Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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'i&Mtpor la honda de los esclavos insurrectos llevan grabados nombres de dioses. Al lado de los nombres de Zeus y de Artemis se lee particular­mente el de la Diosa Madre, cuyos misterios secretos, transportados de Creta a Sicilia, hacían entonces furor. Muy análoga fue la influencia del comercio al importar directamente en los puertos italianos las mercan­cías de Berito (Beirut) y de Alejandría. Ostia y Puzoli fueron los dos grandes mercados de los bálsamos y perfumerías de Siria, y de las telas de Egipto, así como de las creencias orientales. La mezcla de los pue­blos favorece en todas partes la de las religiones. Sin embargo, de todos los cultos autorizados el más popular fue el de la Dea-mater de Pesinun-te, que alcanzó gran prestigio entre las masas con sus sacerdotes eunucos, sus banquetes, sus conciertos, sus procesiones mendicantes, y todo su aparato externo. Las colectas a domicilio formaban ya uno de los prin­cipales capítulos del presupuesto doméstico. En el momento crítico de la guerra de los cimbrios, Battraces, el gran sacerdote de Pesinunte, vino a Roma a hacer valer los derechos e intereses del templo de su diosa, pues decía que había sido profanado por una persona. Habló en presencia del pueblo e hizo diversos milagros en nombre de la divinidad que lo enviaba. Las gentes sensatas se conmovieron, pero las mujeres y el pueblo quedaron completamente alucinados por la palabra del sacerdote profeta, y cuando partió lo acompañaron en masa. Se hacían frecuentes votos o promesas de ir a Oriente, y Mario fue el primero que emprendió una peregrinación a Pesinunte. Por último, algunos ciudadanos romanos llegaron a hacerse sacerdotes eunucos de Cibeles, lo cual sucedió por primera vez hacia el año 653. En cuanto a los cultos secretos y prohibidos, gozaban naturalmente de una popularidad mayor, si cabe. Ya en tiempo de Catón, el caldeo que sacaba los horóscopos había comenzado a hacer competencia al arúspice etrusco y al áuspice marso.8 Por tanto, la astrología que observa el curso de los astros y explica los signos celestes no tardó en ponerse en Roma tan en boga como en el país alucinado de Babilonia. En el año 615, el pretor de los extranjeros ordenó a todos los caldeos salir de la ciudzzz ad y de Italia en el término de diez días. Igual intimación se hizo a los judíos, que habían admitido en su sabbat pro­sélitos italianos, mientras que Escipión había tenido que purgar el cam­pamento delante de Numancia de los adivinos y caballeros de industria que por él pululaban. Algunos años después, en el 657, fue necesario proscribir los sacrificios humanos. Entre ellos estaban los feroces ritos

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNde la diosa Ma de Capadocia, o de Belona,9 para llamarla como los romanos, en cuyas procesiones públicas se veía a la sacerdotisa azotarse hasta hacer brotar de su cuerpo la sangre, y aparecían también los som­bríos cultos de Egipto. Ya Sila vio en sueños a la deidad capadocia, quien debió aconsejarle que viniese de Asia sobre Italia; y más tarde, en la época del dictador, llegaron las cofradías de Isis y de Osiris para elevar su origen. En realidad ocurría que, como no se sabía en dónde se estaba respecto de la fe antigua, se había perdido el camino recto respecto de sí mismo. Las terribles crisis de cincuenta años de revoluciones y la convicción instintiva de que aún no se había acabado la guerra civil, todo era materia y causa de estupor y angustia; todos tenían sombríos presentimientos y el corazón oprimido. El pensamiento errante a la ven­tura escalaba las alturas del poder y se precipitaba en los abismos por más que apenas entreviese una salida, una luz débil, en las amenaza­doras tinieblas de los destinos, y por poca esperanza que tuviese de poder librarse de aquel combate desesperado, o simplemente de poder cambiar de lugar y de dolores. La semilla de un monstruoso misticismo había hallado su terreno favorable en este caos político, económico, moral y religioso del mundo romano, y había germinado y crecido con pasmosa rapidez. Semejante a un árbol colosal que hubiese brotado de la tierra durante la noche, nadie sabía de dónde había venido, ni cuáles serían sus frutos: su rápido crecimiento era fecundo en nuevos prodigios, y su veneno devoraba todos los espíritus débiles.INSTRUCCIÓN PÚBLICAEn la instrucción pública sucedió lo mismo que en los asuntos de religión, y acabó de completarse la revolución comenzada durante la época precedente. Ya hemos visto que durante el siglo vi se había modificado desde este punto de vista la igualdad civil, ese pensamiento fundamental del sistema republicano de Roma. Desde el tiempo de Catón y Fabio Pictor se había extendido en la ciudad la educación griega. A su lado se había formado también un régimen completamente romano; pero, por ambas partes, no se habían hecho más que los primeros ensayos. La Enciclopedia catoniana nos enseña lo que debe entenderse por la educación modelo grecorromana de esta época (volumen II, libro tercero, pág. 487).449

