Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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LA REPÚBLICA Y LA ECONOMÍA SOCIALparalización de los grandes trabajos, ¿no es quizás el efecto del sistema exagerado y creciente del ahorro, ese vicio habitual de toda oligarquía que se inmoviliza en el poder? Parece que ha sido así. ¿No sabemos además que los ahorros del Tesoro llegaron a su máximo en el año 663 ? Con las tormentas de la revolución y de la insurrección, y la suspensión por cinco años de los ingresos del impuesto asiático, por primera vez después de las guerras de Aníbal, la hacienda romana sufrió una dura prueba que no pudo soportar el Tesoro. ¡Véase cuan grande es la diferencia de tiempos! En el siglo de Aníbal, solo después de diez años de guerra el pueblo sucumbió abrumado por tan pesadas cargas, y se apeló al fin al ahorro público (volumen II, libro tercero, pág. 184). Durante la guerra social, en cambio, tuvo que pagarlo todo desde el principio el Tesoro; y cuando después de dos campañas quedó agotado, se prefirió vender los solares públicos que quedaban libres en el recinto de Roma y echar mano a las riquezas sagradas de los templos, antes que hacer pesar el impuesto sobre el pueblo. Pasaron los malos tiempos, renació la tranquilidad, y Sila restableció el orden en las rentas públicas, sabe Dios a costa de cuántos sacrificios, ruinosos para todos, tanto para los subditos de la República como para los revolucionarios de Italia. Suprimió las distribuciones de trigo y mantuvo, aunque modificándolo, el sistema de impuestos de Asia. De este modo suministró al Tesoro recursos suficientes; y en adelante los ingresos serán muy superiores a los gastos, por lo menos en el [presupuesto ordinario.ECONOMÍA PRIVADAHablemos ahora de la economía privada. Ningún elemento nuevo había en ella. En la constitución social de Italia, las ventajas y los inconvenientes son los mismos que antes; solo que el mal, lo mismo que el bien, se han manifestado con más claridad.ECONOMÍA RURALEn la economía rural hemos visto al poder capitalista absorber poco a poco en Italia y en las provincias la pequeña propiedad, como el fuego4 '5

HISTORIA DE ROMA, LIBRO WSÍM.W A.absorbe las gotas de agua que lo rodean. El gobierno asistía a esta funesta transformación del suelo sin hacer nada por conjurarla; hasta puede decirse que la favorecía con más de una medida intempestiva, como cuando para agradar a los grandes propietarios y comerciantes llegó a prohibir la producción del aceite y del vino en el país transalpino.6 Es verdad que la oposición y la fracción del partido conservador menos hostil a las ideas de reforma lucharon enérgicamente contra el torrente. Al promover la repartición de casi todos los terrenos comunales, los Gracos dieron al Estado ochenta mil nuevos campesinos itálicos. En Italia se establecieron ciento veinte mil colonos, y con esto Sila llenó, al menos en parte, los vacíos hechos por la revolución y por él mismo en las filas de la población rural. Pero cuando el vaso ha quedado seco a fuerza de derramar constantemente el agua, en cualquier cantidad que se la vierta, no volverá a llenarse jamás, pues para esto sería necesario estar echándola constantemente. Esto se intentó en Roma, pero no se lo consiguió jamás. En cuanto a las provincias, no se hizo absolutamente nada para salvar al campesino, a quien el especulador romano atrepellaba sin piedad; los provinciales eran hombres, pero no un partido. El resultado fue que la renta del suelo de los países extraitálicos refluyó también en Roma. Además, en medio de este periodo el sistema de las plantaciones pre­dominaba ya en muchos puntos de Italia, en Etruria, por ejemplo; y, conducido con una actividad vigorosa y racional a la vez, y dotado de ricos capitales, había alcanzado el más alto grado de prosperidad en su género. La producción de los vinos, especialmente de los italianos, había aumentado considerablemente con la excitación artificial del mercado monopolizado de las provincias y la prohibición de importar en Italia vinos extranjeros, prohibición que se lee además en la ley suntuaria del año 633. Al lado de los caldos de Tasos y de Quios, eran ya bastante nom­brados el amineo y el falerno. Y el vino del cónsul Opimio del año 633 permaneció en la memoria de los inteligentes en este ramo, mucho después de vaciarse el último cántaro.INDUSTRIARespecto de la industria y de los oficios, Italia continuó pasiva e inmóvil, casi al nivel de los bárbaros. Se habían destruido las fábricas de Corinto,416



