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4 - DIOS EN EL MUNDO


"Eso eres tú": "Ved a Uno solo en todas las cosas"; Dios dentro y Dios fuera. Hay un camino hacia la Realidad, en el alma y a través de ella, y hay un camino hacia la Realidad, en el mundo y a través de él. Es dudoso que la meta final pueda alcanzarse siguien­do uno de estos caminos con exclusión del otro. El tercer camino, el mejor y más áspero, es el que condu­ce a la divina Base simultáneamente en el perceptor y en lo que es percibido.

La Mente no es otra que el Buda, y Buda no es otro que ser sensible. Cuando la Mente asume la forma de un ser sensible, no ha sufrido mengua; cuando se ha tornado un Buda, no ha añadido nada a sí misma.



Huang Po

Todas las criaturas han existido eternamente en la esencia divina, como en su modelo. En cuanto con­cuerda con la divina idea, todo ser, antes de su crea­ción, fue uno con la esencia de Dios. (Dios crea para el tiempo lo que era y es en la eternidad.) Eternamente, todas las criaturas son Dios en Dios... En cuanto son en Dios, son la misma vida, la misma esencia, el mismo poder, el mismo Uno, y nada menos.

Suso
La imagen de Dios se halla esencial y personalmen­te en toda la humanidad. Cada uno la posee completa, entera e individida, y todos juntos no más que uno solo. De este modo todos somos uno, íntimamente unidos en nuestra eterna imagen, que es la imagen de Dios y la fuente en nosotros de toda nuestra vida. Nuestra creada esencia y nuestra vida están ligadas a ella sin mediación en cuanto a su causa eterna.

Ruysbroeck

Dios, en su simple sustancia, está todo igualmente en todas partes; sin embargo, en la eficacia está en las criaturas racionales de modo diferente que en las irracionales, y en las criaturas racionales buenas de otro modo que en las malas. Está en las irracionales de modo que no es comprendido por ellas; por todas las racionales, sin embargo, puede ser comprendido por el conocimiento; pero sólo por las buenas puede ser com­prendido también por el amor.

San Bernardo

¿Cuándo está el hombre en mero entendimiento? Contesto: "Cuando el hombre ve una cosa aparte de otra." ¿Y cuándo está el hombre por encima del mero entendimiento? Voy a decíroslo: "Cuando el hombre ve Todo en todos, entonces está el hombre más allá del mero entendimiento."



Eckhart
Hay cuatro clases de Dhyana (disciplinas espiritua­les). ¿Cuáles son? Son, primero, la Dhyana practicada por los ignorantes; segundo, la Dhyana dedicada a examinar el sentido; tercero, la Dhyana cuyo objeto es la Talidad; cuarto, la Dhyana de los Tathagatas (Budas).

¿Qué quiere decir la Dhyana practicada por los ig­norantes? Es aquella a la cual recurren los yoguis que se ejercitan en las disciplinas de Sravakas y Pratyekabudas (contemplativos y "Budas solitarios" de la escuela hinayánica), los cuales, percibiendo que no existe sustancia del yo, que el cuerpo es una sombra y un esqueleto transitorio impuro y lleno de sufrimiento, se adhieren con persistencia a estas nociones, que son consideradas así y no de otro modo, y, partiendo de ellas, avanzan por etapas hasta alcanzar la cesación, donde no hay pensamientos. Ésta es la que se llama Dhyana de los ignorantes.

¿Cuál, pues, es la Dhyana dedicada al examen del sentido? Es la practicada por aquellos que, habiendo ido más allá de la inexistencia del yo en las cosas, más allá de lo individual y lo general, más allá de lo insoste­nible de ideas tales como "yo", "otro" y "ambos", sos­tenidas por los filósofos, proceden a examinar y seguir el significado de diversos aspectos de la condición de Bodhisattva. Esta es la Dhyana dedicada a examinar el sentido.

¿Cuál es la Dhyana con Tachata (o Talidad) por objeto? Cuando el yogui reconoce que la distinción de las dos formas de inexistencia del yo es mera imagina­ción y que cuando se establece en la realidad de la Talidad no surgen distinciones, tenemos lo que yo lla­mo la Dhyana con la Talidad por objeto.



¿Cuál es la Dhyana del Tathagata? Cuando el yogui, entrando en la etapa de la Tathagatidad y viviendo en la triple bienaventuranza que caracteriza el adverti­miento de sí mismo alcanzado por noble sabiduría, se dedica, por amor a todos los seres, al cumplimiento de obras incomprensibles, tenemos lo que yo llamo la Dhyana del Tathagata.

Lankavatara Sutra
Cuando los seguidores del Zen no consiguen ir más allá del mundo de sus sentidos y pensamientos, todos sus actos y movimientos carecen de importancia. Pero cuando los sentidos y pensamientos son aniquilados, quedan atascados todos los pasos al Espíritu Universal y no hay entonces entrada posible. La Mente original debe reconocerse durante el funcionamiento de senti­dos y pensamientos; pero no pertenece a ellos ni, tampoco, es independiente de ellos. No construyas tus opiniones sobre tus sentidos y pensamientos, no fun­des tu comprensión en tus sentidos y pensamientos; pero al mismo tiempo no busques a la Mente lejos de tus sentidos y pensamientos, no intentes asir la Reali­dad rechazando tus sentidos y pensamientos. Cuando no estás ligado a ellos ni desprendido de ellos, enton­ces gozas de perfecta libertad inobstruida, entonces tienes tu sede de iluminación.

