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se había comportado antes con decencia con las ciudades griegas como gobernador
de Cilicia, para que se encargara de la guerra que ya preveían (sobre la conducción
de la guerra por Lúculo, véase Plut. Luc. 7-35). Ya en 73, Mitridates abrió su
campaña infligiendo una gran conmoción a los romanos en la batalla, esta vez en el
mar, pero durante 73 y 72 Lúculo sagazmente centró sus recursos militares en el
control del mar y evitó una batalla preparada, liquidando finalmente al ejército y la
flota de Mitridates por partes, y capturando puertos clave del mar Negro. En 72 y 71
habiendo forzado a Mitridates a retirarse, Lúculo atacó directamente el Ponto
mientras la flota romana triunfaba en una serie de batallas navales. En una batalla
cerca de Cabeira (71) Lúculo forzó a Mitridates a huir y convirtió la retirada en una
masacre (Plut. Luc. 11). El rey se trasladó a la corte de Tigranes en Armenia,
mientras Lúculo reorganizaba el Ponto. Después de que la exigencia romana de
rendición de Mitridates fuera rechazada (70), Lúculo invadió Armenia y obtuvo una
gran victoria en Tigranocerta (octubre 69), obteniendo la sumisión de los pueblos y
principados vecinos y restaurando al otrora rey seléucida Antíoco XIII al trono sirio.
Aunque Lúculo continuó en 68 su campaña contra Tigranes, y desmembró su
reino, Mitridates aún se rehizo prodigiosamente. En 67 los romanos fueron
derrotados por completo en Zela en el Ponto, y las exhaustas legiones de Lúculo
presionaron a su jefe para retirarse. Mitridates y Tigranes volvieron a sus reinos, y
Lúculo se dispuso a reconstruir las ciudades devastadas por los ataque romanos o
mitridáticos: Zizicos, Sinope y Amisos (Plut. Luc. 12, 19, 23; Ap. Mit. 83. 370-374).
Después otro procónsul organizó la reconstrucción de Heraclea, donde habían sido
asesinados recaudadores de impuestos romanos (el hecho es relatado por Memnón de
Heraclea, FGH 336, de cuya historia local, escrita alrededor del siglo II d.C. quedan
extensos fragmentos). Lúculo alivió la situación de Asia Menor en general al fijar los
tipos de interés y regular los pagos de las deudas (Plut. Luc. 20; Ap. Mit. 83. 376).
En 68 los romanos reanudaron sus operaciones contra los piratas cretenses,
ahora activos en torno a Italia; en 67 reanudaron la campaña de Cilicia. Pronto, por
encima de los procónsules existentes, C. Pompeyo aseguró recursos militares
masivos del senado, con lo cual aniquiló las fuerzas de los piratas en sólo tres meses.
En 66, en medio de la controversia política en Roma, se le asignó el prestigioso
mando contra Mitrídates y Tigranes, también en lugar de los jefes existentes.
Cicerón, en su discurso De imperio Gnaei Pompen (Sobre el mando de Gneo
Pompeyo), exagera la amenaza mitridática a los ingresos romanos y las ganancias
itálicas en las provincias de Asia. En unos meses Pompeyo había derrotado a
Mitrídates en la batalla y había conseguido la rendición de Tigranes. Mitrídates
intentó reconstruir sus fuerzas desde una base en Crimea, pero se vio frustrado por
una revuelta de su hijo Farnaces (63). Inmune al veneno, se dice que ordenó a un
oficial celta que lo matase. (Las fuentes para estos sucesos incluyen Pompeyo de
Plutarco, los libros 36 y 37 de Casio Dión yAp.Mit. 24. 428-111.539).
El fracaso final de Mitrídates representa, quizá, el fin de la resistencia seria al
poder romano en Asia Menor. Si hubiera podido subsistir preparando la coexistencia
con Roma es dudoso; había lecciones que aprender del destino de reyes anteriores, y
Mitrídates no habría tenido quizá otra opción que preparar la guerra una vez más.
