Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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por más que se citaban sus ilustres nombres, y se leían y traducían sus obras menos inteligibles. En filosofía, puede decirse de los romanos aquello de "a malos maestros peores discípulos". Fuera del sistema religiosohis-tórico y racionalista, que resolvía todos los mitos en una especie de leyenda de todos los bienhechores de la humanidad en los tiempos antiguos, convertidos en dioses con ayuda de la superstición, y fuera del veheme-rismo (volumen II, libro tercero, pág. 414), en los destinos morales de Italia influyeron principalmente tres escuelas filosóficas: las dos escue­las dogmáticas de Epicuro y de Zenón, y el escepticismo de Arcesilao y de Carneades (epicureismo en realidad), es decir el Pórtico y la Nueva Academia. La Nueva Academia establecía como principio la imposibi­lidad de la certeza refleja, y ponía en su lugar la sola probabilidad de una opinión preconcebida, suficiente para las necesidades de las acciones humanas. En este sentido, no iba a parar más que a una polémica cons­tante, envolviendo en la red de sus dilemas todos los datos de la fe positiva y del dogmatismo filosófico. Se coloca casi en la línea de la antigua sofística, pero con la diferencia de que los sofistas se dirigían más bien a la creencia popular, mientras que Carneades y sus discípulos luchaban principalmente con los otros adeptos de la filosofía.5 Por el contrario, Epicuro y Zenón se encontraban, por la semejanza de su fin, aspirando ambos a dar una explicación racional de la naturaleza. Para ello se apo­yaban en el método fisiológico y tomaban como punto de partida la noción de la materia, pero se separaban en el momento en que se ponían en ca­mino. Epicuro seguía la doctrina atomística de Demócrito: el elemento primitivo no es para él más que materia inerte, que pasa por simples variaciones mecánicas a la movible multiplicidad de las cosas. Por su parte, Zenón era también discípulo del efesiano Heráclito: profesaba la hipótesis de un antagonismo de las fuerzas en el elemento primitivo, y de un continuo movimiento de flujo y reflujo. De aquí las profundas diferencias entre ambas escuelas. En el sistema epicúreo no hay dioses; no son más que sueños de sueños. Para los estoicos, en cambio, los dioses son el alma del mundo eternamente activo, en cuanto espíritu, sol y esencia divina son omnipotentes sobre los cuerpos, la tierra, la naturaleza. Epicuro no reconocía gobierno supremo del mundo ni inmortalidad personal del alma; para él, el fin del hombre es el equilibrio absoluto de los deseos corporales y de los combates del espíritu. Para Zenón, por el contrario, la actividad humana procede y se educa en la lucha perpetua del espíritu438

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNy del cuerpo, y conquista una perfecta armonía con la naturaleza, eter­namente en lucha y eternamente tranquila. A pesar de estas diferencias, en el campo de la religión estas diversas escuelas venían a reunirse y sostenían que la fe, como tal, no era nada; que debe suplirse necesaria­mente por la reflexión. Según la Nueva Academia, esta se obtenía renunciando a alcanzar todo resultado de conciencia, o, como decía Epicuro, rechazando las representaciones y las imágenes de la fe popu­lar. Para los estoicos, por su parte, estas debían ser conservadas, en parte motivándolas y en parte transformándolas.De los primeros contactos de la filosofía helénica con la nacionalidad romana, creyente y antiespeculativa, no podía salir otra cosa que una hostilidad recíproca. La religión tenía en Roma pleno derecho de insurreccionarse contra los sistemas que aniquilaban su propia esencia. Por instinto la República se mantuvo unida a su religión, y se portó con la filosofía como la fortaleza con las avanzadas del ejército que viene a sitiarla. En el año 593 expulsó de Roma a los retóricos y a los filósofos. En efecto, la primera aparición de la filosofía no fue más que una de­claración de guerra contra la fe y las costumbres. La ocupación de Oropos por parte de los atenienses había dado la ocasión. Queriendo justifi­carse, enviaron al Senado a tres ilustres profesores de filosofía, como sus abogados. Entre ellos iba Carneades, el maestro de la filosofía sofística, y los otros dos eran Diógenes el Babilonio, o el estoico, y Critolao el peripatético (año 599). La elección era excelente, puesto que el acto cometido por Atenas no admitía excusa para el buen sentido y la equidad común. Carneades, plenamente conforme con su misión, probó por el pro y por el contra que existen tantos y tan graves motivos en favor de lo injusto como de lo justo; e hizo ver, en forma buena y lógica, que podía pedirse a los romanos que volviesen a sus antiguas y estrechas chozas de paja, con tanta razón como había para exigir de los atenienses la restitución de Oropos. La juventud romana, a quien era familiar la lengua griega, acudió en tropel a oír al célebre discutidor, atraída por el escándalo de sus doctrinas y por su enfática y elocuente palabra. Sin embargo, no llegó a quitarle la razón a Catón cuando este comparó, sin ninguna cortesía, las largas exposiciones dialécticas del filósofo con las enojosas salmodias de los llorones de los cortejos fúnebres, y reclamó enérgicamente en el Senado la expulsión de aquellos hombres que sabían convertir lo justo en injusto y viceversa, y cuya defensa era una impudente439

