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1 - ESO ERES TÚ


Al estudiar la Filosofía Perenne podemos empezar por abajo, con la práctica y la moral; por arriba, con la consi­deración de las verdades metafísicas; o, finalmente, por el medio, en el punto focal en que mente y materia, acción y pensamiento se dan cita en la psicología humana.

La entrada inferior es la preferida por los maestros estrictamente prácticos, hombres que, como Gautama Buda, no son dados a especulaciones y cuyo principal cuidado es apagar en el corazón de los hombres los horribles fuegos de codicias, rencores y apasionamientos. Por la puerta superior van aquellos cuya vocación es pensar y especular, los filósofos y teólogos natos. El acce­so del medio da entrada a los expositores de lo que se ha llamado "religión espiritual", a los devotos contemplati­vos de la India, los sufíes del Islam, los místicos católicos del fin de la Edad Media y, en la tradición protestante, a hombres como Denk, Franck y Castelio, como Everard y John Smith, los primeros cuáqueros y William Law.

Por esta puerta central, y precisamente por serlo, hare­mos nuestra entrada en la materia de este libro. La psico­logía de la Filosofía Perenne tiene su fuente en la metafísi­ca y desemboca lógicamente en un modo de vida y un sistema ético característicos. Partiendo de este punto me­dio de la doctrina, le es fácil a la mente moverse en cualquiera de ambas direcciones.

En la presente sección limitaremos nuestra atención a un solo rasgo de esta psicología tradicional —el más importante, aquel en que más enfáticamente insisten to­dos los expositores de la Filosofía Perenne y, podríamos añadir, el menos psicológico. Pues la doctrina que se ilustrará en esta sección pertenece a la antología más bien que a la psicología; a la ciencia, no del yo personal, sino de aquel eterno Yo que está en el fondo de los yos particulares, individualizados, y que se identifica con la divina Base o es por lo menos afín a ella. Fundada en la experiencia directa de los que cumplieron las necesarias condiciones de tal conocimiento, esta enseñanza se ex­presa del modo más sucinto en la fórmula sánscrita tat tvam así ("Eso eres tú"); el Atman, o inmanente yo eter­no, es uno con Brahm, Principio Absoluto de toda exis­tencia, y la finalidad última de todo ser humano es descu­brir el hecho por sí mismo, hallar quién es él realmente.

Cuanto más Dios está en todas las cosas, tanto más está fuera de ellas. Cuanto más está dentro, tanto más fuera.

Eckhart

Sólo lo trascendente, lo completamente otro, puede ser inmanente sin ser modificado por el devenir de aquello en que reside. La Filosofía Perenne enseña que es desea­ble y aun necesario conocer la Base espiritual de todas las cosas, no sólo en el interior del alma, sino también fuera, en el mundo, y, más allá del mundo y el alma, en su alteridad trascendente —"en el cielo".


Aunque Dios está presente en todas partes, sin em­bargo sólo es presente a ti en la parte más honda y más central de tu alma. Los sentidos naturales no pueden poseer a Dios ni unirte a Él; aun más, tus internas facultades de entendimiento, voluntad y memoria sólo pueden lanzarse hacia Dios, pero no ser el lugar de su habitación en ti. Mas existe una raíz u hondura de ti de donde surgen todas estas facultades, como líneas de un centro, o como ramas del tronco de un árbol. Esta hondura es llamada centro base o fondo del alma. Esta hondura es la unidad, la eternidad —casi dije la infini­dad— de tu alma; pues es tan infinita que nada puede satisfacerla o darle descanso sino la infinidad de Dios.

William Law

Esta cita parece contradecir lo dicho antes, pero la contradicción no es real. Dios dentro y Dios fuera —he aquí dos abstracciones que pueden ser contempladas por el entendimiento y expresadas en palabras. Pero los he­chos a que estas nociones se refieren no pueden ser advertidos y experimentados sino en "la parte más honda y más central del alma". Y esto es cierto no menos de Dios fuera que de Dios dentro. Mas aunque las dos nocio­nes abstractas han de ser advertidas (para emplear una metáfora espacial) en el mismo sitio, el carácter intrínseco del advertimiento de Dios dentro es cualitativamente di­ferente del advertimiento de Dios fuera, y cada uno es a su vez diferente del advertimiento de la Base como simul­táneamente dentro y fuera, como Yo del que percibe y al mismo tiempo (en las palabras del Bhagavad Gita) como "Aquello de que todo este mundo está infundido".

Cuando Svetaketu tuvo doce años, fue mandado a un maestro, con el que estudió hasta cumplir los veinti­cuatro. Después de aprender todos los Vedas, regresó al hogar lleno de presunción en la creencia de que poseía una educación consumada, y era muy dado a la censura.

Su padre le dijo: —Svetaketu, hijo mío, tú que estás tan pagado de tu ciencia y tan lleno de censuras, ¿has buscado el conocimiento por el cual oímos lo inaudible, y por el cual percibimos lo que no puede percibirse y sabemos lo que no puede saberse?

—¿Cuál es este conocimiento, padre mío? —pregun­tó Svetaketu.

Su padre respondió: —Como conociendo un terrón de arcilla se conoce todo lo que está hecho de arcilla, pues la diferencia es sólo en el nombre, pero la verdad es que todo es arcilla, así, hijo mío, es el conocimiento que, una vez adquirido, nos hace saberlo todo.

—Pero sin duda esos venerables maestros míos ig­noran este conocimiento, pues, si lo poseyesen me lo habrían comunicado. Dame, pues, tú, padre mío, este conocimiento.