( iA«En ella no se encuentra más que la antigua ley del poder de familia distribuida en fórmulas, y comparada con el nuevo sistema importado de Grecia es sumamente árida. Polibio nos muestra cuan atrasada estaba la instrucción de la juventud a principios del siglo vil Revela y censura acerbadamente la indiferencia culpable de los romanos en esta materia, y muestra, por el contrario, la solicitud inteligente de sus conciudadanos griegos en materia de instrucción pública y privada. Sobre esto haré notar que, en el fondo de su negligencia, entre los romanos había un culto al gran principio de la igualdad, que ni los griegos ni el mismo Polibio comprendieron jamás. En el momento en que nos encontramos ha co­menzado a cambiar todo. Así como el inteligente supranaturalismo de los estoicos ocupó el lugar de la sencilla fe popular, así también en la educación, al lado del antiguo sistema simple y breve que usaba el pueblo, se impuso un sistema nuevo, una exclusiva humanidad (humanitas), que destruyó poco a poco los últimos restos de la antigua igualdad social. No será superfiuo entrar aquí en algunos detalles respecto de la instrucción que se daba en la actualidad a la juventud, según el sistema griego y la alta escuela latina.INSTRUCCIÓN Y MÉTODO GRIEGOSPor una singular coincidencia, Lucio Paulo Emilio, el personaje que había consumado la destrucción política de Grecia, fue también uno de los primeros en rendir un completo homenaje a la civilización helénica, y en reconocer en ella lo que nadie hasta ahora ha contradicho: la civilización del mundo antiguo. Ya había llegado a la vejez cuando le fue dado penetrar en el sentido íntimo de los cantos homéricos al con­templar el Júpiter de Fidias; pero tenía el espíritu bastante joven aún como para abrirlo a la luz brillante de la belleza griega, y para ceder a la irresistible codicia de las manzanas de oro del jardín de las Hespéri-des. En este extranjero ilustre, los poetas y los artistas hallaron un adepto más serio y más profundamente conmovido que todos los sabios de la Hélade contemporánea. No hacía, como estos, epigramas sobre Hornero y Fidias, pero quiso que sus hijos entrasen en el reino intelectual, sin despreciar la educación nacional hasta donde esta alcanzaba. Al igual que los griegos, cuidaba también del desarrollo físico del cuerpo no solo45o

