El escepticismo antiguo


Crítica epicúrea a los que arruinan el conocimiento



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2. Crítica epicúrea a los que arruinan el conocimiento.
La crítica de Epicuro vuelve a agrupar a casi todos los autores antes mencionados. Este segundo testimonio aparece también en Diógenes Laercio, pero es un poco más sutil que el anterior. En el libro X dedicado a Epicuro, Pirrón es clasificado dentro de un grupo que, al plantear la imposibilidad de conocer la realidad a través de los sentidos, pone en peligro el conocimiento. Es lógico que Epicuro criticase a estos autores, pues si algo caracteriza al epicureísmo es, justamente, la confianza que tiene en los sentidos como guías del conocimiento. De tal forma que, para Epicuro toda sensación es verdadera y posee una evidencia indestructible, ya que los sentidos no se equivocan, y el error, si aparece, se debe a la falaz interpretación que la razón hace de la información aportada por el conocimiento sensible. Para Epicuro toda sensación es verdadera y posee, por ella misma, una evidencia indestructible. Éste será el punto de partida de la crítica epicúrea146 al grupo arriba mencionado.

Este testimonio, además, posee un interés especial cuando precisamos la relación entre Epicuro y Pirrón. A pesar de llamar a Pirrón «ignorante e inculto» (_maq_ ka_ _pa_deuton), Epicuro evidencia bastante interés por él y experimenta especial admiración por su modo de vivir, de ahí que le pidiese frecuentemente a Nausífanes noticias suyas147.

Esta fascinación de Epicuro refleja la concepción que tiene de la filosofía como práctica que proporciona la felicidad de la vida148. Para Nausífanes la disposición (di_qesiV) que mantenía Pirrón en su vida no se encontraba muy lejos de la sentencia epicúrea: había que seguir -decía Nausífanes- a Pirrón en la vida práctica, en su disposición y a él mismo en la teoría, en la doctrina149.

Coincidiendo con esta opinión, la interpretación del pensamiento pirrónico se ha modificado sustancialmente a tenor de un mayor conocimiento de las fuentes; así, hemos pasado de creer, tal como insinuaba Brochard150, que el interés único y prioritario de Pirrón fue el moral, a pensar, como apoyaba el estudio de Goedeckemeyer151, que hay que sustituir esa actitud exclusivamente moral, por una tendencia a la felicidad más acorde con su pensamiento y su vida.

Junto a ese interés de Epicuro por el modo de vivir de Pirrón, verificamos a su vez una radical oposición con los contenidos filosóficos de sus teorías. En esta línea hay que entender los negativos calificativos que le dedica como consecuencia de su falta de confianza en los sentidos como fuente de conocimiento. Esta crítica va a estar dirigida no sólo a Pirrón sino a toda una serie de autores que desconfían de la sensibilidad: a Nausífanes, su más directo rival; al mismísimo Platón; a Aristóteles; a Heráclito; a Demócrito y a Protágoras entre otros152. Esta acusación de Epicuro con respecto a la amathía y apaideusía de Pirrón puede aludir tanto a la formación cultural de este escéptico, como -más probablemente- a la fundamentación teórica que Pirrón daba a todo su sistema filosófico; es razonable que así fuese porque en el fragmento antes citado (D.L. IX, 64), Epicuro demandaba noticias de Pirrón, pero dejando claro que admiraba sólo su modo de vivir, y renunciaba a su sistema teórico: los dos buscaban la felicidad como fin último de la vida, pero en ambos los caminos para llegar a ella son completamente diferentes.

Por tanto, los fundamentos que llevan a Epicuro a criticar a Pirrón y a todos los demás son muy claros, ya que representan, junto a los estoicos, una reacción importante contra la crisis del conocimiento establecida desde Jenófanes y Parménides. Epicuro intenta explicar todas las cosas dentro de los límites de la experiencia sensible. Para ello, el epicureísmo mostrará una devoción completa por la validez de la percepción sensorial como fuente original de todo conocimiento y pensamiento153. Frente a esto, Pirrón considera que el mundo externo, queda indeterminado ante la imposibilidad de obtener un criterio de verdad fiable, que reconozca, o bien el conocimiento sensible o bien el racional, como formas de aprehensión de la realidad. Así pues, a la confianza que Epicuro tiene en los sentidos como únicos instrumentos válidos para el conocimiento de la realidad, Pirrón opone la incredulidad acerca de lo que llamamos realidad y de la forma de conocerla. Epicuro no duda de que lo que percibimos es la realidad; Pirrón, por su parte, no duda de lo que percibe, sino de que lo que percibe pueda decirse que es la realidad. Así pues, las diferencias entre estos dos filósofos no está en la fuente de conocimiento, sino, primariamente, en el valor de lo conocido así como en el acto mismo del conocer. Por eso, la crítica de Epicuro no se dirige sólo contra Pirrón, sino contra aquella tradición que perdió su confianza en la eficacia de los sentidos como única forma válida de obtener un conocimiento verdadero.