—Así sea —contestó el padre... Y dijo—. Tráeme un fruto del árbol del nyagrodha.

—Aquí está, padre.

—Rómpelo.

—Roto está, padre.

—¿Qué ves ahí?

—Unas simientes, padre, pequeñísimas.

—Rompe una.

—Rota está.

—¿Qué ves ahí?

—Nada.

El padre dijo: —Hijo mío, en la esencia sutil que no percibes ahí, en esa esencia está el ser del enorme árbol del nyagrodha. En eso que es la sutil esencia, todo lo que existe tiene su yo. Eso es lo Verdadero, eso es el Yo, y tú, Svetaketu, eres Eso.



—Por favor, padre —dijo el hijo—, dime más.

—Así sea, hijo mío —respondió el padre, y dijo—: Pon esta sal en agua, y vuelve mañana por la mañana.

El hijo cumplió lo mandado.

A la mañana siguiente, el padre dijo: —Tráeme la sal que pusiste en el agua.

Buscóla el hijo, pero no pudo encontrarla, pues la sal, por supuesto, se había disuelto.

El padre dijo: —Prueba el agua de la superficie de la vasija. ¿Cómo es?

—Salada.

—Prueba del medio. ¿Cómo es?

—Salada.

—Prueba del fondo. ¿Cómo es?

—Salada.

El padre dijo: —Tira el agua y vuelve.


Hízolo el hijo, pero la sal no se perdió, pues la sal existe para siempre.

Entonces dijo el padre: —Ahí igualmente, en ese cuerpo tuyo, hijo mío, no percibes lo Verdadero pero ahí está realmente. En eso que es la esencia sutil, todo lo que existe tiene su yo. Eso es lo Verdadero, eso es el Yo, y tú, Svetaketu, eres Eso.



Del Chandogya Upanishad

El hombre que desea conocer el "Eso" que es "Tú" puede ponerse a la obra de una de tres maneras.

Puede empezar dirigiendo la mirada hacia adentro, a su tú particular y, por un proceso de "morir para el yo" —yo en el raciocinio, yo en la voluntad, yo en el senti­miento— llegar por fin al conocimiento del Yo, el interno Reino de Dios. O bien puede empezar con los tús que existen fuera de él e intentar advertir su esencial unidad con Dios y, Dios mediante, uno con otro y con su propio ser. O, finalmente (y ésta es sin duda la mejor manera), puede procurar abordar el Eso último desde dentro y desde fuera, de modo que llegue experimentalmente al advertimiento de Dios como a la vez el principio de su propio tú y de todos los demás tús, animados e inanima­dos. El ser humano completamente iluminado sabe, con Law, que Dios "está presente en la parte; más honda y más central de su alma"; pero es también, y al mismo tiempo, uno de aquellos que, en las palabras de Plotino, ven todas las cosas, no en proceso de devenir, sino en el Ser, y se ven a sí mismos en el otro. Cada ser contiene en sí mismo todo el mundo inteligible. De ahí que Todo está en todas partes. Cada uno es Todo, y Todo es cada uno. El hombre, tal cual es ahora, ha cesado de ser el Todo. Pero cuando deja de ser un individuo, se eleva de nuevo y penetra el mundo entero.
En la más o menos oscura intuición de la unidad que es la base y principio de toda multiplicidad, tiene la filosofía su fuente. Y no sólo la filosofía, sino asimismo la ciencia natural. Toda ciencia, según la frase de Meyerson, es reducción de multiplicidades a identidades. Adivinan­do el Uno dentro y más allá de los muchos, hallamos una intrínseca plausibilidad en cualquier explicación de lo diverso en términos de un solo principio.

La filosofía de los Upanishads reaparece, desarrollada y enriquecida, en el Bhagavad Gita, y fue finalmente sistematizada, en el siglo nono de nuestra era, por Shankara. La enseñanza de Shankara (simultáneamente teórica y práctica, como lo es la de todos los verdaderos expositores de la Filosofía Perenne) está resumida en su tratado en verso Viveka-Chuda-mani ("Penacho de Joyas de la Sabiduría"). Todos los pasajes siguientes están saca­dos de esta obra convenientemente breve y no técnica.

El Afanan es aquello de que está penetrado el universo, pero que nada penetra; que hace brillar todas las cosas, pero que todas las cosas no pueden hacer brillar...

La naturaleza de la Realidad una debe conocerse por la clara percepción espiritual de uno mismo; no puede conocerse mediante un pandit (hombre docto). Análogamente, la forma de la luna sólo puede cono­cerse por los ojos de uno mismo. ¿Cómo podría cono­cerse por otro?

¿Quién, sino el Atman, es capaz de quitar las ligadu­ras de la ignorancia, la pasión y la acción egoísta?

La liberación no puede alcanzarse sino por la per­cepción de la identidad del espíritu individual con el Espíritu universal. No puede alcanzarse ni por el Yoga (adiestramiento físico) ni por el Sankhya (filosofía es­peculativa), ni por la práctica de ceremonias religiosas, ni por el simple estudio...

La enfermedad no se cura pronunciando el nombre de medicina, sino tomando medicina. La liberación no se alcanza repitiendo la palabra "Brahm", sino experi­mentando directamente el Brahm...
El Atman es el Testimonio del espíritu individual y de su obrar. Es el conocimiento absoluto...

El sabio es el que comprende que la esencia de Brahm y de Atman es Conciencia Pura y advierte su completa identidad. La identidad de Brahm y Atman es afirmada en centenares de textos sagrados...