. ; vconfesión del crimen y casi una burla indecente. Pero expulsar a los filósofos era una medida ineficaz, desde el momento en que no podía impedirse que la juventud romana fuese a Rodas o Atenas a oír sus lecciones. Se acostumbraron entonces primeramente a tolerar la filosofía como un mal necesario, y, después, a pedir a la doctrina extranjera una especie de asistencia en interés de la religión romana, demasiado sencilla para poder defenderse por sí misma. Es verdad que semejante apoyo era la ruina. ¿Pero qué importa si permitía al hombre de buena educación salvar decorosamente las apariencias, conservando los nombres y las formas de la fe popular? Ahora bien, ni el vehemerismo, ni el sistema de Carneades, ni el de Epicuro podían hacerle semejante servicio. Convertir los mitos en historia era paralizar por completo las creencias, y hacer de los dioses simples mortales. Carneades ponía en duda su existencia; y, en cuanto a Epicuro, les negaba toda influencia en los destinos humanos. No había alianza posible entre estos sistemas y la religión romana: hostiles en su punto de partida, se combatían hasta el fin. En sus escritos, Cicerón dice que es deber de todo ciudadano rechazar el vehemerismo, en lo que se refiere al culto de los dioses; y en los diálogos en que pone en escena a los de la Nueva Academia y a los epicúreos, cuida de que los primeros se excusen de ser discípulos de Carneades, y digan que son buenos creyentes y adoradores del Júpiter capitolino. Los epicúreos se dejan coger y acaban en una conversión. Luego, ninguno de los tres sistemas era una realidad popular. Si bien el vehemerismo sencillo y prosaico sedujo un poco a los romanos por su demasiada claridad, si fue tomando incremento con la epopeya convencional de los primeros tiempos de Roma y en la redacción infantil de las fábulas legendarias que quisieron elevarse a historias, la religión al menos quedó fuera de sus alcances. Alegorizaba, pero no animaba la fábula; y nunca le fue dado escribir las biografías del primero, del segundo y del tercer Júpiter, tal como habían hecho los griegos. La nueva sofística, a su vez, no podía conseguir que allí donde se encontraba a su servicio, como en Atenas, surgiera la rápida vivacidad del genio y de la palabra de entre los inmensos escombros de los incendios del pensamiento, aglomerados unos sobre otros por los sistemas filosóficos que habían surgido y desaparecido sucesivamente. Por último, contra el quietismo de Epicuro se sublevaba todo el mundo en aquella ciudad de Roma, cuya alma era la acción. Sin embargo tuvo sus partidarios,440

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNantes y más que el vehemerismo y la sofística. Quizá por esto es por lo que la policía romana le haría una guerra más ruda y larga. Pero el epicureismo no era en Roma un sistema de filosofía, sino una especie de máscara o de manto con el que se cubrían en los círculos íntimos el amor brutal y todos los placeres sensuales. (Aun en contra del pensamiento de su fundador que era, como todos sabemos, el más moral de todos los hombres.) Uno de los primeros adeptos de la secta epicúrea en Roma fue el mismo Tito Albucio, a quien Lucilio nos pinta en sus versos como uno de los prototipos del lamentable helenismo de Roma.EL PÓRTICO EN ROMANo sucedió lo mismo con la filosofía del Pórtico, ni con su influcencia en Italia. Eligió un camino muy diferente y se mantuvo al lado de la religión local, acomodando a ella su doctrina hasta donde es posible que se entiendan la ciencia y la fe. El estoico aceptaba las creencias po­pulares con sus dioses y sus oráculos, y en todo esto obraba por principios. A sus ojos, la fe es una noción instintiva que toda noción científica debe respetar, y a la que, en caso de duda, debe subordinarse. En realidad el estoico creía las mismas cosas que el pueblo, pero las creía de otro modo. Para él, el dios esencialmente verdadero y supremo era el alma del mundo, pero cada una de las manifestaciones del ser primario era también dios: primeramente los astros, después la tierra, la cepa de la vid, el alma de un mortal ilustre, del héroe a quien honra el pueblo y, por último, todo espíritu que ha salido ya del cuerpo humano. Semejante filosofía convenía más a Roma que a Grecia, su patria. El creyente piadoso censuraba al estoico por su creencia en una divinidad sin sexo, sin edad y sin cuerpo, que cambiaba la personalidad por una pura idea: tal censura era fundada entre los griegos, pero no entre los romanos. La alegoría grosera y la purificación moral enseñadas por la teología natural estoica quitaban a la mitología de los helenos su principal y mejor elemento; pero en Roma se había conservado el genio plástico de los sencillos tiempos primitivos, y solo se habían revestido con un ligero velo, fácil de quitar sin perjudicar en nada la cosa, las vistas innatas y las nociones primeras de donde había salido la divinidad. La Palas Atenea se hubiera enfurecido al verse de repente convertida en la facultad de la memoria; pero la Minerva romana441

