Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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HISTORIA DE ROMMI8RO IVy que había vivido también en intimidad con los Escipiones, escribió poesías y verdaderas cartas familiares destinadas a la publicidad, cuyo contenido, según la ingeniosa expresión de un sagaz crítico de los tiempos posteriores, nos muestra toda la vida de un hombre honrado, culto e independiente. Cómodamente asentado en los primeros puestos del teatro político, y de visita por entre los bastidores, asiste a los acontecimientos. Pasa el tiempo con su superiores más que con sus iguales, y, como curioso, toma parte en el movimiento de la literatura y de la ciencia sin aspirar al título de sabio o de poeta. Todo lo que encuentra de bueno y de malo, cosas consumadas o esperadas en la política, notas gramaticales y juicios emitidos, visitas, banquetes, viajes, anécdotas recogidas, pequeños y grandes acontecimientos de la vida, todo, en fin, lo consigna sobre sus tablillas de bolsillo. Cáustico, caprichoso y original, aviva sus versos con un marcado color de oposición. En consecuencia, en literatura, en moral y en política, acusa tendencias muy dogmáticas, pues había en él como una especie de levadura de insurrección de la provincia contra la capital. Sobre todo, tenía conciencia del buen lenguaje, de la vida honrada del sencillo aldeano de Suesa, y lo coloca orgullosamente en medio de la confusión de las lenguas y costumbres de la Babel latina. Para la misión* literaria que se había impuesto se había aliado a la sociedad de los Escipiones, su órgano más perfecto y espiritual.Lucilio consagró su primer escrito al fundador de la filosofía romana, a Lucio Estilón, de quien ya hemos hablado antes; y eligió por público no a los círculos ocultos que hablaban un lenguaje puro y clásico, sino a los tarentinos, a los brucios y a los sicilianos, es decir, a los semigriegos de Italia, cuyo latín reclamaba las correcciones del maestro. En su obra hay libros enteros donde no trata más que de ortografía y de prosodia. Allí fija sus reglas luchando cuerpo a cuerpo contra los modismos provinciales, prenestinos, sabinos y etruscos, y rechazando los errores usuales. Por otra parte, no olvidaba burlarse también del pedantismo de la escuela isocrática y del purismo estrecho de la palabra y de la frase.21 Hasta osó, en tono medio festivo y medio serio a la vez, echar en cara a Escipión lo pulido de su lenguaje.22 Pero nuestro poeta no se limita a pre­dicar la corrección del estilo, ensalza a la vez las buenas costumbres en la vida pública y privada. Su situación le facilitaba todos los medios para esta enseñanza. Por un lado era igual a los nobles romanos, sus contemporáneos, por el nacimiento, la fortuna y la educación, y era47"

LITERATURA Y ARTEademás propietario de una hermosa casa en Roma. Sin embargo, no era ciudadano romano; no tenía más que el derecho latino. Su intimidad con Escipión, a quien había acompañado en su juventud durante el sitio de Numancia, y en cuya casa se le veía a todas horas, tenía quizá su origen en las múltiples relaciones de este mismo Escipión con los latinos, cuyo patronato había aceptado durante las graves discordias políticas de aquellos tiempos. Por consiguiente, estaba vedado a nuestro poeta el aspirar a los cargos públicos y desdeñaba las especulaciones de los capitalistas; no quería, y esto lo dice él mismo, "dejar de ser Lucilio para convertirme en publicano en Asia". De este modo atravesó los días tumultuosos de las reformas de los Gracos y los tiempos precursores de la guerra social. Visitaba a los grandes de Roma en sus palacios y en sus quintas, sin ser cliente de ninguno; estaba colocado en la plena corriente de las camarillas y de las facciones en lucha, pero no tomaba directamente partido por ninguna de ellas. Semejante a Beranger, a quien me recuerda muchas veces, como poeta y como político, y sobre la base de su independencia, habló muy alto el lenguaje del buen sentido: siempre sano, siempre imperturbable, se dirigió a las malas costumbres de la vida pública en Roma y lanzó con profusión los dardos de una facundia inagotable y los ataques de un espíritu siempre en ebullición."Pero ahora, desde la mañana hasta la noche, fiesta o no fiesta, veréis durante todo el día