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- TANTUM RELIGIO POTUIT SUADERE MALORUM



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20 - TANTUM RELIGIO POTUIT SUADERE MALORUM


¿Quieres saber por qué han aparecido en el mundo tantos espíritus falsos que han engañado a sí mismos y a otros con falso fuego y falsa luz, alegando informa­ción, iluminación y aperturas de la Vida divina, espe­cialmente para obrar maravillas bajo extraordinarios llamados de Dios? Es por esto: se han dirigido a Dios sin apartarse de sí mismos; querrían vivir para Dios antes de morir para su propia naturaleza. Y la religión en las manos del yo. o naturaleza corrupta, sirve sola­mente para exponer vicios de peor clase que los que existen en la naturaleza dejada a sí misma. De ahí las desordenadas pasiones de hombres religiosos, que ar­den en una llama peor que las pasiones empleadas sólo en los negocios del mundo; el orgullo, la exalta­ción de sí mismo, el odio y la persecución, so capa de celo religioso, quieren santificar actos que la naturale­za, librada a sí misma, se avergonzaría de confesar.

William Law
"Dirigirse a Dios sin apartarse del yo" —la fórmula es absurdamente simple, y sin embargo, pese a su simplici­dad, explica todas las locuras e iniquidades cometidas en nombre de la religión. Los que se dirigen a Dios sin apartarse de sí mismos son tentados al mal de varios modos característicos y fácilmente reconocibles. Son ten­tados, ante todo, a practicar ritos mágicos, por cuyo medio esperan obligar a Dios a satisfacer sus peticiones y en general, a servir sus fines particulares o colectivos. Todo el feo negocio de sacrificios, encantamientos y lo que Jesús llamaba "vana repetición" es producto de este deseo de tratar a Dios como medio de indefinido engen­dramiento de sí mismo, más bien que como un fin que debe alcanzarse mediante una abnegación total. Luego, son tentados a usar el nombre de Dios para justificar lo que hacen por lograr posición, poder y riqueza. Y como creen tener una divina justificación para sus actos, proce­den, con la conciencia tranquila, a perpetrar abominacio­nes "que la naturaleza, librada a sí misma, se avergonza­ría de confesar". A lo largo de la historia, una increíble suma de maldades ha sido hecha por ambiciosos idealistas, conducidos por su propia palabrería y su avi­dez de poder o la convicción de que obraban por el máximo bien de sus semejantes. En el pasado, la justifica­ción de tal perversidad era "Dios", o "la Iglesia", o "la Verdadera Fe"; hoy día los idealistas matan, torturan y explotan en nombre de "la Revolución", "el Nuevo Or­den", "el Mundo del Hombre Común", o simplemente "el Porvenir". Finalmente, hay tentaciones que surgen cuan­do los falsamente religiosos empiezan a adquirir las facul­tades que son fruto de sus prácticas piadosas y mágicas. Pues, no hay que engañarse, los sacrificios, encantamien­tos y "vana repetición" producen realmente sus frutos, especialmente cuando son practicados conjuntamente con austeridades físicas. Los hombres que se dirigen a Dios sin apartarse de sí mismos no alcanzan, por supues­to, a Dios; pero, si se dedican con suficiente energía a su seudorreligión, obtendrán resultados. Algunos de estos resultados son, sin duda, producto de la autosugestión. (Por medio de la "vana repetición" hacía Coué que sus pacientes se curaran a sí mismos de sus enfermedades.) Otros se deben, al parecer, a ese "algo, distinto de noso­tros" que hay en el medio psíquico —ese algo que da siempre poder, aunque no necesariamente rectitud. Es imposible determinar si ese algo es una muestra de obje­tividad de segunda mano, proyectada en el medio por el adorador individual y sus compañeros y predecesores; o una muestra de objetividad de primera mano, correspon­diente, en el plano psíquico, a los datos del universo material; o una combinación de ambas cosas. Basta decir aquí que las personas que se dirigen a Dios sin apartarse de sí mismas parecen, con frecuencia, conseguir una maña especial para obtener la satisfacción de sus peticio­nes y a veces adquieren considerables facultades supra-normales, tales como las de la curación psíquica y la percepción extrasensoria. Pero puede preguntarse: ¿es necesariamente una cosa buena el ser capaz de obtener la satisfacción de lo que se pide, del modo como uno lo desea? Y ¿hasta qué punto es espiritualmente provechosa la posesión de estas facultades "milagrosas"? Estas pre­guntas fueron consideradas en la sección sobre la "Ora­ción" y serán todavía discutidas en el capítulo dedicado a "Lo milagroso".
El Gran Augur, ataviado con vestiduras ceremonia­les, se acercó al matadero y habló así a los cerdos: —¿Qué objeción podéis poner a vuestra muerte? Os engordaré durante tres meses. Me disciplinaré durante diez días y observaré tres de ayuno. Esparciré hierba fina y colocaré vuestro cuerpo sobre la labrada fuente del sacrificio. ¿No os satisface todo esto?
Luego, hablando desde el punto de vista de los cerdos, continuó: —Quizá sea mejor, después de todo, vivir de afrecho y escapar al matadero.

