LAS TOBAS EN ESPA ˜
NA
a) Un moderado espesor que no suele ser superior a 10-15 m aunque se han citado entre otras
potencias de 40 m en el r´ıo Matarra˜
na (Mart´ınez Tudela et al., 1986), de hasta 50 m en el alto
Jal´
on (Guti´
errez y Sancho, 1997) y de hasta 90 m en el r´ıo Piedra (V´
azquez Urbez et al., 2012). Los
conjuntos aterrazados de Antalya escalonados por la actividad fluvial a +300 m, +250 m y +100
m sobre el nivel del mar ofrecen todav´ıa mayores espesores (Glover and Robertson, 1998 y 2003).
Figura 2.11: Terraza fluvial pleistocena en la margen derecha del r´ıo Tajo, aguas arriba de la confluencia de su
tributario, el r´ıo Gallo. Un notable espesor y la existencia de sedimentos tob´
aceos encima de cantos y gravas es
una de las caracter´ısticas de esta modalidad en el valle del Alto Tajo.
b) La existencia en su seno aluvial de facies detr´ıticas y tob´
aceas. Estas ´
ultimas protagonizadas
por una ampl´ısima variedad de estructuras y facies (Cappezzuoli et al., 2010). Con frecuencia
aparecen barreras y conjuntos de menor consideraci´
on –edificios de retenci´
on parcial- y adosados
a sus fitohermos se identifican facies palustres y lacustres. Los sedimentos detr´ıticos, por su parte,
suelen ofrecer una granulometr´ıa heterom´
etrica (cantos, gravas, arenas, limos) y se disponen unas
veces de modo ca´
otico y otras se organizan en m´
ultiples estructuras con mayor o menor espesor. En
ambos casos con asiduidad suelen ocupar el muro (Fig. 2.12) lo que ha conllevado, recientemente,
la denominaci´
on de travertinos (o tobas) de valle a estas terrazas fluviales, caracterizadas por una
base constituida por niveles detr´ıticos m´
as o menos gruesos con un desarrollo progresivo hacia
el techo de la sedimentaci´
on carbonatada (Jim´
enez Per´
alvarez et al., 2012). Materiales detr´ıticos
fosilizados por tobas han sido reiteradamente advertidos en numerosos valles andaluces del ´
ambito
geoestructural de Ossa Morena (Baena et al., 1993; D´ıaz del Olmo et al., 1994. . . .) y B´
etico (Alfaro
et al., 1999; Delannoy et al, 1993 y 1997; Dur´
an, 1996; Andreo y Sanz de Galdeano, 2001; Chac´
on
et al., 2001. . . . . . .). Tambi´
en abundan en los valles de los tributarios del Alto Ebro (Gonz´
alez
Amuchastegui y Serrano, 1996, 2005, 2007) y del Sistema Ib´
erico (Alonso et al., 1986; Gonz´
alez
Amuchastegui, 1993a; Gonz´
alez Amuchastegui y Gonz´
alez, 1993; Torres et al., 1996; Lozano et al.,
1998; Pe˜
na et al., 2000; Guerrero Dom´ınguez y Gonz´
alez, 2000. . . ..). Tampoco faltan secuencias
donde se intercalan carbonatos tob´
aceos y sedimentos detr´ıticos aluviales como acontece en el
Corredor Alpuj´
arride (Garc´ıa et al., 2003), en la cuenca de Sorbas (Schulte et al., 2008), o en algunos
r´ıos ib´
ericos (Dom´ınguez Villar et al., 2011a y 2012). Sea cual sea la disposici´
on, en numerosas
ocasiones los sedimentos cl´
asticos aparecen cementados por carbonatos tob´
aceos (Adolphe, 1990),
lo que ha motivado la introducci´
on del t´
ermino tufaglomerate (Wood, 2003) para este tipo de
sedimentos detr´ıticos consolidados.
c) Sin embargo y a la inversa, no abundan los ejemplos donde tobas fluviales se encuentran
recubiertas a techo por detr´ıticos aluviales aunque s´ı, y muy frecuentemente como se ha comentado,
por los de origen coluvionar derrubiados desde las laderas.
