El león invisible



Yüklə 0,74 Mb.
səhifə3/15
tarix04.02.2018
ölçüsü0,74 Mb.
#23626
1   2   3   4   5   6   7   8   9   ...   15

Lo sabía, y eso es algo que en su momento me obligó a reflexionar sobre lo disparatado del mundo que nos ha tocado vivir. Estoy convencido de que, al igual que me ocurrió a mí, millones de personas se sintieron, y tal vez aún se sienten, fascinados por la transparencia y la profundidad de aquella mirada, y sin embargo ella nunca fue consciente de ello. ¿No se te antoja injusto?

¿Acaso buscas justicia, precisamente tú, que te has convertido en el más claro ejemplo de lo injusto? quiso saber Robert Martel al tiempo que se servía una más que generosa copa de coñac del bar del salón principal del lujoso yate de su interlocutor. ¿Por qué inexplicable razón, Dios o el destino, o quien se ocupe de estas cosas, se ha empeñado en dártelo todo cuando le niega tanto a tantos?

Tal vez porque tiene plena conciencia de que yo sé que no me lo merezco, y a mi modo corrijo ese error compartiendo mucho de lo que me ha proporcionado. Dime, ¿cuántos puestos de trabajo hemos creado en estos últimos años? Miles, sin duda.

¿Y cuántas familias dependen de mis empresas? Resultaría casi imposible calcularlo.

¿Y se te ha pasado alguna vez por la cabeza la idea de que reinvierto mis ganancias con el fin de conseguir nuevas ganancias que jamás conseguiría gastarme?

¡No! Naturalmente que no. Te conozco hace años y sé muy bien que tienes tanto dinero que ya ni siquiera piensas en él. De eso estoy seguro.

Entonces, si no tengo que pensar en el dinero, he recuperado la salud, me he acostado con todas las mujeres hermosas con que un hombre pueda soñar, el caviar me sale por las orejas, me aburre jugar a la ruleta y no soporto el barullo de las discotecas, ¿por qué te sorprende que me sienta fascinado por una criatura desamparada que resulta, como bien dice René Villeneuve, ¿turbadora? ¿Qué otra cosa podría atraer con más fuerza mi atención?

El abogado tardó en responder, permaneció un largo rato observando la altiva silueta del prodigioso Lady Moura que se disponía a abandonar el puerto, y acabó por asentir con un leve ademán de cabeza.

Creo que realmente nadie tiene por qué echarte en cara que ocupes tu tiempo, tu mente y tu dinero en lo que más te apetezca, pero como amigo y consejero no puedo evitar que me preocupe esta nueva locura. Los fundamentalistas islámicos constituyen hoy por hoy el principal peligro que amenaza a nuestra civilización y a lo que veo pretendes ir allí, a roncarles en la boca de su propia cueva.

Intentaré ser diplomático.

¿Diplomático tú? se asombró el otro a punto de echarse a reír a carcajadas. Aún recuerdo cuando quisiste ser diplomático con el embajador italiano; le propinaste tal palmada en la espalda que se tragó el vaso y se rajó la cara.

Fue sin querer.

Es que si llega a ser queriendo lo desnucas. Te imagino en Nigeria machacándole el cráneo al primer juez de la sharía que te lleve la contraria.

¡Tenga usted amigos para esto!

Los amigos están para decir la verdad por mucho que duela, y con demasiada frecuencia a ti te sale la vena de aquel abuelo que según me contaste levantaba como si nada piedras de cien kilos.

¡El abuelo Iñaki! admitió el otro. La verdad es que era muy bruto. Cuentan que un día le dijeron que había llegado al pueblo un escritor muy importante; un tal Miguel de Unamuno que había sido propuesto para el premio Nobel, y se limitó a comentar: -Pues debe levantar unas piedras enormes-.

¡Bien! admitió Robert Martel depositando la copa sobre una mesa. Dejemos eso y volvamos a lo que importa. ¿Para qué me has mandado llamar y qué es lo que quieres que haga exactamente?

En primer lugar negociar un acuerdo con Radio Montecarlo de tal modo que no puedan negarse a permitir que me lleve a René Villeneuve a Nigeria pagándole lo que pida. Y dentro de quince días quiero tener en el aeropuerto de Kano, que por lo visto es el más cercano al pueblo en el que vive Aziza Smain, un Hummer 2 totalmente equipado, a ser posible rojo.

