo. En ocasiones se lo he reprobado tanto privada como públicamente, pero no puedo por menos que reconocer que en este momento es la persona idónea para resolver un delicado asunto que de otra forma se nos iría de las manos.

¿Cuándo hablarás con él?

Mañana mismo; en cuanto regrese a Kano. ¿Acaso vive en Kano? se asombró el otro. ¡No! ¡Desde luego que no! Nadie, ni siquiera yo, tiene la menor idea de dónde se encuentra Abu Akim en un determinado momento, y gracias a ello aún continúa con vida. Los servicios secretos de varios países, especialmente judíos, darían cualquier cosa por eliminarle, sobre todo desde que una de las ramas salafistas que le tienen por guía espiritual secuestraron a un grupo de turistas y más tarde incendiaron un oleoducto en Argelia. Tengo entendido que los norteamericanos han puesto precio a su cabeza.

Lo único que saben hacer los norteamericanos es poner precio a las cosas, pero tú y yo sabemos que hay cosas, como la verdadera fe, que no se compran con nada. Abu Akim también lo sabe.

Abu Akim era un hombre delgado, pequeño, de ademanes delicados y una exquisita educación obtenida tras cinco años de estancia en Oxford, de cuya famosa tripulación había estado a punto de ser timonel gracias a su poco peso y sus dotes de mando. En aquellos ya muy lejanos tiempos de aplicado estudiante y entusiasta deportista, a nadie se le hubiera pasado por la cabeza, al encontrárselo en una elegante fiesta mundana, que tan encantador personaje, que en cierto modo recordaba al escritor Truman Capote, pudiera acabar siendo uno de los fundamentalistas más fanáticos y sanguinarios de la historia reciente.

Hijo de un rico y poderoso ministro de Asuntos Exteriores nigeriano, ministro del petróleo él mismo en más de una ocasión, y que con muy poco esfuerzo hubiera conseguido convertirse en presidente electo de su país, hacía ya más de una década que había decidido romper con su vacío pasado de sofisticación, cosmopolitismo y lujo, para pasar a convertirse en el temido y odiado, pero también venerado por muchos, Martillo de Alá.

Sus enemigos aseguraban que tan brusco cambio se había debido a la cruel decepción que le había producido el hecho de haber descubierto a su rubia, joven y encantadora esposa sueca mamándosela a un chofer negro en el interior de un lujoso Bentley, mientras sus seguidores decían que su conversión se debía a que una noche había tenido una maravillosa aparición en la que el mismísimo profeta le había ordenado que abandonara familia y riquezas para dedicarse en cuerpo y alma a la honrosa tarea de llevar la verdadera fe al corazón de los hombres.

Verdad o mentira, mamada o aparición, poco importaba, porque la realidad de los hechos se concretaba en que Abu Akim parecía sentirse mucho más feliz realizando su nuevo papel de guía espiritual de los Precursores, que era como les gustaba llamarse a sí mismos a los fanáticos salafistas, de lo que lo había estado nunca como poderío político o despilfarrador millonario.

Cierto que se veía obligado a vivir oculto y en continua tensión, consciente de lo insegura que estaba su cabeza, cierto también que de tanto en tanto echaba de menos los hoteles de lujo, las hermosas rubias y los elegantes restaurantes, pero soportaba con alegre estoicismo las incomodidades y los peligros, convencido como estaba de que su sacrificio se vería recompensado generosamente por todo el resto de la eternidad.

Tal vez imaginara, y con razón, que las huríes que prometía el profeta no tendrían la fea costumbre de mamársela a los chóferes negros, aunque tan sólo fuera por el hecho evidente de que en el paraíso no debería existir ningún tipo de automóvil.

Debido a ello, en el momento en que uno de sus lugartenientes, un beduino manco al que tan sólo se conocía por el apodo de R'Orab, acudió a notificarle que su primo Uday Mulay le suplicaba que hiciera cumplir la sentencia basada en las leyes de la sharía que ordenaban que una fugitiva adúltera debía ser ejecutada, ni tan siquiera se planteó las razones de tan cruel castigo, limitándose a inquirir con su pausado tono de siempre:

¿Ha dicho hacia dónde huyó?

Hacia algún lugar de la frontera con Níger.

Que la busquen y la lapiden, tal como marca la ley, sentenció.

Por lo visto su madre era fulbé, y los fulbé la protegen.

Todo verdadero creyente, fulbé o no, tiene la obligación de denunciar el paradero de esa mujer, y todo aquel que conozca su paradero y no lo denuncie, debe morir sea fulbé o no, creyente o no creyente.

Pero los fulbé son gente orgullosa y combativa, grandes guerreros difíciles de derrotar en campo abierto le hizo notar de nuevo su lugarteniente. Luchando contra ellos fue como perdí el brazo.

Lo sé, y por eso supongo que te alegrará combatirlos de nuevo y vengar aquella afrenta. No me importa cómo lo hagas ni a cuántos de esos sucios bororos tengas que matar para conseguirlo, pero quiero que la próxima vez que entres aquí, sea trayéndome la cabeza de esa mujer en una cesta.

Se hará como deseas.

No soy yo quien lo desea sentenció su jefe con su calma de siempre. Es la sharía la que así lo especifica. Únicamente cumpliendo a rajatabla nuestras leyes, y volviendo a nuestros auténticos orígenes, recuperaremos el honor perdido y conseguiremos que el mundo nos tema y respete tal como nos temía y respetaba antaño.

Aquélla era sin duda, más que las supuestas mamadas de una esposa infiel o las apariciones del profeta, la verdadera fuente de inspiración, o quizá sería más correcto decir, de obsesión, de la que emanaban todos los actos y pensamientos del ex alumno de Oxford.

Apasionado de la historia de los árabes, y amante como pocos de la grandeza y el imparable poderío de una fe que había conseguido que un puñado de beduinos acabaran por adueñarse de la mitad del planeta y extender sus creencias incluso a puntos a los que nunca había llegado su brazo armado, desde muy joven le había martirizado el hecho, y su modo de ver incuestionable, de que el islam estaba siendo derrotado y humillado por quienes se habían olvidado de que Dios se encontraba por encima de todas las cosas todas las personas.

Los judíos asesinaban a diario a sus hermanos palestinos en pleno corazón de los lugares más sagrados como si trataran de revivir los peores tiempos en que ellos mismos fueron casi exterminados por los nazis, y los americanos permitían el lujo de invadir Irak o Afganistán bajo la indiferente mirada de reyes y príncipes musulmanes a los q tan sólo parecía importar el hecho de vivir en fastuosos palacios de oro y mármol, jugarse fortunas en los casinos y contar con una interminable pléyade de esposas y concubinas.

Abu Akim había llegado por tanto tiempo atrás a una firme convicción: si pese a la impresentable caterva de corruptos gobernantes y desvergonzados guías espirituales que comandaban el islam, su credo continuaba expandiéndose día tras día, ello se debía sin lugar a dudas a que Alá tenía que ser necesariamente el único y verdadero dios.

Debido a ello, su misión en esta vida debía centrarse, tanto en contribuir a la mayor expansión de la auténtica fe, como a barrer de la faz de la tierra a quienes con su degenerado comportamiento constituían un mal ejemplo para los verdaderos creyentes.


Yüklə 0,74 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   7   8   9   10   11   12   13   14   15




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©genderi.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

    Ana səhifə