32
2. DEP ´
OSITOS TOB ´
ACEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
d) Con notable reiteraci´
on, los tr´
ansitos verticales desde los niveles detr´ıticos a los de natura-
leza carbon´
atica son netos y sin sedimentos de transici´
on. Esta dicotom´ıa –facies detr´ıticas/facies
tob´
aceas- fue evaluada hace tiempo e interpretada como ocasionada por unas condiciones ambien-
tales contrastadas (Roglic, 1977): las primeras arrastradas posiblemente bajo circunstancias poco
propicias para la fitoestabilizaci´
on de las vertientes, mientras que la sedimentaci´
on de los carbonatos
coincidir´ıa con escenarios id´
oneos para la karstificaci´
on y el desarrollo de las cubiertas vegetales.
Casi cuarenta a˜
nos m´
as tarde, esta dualidad generalista debe ser superada en cada ejemplo de
terraza tob´
acea con datos de mayor precisi´
on cronol´
ogica y ambiental.
Figura 2.12: Terraza baja (Holoceno) en el
valle del Alto Tajo con un muro compuesto
por sedimentos aluviales (a) detr´ıticos que
bruscamente pasan hacia el techo a carbo-
natos tob´
aceos (b).
e) Una dilatada distribuci´
on espacial por innumerables parajes de las cuencas fluviales euro-
peas y sobre todo de la cuenca mediterr´
anea. Entre las espa˜
nolas destacan las terrazas tob´
aceas
emplazadas en los valles de los r´ıos: Ebro y tributarios (Gonz´
alez Amuchastegui et al., 2000 y
Gonz´
alez Amuchastegui y Serrano, 2010 y 2013; V´
azquez Urbez et al., 2008, 2011a, 2011b y 2012);
Alto Tajo en varios tramos (Gonz´
alez Amuchastegui y Gonz´
alez, 1993a), as´ı como en diferentes
afluentes (Virgili et P´
erez Gonz´
alez, 1970; P´
erez Gonz´
alez y Virgili, 1975; Ord´
o˜
nez et al., 1987;
Gonz´
alez Mart´ın et al., 1989; Torres et al., 1994; Pedley et al., 2003; Dom´ınguez Villar et al.,
2011a y 2012); los corredores fluviales del Trabaque, Escabas y Guadiela son los que ofrecen una
mayor representaci´
on: en alguno de ellos se ha constatado la existencia de siete niveles emplazados
altim´
etricamente entre +15-20 m y +90 m sobre sus cauces actuales. Tambi´
en, terrazas colgadas
han sido detectadas en el J´
ucar (Fern´
andez Fern´
andez, 1996 y Fern´
andez Fern´
andez et al., 2000,
etc.) y en ciertos tributarios – r´ıo Moscas (Alonso Otero et al., 1986 y 1989). Tampoco faltan en el
valle del Llobregat, con terrazas que se elevan hasta casi los 100 m (Luque and Julia, 2007) o en los
corredores levantinos con cabeceras apoyadas en el Sistema Ib´
erico, como el del r´ıo Mijares (Lozano
et al., 1998 y 1999, Pe˜
na et al., 2000), Guadalaviar (Pe˜
na et al., 1994; Sancho et al., 1997 y 2010;
Ebr´
on (Lozano et al., 2012), Alto Palancia, etc. En las cuencas andaluzas, dispositivos fluviales de
esta naturaleza han sido estudiados en much´ısimos de sus valles alimentados por aguas k´
arsticas.
Dentro de este morfotipo se podr´ıa incluir una variedad fluvial cuya complejidad no es demasiado
conocida e inicialmente advertida en el valle del Alto Tajo, aguas arriba de Peralejos de las Truchas
(Guerrero Dom´ınguez y Gonz´
alez, 2000). Consiste en grandes cuerpos progradantes a partir de
distintas represas que pueden alcanzar m´
as de 500 m de desarrollo longitudinal y espesores entre 15
y 20 m (Fig. 2.13). Hacia aguas abajo, su progresi´
on fue controlada por dispositivos de barrera cuyos
fitohermos, y facies asociadas, crecieron, tanto en la horizontal como en la vertical superponiendose,
a veces, unas sobre otras. Este proceso de agradaci´
on levant´
o la altura del cauce en los parajes donde
progresaban este tipo de dispositivos, por lo que en su ´
area distal finalizaban con importantes saltos
y cascadas que enlazaban el techo del conjunto con el muro del edificio adyacente situado aguas
abajo. En esta mara˜
na de estructuras carbon´
aticas no faltan ni sedimentos detr´ıticos de naturaleza
tob´
acea (intraclast and phytoclast tufa), ni tampoco masas de aluviones gruesos (cantos y gravas)
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