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17 - EL SUFRIMIENTO


La Divinidad es impasible; pues donde hay perfección y unidad no puede haber sufrimiento. La capacidad para sufrir surge donde hay imperfección, desunión y separa­ción de una totalidad abarcadora; y la capacidad se hace real de tal manera que esa imperfección, desunión y separación van acompañadas de un impulso hacia la intensificación de estas condiciones de la criatura. Para el individuo que logra la unidad dentro de su propio orga­nismo y la unión con la Base divina, terminó el sufrimien­to. La meta de la creación es el regreso de todos los seres sensibles, de la separación y ese engreidor impulso a la separación que lleva al sufrimiento, a la totalidad de la Realidad eterna, mediante el conocimiento unitivo.
Los elementos que constituyen al hombre producen

una capacidad para el dolor.

La causa del dolor es la avidez de vida individual. La liberación de la avidez acaba con el dolor. El camino de la liberación es el Óctuple Sendero.

Las Cuatro Nobles Verdades del Budismo

El impulso a la separación, o avidez de una existencia independiente e individuada, puede manifestarse en to­dos los niveles de la vida, de la meramente celular y fisiológica, pasando por la instintiva, hasta la plenamente consciente. Puede ser el anhelo de todo un organismo, de una intensificación de su separación del ambiente y la divina Base. O puede ser la tendencia de una parte de un organismo hacia una intensificación de su propia vida parcial, distinta del organismo como todo y, en conse­cuencia, a expensas de éste. En el primer caso hablamos de impulso, pasión, deseo, obstinación, pecado; en el segundo, describimos lo que ocurre como enfermedad, daño, desorden funcional u orgánico. En ambos casos, el ansia de separación lleva al sufrimiento, no sólo para el que ansia sino también para el medio sensible en que se halle —otros organismos del mundo externo u otros órga­nos del mismo organismo. En un caso, el sufrimiento es enteramente privado; en el otro, fatalmente contagioso. Ninguna criatura viviente puede experimentar el sufri­miento de otra criatura. Pero el ansia de separación que, más tarde o más temprano, directa o indirectamente, produce alguna forma de sufrimiento privado e incom­partible para el que ansia, también produce más tarde o más temprano, directa o indirectamente, sufrimiento (igualmente privado e incompartible) para otros. El sufri­miento y el mal moral tienen el mismo origen —un ansia de intensificación de la separación, que es el dato funda­mental de la condición de criatura.

Bueno será ilustrar estas generalizaciones con algunos ejemplos. Consideremos primero el sufrimiento infligido por organismos vivos a sí mismos y a otros organismos vivos en el mero proceso de mantenerse vivos. La causa de tal sufrimiento es el anhelo de existencia individual, que se expresa concretamente en la forma de hambre. El hambre es enteramente natural —parte de la dharma de toda criatura. El sufrimiento que causa, así a los ham­brientos como a los que satisfacen su hambre, es insepa­rable de la existencia de las criaturas sensibles. La exis­tencia de las criaturas sensibles tiene una meta y designio que es, en último término, el bien supremo de cada una de ellas. Pero, mientras tanto, existe el hecho del sufri­miento de las criaturas, que es una parte necesaria de su condición de criatura. En cuanto ello es así, la creación es el comienzo de la Caída. La consumación de la Caída ocurre cuando las criaturas procuran intensificar su sepa­ración más allá de los límites prescritos por la ley de su ser. En el plano biológico, la Caída parecería haberse consumado con mucha frecuencia durante el curso de la historia evolutiva. Cada especie, excepto la humana, eli­gió un éxito inmediato, de corto alcance, por medio de la especialización. Pero la especialización lleva siempre a callejones sin salida. Sólo manteniéndose precariamente generalizado puede un organismo avanzar hacia la inteli­gencia racional que es su compensación del no tener cuerpo e instintos perfectamente adaptados a una clase determinada de vida en una clase determinada de medio ambiente. La inteligencia racional hace posible un éxito mundano sin paralelo por una parte y, por otra, un nuevo avance hacia la espiritualidad y un regreso, mediante el conocimiento unitivo, a la divina Base.