al pueblo y a los senadores penetrar en el Forum, sin abandonar un momento el sitio. No piensan ni trabajan más que en una cosa: en pronunciar bonitas frases para engañar a la gente, luchar a fuerza de astucia, adular a cuál más, remedar al hombre honrado y tenderse lazos, ni más ni menos que si estuvieran en guerra todos contra todos."23A este texto inagotable seguirán los comentarios burlones y sin piedad para nadie, ni siquiera para los amigos del poeta o para él mismo. Los males de los tiempos, las camarillas, la guerra de España que devora legión tras legión: a todo pasa revista, y desde el principio de sus sátiras nos hace penetrar en el Senado de los dioses, en el que se está deliberando sobre la magna cuestión siguiente: "¿Merece todavía Roma la protección de los inmortales?". Designa por sus nombres las corporaciones, los cuerpos de Estado y a los individuos. Excluidas del teatro romano la poesía política y su polémica, viven y respiran en su obra como en su verdadero elemento. Incluso en los pocos restos que nos quedan hallamos el encanto y el poder de una inspiración ardiente y rica; vemos además



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al poeta lanzarse con la "espada desnuda" sobre el enemigo, a quien atraviesa con ella. Así pues, ¡qué ascendiente moral, qué sentimiento tan noble y altivo en este latino procedente de Suesa! Y cuando más tarde, en el siglo alejandrino de la poesía romana, el gran poeta de Venosa quiso encargarse de continuar la obra y la sátira luciliana, necesitó con modesta justicia, y a pesar de su forma y de su fino arte, rendir las armas al viejo poeta, "su superior".El lenguaje de Lucilio es el de un hombre que ha recibido a fondo la cultura grecolatina. Súbito y descuidado, algunas veces solía verse apurado para corregir sus versos: improvisaba hasta doscientos exámetros antes de ponerse a la mesa y otros doscientos después de quitarse. Así es que se encuentran en él digresiones inútiles, repeticiones frecuentes y descuidos lastimosos; emplea la primera palabra que se le ocurre, sea griega o latina. Lo mismo hace con el ritmo, y con el exámetro emplea su lenguaje habitual: "Cambiad el orden de las palabras -dice su ingenioso imitador- y ha de ser muy listo el que conozca que aquello no es una sencilla prosa: sus versos no son más que nuestra prosa rimada".24 La poesía de Terencio y de Lucilio se colocan exactamente al rm'smo nivel, teniendo en cuenta lo que pueden ser una respecto de otra: la obra literaria cuidadosamente trabajada y de limado estilo, y la simple carta escrita cálamo cúrrente. Pero el caballero de Suesa tenía sobre el esclavo africano la ventaja de una inspiración incomparablemente superior y de un genio observador más libre; de aquí su rápida y brillante fortuna literaria. Mientras que Terencio no tuvo más que difíciles y dudosos éxitos, Lucilio fue el favorito de la nación y pudo decir de sus versos, casi como Beranger, que serían los únicos leídos por todo el pueblo. En efecto, la increíble popularidad de las poesías lucilianas es, históricamente hablando, un acontecimiento notable. De aquí procede el que la literatura se convirtiese en un poder, y hallaríamos frecuentes pruebas de ello si poseyéramos detalladamente los anales de ese siglo. Luego vino la posteridad, que confirmó el juicio de los contemporáneos; entre los críticos de Roma, los antialejandrinos colocaron siempre a Lucilio entre los poetas latinos de primer orden. Respecto de la sátira y de su forma propia, puede decirse con verdad que él ha sido quien la ha creado; esta es el único género que los romanos pueden reivindicar como propio y que han legado a los siglos posteriores.472