¿Un Hummer 2 dentro de quince días? se escandalizó su abogado. ¿Es que te has vuelto loco? ¡La lista de espera es de por lo menos seis meses!

¡Escucha, querido! fue la seca respuesta. En estos tres últimos años le he comprado a Nick Patakis dos Ferrari, un Rolls, un Masseratti, y una veintena de Mercedes para mis ejecutivos, o sea que le adviertes que si antes de tres días no me entrega un Hummer 2 rojo nuevo, pierde a su mejor cliente. Y en cuanto lo tengas se lo llevas a Guido, el mecánico de SaintTropez, porque necesito que le haga unos retoques.

¿Qué clase de retoques? se alarmó el otro. ¡Capaz te creo de transformarlo en una especie de carro de combate!

¡Descuida! le tranquilizó su jefe. Te garantizo que viajaré a Nigeria en misión de paz. Nada de armas, nada de amenazas, nada de violencia... Sonrió de oreja a oreja de un modo casi infantil al concluir: ¡Persuasión! Ése será mi estilo en este caso: dinero y persuasión.

Siempre he confiado ciegamente en tu dinero, amigo mío, admitió el otro. Pero te garantizo que desconfío por completo de tu capacidad de persuasión.

Eso se debe a que nunca me has visto trabajar en serio, le hizo notar Oscar Schneeweiss Gorriticoechea. Hace ya demasiado tiempo que no lo necesito. ¿Recuerdas el equipo que contratamos cuando invertimos tanto dinero en Cerdeña? inquirió a continuación, y ante el gesto de asentimiento del otro, añadió: Pues lo quiero aquí pasado mañana sin falta.

¿A todo el grupo?

¡A todo el grupo! Y al que te ponga alguna pega envíale un avión privado. Casi nadie se resiste a la idea de que le está esperando un avión privado, y menos aún a la idea de que si no se sube a él jamás volverá a trabajar en ninguna de mis empresas. ¿Ha quedado claro? ¡Cristalino! reconoció el abogado. Cosa sabida es que como diplomático te puedes morir de hambre, pero como dictador no tienes precio. Tus argumentos jamás admiten la más mínima discusión.

En ese caso más vale que muevas el culo, le indicó el dueño del gigantesco yate que llevaba el poco convencional nombre de El gorro rojo. El sábado siguiente al día de que esa mujer no pueda continuar amamantando a su hijo, la lapidarán, y aún no tengo muy claro cuándo se cumplirá esa fecha y de cuánto tiempo disponemos para intentar salvarla.

A los diez minutos de que Robert Martel hubiera abandonado la estancia, ésta se encontraba casi abarrotada por una veintena de miembros de la tripulación del navío, a quienes su, por lo general, poco exigente patrón, señaló en un tono de voz desacostumbrado en él: A partir de este momento me voy a establecer a bordo. Llegará mucha gente con la que tengo que trabajar muy duramente. Debido a ello exijo la mejor atención, la mejor comida, las mejores comunicaciones con cualquier lugar del mundo, y que de cada uno de ustedes esté dispuesto a trabajar las veinticuatro horas del día sin un minuto de descanso. Al que tenga el más mínimo fallo o se atreva a protestar le pongo las maletas en el muelle y se le acabó el chollo de vivir en un yate de lujo que no navega más que un par de meses al año. Hasta el momento han conocido ustedes al Schneeweiss amable, pero en cuanto me den el menor motivo conocerán al Gorriticoechea atravesado. ¿Alguna pregunta?

No hubo preguntas, y tras quedarse a solas con sus dos secretarias más eficientes, comenzó a dictar órdenes con tal rapidez y precisión que resultó más que evidente que tras su engañoso aspecto de rudo leñador se ocultaba un emprendedor empresario que sabía muy bien qué era lo que tenía que hacer en cada momento y a quién debía recurrir para conseguir sus objetivos.

El resultado fue que cuarenta y ocho horas más tarde El gorro rojo se había convertido en una especie de hormiguero en el que hombres y mujeres de todo tipo y muy diferentes nacionalidades trabajaban codo con codo en la consecución de un solo objetivo: salvar de la muerte por lapidación a una infeliz muchacha de la que hasta pocos días antes ninguno de ellos había oído hablar.