Habiéndose abstenido la especie humana de consumar la Caída en el plano biológico, los individuos humanos poseen ahora la tremenda facultad de escoger sea la abnegación y unión con Dios, o la intensificación del yo separado, de modos y hasta grados que se hallan fuera del alcance de los animales inferiores. Su capacidad para el bien es infinita, pues pueden, si lo desean, hacer sitio, dentro de sí mismos, a la Realidad divina. Pero al mismo tiempo su capacidad para el mal, aunque no infinita (puesto que el mal es siempre, en último término, autodestructor y, por tanto, temporario), es de una mag­nitud sin igual. El infierno es la separación total de Dios, y el diablo es la voluntad de tal separación. Siendo raciona­les y libres, los seres humanos son capaces de ser diabóli­cos. He aquí una proeza que ningún animal puede imitar, pues ningún animal tiene suficiente talento, firmeza de propósito, fuerza de voluntad ni moralidad para ser dia­blo. (Hay que fijarse en que, para ser diabólico en gran escala, hay que poseer en alto grado, como el Satanás de Milton, todas las virtudes morales, excepto sólo la caridad y la prudencia.)

La capacidad del hombre para anhelar más violenta­mente que cualquier animal la intensificación de su sepa­ración conduce no sólo al mal moral y a los sufrimientos que el mal moral inflige, de uno u otro modo, sobre las víctimas del mal y los que lo perpetran, sino también a ciertos desarreglos del cuerpo característicamente huma­nos. Los animales padecen principalmente enfermedades contagiosas, siempre que el impulso a la reproducción se combina con circunstancias excepcionalmente favora­bles, para producir una aglomeración excesiva, y enfer­medades debidas a los parásitos. (Estas últimas son sim­plemente un caso particular de los sufrimientos que han de presentarse inevitablemente cuando muchas especies de criaturas coexisten y sólo pueden sobrevivir a expen­sas unas de otras.) El hombre civilizado ha conseguido protegerse harto bien contra estas plagas, pero en su lugar ha hecho surgir una tremenda formación de enfer­medades degenerativas, apenas conocidas entre los ani­males inferiores. La mayor parte de estas dolencias degenerativas se deben a que los seres humanos no vi­ven, en ningún plano de su ser, en armonía con el Tao ni con la divina Naturaleza de las Cosas. Les gusta intensifi­car su yo mediante la gula, y por tanto comen con exceso de lo que no les conviene; se infligen una crónica ansie­dad por cuestiones monetarias y, anhelando la excita­ción, un crónico exceso de estímulos; padecen, en sus horas de trabajo, el crónico aburrimiento y desengaño que les impone la clase de tareas que hay que hacer para satisfacer la demanda, artificialmente estimulada, de los frutos de la producción en masa plenamente mecanizada. Entre las consecuencias de tales malos usos del organis­mo psicofísico, figuran cambios degenerativos en órganos determinados, tales como el corazón, ríñones, páncreas, intestinos y arterias. Afirmando su yo parcial en una especie de declaración de independencia respecto al or­ganismo como todo, los órganos que degeneran causan sufrimiento a sí mismos y a su medio fisiológico. Exacta­mente del mismo modo el individuo humano afirma su propio yo parcial y su separación de sus semejantes, de la Naturaleza y de Dios —con desastrosas consecuencias para sí mismo, su familia, sus amigos y la sociedad en general. Y, recíprocamente, una sociedad, familia o grupo profesional desordenado, viviendo según una filosofía falsa, induce a sus miembros a afirmar su yo individual y su separación, del mismo modo que el individuo que vive y piensa mal induce a sus propios órganos a afirmar, por exceso o defecto de función, su yo parcial a expensas del organismo total.