3. Los «Sillos» de Timón: apuntes sobre el origen del fenomenismo pirrónico.
El tercer testimonio que incluye a Pirrón en esa línea que hemos definido ya como antecedente del escepticismo es de su discípulo Timón. En su obra perdida «Los Sillos», de la cual sólo se conservan algunos pasajes, Timón articula, con una hermeneútica propia, numerosas consideraciones valorativas sobre algunos filósofos, que confirman de nuevo, la filiación del pirronismo a esa línea eleático-abderita que estamos rastreando. Así, el aprecio o el desprecio que demuestra hacia los diferentes pensadores va a estar en relación con la adecuación que tengan sus doctrinas teóricas con el pirronismo.

En primer lugar, Timón dirige su atención hacia Jenófanes. Así, según unos versos recogidos en las Hipotiposis de Sexto, se refiere al de Colofón de forma ambigua: por un lado, critica el carácter concluyente de su filosofía, es decir, su dogmatismo; pero, por otro, disculpa al propio Jenófanes por este descuido, ya que muestra, al final de su vida, su arrepentimiento al admitir que la filosofía escéptica es la más adecuada para evitar los errores en la búsqueda del conocimiento. Esta ambigüedad es recogida por el mismo Sexto, pues presenta el texto diciendo que Timón, después de alabar mucho a Jenófanes y haberle consagrado sus sátiras, lo imagina lamentándose por no haber considerado antes, que el método escéptico le hubiese prevenido y liberado de la confusión de creer, dogmáticamente, que todas las cosas son Uno154.

Es evidente, que Jenófanes dogmatiza con sus juicios sobre lo divino (ya que para él «el todo» era uno), y niega el pluralismo teológico al que estaban acostumbrados los griegos. Esta actitud, evidentemente, contradice, frontalmente, los postulados escépticos: cautelosos en todos los temas, y mucho más en lo referente a los dioses. Pero lo más importante parece quedar en un segundo plano: la confesión del propio Jenófanes de su falta de atención o descuido de la reflexión, de la meditación (de la consideración atenta a la manera escéptica), que le hubiese exigido ser más juicioso y prudente en su dogmatismo teológico. Asistimos en Jenófanes, como veremos con más detenimiento, a una actitud que fluctúa entre un dogmatismo teológico y un escepticismo gnoseológico. Lo importante aquí es reconocer que el colofonio admite como problema que no podemos saber si lo que pensamos sobre las cosas es verdadero o falso, de ahí que sólo sea opinión: y como tal opinión no tiene pretensiones de carácter absoluto.

Sorprendentemente, Timón elogia también a Parménides. Esta actitud, en principio, puede resultar extraña, ya que tradicionalmente se ha interpretado a Parménides como el iniciador del pensamiento racional, pero también ocurre que con él se va a desarrollar un antecedente de ese «fenomenismo» griego al que ya nos hemos referido. Estos versos muestran el interés que este pensador despierta en nuestro poeta:


«La vitalidad del magnánimo Parménides no consiste en la multiplicidad de opiniones, sino en haber alejado los pensamientos del engaño de las apariencias155.
En estas líneas, Parménides es considerado como el precursor ideal del estilo filosófico pirrónico, dedicándole un grato calificativo megalóphronos. Poseer esta facultad significa, en este contexto, una particular vitalidad (b_hn) que se explica en la capacidad para quedar inmune a toda forma insatisfactoria de conocimiento. Este es el motivo por el cual Parménides es capaz de apartar, de alejar (_nene_kato) sus pensamientos (n;seiV) del engaño (_p_thV) de las apariencias (_antas_aV156). Timón señala, en primer lugar, la existencia de fantasías engañosas que hay que evitar, y, en segundo lugar, indica que la fundamentación del conocimiento en Parménides se sostiene en lo racional, al estimar que las apariencias son falsas. Ensaya aquí una interpretación de Parménides, muy común y, por lo general, repetida en todo el escepticismo: la creencia de que el de Elea distingue entre el error de las apariencias (renunciando a reconocer como verdadero el testimonio de los sentidos) y el verdadero conocimiento de la razón que debe alzarse por encima de ellas. Es discutible, como veremos más adelante esta interpretación. Ya que, no podemos justificar plenamente que Parménides fomentara la división entre los sentidos (erróneos) y la razón (verdadera), ni siquiera sabemos con seguridad qué significado puede tener ese monumento minúsculo lingüístico que nos deja: el verbo eînai157. Es difícil definir el concepto y silenciar las interpretaciones, pues depende de ellas su significado (si Parménides se refería a «todo lo que existe» no es lo mismo que si quería significar «lo que se manifiesta que existe»158). De todas formas lo importante no es dirimir la cuestión de lo que verdaderamente dijo Parménides, sino prestar atención a la interpretación que hacen los escépticos de este autor.