LITERATURA Y ARTEEn cuanto a la poesía que imita al alejandrinismo, no hay en Roma en el siglo Vil nada que merezca la pena citarse, salvo algunos pequeños epigramas traducidos de los grecoegipcios, y algunas imitaciones de las que no debería decirse nada, sino que hacen presentir el siglo de la nueva literatura. Fuera del corto número de poetas conocidos y cuya edad no se puede precisar con exactitud, citaremos solo a Quinto Catulo (cónsul en el 652), y a Lucio Manlio, senador notable, que escribió hacia el año 657. Este fue el primero que hizo circular entre los lectores muchos de esos cuentos tan amados por los griegos, por ejemplo, la leyenda de Letona y de Délos, la fábula de Europa, la del Fénix, el ave maravillosa. A él es también a quien estaba reservado en el transcurso de sus viajes descubrir en Dodona y describir el famoso trípode, donde se leía el oráculo del dios a los pelasgos antes de su emigración hacia la tierra de los sicelos y de los aborígenes: hallazgo admirable y registrado inmediata y religiosamente en los libros de los Anales romanos.LA HISTORIA. POLIBIO iEn este siglo solo aparece el nombre de un historiador, que ni siquiera pertenece al movimiento italiano por su nacimiento, por sus tendencias, ni por su genio literario. Sin embargo, es el primero que ha sabido transportar la grande y universal figura de Roma al mundo de las letras, y a él es a quien deben las generaciones posteriores, incluso la nuestra, los mejores documentos acerca de la marcha de la civilización romana. Polibio (de 546 a 627) nació en Megalópolis, en Peloponeso, y era hijo de un aqueo llamado Licortas. En el año 655 siguió a los romanos en la expedición contra los celtas del Asia Menor; y durante la tercera guerra macedónica sirvió con gran fruto a sus compatriotas en varías comisiones militares o diplomáticas. Después de la crisis que atravesó Grecia al día siguiente de la guerra, fue conducido a Italia con los demás rehenes de Acaya. Durante siete años vivió internado en los círculos de la alta sociedad romana, pero admitido al mismo tiempo, gracias a los hijos de Paulo Emilio. Cuando se dio libertad a los rehenes volvió a su patria, donde se convirtió en mediador entre Roma y su confederación. Asistió además a la destrucción de Cartago y a la de Corinto. Las vicisitudes de su fortuna le habían mostrado, mejor que a los mismos romanos, la473

grandeza histórica de la capital. Hombre del Estado griego, cautivo en Italia, tenido en gran estima y hasta envidiado en ocasiones por su cultura helénica, tanto por Escipión Emiliano como por los primeros ciudadanos de Roma, vio reunirse en un solo lecho a los ríos que habían corrido separados durante muchos siglos. Los Estados mediterráneos y su historia iban a fundirse en la hegemonía del Imperio Romano y de la civilización griega. Es el primer heleno distinguido que entró con una formal convicción en el círculo de los Escipiones y en sus elevadas miras que abrazaban todo el mundo, y que vio claramente la superioridad del he­lenismo en el orden moral, por un lado, y la superioridad de Roma en el orden político, por otro. Los hechos habían fallado en última instancia, y ambas partes debían necesariamente someterse a la sentencia. Ya obrase como hombre de Estado, o escribiese como historiador, Polibio perma­neció siempre en la línea que se había trazado, pues si bien en su juventud había obedecido al honroso pero impotente sentimiento del patriotismo local aqueo, al llegar a la edad madura, y con pleno conocimiento de la ineludible necesidad, se convirtió en su país en el representante de la política afecta a la soberanía de Roma. Política sabia y de elevadas miras, pero en la que no tenían nada que ver el orgullo nacional y la magna­nimidad del corazón. Tampoco le fue dado a Polibio desprenderse de las pequeneces y vanidades del hombre de Estado contemporáneo. Ape­nas le dieron la libertad, pidió al Senado en buena forma y por escrito la restitución de todos los rehenes en el rango y honores que les corres­pondían en el seno de sus ciudades natales. A esto Catón respondió con mucha oportunidad que le parecía estar viendo a Ulises volviendo a entrar en la gruta del gigante Polifemo a preguntar por su cinto y su sombrero. Convengo en que Polibio pusiera con frecuencia al servicio de sus compatriotas el crédito del que gozaba ante los grandes de Roma; pero doblegarse bajo su protección, como lo hizo, y jactarse de ello, es hacer competencia al servilismo del chambelán. Por lo demás, así como era su hábil condescendencia en los negocios de la vida, así fue también su genio literario. La gran tarea de su vida de escritor fue la historia de la reunión de los Estados mediterráneos bajo el dominio de Roma. Su libro abraza la diversa fortuna de todos los Estados civilizados de aquel tiempo: Grecia, Macedonia, Asia Menor, Siria, Egipto, Cartago, Italia, desde la primera guerra púnica hasta las destrucciones de Cartago y de Corinto. Refiere hasta las causas y la absorción sucesiva en la órbita474