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNpor el ejercicio gimnástico, completamente insuficiente en la forma en que se hacía en Roma, sino por la instructiva práctica de la caza, que entre ellos había llegado casi a constituir un arte. En suma, concibió la educación a la manera griega, pero no solo como el aprendizaje y el uso de una lengua, sino como un conjunto de estudios profundos, hechos en la forma referida, que se relacionan con el sistema helénico, se de­sarrollan en él, y abrazan desde entonces el conocimiento de la literatura, las nociones mitológicas e históricas necesarias para su inteligencia, la retórica y la filosofía. Después de la conquista de Macedonia, la única parte de botín que Paulo Emilio se reservó fue la biblioteca del rey Perseo, con intención de legarla a sus hijos. Adonde quiera que iba lo acompa­ñaban pintores y escultores griegos encargados de completar la educación de estos jóvenes, y de familiarizarlos con las musas. Habían pasado los tiempos —ya lo había comprendido Catón— en que se desdeñaba en este terreno el helenismo: los más ilustrados comprendían que era menos peligroso recibirlo completo que mutilado o deforme. Lo mismo en Roma que en el resto de Italia, las clases altas daban el tono a la moda nueva. Ya hacía mucho tiempo que los pedagogos griegos habían aprendido el camino de la ciudad. En la actualidad, afluían a ella profesores de gramática, de literatura y de educación en general, y vendían su ciencia a un precio alto en el nuevo mercado que aquí se había abierto. En los palacios de los ricos no se veían más que mayordomos y profesores de filosofía griegos, tratados como criados cuando no como esclavos.10 En esta cuestión las clases altas se hacían una gran competencia: por un esclavo literato de primera clase se pagaban hasta doscientos mil sestercios. Desde el año 593, un gran número de retóricos enseñaban la declamación griega, y tenían abierta una escuela en la ciudad. Entre ellos encontramos más de un nombre conocido: el de Panecio, por ejemplo, de quien ya hemos hablado; el de Grates, ilustre gramático de olios en Cilicia, comtemporáneo y rival de Aristarco, a quien igualaba en nacimiento. En el año 585 tenía un público asiduo al que le explicaba la letra y el espíritu de los poemas de Hornero. Esta nueva instrucción dada a la juventud, instrucción a la vez revolucionaria y antinacional, se estrelló en un principio contra la resistencia del gobierno; pero la orden de expulsión lanzada en el año 593 contra los retóricos y los filósofos fue ineficaz y desobedecida, como tantas otras medidas de rigor de este mismo género, a raíz de que los magistrados supremos variaban451

todos los años. Muerto el viejo Catón, algunos romanos se quejaban frecuentemente, pero se quejaban sin obrar. Las escuelas y las ciencias cultas de los griegos tuvieron en adelante su domicilio en Roma; allí se les dispensó buena acogida y llegaron a constituir la parte más importante de la cultura en Italia.ESCUELA LATINA. LECTURAS CLÁSICASAl lado de aquella, no dejaba de progresar la instrucción latina. Ya hemos dicho cómo se había extendido la instrucción elemental durante la época precedente y cómo había ocupado la Odisea latina el lugar de las Doce Tablas. Hemos señalado también que el joven romano, teniendo la traducción, aprendía en ella la sintaxis de su lengua nacional como el niño griego en el texto original; y que los gramáticos y literatos helenistas, Andrónico, Ennio y muchos otros, cuando enseñaban, no a los niños, sino a los adolescentes y a los jóvenes, no habían desdeñado enseñarles su idioma patrio al lado de la lengua de la Grecia. Sin embargo, esto no era más que el principio de la superior educación latina, pero no e*sta misma. No existían más que rudimentos de literatura y de gramática; y a los manuales de la escuela sucedieron las letras latinas. Vienen después los clásicos del siglo vil, que son su expresión hasta cierto punto exclusiva, y vemos entrar la lengua y las obras literarias en el círculo de una cultura elevada. No tardó en sobrevenir la emancipación, y los gramáticos griegos retrocedieron a segunda fila. Excitados por las lecturas homéricas de Grates, los literatos romanos pusieron manos a la obra y citaron sus composiciones. Nevio leyó sus Guerras púnicas; Ennio sus Crónicas, y Lucio recitó después sus poesías. En un principio su auditorio fue escaso, pero escogido; después reunieron un auditorio numeroso en los días que determinaron para ello; por último, a imitación de los gramáticos lectores de Hornero, se hicieron comentadores y críticos de sus propias obras. Esto no quiere decir que las lecciones literarias dadas gratis por estos "literatos" constituyeran, en realidad, una enseñanza en forma, pero no por ello dejaban de abrir a la juventud estudiosa la inteligencia de la literatura clásica de Roma y del arte de la recitación.452