Casta, credo, familia y linaje no existen en Brahm. Brahm no tiene nombre ni forma, trasciende el mérito y el demérito, está más allá del tiempo, el espacio y los objetos de la experiencia sensoria. Tal es Brahm, y "tú eres Eso". Medita esta verdad dentro de tu conciencia.

Supremo más allá del poder expresivo de las pala­bras, Brahm, con todo, puede ser aprehendido por los ojos de la pura iluminación. Pura, absoluta y eterna Realidad, tal es Brahm, y "tú eres Eso". Medita esta verdad dentro de tu conciencia...

Aunque Uno, Brahm es la causa de muchos. No existe otra causa. Y con todo Brahm es independiente de la ley de causalidad. Tal es Brahm, y "tú eres Eso". Medita esta verdad dentro de tu conciencia...

La verdad de Brahm puede ser comprendida intelectualmente. Pero (aun en los que así la comprenden) el deseo de separación personal está muy arraigado y es potente, pues existe desde el tiempo incomenzado. Crea la idea: "Yo soy el autor, yo soy quien experimenta." Esta idea es la causa de la servidumbre a la existencia condi­cional, nacimiento y muerte. Puede ser apartada sólo por el ansioso esfuerzo por vivir constantemente en unión con Brahm. Por los sabios, el desarraigo de esta idea y del ansia de separación personal es llamado Liberación.

Es la ignorancia lo que nos hace identificarnos con el cuerpo, el yo, los sentidos o cualquier cosa que no sea el Atman. Sabio es el hombre que vence esta ignorancia por devoción al Atman...

Cuando un hombre sigue el camino del mundo, el camino de la carne, o el camino de la tradición (esto es, cuando cree en los ritos religiosos y la letra de las escrituras, como si fueran intrínsecamente sagrados), el conocimiento de la Realidad no puede surgir en él.


Los sabios dicen que este triple camino es como una cadena de hierro, que ata los pies de aquel que aspira a escapar de la cárcel de este mundo. El que se liberta de la cadena alcanza la Salvación.

Shankara


En las formulaciones taoístas de la Filosofía Perenne se insiste, con no menor fuerza que en los Upanishads, el Gita y los escritos de Shankara, en la inmanencia univer­sal de la trascendente Base espiritual de toda existencia. Lo que sigue es un extracto de uno de los grandes clásicos de la literatura taoísta, el Libro de Chuang Tse, que en su mayor parte parece haber sido escrito entre los siglos cuarto y tercero antes de J. C.

No preguntes si el Principio está en esto o en aque­llo; está en todos los seres. Por esta razón le aplicamos los epítetos de supremo, universal total... Ha ordenado que todas las cosas sean limitadas, pero Él es ilimitado, infinito. En lo que corresponde a la manifestación, el Principio causa la sucesión de sus fases, pero no es esta sucesión. Es el autor de causas y efectos, pero no es las causas y efectos. Es el autor de condensaciones y disipaciones (nacimiento y muerte, cambios de esta­do), pero no es condensaciones y disipaciones. Todo procede de Él y está bajo su influjo. Está en todas las cosas, pero no es idéntico a los seres, pues no está diferenciado ni limitado.



Chuang Tse
Del taoísmo pasamos al budismo mahayánico que, en el Extremo Oriente, llegó a asociarse estrechamente con el taoísmo, dando y tomando hasta que los dos se fusio­naron finalmente en lo que se conoce como el Zen. La Lankavatara Sutra, de la que tomamos la siguiente cita, es la sagrada escritura que el fundador del budismo del Zen recomendaba expresamente a sus discípulos.

Los que vanamente razonan sin comprender la verdad se pierden en la selva de los Vijnanas (las diversas formas del conocimiento relativo), corriendo de aquí para allá e intentando justificar su opinión sobre la sustancia del yo.

El yo advertido en tu más íntima conciencia aparece en su pureza; ésta es el Tathagata-garbha (literalmente, seno de Buda), que no es el reino de los que se entre­gan al mero raciocinio...

Puro en su propia naturaleza y libre de la categoría de finito e infinito, el Espíritu Universal es el inmacula­do seno de Buda, erróneamente aprehendido por los seres sensibles.



Lankavatara Sutra

Una Naturaleza, perfecta y penetrante, circula en todas las naturalezas;

una Realidad, que todo lo abarca, contiene en sí todas las realidades.

La luna singular se refleja dondequiera que exista una capa de agua,

y todas las lunas de las aguas son abarcadas dentro de la Luna.

El cuerpo-Dharma (lo Absoluto) de todos los Budas entra en mi propio ser.

Y mi propio ser se halla en unión con los suyos...

La luz interior está más allá del elogio y la censura; como el espacio, no conoce límites;

pero está ahí, dentro de nosotros, reteniendo siem­pre su serenidad y plenitud.

Sólo cuando la persigues la pierdes;

no puedes asirla, pero igualmente no puedes desem­barazarte de ella;

y no pudiendo hacer tú ninguna de ambas cosas, ella sigue su propio camino.


Tú callas y ella habla, tú hablas y ella enmudece; la gran puerta de la caridad está abierta de par en par, sin ningún obstáculo enfrente.