LITERATURA Y ARTEitaliana, y cree haber llegado al fin cuando muestra a Roma caminando racional y metódicamente a la dominación universal. Concepción y ejecución, todo difiere en esta obra erudita de la historiografía contem­poránea de los griegos y romanos. El autor se aparta con habilidad de los caminos trillados. En Roma se estaba todavía en la simple crónica, no porque no hubiese materiales suficientes para la historia, sino porque, a excepción quizá de Catón, cuyos trabajos son estimables pero comple­tamente individuales, los trabajos.no pasan la primera etapa de la investigación ni de la exposición crítica. Lo que se llama historia, entre los romanos son todavía cuentos de viaje, o noticias desconocidas y enlazadas unas con otras. Los griegos escribían ya la historia, o al menos la habían escrito. Desgraciadamente se habían borrado por completo las nociones de Estado y de nacionalidad bajo el régimen disolvente de los diadocos; y, entre los innumerables autores del día, no había uno que siguiese las huellas de los maestros atenienses, que tuviese como ellos inspiración y adivinase la verdad, y que utilizase los materiales contem­poráneos para construir la historia universal. Su género era solo el manual de los sucesos puramente exteriores; y en su relato se mezclaban además la afectación y la mentira recitadas por la escuela de los retóricos atenienses. Trivialidad, bajeza de estilo, todos los vicios del siglo depo­sitaban en ella sus heces. Ni entre los romanos ni entre los griegos había nada que se pareciese a la historia de las ciudades y de las razas. Pero vino Polibio, quien en pensamiento al menos, y tal como acertadamente se ha dicho, se mantuvo a igual distancia de los atenienses y de los romanos, y así franqueó atrevidamente estas importunas barreras. Aplicó el sentido más maduro de la crítica griega a los materiales que Roma le suministraba, y legó a la posteridad, no una obra de historia universal, pero sí una obra vasta en la que se coloca por encima de las ciudades locales y considera el Estado grecorromano en toda su pujanza y porvenir. Jamás se halló quizás un historiador que reuniese tan completamente en sí las cualidades preciosas del escritor que bebe en las fuentes originales. Abraza con exactitud y tiene presente en cada momento el conjunto de su plan. Jamás separa la vista ni deja de seguir el movimiento de los hechos en su verdadero progreso. Leyendas, anécdotas, noticias confusas e inútiles, todo lo rechaza; pero describe los países y los pueblos, expone su sistema político o mercantil, y coloca en su lugar todos los hechos múltiples e importantes que los analistas han desechado por no saber475

en qué fecha precisa debían fijarlos. Polibio empleaba una gran circunspección y perseverancia en el uso y colocación de los materiales. Jamás hubo en la antigüedad quien lo superase en esto. Se lo ve colec­cionar los documentos públicos, estudiar a fondo la literatura de las diversas naciones, sacar un gran partido de su situación personal para oír los hechos de boca de la misma persona que los ha presenciado, y por último recorrer metódicamente toda la región del Mediterráneo y gran parte de las costas del océano Atlántico.25 El amor a la verdad forma en él una segunda naturaleza. En los asuntos de importancia no toma parte en pro ni en contra de tal o cual Estado, de tal o cual hombre; no quiere ver nada más que los sucesos y su íntimo enlace. Mostrar las relaciones de las causas y de los efectos es, en su sentir, la única misión del historiador. Nada se olvida en su relato, que es un modelo de claridad y sencillez; pero, a pesar de tantas cualidades preciosas, Polibio no alcanza el primer rango. Concibiendo su obra por el lado práctico, la concibe también literariamente con una gran inteligencia. La historia es el combate de lo absoluto y de la libertad, problema moral, si los hubo, pero Polibio la trata como si fuera un problema de mecánica. No tiene ojos más que para el conjunto, lo mismo en la naturaleza que en la ciudad. Los aconteci­mientos particulares y los individuos, por grandes que aparezcan, no son para él más que momentos, ruedas perdidas en la máquina inmen­sa que se