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNEJERCICIOS ORATORIOSUna cosa análoga sucedió respecto de la educación oratoria. En realidad este género de ejercicios nunca había estado completamente olvidado. Sabemos que en los tiempos antiguos los jóvenes de buenas familias pronunciaban en público elogios y arengas judiciales. Sin embargo, antes de esta época y antes de los nuevos estudios especiales, aún no había nacido el arte oratorio. El primer abogado romano de reputación que manejó como artista de la palabra la lengua latina fue Marco Lépido Porcina, cónsul en el 617, cuyo estilo y talento oratorios tanto ensalza Cicerón (Brüt, 25, 86, 97). Los dos famosos abogados del tiempo de Mario, el viril y poderoso Marco Antonio (de 611 a 667) y Lucio Craso, orador sagaz y de estilo sostenido, fueron también verdaderos artistas de la palabra. Los estudios oratorios tomaron naturalmente un desarrollo y una importancia considerables, pero, igual que los estudios literarios, para el alumno no consistían más que en unirse a la persona del maestro y formarse con el ejemplo de sus lecciones. El primero que creó la verdadera enseñanza en materia de literatura y de elocuencia latina (hacia el año 650) fue Lucio Emilio Preconio, de Lanuvium, apellidado Estilón (el hombre del estilo). Este caballero romano de opiniones sumamente conservadoras, que se rodeaba de un círculo de oyentes elegidos, tales como Varrón y Cicerón, y les leía Plauto y los demás poetas, retocaba con los autores los planes de sus arengas, o las presentaba perfectamente preparadas a sus amigos. Esta era ya una escuela abierta, y, sin embargo, Estilón no es todavía un maestro de profesión: enseña la literatura y el arte de la palabra de la forma en que se enseñaba toda ciencia en Roma. Es un amigo viejo que da sus consejos a quienes inculca su celo, pero sus lecciones no se venden al primero que quiera pagarlas.CURSOS DE LITERATURA Y DE ELOCUENCIAEn vida de Estilón comenzó la enseñanza superior de las escuelas públicas. Hubo establecimientos especiales con profesores retribuidos, esclavos casi siempre, que dejaron fuera de su programa la latinidad puramente elemental y las letras griegas. Es verdad que tomó sus tendencias y su método de la gramática y de los cursos literarios griegos, pero quizá no453

^KOUAKpodía hacerse otra cosa. También aquí eran los alumnos jóvenes, y no niños. La escuela latina, que seguía siempre las huellas de la escuela griega, no tardó en dividirse en dos partes: hubo un curso para la exposición científica de la literatura; después otro de introducción doctrinal al arte de las arengas políticas, judiciales, etcétera. El primero que puso una escuela de literatura romana, en tiempo de Estilón, se llamaba Marco Sevio Nicanor Postumo, y el primero que abrió una escuela distinta de retórica fue Lucio Plocio Galo (hacia el año 66o)." Sin embargo, en los establecimientos de la primera clase solía darse también un curso de elocuencia. Ambas enseñanzas, dadas en un principio por maestros y eruditos colocados a bastante altura, se habían emancipado hasta cierto punto de los griegos. Esto no quiere decir que los buenos oradores y los profesores de elocuencia hubieran dejado de sufrir la influencia heléni­ca, pero no obedecían directamente a las leyes de la gramática y de la retórica de la escuela griega; hasta la trataban como a un enemigo declarado. La altivez y el buen sentido romano se insurreccionaban contra la tesis sostenida por los profesores griegos. No, no era solo en la escuela, y según las reglas dadas por ella, como los hombres aprendían el arte de hablar en su idioma nacional, y de decir discretamente y de un modo conmovedor lo que se sabe y se siente. A los ojos del buen abogado, todas aquellas lecciones del retórico griego, extraño a la vida práctica, eran para el principiante mucho peores que la carencia completa de su estu­dio. El hombre culto y de experiencia no encontraba en ellas más que vaciedades y engaño; y, en cuanto a los austeros conservadores, habían comprendido bien la afinidad de elección que existía entre la elocuencia de oficio y el oficio funesto de los demagogos. De esta forma, el círculo de los Escipiones había jurado un odio irreconciliable a los retóricos. Se toleraban las declamaciones griegas de los maestros retribuidos, a título de ejercicios en idioma helénico, pero se descartaba la retórica griega en la enseñanza de la elocuencia y oratoria de los romanos. Sin embargo, al entrar en una de las nuevas escuelas latinas se veía de qué modo tan singular aprendían los jóvenes a pensar como hombres y a hablar como hombres de Estado. Uno acusa de asesinato y otro defiende a Eulises, a quien se ha encontrado al lado del cadáver de Ayox empuñando la espada ensangrentada de su compañero; en otra parte se disculpa y se interpela a Orestes, asesino de su madre, y hasta hay jóvenes alumnos que aconsejan a Aníbal: "¿Es mejor que obedezca la orden de Roma y responda a la454

