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en los individuos alienados de la sociedad burguesa. […] La con-
ciencia colectiva fue inventada solamente para desviar la atención
de la verdadera objetividad y de su correlato, la subjetividad alie-
nada”.
72
Finalmente, señala Adorno que al perderse el carácter ambi-
guo de la Edad de Oro, “es decir, su relación con el infierno”, “la
mercancía como sustancia de la época se convierte en el infierno
puro y simple, viniendo a ser negada por una forma que, de hecho,
quisiera hacer aparecer la inmediatez del estado originario como la
verdad”;
73
la desdialectización de las imágenes dialécticas conduce
en consecuencia a una recaída en el mito; en este punto, indica
Adorno la familiaridad con Ludwig Klages, que implica la tenden-
cia mitologizante y arcaica del exposé.
74
Sin embargo, Adorno menciona también cuáles son los pasa-
jes del proyecto que contrarrestan los peligros a los que ha hecho
referencia: en primer lugar, la teoría del coleccionismo que rescata
a las cosas de su carácter de útiles; por otro lado, la interpretación
que ofrece de Haussmann, el “artista de la destrucción”
75
figura ver-
daderamente dialéctica, que contribuye a disolver la fantasmagoría,
consumando el carácter de la mercancía. En la mercancía, afirma
Adorno, reconfirmando la identificación que Benjamin había in-
dicado entre los Pasajes y el libro sobre el Barroco, “está depositada
la promesa de inmortalidad, y el fetiche […] es la última imagen
pérfida para el siglo xix, comparable sólo a la calavera”.
76
Apela
al análisis realizado de la figura kafkiana de Odradek, como un tro-
zo de mercancía que sobrevive inútilmente, para mostrar, contra
Brecht, el corto alcance del concepto de valor de uso para criticar
el carácter de la mercancía.
77
Respecto a la categoría de mercancía que funciona en el es-
crito, Adorno reitera que debería especificarse en relación con el
siglo xix:
[…] es decir, la producción industrial de mercancías, debería seguir
siendo precisada materialmente, pues el carácter de la mercancía y la
alienación existen desde el capitalismo incipiente […] sólo una deter-
minación exacta de la forma industrial de la mercancía como forma
históricamente diferenciada de las anteriores podría proporcionar per-
fectamente la protohistoria y la ontología del siglo diecinueve.
78
De lo contrario la protohistoria podría entenderse como una
simple metáfora.
Para erradicar definitivamente la posibilidad de que los Pasajes
de París cedan a la tendencia arcaizante latente –según cree Ador-
no– en la concepción del colectivo onírico, sería necesario restituir
a la imagen dialéctica el elemento teológico, que debería tensarse
con el elemento dialéctico-social
79
para lo que resultaría útil volver
a la anterior formulación benjaminiana –y siempre la referencia son
los primeros apuntes de los Pasajes– de la imagen dialéctica como
“modelo”: entendidas de este modo, las imágenes dialécticas “no
son productos sociales, sino constelaciones objetivas en las que la
situación social se representa a sí misma. De acuerdo con ello, de
la imagen dialéctica nunca puede exigirse que tenga un ‘rendimien-
to’ ideológico ni social en general”.
80
72. Theodor W. Adorno y Walter Benjamin, op. cit., p. 114.
73. Ibid., p. 115.
74. Ibid., p. 118.
75. Ibid., p. 121.
76. Ibid., p. 115.
77. Idem.
78. Ibid., p. 116.
79. Idem.
80. Ibid., p. 117.
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340
Ya sobre el final de su carta, Adorno explica que su rechazo de
la conciencia colectiva no tiene por objetivo sustituirla en cuanto
sustrato por el “individuo burgués”; de éste ha de mostrarse que
es una función social y su aparente estado concluso; sin embargo,
la categoría de individuo puede servir de instrumento provisorio
frente a la conciencia colectiva hipostatizada;
80
en esta línea retoma
lo mencionado respecto al modo en que podría utilizarse la crítica
de Freud a Jung: el “individuo” es concebido como un instrumento
que más tarde también habrá de ser superado de modo dialéctico.
La carta contiene todavía algunas líneas de cortesía de Gretel
Karplus y un agregado del 5 de agosto, en que Adorno desarrolla
un “intento de armonizar” la idea de “sueño” con la imagen dialéc-
tica entendida como modelo:
Al extinguirse su valor de uso, las cosas alienadas quedan vaciadas
y adquieren significaciones cifradas. De ellas se apodera la subjetividad,
que introduce en ellas intenciones de deseo y miedo. Dado que las
cosas muertas sustituyen como imágenes a las intenciones subjetivas,
estas se presentan como no percibidas y eternas. Las imágenes dialécti-
cas son constelaciones entre las cosas alienadas y la significación exacta,
detenidas en el momento de la indiferencia de muerte y significación.
Mientras que en la apariencia las cosas despiertan a lo más nuevo, la
muerte transforma sus significaciones en lo más antiguo.
81
Así, según Adorno, podría conservase el “sueño” como el mo-
mento subjetivo de la imagen dialéctica.
Benjamin acusa recibo del duro contenido crítico de esta car-
ta en la suya del 16 de agosto dirigida a Gretel Karplus.
82
En ella
defiende la relación entre ambas formulaciones del proyecto –la de
1929 y la actual–: la segunda, de ningún modo ha de interpretarse
como sustituyendo a la primera, sino que guardan entre ellas una
relación complementaria, como tesis y antítesis de la misma obra.
83
En ésta tendrán lugar todos aquellos temas que Adorno y Karplus
echan en falta. Una vez aclarado este punto, Benjamin pasa a la con-
sideración de algunas de las críticas que se han realizado a su trabajo;
de entre las cuales, considera especialmente atendibles la indicación
respecto a la falta del elemento constructivo y las reflexiones ador-
nianas acerca de la Edad de Oro.
84
Considera también pertinente
la determinación de las imágenes dialécticas como constelaciones,
pero defiende a las figuras oníricas como elementos inalienables de
las mismas:
La imagen dialéctica no copia el sueño –nunca fue mi intención afir-
mar esto–. Y, sin embargo, me parece que contiene las instancias, los
puntos de irrupción del despertar, y que no produce su figura más que
a partir de estos puntos, de la misma manera como lo hace una conste-
lación celeste a partir de sus puntos luminosos. Así, pues, también aquí
hay otro arco que reclama ser tensado; una dialéctica de la que adueñar-
se: la dialéctica entre la imagen y el despertar.
85
CODA
El final, inevitablemente arbitrario, que hemos fijado a nuestro tra-
bajo, coincide con una nueva interrupción de algunos meses en la
correspondencia –al menos la que se ha conservado– entre los ami-
gos. Este final, sin embargo, anuncia a su vez una línea de trabajo
sumamente productiva en la obra de Benjamin, auspiciada por la
80. Ibid., p. 120.
81. Ibid., p. 122.
82. Ibid., p. 123.
83. Ibid., p. 124.
84. Ibid., p. 125.
85. Idem., ss.
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