llama el Estado. Desde este punto de vista, estaba mejor dotado que ningún otro para trazar los destinos de un pueblo que, como el de Roma, resolvía el problema único de una inaudita grandeza interior y exterior sin producir jamás un gran genio político en el alto sentido de la palabra; de ese pueblo al que hemos visto fundar el edificio de su fortuna sobre sencillas pero sólidas bases, con un rigor imperturbable y casi matemático. Pero en toda historia nacional se olvida la influencia de la libertad moral; ¿es que Polibio ha desconocido, en perjuicio suyo, esta influencia? Todas las cuestiones que tratan del derecho, del honor y de la religión, no las ve más que superficialmente. ¿Conviene acaso remontarse a la génesis de las cosas? La sustituye con explicaciones puramente mecánicas; todo hombre formal que lo lee se desespera. ¿Hay un método político más absurdo que el de hacer salir la excelente constitución de Roma de una mezcla hábil de los elementos monárquico, aristocrático y democrático, y atribuir los triunfos de Roma a la excelencia de su constitución? En cuanto a las relaciones generales de las cosas, no476

LITERATURA Y ARTEse ve en él más que un positivismo que espanta por lo seco y por lo frío; y sobre la religión, no hay nada más que la infatuación irritante y el desdén de una falsa filosofía. El estilo y la narración contrastan inten­cionadamente con la manera habitual de los griegos y su aspiración al lenguaje bello. Aunque exacto y preciso, Polibio es al mismo tiempo flojo e incoloro; se extravía más de lo justo en digresiones polémicas o en detalles de su vida personal, y convierte su historia en simples memorias de su propio interés. Se siente además en todo su libro una especie de corriente de oposición. Como ante todo escribía para los romanos, y no tenía entre ellos más que un círculo reducido de gentes que pudiesen comprenderlo, se sentía extranjero en Roma, hiciera lo que hiciese. Por su parte, sus compatriotas lo consideraban como un apóstata. En suma, con su vasta inteligencia de las cosas quería pertenecer al porvenir más que al presente. De aquí esa tintura de moralidad, ese acento amargo en su polémica contra los historiadores griegos, fugitivos como él o esclavos, y contra los historiadores de Roma, faltos de criterio. Suscita mezquinas cuestiones, y, abandonando entonces la gravedad del género, adopta el tono del libelista. Fue, en síntesis, un escritor sin atractivo; pero si la sinceridad vale más que el adorno y el arte, convengamos en que no hay un autor antiguo que nos suministre más sólida enseñanza. Su libro me trae a la memoria el sol de nuestros países (del Norte): al salir se levanta la niebla, y desaparece en el horizonte de las guerras del Samnium y de Pirro; al ponerse, vuelve al crepúsculo más triste, si cabe, que el del día precedente.LOS CRONISTAS EN ROMAAl lado de este grandioso esfuerzo y de esta concepción amplia de la historia de Roma, la literatura aborigen contemporánea nos ofrece un notable contraste. Al comenzar el periodo actual, encontraremos aún muchas crónicas en lengua griega: la de Aulo Postumio (cónsul en 603), de la que ya hemos hablado anteriormente (volumen II, libro tercero, pág. 488) y que está completamente viciada por el espíritu de convención, y la de Cayo Acilio (muerto ya muy viejo, hacia el año 612).2 Pero muy pronto, ya fuese por el atractivo del patriotismo catoniano, o a imitación de las maneras elegantes de la sociedad de los Escipiones, se impuso477

HISTORIA DE ROMA, LIBRO Wcompletamente la lengua latina; apenas si entre los escritos históricos nuevos se presentan uno o dos redactados en griego.27 Los cronistas helenos de los primeros tiempos fueron traducidos al latín y muy probablemente circularon con preferencia con esta nueva forma. Por desgracia, si dejamos aparte la cuestión del empleo del idioma nacional, no encontramos nada digno de alabanza en los cronistas latinos. Sin embargo son numerosos y están cargados de detalles: citemos como ejemplo a Casio Hemina (hacia el año 608), a Lucio Calpurnio Pisón (cónsul en el 621), a Cayo Sempronio Tuditano (cónsul en el 625) y a Cayo Fannio (cónsul en el 632).28 Agreguemos a estos trabajos la redacción de los anales oficiales de la ciudad, recopilados en ochenta libros por los cuidados del