Desde esta perspectiva es natural que Timón presente de manera favorable a un autor como Parménides, quien afirma que los sentidos no son fieles traductores de la realidad. La imposibilidad de resolver esta dificultad influye de manera capital en la actitud de Pirrón, ya que si los sentidos, que son el fundamento de cualquier conocimiento, no son fiables para captar la realidad, entonces no quedará más remedio que afirmar la indeterminación de ésta por la imposibilidad que tenemos de conocerla.

Timón sigue elogiando a dos discípulos de Parménides, como son Zenón y Meliso. El discurso dialéctico de Zenón es la base de su filosofía crítica, que le lleva a ser crítico de todos los demás filósofos; de Meliso, recoge su resistencia a valorar las apariencias erróneas del mundo sensible159.

Este testimonio viene confirmado por un pasaje de La vida de Pericles160 de Plutarco. Según Plutarco, Zenón utiliza las contradicciones en sus escritos sobre la phýsis, llevando a sus contrincantes a la aporía, a una proposición sin salida lógica; según este esquema, los adjetivos que Timón le dedica están legítimamente justificados, pues para el discípulo de Pirrón tanto Zenón como Meliso aportan aspectos filosóficos nada despreciables para el posterior desarrollo del escepticismo. No sorprende, en este sentido, que el uso de la dialéctica por parte de Zenón está documentado en la mayor parte de los testimonios antiguos y que, incluso, alguno de estos textos señala al propio Zenón como el iniciador de ella161. El propio Sexto cita el testimonio de Aristóteles que hace a Zenón iniciador de la dialéctica162; hasta existe algún autor que reprocha a Zenón el abuso de este método, y lo acusa de ser el iniciador de la erística163.

Demócrito es otro de los autores también elogiado en los versos de Timón, por su cautela en el juicio y por la prudencia que demuestra en su estilo de pensamiento. Hay algo más atractivo y es la calificación de Demócrito como _m__noon, «que está en la duda», indeciso porque examinaba el pro y el contra en la conversación, lesc_na. Lo cual podría ser bien considerado por un pirrónico que no afirmaba nada al no existir un criterio de certeza164.

Protágoras también obtiene de Timón comentarios bastante favorables. De él comenta el poeta su sociabilidad, así como su habilidad en la discusión sobre las cosas; por eso, quizá, dice Diógenes que inventó las disputas e introdujo los sofismas en las argumentaciones. Lo mismo que ocurría en Zenón y en Meliso, Timón celebra de Protágoras su afán por discutir sobre todas las cosas, lo cual era un antecedente importante para los escépticos que no reconocían nada verdadero, y discutían todas las doctrinas, al no tener certeza de nada165. Favorino en su Historia Varia afirma, según Diógenes Laercio, que Protágoras fue el primero en declarar, en el plano argumentativo, que sobre todas las cosas se pueden hacer dos discursos contrarios el uno al otro166. Esta fórmula es claramente un antecedente de la teoría escéptica de la isosthéneia según la cual «sí» y «no» son respuestas que tienen la misma fuerza ante una pregunta, por lo que nuestro juicio queda colapsado ante la incapacidad de elegir entre ellas. De ahí que se dé cierta adecuación entre Protágoras y un seguidor de Pirrón, como Timón, que se guiaba por las fórmulas del tipo, «no más esto que aquello», o «¿por qué esto más bien que aquello?».