Huang Po
Todo ser individual, desde el átomo al más organizado de los seres vivientes y a la más exaltada de las mentes finitas, puede considerarse, según la frase de Rene Guénon, como un punto en que un rayo de la Divinidad primordial encuentra a una de las diferenciadas caricaturescas emanaciones de la energía creadora de esa misma Divinidad. La criatura, como criatura, puede estar muy lejos de Dios, en el sentido de que carece de la inteligencia necesaria para descubrir la naturaleza de la Base divina de su ser. Pero la criatura en su eterna esen­cia —como lugar de encuentro entre su condición de criatura y la Divinidad primordial— es uno del infinito número de puntos en que la Realidad divina está entera y eternamente presente. Por ello los seres racionales pue­den alcanzar el conocimiento unitivo de la Base divina, los seres no racionales y los inanimados pueden revelar a los racionales la plenitud de la presencia de Dios dentro de sus formas materiales. La visión del poeta o el pintor de lo divino en la naturaleza, la conciencia que el adora­dor tiene de una presencia sagrada en el sacramento, símbolo o imagen, no son enteramente subjetivos. Cierto que tales percepciones no son posibles a todos los per­ceptores, pues el conocimiento es una función del ser, pero lo conocido es independiente del modo y carácter del conociente. Lo que el poeta y el pintor ven, e intentan registrar para nosotros, está allí realmente, esperando ser aprehendido por alguien que tenga las facultades adecua­das. Análogamente, en la imagen o el objeto sacramental la divina Base está totalmente presente. La fe y la devo­ción preparan el espíritu del fiel para que perciba el rayo de Divinidad en su punto de intersección con el concreto fragmento de materia que tiene ante sí. Incidentalmente, por ser adorados, tales símbolos se convierten en centros de un campo de fuerzas. Los anhelos, emociones e imagi­naciones de los que se arrodillan y, durante generaciones, se han arrodillado ante el altar, crean, por así decirlo, un duradero vórtice en el medio psíquico, de modo que la imagen vive con una secundaria, inferior vida divina, proyectada en ella por sus adoradores, además de la primaria vida divina que, en común con todos los demás seres animados e inanimados, posee en virtud de su relación con la Base divina. La experiencia religiosa de los sacramentistas y adoradores de imágenes puede ser perfectamente genuina y objetiva, pero no es siempre o necesariamente una experiencia de Dios o la Divinidad. Puede ser, y quizá en los más de los casos, realmente sea, una experiencia del campo de fuerza engendrado por las mentes de pasados y presentes adoradores y proyectada en el objeto sacramental, al que se adhiere, por así decir­lo, en una condición que podría llamarse de objetividad de segunda mano, esperando ser percibida por espíritus adecuadamente afinados a ella. En otra sección habre­mos de discutir hasta qué punto es realmente deseable esta clase de experiencia. Basta decir aquí que el desdén del iconoclasta por los sacramentos y símbolos, por consi­derarlos mera mojiganga de palo y piedra, es completa­mente injustificado.
Dudaban los obreros entretanto de hacerme abrevadero de jumento y, en fin, se resolvieron por un santo. Por esto al gran Loyola represento.

El protestantismo satírico olvidó que Dios no está me­nos en el abrevadero que en la imagen convencionalmen-te sagrada. "Levanta la piedra y me encontrarás —afirma la más conocida de las Oxyrhíncou Lógia de Jesús—, hiende la madera y allí estoy." Los que personal e inme­diatamente han advertido la verdad de este dicho y, junto con ella, la verdad del "Eso eres tú" del brahmanismo están completamente libertados.

El Sravaka (literalmente "oyente", nombre dado por los budistas mahayánicos a los contemplativos de la escuela del Hinayana) no consigue percibir que la Mente, tal como es en sí misma, no tiene etapas, ni obedece a causalidad. Disciplinándose en la causa, alcanzó el resultado y mora en el samadhi (contempla­ción) del Vacío por incontables edades. Por esclarecido que de tal modo sea, el Sravaka no está en el sendero adecuado. Desde el punto de vista del Bodhisattva, esto es como sufrir la tortura del infierno. El Sravaka se enterró en el Vacío y no sabe cómo salir de su quieta contemplación, pues no llega a penetrar en la naturale­za misma del Buda.

Mo Tsu


Cuando la Iluminación es cabal, el Bodhisattva se halla libre de la servidumbre de las cosas, pero no procura ser librado de las cosas. El Samsara (el mundo del devenir) no es odiado por él, ni amado el Nirvana. Cuando brilla la Iluminación perfecta, no es servidum­bre ni liberación.

Prunabuddha-sutra
El toque de la Tierra es siempre refortalecedor para el hijo de la Tierra, hasta cuando busca un Conocimiento suprafísico. Aun podría decirse que lo suprafísico sólo puede ser dominado en su plenitud —siempre podemos alcanzar sus cumbres— cuando mantenemos los pies firmemente en lo físico. "La Tierra es Su escabel"—dice el Upanishad, siempre que imagina el Yo que se mani­fiesta en el Universo.

Sri Aurobindo


"Siempre podemos alcanzar sus cumbres." Para aque­llos de nosotros que todavía estamos chapoteando en el limo inferior, la frase tiene un retintín irónico. Sin embar­go, a la luz de aun una remota vislumbre de las cumbres y la plenitud, es posible comprender lo que quiere decir su autor. Descubrir el Reino de Dios exclusivamente dentro de uno mismo es más fácil que descubrirlo, no sólo ahí, sino también en el mundo exterior de las men­tes, cosas y criaturas vivientes. Es más fácil porque las cumbres interiores se revelan a aquellos que están dis­puestos a excluir de su alcance todo lo que está fuera. Y aunque esta exclusión pueda ser un proceso doloroso y mortificante, es sin duda menos arduo que el proceso de inclusión, por el cual llegamos a conocer, no sólo las alturas, sino también la plenitud de la vida espiritual. Cuando hay exclusiva concentración en las cumbres interiores, se evitan las tentaciones y distracciones y hay negación y supresión generales. Pero cuando se espera conocer a Dios inclusivamente, advertir la divina Base así en el mundo como en el alma, las tentaciones y distracciones no deben evitarse, sino que hay que sufrirlas y usarlas como ocasiones de adelanto; no de­ben suprimirse las actividades dirigidas hacia fuera, sino que deben transformarse de tal modo que se conviertan en sacramentales. La mortificación se vuelve más pene­trante y más sutil; es necesario un incesante alerta y, en los planos del pensamiento, el sentimiento y la conducta, el ejercicio de algo parecido al tacto y buen gusto del artista.

En la literatura del budismo mahayánico, y especial­mente del Zen, hallamos la mejor exposición de la psico­logía del hombre para el cual Samsara y Nirvana, el tiempo y la eternidad son una y la misma cosa. Más sistemáticamente quizá que ninguna otra religión, el bu­dismo del Extremo Oriente enseña el camino que condu­ce al conocimiento espiritual así en su plenitud como en sus alturas, así en el mundo y a su través como dentro y a través del alma. A este respecto, podemos señalar un hecho muy significativo, a saber, que la incomparable pintura de paisajes de la China y el Japón era esencial­mente un arte religioso, inspirado en el taoísmo y el budismo del Zen; en Europa, por el contrario, la pintura de paisajes y la poesía del "culto de la naturaleza" fueron artes seculares que surgieron cuando el cristianismo de­clinaba y hallaban poca o ninguna inspiración en los ideales cristianos.

"¡Ciego, sordo, mudo!

¡Infinitamente fuera del alcance de toda traza imagina­tiva!"