I

LA REPÚBLICA Y LA ECONOMÍA SOCIALdepositarías de una tradición industrial brillante y variada, y, lejos de fundar en otro punto talleres análogos, se contentaron con coleccionar a precios fabulosos las obras maestras de la cerámica corintia, los vasos de bronce y las demás "antigüedades" que adornaban las casas de los grie­gos. Si había algunos oficios que prosperaban, como los que se refieren a la edificación, de ellos el cuerpo social no sacaba ninguna ventaja. Por otra parte, en toda obra de alguna importancia dominaba el trabajo esclavo. ¿Se quiere saber cómo se construyó el acueducto de Mario? Pues fue construido con tres mil dueños de esclavos, cada uno de los cuales desempeñaba su papel por medio de su "rebaño".METAL CIRCULANTE Y COMERCIO OSTIA. PUZOLIEl valor monetario y el comercio fueron quizá los puntos más brillantes, y tal vez los únicos de la economía privada de los romanos. En primer lugar, encontramos los arrendamientos de dominios y de los impuestos, que hacían que afluyese a las arcas de los capitalistas una buena parte de las rentas públicas, si es que no la mayor. Los romanos tenían el monopolio del tráfico del dinero en toda la extensión de sus dominios: "Toda moneda que circula por las Galias -dice un escritor casi con­temporáneo- ha pasado por las manos de los mercaderes romanos". No hay duda de que en todas partes sucedía lo mismo. ¿A dónde podía conducir el rudo y grosero estado económico de Roma, y la supremacía política explotada sin escrúpulos en provecho de los intereses privados del rico, sino a un sistema general de banca y de intereses usuarios? Véase lo que ocurrió con el impuesto de guerra decretado por Sila en el año 670 en la provincia de Asia: los banqueros romanos hicieron su anticipo, pero al cabo de los catorce años la suma primitiva se elevó al séxtuplo, comprendiendo aquí los intereses pagados y por pagar. Para que los italianos pudiesen realizar su crédito, vendieron las ciudades sus edificios públicos, sus obras de arte y sus objetos preciosos: los padres hasta llegaron a vender a sus hijos adultos. ¡Cuántas torturas morales sufría diariamente el deudor! Y aún podía llamarse dichoso si no lo martirizaban en su cuerpo. A todo esto se agregaban además las espe­culaciones del comercio en gran escala. De este modo se hacía en Italia

¡ fl* ' 'el comercio de exportación e importación. El primero consistía principal­mente en vino y aceite. Italia y Grecia surtían de estos artículos a todas las regiones mediterráneas, pues aún era insignificante la producción vinícola de Masalia y de los turdetanos. El vino de Italia llegaba en grandes cantidades a las Baleares, al país de los celtíberos, al África, que solo producía trigo y pastos, a Narbona y al interior de las Galias. Ahora bien, la importación italiana excedía ampliamente la exportación. Italia era el centro del lujo: comestibles, bebidas raras, telas, adornos, mobi­liario, obras de arte, todos los artículos ricos y costosos afluían allí por la vía marítima. Por otra parte, como los negociantes romanos buscaban por todas partes constantemente esclavos, la trata tomó un vuelo que no se había visto jamás en el Mediterráneo, y corría a la par de la piratería, a cuyo desarrollo contribuía mucho. Todos los países y todos los pueblos estaban puestos a contribución, pero los principales puntos de aprovi­sionamiento fueron la Siria y el interior del Asia Menor. En Italia se concentraba el tráfico de importación en los dos grandes mercados de Ostia y de Puteoli (Puzoli), en las costas del mar Tirreno. Ostia, con su rzzz ada mala e insuficiente pero inmediata a Roma, estaba mejor colocada para el tráfico de las mercancías de menor precio, y monopolizaba el comercio de granos con destino a la capital. Por el contrario, el comercio de lujo con Oriente se hacía en Puzoli. Su excelente puerto recibía todo buque con cargamento de mercancías preciosas; y la región de Baia, que limitaba con aquel, se iba cubriendo diariamente de quintas romanas y ofrecía al negociante un mercado que en accesos competía con el de la misma Roma. Por mucho tiempo Corinto perteneció a este último comercio, y, después de destruida, perteneció a Délos. El poeta Lúculo llama a Puzoli una "pequeña Délos". Délos cayó a su vez durante las guerras de Mitrídates, para no volver a levantarse. Los puteolanos entablaron entonces directamente negociaciones con Siria y Alejandría: su ciudad, cada vez más floreciente, fue en definitiva la principal escala del comercio transmarino de Italia. Sin embargo, no fue esta la única ciudad que se enriqueció con el tráfico de entrada y salida: los italianos se trasladaron además a Narbona e hicieron allí competencia a los ma-saliotas en el comercio con las Galias. Es una verdad que, a partir de este día, la mejor parte de la especulación perteneció a los mercaderes romanos que afluían o residían en todas partes.418