Yung-chia Ta-shih
No es éste el lugar de discutir las diferencias doctrinales entre budismo e hinduismo, ni soy yo competente para ello. Baste señalar que, cuando insistía en que los seres humanos eran por naturaleza "no Atman", el Buda habla­ba evidentemente del yo personal y no del Yo universal. Los polemistas brahmánicos, que aparecen en algunos de los textos pali, ni tan sólo mencionan la doctrina vedántica de la identidad de Atman y la Divinidad y la no identidad del yo y Atman. Lo que sostienen y Gautama niega es el carácter firme y la persistencia eterna de la psique individual. "Como el hombre poco inteligente bus­ca la residencia de la música en el cuerpo del laúd, así espera encontrar un alma dentro de los sandhas (los agregados materiales y psíquicos, de que se compone el cuerpo mental individual)." Sobre la existencia del Atman que es Brahm, como sobre la mayor parte de otras mate­rias metafísicas, el Buda rehusa hablar, alegando que tales discusiones no propenden a la edificación o progre­so espiritual entre los miembros de una orden monástica, como la que había fundado. Pero, aunque ofrece peligros, aunque puede llegar a ser la distracción más absorbente, por ser la más seria y noble, la especulación metafísica es inevitable y finalmente necesaria. Aun los hinayanistas lo descubrieron y, posteriormente, los mahayanistas habían de desarrollar, en relación con la práctica de su religión, un espléndido e imponente sistema de pensamiento cosmológico, ético y psicológico. Este sistema se fundaba en los postulados de un idealismo estricto y profesaba prescindir de la idea de Dios. Pero la experiencia moral y espiritual era demasiado fuerte para la teoría filosófica y, bajo la inspiración de la experiencia directa los redactores de las sufras mahayánicas se encontraron empleando todo su ingenio para explicar por qué el Tathagata y los Bodhisattvas despliegan una caridad infinita hacia seres que no existen realmente. Al mismo tiempo estiraban el marco del idealismo subjetivo para hacer sitio a la Mente Universal; suavizaban la idea del inanimismo con la doc­trina de que, una vez purificada, la mente individual puede identificarse con la Mente Universal o seno de Buda; y, mientras sostenían el ateísmo afirmaban que esta advertible Mente Universal es la conciencia íntima del eterno Buda y que la mente de Buda está asociada con "un gran corazón compasivo" que desea la liberación de todo ser sensible y concede la divina gracia a todos los que hacen un serio esfuerzo por alcanzar la finalidad ultima del hombre. En una palabra, a pesar de su poco propicio vocabulario, las sufras mahayánicas contienen una formulación auténtica de la Filosofía Perenne —una formulación que, en algunos aspectos (como veremos al llegar a la sección "Dios en el mundo") es más completa que ninguna otra.

En la India, como en Persia, el pensamiento mahome­tano vino a enriquecerse con la doctrina de que Dios es inmanente, a más de trascendente, mientras que a las prácticas mahometanas se agregaban las disciplinas mo­rales y los "ejercicios espirituales" por medio de los que el alma se prepara para la contemplación o conocimiento unitivo de la divinidad. Es un hecho histórico significativo el que el poeta-santo Kabir sea considerado correligiona­rio tanto por los musulmanes como por los hindúes. La política de aquellos cuya meta está más allá del tiempo es siempre pacífica; son los idólatras del pasado y el futuro, del recuerdo reaccionario y el sueño utópico, los que desencadenan las persecuciones y las guerras.

Ve sólo Uno en todas las cosas; es el segundo el que te descarría.

Kabir
Que esta penetración en la naturaleza de las cosas y el origen del bien y del mal no está limitada exclusivamente a los santos, sino que es oscuramente reconocida por todo ser humano, lo prueba la estructura misma de nues­tro lenguaje. Pues el lenguaje, como Richard Trench lo señaló hace tiempo, es con frecuencia "más sabio, no sólo que el vulgo, sino hasta que los más sabios de los que lo hablan. A veces encierra verdades que en otro tiempo eran bien conocidas, pero que se han olvidado. En otros casos, contiene los gérmenes de verdades que, aunque no fuesen nunca claramente discernidas, atisbo el genio de sus inventores en un afortunado momento de adivina­ción". Por ejemplo: ¡cuan significativo es el que, en los idiomas indoeuropeos, como lo señaló Darmsteter, la raíz que significa "dos" indique daño! El prefijo griego dys (como en dispepsia) y el latino dis (como en disgusto) son ambos derivados de "dúo". El afín bis da un sentido peyorativo a ciertas modernas palabras francesas como bévue "torpeza" (literalmente "dosvista"). Rastros de ese "segundo que te descarría" pueden hallarse en "dudoso", "duda" y Zweifel —pues dudar es tener dos pensamien­tos. Bunyan tiene a su Sr. Doble Cara, y el moderno "slang" norteamericano tiene a sus two-timers. Grave e inconscientemente sabio, nuestro lenguaje confirma la experiencia de los místicos y proclama la esencial maldad de la división-palabra, digamos de pasada, en que nues­tro viejo enemigo "dos" hace otra aparición decisiva.

Puede observarse aquí que el culto de la unidad en el plano político es sólo un ersatz idólatra de la genuina religión de la unidad en los planos personal y espiritual. Los regímenes totalitarios justifican su existencia median­te una filosofía de monismo político, según el cual el Estado es Dios en la Tierra, la unificación bajo la planta del divino Estado es la salvación, y todos los medios tendientes a tal unificación, por más perversos que intrín­secamente sean son justos y pueden emplearse sin escrú­pulos. Este monismo político conduce en la práctica a privilegios y poder excesivos para unos pocos y a la opresión para la mayoría, el descontento en el país y la guerra con los países extranjeros. Pero el poder y los privilegios excesivos son perpetuas tentaciones hacia el orgullo, la codicia, la vanidad y la crueldad; la opresión se resuelve en miedo y envidia, la guerra engendra el odio, la angustia y la desesperación. Tales emociones negativas son fatales a la vida espiritual. Sólo los puros de corazón y pobres de espíritu pueden llegar al conocimiento unitivo de Dios. De ahí que la tentativa de imponer en las socie­dades más unidad de aquella para la cual están prepara­dos sus miembros, hace que sea psicológicamente casi imposible para esos individuos el advertir su unidad con la divina Base y unos con otros.