"Pero, en cambio —añadió, hablando desde su pro­pio punto de vista—, para gozar honores en vida, estaría uno dispuesto a morir sobre un escudo de gue­rra o en la cesta del verdugo."

Rechazó, pues, el punto de vista de los cerdos y adoptó su propio punto de vista. ¿En qué sentido pues. era él distinto de los cerdos?

Chuang Tse
Cualquiera que sacrifique algo que no sea su propia persona o sus propios intereses se halla exactamente al mismo nivel que los cerdos de Chuang Tse. Los cerdos buscan su propio provecho en cuanto prefieren vida y afre­cho a honor y matadero; los sacrificadores buscan su propio provecho en cuanto prefieren la muerte de cerdos, mágica, constreñidora de Dios, a la muerte de sus propias pasiones y obstinación. Y lo que conviene al sacrificio conviene tam­bién a los encantamientos, ritos y vanas repeticiones, cuan­do son empleados (como lo son con excesiva frecuencia, aun en las religiones superiores) como una forma de magia compulsiva. Ritos y vanas repeticiones tienen su lugar legíti­mo en religión como ayuda al recogimiento, recordatorio de una verdad momentáneamente olvidada en la baraúnda de las distracciones mundanas. Cuando se ejecutan como una especie de magia, su empleo carece completamente de sentido o, en otro caso (y esto es peor), puede producir una exaltación del yo, lo que no contribuye en modo alguno al logro de la finalidad última del hombre.

Las vestiduras de Isis son abigarradas para represen­tar el cosmos; la de Osiris es blanca, y simboliza la Luz Inteligible que hay más allá del cosmos.



Plutarco

Mientras el símbolo permanezca, en la mente del ado­rador, firmemente ligado a lo simbolizado y conducente a ello, el uso de cosas tales como vestiduras blancas y abigarradas no puede causar daño. Pero si el símbolo se suelta, por así decirlo, y se convierte en un fin en sí mismo, entonces tenemos, en el mejor caso, un esteticis­mo y un sentimentalismo fútiles, y en el peor caso una forma de magia psicológicamente eficaz.

Todas las cosas externas deben ceder al amor; pues ellas son por el amor, y no el amor para ellas.

Hans Denk
Las ceremonias en sí no son pecado; pero quien crea que puede alcanzar la vida por el bautismo o compartiendo el pan se halla todavía en la supersti­ción.

Hans Denk

Si estáis siempre manejando la letra de la Palabra, siempre lamiendo la letra, siempre mascándola, ¿qué gran cosa hacéis? No es extraño veros tan famélicos.