LA REPÚBLICA Y LA ECONOMÍA SOCIALOLIGARQUÍA FINANCIERA. MEZCLA DE LAS NACIONESLOS ITALIANOS EN EL EXTRANJERO Y LOS EXTRANJEROSEN ITALIA. LA ESCLAVITUD EN ITALIAReuniendo en un mismo cuadro todos estos hechos, confirmamos en la economía privada de esta época la existencia de una oligarquía del dinero, que en Roma marchaba al mismo paso que la oligarquía política. En su mano concentró casi toda la renta del suelo de Italia y lo mejor del territorio provincial: la renta usuraria del capital cuyo monopolio poseía, las ganancias comerciales que se hacían en todos los dominios del Imperio, y con el concepto de arrendamientos públicos, una gran parte de las rentas de la República. La acumulación siempre creciente de los capitales se demuestra por el aumento de la cifra media de la riqueza: tres millones de sestercios constituían entonces una fortuna senatorial moderada y dos millones eran un pasar decente para un caballero. Sin embargo, el capital del personaje más rico del tiempo de los Gracos, Publio Craso (cónsul en el año 623), se dice que se elevaba a cien millones de sestercios. ¿Por qué admirarse entonces de que los capitalistas se impusieran en la política exterior, y de que por rivalidad entre los comerciantes destruyesen Cartago y Corinto, y mantuviesen de pie Narbona a pesar de la resistencia del Senado? Ya en otras circunstancias los etruscos habían destruido Alalia (volumen i, libro primero, pág. 170), y los siracusanos, Cérea. ¿Qué tiene de extraño que esta misma oligarquía haya podido hacer en el interior una poderosa asistencia a la oligarquía de la nobleza, y que haya logrado el éxito muchas veces? Tampoco hay que admirarse cuando se vea a tal o cual rico arruinado ponerse a la cabeza de las partidas de esclavos, y mostrar a todos que no hay gran distancia entre el "lupanar" de los refinados y la caverna de los bandidos. Por último, no habrá que extrañarse cuando veamos a esta torre de Babel financiera, fundada en la supremacía colosal de Roma en el exterior, y no sobre bases simplemente económicas, derrumbarse de repente por efecto de las crisis políticas y vacilar como lo haría en nuestros días el sistema de papel del Estado. El gran apuro que se desencadenó sobre los capitalistas romanos a consecuencia de la crisis italoasiática (años 664 y sigs.), la bancarrota del Estado y de los particulares, la depreciación general de la tierra y de las acciones en las sociedades: he aquí los hechos constantes que saltan a la vista; y, aunque no podemos estudiarlos de cerca, nos4 '5