Sexto Empírico transmite algunas noticias que corroboran este interés por Protágoras. En el libro IX de Contra los Matemáticos afirma que Timón se ocupó ampliamente de Protágoras en el segundo libro de sus Sillos. En un fragmento de esta obra, transmitido por Sexto, Timón caracteriza al abderita como el primero entre todos los sofistas, debido a su claridad en el discurso y lo elogia por la honradez intelectual y la cautela de sus opiniones sobre lo dioses: de ellos no se sabe nada ya que «las cosas que nos lo impiden son muchas»:
«Timón de Fliunte hace mención de su historia [de Protágoras], en el segundo libro de los Sillos:
«Protágoras, el primero de los sofistas que existió entonces, y existirá [en el futuro]. Ni era oscuro en el discurso, ni torpe de visión ni premioso en el hablar; pero querían reducir sus escritos a cenizas porque él había escrito sobre los dioses, que ni sabía, ni podía percibir cómo eran o quiénes eran, manteniendo toda cautela. Pero esto no le sirvió para nada; al contrario, el deseó huir, para así no descender al Hades, bebiendo la fría bebida de Sócrates»»167.
Junto a estos autores que son tratados favorablemente en los versos de Timón, otros son considerados de forma mordaz y satírica. Si todos los anteriores son incluidos, de alguna forma, entre los posibles antecesores del escepticismo pirrónico, los que ahora vamos a estudiar son «típicos» representantes del movimiento contrario: el dogmatismo. Entre ellos encontramos a Sócrates, Platón, Aristóteles, Zenón el estoico y Arcesilao entre otros.

Con respecto a Sócrates, Timón es bastante irónico. Primero lo llama «picapedrero» (lax_oV), quizá haciendo referencia a la profesión de su padre que fue «cantero», (aunque tal vez no fuese lo que hoy en día entendemos por cantero, sino más bien escultor o ayudante de escultor). Se burla, también, de sus cualidades profesionales, y realiza una fuerte crítica a la contradicción que preside su vida, pues un hombre que siempre está hablando de leyes (charlatán de leyes, _nnomol_schV) llega a no querer cumplir las que debía. Paralelamente critica la errónea estima en que se le tenía, al afirmar que fascina a los griegos, como si de un encantador se tratase. De la misma forma, se observa una actitud beligerante ante el método socrático de preguntas «sibilinas» que solía utilizar para llevar a sus contrincantes a contradicciones flagrantes, expuestas a la burla; de ahí la acusación final de haber sido entrenado por los retóricos. Por último, Timón bromea por su manera de hablar, ya que dice que ironiza en un ático imperfecto168. Así mismo, Timón califica el discurso platónico de vano e inconsistente, sin sustancia, pues, con ironía, lo llama arengador de dulce palabra (_duep_V) que no deja de proferir palabras melifluas, «encantadoras», semejantes a las de las cigarras que se colocan en los árboles del jardín de la Academia169. No tiene mejor suerte Aristóteles, el cual es calificado por Timón de filósofo irreflexivo, en lo que parece una apreciación bastante negativa de su filosofía, aunque bien es verdad que las pocas palabras que nos deja son insuficientes para un análisis más específico170.

Los juicios de Timón se vuelven aún más satíricos y mordaces cuando se refieren a autores coetáneos y que se declaran filosóficamente como enemigos reales del escepticismo. En este sentido, una de las escuelas más atacadas fue la escuela estoica, de ahí que sus representantes serán constantemente acusados de dogmatismo171. Según conjetura Diels172, otro texto de Timón hace referencia a Zenón de Citio de una forma bastante satírica, ya que lo compara con una vieja fenicia vanidosa, que tiene un cesto de mimbre muy pequeño y sin consistencia (quizá hace referencia al poco valor filosófico de lo que ofrecía), como consecuencia los resultados eran extremadamente pobres173.