En estos versos Seccho lo barrió todo ante vosotros; lo que veis junto con lo que no veis, lo que oís con lo que no oís, y lo que habláis junto con lo de que no podéis hablar. Todo esto es quitado, y así alcanzáis la vida del ciego, sordo y mudo. Aquí todas vuestras imaginaciones, trazas y cálculos terminan de una vez por todas. Aquí está el punto más alto del Zen, aquí tenemos la verdadera ceguera, la verdadera sordera y la verdadera mudez, cada una en su aspecto simple e ineficaz.

"¡Por encima de los cielos y por debajo de los cielos! ¡Cuan ridículo, cuan descorazonador!"


Aquí Seccho levanta con una mano y baja con la otra. Decidme lo que encuentra ridículo, lo que en­cuentra descorazonador. Es ridículo que este mudo no sea mudo al fin y al cabo, que este sordo no sea, al fin y al cabo, sordo; es descorazonador que aquel que no es nada ciego sea ciego sin embargo, y que aquel que no es nada sordo, sea, con todo, sordo.

"Li-lou no sabe distinguir acertadamente el color."

Li-lou vivía en el reinado del emperador Huang. Se dice que era capaz de distinguir la punta de un fino cabello a la distancia de cien pasos. Su vista era ex­traordinaria. Mientras el emperador Huang hacía un viaje de recreo por el río Ch'ih, se le cayó al agua su preciosa joya y dijo a Li que la buscase. Pero Li fraca­só. El emperador hizo que la buscase Ch'ih-Kou, pero éste también fracasó. Más tarde se mandó a Hsiang-wang que la buscase y éste la encontró. Por tanto:

"Cuando Hsiang-wang baja, la preciosa gema da su

mejor brillo; mas cuando pasa Li-lou, las olas se elevan hasta el

cielo."


Cuando llegamos a estas esferas superiores, aun los ojos de Li-lou son incapaces de distinguir acertadamente el color.

"¿Cómo puede Shih-kuang reconocer la misteriosa to­nada?"

Shih-kuang era hijo de Ching-kuang de Chin, de la provincia de Chiang, bajo la dinastía Chou. Su otro nombre era Tzu-yeh. Podía distinguir claramente los cinco sones y las seis notas; hasta llegaba a oír las hormigas que luchaban al otro lado de una colina. Cuando Chin y Ch'u guerreaban, Shih-kuang podía distinguir, sólo con tener suavemente las cuerdas de su laúd, que el combate sería sin duda desfavorable a Ch'u. Pese a su extraordinaria sensibilidad, Seccho de­clara que es incapaz de reconocer la misteriosa tonada. Después de todo, uno que no es nada sordo es realmen­te sordo. La nota más exquisita de las esferas superiores está fuera del alcance del oído de Shih-kuang. Dice Seccho: no quiero ser un Li-lou ni un Shih-kuang; pues

"¿Qué vida puede compararse con ésta? Sentado tran­quilamente junto a mi ventana,

veo caer las hojas y abrirse las flores, mientras las estaciones pasan."

Cuando se alcanza esta etapa de advertimiento, ver es no ver; oír, no oír; predicar, no predicar. Hambrien­to, se come, cansado, se duerme. Caigan las hojas, ábranse las flores cuando quieran. Cuando las hojas caen, sé que llegó el otoño; cuando florece, sé que es la primavera.

Después de barrerlo todo ante vosotros, Seccho abre camino, diciendo:

"¿Comprendéis o no?

¡Una barra de hierro sin agujero alguno!"

Hizo todo cuanto pudo por vosotros; está exhausto, sólo capaz de darse vuelta para regalarte esta barra de hierro sin agujero. Es una expresión muy significativa. ¡Mirad y ved con vuestros propios ojos! Si vaciláis, erráis el blanco para siempre.

Yengo (el autor de este comentario) levantó enton­ces su vara y dijo:

"¿Veis?" Golpeó luego su silla y dijo: "¿Oís?" Bajan­do de la silla dijo: "¿Se habló de algo?"

¿Cuál es precisamente la significación de esa barra de hierro sin agujero? No pretendo saberlo. El Zen se ha especializado siempre en lo sin sentido como medio de estimular la mente a avanzar hacia lo que está más allá de lo sensato; quizá, pues, la punta de la barra está en su falta de punta y en nuestra turbada, desconcertada reac­ción ante esta falta.
En la raíz la Sabiduría divina es toda Brahm; en el tallo es toda Ilusión; en la flor es toda Mundo; y en el fruto, toda Salvación.

Tantra Tattua

Los Sravakas y los Pratyekabudas, cuando alcanzan la octava etapa de la disciplina del Bodhisattva, se embriagan de tal modo con la felicidad de la tranquili­dad mental que dejan de advertir que el mundo visible no es nada más que la Mente. Se hallan todavía en el reino de la individuación; su penetración no es todavía pura. Los Bodhisattvas, por otra parte, están alerta hacia sus votos originales, valorando el amor, que todo lo abarca, de su corazón. No entran en el Nirvana (como estado separado del mundo del devenir); saben que el mundo visible no es sino una manifestación de la Mente misma.



Condensado del Lankavatara Sutra

Sólo un ser consciente comprende lo que se expresa por el movimiento;

para los que no están dotados de conciencia, el movi­miento es incomprensible.

Si te ejercitas en la práctica de mantener inmóvil tu mente, la inmovilidad que ganas es la del que no tiene conciencia.

Si deseas la verdadera inmovilidad,

la inmovilidad se encuentra en el movimiento mismo,

y esta inmovilidad es la realmente inmóvil.

No hay simiente de Talidad donde no hay conciencia.

Observa bien cuan variados son los aspectos del inmó­vil, y sabe que es inmóvil la primera realidad.
Sólo cuando esta realidad es alcanzada

se comprende la verdadera operación de la Talidad.