Durante toda su vida el caíd Ibrahim Shala había intentado comportarse como un mandatario justo y comprensivo, preocupado por el bienestar de su pueblo, aunque con demasiada frecuencia se veía coartado por el hecho de tener que mantener un delicado equilibrio entre las necesidades de unos administrados obligados a vivir casi en los límites de la subsistencia, y las exigencias de quienes consideraban que una fe ciega en el más allá era mucho más importante que el bienestar en un mundo en el que, según ellos, tan sólo estaban de paso, y que por lo tanto su única preocupación debía centrarse en honrar y alabar a Alá para que el día de mañana les recibiese con los brazos abiertos en el paraíso prometido.

Medio centenar de furibundos fanáticos comandados por el ladino y ambicioso imam de la mezquita Sehese Bangú, del que le constaba que lo que en verdad pretendía era ocupar su puesto, torpedeaban sistemáticamente todos sus intentos de hacer más llevadera la existencia de sus conciudadanos, y lo peor era que los «Carroñeros de Bangú, que era como en la intimidad le gustaba llamar a sus enemigos, contaban con el apoyo de los inmovilistas emires que controlaban las provincias del norte, mientras que él nunca se había sentido respaldado por la mayoría cristiana del gobierno central de Lagos.

Toda propuesta que llegara de un hausa, por muy buena voluntad que siempre hubiera demostrado el caíd Shala, concluía irremediablemente en el cesto de los papeles de cualquier despacho de cualquier ministerio, mientras que en la norteña Kano la simple noticia de que un reo iba a ser ajusticiado por no seguir al pie de la letra los mandatos de la sharía provocaba un inusitado alborozo.

Debido a ello, el día en que un mal llamado tribunal islámico dominado por emires y jueces extremistas y con la inestimable ayuda de los odiosos «Carroñeros de Sehese Bangú dictaminó que la bella Aziza Smain debía ser lapidada pese a que su único delito era el de no haber contado con las fuerzas suficientes como para evitar que cuatro desalmados abusaran de ella, al resignado caíd Shala no le quedó más remedio que acatar tan injusto y desmesurado castigo, aunque procurando, eso sí, retrasarlo en la medida de lo posible a la espera de algún tipo de milagro en el que, a fuer de sincero, jamás había creído.

Aún recordaba, casi con un estremecimiento, la brutal impresión que le produjo la hermosura de aquella prodigiosa criatura el día en que bendijo su unión con un infeliz pastor que apenas había tenido tiempo de disfrutar del tesoro que le había tocado en suerte, y aún recordaba, casi con un estremecimiento, la despectiva mirada que le lanzó el día que, sumiso y avergonzado, se vio obligado, a confirmar su sentencia de muerte.

Si ya por aquel entonces Ibrahim Shala estaba convencido de que era un hombre en exceso pusilánime, a partir de tan acusadora mirada se convenció de que en realidad era un auténtico cobarde.

Pero ¿cómo hacer frente al fanatismo de unos fundamentalistas que habían sido capaces de humillar a la nación más poderosa del planeta destruyendo sus más emblemáticos edificios?

La virulencia del islamismo más exacerbado se había extendido sobre la faz de la tierra como una plaga incontrolable, y por desgracia él había nacido y se había criado en el corazón de una región en la que las creencias religiosas primaban desde muy antiguo sobre cualquier otra circunstancia. No era cuestión de ser blanco o negro, alto o bajo, rico o pobre, justo o injusto, porque al parecer en aquel rincón del mundo todo se limitaba a ser o no ser un buen musulmán según el particular punto de vista del imam Sehese Bangú o los severos ulemas de Kano.

Y a estar o no dispuesto a permitir que las más rígidas creencias religiosas prevalecieran sobre cualquier otra consideración.

Su anciano padre, que se había quedado ciego de tanto recorrer el desierto permitiendo que el sol le deslumbrara al reflejarse en la arena, le había aconsejado poco antes de morir: «Escucha siempre a quienes te aseguren que Alá nos está esperando al final del camino, pero no escuches a quienes te aseguren que nos está esperando a mitad de ese camino, porque lo único que pretenden es obligarte a hacer lo que ellos quieren. La decisión de cómo recorrerlo es siempre tuya pero si lo has recorrido bien o mal lo decide Alá, que no necesita intermediarios.