son conocidos por su naturaleza y sus resultados. ¿Hay necesidad de recordar aquí a aquel juez asesinado un día por una banda de deudores insolventes, la tentativa de expulsar del Senado a todos los senadores que no pudiesen pagar sus deudas, la renovación hecha por Sila del máximo de interés, y la reducción de los créditos en el 75% que hizo la facción revolucionaria? Pero mientras que el estado económico de Roma traía como consecuencia en las provincias el empobrecimiento general y la disminución de la población, aumentaba al mismo tiempo en todas partes una multitud parásita de italianos ambulantes, o de residentes por temporada. Se recordará que en un solo día perecieron en Asia Menor ochenta mil hombres de origen itálico; y las losas sepulcrales atestiguan que en Délos murieron por orden de Mitrídates veinte mil mercaderes, itálicos en su mayor parte. En África eran también numerosos los italianos: cuando Yugurta sitió la ciudad numídica de Cirta, ellos fueron los principales defensores. La Galia estaba inundada de mercaderes romanos. Solo en España, y quizás esto no se debe a la casualidad, el historiador no halla huellas de semejante inmigración. En Italia, por el contrario, se había aminorado la población libre. Las guerras civiles habían contribuido mucho a esta decadencia. De creer en ciertos documentos,' puramente aproximativos y poco seguros en su estimación general, murieron en estas guerras entre cien mil y ciento cincuenta mil ciudadanos, y trescientos mil itálicos. Sin embargo, no dudo de que la ruina económica de las clases medias produjese aún peor efecto unida a la prodigiosa extensión de la emigración comercial, que enviaba al extranjero a la mayor parte de la juventud italiana para pasar allí sus años más activos. Se dirá acaso que esto se compensaba con la inmigración de los extranjeros libres: inmigración de un valor más que dudoso. ¿En qué puede estimarse aquella multitud parásita procedente de Grecia y de Oriente, reyes o diplomáticos, médicos o pedagogos, sacerdotes idólatras, servidores, picadores de caballos y tantos otros que ejercían en Roma los mil oficios de caballeros de industria, de trapaceros, de traficantes y marineros, y que moraban en los puertos de Ostia, de Puzoli y de Brindisi? En lo tocante a los esclavos, su número aumentó desmesuradamente en el suelo itálico. El censo del año 684 dio por resultado la existencia de novecientos diez mil hombres capaces de llevar las armas. Pero para formar el total de la población libre es necesario añadir a estos a los ciudadanos omitidos involuntariamente en las listas,420

LA REPÚBLICA Y LA ECONOMÍA SOCIALa los latinos establecidos entre los Alpes y el Po, y a los extranjeros domiciliados en Italia. Por otra parte, hay que deducir a los ciudadanos romanos establecidos en países lejanos. Calculado todo, no puede elevarse a más de seis o siete millones de hombres libres la cifra de la población de Italia. Si se creyese que había en ella una densidad igual a la de nuestros días, habría que elevar la población esclava a trece o catorce millones de individuos. Pero no hagamos estos cálculos que tan fácilmente pueden engañarnos. ¿Los necesitamos acaso para confirmar la inmensa dislocación de la máquina social? ¿No hablan con bastante claridad las insurrecciones parciales de los esclavos? Desde los primeros días de la revolución y hasta el fin de todas las sublevaciones, se ve que llaman a los esclavos a las armas y prometen la libertad a todo el que se bata contra su señor. Representémonos la Inglaterra con sus lores y sus señores, pero fundamentalmente la ciudad de Londres. Si por un lado se convier­ten en proletarios \osfreeholdersy sus arrendatarios, y por otro, en esclavos sus obreros y sus marineros, se tendrá un bosquejo de la población de Italia en el siglo vil de Roma.SISTEMA MONETARIO. MONEDA FIDUCIARIA ;Para nosotros, las monedas romanas reflejan como en un espejo la condición económica del momento, y su sistema descubre inmediatamente al comerciante práctico e inteligente. Hacía mucho tiempo que el oro y la plata eran los medios universales de los pagos. Para facilitar por todas partes los sueldos y los balances, se había fijado legalmente la relación del valor entre ambos metales. Sin embargo, no quedaba a la libre elección del deudor el pagar en oro o en plata: en esto se seguía la ley de lo pactado. De este modo se había sabido evitar los graves inconvenientes que lleva siempre consigo la institución de un doble marco monetario, y las grandes crisis de oro, como la que se produjo hacia el año 600 después del des­cubrimiento de las minas de los tauriscos, en la que la relación de uno a otro metal bajó más del 33% en Italia. Estas grandes crisis, repito, no influían sino de un modo insignificante en el curso de una u otra moneda. A medida que se extendía el comercio marítimo por un campo ilimitado, el oro ocupó naturalmente el primer lugar en las transacciones. Tenemos la prueba de ello en los documentos que han llegado hasta nosotros so421