Arcesilao también es criticado satíricamente por Timón. Arcesilao fue el creador de la llamada «academia nueva», un escepticismo que surgió en la academia platónica, pero que según Timón no era un verdadero escepticismo sino un dogmatismo disfrazado. La evolución de la escuela platónica hacia el escepticismo vino como consecuencia de la transformación de la duda socrática, utilizada como un método de aprendizaje, en un fin en sí misma. Este proceso se desarrolla mediante la metamorfosis de los postulados platónicos hacia posiciones menos dogmáticas. Esta renovación de la academia platónica supuso una gran sorpresa, pues esta escuela se caracterizaba, justamente, por el mantenimiento dogmático de las tesis del maestro Platón174. El postulado que centra este cambio es la declaración socrática «sólo sé que no sé nada», sosteniendo así que todo está oculto y que nada hay que pueda percibirse o entenderse175. Arcesilao habría desgajado su doctrina escéptica de la obra platónica, estableciendo su método y el fundamento de sus teorías en una base socrático-platónica. De ahí, el comentario de Cicerón admitiendo que Arcesilao utilizó el método socrático de la discusión y lo recuperó e instituyó de nuevo (Arcesilas eum revocavit instituitque); así, si Sócrates solía replicar a las propuestas de sus interlocutores, Arcesilao mantiene este sistema, y deja a sus interlocutores exponer, en primer lugar, sus ideas para, a partir de aquí, rebatirlas, iniciándose así una discusión entre ellos176. El origen socrático-platónico de Arcesilao proporciona por un lado, un método, el socrático, muy cercano al escepticismo; pero, por otro, un dogmatismo doctrinal propio de los miembros de la Academia. Por todo esto, Timón califica en sus versos a Arcesilao, como pedante y orgulloso, ya que gustaba de ser admirado por la muchedumbre que lo ensalzaba -en palabras de Timón- «como suelen hacer los simples pajarillos al mochuelo». Quizá, Timón esté comparando a Arcesilao con Pirrón como si de un rival escéptico se tratara, poniendo de manifiesto lo que les diferencia: así, frente a la indiferencia pirroniana, Arcesilao se enorgullece con demasiadas cosas, pues, no siendo importante, cree serlo177.

Diógenes Laercio aporta nuevos versos de Timón contra Arcesilao, al hablar del creador del escepticismo académico, comenta que fue discípulo de Pirrón, y que se servía de la dialéctica y del razonamiento de la escuela de Eritrea. Esta opinión se puede demostrar razonablemente con algunos testimonios que justifican indirectamente estas referencias. Así, esta noticia coincide en parte con el contenido de dos versos de Timón, que ponen a Arcesilao en relación con Pirrón, con [la dialéctica de] Diodoro y con [la erística de] Menedemo178. Numenio (apud Eusebio de Cesárea) confirma este texto, relacionando a los autores mencionados en el párrafo de arriba como formadores y responsables de la filosofía de Arcesilao, pues a las sutilezas de Diodoro, que era un dialéctico, le añade los razonamientos y el escepticismo de Pirrón, adornándolo todo con el bello estilo platónico del discurso179. Por todas estas razones, quizá, Timón reconoce ese tono ecléctico en Arcesilao, en tres componentes filosóficos bien diferenciados: uno, platónico, otro, pirroniano y un tercero, megárico. Si relacionamos esta interpretación con el verso de Aristón: «Por delante Platón, por detrás Pirrón, en medio Diodoro, (»pr_sqe Pl_twn, _piqen [d_] P_rrwn, m_ssoV Di_dwroV)»180, reconocemos la poca claridad de la filosofía de Arcesilao. El verso de Aristón, parafraseado de la descripción homérica de la Quimera181, hace referencia al «mestizaje» filosófico de Arcesilao. A pesar de ello, no hay que olvidar que los versos están parodiando una situación, por lo que nos mueven a pensar también que el poeta además de recalcar estas influencias está dando algunas claves humorísticas para entender el comportamiento y la filosofía de Arcesilao. Según estos versos, Arcesilao se declaraba platónico, de ahí que Platón esté por delante, escondiendo por así decirlo, la parte pirroniana de su filosofía mediante los instrumentos que le daba la dialéctica de Diodoro. La causa del silencio de Arcesilao con respecto a Pirrón es todavía uno de los problemas que queda por resolver182. Podemos considerar como explicación que en el tiempo de la academia no se reconoce a Pirrón ningún papel en la formación del escepticismo, por lo que todos los postulados filosóficos de Pirrón pasan desapercibidos. La cuestión, por tanto, es ardua porque si bien no podemos constatar con seguridad una efectiva influencia de Pirrón sobre el jefe de la academia platónica, Arcesilao183, sí que podemos evidenciar, a juicio de Timón, una cierta contribución pirroniana a la filosofía de Arcesilao.