Los efectos del sufrimiento pueden ser moral y espiri-tualmente malos, neutros o buenos, según el modo como el sufrimiento es soportado o la reacción que produce. En otras palabras, puede estimular en el que sufre el anhelo, consciente o inconsciente, de intensificar su separación; o puede dejar el anhelo tal como era antes del sufrimiento; o, en fin, puede mitigarlo y convertirse así en un medio para el adelanto del sufriente hacia la entrega de sí mismo y el amor y conocimiento de Dios. La cuestión de cuál de estas tres posibilidades llegará a realizarse depende, en último término, de la elección del que sufre. Esto parece ser cierto aun para el plano infrahumano. En todo caso, los animales superiores a menudo parecen resignarse al dolor, la enfermedad y la muerte con una especie de serena aceptación de lo que la divina Naturaleza de las Cosas decretó para ellos. Pero en otros casos hay terror, pánico y lucha, una frenética resistencia a tales decretos. Hasta cierto punto por lo menos, el encarnado yo animal parece tener la libertad de escoger, ante el sufrimiento, el abandono o la afirmación de sí mismo. Para encarnados yos humanos, esta libertad de elección es indiscutible. La elección de la propia entrega en el sufrimiento hace posi­ble la recepción de la gracia —gracia en el plano espiri­tual, en forma de un acceso de amor y conocimiento de Dios, y gracia en los planos mental y fisiológico, en forma de una disminución del miedo, la preocupación por sí y aun del dolor.
Cuando concebimos el amor del sufrimiento, perde­mos la sensibilidad de los sentidos, y muertos, muertos vivimos en ese jardín.

Sania Catalina de Siena


El que sufre por amor no sufre, pues todo sufrimien­to es olvidado.

Eckhart

En esta vida no hay purgatorio, sino solamente cielo o infierno; pues el que lleva sus aflicciones con pacien­cia tiene el paraíso, y el que no, tiene el infierno.

San Felipe Neri

Muchos sufrimientos son consecuencia inmediata del mal moral, y éstos no pueden producir ningún buen efecto en el que sufre, mientras no sean eliminadas las causas de su aflicción.



Cada pecado engendra un especial sufrimiento espi­ritual. Un sufrimiento de esta clase es como el del infierno, pues cuanto más sufres, peor te vuelves. Esto les sucede a los pecadores; cuanto más sufren por sus pecados, más perversos se vuelven; y cada vez se hunden más en sus pecados para poder librarse de sus sufrimientos.

El Seguimiento de Cristo
La idea del sufrimiento por delegación se ha formula­do con demasiada frecuencia en términos toscamente jurídicos y comerciales. A cometió una falta para la cual la ley decreta determinado castigo; B sufre voluntaria­mente el castigo; la justicia y el honor del legislador quedan satisfechos; en consecuencia, A puede ser puesto en libertad. En otro caso, todo es cuestión de deudas y pagos. A debe a C una suma que no puede pagar; B se presenta con el dinero y así impide que C ponga en ejecución sus derechos hipotecarios. Aplicados a los hechos del sufrimiento del hombre y de las relaciones de éste con la divina Base, estos conceptos no esclarecen ni edifican. La ortodoxa doctrina de la Expiación atribuye a Dios características que serían un descrédito aun para un potentado humano, y su modelo del universo no es el producto de la penetración espiritual racionalizada por la reflexión filosófica, sino más bien la proyección de una fantasía de jurista. Pero, pese a estas deplorables crude­zas en su formulación, la idea del sufrimiento por delega­ción y la otra idea, estrechamente relacionada con la anterior, de la transferibilidad del mérito, están basadas en genuinos hechos de la experiencia. La persona abne­gada y plena de Dios puede obrar y obra como cauce por donde puede pasar la gracia al infortunado ser que se hizo impenetrable a lo divino por su habitual anhelo de intensificación de su propio yo y su condición de separa­do. A causa de esto pueden los santos ejercer autoridad, tanto mayor por ser enteramente incoactiva, sobre sus semejantes. "Transfieren mérito" a los que lo necesitan; pero lo que convierte a los que son víctimas de su propia obstinación y los pone en el camino de la liberación no es el mérito del santo individuo —un mérito que consiste en haberse hecho conductor de Realidad eterna, como una cañería, al quedar limpia, puede ser conductora de agua; es más bien la divina carga que lleva, la eterna Realidad de que se ha convertido en cauce. Y análogamente, en el sufrimiento por delegación, no son los dolores experi­mentados por el santo los que redimen, pues creer que Dios está airado con el pecado y que Su ira no puede aplacarse sino con la oferta de cierta suma de dolor es blasfemar contra la Naturaleza divina. No, lo que salva es el don que, de allende el orden temporal, traen, a los encarcelados en su yo, estas personas abnegadas y plenas de Dios, que han estado dispuestas a aceptar el sufrimien­to para ayudar a sus semejantes. El voto del Bodhisattva es una promesa de renunciar a los frutos inmediatos de la iluminación y aceptar el renacimiento y sus inevitables concomitantes, el dolor y la muerte, una y otra vez, hasta el tiempo en que, gracias a sus trabajos y a las gracias de que es cauce por su abnegación, todos los seres sensibles lleguen a la liberación final y completa.