gran pontífice Publio Mucio Escévola, cónsul en el 621 y célebre además por su ciencia jurídica, en la que fue maestro de Cicerón. Con esta publicación que forma época, Mucio Escévola acabó y cerró los grandes anales de Roma. Después de él no hay noticias sacerdotales, o al menos, cuando las crónicas particulares se multiplicaron por todas partes, el libro pontificial perdió su importancia literaria. Pero todos estos anales, ya se anunciasen como oficiales o como privados, no eran más que puras compilaciones formadas con todos los materiales contempo­ráneos históricos. Si bien eran exactos y sinceros en cuanto era posible, no bebían en las verdaderas fuentes y se cuidaban poco de la forma. Sea como fuese, como en la crónica la poesía se acerca a la verdad, sería una gran injusticia condenar a Nevio o a Fabio Pictor el haber seguido el mismo camino que Ecateo (volumen i, libro segundo, pág. 490), o que Sajón el Gramático.29 Ahora bien, sin duda fue poner a prueba la paciencia del lector querer más tarde edificar con estas nubes castillos en el aire. No hubo en la tradición una laguna, por profunda que fuese, que no intentase llenar con falsas narraciones engalanadas con rasgos poéticos. Los cronistas ensartan sin escrúpulos los eclipses de sol, las cifras del censo, los cuadros genealógicos y los triunfos, y se remontan desde el año corriente al año i de Roma. Presentan con gran aplomo el año, el mes, y hasta el día de la apoteosis de Rómulo, y refieren que el rey Servio Tulio triunfó sobre los etruscos la primera vez el 25 de noviembre del año 183, y la segunda el 26 de mayo de 187. Dicen además, y en esto están de acuerdo consigo mismos, que en el arsenal romano se enseñaba a las gentes sencillas la embarcación en la que Eneas había venido de Ilion al Lacio. Hasta se enseñaba la puerca que lo había guiado, y que tenían478

LITERATURA Y ARTEconservada con sal en el templo de Vesta. Todos estos buenos cronistas quieren unir a su talento para mentir la fastidiosa exactitud de los archiveros; pero, como desprecian los verdaderos elementos de la poesía y de la historia, no tienen a la mano más que materiales insípidos con los que recargan sus cuadros. Leemos en Pisón, por ejemplo, que Rómulo se abstenía de beber la víspera de celebrar junta; y que, al entregar la cindadela de Roma a los sabinos, Tarpeyo obedecía al amor a la patria cuando quería ocultar al enemigo sus escudos. Después de esto, ¿cómo admirarse del juicio severo de los contemporáneos, respecto de semejantes obras? "Esto no es historia -exclaman- sino cuentos para entretener a los niños." Yo estimo en mucho más otros escritos raros del mismo siglo sobre los acontecimientos de la víspera y de ese mismo día: la Historia de las guerras de Aníbal, por Lucio Cecilio Antipater (hacia el año 633J,30 y la Historia de mi tiempo, por Publio Sempronio Aselion, algo más joven que este último. En estas historias al menos se encontraban documentos preciosos y el sentido exacto de la verdad. En el mismo Antipater el relato no carecía de energía, aunque se resentía de su terror. Pero, según el juicio de los críticos y los fragmentos que nos quedan, ninguno de estos libros se aproxima a los Orígenes de Catón el Mayor, a esta antigua composición tan enérgica en la forma y tan nueva en el fondo, y que por desgracia no formó escuela entre los historiadores ni entre los políticos (volumen u, libro tercero, pág. 471).MEMORIAS Y ARENGASFinalmente se produjo un género fecundo, género secundario, comple­tamente individual y efímero, pero que tenía relación con la historia. Me refiero a las memorias, a las cartas misivas y a las arengas. Los principales hombres de Estado de Roma se habían aficionado ya a escribir sus recuerdos: citemos a Marco Escauro (cónsul en el 639), a Publio Rufo (cónsul en el 649), a Quinto Catulo (cónsul en el 652), e incluso al dictador Sila.31 No obstante, estas diversas producciones, fuera de los preciosos materiales que contenían, parece que influyeron muy poco en la literatura. Otra cosa zzz sucedió con las cartas de Cornelia, madre de los Gracos, tan notables por la pureza de su lenguaje, como por la elevación de sus ideas. Fueron la primera correspondencia que se publicó en Roma, y la primera479


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