John Everard

Mientras aún prevalecía la Recta Ley, innumerables eran los conversos que sondaban las honduras de la Dharma meramente escuchando media estrofa, y aun una frase sola, de la enseñanza del Buda. Pero al acercarnos a la época de la similitud y a estos últimos días del budismo, nos hallamos, en verdad, lejos del Sabio. La gente está ahogándose en un mar de letras, no saben cómo llegar a la única sustancia que es la verdad. Esto fue lo que causó la aparición de los Padres (del budismo del Zen) que, señalando directa­mente la mente humana, nos dijeron que veamos ahí la base última de todas las cosas y con ello logremos la condición de Buda. Esto es conocido como una trans­misión especial, fuera de la enseñanza de la Escritura. Al que está dotado de superior talento o de una espe­cial agudeza mental, un gesto o una palabra bastará para darle un inmediato conocimiento de la verdad. De ahí que, siendo abogado de una "transmisión espe cial", Ummon tratara al Buda (histórico) con la mayor irreverencia y Yakusan llegara a prohibir a sus seguido­res la lectura de las sutras.

Zen es el nombre dado a la rama del budismo que se mantiene apartada del Buda. Es también llamada la rama mística, porque no sigue el sentido literal de las sutras. Por esta razón es seguro que los que siguen ciegamente los pasos del Buda se burlarán del Zen, mientras que los que no gustan de la letra son natural­mente propensos al modo místico de abordar el tema. Los discípulos de cada una de estas escuelas saben menear la cabeza respecto a los de la otra, sin advertir que, al fin y al cabo, son complementarias. ¿No es el Zen una de las seis virtudes de la perfección? Luego, ¿cómo puede contradecir las enseñanzas del Buda? En mi opinión, el Zen es resultado de la enseñanza del Buda, y lo místico fluye de la letra. No hay razón para que nadie evite el Zen a causa de la enseñanza del Buda, ni necesidad de que desdeñemos la letra a causa de las enseñanzas místicas del Zen... Los que estudian el budismo de la Escritura corren el riesgo de porfiar en la escritura sin llegar a comprender su verdadero senti­do. Por tales hombres no es nunca asida la realidad última, y para ellos el Zen sería la salvación. Mientras que los que estudian el Zen son demasiado propensos a adquirir el hábito de la charla vacua y a practicar el sofisma. No llegan a comprender la importancia de las letras. Para salvarlos, se recomienda el estudio de las Escrituras budistas. Sólo cuando estos puntos de vista unilaterales se corrigen mutuamente, hay una perfecta apreciación de la enseñanza del Buda.

Chiang Chih-chi

Sería difícil encontrar un resumen de las conclusiones a que debe llegar más tarde o más temprano toda mente espiritual y psicológicamente realista, mejor que los pre­cedentes párrafos, escritos en el siglo XI por uno de los maestros del budismo del Zen.

El fragmento siguiente es una conmovedora protesta contra los crímenes y locuras perpetrados en nombre de la religión por los reformadores del siglo XVI que se dirigían a Dios sin apartarse de sí mismos y que, por tanto, estaban mucho más intensamente interesados en los aspectos temporales del cristianismo histórico —orga­nización eclesiástica, manipulación de la lógica, letra de la Escritura— que en el Espíritu que ha de ser venerado en espíritu, que en la Realidad eterna y su abnegado conocimiento, donde está la vida eterna del hombre. Su autor es Sebastián Castelio, que había sido en otro tiem­po el discípulo favorito de Calvino, pero que se separó de su maestro cuando éste hizo quemar a Servet por herejía contra su propia herejía. Afortunadamente, Castelio vivía en Basilea cuando hizo su alegato en favor de la caridad y la decencia; de haber estado metido en Ginebra, le hu­biera conseguido tortura y muerte.