Así pues, las dos condiciones que despliega la particular estructura de Los Sillos son las que pueden, en cierto modo, clarificar las analogías, semejanzas y diferencias entre el escepticismo de Pirrón y los filósofos anteriores que sirvieron de base a su filosofía. Timón de Fliunte establece, de modo consecuente a través de su obra, la línea originaria de la filosofía pirrónica; haciéndola coincidir con algunos filósofos prehelenísticos causantes de un incipiente «fenomenismo» en el pensamiento griego que conduce como resultado al escepticismo. Cualquier enfoque sobre este movimiento filosófico debe contemplar el pensamiento griego no como parcelas independientes y autónomas, sino como partes de un entramado de problemas con soluciones insatisfactorias. Así, se recalca la idea reconocida y aceptada por la mayoría de la existencia de una línea de pensamiento perfectamente delimitada que progresa desde los eléatas hasta los atomistas, terminando en el pensamiento pirroniano. La pregunta ¿de qué modo reconstruyen los escépticos la historia de la filosofía, su propia tradición y significación histórica? va a ser el objetivo del siguiente capítulo.




CAPÍTULO III

Antecedentes del escepticismo en la filosofía prehelenística.

Las conclusiones del epígrafe anterior confirman razonablemente no sólo la relación que venimos defendiendo entre el pirronismo y la filosofía precedente, sino la conciencia de algunos escépticos posteriores de hallarse inmersos en una tradición determinada. Es evidente, que los autores incluidos en esta tradición tienen afinidades notables: la preocupación por lo que las cosas son, lo que aparece de ellas y las posibilidades que tenemos de conocerlas. Problemas, en cierto modo insolubles, causantes de una cierta crisis del conocimiento sensible que tiene como consecuencia la ruina de la propia razón. Ese es el eterno problema de la filosofía radicado en los límites del conocimiento humano; es decir, hasta dónde puede llegar el conocimiento y a partir de dónde sus tentativas de alcanzar la verdad se ven colapsadas.

A partir de aquí cabe preguntarse tres cuestiones: 1/ ¿cuál es la imagen que los pirrónicos tuvieron de la filosofía anterior con relación a sí mismos?; 2/ ¿qué tipo de hermeneútica aplicaron, básicamente, en su lectura?; 3/ ¿qué elementos de la filosofía de estos autores han podido contribuir como antecedentes del movimiento escéptico? Estos interrogantes, no obstante, plantean críticamente otros que abren un horizonte de influencia mayor: ¿hasta qué punto pueden ser tomados, razonablemente, estos filósofos prehelenísticos como antecedentes del movimiento pirrónico?, o ¿hasta qué punto se puede decir que influyen verdaderamente en él? Lo interesante será investigar qué entendieron e interpretaron los escépticos de las doctrinas de los filósofos precedentes, para hacerles privilegiados precursores de su movimiento.

Es evidente que este interés de «comprensión» y «apropiación» exige situar a los autores en unas coordenadas filosófico-interpretativas exactas. La clásica división de los filósofos en lógicos, físicos y éticos, a la que recurre Sexto en un principio, no es suficiente para el propósito escéptico. De ahí que introduzca otra manera de ordenar y agrupar a los filósofos y escuelas que declara los fundamentos filosóficos del escepticismo. Observamos dos grandes grupos: los que apoyaron y mantienen que existe el «criterio» (de verdad) y los que negaron y excluyen que exista criterio alguno para nuestro conocimiento:


«Y de los que conservaron [el criterio] tres han llegado a ser las opiniones más relevantes. Unos lo conservaron en el discurso racional (_n l_g_), otros en las evidencias no racionales (_n ta_V _l_goiV _narge_aiV) y otros en ambas cosas (_n _m_ot_roiV). Y además, rechazaron ésto por una parte, no sólo Jenófanes de Colofón, sino también Jeníades de Corinto, Anacarsis el Escita, Protágoras y Dionisidoro, y por otra parte, además de éstos, Gorgias de Leontini, Metrodoro de Quíos, Anaxarco «el eudaimonista» y Monimo el cínico»184.
Este texto es sumamente interesante, primero porque se pone al descubierto cuál es el contexto o marco desde el cual Sexto Empírico lleva a cabo su hermeneútica. En segundo lugar, porque el hecho de que la disyunción clasificatoria utilizada sea excluyente, nos lleva a pensar que la negación del criterio es un rasgo esencial del escepticismo; lo cual se remonta hasta Jenófanes, según la conciencia histórica de la escuela pirrónico-escéptica. Este pasaje resulta sugerente, entre otras cosas, por los nombres que incluye entre los «precedentes del pirronismo»: además de Jenófanes (y entre otros) aparecen incluidos los tres personajes más significativos del grupo de los abderitas: Protágoras, Metrodoro y Anaxarco, el compañero y maestro de Pirrón. La orientación general está dada, veamos las particularidades de estos autores.

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