Hui Neng

Estas frases acerca del inmóvil primer motor nos re­cuerdan a Aristóteles. Pero entre Aristóteles y los expositores de la Filosofía Perenne, dentro de las grandes tradiciones religiosas, existe esta gran diferencia: Aristóteles se ocupa principalmente de cosmología, los perennes filósofos se ocupan principalmente de salvación e iluminación; Aristóteles se contenta con saber acerca del inmóvil motor desde fuera y teóricamente; el objeto de los perennes filósofos es llegar a advertirlo directamen­te, conocerlo unitivamente, de tal modo que ellos y otros puedan realmente llegar a ser el Inmóvil. Este conoci­miento unitivo puede ser conocimiento en las alturas, o en la plenitud, o simultáneamente en las alturas y la plenitud. El conocimiento espiritual exclusivamente en las alturas del alma fue rechazado por el budismo mahayánico como inadecuado. La similar recusación del quietismo dentro de la tradición cristiana será considera­da en la sección "Contemplación y Acción". Entretanto, es interesante ver que el problema que levantó tan acre disputa por toda la Europa del siglo XVII había surgido para los budistas en una época muy anterior. Pero mien­tras que en la Europa católica el resultado de la batalla en torno de Molinos, Mme. Guyon y Fénelon fue práctica­mente la extinción del misticismo por casi dos siglos, en Asia los dos bandos fueron bastante tolerantes para con­venir en diferir. La espiritualidad hinayánica continuó explorando las alturas interiores, mientras que los maes­tros mahayanistas sostenían el ideal, no del Arhat, sino del Bodhisattva, e indicaban la vía hacia el conocimiento espiritual así en su plenitud como en sus alturas. Lo que sigue es una exposición poética, por un santo del Zen, del siglo XVIII, del estado de los que lograron el ideal del Zen.


Morando en lo no particular que está en los particula­res,

yendo o volviendo, permanecen para siempre inmóvi­les.

Asiendo el no pensamiento que está en los pensamien­tos,

en cada uno de sus actos oyen la voz de la Verdad.

¡Cuán ilimitado el cielo de la contemplación!

Mientras la Verdad se revela en su eterna tranquilidad,

esta tierra nuestra es el País del Loto de la Pureza, y este cuerpo es el cuerpo del Buda.

Hakuin


La intención de la Naturaleza no es el comer, ni el beber, ni el vestir, ni nada de aquello en que Dios queda fuera. Gústete o no, sépaslo o no, secretamente la Naturaleza busca, persigue e intenta descubrir el rastro por el que se pueda hallar a Dios.

Eckhart

Una pulga en cuanto es en Dios es más noble que el más alto de los ángeles en sí mismo.



Eckhart

Mi hombre interior gusta de las cosas, no como criaturas, sino como don de Dios. Pero para mi hombre más íntimo no saben a don de Dios, sino a siempre jamás.



Eckhart
Los cerdos comen bellotas, pero ni consideran el sol que les dio vida, ni la influencia de los cielos por la cual se nutrieron, ni la raíz misma del árbol de donde sur­gieron.

Thomas Traherne

Tu goce del mundo no es nunca justo hasta que cada mañana te despiertas en el Cielo, te ves en el palacio de tu Padre, y consideras el cielo, la tierra y el aire como gozos celestiales, teniendo tal reverente estima­ción de todo como si estuvieras entre los Angeles. La desposada de un monarca, en la cámara de su esposo, no tiene tales causas de deleite como tú.

Nunca gozas del mundo rectamente hasta que el mismo mar fluye en tus venas, hasta que te visten los cielos y coronan las estrellas, y percibes que eres el único heredero de todo el mundo, y más que eso, porque hay hombres en él, y cada uno de ellos es heredero único así como tú. Hasta que puedes cantar y alegrarte y deleitarte con Dios como lo hacen los ava­ros con el oro, y los reyes con sus cetros, nunca puedes gozar del mundo.

Hasta que tu espíritu llena el mundo entero, y las estrellas son tus joyas; hasta que te has familiarizado con los modos de Dios en todas las épocas como con tu andar y tu mesa; hasta que has tratado íntimamente esa oscura nada de que se hizo el mundo; hasta que amas a los hombres de tal modo que deseas su felici­dad con avidez igual al celo de la tuya; hasta que te deleitas en Dios por ser bueno para todos, nunca gozas del mundo. Hasta que lo sientes más que tu propiedad particular, y estás más presente en el hemisferio, consi­derando sus glorias y bellezas, que en tu propia casa; hasta que recuerdas cuán poco hace que naciste y la maravilla de haber nacido en él, y te regocijas más con el palacio de tu gloria que si hubiese sido creado esta mañana.


Y además, nunca gozaste el mundo rectamente, has­ta que amas tanto la belleza de gozarlo, que sientes la codicia y el anhelo de persuadir a otros a que lo gocen. Y tan perfectamente odias la abominable corrupción de los hombres que lo desprecian, que prefieres sufrir las llamas del infierno a ser voluntariamente culpable de tal error.

El mundo es un espejo de Belleza Infinita, pero nadie lo ve. Es un Templo de Majestad, pero nadie lo mira. Es una región de Luz y Paz, si los hombres no lo inquietaran. Es el Paraíso de Dios. Es más para el hombre, desde que cayó, que no antes. Es el lugar de los Ángeles y la Puerta del Cielo. Cuando Jacob des­pertó de su sueño, dijo: Dios está aquí, y no lo sabía. ¡Cuán pavoroso es este lugar! No es otro que la Cara de Dios y la Puerta del Cielo.



Thomas Traherne
Antes de pasar a discutir los medios por los que es posible alcanzar tanto la plenitud como la altura del cono­cimiento espiritual, consideremos brevemente la experien­cia de los que tuvieron el privilegio de "contemplar al Uno en todas las cosas", pero no se esforzaron en percibirlo dentro de sí mismos. Gran cantidad de interesante material sobre el tema puede encontrarse en Conciencia cósmica de Buck. Sólo se precisa aquí decir que tal "conciencia cósmi­ca" puede venir sin buscarla y tiene el carácter de lo que los teólogos católicos llaman "gracia gratuita". Puede poseerse una gracia gratuita (la facultad de sanar, por ejemplo, o de reconocer) estando en pecado mortal, y el don no es necesario ni suficiente para la salvación. En el mejor caso, esos súbitos accesos de "conciencia cósmica", tales como los descritos por Buck, son meramente insólitas invitaciones a nuevo esfuerzo personal en dirección así a la altura interior como a la plenitud externa del conocimien­to. En muchos casos la invitación no es aceptada; el don es preciado por el placer extático que ofrece; su aparición es recordada con nostalgia y, si el receptor es un poeta, comentada con elocuencia —como escribió Byron, por ejemplo, en un espléndido pasaje de Childe Harold y Wordsworth en La abadía de Tintern y El preludio. En estas materias ningún ser humano puede atreverse a hacer jui­cios definitivos sobre otro ser humano; pero será por lo menos permitido decir que, fundándose en los testimonios biográficos, no hay razón para suponer que ni Wordsworth ni Byron hicieran seriamente algo acerca de las teofanías que describieron, ni hay tampoco ninguna prueba de que estas teofanías fuesen de por sí suficientes para transfor­mar sus caracteres. Ese enorme egotismo de que De Quincey, Keats y Haydon dan testimonio, parece haber acompañado a Wordsworth hasta el fin. Y Byron fue tan fascinadora y tragicómicamente byroniano después de contemplar al Uno en todo como lo era antes.