Entre los cristianos y los sufíes, a cuyos escritos volve­mos ahora, hay principalmente la preocupación por el espíritu humano y su esencia divina.

Mi Yo es Dios, y no reconozco otro Yo que mi Dios mismo.

Santa Catalina de Genova

En aquello en que el alma es distinta de Dios tam­bién es distinta de sí misma.

San Bernardo

Yo fui de Dios a Dios, hasta que exclamaron desde mí en mí: "¡Oh tú Yo!"

Bayazid de Bisutún
Dos de las registradas anécdotas acerca de este santo sufí merecen ser citadas aquí. "Cuando preguntaron a Bayazid qué edad tenía, respondió: 'Cuatro años.' Dijéronle: '¿Cómo puede ser esto?' Contestó: 'Estuve se­parado de Dios por el velo del mundo durante setenta años, pero Le he visto en los últimos cuatro años. El período durante el cual se está velado no pertenece a la vida de uno.'" En otra ocasión alguien llamó a la puerta del santo, exclamando: "¿Está Bayazid ahí?" Bayazid con­testó: "¿Está alguien aquí salvo Dios?"

Para medir el alma, debemos medirla con Dios, pues la Base de Dios y la Base del Alma son una y la misma.



Eckhart

El espíritu posee a Dios esencialmente en la desnu­da naturaleza, y Dios al espíritu.



Ruysbroeck

Pues aunque se hunda toda en la unidad de la divinidad no alcanza nunca al fondo. Pues está en la esencia misma del alma el que no pueda sondar las honduras de su creador. Y aquí no se puede hablar ya más del alma, pues perdió su naturaleza allá, en la unidad de la esencia divina. Allí no es ya llamada alma, sino ser inmensurable.

Eckhart

El conociente y lo conocido son uno. Los simples imaginan que deberían ver a Dios, como si El estuviera allí y ellos aquí. No es esto. Dios y yo, somos uno en el conocimiento.



Eckhart
"Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí." O quizá sería más preciso emplear el verbo transitivamente y decir: "Vivo, pero no yo; pues es el Logos quien me vive" —me vive como un actor vive su papel. En tal caso, por supuesto, el actor es siempre infinitamente superior al papel. En lo que concierne a la vida real, no hay personajes shakespearia-nos; hay sólo Catones addisonianos o, con más frecuencia, tías de Carlitos que creen ser Julio César o el Príncipe de Dinamarca. Pero, por misericordiosa dispensa, cada perso­naje dramático puede siempre hacer que sus viles, estúpi­dos versos sean recitados y sobrenaturalmente transforma­dos por el divino equivalente de un Garrick.

¡Oh, Dios mío! ¿Cómo es, en este pobre y viejo mundo, que, siendo Tú tan grande, nadie te encuentre; que, llamando Tú con voz tan fuerte, nadie te oiga; que, estando Tú tan próximo, nadie te sienta; que, dándote Tú a todos, nadie sepa Tu nombre? Los hom­bres huyen de Ti y dicen que no pueden hallarte; vuelven la espalda y dicen que no pueden verte; tápanse los oídos y dicen que no pueden oírte.



Hans Denk
Entre los místicos católicos de los siglos catorce y quin­ce y los cuáqueros del diecisiete se abre un ancho abismo de tiempo que hacen horrible, en lo que a la religión respecta, las guerras y persecuciones entre sectas. Pero este abismo tiene un puente formado por una sucesión de hombres que Rufas Jones, en la única obra inglesa accesi­ble dedicada a sus vidas y enseñanzas, llamó "reformadores espirituales". Denk, Franck, Castelio, Weigel, Everard, los platónicos de Cambridge; pese al asesinato y la locu­ra, la sucesión apostólica no se rompe. Las verdades dichas en la Theologia Germánica —ese libro que Lutero declaraba amar tanto y del cual, a juzgar por su conducta, había aprendido tan poco— eran pronunciadas una vez más por ingleses durante la guerra civil y bajo la dictadu­ra de Cromwell. La tradición mística, perpetuada por los reformadores espirituales protestantes, se había hecho difusa, por así decirlo, en la atmósfera religiosa de la época en que George Fox tuvo su primera gran "abertu­ra" y supo por experiencia directa

que Todo Hombre era iluminado por la Divina Luz de Cristo, y la vi brillar en todos; y que los que creían en ella salían de la Condenación y entraban en la Luz de la Vida y tornábanse Hijos suyos; y los que la odiaban y no creían en ella eran condenados por ella, aunque hicie­ran profesión de Cristo. Esto vi en las puras Aberturas de Luz, sin ayuda de ningún hombre, y tampoco sabía entonces dónde hallarlo en la Sagrada Escritura, aun­que después, buscando en ellas, lo encontré.