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNacusación que ha recibido? ¿Debe permanecer en Cartago, o huir de la persecución de los romanos?". En mi sentir, Catón no era injusto cuando impugnaba toda esta palabrería funesta y majadera. En el año 664, los censores notificaron a los padres y a los maestros que no debían tener a los jóvenes dedicados todo el día a ejercicios desconocidos por sus ante­pasados. El hombre que hablaba de este modo era Lucio Licinio Craso, el primer abogado de su siglo; pero, como suele decirse, era cansarse en vano. Las declamaciones sobre los ternas obligados de la escolástica griega continuarán siendo en adelante, dígase en contra lo que se quiera, el elemento fundamental de la enseñanza superior de la juventud ro­mana, y contribuirán a hacer de estos niños histriones abogadillos o políticos, y ahogarán en Roma la elocuencia varonil y verdadera. A los resultados adquiridos recientemente por el programa de la educación romana se les quiso dar un título, una expresión nueva, y así se los llamó "humanidad" (humanitas), mezcla rara de cultura de inspiración griega, aclimatada más o menos superficialmente, y de una escolástica latina, que se enseñaba privilegiadamente, mal o bien modelada, pero siempre imitadora. La "humanidad nueva", según el nombre indica, se desem­barazó por completo del elemento puramente romano: levantó muy alto su pendón, y quiso revestir a la vez (a la manera de la instrucción pública de nuestros días) los caracteres de cosmopolitismo, desde el punto de vista de la nacionalidad, y de exclusivismo, desde el punto de vista social. También aquí se encuentra la revolución que separaba las clases y pasaba el nivel político sobre los pueblos.455



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XIII LITERATURA Y ARTE

T-l.antREACCIÓN LITERARIA. anto en la literatura como en la política, el siglo VI fue una época de gran movimiento; aunque es verdad que en las letras no se encuen­tran genios de primer orden como en la política. Nevio, Ennio, Plauto y Catón, todos estos escritores ricamente dotados y de una individualidad muy acentuada, no son creadores en el sentido propio de la palabra; y, sin embargo, ¡qué vuelo, qué movimiento y qué valentía en todos sus ensayos, dramas, epopeya e historia! Se conoce que andan por los campos de batalla de esas guerras de gigantes denominadas guerras púnicas. Hay en sus obras muchos trasplantes artificiales, muchas faltas de colorido y de dibujo: las formas y el lenguaje no son puros ni hábiles, y se entre­mezclan el elemento griego y el elemento nacional. Toda la obra, en fin, revela ciertas rutinas escolásticas, y no hay en ella libertad en el desarrollo, ni detalles acabados. ¡Qué importa! Si no tienen la fuerza que conduce al fin supremo, todos estos poetas, todos estos escritores, tienen valor y esperanza y se atreven a luchar con los griegos.EL CÍRCULO DE LOS ESCIPIONESEn el siglo vi cambiaron mucho las cosas, pues había desaparecido la bruma de la mañana, y los poetas habían acometido su noble empresa con el sentimiento íntimo de la energía popular, probada en la reciente guerra. Como recién nacidos, no han visto las dificultades de la empresa comenzada, ni medido el alcance de su talento, pero han marchado al menos con ardor y con pasión. Pero he aquí que se paran de repente: los asfixiantes vapores de las revoluciones que la tormenta trae consigo han impregnado la atmósfera; y cuando muchos abren los ojos a la incomparable magnificencia del arte y de la poesía griegos, prueban al mismo tiempo la modesta condición del genio artístico de su pueblo. La457

