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–fantasmagórico–. En ellas, la mercancía es venerada en tanto feti-
che, según el ritual prescripto por la moda, en estrecha relación con
lo inorgánico y la muerte. Lo nuevo aparece como independiente
del valor de uso de la mercancía. En tanto fetiche, la mercancía se
encuentra
auratizada, encantada; por el contrario, en su carácter de
ruina puede leerse en ella la huella de la historia; en este sentido,
resulta afín a la alegoría, que en el
Drama Barroco era presentada
como un particular entrecruzamiento de naturaleza e historia, sien-
do su figura emblemática justamente la calavera.
A propósito del fetiche, Adorno vuelve a indicar sus coinci-
dencias teóricas:
[…] hace aproximadamente tres meses, en una extensa carta a Horkhei-
mer, y más recientemente en conversación con Pollock, he defendido
contra [Erich] Fromm, y especialmente contra [Wilhelm] Reich, la idea
de que la verdadera ‘mediación’ existente entre sociedad y psicología no
radica en la familia, sino en el carácter de mercancía y en el fetiche; que
el fetichismo es el verdadero correlato de la cosificación.
60
También respecto a sus coincidencias ofrece a Benjamin los
apuntes que ha elaborado para un trabajo –hoy perdido– sobre
Maupassant, y cierra la carta con una nota originalmente datada dos
años antes, pero que volvería a recoger como aforismo de los
Mi-
nima moralia y que Benjamin conservó entre los materiales para los
Pasajes: “el pasado más reciente se presenta siempre como si hubiese
sido aniquilado por catástrofes”.
61
En su carta del 10 de junio,
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Benjamin acepta las dos objecio-
nes que Adorno había hecho respecto al modo en que la mercancía
aparece en el
exposé: “[s]oy plenamente consciente de que, desde el
punto de vista metodológico, de esta inmensa cantidad de cuestio-
nes destacan las dos que usted ha señalado –la definición diferencial
de la mercancía en el capitalismo incipiente y la diferenciación o
indiferencia en cuanto a la clase y en orden a ella del inconsciente
colectivo–”.
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Sin embargo, a continuación justifica esta indeterminación en
función de cierta reserva que Adorno debe aprobar: “[m]e alegra
muy especialmente que usted –esto lo he leído entre líneas en su
carta– entienda y apruebe la cautela con la que procedo en estas
cuestiones, así como que aplace, por el momento, mi decisión sobre
las mismas”.
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Esta actitud de precaución se debe a que considera
que tales cuestiones deben quedar al resguardo de las objeciones del
marxismo, aunque al representar “el abandono efectivo de la con-
cepción idealista de la historia”, realizan un significativo aporte a su
historiografía. Celebra también la referencia de Adorno al fetiche
como “mediación” entre sociedad y psicología e indica su cercanía
teórica en este respecto –“tiramos de una cuerda”, afirma, del otro
extremo de la cual tiran Fromm y Reich–.
65
El segundo y definitivo comentario de Adorno al
París…
–suscripto también por Gretel Karplus– está fechado entre el 2 y el
4 de agosto de 1935,
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con una adenda de Adorno del 5 del mismo
mes. Aquí, si bien también se señalan aspectos que Adorno valora
positivamente, el tono es incisivo y marcadamente crítico. A lo lar-
go de las varias páginas que lo componen –once en la edición im-
presa–, asistimos a un minucioso desmontaje conceptual de algunas
60. Theodor W. Adorno
y Walter Benjamin, op. cit., p. 102.
61. Ibid., p. 103.
62. Ibid., p. 106.
63. Ibid., p. 107.
64. Idem.
65. Idem.
66. Íbid., p. 111.
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de las categorías fundamentales no sólo del
exposé, sino también del
Proyecto de los pasajes en su conjunto.
Entre los aspectos que Adorno destaca positivamente se cuen-
tan la descripción del habitar como un dejar huellas, el trabajo sobre
el coleccionismo, las interpretaciones de Haussmann y Baudelaire
y la categoría de
nouveauté, que ya había mencionado en la carta
del 5 de junio. Del mismo modo, su interés “se dirige nuevamente
al conjunto de motivos introducido por los temas: ‘Protohistoria del
siglo xix, ‘Imagen dialéctica’ y ‘Configuración de mito y moderni-
dad’”.
67
En cuanto a las críticas, Adorno presenta en primer lugar ob-
jeciones generales; sigue luego un minucioso recorrido por el texto
del que también objeta la organización formal a partir de los subtí-
tulos. En cierto modo, las observaciones se realizan dos veces: una,
en relación con las concepciones subyacentes al
exposé en su con-
junto y luego, en ocasión de recorrer los motivos concretos que lo
componen. Respecto a la división en capítulos, la objeción se funda
en que la organización dependa de ciertos personajes –que apare-
cen en los títulos de las partes– la arquitectura del texto resultaría
“externa” al mismo, a diferencia de lo que sucedía con los primeros
bosquejos –que Adorno tiene constantemente como referencia– en
los que las partes se ordenaban de acuerdo a ciertas “materias” tales
como “peluche”, “polvo”, etcétera.
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En cuanto al contenido, la primera objeción es la que ya había
adelantado respecto a las consecuencias de formular la imagen dia-
léctica como imagen onírica –aquí el principal blanco de Adorno
es el
motto de Michelet
69
que Benjamin introduce en la primera
parte del trabajo–: señala Adorno que, según sugiere la frase, la ima-
gen onírica resulta ser no dialéctica por dos motivos: en primer
lugar, porque es concebida como un mero contenido de concien-
cia; y en segundo término, porque está referida al futuro entendido
como “utopía”. En consecuencia la “época” es comprendida como
un sujeto homogéneo a partir de dicho contenido de conciencia.
Según Adorno, en esta formulación se perdería el aspecto teológico
de la imagen dialéctica, además de trivializarse el mismo concepto.
Ya en un sentido positivo señala también que el carácter de fetiche
de la mercancía
produce conciencia, ni el inconsciente ni la concien-
cia pueden en consecuencia reproducirlo sin más como sueño, sino
que responden a él con el deseo y el temor. Además, al perderse el
carácter dialéctico, desaparece la contracara de las utopías del si-
glo xix –el tema del infierno–. Agrega Adorno que: “[a] esta luz, la
imagen dialéctica no debería trasladarse, pues, a la conciencia bajo
la forma de sueño, sino que el sueño debería exteriorizarse median-
te la construcción dialéctica, comprendiéndose a la vez la inmanen-
cia misma de la conciencia como una constelación de lo real”.
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La misma objeción es nuevamente planteada en otros tér-
minos: en la actual versión inmanente de la imagen dialéctica lo
arcaico aparece simplemente como un
añadido –la cita correspon-
diente es la fórmula de que “lo nuevo se entrelaza con lo anti-
guo”–
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y resulta por lo tanto desdialectizado –ya no se identifica
con lo más nuevo–; la figura de la Edad de Oro, o de la sociedad
sin clases ancorada así en el mito resulta “desde el punto de vista
del proceso social”, afín a las figuras arcaicas jungeanas: “porque
hipostatiza imágenes arcaicas allí donde el carácter de la mercancía
produce imágenes dialécticas, y no en un Yo colectivo arcaico sino
67. Ibid., p. 112.
68. Ibid., p. 116.
69. Véase Walter Benjamin, “Chaque époque rêve la suivante” [Cada época sueña
con la siguiente],
Gesammelte
Schriften, libro v, vol. 1, op. cit., p. 46.
70. Ibid., p. 113.
71. Walter Benjamin, Libro de los pasajes, op. cit., p. 38.
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