Sobre este punto, es interesante comparar a Wordsworth con otro gran amante de la naturaleza y hombre de letras, San Bernardo. "Sea la Naturaleza tu maestro", dice el primero, y continúa afirmando que

Un impulso del bosque vernal te dirá más sobre los hombres, sobre el bien y sobre el mal moral, que todos los sabios juntos.

San Bernardo habla de un modo que parece similar. "Lo que sé de las ciencias divinas y las Sagradas Escritu­ras, lo aprendí en los bosques y campos. No tuve otros maestros que las hayas y robles." Y en otra de sus cartas dice: "Escucha a un hombre de experiencia: aprenderás más en los bosques que en los libros. Arboles y piedras te enseñarán más de lo que puedas adquirir por boca de un magíster." Las frases son parecidas; pero su interno signi­ficado es muy diferente. Según la expresión de San Agustín, sólo debe gozarse a Dios; las criaturas no deben ser gozadas, sino usadas —usadas con amor y compasión y una estimación desprendida, interrogante, como medio para el conocimiento de lo que puede ser gozado.


Wordsworth, como casi todos los demás adoradores lite­rarios de la Naturaleza, predica el goce de las criaturas más bien que su uso para el logro de fines espirituales —un uso que, como veremos, impone al usador mucha disciplina de sí mismo. Rara Bernardo, es ya sabido que sus corresponsales practican activamente esta disciplina y que la Naturaleza, aunque amada y escuchada como maestra, es sólo usada como medio para llegar a Dios, no gozada como si fuera Dios. La belleza de las flores y los paisajes no ha de ser meramente gustada "vagando soli­tario como una nube" por la campiña, no ha de ser sólo agradablemente recordada descansando "en vacuo o pensativo humor", tendido en el sofá, en la biblioteca, después del té. La reacción debe ser algo más esforzada e intencionada. "Aquí, hermanos míos —dice un antiguo autor budista—, hay raíces de árboles, hay lugares va­cíos; meditad." La verdades, por supuesto, que el mundo es sólo para los que lo han merecido; pues, según palabra de Filón, "aunque un hombre sea incapaz de hacerse digno del creador del cosmos, con todo debería intentar hacerse digno del cosmos. Podría hacer pasar su ser humano a la naturaleza del cosmos y transformarse, si puede decirse así, en un pequeño cosmos". Para los que no han merecido el mundo, sea haciéndose dignos del Creador (esto es por el desprendimiento y un anonada­miento total de sí mismos) o, menos arduamente, hacién­dose dignos del cosmos (poniendo orden y cierto grado de unidad a la múltiple confusión de la indisciplinada personalidad humana), el mundo es, espiritualmente ha­blando, un lugar muy peligroso.

Que Nirvana y Samsara son uno es un hecho acerca de la naturaleza del universo; pero es un hecho que no puede ser plenamente advertido ni directamente experi­mentado, salvo por almas muy avanzadas en espirituali­dad. Para gente ordinaria, correcta, no regenerada, acep­tar esta verdad de oídas y obrar según ella en la práctica es meramente exponerse al desastre. Toda la triste histo­ria del antinomianismo está ahí para advertirnos lo que ocurre cuando hombres y mujeres hacen aplicaciones prácticas de la teoría meramente intelectual, inexperimentada, de que todo es Dios y Dios es todo. Y poco menos deprimente que el espectáculo del antinomianismo es el de la "redondeada vida", intensamente respeta­ble, de los buenos ciudadanos que obran lo mejor que saben para vivir sacramentalmente, pero en el hecho no tienen ningún trato con lo que la vida sacramental real­mente representa. El Dr. Omán, en su Lo natural y lo sobrenatural, escribe largamente sobre el tema de que "la conciliación con lo evanescente es la revelación de lo eterno"; y en un volumen reciente, La ciencia, la religión y el porvenir, el canónigo Raven aplaude al Dr. Omán por haber sentado los principios de una teología en la que no podría haber antítesis final entre naturaleza y gracia, cien­cia y religión; en la que, en el hecho, los mundos del científico y el teólogo se ven ser uno y el mismo. Todo esto se acuerda plenamente con el taoísmo y el budismo del Zen y con enseñanzas cristianas como el ama et fac quod vis de San Agustín y como el consejo del padre Lallemant a los contemplativos teocéntricos, de salir al mundo a actuar, pues sus actos son los únicos capaces de hacer algún bien real al mundo. Pero lo que ni el Dr. Omán ni el canónigo Raven ponen suficientemente en claro es que naturaleza y gracia, Samsara y Nirvana, perpetuo perecer y eternidad, son real y experiencialmente uno sólo para personas que han cumplido ciertas con­diciones. Fac quod vis en el mundo temporal, pero sólo cuando hayas aprendido el arte infinitamente difícil de amar a Dios con todo tu espíritu y tu corazón y al prójimo como a ti mismo. Si no has aprendido esta lección, serás un antinomiano excéntrico o criminal o, en todo caso, un hombre respetable de vida "redondeada", de los que no se dejan tiempo para comprender ni la naturaleza ni la gracia. Los Evangelios se expresan con perfecta claridad acerca del único procedimiento por el que el hombre puede adquirir el derecho de vivir en el mundo a sus anchas: debe hacer total negación de sí mismo, someterse a una mortificación completa y absoluta. En un período de su vida, Jesús mismo parece haberse sometido a austeridades, no sólo de la mente, sino también del espíritu. Hay la relación de sus cuarenta días de ayuno y su afirmación, evidentemente sacada de la experiencia per­sonal, de que algunos demonios no pueden ser expulsa­dos, salvo por los que han ayunado mucho, además de orado. (El Curé d'Ars, cuyo conocimiento de los milagros y la penitencia corporal estaba basado en experiencias personales, insiste en la estrecha relación entre severas austeridades del cuerpo y el poder de hacer que las oraciones petitorias sean satisfechas de modos que a veces son supranormales.) Los fariseos le reprochaban a Jesús el que "viniese comiendo y bebiendo" y se relacio­nase con "publicanos y pecadores"; pasaban por alto, o ignoraban, el hecho de que este profeta aparentemente mundano había en otro tiempo emulado las austeridades físicas de Juan el Bautista y practicaba las mortificaciones espirituales que consecuentemente predicaba. La trama de la vida de Jesús es esencialmente similar a la del sabio ideal, cuya carrera está trazada en las "Pinturas de Bue­yes", tan populares entre los budistas del Zen. El buey silvestre, símbolo del yo no regenerado, es atrapado, obligado a cambiar de dirección, luego domado y gra­dualmente transformado de negro en blanco. La regene­ración va tan lejos que por un tiempo el buey se pierde completamente, de modo que no queda nada que pintar sino la luna llena, que simboliza la Mente, la Talidad, la Base. Pero no es ésta la última etapa. Al final, el pastor vuelve al mundo de los hombres, montado en su buey. Por amar ya hasta identificarse con el divino objeto de su amor, puede hacer lo que le plazca; pues lo que le place es lo que place a la Naturaleza de las Cosas. Se lo ve en compañía de borrachines y carniceros; él y ellos son convertidos todos en Budas. Para él, hay completa conci­liación con lo evanescente y, a través de esta conciliación, la revelación de lo eterno. Pero, para ordinarias personas correctas, no regeneradas, la única conciliación con lo evanescente es la de la complacencia en las pasiones, el sometimiento a las distracciones y su goce. Decir a tales personas que evanescencia y eternidad son lo mismo, sin restringir inmediatamente tal afirmación, es positivamen­te fatal, pues, en la práctica, no son lo mismo sino para el santo; y no hay constancia de que nadie llegase nunca a la santidad que no se condujese, al principio de su carre­ra, como si evanescencia y eternidad, naturaleza y gracia fuesen profundamente diferentes y, en muchos aspectos, incompatibles. Como siempre, el sendero de la espiritua­lidad es un filo entre abismos. A un lado hay el peligro del mero rechazamiento y escape; al otro, el peligro de la mera aceptación y goce de cosas que sólo deberían usar­se como instrumento o símbolos. La leyenda en verso que acompaña la última de las "Pinturas de Bueyes" dice como sigue:

Aun más allá de los límites finales se extiende un pasaje,

por el cual él regresa a los seis reinos de la existencia.

Todo asunto mundano es ahora una obra budista, y dondequiera que vaya encuentra el aire hogareño.

Como una gema surge hasta en el fango,

como oro puro resplandece hasta en el horno. . A lo largo de la vía sin fin (del nacimiento y la muerte) avanza, suficiente a sí mismo.

En toda circunstancia se mueve tranquilo y despren­dido.

Los medios por los que se puede alcanzar el fin último del hombre serán descritos e ilustrados por extenso en la sección sobre "Mortificación y desprendimiento". Esta sección, sin embargo, se ocupa principalmente de la dis­ciplina de la voluntad. Pero la disciplina de la voluntad debe ir acompañada de una no menos completa discipli­na de la conciencia. Debe haber conversión, súbita o de otro modo, no solamente del corazón, sino también de los sentidos y de la mente perceptora. Lo que sigue da breve cuenta de esta metánoia, como la llamaban los griegos, de este total y radical "cambio de espíritu".

Es en las formulaciones indias y extremo-orientales de la Filosofía Perenne donde este tema es tratado del modo más sistemático. Lo que se prescribe es un proce­so de discriminación consciente entre el yo personal y el Yo idéntico con el Brahm, entre el yo individual y el Seno de Buda o Mente Universal. El resultado de esta distinción es una más o menos súbita "reacción" de la conciencia, y el advertimiento de un estado "no men­tal", que puede describirse como liberación del apego perceptivo o intelectual al principio del yo. Este estado "no mental" existe, por así decirlo, sobre un filo, entre el descuido del hombre sensual medio y el tenso, excesivo anhelo del fanático en busca de salvación. Para lograrlo, debe avanzarse delicadamente y, para mantenerlo, debe aprehenderse a combinar la más intensa vigilancia con una pasividad tranquila y abnegada, la decisión más indomable con una sumisión perfecta a las indicaciones del espíritu. "Cuando el estado no mental es buscado por una mente —dice Huang Po—, esto es hacerlo obje­to particular del pensamiento. Hay sólo testimonio de silencio; va más allá del pensamiento." En otras pala­bras: nosotros, como individuos aparte, no debemos intentar pensarlo, sino dejar que seamos pensados por él. Análogamente, en la Sutra Diamante leemos que si un Bodhisattva, en su tentativa para advertir la Talidad "retiene el pensamiento de un yo, una persona, un ser separado, o un alma, ya no es un Bodhisattva, en su tentativa". Al Ghazzali, el filósofo del sufismo, subraya también la necesidad de humildad y docilidad intelec­tuales. "Si el pensamiento de que está borrado del yo se le ocurre a uno que está en/ana (término que correspon­de aproximadamente a 'no mente', omuskin, del Zen), esto es un defecto. El estado más alto es estar borrado del borramiento." Hay un extático borramiento del borramiento en las alturas internas del Atman-Brahm; y hay otro, más comprensivo, no sólo en las alturas ínti­mas, sino también en el mundo y a través del mundo, en el despierto, cotidiano conocimiento de Dios en su ple­nitud.


El hombre debe hacerse realmente pobre y tan libre de su propia voluntad de criatura como lo estaba cuan­do nació. Y te digo, por la eterna verdad, que mientras desees cumplir la voluntad de Dios y tengas alguna ansia de eternidad y Dios por tanto tiempo no eres realmente pobre. Sólo tiene una verdadera pobreza espiritual aquel que no quiere nada, no sabe nada, no desea nada.

Eckhart

La Perfecta Senda no conoce dificultades,

salvo en que rehusa tener preferencias.

Sólo cuando está libre de odio y amor

revélase plenamente y sin disfraz.

La diferencia de un décimo de pulgada,

y cielo y tierra están aparte.

Si deseas verla ante tus ojos,

no tengas pensamientos fijos en favor ni en contra.

Alzar lo que place contra lo que desplace,

he aquí la enfermedad del espíritu.

Cuando no se comprende el hondo sentido de la

Senda,

túrbase sin provecho la paz del espíritu...



No persigas los lazos de fuera,

no mores en el vacío interior;

permanece sereno en la unidad de las cosas,

y el dualismo se desvanecerá por sí solo.

Cuando, deteniendo la moción, te esfuerzas por ganar la quietud,

la así ganada quietud se halla en movimiento perpe­tuo.

Mientras te demores en tal dualismo

¿cómo puedes advertir la unidad?