¡Intermediarios! En ellos se escondía el verdadero peligro.

Sehese Bangú, los emires y su camarilla de aduladores se consideraban a sí mismos intermediarios entre el cielo y la tierra; los únicos intérpretes de la voluntad del Creador, los llamados a ejecutar unas sentencias que ellos mismos dictaban en nombre del Misericordioso.

Nadie estaba en situación de asegurar quién les había conferido semejante poder, pero largos años de experiencia demostraban que mal fin solían tener aquellos que osaran poner en entredicho tan divino mandato.

Ibrahim Shala poseía un hermoso palacio de gruesos muros de adobe que mantenían puertas afuera el tórrido viento que con harta frecuencia llegaba desde el cercano desierto, un caballo blanco y una enorme sombrilla roja, treinta camellos, más de cien cabras y ovejas, 16 hectáreas de las tierras más fértiles, una veintena de criados, quince hijos, siete nietos y cuatro esposas, la última de las cuales era más hermosa y más apasionada que la más joven, hermosa y apasionada de sus hijas.

Si conservar todo ello le exigía mirar hacia otro lado cuando los guerreros de Alá trataban de imponer su ley a toda costa, miraba hacia otro lado, pues sabía, y ésa era tal vez su única disculpa ante sí mismo y ante quienes le amaban, que enfrentarse a los designios de los fanáticos de poco o nada le serviría.

Y si llegaba el malhadado día en que Sehese Bangú conseguía adueñarse del poder, su palacio, su caballo, su sombrilla, sus tierras y su ganado, el futuro de sus conciudadanos sería aún peor, pues no tendrían a nadie que intentara poner algún tipo de freno a los desmanes de sus incontables e incontrolables seguidores.

¡Triste mundo era aquel en el que se veía obligado a guardar silencio ante dos de sus propios hijos, de los que sospechaba que anteponían las enseñanzas del Corán y las obsoletas leyes de la sharía a sus lazos de sangre o el respeto que le merecía quien les había dado la vida y les había cuidado cuando aún no podían valerse por sí mismos!

Si para su propia gloria un dios exigía que el hijo traicionara al padre o el hermano al hermano, poco podría quejarse si eran luego sus propios hijos quienes le traicionaban.

Al caíd Shala no se le pasaba por la mente la idea de traicionar a su Dios, pero le costaba un gran esfuerzo admitir que a ese Dios, «el clemente, el misericordioso, le resultara imprescindible la sangre de una joven madre para sentirse más fuerte y poderoso.

Por todo ello se sintió ligeramente esperanzado y empezó a creer en los milagros la tarde en que le comunicaron que tres enormes vehículos habían hecho su aparición llegando desde Kano, y a la mañana siguiente, un pintoresco europeo de cuadrada mandíbula, aspecto de leñador y nombre absolutamente impronunciable solicitó que le recibiera en audiencia.

Aceptó de inmediato, por lo que dos horas más tarde el extranjero se presentó, acompañado por un séquito de media docena de personas, con el fin de hacerle entrega de una enorme maqueta y una serie de planos y preciosos dibujos en los que se podía ver su, hasta el momento, desolado y mísero pueblo de Hingawana, absolutamente transformado.

Estoy dispuesto a construir casas nuevas para todos sus habitantes, una escuela, una mezquita, un centro deportivo y un pequeño hospital fue lo primero que dijo el recién llegado señalando punto por punto los pequeños edificios de la maqueta. Concluiré la central eléctrica que se quedó a medias y haré que se caven pozos tan profundos que jamás faltará el agua, de tal modo que se convertirá en el lugar más hermoso, cómodo y moderno, no sólo de Nigeria, sino incluso de África.

¿A qué precio?

La libertad de Aziza Smain.

¿Y quién me garantiza que si queda libre cumplirás tus promesas?

Yo construiré el nuevo pueblo y luego serás tú quien tenga que cumplir tu promesa de dejarla en libertad.

¿Cuánto tiempo tardarías?

Tres meses.

El hausa estudió con profundo detenimiento la maqueta y los planos y acabó por negar con un firme gesto de la cabeza.