HISTORIA DEbre la administración de las rentas públicas y los asuntos de tesorería. Sin embargo, la República persistía en no introducir este metal en su sistema monetario oficial. Se habían abandonado los talleres ensayados bajo la presión de las guerras de Aníbal (volumen II, libro tercero, pág. 183); y en cuanto a los aurei acuñados en corto número por Sila, no pueden considerarse más que como una especie de medallas destinadas a las generosidades del triunfo. Antes, como después, era de plata la única moneda efectiva, ya fuera que circulase en barras, cosa muy usual, o que llevase el sello extranjero o romano. El oro no era recibido más que por peso, lo cual no le impedía tener, como la plata, su lugar en las relaciones comerciales. Adulterarlo por medio de la liga constituía un delito de monedero falso, lo mismo que si se acuñasen monedas de pla­ta falsas. De aquí también esa inmensa ventaja de evitar toda posibilidad de fraude y engaño en el título más importante de estos intermediarios del cambio. Por lo demás, la acuñación de moneda se verificaba en gran escala. Después de la reducción de la pieza de plata de setenta y dos a ochenta y cuatro céntimos de libra, en tiempo de las guerras de Aníbal (volumen II, libro tercero, pág. 183), el dinero conservó su mismo peso y título por espacio de tres siglos, y no se permitió ninguna liga. En el principio de este periodo las monedas de cobre no eran más que para los picos, y cesaron de emplearse en el comercio en gran escazzz la. Así pues, a partir de principios de siglo vil no se acuñaron ya ases; la moneda de cobre no tuvo en adelante más objeto que arreglar las fracciones que no podían arreglarse con las de plata.7 La serie monetaria seguía una regla sencilla y cómoda, y la pieza más pequeña que entonces se acuñaba, el cuadrans, llegaba hasta el último límite sensible del valor metálico. El sistema romano es único en la antigüedad: se recomienda por la inteligente elección de sus bases y el rigor inflexible de su ejecución en todas sus partes, y apenas ha sido igualado en nuestros días. Sin embargo, tiene también sus defectos. Obedeciendo la práctica usual entre los antiguos, la de Cartago entre otras, la República había aplicado excesivamente, al lado de los dineros buenos de plata, otros fabricados de cobre con una capa sencilla de plata, y que había que recibir por su valor nominal. Estos dineros constituían una verdadera moneda fiduciaria, análoga a nuestro papel moneda con curso forzoso, que era garantizada por los ahorros del Tesoro, y que, en derecho, no podía rehusarlas. Esta no era una moneda falsa oficial, como no lo es nuestro papel moneda, pues una422

LA REPÚBLICA Y LA ECONOMÍA SOCIALy otro se fabricaban públicamente. Para facilitar las distribuciones de granos, Marco Druso hizo votar la emisión de una gran cantidad de esta moneda, con un valor de siete dineros, que salía de la fábrica oficial romana. Desgraciadamente, al mismo tiempo que esta medida auxiliaba las falsificaciones de la industria privada, perjudicaba al público, pues no le permitía saber cuándo recibía una moneda buena o mala, y en qué relación se hallaba esta con aquella en la circulación general. En los momentos más apurados de las guerras civiles y de las grandes crisis financieras, se hizo una extraordinaria emisión de dineros plateados. De aquí una crisis monetaria, como consecuencia de las otras crisis: la moneda falsa y la moneda oficialmente adulterada embarazaron las transacciones en el mercado, y aumentaron extraordinariamente las inquietudes. Así pues, mientras que Ciña estaba en el poder, los pretores y los tribunos, particularmente Marco Mario Gratidiano, provocaron la retirada de toda moneda fiduciaria y su cambio por la de plata, y, por último, se instituyó una oficina de comprobación. No sabemos hasta qué punto se llevó la ejecución de tan útiles medidas. Lo que sí es cierto es que no desapareció la moneda fiduciaria.MONEDA PROVINCIALEn las provincias donde se había abolido sistemáticamente la moneda de oro no se acuñó ninguna moneda, ni siquiera en los Estados clientes. Solo se encuentran en los países donde no impera la voz de Roma: entre los Galos al norte de los Cevennes, y entre los pueblos sublevados contra la República. Durante la guerra social, los italianos acuñaron moneda de oro, y otro tanto hizo Mitrídates Eupator. Por todas partes, y sobre todo en el oeste, la República tiende a acaparar toda la emisión de moneda de plata.SISTEMA MONETARIO EN OCCIDENTEEs posible que continuase circulando el oro cartaginés en África y en Cerdeña, aun después de la caída de Cartago, pero allí no se acuñaba moneda de metales preciosos, sino bajo las reglas de Cartago o de Roma. Se tiene una prueba de ello en el hecho de que, después de que los romanos423