Y cuando la unidad no es totalmente asida,

la pérdida sufrida es de dos modos:

la negación de la realidad exterior es su afirmación

y la afirmación del Vacío (lo Absoluto) es su negación...

Las transformaciones que ocurren en el vacuo mundo

que nos enfrenta

parecen ser reales a causa de la Ignorancia.

No te esfuerces en perseguir la Verdad,

cesa sólo de acariciar opiniones.
Los dos existen a causa del Uno;

pero ni aun a este Uno te adhieras.

Cuando el espíritu no está turbado, las diez mil cosas no ofenden...

Si los ojos no se duermen nunca,

de por sí cesan todos los sueños;

si la Mente retiene su absoluto,

las diez mil cosas son de una sustancia.
Cuando el hondo misterio de una Talidad se sondea,

repentinamente olvidamos los lazos externos;

cuando las diez mil cosas se miran en su unidad,

volvemos al origen y quedamos donde siempre estuvi­mos...

Uno en todos, todos en Uno... Con sólo advertir esto,

¡terminó toda preocupación sobre el no ser perfecto!

Cuando el Espíritu y cada espíritu creyente no están

divididos, e indivisos son cada espíritu creyente y el Espíritu,

entonces fallan las palabras, pues no es cosa del pasado,

presente ni futuro.



El Tercer Patriarca del Zen
Haz lo que haces ahora, sufre lo que ahora sufres, para hacer todo esto con santidad, no precisa que nada cambie en nuestros corazones. La santidad consiste en querer lo que nos sucede por orden de Dios.

de Caussade

El vocabulario del francés del siglo XVII es muy dife­rente del del chino del siglo VII. Pero el consejo que nos dan es fundamentalmente parecido. Conformidad con la voluntad de Dios, sumisión, docilidad para con las indi­caciones del Espíritu Santo; en la práctica, si no verbal-mente, son lo mismo que conformidad con la Senda Perfecta, rehusar el tener preferencias y acariciar opinio­nes, mantener los ojos abiertos de modo que puedan cesar los sueños y revelarse la verdad.

El mundo habitado por gente ordinaria, correcta, no regenerada es generalmente aburrido (tan aburrido que deben distraer su mente, para no advertirlo, por toda clase de "entretenciones" artificiales), a veces breve e intensamente agradable, en ocasiones, o bien a menudo desagradable y aun angustioso. Para los que han mereci­do el mundo haciéndose aptos para ver a Dios en él así como en sus propias almas, presenta diferente aspecto.

El grano era trigo resplandeciente e inmortal, que nunca debía segarse, ni fue nunca sembrado. Pensé que había estado allí desde siempre para siempre. El polvo y las piedras de la calle eran preciosos como el oro. Las puertas, al principio, eran el fin del mundo. Los verdes árboles, cuando por primera vez los vi por una de las puertas, me transportaron y embelesaron; su dulzura e insólita belleza hicieron palpitar mi cora­zón, casi loco de éxtasis, ¡tan extraños y maravillosos eran! ¡Los Hombres! ¡Oh, cuán venerables y reveren­das criaturas parecían los viejos! ¡Querubines inmorta­les! Y los jóvenes, ¡resplandecientes, deslumbrantes ángeles! Y las doncellas, ¡extrañas, seráficas muestras de vida y belleza! Niños y niñas, retozando, jugando en la calle, eran joyas movientes. No sabía que hubiesen nacido o hubiesen de morir. Sino que todas las cosas moraban eternamente donde se hallaban, en sus luga­res propios. La eternidad se manifestaba a la luz del día, y algo infinito aparecía detrás de cada cosa; lo que correspondía a lo que yo esperaba y movía mi deseo. La ciudad parecía elevarse en el Edén o estar construi­da en el Cielo. Las calles eran mías, el templo era mío, la gente era mía, sus vestidos y oro y plata eran míos, así como sus resplandecientes ojos, clara piel y sonro­sado rostro. Míos eran los cielos, y el sol, la luna y las estrellas, y todo el mundo era mío; y yo el único espectador y gozador de ello... Y así fue que con mu­cho trajín fui corrompido y se me hizo aprender las sucias tretas del mundo. Lo que ahora desaprendo y me torno, por así decirlo, como un niño pequeño, para poder entrar en el Reino de Dios.



Thomas Traherne

Por tanto, te doy todavía otro pensamiento, que es aun más puro y más espiritual: En el Reino del Cielo todo está en todo, todo es uno, y todo es nuestro.



Eckhart

La doctrina de que Dios está en el mundo tiene un importante corolario práctico: la santidad de la Naturaleza y la culpabilidad y locura de los presuntuosos esfuerzos del hombre por ser su dueño más bien que su inteligentemente dócil colaborador. Las vidas infrahumanas y aun las cosas deben ser tratadas con respeto y comprensión, no brutal­mente oprimidas para servir nuestros fines humanos.


El regente del Océano meridional era Shu, el regen­te del Océano septentrional era Hu, y el regente del Centro era el Caos. Shu y Hu se encontraban continua­mente en el país del Caos, que los trataba muy bien. Consultáronse sobre el modo como podrían correspon­der a sus bondades y dijeron: "Todos los hombres tienen siete orificios para el objeto de ver, oír, comer y respirar, mientras que únicamente este regente no tiene uno solo. Procuremos hacerlos para él." En consecuen­cia, le hicieron cada día un orificio. Al cabo de siete días, el Caos murió.

Chuang Tse

En esta parábola, delicadamente cómica, el Caos es la Naturaleza en el estado de wu-wei —no aserción o equili­brio. Shu y Hu son el vivo retrato de esas afanosas personas que pensaron mejorar la Naturaleza convirtien­do secas praderas en trigales y produjeron desiertos; que orgullosamente proclamaron la Conquista del Aire y lue­go descubrieron que habían derrotado la civilización; que talaron inmensos bosques para proveer a las impresiones exigidas por la lectura universal que debía hacer seguro el mundo para la inteligencia y la democracia, y obtuvieron erosión al por mayor, revistas sensacionales y los órganos de la propaganda fascista, comunista, capitalista y nacio­nalista. En pocas palabras, Shu y Hu son devotos de la apocalíptica religión del Progreso Inevitable y su credo es el de que el Reino del Cielo está fuera de ti y en el futuro. En cambio Chuang Tse, como todo buen taoísta, no tiene ningún deseo de forzar a la Naturaleza a servir mal acon­sejados fines temporales, en contradicción con el objeto final del hombre según se formula en la Filosofía Perenne. Su deseo es trabajar con la Naturaleza de modo que se produzcan condiciones materiales y sociales en que el individuo pueda lograr el Tao en todos los niveles, del fisiológico al espiritual.

