2. DEP ´
OSITOS TOB ´
ACEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
Adem´
as, este morfotipo suele ofrecer un desarrollo bastante r´
apido en el tiempo que puede ser
evaluado de forma relativa –tama˜
no de sus paramentos, profundidad del vaso del humedal asociado
(Hammer et al., 2007)- o experimental, constat´
andose c´
omo el crecimiento de las barreras es favo-
recido por la turbulencia y velocidad de las aguas (Primc-Habdija et al., 2001, etc.). Tambi´
en se
ha estimado un crecimiento diferencial de las barreras en funci´
on de las circunstancias clim´
aticas:
en ´
ambitos semi´
aridos, y por la incidencia de las altas temperaturas e intensos procesos de evapo-
raci´
on, el desarrollo de las represas tob´
aceas es bastante presuroso mientras que es m´
as ralentizado
en las regiones templado h´
umedas, donde las temperaturas son m´
as frescas y la precipitaci´
on de
carbonatos no es tan eficaz (Pedley et al., 1996).
Estos obst´
aculos carbon´
aticos conocen una evoluci´
on en la que ofrecen, durante su etapa inicial,
una envergadura de algunos mil´ımetros o de pocos cent´ımetros (Fig. 2.5). Con frecuencia en esta
fase embrionaria, estos min´
usculos fitohermos se alzan sobre lo que algunos autores (Gonz´
alez Amu-
chastegui y Gonz´
alez, 1993; Fern´
andez Fern´
andez, 1996 y 2000; Guerrero Dom´ınguez y Gonz´
alez,
2000, etc.) han denominado estructuras de retenci´
on parcial, o cu˜
nas tob´
aceas progradantes, y que
se desarrollan en cauces muy propensos a la turbulencia de sus aguas: consisten en dispositivos de
morfolog´ıa tabular (Fig. 2.6) cuyas estructuras describen numerosas inflexiones de bajo ´
angulo, al
adaptarse a las m´
ultiples irregularidades de los lechos propag´
andose hacia aguas abajo, a veces a lo
largo de varias decenas de metros. Pero conforme las peque˜
nas represas alcanzan fases de madurez,
sus proporciones se incrementan ensanch´
andose sus paramentos y adquiriendo una notable altura.
Entonces, su longitud m´
axima ser´
a un par´
ametro condicionado por la mayor o menor amplitud del
cauce fluvial donde aquellas se inserten, destacando el hecho de que muchas se emplazan en los pa-
rajes m´
as angostos de los valles, como acontece en el Alto Guadiana (Gonz´
alez Mart´ın et al., 1987),
en el del r´ıo Pur´
on (Gonz´
alez Amuchastegui y Serrano, 2000), etc. Por el contrario, su anchura y
altura suelen estar determinadas por el factor tiempo as´ı como por el grado de continuidad y/o
discontinuidad de las condiciones ambientales que propician la precipitaci´
on de los carbonatos.
Figura 2.5: Barreras embrionarias en lechos del centro peninsular. A y B: R´ıo Pinilla por encima de la Laguna
Blanca (Ruidera); C: R´ıo Cuervo, en la Serran´ıa de Cuenca; D: Ca˜
nada de las Hazadillas, Campo de Montiel.
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LAS TOBAS EN ESPA ˜
NA
Figura 2.6: Detalle de un edificio de ¨
retenci´
on par-
cial de aguas¨
con una longitud superior a 100 m
en la margen izquierda del Alto Tajo (Umbr´ıa de
Valdenarros).
La morfolog´ıa de los paramentos de aguas arriba y abajo es, a menudo, muy irregular y hete-
rog´
enea (Carthew et al., 2003a). Existen represas donde aquellos adoptan dualmente perfiles muy
verticalizados como acontece en las estrechas barreras (3 m de anchura) de Band-e-Amir (Jux and
Kempf, 1971), e incluso, en alguna de Ruidera (Pedley et al., 1996); sin embargo, represas muy
evolucionadas muestran, tanto en ejemplos pleistocenos como holocenos-actuales, un grueso pa-
ramento de aguas abajo de trazado cuneiforme, semejante al denominado espald´
on con el que la
ingenier´ıa romana dot´
o a sus presas en los inicios de nuestra Era. Sea cual sea su morfolog´ıa es-
pec´ıfica, siempre ofrecen un inestable balance al convivir procesos de comportamiento antag´
onico:
por un lado, los saltos de agua, con su t´ıpica naturaleza turbulenta, activan la precipitaci´
on de
carbonatos y aseguran la estabilidad de las barreras; por otro, sobre todo durante los eventos de
crecida, grandes vol´
umenes de agua desbordan los paramentos ocasionando procesos hidromec´
ani-
cos que tienden a erosionar su coronaci´
on y a socavar el pie de los saltos de agua. Los perfiles en
planta suelen ser tambi´
en muy irregulares con trazados sinuosos (Carthew et al., 2003a). Id´
entica
calificaci´
on podr´ıa aplicarse a la de las distintas barreras de Ruidera aunque, con frecuencia, son
las ´
areas inmediatas a los estribos los lugares donde su anchura suele ser mayor (Fig. 2.7); ello se
debe a la reiterada localizaci´
on en ellas de numerosos desag¨
ues naturales por los que progresan los
procesos de precipitaci´
on.
Desde el punto de vista ambiental, las barreras tob´
aceas son comunes en distintos dominios
morfoclim´
aticos del planeta: intertropicales (Salomon, 1981; Benoit 1986; Humphreys et al., 1995;
Cartew et al., 2003a y 2003b; Jolly and Tickell, 2011); oce´
anicos (Clet et al., 1989; Huault, 1989
y 2008, etc.); semi-´
aridos (Lapparent, 1966; Jux and Kempf, 1971. . . ..Brien et al., 2006; ) e, in-
cluso, en ´
ambitos de notable altitud (3000 -3600 m) como el Tibet (Lu et al., 2000; Yoshimura et
al., 2004). No obstante, destaca su mayor frecuencia en los ´
ambitos mediterr´
aneos. En ellos, las
barreras se ubican casi siempre en los tramos fluviales de cabecera alimentados desde importantes
macizos calizos; esta asiduidad es consecuencia de dos hechos trascendentales: por un lado, el aporte
pr´
oximo de abundantes carbonatos desde los acu´ıferos k´
arsticos; por otro, el papel regulador que
´
estos tienen, especialmente, ante la inusitada intensidad que adquieren las precipitaciones en este
dominio clim´
atico y cuyas grandes avenidas suponen un importante riesgo de colapso. De aqu´ı que
la presencia de grandes barreras ofrezca un excepcional valor paleoambiental cuando se emplazan
en tramos m´
as bajos y alejados.
Es el caso de cierta represa (Fig. 2.8), cuyos vestigios se alzan en el valle medio del J´
ucar, cerca
de Jorquera (Albacete). Su desarrollo exigi´
o unas activ´ısimas condiciones de fitoestabilizaci´
on, as´ı
como unos caudales que desconocieron las violentas riadas, asociadas a los efectos de las actuales
gotas de aire fr´ıo mediterr´
aneas (Fern´
andez Fern´
andez et al., 1996 y 2000).
Mucha mayor importancia parecen desempe˜
nar los factores estructurales en el emplazamiento
de las barreras, siendo este morfotipo uno de los m´
as condicionados a la hora de explicar su
espec´ıfica posici´
on en el perfil de un valle. En efecto, la exigencia de flujos turbulentos, capaces
de desarrollar una activa precipitaci´
on f´ısico-qu´ımica de carbonatos, motiva que los puntos de su
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