!'5AHnunca fue más que esto. La teología supranaturalista de los estoicos y la teología alegórica de Roma se encontraban, pues, en sus conclusiones finales. Incluso cuando el filósofo hubiera debido proclamar dudosas o falsas ciertas teorías amadas por el sacerdote, o cuando el estoico desechaba el dogma de las apoteosis y continuaba viendo en Hércules, Castor y Pólux solo los espíritus de grandes hombres, o cuando se negaba a creer en la representación divina de la imagen plástica de los dioses, en ninguno de estos casos respondía a la misión que Zenón había legado a sus discípulos: la de comenzar la lucha contra los errores piadosos, y hacerse iconoclastas. En todas partes daban testimonio de su miramiento y respeto a la religión local, hasta en sus debilidades. En cuanto a la moral, también las tendencias casuísticas del Pórtico y sus métodos racionales en las ciencias especiales agradaban a los romanos, y sobre todo a los de estos tiempos. Estos no practicaban ya la disciplina ni las buenas costumbres a la manera sencilla y recta de sus antepasados; necesitaban ahora una moral que estuviera de acuerdo con las acciones permitidas o prohibidas. Cuando su gramática y su jurisprudencia exigían la sabia distribución de las partes, se hallaban también fuera de estado de poder entrar en posesión del método. Vino después la filosofía de Zenón, copeada del extranjero, se aclimató inmediatamente en Italia, y, penetrando en la economía moral del pueblo romano, echó sus raíces en todos los terrenos. No hay duda de que sus primeros ensayos se remontan a una época muy antigua. Sin embargo, no ganó por completo las clases sociales altas, sino mediante el "círculo" y las intimidades de Escipión Emiliano. Panecio de Rodas, maestro y profesor de filosofía de todos los familiares del gran hombre, y su constante compañero en todos sus viajes, había sabido inculcar la teoría del estoicismo en aquellos espíritus raros, dejando prudentemente a un lado las partes más especulativas y dulcificando una terminología demasiado ruda. Había dado una especie de cuerpo al catecismo moral de la doctrina, y, sobre todo, no había querido apelar a los antiguos filósofos a los que Escipión amaba, preferentemente a Sócrates según Jenofonte. A partir de este día se unieron al Pórtico los personajes mas inteligentes y considerables de Roma. Citaremos solo dos, el fundador de la filología y el fundador de la jurisprudencia científica: Estilen y Quinto Escévola. Del Pórtico es de donde procede esa afición a las definiciones y ejemplos de escuela (esquematismo), que dominará en adelante las ciencias especiales, al menos exteriormente, e irá uniéndose442



NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNa un método etimológico extravagante y superficial, que degenerará casi en una charada. Por el contrario, la fusión verificada entre la filosofía estoica y la religión de los romanos produjo un inmenso resultado: produjo una filosofía y una religión del Estado. El elemento especulativo, poco vivo en su origen en la doctrina zenoniana, se debilitó aún más cuando el estoicismo hizo en Roma sus primeros ensayos. Pero después de que du­rante todo un siglo los pedagogos griegos se fatigaran para hacer que sus teorías entrasen en la cabeza de los niños, a riesgo de echar de ella el espíritu y la inteligencia, la especulación filosófica no tenía ni un solo adepto en Roma, donde no especulaban más que los banqueros. Eran muy contados los hombres que perdían su tiempo en discurrir sobre el gran dios que se desarrolla en el alma del hombre, o sobre la ley divina del universo. Por otra parte, los estoicos no fueron insensibles al honor que se les había hecho. Al ver que su sistema era elevado a la altura de una filosofía casi oficial en la ciudad de Roma, ante ciertas exigencias se mostraron más dóciles de lo que podía esperarse del rigor de sus principios. Su teología y su doctrina política se familiarizaron con las instituciones prácticas de los patronos que los alimentaban. Abandonado el estado cosmopolita y filosófico, se pusieron a disertar sobre el sabio ordenamiento de las magistraturas romanas. Los más listos entre ellos, Panecio por ejemplo, se guardaron de tocar el dogma de la revelación divina por medio de los milagros y los signos. Por lo demás habían re­chazado decididamente la astrología como cosa que, según ellos, podía concebirse en razón, pero como cosa también incierta. Sin embargo, he aquí que vienen sus sucesores inmediatos y se hacen los campeones de aquella y, por consiguiente, de la ciencia augural romana. Acalorados y absolutos como si se tratase de uno de los principios fundamentales de la ciencia, hacen a esta misma astrología las concesiones más antifilo­sóficas. La casuística de los deberes es el sostén de su sistema y viene a ayudar a ese vano orgullo de virtud, por el que los romanos del día pro­curan indemnizarse de las múltiples humillaciones que han tenido que sufrir en su contacto con la Grecia. Así formula el dogmatismo de la pro­bidad proporcional y la persona moral bien educada, que sabe conciliar el rigor general que petrifica el corazón con la más admirable facilidad en el detalle.6 Todo este armazón casuístico no produjo más que insig­nificantes resultados: apenas si podían encontrarse en Roma dos o tres grandes casas donde se comía mal por amor al Pórtico.443

historia de roma, UfWS¥^'-'f7 y todos esos absurdos sacrificios. Ahora bien, como la institución religiosa ya existe, conviene que todo buen ciudadano confiese y practique sus principios, y que el hombre vulgar, sobre todo, lejos de desdeñarlos,444

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNaprenda a rendirles homenaje. Pero, como veremos más adelante, por desgracia este hombre vulgar, o el común de las gentes, en cuyo provecho los grandes patronos aceptaban semejantes cadenas, despreciaba en la actualidad su fe antigua y buscaba su salvación en otra parte. Aún estaba en pie la alta iglesia romana, con su corporación de sacerdotes hipócritas y de levitas, y con su incrédula comunidad. Desde el momento en que se dijo en voz alta que la religión de la ciudad romana no era más que una institución política, los partidos convirtieron a su vez la iglesia oficial en campo de batalla de sus ataques y de su defensa. La ciencia augural y, sobre todo, las elecciones en los colegios sacerdotales habían sumi­nistrado constantemente amplia materia para las disenciones. La antigua y natural costumbre, según la cual se disolvía la asamblea del pueblo al estallar una tormenta, se había cambiado en manos de sus augures en un sistema complicado de observación de los signos celestes, y de reglas de conducta relacionadas con ellos. En las primeras décadas del siglo vil se había dispuesto por las leyes Elia y Fuña que los comicios quedaban disueltos de pleno derecho desde el momento en que a un alto magis­trado se le ocurría buscar en el cielo cualquier fenómeno precursor de la tempestad. La oligarquía romana estaba muy orgullosa de haber inventado este medio hábil y estas mentiras piadosas, para poder anular las leyes votadas por el pueblo cuando llegara el caso. Por otra parte, la oposición se había levantado contra el otro uso también antiguo, el de la cooptación, por medio del cual los cuatro grandes colegios sacerdotales proveían por sí mismos las vacantes ocurridas en su seno, y deseaban que los simples sacerdotes fuesen de elección popular, cosa que antes ya habían conseguido respecto de los presidentes de los colegios (volumen II, li­bro tercero, pág. 373). Esto era ponerse en flagrante contradicción con el espíritu de estas corporaciones; pero ¿tenían derecho a quejarse siendo ellas las primeras en faltar a su misión al ponerse a remolque del poder, y al suministrarle medios de casación religiosa contra los actos políticos del pueblo? La cooptación fue la manzana de la discordia de los partidos. En el año 609 estalló la primera tempestad: el Senado salió de ella ileso, gracias a Escipión y a sus amigos, que dieron un golpe decisivo e hicieron que fracasase la moción. Pero en el año 650 esta pasó solo con una restricción en materia de elección de los jefes de los colegios, restricción establecida por respeto a las conciencias timoratas. En vez de ser hecha por todo el pueblo, la elección se hizo en las tribus y solo con una parte445