Nadie puede construir todo eso en tres meses sentenció.

Yo sí.


Hingawana ha tardado que es.

Oscar Schneeweiss Gorriticoechea hizo un leve gesto con la mano y uno de sus acompañantes extrajo de su portafolios un grueso fajo de folletos a todo color que dejó sobre la mesa.

Éstas son algunas de las urbanizaciones que mis empresas han construido en diferentes partes del mundo en los cuatro últimos años señaló el monegasco. La que ves aquí, de sesenta chalets de lujo en la isla de Cerdeña, incluido un puerto deportivo, la levanté en menos de catorce meses. Sé que puedo hacerlo y por lo tanto, si me prometes que cumplirás con tu parte del trato, yo cumpliré con el mío.

¿Tanto vale para ti la vida de esa muchacha?

¿Tanto vale para ti su muerte?

¡No! admitió el hausa con absoluta sinceridad. Su muerte en nada me beneficia y lo cierto es que deseo evitarla a toda costa.

Lo sé.

¿Cómo puedes saberlo?



Sé mucho sobre este pueblo, y me consta que eres un hombre de buena voluntad, al que semejante crimen desagrada. Por eso he acudido directamente a ti. Por eso, y porque eres quien manda en Hingawana.

Su interlocutor tardó en responder, hizo un gesto al criado que aguardaba en un rincón con el fin de que llenara de nuevo los vasos de té, y tras observar una vez más la preciosa maqueta que aparecía a sus pies y los diseños apoyados en la pared, musitó con cierto pesar:

más de cien años en ser lo

Efectivamente yo soy quien manda en Hingawana, pero no quien manda en los jueces que condenaron a Aziza Smain, puesto que la mayoría ni tan siquiera nacieron aquí. Los envió el gobernador de Kano, y por desgracia son los únicos que pueden levantar el castigo.

Sin embargo le hizo notar Oscar Schneeweiss Gorriticoechea, si una cuidadosa investigación que hasta el presente nadie ha llevado a cabo, demostrase que, efectivamente, Aziza Smain fue violada y su hijo no es por lo tanto el hijo de un adulterio consentido, a esos jueces no les quedaría otro remedio que revocar la sentencia.

Pero ello exigiría a su vez castigar a los culpables. ¿Y qué es más agradable a los ojos de Alá? ¿Que se castigue con la muerte a una inocente, o con unos cuantos años de cárcel a los auténticos culpables de un delito tan abominable?

El dueño del palacio de gruesos muros de adobe tardó en responder. Hizo un significativo gesto a sus criados para que abandonaran la amplia estancia, y tan sólo cuando abrigó el convencimiento de que no podían oírle y se encontraba a solas con sus numerosos visitantes señaló:

Por desgracia, y como casi siempre suele ocurrir, no estamos tratando aquí de lo que pueda ser o no ser más agradable a los ojos de Alá, sino de lo que conviene o no a ciertos individuos. Y me consta que tales individuos tan sólo buscan su propio provecho.

¿En qué aprovecha a nadie la muerte de un ser que no ha cometido delito alguno?

A mi modo de ver Aziza Smain cometió varios delitos, fue la extraña respuesta, que había sido emitida en un tono en verdad intrigante.

¿Ah, sí? se sorprendió René Villeneuve que hasta ese momento se había limitado a permanecer en un segundo plano y casi desapercibido. ¿Y cuáles son tales delitos, si es que puede saberse?

Ibrahim Shala le dedicó una larga mirada en la que resultaba evidente que se reflejaba una cierta duda, como si estuviera tratando de recordar si le conocía o no, y por último señaló:

En primer lugar, ser demasiado hermosa, lo cual le procuró desde siempre la enemistad de un buen número de mujeres, e incluso de muchos hombres. En segundo lugar, ser en cierto modo rebelde, puesto que cuando aún era una niña trabajó cuatro años para una extranjera, que le enseñó inglés y no sé si incluso a leer y escribir, cosa que molestó a los ancianos, ya que la educación de las mujeres no suele ser una costumbre aceptada entre los musulmanes. Y en tercer lugar, no haberse marchado del pueblo en cuanto enviudó, aun a sabiendas de que ello traería aparejados graves problemas, como efectivamente y por desgracia ha traído.