Del Diario de Fox

La doctrina de la Luz Interior alcanzó una formulación más clara en los escritos de la segunda generación de cuáqueros. "Existe —escribía William Penn— algo más próximo a nosotros que a la Escritura, a saber, el Verbo, del corazón de donde proceden todas las Escrituras." Y algo más tarde Robert Barclay quería explicar la experiencia directa del tat tvam asi en términos de una teología agustiniana que, por supuesto, había de ser considerable­mente estirada y pulida para que se ajustara a los hechos. El hombre, declaraba en sus famosas tesis, es un ser caído, incapaz para el bien, de no ser que esté unido a la Divina Luz. Esta Divina Luz es Cristo dentro del alma humana, y es tan universal como la semilla del pecado. Todos los hombres, así los paganos como los cristianos, se hallan dotados de la Luz Interior, aunque quizá nada sepan de la historia externa de la vida de Cristo. La justificación corres­ponde a aquellos que no resisten a la Luz Interior y así permiten en sí mismos un renacimiento de santidad.

La bondad no necesita penetrar en el alma, pues ya está en ella, aunque no se perciba.

Theologia Germánica


Cuando las Diez Mil cosas se ven en su unidad, volvemos al Origen y nos quedamos donde estuvimos siempre.

Sen T' sen

Por no saber Quién somos, por no advertir que el Reino del Cielo está en nosotros, nos conducimos del modo generalmente tonto, a menudo insano, a veces criminal, tan característicamente humano. Somos salva­dos, somos libertados e iluminados, al percibir la hasta entonces inadvertida bondad que está ya en nosotros, al volver a nuestra eterna Base para quedarnos donde, sin saberlo, hemos estado siempre. Platón se expresa en el mismo sentido cuando dice en la República, que "la virtud de la sabiduría contiene, más que otra cosa, un elemento divino que permanece siempre". Y en el Theaetetus saca la conclusión, en que tan a menudo insisten los que practicaron la religión espiritual, de que sólo haciéndonos semejantes a Dios podemos conocerlo —y hacerse semejante a Dios es identificarse con el ele­mento divino que, en el hecho, constituye nuestra natura­leza esencial, pero que preferimos no advertir en nuestra ignorancia, involuntaria en su mayor parte.

Están en el camino de la verdad los que aprehenden a Dios por medio de lo divino, la Luz por la luz.



Filón
Filón era el expositor de la helenística religión de miste­rios que se desarrolló, como lo ha mostrado el profesor Goodenough, entre los judíos de la Dispersión, aproxima­damente entre el 200 a. de J. C. y el 100 d. de J. C. Reinterpretando el Pentateuco en términos de un sistema metafísico derivado del platonismo, neopitagorismo y es­toicismo, Filón transformó al Dios del Antiguo Testamento, completamente trascendental y casi antropomórficamente personal, en la Mente Absoluta, inmanente-tras-cendente, de la Filosofía Perenne. Más aun que de los ortodoxos escribas fariseos de esa crítica centuria que presenció, junto con la diseminación de las doctrinas de Filón, los comienzos del cristianismo y la destrucción del Templo de Jerusalén, aun de los guardianes de la ley surgen expresiones significativamente místicas. Hilel, el gran rabino cuyas enseñanzas sobre la humildad y el amor de Dios y el hombre parecen una versión anterior, menos pulida, de algunos de los sermones del Evangelio, pronunció, según se dice, las palabras siguientes ante un grupo reunido en los patios del Templo: "Si estoy aquí [es Jehová quien habla por boca de su profeta], todos están aquí. Si no estoy aquí, nadie está aquí."

El Amado lo es todo; el amigo meramente Le vela; el Amado es todo lo que vive; el amigo, una cosa muerta.



Jalal-uddin Rumi

Hay un espíritu en el alma, no tocado por el tiempo ni la carne, que fluye del Espíritu, permanece en el Espíritu y es totalmente espiritual. En este principio está Dios, siempre lozano, siempre floreciente en toda la alegría y la gloria de su Yo real. A veces he llamado a este principio Tabernáculo del alma, a veces Luz espiri­tual; otras, digo que es una Chispa. Mas ahora digo que está más exaltado sobre esto y aquello que no lo están los cielos sobre la tierra. Ahora, pues, lo designo de un modo más noble... Está libre de todo nombre y exento de toda forma. Es uno y simple, como Dios es uno y simple, y ningún hombre puede en modo alguno contemplarlo.



Eckhart
Toscas formulaciones de algunas de las doctrinas de la filosofía Perenne pueden hallarse en los sistemas ideológi­cos de los pueblos no civilizados, llamados primitivos, del mundo. Entre los maoríes, por ejemplo, todo ser humano es considerado como un compuesto de cuatro elementos —un divino principio eterno, conocido por el toiora; un yo, que desaparece en la muerte; una sombra espectral, o psique, que sobrevive a la muerte, y finalmente un cuerpo. Entre los indios Oglala el elemento divino es llamado sican, y se considera idéntico al ton, o divina esencia del mundo. Otros elementos del yo son el nagi, o personalidad, y el roya, o alma vital. Después de la muerte el sican se reúne a la divina Base de todas las cosas, el nagi sobrevive al mundo espectral de los fenómenos psíquicos y el niya desaparece en el universo material.

Con respecto a ninguna sociedad "primitiva" del siglo veinte, podemos descartar la posibilidad de préstamo o influjo de alguna cultura superior. No tenemos, pues, derecho a inferir el pasado del presente. Por el hecho de que muchos salvajes contemporáneos tengan una filoso­fía esotérica que es monoteísta con un monoteísmo que es a veces de la variedad del "Eso eres tú", no estamos autorizados a deducir sin más que los hombres neolíticos o paleolíticos mantuvieran opiniones semejantes.