Comparada con la de los taoístas y los budistas de Extremo Oriente, la actitud cristiana hacia la Naturaleza ha sido curiosamente insensible y a menudo francamente dominadora y violenta. Tomando pie en una infortunada observación del Génesis, los moralistas católicos han considerado a los animales como meras cosas que los hombres hacen bien en explotar para sus propios fines. Como la pintura de paisajes, el movimiento humanitario en Europa fue asunto casi completamente seglar. En Ex­tremo Oriente, ambos eran esencialmente religiosos.

Los griegos creían que la húbris era siempre seguida por la némesis, que si uno iba demasiado lejos recibía un coscorrón para que recordara que los dioses no toleraban la insolencia por parte de hombres mortales. En la esfera de las relaciones humanas, el espíritu moderno compren­de la doctrina de la húbris y la considera cierta en gene­ral. Deseamos que el orgullo sufra una caída, y vemos que, con mucha frecuencia, cae.

El tener excesivo poder sobre sus semejantes, el ser demasiado rico, violento, ambicioso, todo ello atrae el castigo, y notamos que, a la larga, un castigo de una u otra clase llega debidamente. Pero los griegos no se dete­nían aquí. Considerando a la Naturaleza, en cierto modo, divina, pensaban que debía ser respetada y estaban con­vencidos de que una hubrística falta de respeto a la Naturaleza sería castigada por una vengadora némesis. En Los persas, Esquilo da las razones —las razones fina­les, metafísicas— de la derrota de los bárbaros. Jerjes fue castigado por dos culpas: arrogante imperialismo dirigido contra los atenienses y arrogante imperialismo dirigido contra la Naturaleza. Intentó esclavizar a sus semejantes, e intentó esclavizar el mar, construyendo un puente a través del Helesponto.

ATOSSA: De orilla a orilla construyó un puente sobre el Helesponto.

ESPECTRO DE DARÍO: ¿Cómo? ¿Pudo encadenar al poderoso Bosforo?

ATOSSA: Así es, con ayuda de algún dios en su propósito.

ESPECTRO DE DARÍO: Algún Dios poderoso que consiguió enturbiar su entendimiento.
Reconocemos hoy y condenamos la primera clase de imperialismo; pero la mayoría de nosotros ignoramos la existencia y aun la posibilidad misma del segundo. Y, sin embargo, el autor de Erewhon no tenía nada de tonto, y ahora que estamos pagando el horrible precio de nuestra bombeadísima "conquista de la Naturaleza", su libro pa­rece más que nunca de actualidad. Y Butler no fue el único escéptico ochocentista con respecto al Progreso Inevitable. Una generación o más antes que él, Alfred de Vigny escribía acerca de la nueva maravilla técnica de sus días, la máquina de vapor; escribía en un tono muy diferente de los entusiastas rugidos y trompeteos de su gran contemporáneo Victor Hugo.

Sur le taureau de fer, qui fume, souffle et beugle, l'homme est monté trop tôt. Nul ne connaît encor quels orages en luí porte ce rude aveugle, et le gai voyageur lui livre son trésor.

Y algo más adelante, en el mismo poema, añade:

Tous se sont dit: "Allons", mais aucun n'est le maître d'un dragan mugissant qu'un savant a fait naître. Nous nous sommes joués à plus fort que nous tous.



Mirando atrás, hacia la matanza y devastación, pode­mos ver que Vigny tenía toda la razón. Ninguno de aque­llos alegres viajeros, entre los cuales Victor Hugo era el más estrepitosamente elocuente, tenía la más débil no­ción de adonde aquel primero, ridículo Resoplador, los estaba llevando. O, más bien, tenían una idea muy clara, pero resultaba ser enteramente falsa. Pues estaban con­vencidos de que el Resoplador los conducía a toda veloci­dad hacia la paz universal y la hermandad de los hom­bres, y de que los periódicos, que tan orgullosos estaban de poder leer, mientras el tren retumbaba hacia su utópi­co destino, a no más de unos cincuenta años de distancia, eran la garantía de que la libertad y la razón pronto triunfarían en todas partes. El Resoplador se ha convertido ahora en un bombardero cuatrimotor cargado de fós­foro blanco y grandes explosivos, y la prensa libre es en todas partes sierva de sus anunciantes, de un grupo coaccionador o del Gobierno. Y, con todo, por alguna inexplicable razón, los viajeros (ya no alegres) se aferran todavía a la religión del Progreso Inevitable, que es, a fin de cuentas, la esperanza y la fe (contra toda experiencia humana) de que se puede obtener algo por nada. ¡Cuán­to más sensata y realista es la opinión griega de que toda victoria se paga y, para algunas victorias, el precio es tan alto que pesa más que cualquier ventaja que pueda obtenerse con ellas! El hombre moderno ya no considera divina en ningún sentido a la Naturaleza y se siente en completa libertad para tratarla como un arrogante con­quistador y tirano. El botín del reciente imperialismo tec­nológico ha sido enorme; pero mientras tanto la némesis se ha encargado de que tuviéramos los disgustos con los gustos. Por ejemplo: la posibilidad de viajar en diez horas de Nueva York a Los Ángeles, ¿ha dado a la raza humana un placer superior al dolor producido por el lanzamiento de bombas y fuego? No hay método conocido para com­putar la cantidad de felicidad o bondad esparcida por el mundo. Lo que es obvio, sin embargo, es que las ventajas obtenidas por recientes adelantos tecnológicos —o, según la fraseología griega, por recientes actos de la húbris dirigidos contra la Naturaleza— van generalmente acom­pañadas de correspondientes desventajas, que las ganan­cias en una dirección llevan aparejadas pérdidas en otras direcciones, y que cuando obtenemos algo es siempre por algo. Nunca podemos determinar si el resultado neto de estos laboriosos asientos de debe y haber es un auténtico Progreso en virtud, felicidad, caridad e inteligencia. Por no poder determinarse nunca la realidad del Progreso, los siglos XIX y XX tuvieron que tratarlo como un artículo de fe religiosa. Para los expositores de la Filosofía Perenne, la cuestión de si el Progreso es inevitable, o aun real, no es asunto de primera importancia. Para ellos, lo impor­tante es que el individuo alcance el conocimiento unitivo de la Base divina, y lo que les interesa respecto al medioambiente social no es su progresividad o no progresividad (cualquiera que sea el significado de ese término), sino el grado en que ayuda o estorba al individuo en su avance hacia la finalidad última del hombre.


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