Si vos, ilustre Príncipe (estas palabras van dirigidas al duque de Wurtemberg), hubieseis comunicado a vuestros subditos que los visitaríais en fecha no indica­da y requerido que se pusieran vestiduras blancas para recibiros, ¿qué haríais si a vuestra llegada, vieseis que, en vez de vestirse de blanco, habían pasado el tiempo en violento debate acerca de vuestra persona —insis­tiendo algunos en que estabais en Francia, declarando unos que llegaríais a caballo, otros que en carroza; sosteniendo unos que llegaríais con gran pompa y otros que lo haríais sin séquito alguno? Y especialmen­te ¿qué diríais si los vieseis disputar no sólo con pala­bras, sino con los puños y las espadas, y si algunos lograran matar y destruir a otros que diferían de ellos? "Vendrá a caballo." "No, vendrá en carroza." "Mien­tes." "No; el mentiroso eres tú." "Toma esto" —un puñetazo. "Toma esto" —una espada a través del cuer­po. Príncipe, ¿qué pensaríais de tales ciudadanos? Cristo nos pidió que nos pusiéramos las blancas vesti­duras de una vida pura y santa, pero ¿qué ocupa nuestros pensamientos? Disputamos no sólo sobre el camino hacia Cristo sino sobre su relación con Dios Padre, sobre la Trinidad, la predestinación, libre albe-drío, naturaleza de Dios, de los ángeles, condición del alma después de la muerte —sobre una multitud de materias que no son esenciales para la salvación: materias, además, que no podrán ser sabidas hasta que nuestro corazón sea puro, pues son cosas que deben percibirse espiritualmente.

Sebastián Castelio

La gente obtiene siempre lo que pide; la única dificul­tad es que no sabe nunca, hasta que la obtiene, qué cosa es lo que realmente pidió. Así, los protestantes, de haberlo deseado, hubieran podido seguir la dirección de Castelio y Denk; pero prefirieron a Calvino y a Lutero —los prefirieron porque las doctrinas de la justificación por la fe y de la predestinación eran más excitantes que las de la Filosofía Perenne. Y no sólo más excitantes, sino también menos exigentes; porque, de ser verdaderas, podía uno salvarse sin pasar por ese desagradable proce­so de anonadamiento que es la necesaria condición pre­via de la liberación en el conocimiento de la Realidad eterna. Y no sólo menos exigentes, sino también más satisfacientes para el intelectual apetito de fórmulas bien talladas y demostraciones silogísticas de verdades abs­tractas. Atender al servicio de Dios es aburrido; pero ¡qué divertido discutir, vencer a los contrarios, perder los estri­bos y llamarlo "justa indignación", y por fin pasar de la controversia a los golpes, de las palabras a lo que San Agustín tan deliciosamente describía como la "benigna aspereza" de la persecución y el castigo!

Escogiendo a Lutero y Calvino, en vez de los reformadores espirituales contemporáneos suyos, la Eu­ropa protestante obtuvo la clase de teología que le gusta­ba. Pero también obtuvo, junto con otros imprevistos productos secundarios, la guerra de treinta años, el capi­talismo y los primeros rudimentos de la Alemania moder­na. "Si deseamos —ha escrito recientemente el deán Inge— una víctima propiciatoria en que cargar las mise­rias que Alemania ha traído al mundo... estoy cada vez más convencido de que el peor genio maligno de ese país no es Hitler, ni Bismarck, ni Federico el Grande sino Martín Lutero... (El luteranismo) adora a un Dios que no es justo ni misericordioso... La ley de la Naturaleza, que debería ser el tribunal de apelación contra la autoridad injusta, es identificada (por Lutero) con el existente orden de la sociedad, al que se debe absoluta obediencia." Y así sucesivamente. La recta creencia es la primera rama del Óctuple Sendero, que conduce a la liberación; la raíz y causa prístina de la esclavitud es la creencia errónea, o ignorancia —una ignorancia, recordémoslo, que no es nunca completamente invencible, sino siempre, en último término, una cuestión de voluntad. Si no sabemos, es porque hallamos más conveniente no saber. Ignorancia original es lo mismo que pecado original.


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