Más lícitas y más intrínsecamente plausibles son las inferencias que pueden hacerse de lo que sabemos de nuestra propia fisiología y psicología. Sabemos que las mentes humanas se han demostrado capaces de todo, de la imbecilidad a la teoría de los cuantos, del Mein Kampf y el sadismo a la santidad de Felipe Neri, de la metafísica a las palabras cruzadas, la política de fuerza y la Missa Solemnis. También sabemos que la mente humana está de algún modo asociada con el cerebro humano, y tenemos harto buenas razones para suponer que no ha habido cambios considerables en el tamaño y la conformación del cerebro humano durante muchos miles de años. Por consi­guiente, parece razonable inferir que la mente humana, en el remoto pasado, era capaz de tantos y tan variados grados y clases de actividad como lo es actualmente.

Sin embargo, es cierto que muchas actividades em­prendidas por la mente humana en los presentes días no lo eran, en el remoto pasado, por ninguna mente. Ello puede explicarse por varias obvias razones. Ciertos pen­samientos son prácticamente impensables salvo en tér­minos de un lenguaje apropiado y dentro del marco de un apropiado sistema de clasificación. Donde no existen estos necesarios instrumentos, los pensamientos en cuestión no se expresan ni aun se conciben. Y no es esto todo: el incentivo para desarrollar los instrumentos de ciertas clases de pensamiento no está siempre presente. Por largos períodos de historia y prehistoria, parecería que hombres y mujeres, aunque perfectamente capaces de hacerlo, no deseaban prestar atención a problemas en que sus descendientes hallaron un interés absorben­te. Por ejemplo, no hay razón para suponer que, entre los siglos trece y veinte, la mente humana sufriese nin­guna clase de cambio evolutivo, comparable al cambio, digamos, en la estructura física de la pata del caballo en un espacio de tiempo geológico incomparablemente más largo. Lo que ocurrió fue que los hombres desvia­ron su atención de ciertos aspectos de la realidad a ciertos otros aspectos. El resultado, entre otras cosas, fue el desarrollo de las ciencias naturales. Nuestras per­cepciones y nuestro entendimiento son dirigidos, en gran parte, por nuestra voluntad. Advertimos y medita­mos las cosas que, por una u otra razón, deseamos ver y comprender. Donde hay voluntad, hay siempre un me­dio intelectual. Las capacidades de la mente humana son casi indefinidamente grandes. Cualquier cosa que queramos hacer, sea llegar al conocimiento unitivo de la Divinidad, sea la manufactura de lanzallamas automoto­res, somos capaces de hacerlo, con la condición siempre de que la vocación sea lo bastante intensa y sostenida. Está bien claro que muchas de las cosas a que los hombres modernos han querido dedicar su atención eran pasadas por alto por sus predecesores. En conse­cuencia, los medios mismos para pensar clara y fructíferamente sobre tales cosas permanecieron sin inventar, no meramente durante los tiempos prehistóricos, sino aun hasta el comienzo de la Edad Moderna.



