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las derramó por todas partes, incluso en Persia. En suma, no hubo lugar
aparente para fundar una ciudad que él dejara desnudo; antes bien, al
helenizar el mundo bárbaro le dio fin.
(Libanio, Oratio, 11. 101)
Tomando en cuenta la advertencia de Cohén, sin embargo, podemos aceptar
que Libanio no estaba lejos de la verdad en su elogio de Seleuco, que revela cuan
grande fue la fama de los sucesores de Alejandro. No obstante, la helenización fue en
buena medida un efecto indirecto de la colonización.
El dar a las ciudades nombres de los miembros de la familia real fue una
contribución más a la propaganda dinástica.
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Apiano, en su famoso encomio de
Seleuco (Sir. 52-63, Austin 46), atribuye treinta y cuatro .ciudades a Seleuco:
dieciséis llamadas Antioquía (Antiocheia en griego), nueve llamadas
Seleucia, cinco llamadas Laodicea por su madre Laodicea y cuatro
Apamea por su esposa.
Apiano puede haber estado confundiendo las fundaciones de Alejandro y de
Antíoco con las de Seleuco, pero el mensaje es el mismo.
Las otras las denominó con nombres de los lugares de Grecia o
Macedonia, o con los de sus propias hazañas, o en honor de Alejandro el
rey. Es por eso que hay en Siria, y en las tierras bárbaras, muchos
topónimos griegos y macedonios: Berroia, Edesa, Perinto, Maronea,
Calípolis, Acaya, Pela, Europos, Anfípolis, Aretusa, Astaco, Tegea,
Calcis, Lansa, Heraia y Apolonia; también en Partia Soteria, Calíope,
Caris, Hecatompilos y Acaya; entre los indios Alejandrópolis; y entre los
escitas, Alejandrescata. También, llamadas por las victorias de Seleuco
está Nicéforo en Mesopotamia y Nicópolis en Armenia, muy cerca de
Capadocia.
(Apian. Guerr. sir. 57, Austin 46)
Durante el reinado de Seleuco unas veinte ciudades fueron fundadas por todo
el imperio, desde Cilicia a Irán, de las cuales las cuatro más famosas son las
«tetrápolis» sirias, ninguna de las cuales está a más de 50 km del Mediterráneo:
Seleucia de Pieria, Antioquía del Orontes, Apamea (también a orillas del Orontes) y
Laodicea del Mar. En el noreste de Siria, en el alto Eufrates, fundó Seleucia-Zeugma,
y en la orilla opuesta (comunicada por un puente) otra Apamea; río abajo estaban
Doura-Europos y Berrhoia. En Mesopotarnja fundó Seleucia del Tigris y otras. Las
fundaciones de Antíoco I seguras fueron Antioquía de Persis y la refundación de
Antioquía de Margiana.
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Se corrobora que Bactriana distaba de ser marginal en la política seléucida
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por la construcción de nuevas ciudades allí, de las cuales la más famosa es Ai Janum
a orillas del río Oxus. Fue edificada a finales del siglo IV y destruida por los sakas
que la invadieron desde el este en 150 más o menos. Tenía edificios de estilo griego
como el teatro, el santuario de culto, el gymnasion y grandes columnatas rodeando
los espacios públicos, además de una gran casa, un recinto para la guarnición en la
ciudadela y una enorme fortificación, aunque se encuentran también edificios y
elementos arquitectónicos que evocan la arquitectura aqueménida. Es difícil estar
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seguro de dónde vivían, respectivamente, los griegos y los no griegos, o de si había
una separación espacial entre ellos.
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Otras notables fundaciones seléucidas
comprenden el asentamiento excavado de Icaro, en la isla de Failaka a la entrada del
golfo Pérsico. Pudo tratarse de un puesto comercial preseléucida con un complejo de
culto pregriego, que no llegó a tener estatus de polis.
Lugares como este, fueran poleis autónomas o no, a veces tenían un
gobernador real. La mayoría tendrían las normales instituciones cívicas griegas:
asamblea pública, consejo (boulé) y magistrados electos, pero la textura de la vida
cívica y política es confusa. Pese a los procedimientos formales según los cuales el
rey trataba a la polis como si fuera igual en categoría, las más de las veces es
evidente que son sus decisiones las que cuentan. Cuando la ciudad de Magnesia del
Meandro en Asia Menor occidental pidió que su nueva festividad fuera reconocida
como «isopitia» (igual en categoría a los juegos pitios de Delfos), fue el rey quien
tuvo que acceder a la petición y dar instrucciones a sus funcionarios para que
procuraran que otras ciudades hicieran lo mismo (Austin 184, BD 128, RC31,
OGIS23l)
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Era menos probable que las antiguas ciudades griegas fueran sometidas a
remodelaciones radicales y bajo los Seléucidas, como bajo los Ptolomeos, fueron
tratadas con respeto; en teoría, efectivamente, eran todavía entidades independientes
con las que los reyes tenían que negociar una relación. Un ejemplo famoso de
negociación exitosa por una ciudad menor es el caso de Demodamas de Mileto,
miembro del consejo y promotor en 299 de un decreto en honor de Antíoco I
(Burstein 2, OGIS 213),
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que había aceptado costear una columnata en el santuario
de Apolo en Didima, y de otro decreto en honor de su madre Apame. Ya hemos
encontrado a Demodamas como general de Seleuco, pero también es un ejemplo de
una red de influencias que se extendía desde la ciudad a través de sus ciudadanos
prominentes hasta llegar al rey.
Además de ilustrar cómo Seleuco desarrolló la imagen de una armoniosa
familia dominante (como con la historia de Estratonice), los documentos
ejemplifican cómo una comunidad local, particularmente una antigua polis griega,
podía aprovechar los contactos personales con el centro del poder, sacando ventaja
de su historia y del deseo del rey de parecer generoso. Esto es tanto más sorprendente
cuanto más consideramos la posición marginal de Mileto en el reino y la enorme
distancia entre ella y la probable ubicación de la corte en todo momento.
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Había muchos objetivos tras la fundación de ciudades, y muchas variedades
de poleis en los diferentes territorios, pero la uniformidad de las estructuras
administrativas que resultaron es uno de los distintivos del período helenístico.
Los Seléucidas y los judíos de Jerusalén
El más destacado enfrentamiento de los Seléucidas con una colectividad no
griega y uno de los más citados por los actuales escritores en relación con el tema de
la helenización, fue con los judíos de Jerusalén en el segundo cuarto del siglo II.
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Una especie de memorial se preserva en Macabeos I y II, que abarcan,
respectivamente, los años 175-135 y 175-160 no siempre en orden cronológico. El
libro de Daniel que asumió su forma definitiva alrededor de 165, contiene