A.Ise apoderaron de estos países, el dinero de Italia introducido en ambos sirvió de norma en los cambios. En España y en Italia, conquistadas an­tes y tratadas con más consideraciones, se acuñó plata bajo la dominación de la República, y, con mayor razón, los mismos romanos habían reanimado en la isla italiana esta acuñación, arreglándola según sus condiciones usuales (volumen II, libro tercero, págs. 83 y 219). Sin embargo, hay motivos justos para creer que también en estas dos regiones, al menos desde principio del siglo VII en adelante, la acuñación debió limitarse solo a la moneda fraccionaria y de bronce. En la Galia narbonense, solo Marsella, ciudad libre y antigua aliada de Roma, había conservado su derecho a acuñar moneda de plata, y era imposible quitárselo. Lo mismo debía suceder en las ciudades grecoilíricas de Apolonia y de Dirrachium. Pero aun tolerando la regalía en estas ciudades, Roma la limitaba indirectamente. A mediados del siglo vil borró de la serie monetaria el dinero de tres cuartos, acuñado por orden suya en ambas localidades, y que había admitido con el nombre de victoriatus (volumen II, libro tercero, pág. 395). En consecuencia, la moneda masaliota e iliria, rechazada en Italia, solo obtuvo una circulación restringida en los países de su procedencia y en algunas regiones de los Alpes y del Danubio. En adelante, en todos los dominios occidentales de Roma tuvieron un curso exclusivo el dinero y su serie: Italia, Sicilia (de esta sabemos expresamente que a principios del periodo siguiente no se ve otra moneda de plata que el dinero), Cerdeña y África no pagan más que en moneda romana; y respecto de España, que había conservado su moneda provincial, hace lo que Masalia e Iliria, la ha arreglado conforme al dinero.SISTEMA MONETARIO DE ORIENTENo sucedía lo mismo en Oriente. Aunque tenía curso legal, quizá la moneda romana no penetró sino en cantidades insignificantes. Eran muy numerosos los Estados que acuñaban moneda desde tiempo inmemorial, y las monedas locales circulaban allí en gran cantidad. Por regla general, se conservaron las diversas bases monetarias: la provincia de Macedonia, por ejemplo, continuó acuñando sus tetradracmas8 áticas y no usó otra moneda, aunque agregaba al nombre del país el del magistrado romano. En otras partes, y por la voluntad de Roma, se introdujo una base424

monetaria especial que respondía a las necesidades y usos locales. Así es como en Asia encontramos la nueva estatera, o cistofora,g que se acuñaba en las capitales con el título y peso dados por la República, y bajo la vigilancia de sus funcionarios. Esta diferencia entre los sistemas de Oriente y los de Occidente es de una importancia capital en la historia: la moneda de la República fue seguramente uno de los más poderosos agentes de la romanización de los países sujetos. No es solo la casualidad la que hizo que las regiones en que predominaba la circulación del dinero constitu­yesen más tarde la mitad latina del Imperio, y que aquellas en que dominaba la dracma formasen la mitad griega. Aún en nuestros días los países de civilización romana reconocen estas mismas fronteras, mientras que las regiones, tiempo atrás fieles al sistema monetario de la dracma, han permanecido fuera de la cultura europea.LAS COSTUMBRES. DISIPACIÓN CRECIENTE ;Dada la condición económica que precede, se tiene la medida del estado moral de la sociedad romana. Pero descender al detalle de estos precios crecientes, de estos refinamientos exagerados, y estudiar la vida de todos esos espíritus gastados sería cosa tan fatigosa como poco instructiva. Disipación, goces sensuales, tal era la palabra a la orden del día, lo mismo entre los "recién llegados" que entre los licinios y mételos. Ignoraban el lujo noble y culto, que es la verdadera flor de la civilización. El suyo era parecido al de Alejandría y al de Asia Menor. Era un producto infecundo de la civilización griega en tiempo de su decadencia, que degradaba todo lo que es grande y bello y no buscaba más que la os­tentación y el aparato; que no pensaba en nada sino en gozar en su desacreditado pedantismo y estaba entregado a una especie de poesía envejecida; y que repugnaba, en fin, a toda naturaleza viva y enérgica, ya fuera que se inclinase al lado de lo sensible o de lo inteligible.FIESTAS POPULARES. EL JUEGO. LOS VESTIDOS LA MESA. LA VAJILLA DE PLATA425


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