La falta de un vocabulario apropiado y un adecuado marco de referencia, y la ausencia de todo deseo real­mente fuerte y sostenido de inventar esos necesarios instrumentos de pensamiento —he aquí dos razones sufi­cientes para explicar por qué tantas de las casi ilimitadas posibilidades de la mente humana permanecieron tan largo tiempo sin realizarse. Otra razón que, en su propio plano, es igualmente convincente, es la que sigue: gran parte del pensamiento más original y provechoso del mundo se realiza por personas de pobre físico y de espíri­tu todo lo contrario de práctico. A causa de esto y de que el valor del pensamiento puro, sea analítico o integral, ha sido en todas partes más o menos claramente reconocido, toda sociedad civilizada tomaba, y aún toma, medidas para proteger hasta cierto punto a los pensadores de las dificultades y angustias ordinarias de la vida social. La ermita, el monasterio, el colegio, la academia y el labora­torio de investigación; el cuenco del mendigo, las dota­ciones, el patrocinio y la concesión de subvenciones pú­blicas; tales son los principales medios que han usado los activos para la conservación de esa rara ave, el contem­plativo religioso, filosófico, artístico o científico. En mu­chas sociedades primitivas las condiciones son duras y no hay excedente de riqueza. El contemplativo nato tiene que arrostrar sin protección la lucha por la existencia y el predominio social. El resultado, en muchos casos, es que muere joven o está tan desesperadamente atareado por sólo mantenerse vivo que no puede dedicar su atención a nada más. Cuando esto ocurra, la filosofía dominante era la del duro, extravertido hombre de acción. Todo esto arroja alguna luz —débil, ciertamente, y meramente ilativa— sobre el problema de la perennidad de la Filoso­fía Perenne. En la India, las Escrituras eran consideradas, no como revelaciones hechas en un momento dado de la historia, sino como evangelios eternos, existentes desde siempre hasta siempre, en tanto que coetáneos del hom­bre, o aun de cualquier otra clase de ser, corpóreo o incorpóreo, que estuviese provisto de razón. Opinión se­mejante es expresada por Aristóteles, que considera las verdades fundamentales de la religión como eternas e indestructibles. Ha habido elevaciones y caídas, períodos (literalmente "caminos alrededor" o cielos) de progreso y retroceso; pero el gran hecho de Dios como Primer Motor de un universo que participa de Su divinidad ha sido siempre reconocido. A la luz de lo que sabemos del hom­bre prehistórico (y lo que sabemos no va más allá de unas piedras picadas y algunas pinturas, dibujos y esculturas) y de lo que podemos legítimamente inferir de otros cam­pos, mejor documentados, del conocimiento, ¿qué debe­mos pensar de estas doctrinas tradicionales? Mi opinión es la de que acaso sean verdaderas. Sabemos que los contemplativos, tanto en la esfera del pensamiento analí­tico como en la del pensamiento integral, han aparecido en apreciable número y a intervalos frecuentes en el curso de la historia documentada. Que muchas de esas perso­nas murieron jóvenes o no pudieron ejercer sus faculta­des, es cosa segura. Pero algunas de ellas habrán sobrevi­vido. Sobre este punto, es muy significativo que, entre muchos primitivos contemporáneos, se hallen dos tramas de pensamientos —una trama exotérica para la mayoría no filosófica, y una trama esotérica (a menudo monoteísta, con creencia en un Dios no meramente de poder, sino de bondad y sabiduría) para los pocos inicia­dos. No hay razón para suponer que las circunstancias fuesen más duras para los hombres prehistóricos de lo que lo son para muchos salvajes contemporáneos. Pero si un monoteísmo esotérico de la clase que parece ser natu­ral al pensador nato es posible en sociedades salvajes modernas, la mayoría de cuyos miembros aceptan la suerte de filosofía politeísta que parece ser natural a los hombres de acción, una doctrina esotérica semejante puede haber sido corriente en las sociedades prehistóri­cas. Cierto que las doctrinas esotéricas modernas acaso procedan de culturas superiores. Pero queda el significati­vo hecho de que, aunque tal sea su procedencia, tenían con todo su sentido para ciertos miembros de la sociedad primitiva y eran consideradas bastante valiosas para ser cuidadosamente conservadas. Hemos visto que muchos pensamientos son impensables fuera de un apropiado vocabulario y marco de referencia. Pero las ideas funda­mentales de la Filosofía Perenne pueden ser formuladas con un vocabulario muy simple, y las experiencias a las que las ideas se refieren pueden y, realmente, deben ser tenidas inmediatamente, y aparte de todo vocabulario. Extrañas aberturas y teofanías son otorgadas a niños harto pequeños, que a menudo son profunda y perma­nentemente afectados por tales experiencias. No hay ra­zón para suponer que lo que ahora sucede a personas con escaso vocabulario no sucediera en la remota anti­güedad. En el mundo moderno (como Vaughan, Traherne y Wordsworth entre otros, nos han dicho) el niño tiende a desarrollarse a partir de su advertimiento directo de la Base-una de las cosas; pues el hábito del pensamiento analítico es fatal a las intuiciones del pensa­miento integral, sea en el plano "psíquico" o en el espiri­tual. Las preocupaciones psíquicas pueden ser, y a menu­do son, uno de los grandes obstáculos en el camino de la auténtica espiritualidad. En las actuales sociedades primi­tivas (y, según puede presumirse, en el pasado remoto) existe mucha preocupación por el pensamiento psíquico y difundidas facultades para su ejercicio. Pero algunas personas pueden haberse abierto camino a través de la experiencia psíquica hasta la genuinamente espiritual —de la misma manera como, aun en las modernas socie­dades industrializadas, algunas personas logran salir de la dominante preocupación por la materia y de los domi­nantes hábitos del pensamiento analítico y alcanzar la experiencia directa de la Base espiritual de las cosas.

Tales, pues, brevemente expuestas, son las razones para suponer que las tradiciones históricas de la antigüe­dad oriental y nuestra propia antigüedad clásica acaso sean verdaderas. Es interesante saber que al menos un distinguido etnólogo contemporáneo está de acuerdo con Aristóteles y los vedantistas. "La etnología ortodoxa —escribe el Dr. Paul Radin en El hombre primitivo como filósofo— no ha sido más que una tentativa entusiasta y harto acrítica para aplicar la teoría darwiniana de la evolución a los hechos de la experiencia social." Y añade que "no se conseguirá ningún progreso en etnología hasta que los doctos se desembaracen de una vez por todas de la curiosa idea de que todo tiene historia; hasta que se den cuenta de que ciertas ideas y ciertos conceptos son tan finales para el hombre, en cuanto ser social, como determinadas reacciones fisiológicas son finales para el mismo en cuanto ser biológico". Entre estos conceptos finales, en opinión del Dr. Radin, está el del monoteísmo. Tal monoteísmo, con frecuencia, no es más que el recono­cimiento de un solo Poder oscuro y numinoso en el gobierno del mundo. Pero a veces puede ser genuinamente ético y espiritual.

La manía del siglo diecinueve por la historia y el utopismo profético tendía a cegar los ojos aun de sus más agudos pensadores a los hechos sin tiempo de la eterni­dad. Así hallamos a T. H. Green hablando de unión mística como si fuera un proceso evolutivo y no, como todos los datos parecen demostrar, un estado que el hombre, como hombre, ha tenido siempre a su alcance. "Un organismo animal, que tiene su historia en el tiempo, gradualmente se convierte en el vehículo de una concien­cia eternamente completa, que en sí misma no puede tener historia, sino una historia del proceso mediante el cual el organismo animal llega a ser su vehículo." Pero, en el hecho, sólo con respecto al conocimiento periférico ha habido un auténtico desarrollo histórico. Sin mucho espa­cio de tiempo y mucha acumulación de habilidades e información, sólo puede haber un conocimiento imper­fecto del mundo material. Pero el advertimiento directo de la "conciencia eternamente completa" que es la base del mundo material, es una posibilidad de vez en cuando realizada por algunos seres humanos en casi cualquiera de los estados de su desarrollo personal, de la infancia a la vejez, y en cualquier período de la historia de la raza.


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