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«profecías» retrospectivas de acontecimientos sucedidos en ese momento. Josefo
(Las guerras de los judíos y Las antigüedades de los judíos) relata algunos episodios,
no necesariamente de modo fiable. Tanto éste como los Macabeos incluyen citas
directas de correspondencia contemporánea.
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Desafortunadamente, casi todos los
detalles de la cronología y las causas de los hechos son materia de controversia, y
nada más que una visión general puede ofrecerse aquí.
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Hasta el 200, Jerusalén y su territorio fueron posesiones ptolemaicas, pero la
hostilidad hacia la dominación ptolemaica surgió en algunos sectores, tal como lo
expresa el libro griego del Eclesiases («El predicador», c. 250 a.C.) que se preserva
entre los libros de la Biblia. Parece que Ptolomeo IV intentó insensatamente
popularizar algunos cultos griegos como el de Dionisio, aunque los detalles no son
seguros. Antíoco III arrebató el sur de Siria a Ptolomeo V en la quinta guerra siria
(202-200), y en el estilo tradicional del Oriente Próximo proclamó la tolerancia de la
cultura local. La carta a Zeuxis expone que animó a la nación (ethnos) judía a vivir
según sus propias leyes a la vez que pagaban los impuestos pertinentes, aunque se
hizo considerables concesiones en este rubro. En un documento citado por Josefo,
Antíoco hace contribuciones para sus sacrificios, consistentes en animales, vino,
aceite e incienso por el valor de 20.000 piezas de plata, 1.460 medimnoi de trigo y
375 medimnoi de sal, y promete materiales para la reedificación del templo (Jos. AJ
12, 140-141, Austin 167, Burstein 35).
El rey tenía claramente un papel decisivo en la designación del sumo
sacerdote de Jerusalén, como ocurrió en 175:
Cuando Seleuco dejó esta vida y Antíoco, por sobrenombre
Epífanes, comenzó a reinar, Jasón, el hermano de Onías, usurpó el sumo
pontificado, después de haber prometido al rey, en una conversación,
trescientos sesenta talentos de plata y ochenta talentos de otras rentas. Se
comprometía además a firmar el pago de otros ciento cincuenta, si se le
concedía la facultad de instalar por su propia cuenta un gimnasio y una
efebía, así como la de inscribir a los Antioquenos en Jerusalén.
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Con el consentimiento del rey y con los poderes en su mano,
pronto cambió las costumbres de sus compatriotas al estilo griego.
Suprimiendo los privilegios que los reyes habían concedido a los judíos
... y abrogando las instituciones legales, introdujo costumbres nuevas
contrarias a la Ley. Así pues, fundó a su gusto un gimnasio bajo la misma
acrópolis e indujo a lo mejor de la juventud a educarse usando el petaso.
Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa
de la extrema perversidad de aquel Jasón, que tenía más de impío que de
sumo sacerdote, que ya los sacerdotes no sentían celo por el servicio del
altar, sino que despreciaban el templo; descuidando los sacrificios, en
cuanto se daba la señal con el gong se apresuraban a tomar parte en los
ejercicios de la palestra contrarios a la Ley.
(Mac. 11,4:7-14)
El autor emplea el término hellenismos, posiblemente usado aquí por primera
vez en griego, para denotar «el estilo de vida griega» (4: 13; se opone al ioudaísmos
en 2: 21).
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Parece que Jasón no estaba solo sino que era el jefe de un grupo de
«helenizadores».
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En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes que
sedujeron a muchos diciendo: «Vamos, concertemos alianza con los
pueblos que nos rodean, porque desde que nos separamos de ellos, nos
han sobrevenido muchos males». Estas palabras parecieron bien a sus
ojos, y algunos del pueblo se apresuraron a acudir donde el rey y
obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los gentiles.
En consecuencia, levantaron en Jerusalén un gimnasio al uso de los
paganos.
(Mac. I, 11: 10-14= Austin 168)
Esto significaría que el impulso para la helenización a finales de la década de
170 e inicios de la de 160 surgió inicialmente en Jerusalén, pero recibió la
aprobación real; sería normal que una comunidad deseara construir gymnasia y en
general alterar sus instituciones para tratar de asegurarse el apoyo real, incluida la
ayuda financiera. Un paralelo casi contemporáneo lo ofrece una inscripción
recientemente descubierta en Frigia de los años posteriores a 188, época hacia la que
Eumenes II de Pérgamo otorga a una pequeña comunidad la categoría de polis y le
permite construir un gymnasion. A la vez, no parece haber un abandono de las
antiguas formas: Macabeos I específicamente implica que los rituales en el Templo
continuaron, aunque a los ojos de algunos no eran debidamente respetados. La
evidencia que puede interpretarse en el sentido de que la helenización tuvo que
avanzar más lentamente en Judea que en otras partes del Oriente Próximo,
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también
plantea el problema de si, en esta etapa, la helenización de Jerusalén estaba siendo
impuesta desde arriba, o más bien era el producto de la política cultural interna. No
es necesario decir que ambas opiniones han sido defendidas.
En algún momento (posiblemente en 167 o antes), Jasón fue reemplazado
como sumo sacerdote por un tal Menelao (Mac. II, 4: 26-5, 27), pero no es seguro
que haya tenido algo que ver con los «helenizadores».
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En el momento en que
Antíoco fuera humillado por Popilio Laenas en Egipto, los rumores de la muerte del
rey (Mac. II, 5: 5) provocaron una guerra civil en Jerusalén; pudiera ser que, por esta
razón, Antíoco interviniera para restablecer el orden y quizá para guardar las
apariencias. Muchas personas murieron y Jasón fue expulsado. Quizá
imprudentemente, Antíoco saqueó o permitió a sus soldados que robaran los tesoros
del Templo, antes de poner una guarnición en la ciudad (Mac. I, 1: 20-36, Austin
168). No es claro que esto tuviera algo que ver con la temprana introducción de las
costumbres griegas.
Sin embargo, pronto hubo una activa persecusión de los judíos de Jerusalén,
cuya cronología se debate,
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en particular su relación con la invasión de Egipto. El
papel de Menelao tampoco está claro; igualmente incierto es si la opresión era parte
del intento de introducir las costumbres de la polis griega por parte del «movimiento
helenizante». Lo que no se discute es la afirmación de que el rey «publicó un edicto
en todo su reino ordenando que todos formaran un único pueblo y abandonara cada
uno sus peculiares costumbres» (Mac. I, 1: 41). El mismo autor da detalles
considerables:
También a Jerusalén y a las ciudades de Judá hizo el rey llegar,
por medio de mensajeros, el edicto que ordenaba seguir costumbres
extrañas al país. Debían suprimir en el santuario holocaustos, sacrificios y
libaciones; profanar sábados y fiestas, mancillar el santuario y lo santo,