Había opciones para sus súbditos, también. Como es frecuente en época de guerra,
muchos individuos y comunidades, que habrían preferido no intervenir, se vieron
forzados a tomar partido, con graves consecuencias para aquellos que tenían la
desgracia de respaldar al perdedor. Por suerte, quizá al percatarse de que el acuerdo
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de Sila había empeorado las condiciones de Asia en lugar de mejorarlas, Pompeyo
adoptó una línea diferente.
Como Sila, cuando se enfrentó a Mitrídates, Pompeyo permitió a Tigranes
retener su reino pero confiscó sus conquistas. Este fue un paso crucial en el
desmembramiento de los reinos helenísticos del oriente, pero era sólo una parte del
plan de Pompeyo. Después de sus victorias puso en práctica una campaña contra los
albaneses y los iberos en el Cáucaso, territorio virgen para las legiones romanas; la
gloria y el triunfo político en Roma eran probablemente sus principales metas, antes
que el desarrollo del comercio y la actividad financiera itálicas (que estaban
concentradas en el Asia Menor occidental) o la supresión de la piratería como tal. En
65 tomó Colquis y volvió al Cáucaso, los albaneses se sometieron pero conservaron
sus tierras.
Durante el resto de 65 y la mayor parte de 64, Pompeyo administró la
confiscación del enorme tesoro de Mitrídates, reorganizó el Ponto y restableció a los
gobernantes existentes o reconoció a los nuevos en toda Anatolia (quizá mediante sus
lugartenientes). Había inducido al rey parto Fraates a atacar a Tigranes de Armenia
con la promesa de territorio; Fraates mantuvo su parte de la promesa en 66, pero
Pompeyo parece haberse echado atrás durante 65, prefiriendo enemistarse con
Fraates antes que consolidarlo. A finales de 64 Pompeyo tomó Comagene y conoció
al último pretendiente seléucida, Antíoco Filadelfo, en Antioquía. Juzgando a éste
incapaz de sostenerse en el poder frente a los estados árabe y judío crecientemente
independientes, convirtió a Siria en una provincia, quizá más como un baluarte
contra los partos antes que contra las bases de los piratas, aunque las eliminó
también.
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En Judea, en 63, al vérselas con una disputa entre pretendientes rivales al
sumo sacerdocio, Pompeyo ocupó Jerusalén tras un sitio de tres meses de duración y
penetró en el santuario del Templo sin profanarlo (Josefo, Antigüedades de los
judíos, 14. 29-79;
Las guerras de los judíos, 1. 127-157). Los territorios judíos
adquiridos por los reyes macabeos fueron asignados a Siria, con lo cual esta quedó
reforzada.
La reorganización de Anatolia y el Levante por Pompeyo no fue radical, pero
revela que los romanos ahora buscaban un equilibrio entre la seguridad y la ganancia
del estado, o al menos resarcirse de los gastos militares. Los reyes de Capadocia,
Comagene y Galacia fueron nombrados «amigos y aliados del pueblo romano», e
incluso se permitió a Farnaces, el hijo de Mitrídates, preservar el Bosforo de Crimea.
En Comagene, el rey Antioco I (r. c. 69-c. 36) creó uno de los más notables
monumentos cultuales de este período, miles de metros sobre el nivel del mar en la
montaña de Nemrud Dagi. En la espalda de los colosos esculpidos, que
representaban su imagen y las de los dioses, hizo grabar inscripciones que
proclamaban su propia divinidad llamándose «gran rey Antioco el dios, el justo, el
manifiesto, amante de los romanos y amante de los griegos» (basileus Megas
Antiochos Theos Dikaios Epiphanés Philorhómanios kai Philhelléri), se jactaba de su
piedad y las recompensas que esto le había procurado. Había puesto allí las imágenes
«de Zeus Oromasde y de Apolo Mitra Helios Hermes y de Artagnes Heracles Ares y
de mi patria siempre nutricia Comagene» (Burstein 48, OGIS 383).
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No es sólo una
de las más notables muestras de sincretismo religioso bajo patronazgo real, y una
prueba de la fusión cultural parcial que había tenido lugar en Asia Menor, sino
también el testamento de la importancia que tendría de ahí en adelante identificar los
intereses de Roma con los propios.