Vi una masa de materia de apagado y sombrío color entre el Norte y el Este, y fui informado de que esta masa eran seres humanos, en la mayor angustia posi­ble mientras vivos; y de que yo estaba mezclado con ellos y en adelante no debía considerarme un ser dis­tinto y separado.



John Woolman
¿Por qué los rectos e inocentes han de soportar inmere­cidos sufrimientos? Para todo el que conciba los indivi­duos humanos como Hume concebía acontecimientos y cosas, como "sueltos y separados", la pregunta no tiene respuesta aceptable. Pero, en el hecho, los individuos humanos no están sueltos y separados, y la única razón por que pensamos que lo están es nuestro propio interés erróneamente interpretado. Queremos hacer "lo que nos dé la real gana" y "pasar un buen rato" sin responsabili­dades. En consecuencia, hallamos conveniente dejarnos engañar por las deficiencias del lenguaje y creer (no siempre, por supuesto, sino sólo cuando nos conviene) que las cosas, personas y acontecimientos son tan com­pletamente distintos y están tan separados unos de otros como las palabras por cuyo medio pensamos acerca de ellos. Lo cierto es, por supuesto, que estamos todos rela­cionados orgánicamente con Dios, la Naturaleza y nues­tros semejantes. Si cada ser humano se hallara constante y conscientemente en apropiada relación con sus medios divino, natural y social, sólo habría el sufrimiento que la Creación hace inevitable. Pero, en el hecho, la mayoría de los seres humanos se hallan crónicamente en impropia relación con Dios, la Naturaleza y algunos, por lo menos, de sus semejantes. Los resultados de estas relaciones erróneas se manifiestan, en el plano social, como guerras, revoluciones, explotación y desorden; en el plano natural, como despilfarro y agotamiento de recursos irreem­plazables; en el plano biológico, como enfermedades degenerativas y deterioro de linajes raciales; en el plano espiritual, como ceguera ante la divina Realidad y com­pleta ignorancia de la razón y propósito de la existencia humana. En tales circunstancias, sería extraordinario que no sufriesen los rectos e inocentes; como sería extraordi­nario que los inocentes ríñones y el recto corazón no padeciesen por los pecados de un paladar alcohólico y un estómago sobrecargado; pecados, puede añadirse, im­puestos a esos órganos por la voluntad del individuo glotón al cual pertenecen, como él pertenece a una socie­dad que otros individuos, contemporáneos y predeceso­res suyos, convirtieron en una vasta y perdurable encar­nación del desorden, que hace sufrir a sus miembros y los infecta con su propia ignorancia y perversidad. El hombre recto sólo puede escapar al sufrimiento aceptándolo y pasando más allá; y sólo puede hacer esto pasando de la rectitud a una total abnegación y concentración en Dios, cesando de ser solamente un fariseo, o buen ciudadano, y llegando a ser "perfecto como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto". Las dificultades que se oponen a tal transfiguración son, obviamente, enormes. Pero ¿quién de los que "hablan con autoridad" dijo jamás que fuese fácil el camino de la liberación completa o que no fuese angosta la puerta?


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