AWMde los ciudadanos (volumen II, libro tercero, pág. 373). Después vino Sila y restituyó a su primitivo estado el derecho de cooptación. No obstante todas sus predilecciones por la antigua institución religiosa, y su mante­nimiento en total estado de pureza, los conservadores no vacilaban en mofarse de ella abiertamente, sobre todo en los círculos de la alta sociedad. El gran negocio del sacerdocio se reducía a la cocina piadosa. En los banquetes augúrales y pontificales el glotón romano veía deslizarse los días más bellos de su vida oficial; y más de una de estas comilonas formó época en la historia de la gastronomía. De hecho, la primera vez que sirvieron pavos reales asados fue en el banquete de entrada del augur Quinto Hortensio. La religión servía de pretexto o de ocasión para excusar el escándalo. Los señoritos de la aristocracia que recorrían las calles por la noche se divertían en insultar y mutilar las estatuas de los dioses. Las intrigas de amor eran muy comunes, y se buscaban las relaciones galantes con las mujeres casadas; pero era aún más sabroso seducir a una vestal: había cierto placer anticipado en esa especie de amorcillos de monjas y de novelas de convento del Decamerón. Es bien conocida la triste aventura de los años 640 y siguientes. Tres vestales pertenecientes a familias ilustres y sus tres amantes, pertenecientes a no menos ilustres casas, fueron denunciados primeramente ante el colegio de los pontífices, pero, como se trató de echar tierra al asunto, se procedió a la votación de un plebiscito expreso que los envió ante un tribunal extraordinario por el crimen de atentado contra las costumbres, a consecuencia del cual fueron todos condenados a muerte. Es natural que estos excesos fuesen censurados por las personas prudentes, pero no por eso la religión dejaba de ser considerada en los círculos íntimos como una cosa muy absurda; y los augures que estaban en funciones no podían contener la risa cuando se miraban unos a otros. Si ellos quedaban impunes, en cambio sus atribuciones sagradas se perjudicaban. Hasta se aprobarían las discretas mojigangas de otras cofradías piadosas muy semejantes, si se las comparase con la gran desvergüenza de los sacerdotes y levitas romanos. La religión oficial era tratada sin miramientos como una vana apariencia, o como una decoración que solo servía para uso de los manipuladores de la escena política; su aparato complicado, sus ángulos y recodos, sus trampas infinitas, todo esto era solo bueno para los partidos, y todos lo utilizaron. La oligarquía, sobre todo, había puesto su paladium en la religión del Estado y en la institución augural. La facción contraria no se hizo en un

NACIONALIDAD. RELIGIÓN. EDUCACIÓNprincipio enemiga de un establecimiento que no tenía más que una vida artificial: para todos era una especie de ciudadela que pasaba de las manos del enemigo a las del vencedor.LAS RELIGIONES ORIENTALES EN ITALIAFrente a este fantasma de religión, cuyo bosquejo acabamos de trazar, se encontraban en Roma los numerosos cultos extranjeros, bastante diferentes del culto indígena. A la sazón estaban muy en boga y eran muy seguidos, y no se les podía negar una fuerza viva en este siglo. Pe­netraban en todas partes, tanto entre los ciudadanos y las damas nobles, como entre los esclavos; en el general y en el simple soldado; en Italia y en las provincias: todos se daban en esto la mano. Es increíble el grado de superstición al que se había llegado. Durante la guerra de los cimbrios, Marta, la profetisa siria, llegó un día a ofrecer al Senado el medio seguro de vencer a los germanos. El Senado la rechazó con desdén, pero in­mediatamente las damas romanas y la misma mujer de Mario la man­daron al cuartel general, donde el cónsul la acogió y la llevó consigo hasta el día de la derrota de los teutones. Durante la guerra civil, todos los jefes de los diversos partidos, entre ellos Mario, Octavio y Sila, tuvieron igual fe en los prodigios y en los oráculos. Por último, en medio de la confusión del año 667, el mismo Senado dio decretos bajo la inspiración de otra loca adivina. Por lo demás, cabe destacar como nuevo testimonio del embotamiento mortal que se había apoderado del culto grecorromano, el hecho de que, en el momento mismo en que las masas necesitaban más estimulantes piadosos, la superstición, no muy diferente de la de los tiempos de las bacanales, se aleja más de la religión del país. Hasta superaron los famosos misterios estruscos. En adelante, aparecen en primera línea las devociones que se habían formado y madurado en las abrasadoras regiones del Oriente. La causa de ello estaba sin contradicción en la invasión del elemento siriaco y de Asia Menor, importado con las masas de esclavos y con el tráfico inmensamente multiplicado entre Italia y las regiones del este. Las insurrecciones sicilianas, alimentadas en gran parte por los esclavos sirios, revelan el poder de las religiones procedentes del extranjero. Eunus apaga el fuego; Atenion lee en las estrellas; la mayor parte de las balas de plomo lanzadas


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