No creo que nada de eso pueda ser considerado un delito le hizo notar el locutor de radio.

No, en efecto reconoció el caíd. Pero si un mercader deja caer a propósito una bolsa repleta de oro en mitad del mercado y sigue su camino, no está cometiendo un delito propiamente dicho, pero está incitando a otros a que lo cometan. Probablemente debido a que su madre era una princesa fulbe famosa por su belleza, y su padre uno de nuestros más valientes guerreros, la naturaleza fue en extremo generosa con Aziza Smain, lo cual a mi modo de ver provoca la ira del Señor, puesto que incluso un hombre como yo, que posee cuatro esposas y al que la sangre ya no le hierve como antaño, se inquieta en su presencia y experimenta el irresistible deseo de robar esa bolsa de oro aun a sabiendas de que no le pertenece ni nunca le pertenecerá.

De tus palabras cabe deducir que tales delitos no están en ella, sino en el corazón de quienes la miran.

Mi inglés no es lo bastante correcto como para decir exactamente lo que deseo expresar, pero admito que tu interpretación es acertada, replicó el hausa en tono de absoluta sinceridad. Aziza Smain se ha convertido en un problema de difícil solución que divide a mi pueblo y te aseguro que nada hay en estos momentos que más me agrade que la idea de permitir que se vaya para siempre. Si de mí dependiera os la podríais llevar en este mismo instante, pero repito que no está en mi mano permitirlo.

¿Y qué nos aconsejas? quiso saber adoptando un tono de humildad impropio en él, Oscar Schneeweiss Gorriticoechea.

Negociar.

¿Negociar con quién?

Con Sehese Bangú en primer lugar, y más tarde con los jueces que vinieron de Kano. Aseguran que anteponen unas supuestas leyes divinas a cualquier otra consideración, pero también me consta que antes que nada son humanos y por lo tanto corruptibles. Si en lugar de escuelas y polideportivos para el pueblo ofrecieras prebendas y palacios para ellos, estarían mucho más dispuestos a escuchar. Sobre todo si esos palacios estuvieran dotados de energía eléctrica y aire acondicionado. En este país todos los que se consideran importantes sueñan con tener aire acondicionado.

¿Tú no?


La respuesta fue en cierto modo sorprendente, ya que en realidad se trataba de una pregunta:

¿Tienes calor?

En estos momentos, no.

Eso quiere decir que aunque en el exterior esté cayendo fuego, quien construyó mi humilde hogar sabía lo que hacía.

¡No! señaló el caíd en tono decidido que no admitía réplica. Yo no quiero aire acondicionado. No quiero nada a cambio de la vida de una inocente porque si lo aceptara me consideraría indigno del puesto que ocupo.

Me alegra haber hecho un viaje tan largo para enfrentarme cara a cara con un hombre honrado, le hizo notar el monegasco. No es algo que me suela ocurrir demasiado a menudo.

Te agradezco el cumplido, pero no creo que hayas hecho ese largo viaje con el fin de halagarme. Lo que tenía que decirte ya está dicho: haré cuanto esté en mi mano por ayudarte, pero no esperes demasiado. Nada más lejos de mi ánimo que entregar a mis incontables enemigos cuchillos con los que degollarme.

Admito tus razonamientos y los respeto. ¿Me das tu permiso para visitar a Aziza Smain?

El caíd Ibrahim Shala meditó largo rato, apuró los restos de un té que se le había quedado frío como si en el fondo de aquel pequeño vaso pudiera encontrar respuestas a las muchas preguntas que se hacía, y al fin acabó por asentir con un leve ademán de cabeza:

Mañana dijo. Al mediodía haré que la traigan aquí porque quiero asistir personalmente a esa entrevista.

La noche fue calurosa y larga; quizá la más larga, y desde luego la más calurosa, que recordaba, y quizá también la más inquietante, puesto que no conseguía apartar de su mente la idea de que iba a conocer a una turbadora criatura que se diferenciaba de todas cuantas turbadoras criaturas hubiera tenido ocasión de conocer a lo largo de su vida por el hecho, innegable e inimitable, de que estaba condenada a morir de la forma más cruel que nadie pudiera imaginar.


Yüklə 0,74 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   2   3   4   5   6   7   8   9   ...   15




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©genderi.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

    Ana səhifə