literatura del siglo VI fue el producto del eco del arte griego en estos espíritus semicultos, pero conmovidos y sensibles. La mayor cultura helénica del siglo vil trae consigo una reacción literaria: la reflexión seca en su germen la imitación sencilla, como el helado viento del invierno destruye sin distinción las buenas y malas yerbas que brotan con las primeras lluvias del otoño. Esta reacción se verifica y se pronuncia principalmente en el círculo de Escipión Emiliano, que reunió lo más escogido de la sociedad romana. En él se encuentran, entre otros, al más antiguo amigo y consejero del gran hombre, Cayo Lelio Sapiens (cónsul en el año 614), sus compa­ñeros más jóvenes, Lucio Furio Filón (cónsul en 618) y Espurio Mumio, hermano del conquistador de Corinto. Allí se habían acogido todos los literatos, fuesen romanos o griegos: el cómico Terencio, el satírico Lucilio, el historiador Polibio y el filósofo Panecio. ¿Cómo imponer a todos estos hombres, que leían constantemente la Ilíada, las páginas de Jenofonte y las de Menandro, cómo imponerles el Hornero traducido al latín, o las pobres versiones de los dramas de Eurípides suministradas antes al pueblo por Ennio, y continuadas por Pacuvio? Concedo que por patriotismo no se deshiciese el látigo de la crítica, que se guardasen miramientos a las Crónicas nacionales. Sin embargo, Lucilio no dejaba de disparar sus más aceradas flechas contra los tristes personajes y las remontadas exposiciones de Pacuvio. El patriotismo no detenía las censuras, severas pero no injustas, que al fin de esta época el elegante autor de la Retórica de Herenio dirige a todos: se llamen Ennio, Pacuvio o Plauto, o sean esos poetas que tienen el privilegio de ser "ilógicos y de estilo campanudo". Los familiares de Escipión se encogían de hombros ante los toscos remiendos pegados por la ruda musa popular sobre la elegante capa cómica de Filemón y Difilo. Burlándose en parte, y en parte envidiándolos, se abandonaban ahora los toscos ensayos de una época confusa. Los elegantes jueces los trataban como el hombre trata en su edad madura los versos de su juventud; y, además, al renunciar a la idea de aclimatar aquel árbol maravilloso en el país latino, abandonaban los caminos superiores del arte en la poesía y en la prosa. Les bastaba con saborear las obras maestras de la musa extranjera. Así pues, el siglo actual no es productivo sino en los géneros secundarios, en la comedia ligera, en las misceláneas poéticas, en los folletos políticos y en las ciencias especiales. La última palabra de la literatura es la corrección del estilo con todos sus artificios; es, sobre todo, la corrección del lenguaje. De este modo, así como el estrecho círculo de los eruditos458

LITERATURA Y ARTEse separa en adelante de la muchedumbre, así también se bifurca la len­gua: el latín clásico de las clases elevadas se aleja del latín vulgar del hombre del común del pueblo. "El lenguaje puro" (pura oratio)* tal es la expresión sacramental de los prólogos de Terencio; evitar y corregir las faltas de estilo, he aquí la principal misión de la sátira de Lucilio. Por una coincidencia singular, fue entonces cuando los romanos comenzaron a curarse de la manía de escribir en griego. Es verdad que todo esto constituye un progreso: en el periodo actual las obras literarias son mu­cho más completas, acabadas y satisfactorias en su género que las que las habían precedido o siguieron. Por último, desde la perspectiva del lenguaje, Cicerón afirma que el siglo de Escipión y de Letio fue la edad de oro de la pureza de la lengua latina. También la opinión pública comienza a ver en la profesión del literato no un oficio, sino un arte. A principios de este siglo, todavía era cosa mal vista para un noble romano, si no todas las composiciones poéticas, al menos las composiciones dramáticas y su lectura en público. Pacuvio y Terencio vivían con el producto de sus dramas: escribirlos era desempeñar un oficio de artesano, y el autor no nadaba en riquezas. En tiempo de Sila, ya todo había cam­biado. Los honorarios recogidos en el teatro acreditan que el autor favorecido podía contar con grandes beneficios: el alto precio que se pagaba por la cosa borró la mancha original. La poesía dramática se elevó al rango de un arte liberal, los hombres más nobles y de las clases más altas, Lucio César (edil en 6Ó4),2 por ejemplo no desdeñaban trabajar para el teatro de Roma, y tenían a mucha honra el sentarse en la cofradía de los poetas romanos, al lado de un Accio, de origen desconocido. Pero si el arte ha ganado en lo que respecta al honor y al interés que inspira, su vuelo no es el mismo ni en la vida, ni en la literatura. Jamás volveréis a encontrar la audacia ni la seguridad de sonámbulo que hace que el poeta sea poeta, y que da a Plauto, entre otros, la chispa y la sal que derraman sus composiciones. Los descendientes de los guerreros del tiempo de Aníbal se han convertido en personajes correctos, pero extinguidos.LA TRAGEDIAExaminemos ante todo la literatura dramática de los romanos. Por primera vez vemos a ciertos hombres dedicarse exclusivamente al género especial459


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